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El Conejo y el Caballero por Rhape

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El chico dentro del disfraz de conejo suspiró. Había estado pensando por horas sobre algo que descubrió días atrás. Al parecer... estaba enamorado. O eso creía. No estaba seguro. Pero en su pecho se revolvían una mezcla de sensaciones extrañas, desde felicidad hasta vergüenza cada vez que veía o pensaba en Link.

Quizás simplemente le tenía más respeto de lo que pensaba... Es decir, Ravio huyó de Lorule y se estableció en Hyrule para iniciar una nueva vida... donde nadie supiera que era un ergotista el cual solamente se preocupada de sí mismo, de su mascota Shirio y de tener dinero siempre a la mano, mientras que Link era un valeroso caballero de la corte Real de Hyrule que ayudaba a cualquier persona sin rechistar. Inclusive había ayudado a alguien tan poco importante como él.

Meses atrás, cuando sus pies tenían poco tiempo pisando la tierra de Hyrule, su tienda de armas ambulante fue interceptada por bandidos. Ravio sabía como usar todas sus armas para defenderse, pero el miedo fue más fuerte y lo único que hizo fue tirarse al suelo, abrazar a Shirio y cerrar los ojos mientras esperaba a que los ladronzuelos se llevaran todo con tal de que le perdonasen la vida. No obstante, pronto escuchó las armas cayendo al suelo y gemidos de dolor. Todavía con tenor, abrió los ojos con lentitud y entonces vio a una figura masculina sosteniendo triunfante una espada, y a los ladrones derrotados sobre el pasto. Por la armadura y la bandera azul que portaba en su cuello como si se tratara de una bufanda con la Trifuerza bordada, supo de inmediato que aquel valeroso guerrero se trataba de un caballero de Hyrule.

Ravio no pudo disimular su alegría y corrió hacia su salvador a tomarlo de las manos, haciendo miles de reverencias agachando la cabeza, sin darse cuenta que las orejas de su disfraz le golpeaban el rostro al otro.

- ¡Oh, mi Señor! ¡Me has salvado la vida a mí y a mi acompañante! - refiriéndose a la pequeña ave – No tengo manera de agradecérselo ahora mismo. Soy nuevo en el pueblo y apenas si he podido vender algunos objetos, así que le pido humildemente que me dé algunos días para recompensarle debidamente con algo a que se equipare con su valía -

- No necesito nada de eso – dijo el caballero con una gran sonrisa y sacudiendo la cabeza de manera negativa – Es mi deber proteger a los aldeanos -

Ravio levantó inmediatamente la mirada, confundido. ¿Que no quería una recompensa? ¡A todos les gustaban las recompensas! El dinero era lo que movía al mundo. Aún así, no pensó en insistir, así se ahorraría algunas rupias.

Ya habiéndole pasado el furor, y pudiendo ver mejor al caballero, se sorprendió al ver que se trataba de un muchacho que rondaba por su misma edad, entre dieciséis y dieciocho años; de cabello rubio, ojos azules y de una apariencia tan jovial y alegre que inspiraba confianza hasta al más desconfiado.

Tan joven y dando su vida por los demás... era conmovedor pero a la vez le parecía una estupidez, sin embargo, Ravio sabía que él no era nadie para criticar la vida de los demás. Además, gracias a eso, su mercancía, su compañero y su propia vida estaban a salvo.

- Muy bien, “Señor Héroe” – dijo con ironía y lo soltó de las manos para luego comenzar a rejuntar sus armas – Si alguna vez necesita ayuda puede contar conmigo para lo que necesite – resolvió en decir como otra forma de pago.

El tendero había dicho aquello por pura cordialidad, realmente no esperaba a que el caballero le tomara la palabra y fuera a visitarlo a su tienda cada dos por tres (ya que se hubo asentado en la Villa Kakariko). No le incomodaba para nada su compañía, pues siempre llegaba a contarle su día y sus hazañas cometidas, cosa que lo entretenía. Otras veces Link le hacía preguntas sobre diversas temas y Ravio contestaba casi sin problemas, siendo que no salía mucho de la tienda se la pasaba leyendo cualquier libro que encontrase, por lo que sabía un poco de todo y esto satisfacía la curiosidad del rubio, sobre todo cuando tenía dudas de cómo utilizar cierto tipo de espadas.

- Ravio, ¿por qué todo el tiempo te cubres el rostro? - se atrevió a preguntar Link un día, luego de un mes de conocerse. Ni una sola vez lo había visto sin su gorro de conejo, solamente sus labios y barbilla eran visibles.

- Oh. No se preocupe del aspecto de mi rostro, Señor Héroe – dijo mientras acomodaba los objetos en las estanterías de su tienda en su lugar correspondiente. Odiaba cuando los clientes los cambiaban de lugar – No es relevante para nadie... Por cierto, ¡mira esta arma que acabo de adquirir! – sacando de un cofre un báculo rojo – ¡Es un báculo que lanza fuego! Cuesta dos mil rupias, ¡pero por ser tú, te daré el diez por ciento de descuento! – dijo para cambiar de tema.

Había una explicación sencilla para esconder su rostro, aunque obviamente nunca la diría; era un cobarde, tanto que ni siquiera podía pensar en mostrar su rostro al mundo sin temblar, y mucho menos podía pensar en mostrárselo a Link. El caballero era todo lo que él no era; fuerte, valiente, amistoso... Se sentía tan poca cosa a su lado, pero le admiraba muchísimo, apreciaba cada momento en que podían estar juntos antes de que Link tuviese que salir a patrullar la aldea. Aunque si, apreciaría más que, en vez de sólo visitarlo, le comprara algo de mercancía de vez en cuando...


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