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El cuervo que no podía amar | KageHina por Psyche-kun

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Notas del capitulo:

Advertencia: Este fanfic guarda apariciones sobrenaturales y referencias a la pérdida de fe. 

Pareja principal: Kageyama/Hinata.

Ambiente: Actualidad de Karasuno.

El fanfic también se puede hallar en fanfiction bajo el pseudónimo de "PatitoFeo" (ahí las actualizaciones serán más rápidas, pues suelo olvidar mi cuenta de amor-yaoi). 

El cuervo que no podía amar

Prólogo

[KageHina]

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Llevaba esta mujer de treinta y pocos años llorando día y noche sin descanso alguno los últimos siete años de su atormentada vida.

Pocas veces sus ojos no se hallaban hinchados y rojizos, qué decir de su derrumbado espíritu que ni sonrisas forzadas era capaz de ofrecer. Todo vecino suyo, si guardaba silencio y pegaba el oído a la pared que conectaba con la casa de la joven, tenía la capacidad de escuchar sus rotos gimoteos que hasta al más carroñoso de los insidiosos lograba conmover; mas nadie era capaz de ofrecerle consuelo alguno. Ni siquiera su marido, quien también se encontraba sumido en su propia depresión, caracterizada por miradas bajas y espesas lágrimas que silenciosamente derramaba sobre el sucio papeleo de su trabajo, evanesciendo más de una vez la tinta de la impresión.

Pero aquello no era lo peor.

Cuando la luz del sol les abandonaba y se veían obligados a enfrentar la tempestad de la noche, ambos se acobijaban en los escuálidos brazos del otro, llorando a grandes sniffs sniffs la pérdida que encararon a partir de una gélida tarde de invierno ocurrida siete años atrás, cuando los árboles desnudos por el otoño poco pudieron confortar la muerte de aquel feto que, nonato, arrancaron del vientre de la madre a los ocho meses de embarazo.

¡Ah, pequeño feto, de contextura diminuta y ojos vacuos que ahora tu madre también enmascara! ¿Por qué debiste de nacer ya muerto, sin siquiera poder robar al menos una radiante sonrisa de quien ahora se acurrucaba en la alfombra de tu cuarto amueblado con una única cuna de madera, lagrimeando el nombre con el que te iba a coronar? (Shōyō, ah, mi pequeño Shōyō, por favor déjame sentir al menos una, aunque sea casi imperceptible, patada tuya en mi vientre vacío).

Sin importar cuánto ella rece por ti, tú ni humano alcanzaste a ser, así que jamás serás acariciado por los dedos de un ángel, ni por la voz suplicante de tus padres. Dios no se apiadó de ti, ni tampoco el Ángel de la Muerte.

Y esta escena era profanada cada día por la mirada curiosa de un demonio de hermosas fisonomías, renegado del infierno y escaso de todo sentir; dominado por un fuerte deseo de experimentación, que día a día crecía cada vez con más fervor, pudriendo su negro corazón.


Por otro lado, un solitario cuervo de piel aceitunada y poseedor de un cuerpo perturbadoramente minúsculo gemía a graznidos discordantes y dolorosos al oído toda su frustración contenida, siendo condenado cada fatídico día de su miserable vida a deambular por los cielos contaminados y otear vidas que jamás serían suyas. Vivía aquel animalejo en los alrededores de la escuela Karasuno, abandonado por su bandada hace ya muchos años y excluido cruelmente de los grupos inmigrantes que cada tanto cruzaban el complejo. Nadie le quería; puesto que no era más que una pequeña mota peluda que ni para alimentarse servía.

Para sumar a su desgracia, lastimada terminó su ala izquierda cuando apenas un añito había cumplido, inhibiéndole el poder alzar vuelo y alcanzar a la bandada que a morir le había abandonado.

Sus luceros negros, análogos a los de un venado muerto, cada tanto se humedecían con una insondable tristeza: estaba solo, tan solo, que su única emoción yacía en el desabrido deseo de largarse a morir de una vez. Sus graznidos cada vez entonaban con más dolor, y cuando la desesperación alcanzó su punto pick, trató desconsolado de alzar vuelo a frenéticas aleteadas (incluso sobre el dolor de su ala lastimada), sólo para volver a caer de frentazo contra el asfalto resquebrajado que se expandía como un espeso mar negro, dejando que sus lágrimas se aglutinaran sin pausa alguna a su lado, como única compañía tanto en los amaneceres helados como en los crepúsculos descoloridos.

Ni los humanos a los que tanto envidiaba le querían: de forma consecutiva los críos tanto pequeños como grandes, inmaduros y graduados, le lanzaban piedras inmisericordes que agujereaban su ser no sólo como conjunto físico, sino que, como criatura inerme y de humilde intención, eran capaces de agrietar su ya destrozado corazón, que estaba discurrido en piezas aún más pequeñas que su diminuto cuerpo a través de su interior.

Quiso él una vez juntar los trocitos desparramados y pegarlos con la sabia de un tronco viejo y torcido en los amplios patios de la escuela, pero al no tener un índice ni un pulgar con los cuales agarrar las piezas, sólo logró cortarse y soltar otro gemido lastimero.

Fue en ese entonces, para su gran asombro, donde hizo aparición frente a él un demonio de cabellos cobrizos y brillantes, de buen talante y una indescriptible sonrisa pegada en el rostro, mostrando unos muy afilados dientes similares a los de un tiburón.

Pequeño cuervo, ¿por qué lloras? —Le preguntó con un tono gutural y peligrosamente bajo.

El cuervo, que por un momento dejó de llorar, lanzó un graznido que sólo el demonio pudo entender.

Ya veo —respondió con un tono bondadoso, acuclillándose ante la criatura—, en realidad, te he estado observando por ya muchos años, pequeño cuervo: y he venido hoy a ofrecerte una oportunidad que tan sólo tendrás una vez en tu miserable vida.

El cuervo, sin entender bien, ladeó su rostro y saltó sobre sus diminutas patas, acercándose a cortos rebotes hacia el otro.

(Ese día, el solitario cuervo de plumas aceitunadas pactó con el demonio, quien también pactó con una madre que ya ni en los ángeles resguardaba su fe, renegando todas sus creencias en seres de mala fama.)

El demonio amplió su sonrisa, acariciando la cabeza del cuervo.

¿Qué harías si te dijera… que puedo convertirte en el humano que siempre anhelaste ser?

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Un veintiuno de junio, en una casa pesarosa y acometida por un profundo dolor (por qué Dios, ¿por qué?), el silencio se agrietó por el timbrar de la puerta principal, abriendo una fisura en su constante tormento.

Una mujer, visiblemente destrozada, de ojos hundidos, pómulos sobresalientes, cabellos grasientos y que no cesaba de enjugar las lágrimas que salían a cascadas debido al séptimo cumpleaños de su hijo nonato, se incorporó con un ataque de hipo sobre la alfombra húmeda del cuarto del muerto, dirigiéndose con gran pesar a recibir a su indeseada visita.

Más fue su sorpresa cuando, abriendo la puerta de par en par, se le presentó un muy pequeño niño de ojos apagados y cabellos alborotados, salpicados con un inusual color análogo al naranja. La pequeña contextura de la cría apenas sí le permitía mantenerse de pie, y sus piececitos descalzos temblaban como si no supiese andar. A su vez, la mujer paseó la mirada sobre su cuerpo, oculto tras una muy delgada sábana de plumas negras, que no alcanzaba a acobijarlo del frío invernal.

—¿Quién... eres? —Demandó ésta con un hilo de voz que casi podía cortarse con una tijera, y sus piernas amenazaron con abandonarla al suelo. Ella, en lo muy hondo de su ser, lo sabía; eran aquellos luceros blandos los que hablaban por él, idénticos a los de la madre.

Al niño las palabras le costaron, pronunciando cada una muy lentamente, casi sin mover sus labios azulados gracias a la brisa fresca que a cualquiera enclavaba en su sitio.

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—Yo… Shōyō... Hinata… Shōyō.

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Notas finales:

Buenas a todos. A veces el cansancio te mueve: no lo sé. Esto nació por... no lo sé. Seguramente por el centenar de fanarts que existen sobre Hinata portando alas de cuervo. Quizás la idea ya está tomada, quizás no, pero aquí dejo mi vómito cerebral.

Espero lo disfruten.

No prometo actualizaciones si la historia me aburre, though. Lo siento.

- Patito Negro (o feo, como lo prefieran)


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