Habanera
Se encontraba en su mullido sofá mirando su consultorio, todo perfectamente ordenado, inmaculado, pulcro… sin nada superfluo que arruinara ese ambiente tan mondo.
Faltaban unos minutos para que llegará ese ser que había cambiado su mundo, ese único espécimen que no era un cerdo, un animal, una cena más… no, aquel hombre que le entendía y lo comprendía de esa forma que nunca nadie había podido lograr, aquel individuo que le atraía y no solo de manera carnal sino que le persuadía a nivel intelectual.
— Will Graham—el nombre salió de sus labios como si fuera el verso final de una poesía hermosa, paso sus largos dedos por sus labios y saboreo su propia piel sintiendo una sed que ni el más fino licor calmaría ¿a qué sabría su carne? ¿Sería su última cena? Su curiosidad le invadía y amenazaba con no marcharse.
Se levantó del mueble para despejar sus fantasmas internos, tomo uno de sus más preciados discos de vinilo y lo coloco en su tocadiscos de madera, simplemente la música que reproducían los discos de antaño era de lo más exquisita.
Una dulce voz que retumbaba y mostraba un gran poderío y fuerza se escuchó e inundo la silenciosa habitación, sonrió levemente y regreso a su sillón escuchando a la fémina francesa dar su cantico hacía el amor.
¿Cuándo los amare? La verdad no lo sé
Quizá nunca, quizá mañana.
¡Pero seguro que hoy no!
Una imagen de Will Graham tratando de ayudar a todos esas “personas” se le vino a la mente ¿Cómo un ser que era superior podía revolcarse con la inmundicia? Tomo un fuerte respiro para luego exhalar con calma.
Tal vez él nunca podría amar a esos entes obscenos, pero en algún momento podría encontrar que no eran tan impuros como pensaba… si existía alguien en el mundo como Will Graham tal vez el universo no estaba tan podrido.
El amor es como un pájaro salvaje que nadie puede domar.
Y perderán el tiempo tratando de capturarlo.
Nada les puede ayudar, ni las amenazas ni los ruegos.
Me pueden hablar apasionadamente…
— Pero escogeré al hombre que no ha hablado—termino la oración con un francés igual de perfecto que la cantante, solo podía pensar en ese castaño de rizos mientras el coro inundaba cada uno de sus sentidos y se reclinaba en su asiento de piel.
Eso era… amor, aquella sensación que provocaba que muchos cayeran en la locura, ese sentimiento considerado retorcido y enfermo, aquello que todo ser humano buscaba como si fuera el tesoro escondido.
Amor.
El amor es como un gitanillo
Que nunca obedece reglas
Si no me amas, aun así podría amarte
Y si te amo…
— ¡Ten cuidado! —dijo con una leve risa aterciopelada sonriendo después ante lo cierto de aquella oda, se hundió en el coro cerrando los ojos y pensando en la causa de sus rompecabezas mentales y entonces… llego como si hubiera sido obra del destino.
— Hola Doctor Lecter… veo que escucha la Habanera de la ópera de Carmen, una canción algo romántica para usted ¿no cree? —sonrió incrédulo entrando a su palacio.
Sí, un ser humano como él era el diamante entre los carbones.
Espera por el amor y perderás.
Ríndete y aparecerá.
El amor te rodea.
Luego se va y ahora regresa
Justo cuando crees perderlo, ahí está.
— El amor ¿eh? —menciono el más joven sentándose en la silla opuesta al asesino quien sonreía de manera placida al sentir que el coro había sido completado con la voz del contrario.
— Sí, amor.
Nunca antes una canción había tenido tanto significado, definitivamente.
Fin. Espero no fuera tan decepcionante.