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Recuerdos del Norte por fussili

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Estando tan alejado, Islandia muchas veces tenía problemas en mantenerse al corriente de las noticias del continente. Por eso amaba internet. Muchas fuentes de información, comunicación, anime…

Enterarse de las últimas noticias de Noruega de esa forma lo desconcertó, una tormenta de nieve de esa magnitud fuera de temporada no era normal. Buscó la fecha, dos días atrás. Decidió ir entonces hasta su casa, reprocharle por no haberle llamado si necesitaba ayuda. Pero cuando llegó no pudo hacer otra cosa más que callar todos sus reclamos. Noruega había abierto la puerta de su casa en pijamas, con el pelo revuelto y ojeras tan negras como las de los cantantes preferidos de Finlandia.

“… No fue nada, no hay nada de qué preocuparse, si vuelve a suceder, solo permanezcan en el bosque; no hay ningún tipo de peligro. No es necesario que vengan hasta aquí.” Islandia supo de inmediato que esa frase no estaba dirigida a él, Noruega nuevamente estaba hablando con sus criaturas mágicas. Esperó pacientemente hasta que terminaran su conversación.

“Podrías haberme llamado. No soy muy bueno con la magia pero incluso yo pude darme cuenta que la nevada de hace dos días no fue normal.”

“Te lo agradezco, pero lo que he dicho a las hadas vale también para ti. No fue nada. No hay nada de qué preocuparse.” Islandia sabía que era una mentira, el estado desaliñado de Noruega lo hacía más que evidente. Pero no iba a forzar la situación, si lo hacía era probable que Noruega se encerrara más en sí mismo y perdería cualquier oportunidad de ayudarlo.

“Pues ya que estoy aquí, podríamos aprovechar y hacer algo juntos.”

“Tengo mucho trabajo, lo siento.” Eso era raro. Todos los sentidos de Islandia se pusieron en alerta. No era normal que por más trabajo que tuviera, Noruega se negara a pasar tiempo con él. Se ofreció a ayudarlo con el trabajo.

“No es necesario, lo tengo todo controlado”.

Pánico se instaló en el pecho del más joven. Algo muy serio carcomía la mente de su hermano mayor y debía averiguar de qué se trataba. Lo observó atentamente mientras preparaba una par de hot dogs. Noruega era muy buen cocinero, incluso los platos más simples eran una delicia cuando los preparaba él, le encantaba y a pesar de los problemas que tenía no perdía la ocasión de cumplirle cada uno de sus caprichos. Pero esa alegría que solía mostrar cuando estaban juntos se había ido.

Sus movimientos eran un poco torpes, sin la armonía a la que un usuario de magia estaría acostumbrado. Un bostezo, otro más. Un fallo mientras cortaba las cebollas. Rojo empezaba a teñir la mano del noruego, quien solo miraba la herida, no se escuchaba ningún sonido.

“Déjame a mí, aún recuerdo ese hechizo que me enseñaste de pequeño. No suelo usarlo mucho pero no creo haber perdido la práctica”. Apenas hubo tomado su mano Noruega lo apartó violentamente, negándose. Llevó la herida hasta el agua que corría, la limpió y con un paño limpio la envolvió. Todo era tan extraño, Noruega descuidado, apartándolo, rehusándose a usar magia.

“Tú ve a sentarte, yo terminaré de cocinar, obviamente no estás en condiciones de hacerlo por ti mismo.” No dio lugar a ningún tipo de objeción por parte de Noruega, prácticamente lo arrastró hasta una silla. Islandia reanudó lo que el mayor había dejado, en silencio. “¿Has recordado algo?” La situación en que se encontraban ahora era dolorosamente similar a una que habían vivido seiscientos años atrás. Islandia recordaba con amargura la primera vez que su hermano lo había apartado de su lado, y ahora de nuevo. No entendía que estaba pasando.

“¿Crees que hice mal? ¿Dejar a un lado la magia? ¿Aparentar que soy incapaz de ver a las hadas y trolls? Ellos solían buscarme, llamarme. Dejaron de hacerlo hace algunos años, aun los veo, pero no me acerco a ellos.”

“Si te hubiera enseñado magia solo habrías terminado muerto”.

La seca respuesta de Noruega lo sorprendió. Las naciones no podían morir, lo sabía. Pero la amargura con la que había respondido lo hizo dudar. Vio como Noruega se levantaba y se dirigía hacia su habitación. Lo siguió con la mirada, el mayor tropezó primero con una mesa, luego con el marco de la puerta. Casi tira un florero. No aguantó y fue hasta él.

“No entiendo que te sucede. ¿Acaso se te ha olvidado tomarte el aceite de pescado?”

“No he podido dormir bien anoche, eso es todo, tengo trabajo.”

De nuevo la misma excusa, Islandia ya no iba a tolerarlo. Le había ofrecido su ayuda y lo había rechazado. Estaba preocupado, ese no era su hermano. Era un recuerdo. Alguien igual a esa persona agarrada a su brazo había vivido una vez, muchos siglos atrás. Pero pensaba que con los tiempos modernos nunca más tendría que verlo. Pero lo tenía enfrente de él. Perdido y obviamente necesitado de apoyo, y se negaba. No lo entendía, su gente vivía en las mejores condiciones, no había escasez de agua ni comida, tenía aliados, una familia que lo protegería contra todo advenimiento y aun así en su rostro solo podía ver desolación.

“Necesitas descansar, Lukas. Por favor. No intentes hacer todo tú solo. Estamos aquí para ayudarte. Me duele verte así, dime que sucede, por favor.” Se escondió en el pecho de su hermano y lo abrazó con fuerza. Normalmente jamás lo haría pero esta situación lo tenía alterado. No iba a llorar aunque quisiera hacerlo. Sintió como Noruega lo abrazaba y se recostaba sobre él.

“De acuerdo, iré a recostarme un momento, pero no prometo nada. Cuento contigo para tener listo el almuerzo.”

Mientras lo veía ir hacia el sofá, Islandia repasaba una y otra vez las noticias que había leído en Internet, nada parecía fuera de lo normal y aun así Noruega se encontraba en ese estado tan deprimente. Tal vez necesitaba un nuevo punto de vista. Llamaría a Hong Kong.

-

Finlandia estaba solo en su oficina, de nuevo una montaña de trabajo lo estaba esperando. Suecia había regresado a su casa poco antes, se habían visto solo unas horas atrás y ya lo extrañaba. No era como si ambas capitales estuvieran incómodamente alejadas entre sí, pero durante mucho tiempo mantener viva su relación fue uno de los trabajos más arduos. A veces solo podían verse por días en un mes. Hoy estaba contento por tener su oficina a solo media hora del aeropuerto.

Lastimosamente no podía dejar su trabajo cuando le viniera en gana, y así agradecía a su segundo invento preferido, internet. Buscó a Suecia entre sus contactos y lo llamó. No tardó mucho en ver la pantalla de su ordenador iluminarse.

Amaba cuando podía ser testigo de la ligera sonrisa que se posaba en el rostro estoico de Suecia cuando hablaban. Cuando lo miraba y lo llamaba. “Fin”. Lo hacía sentirse único y especial. Querido, necesitado. Aprendió a identificar sus gestos y el significado de las pocas palabras que pronunciaba. Cada día que pasaban juntos lo atesoraba con celo.

“Su-san. ¿Ya has terminado con los papeles?”.

“Aun no, no creo poder volver a casa antes de mañana Fin, lo siento.”

A pesar de su estilo particular de pronunciar las palabras, Finlandia lo entendió perfectamente, y un pequeño hueco se formó en su corazón. Él tampoco tenía posibilidad alguna de ir hasta Suecia a pasar la noche. Se había acostumbrado tanto a su vida familiar que dos días sin su compañía tenían un efecto terriblemente negativo en él. Incluso había solicitado trasladar su oficina más al norte, donde podría estar más cerca de Suecia. Obviamente la petición le fue negada. Pero no perdía la esperanza.

“¿Cómo está Peter?”

“El papeleo todavía le parece un nuevo modelo de tortura, está afuera jugando con Erland.” Últimamente Sealand y Ladonia estaban llevándose mejor. De hecho Ladonia había sido en gran parte el inspirador del ansia guerrera de Sealand; desde que lo vio ‘derrotar limpiamente’ a Suecia durante uno de sus juegos, el pequeño rubio no hacía más que imitarlo. Cada vez que se encontraban le pedía consejos acerca de cómo derrotar a su padre. Y Ladonia felizmente los brindaba.

“Me gustaría estar allí.” Su expresión entrañable y afligida pedía a gritos que Suecia lo tomara y se lo llevara, pero ambos habían aprendido a vivir con el peso de sus responsabilidades, ya no era tan difícil como antes, aunque seguía siendo duro.

“Habrá una reunión en unos días más, podría llevarlos conmigo.” Finlandia contempló esa posibilidad por unos instantes, revisó rápidamente su bandeja de entrada. En efecto la invitación había llegado apenas unos minutos atrás. Una lectura superficial y había encontrado los detalles más importantes fácilmente gracias a la prolija y concisa escritura de Alemania. No había un tema de discusión particularmente importante, se celebraría dentro de cuatro días, como siempre los hoteles ya estaban reservados y pagados, solo debían presentarse en…

“¿Bergen? Este es un nuevo nivel de confianza para Alemania, ¿acaso Lukas está siquiera enterado que tendrá que albergar la siguiente reunión mundial en su territorio? ¿Qué no estaba de vacaciones o algo así?”

“No lo sé.”

“¿Crees que deberíamos llamarlo? Matthias había dicho que ya se encontraba mejor, no lo sé.”

Silencio. Finlandia estaba acostumbrado a las pocas palabras de su compañero. Sabía que este silencio no solo era obra de su inhabilidad para brindarle una respuesta; lo era también por la duda que sentía al presentarse de nuevo en Bergen. Podía ver claramente la horda de recuerdos aflorando en la mente del hombre en la pantalla del ordenador. Sus parpados apretados con fuerza, sus manos entrelazadas apoyadas en su frente. Sus gafas vagamente oscilantes. Sentía su propio ceño fruncirse, llevó sus manos bajo su escritorio y las apretó con fuerza, bajó la mirada pensando en lo que deberían afrontar una vez que llegaran a Bergen.

Volvió en sí mismo cuando un agudo sonido se instaló en el ambiente. “Nunca fue tu culpa. ¿No crees que ya has hecho suficiente para expiarte? ¿No hemos sufrido ya ambos bastante? Te sientes culpable por lo que pasó, pero Lukas nunca te ha hecho responsable, eran tiempos de guerra y todos hicimos cosas de las que nos arrepentimos, pero supimos dejarlo atrás. ¿Por qué esto debería ser diferente?”

“¿Te arrepientes de lo que hice? ¿De lo que me pediste hacer?” Esa pregunta lo tomó desprevenido. No se arrepentía. A pesar del dolor que tuvieron que soportar, Finlandia pudo hacerse más fuerte. Se convirtió en una nación independiente y mundialmente reconocida. Ya no solo era una ex región de Kalmar. Ahora podía caminar lado a lado con Suecia y no sentía ese abismo separándolos cuando había que librar alguna batalla. Ya no necesitaba de su ayuda, era libre de escoger y lo había escogido a él. Siempre él.

“No”.

Antes de decir nada más, escuchó gritos e improperios provenientes del ordenador. Vio como Suecia se apartaba y escuchó que regañaba a alguien. La inconfundible voz de Ladonia defendiéndose y el suave llanto de Sealand llegaron hasta él. Prestó atención a lo que decían. Al parecer mientras practicaban como ‘obtener reconocimiento de parte de las grandes naciones’ Sealand se había dado en cabeza con el marco de un cuadro. Aun no tenía claro cómo fue que Ladonia terminó siendo el regañado pero estaba seguro que Suecia sabía lo que hacía.

La sombra del mayor volvió a la pantalla. “Tengo que resolver esto, nos vemos en la reunión”. Y sin más, terminó la llamada. No tuvo tiempo a despedirse. En su oficina solo podía escuchar el murmullo de la gente hablando en los pasillos, haciendo planes con amigos o simplemente hablando de trabajo. Recostó la cabeza en su escritorio. Solo quería estar de vuelta con su familia.

-

Como los superiores de Noruega lo habían dado de baja por unos meses, Dinamarca se ofreció para ayudar a Alemania a organizar la reunión mundial. Él era el encargado de enviar las invitaciones y lo había olvidado. No porque no supiera hacer su trabajo. El danés era un excelente trabajador, pero teniendo en cuenta la cantidad abismal de papeleo que le era entregado todos los días y la situación con Noruega, en realidad estaba satisfecho con haberlas entregado todas con solo algunos días de anticipo.

Las invitaciones entregadas, el papeleo terminado y entregado, las nuevas directivas de la Unión revisadas y aprobadas; ahora solo quedaba esperar en el aeropuerto a su invitado. Debía verse con Alemania para preparar los últimos detalles para la reunión; por el momento aún no era necesario ir hasta Bergen, Dinamarca ya se había hecho cargo de todo allí, así que acordaron encontrarse en Copenhague. Un imprevisto de último momento hizo que Alemania tuviera que mandar a un representante suyo en vez de ir personalmente. No es que Dinamarca estuviera contento de no tener que socializar con él, solo le agradaba mejor la idea de terminar los preparativos junto a Prusia y luego, tal vez, tomarse una cerveza en su compañía.

La inconfundible mata albina del que alguna fue un caballero teutón atrajo su atención. El escandaloso recibimiento protagonizado por el rubio los reunió. Dos orgullosos conquistadores riendo y saludándose como viejos amigos. Gilbird, a su vez, escoltándolos hacia la salida. Se calmaron un poco una vez que entraron al coche.

Para Dinamarca escuchar a Prusia hablar tan animadamente acerca de Canadá era casi tan malo como escuchar a Finlandia hablar ininterrumpidamente sobre Suecia, así que lo evitaba lo más que podía. No podía evitar que su expresión cambiara, pero tampoco podía culpar a Prusia, quien fue violentamente solicitado de vuelta en Europa. Si mal no recordaba las finales del campeonato mundial de Hockey habían empezado y Canadá parecía estar en un estado de éxtasis etéreo cuando el hockey entraba en juego, una visión tan rara que (sospechaba) Prusia la valoraba más que al mismo Fritz.

Recordar la obsesión de Canadá por el hockey lo llevó a recordar que de entre los nórdicos, e incluso Alemania, su casa era la única que no llegó a pasar a las finales. Decidió ya no pensar en eso, no le iba a dar a Prusia la satisfacción de verlo desalentado.

“Aquí es. ‘Mi casa es su casa’. Por favor, los pies sobre la mesa no.”

El trayecto lo habían pasado hablando de Canadá y cerveza, ahora empezaba el tedio. Visas y listas de diplomáticos, temas que debían afrontar antes de que la reunión se convirtiera en un circo, como normalmente ocurría. La disposición de los asientos, convenciones y tratados internacionales. Si tan solo pudieran mantener a Inglaterra y Francia suficientemente alejados…

Una vez que hubieron visto todos los detalles y repasado todo por segunda vez, pudieron relajarse. Prusia había traído consigo varias botellas de la que consideraba su cerveza preferida, no habían pasado aun cinco horas de su llegada y ya no había rastros de cerveza ni sobriedad por ningún lado.

“Estos panes son como los que hace Roderich”. O al menos decir eso fue la intención de Prusia, quien con litros de alcohol encima, ya no distinguía ni la mano que tenía enfrente, que era la suya. “Eres como Roderich, eres Austria, Mariazell.”

“Estás muerto para mí, Gilbert”. Dinamarca estaba seguro que si volvía a abrir la boca, tendría que despedirse de todo lo que había comido en el día. Gruñó bajo y recostó su cabeza en las piernas de Prusia, confiando en que Odín de algún modo castigaría la insolencia del teutón. Se suponía que tenía que acompañar al albino al hotel donde se alojaría, en cambio se habían emborrachado como dos desesperados.

No hubo más conversación después de eso. Algunos murmullos se hacían audibles pero no tenían significado alguno. En su mente obnubilada por el alcohol, Dinamarca intentaba recordar porqué Bergen le sonaba tan familiar.

-

No le cabía en la cabeza como fue posible para Ladonia descolgar el cuadro de Jean-Baptiste, quitarle el marco y darle con él en la cabeza a Sealand. Siendo hombre de pocas palabras el regaño había consistido mayormente en una mirada severa y Ladonia ligeramente incómodo. La lógica detrás del asalto era probar a Sealand cuan efectivo podría ser cualquier instrumento como arma de guerra, incluso el marco de un cuadro antiguo. Aun así como pudieron pasar de la teoría a la práctica y quien se lo había permitido, todavía era un misterio.

Tomó a Sealand en brazos y los llevó a ambos a la cafetería, necesitaba descansar un momento, un café, unos dulces, tal vez el periódico. Se preguntaba si sería inadecuado hacer una de estas ‘siestas’ en el sofá mientras alguien más se preocupada por los dos críos. Desechó esa idea enseguida. La tentación era demasiada.

“¿Cómo fue que mamá una vez fue a vivir en casa del señor Rusia? ¿Acaso tuvieron una pelea?” Saliendo de su ensueño, pensando que tal vez se lo había imaginado, miró a Sealand de reojo. No estaba seguro si era buena idea decirle la historia completa, Finlandia le había pedido que no lo hiciera, ambos aún eran muy pequeños.

“Francis era amigo de Iván en esa época, querían que los ayudara para ir en contra de Arthur. Pero no quise ir así que Tino fue en mi lugar.”

Esa había sido la farsa más grande que jamás le había dicho a Sealand y Ladonia. Sentía su estómago retorcerse con fuerza con cada palabra que pronunciaba. No podía contarles la cruda realidad de la guerra, aunque Sealand había nacido en tiempos de conflicto aun no entendía bien lo que significaba perder su territorio. Tal vez nunca lo haría, se aseguraría que nunca lo hiciera. Ladonia por su parte había entendido algo. Se había dado cuenta de su incomodidad y del modo disimulado en que les había contado esa historia. Pero no era un necio. Solo siguió sentado y bebiendo.

Sealand, satisfecho, arrastró a Ladonia de vuelta al jardín. Suecia seguía pensando en la pregunta que le habían hecho. Cuando su gente empezó a querer separarse de Dinamarca, se puso contento. Aunque la vida que llevaban juntos era agradable, extrañaba su libertad, su fiereza, sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Pero desde que Noruega había llegado a la casa junto con Dinamarca, con la mirada perdida como si el viento lo hubiera congelado por dentro, desde que supo el motivo, quiso salir de ahí por sus propios motivos. Cuando finalmente pudo escapar y llevarse a Finlandia consigo, culpó a Dinamarca por todo. Pero bien dentro sabía que la culpa era suya. Dinamarca no tenía idea de lo que había pasado. Noruega nunca le dijo nada. Finlandia insistía que no había nada que hubiera podido hacer, nada de eso bastó. Solo quiso huir.

Pasaron años de ver a Noruega seguir ciegamente a Dinamarca hasta que tomó la decisión de separarlos. No estaba claro si Noruega quería ir con él o no, pero una vez que Noruega se puso entre ellos en medio de una batalla, ya no le importó. El mago parecía desear la muerte, no le temía. Solo una vez fue testigo del poder de las luces del Norte. No quiso volver a verlo jamás. Pero tres veces más las vio.

En su temor por hacer de esas visiones algo más recurrente fue apartándolos a pedazos. No le había dicho nada a Finlandia, solo quería mantenerlos a salvo. El más pequeño intuía que algo pasaba, pero nunca lo había cuestionado. Hasta que llegaron Francia, España y Rusia. Finlandia le prometió que lo protegería, pero él tenía que sacar a Noruega de la casa de Dinamarca.

Fue un año después de perderlo que Dinamarca renunció a Noruega, ya todos estaban hartos de conquistar y ser conquistados. Durante un siglo Suecia se mantuvo férreo en su decisión de mantener a Noruega alejado de su antiguo compañero, pero ya no le veía sentido. Había perdido a Finlandia ante su egoísmo y la culpa que sentía. Había intentado ayudar a Noruega pero solo había logrado hacerle más daño, así que lo dejó ir.

No fue hasta que un día la puerta de su casa se abrió de golpe y Finlandia entró y se tiró sobre él, cansado, que intentó enmendar su historia con los demás nórdicos.

Suecia suspiró, se fregó los ojos y fue en busca de Ladonia y Sealand. Esperaba que esta vez no hubieran destrozado nada.

-

Noruega seguía tendido en el sofá. Veía como Islandia estaba hablando con alguien, seguramente Hong Kong, pero no podía escuchar nada, había puesto música de fondo. Intentó acomodarse lo más que pudo. Incapaz de conciliar el sueño tomó su Smartphone. Una vez que leyó el nuevo mensaje que le había llegado, cualquier posibilidad de dormir se había esfumado. Una reunión, en Bergen, y se enteraba ahora. No se había preparado. Tendría que hospedar a todos los asistentes, no había preparado nada. Tendría que hablar con tantas personas, normalmente ese era trabajo de Dinamarca, no estaba seguro de poder lograrlo. Solo cuando apartó la mirada de la pantalla pudo ver a Islandia dejando caer el vaso que tenía en la mano y correr hacia él. Un zumbido. Era extraño ver como cuando Islandia corría su mundo parecía volcarse. 


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