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Mariposas negras para alegrar tu alma por Satanic Cotton

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Nota: Feliz Cumpleaños, Billie.

 

Billie Joe siempre había tenido una gran parte suya rota. Desde el momento en que su madre murió, cuando él pasaba por la tierna edad de diez años y ya sabía tocar viejas rolas en la guitarra eléctrica, regalo de cumpleaños nunca olvidados. Desde que llegó a casa con el labio roto y la caricia angelical de su madre no le recibió con preocupación. Desde que se dio cuenta que estaba averiado, esa vieja noche en su fea habitación, abrazando una toalla con su nombre y esperando, que todo fuese un mal sueño, porque mamá estaba ahí para él, sólo para él.

 

Sin embargo, algo roto puede seguir en funcionamiento. Y así como el cuerpo menudito ya sabía de forma mecánica todo lo que el día le esperaba, su corazón se desinflaba constantemente, aun soñando, pero sabiendo que las cosas se quedarían como ilusiones mal dibujadas.

 

Las cejas monas enmarcan sus ojos cansados mientras observa a su padre tragar cerveza como si de eso dependiera su sistema y no de sangre y cosas sanas que no mataran su hígado. Como si a la mañana siguiente no estuviese lanzando maldiciones y vomitando el pequeño baño, culpándolo por no detenerlo, por no ver que tenía trabajo, porque era un mocoso desconsiderado.

 

Como si media hora después, su hijo no se encontrase en su habitación llorando, porque ahora es su padre quién le ha hecho sangrar la nariz y escupir sangre. Pero el pequeño Billie de once años ya se acostumbró a esos espectáculos: Cada cierto tiempo y desde la trágica muerte de la señora Armstrong, su padre se dedicaba a comprar litros y litros del primer licor que cruzara sus  ojos con bolsas, marchitos ya hace muchos años. Y llegaba a casa, donde Bill no lo esperaba realmente, porque estaba muy ocupado con su guitarra, pero igual fingía que su presencia significaba algo.

 

Porque, muy en el fondo de su descurtida alma, era verdad.

 

 ---

 

El día empezaba con normalidad, a las cinco de la mañana el rubio ya estaba levantado y suplicándole a los dioses que el agua estuviese un poco más tibia hoy que ayer.  Pero la mayoría de los deseos de BJ nunca se han cumplido así que entre temblores dignos de un chihuahua se viste con el ridículo uniforme escolar. La corbata es estúpida, piensa, porque nunca, nunca, nunca usará una así. Tenía algo llamado dignidad y respeto propio. Oh.

 

La escuela primaria del pequeño pueblo de Cambridge no era un lugar donde Billie Joe, de trece años se sintiera muy a gusto. Realmente, si alguna vez llegó a tener amigos, estos fueron desapareciendo con el transcurso de los años, como la tinta en un libro que te gusta pero que sin embargo, no lo suficiente para cuidarlo, para hacerlo durar. Así era su relación con todo lo que pudiese llamar ‘’Amistades’’.

 

Quizá había aprendido demasiado rápido a ser grande. O quizá no tenía el valor suficiente para mostrarse a los demás, con todos sus talentos ocultos y la guitarra eléctrica que aún le quedaba medio mal, porque era bastante pequeño y delgaducho. Ironías de su genética.

 

Se sentaba en la parte de atrás, en esa donde comúnmente los vándalos se anidan para hacer cualquier cosa, menos estudiar. Porque Billie los observaba. A ellos, a las chicas de faldas cortas y cabellos demasiado tiesos como para creer su naturalidad, a los nerds, y a ese otro chico solitario que se sentaba en la fila del otro extremo, junto a las ventanas. Su cabello igual era rubio y nuestro muchachito se preguntaba si en los recesos hablaría con alguien. En clase nunca lo había visto interactuar con los demás niños. Pero sí era muy inteligente. Porque su mano era la que más se repetía a la hora de la pasada al frente con el profesor, su pizarrón y las décimas extra.

 

Pensar en eso también le hizo pensar en él. En que siempre se quedaba en el aula cuando los demás salían. En que todos lo miraban como si fuese un bicho raro. En que hablasen de la cara amarga que sus facciones mostraban a todos. No le gustaba pensar en él.

 

Billie. Como su abuelo. Joe. Porque tenía que combinar. Armstrong. Su apellido le daba curiosidad, y risa. Porque la traducción literal era chistosa, y los chispazos que eran sus sonrisas trabajaban duro para encender el calor en su corazón. Lástima que esos momentos eran contados.

 

Nunca había compartido una sonrisa con alguien que no fuese el espejo, desde hace mucho tiempo. Menos una risa que inició gracias a un chiste genial, porque su sentido del humor era un asco, como su forma de ser y por eso los amigos se le escurrían de las manos. Esperanzas destiladas brillaban en sus ojos, esperando, pero sabiendo que ya no tenía a nadie.

 

Roto, como un maldito reloj de pared, pero que por algún motivo sigue ahí. Porque espera a que lo reparen.

 

 ---

 

El receso llega más pronto de lo que él quisiera, y con ello, el ruido de miles de niños forzando la puerta y la paciencia de su profesora de lengua, una señora ya un tanto mayor que les dedicaba sonrisas bondadosas, esas de abuelita que te dan billetes a escondidas y se ríen contigo, pero que al mismo tiempo podría ser bastante estricta.

 

Billie lo sabía porque lo había visto. Había visto cómo castigaban a ese niño del Aula C, Damon All-bran, o algo, por pelearse con no-sé-quién en los pasillos.

 

Volviendo al presente, estaba solo en un aula de cuarentaicinco. Rayando sin pensar la esquina de su cuaderno de apuntes y esperando a que el tiempo pasara. Su rutina era tediosa, y fastidiosa hasta darle ganas de arrancar sus dorados cabellos. Pero no se quejaba, y contaba hasta diez, y se relajaba, y el instinto de golpear a todos se iba.

 

Nada de problemas o en casa lo harían mierda.

 

 ---

 

No fue hasta el casi final del tercer receso de aquel Miércoles, que la vida del pequeño BJA se topó con la de Mike Dirnt.

 

Tic, tac, tic, tac.

 

—¿Nadie ha entrado aquí? — Una cabeza rubia, muy rubia, como de oro hecho cabellos, muchos cabellos, se asoma por la puerta antes cerrada, expresión seria, y labios rojos como cerezas, y Billie Joe trata de que el susto parezca natural, procesa, boquea, y vuelve a procesar.

 

—No. — Su fuerte nunca ha sido la comunicación con un entorno, gracias a la familia, y no se arrepiente, no lo conoce y sus destinos no están para nada entrelazados como para sentir pena por la cara de perro muerto que le hacen.

 

—Gracias, eh…Joe. ¿No? — La cabecita lo mira expectante, sin temor.

—Billie. — Un vistazo rápido. Nada más. Cuenta hasta diez, sólo hazlo.

 

—Cool. — La respuesta lo confunde. Él. Billie Joe Armstrong. Cool.

 

—Eh…— Y para cuando un genial ‘’Y tú eras Mike ¿No?’’ que quizá suena demasiado stalker, se forma en sus labios, vuelve a estar solo.

 

Pero no lo lamenta.

 

Aprendió a no hacerlo.

 

 

 

 


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