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Rock you like a hurricane por Athena Selas

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Rock you like a hurricane

Capítulo 12


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Septiembre 2010

 

Kanon y Radamanthys comenzaron a salir casi cada fin de semana conforme ambos se comportaban con mayor desenvoltura frente al otro. El griego no tuvo dificultad en desarrollarse con soltura rápidamente con el otro hombre dado su ávido interés por hacerse parte de la vida de Wyvern quien le estaba resultando la presa más difícil de cazar en toda su vida e inexplicablemente esto no le aburría ni le frustraba, por el contrario, le emocionaba y se regodeaba con cada pequeño triunfo que lograba introduciéndose en la vida del inglés.

 

Para el abogado era sumamente difícil aceptar una existencia tan opuesta como la suya para hacerla parte de sus días; no obstante, disfrutaba esas pequeñas y tolerables diferencias que podían hacer una monótona tarde de sábado una aventura explosiva con las ideas y el carácter enérgico del cantante. Existían, claro, detalles que el rubio no aprobaba bajo ninguna circunstancia, por ejemplo las adicciones que el pelilargo padecía hacia los estupefacientes. Esto provocó las primeras discusiones serias entre ambos; sin embargo, Radamanthys cerró el tema provisionalmente convenciéndose de serenarse bajo el argumento de: "No pienso casarme con Kanon, este tema es irrelevante"

 

Su segundo beso, después del desfogue ocurrido en cumpleaños de Minos, ocurrió cuatro meses después en Julio durante un fin de semana de verano en el cual se habían citado y les fue imposible asistir a una función de cine debido a que necesitaban una sala con características especiales: técnicamente comprar toda la función, dado lo famoso que era el cantante y los riesgosos amotinamientos que podía ocasionar. Aquel fin de semana, Kanon no pudo comprar una sala completa puesto que no la había reservado con antelación. Al lucir decepcionado porque realmente deseaba ver aquella película de zombis, Wyvern no se resistió y le invitó a mirar otra película del mismo género en su departamento. Inmediatamente el humor del griego mejoró con creces, pues era la primera vez que el inglés le invitaba a su casa. Y ahí, al terminar el filme en la comodidad de la sala del abogado, el cuerpo de Kanon permaneció recargado en un brazo de Radamanthys hasta los créditos finales y finalmente aprovechando esta cercana posición en la privacidad del hogar del rubio, ambos se besaron de lleno, completamente sobrios y conscientes, con el salado y aceitoso sabor de las palomitas de mantequilla entre sus labios.

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La mayor parte de sus citas las pasaron en Londres debido al demandante trabajo del rubio en Elysium; no obstante, un fin de semana de septiembre, el rubio lo sorprendió con un viaje veloz a Escocia para tener un día de campo.

 

En aquella ocasión, la jornada pareció ir de maravilla desde la mañana, pues tomaron el desayuno en casa del rubio y luego de compartir unos besos en el pasillo, emprendieron el viaje en el automóvil de Wyvern hacia los límites de Inglaterra con las tierras altas y boscosas de Escocia.

 

El día de campo fue espléndido y disfrutaron de los ricos tentempiés que ambos habían preparado juntos para el viaje: la mayoría emparedados, ensaladas y botanas saladas; en realidad, ninguno de los dos tuvo deseos de permanecer mucho tiempo en la cocina aquel sábado por lo que los platillos no resultaron nada fuera de lo convencional.

 

Ya estando al aire libre en un espléndido parque natural escocés, ambos disfrutaron del soleado día sentados en una banca que ofrecía una vista panorámica y espléndida de los verdísimos valles típicos de la región. Desafortunadamente, un par de horas luego de haber llegado unos amenazadores nubarrones comenzaron a aproximarse a la escena.

 

— No te preocupes — habló Radamanthys con seguridad —. El reporte del clima no predijo lluvia hoy en este lugar, por eso es que decidimos venir ¿No es cierto?

 

— Esas cosas suelen equivocarse, sobretodo en Gran Bretaña — comentó Kanon incrédulo antes de llevarse un emparedado de pepinillos y salami a la boca.

 

El más alto le miró con un aire ofendido, pero no le reprochó. Prefirió esperar a que las nubes cargadas de lluvia fueran llevadas por el viento a otro lugar y así regodearse frente al griego de que tenía razón después de todo.

 

No obstante, en pocos minutos el obscuro panorama se colocó justo encima de ellos y Kanon miró con reproche a Wyvern; por su parte, el obstinado inglés quiso esperar hasta el último minuto. Pronto, las típicas gotas iniciales comenzaron a caer sobre las cabezas de la pareja esporádicamente. Kanon comenzó a meter los alimentos y botellas dentro del gran canasto cerrado que utilizaron para cargar los enceres del picnic.

 

— ¿Ya nos vamos? — exigió el griego —. El camino hacia el automóvil es largo y no trajimos paraguas.

 

Radamanthys gruñó entre dientes y todavía permaneció aguardando un par de minutos hasta que el goterío comenzó a ser incesante. Sin más remedio, el abogado se levantó y finalmente se puso en camino detrás del cantante hasta el estacionamiento del parque.

 

Era cierto lo que había razonado el pelilargo: habían elegido permanecer en un paraje bastante arrinconado y alejado de las zonas más concurridas de aquel bonito bosque escocés por propuesta de Radamanthys. Básicamente en caso de que ambos se pusieran cariñosos, pues el inglés aún tenía muchas dificultades en encarar todas las consecuencias sociales de estar saliendo con otro hombre.

 

Para cuando llegaron al Mazda color plomo del abogado, la pareja y su cesta de comida se encontraban sumamente empapados y con los zapatos llenos de lodo a causa del difícil trayecto hacia el transporte.

 

El entrar al automóvil, ambos suspiraron aliviados de haber salido de aquella tormenta inesperada que se había desatado en el lugar. Kanon comenzó a retirarse todo el cabello que se había pegado a su rostro como consecuencia del agua, incluso tuvo que exprimir un poco su larga cabellera. Pronto, el griego comenzó a sentir frío y lamentó que su abrigo estuviera en la cajuela del carro, en verdad no quería volver a salir a la lluvia. Para distraerse un poco, el cantante inspeccionó con la mirada lo que sucedía fuera del coche a través de las ventanas, la mayoría de los visitantes había escapado a tiempo al parecer, pues no había ningún otro auto cerca de ellos. Además, la espesa lluvia no permitía ver más allá de unos metros. Luego, miró a Wyvern para saber si el inglés también tenía frío y así animarse finalmente a enfrentarse al aguacero y tomar no sólo una, sino por dos prendas abrigadoras del portaequipaje. Cuando encaró al otro, se sorprendió de verle con rostro enfadado y con la ceja fruncida por el enojo.

 

— ¿Qué te sucede? — preguntó con auténtica sorpresa el griego — ¿No te gusta mojarte?

 

— No, no es eso — objetó Radamanthys saliendo del sopor en el que se había hundido él solo —. Eso sólo que… — No quiso terminar la oración, incluso apretó los labios y chasqueó los dientes.

 

— ¿Es sólo que qué? — insistió Kanon levantando la voz.

 

— Ah… — el rubio gruñó suavemente y golpeo el volante del Mazda con las palmas de sus manos para desquitar ligeramente su estrés, luego se rindió —. Estoy molesto con el reporte del clima, con el día, con la mala suerte. Planeamos esta cita tanto. Sólo quería que fuera perfecta. Detesto cuando las cosas bajo mi responsabilidad salen mal —

 

El griego soltó un par de risas sedosas y se relajó en su asiento, luego se giró para mirar a Wyvern y le dedicó una mirada afable.

 

— Tienes que dejar de ser tan estricto o te vas a volver loco. No todo puede estar bajo tu juicio y control, sobretodo el clima. — Pronto, el cantante logró atrapar aquella brava mirada ámbar con la suya propia y le dedicó alguna clase de vistazo travieso mientras entrecerraba sus ojos esmeraldas —. Además, siempre se puede tomar ventaja de los peores escenarios y la mala fortuna. Para ser honestos, esa es la historia de mi vida — confesó el griego.

 

— ¿Ah, sí? — reprochó incrédulo el rubio — ¿Cómo puede mejorar esto? ¿Quieres tomar el picnic bajo la lluvia?

 

— A veces eres tan idiota y cabezota. — El gemelo rodó los ojos y luego se incorporó un poco en su asiento —. Yo estaba pensando en algo mucho mejor, probablemente algo así… —

 

Entonces, acercó la mitad de su cuerpo al otro asiento y con ambas manos tomó el rostro de Radamanthys y comenzó a besarle en los labios. El rubio permitió la caricia en una actitud bastante fría; sin embargo, poco a poco comenzó a rendirse holgadamente a aquella deliciosa estimulación oral. En breve, Radamanthys optó por una postura más equilibrada para ambos y su cuerpo se acercó al asiento del copiloto y rodeó con uno de sus fuertes brazos los hombros del griego mientras que con el otro le tomó por el mentón.

 

Con el paso de los minutos, la intensidad de la caricia aumentó exponencialmente. Pronto, el beso se tornó bastante húmedo y además comenzaron a recorrer sus mutuos labios por el cuello del otro, la mandíbula o el lóbulo de las orejas. La temperatura de sus cuerpos se elevó peligrosamente, tanto que los vidrios comenzaron a empañarse igual de rápido. Para el inglés sus posiciones comenzaron a estorbar demasiado, así que en un ágil movimiento se trasladó al asiento de Kanon y se posicionó frente a él, sentándose a horcajadas sobre su regazo. En el acto, el rubio golpeó un poco su cabeza con el techo; el griego rió mientras hacía el asiento hacia atrás para que Wyvern adoptara una mejor postura sobre él. El pelilargo estaba complacido con la voracidad del inglés la cuál comenzaba a resultar bastante fácil de desatar conforme el tiempo desde que comenzaron a salir juntos se acumulaba.

 

Así, las inquietas manos de Radamanthys comenzaron a recorrerle todo el torso por encima de la ropa y su beso comenzó a tornarse más arrebatado, sobre todo cuando mordisqueaba la zona del labio inferior de Kanon justo donde el griego tenía un piercing. El gemelo, por su parte no se quedó atrás e introdujo su tacto por la espalda del abogado, debajo de la camisa que había desfajado furiosamente en tan solo unos segundos.

 

No obstante cuando la pelvis del inglés comenzó a frotarse con insistencia sobre su entrepierna, el cantante supo que era hora de detener eso. No era que tuviera miedo de tener sexo en el automóvil; sin duda era una experiencia peculiar la cual había experimentado varias veces previamente y que de hecho le encantaría llevar a cabo con Wyvern, pero no aquella esa vez, no la primera.

 

— Rada… — alcanzó a mascullar despegando sus labios de los ajenos; sin embargo, el rubio los aprisionaba de nueva cuenta demasiado rápido —. Radamanthys… — insistió Kanon con mayor decisión, pero con los mismos resultados — ¡Para, detente ya! — Haciendo uso de una fuerza considerable de sus brazos separó al otro hombre de él y se hizo responsable de encarar esa mirada dorada llena de desilusión e irritación.

 

— ¿No quieres que sigamos? — le recriminó llanamente el abogado con voz ronca.

 

— No es eso; me muero por esto, pero… — se defendió Kanon con firmeza.

 

— ¿Pero? — siguió clavando el cuestionamiento Wyvern arqueando la ceja izquierda.

 

— ¡Dioses, tenemos más de un año de conocernos y desde que te vi quise montarte! — escupió el griego con auténtica frustración —. Y ahora sólo quisiera que fuese un poco más especial, maldita sea — admitió con bastante enfado, esquivando la ámbar mirada del otro.

 

Radamanthys regresó a su lugar correspondiente en el Mazda con celeridad y entonces hubo un largo minuto incómodo dentro del automóvil. Kanon no lo soportó y prefirió salir a la lluvia a enfriarse a la fuerza.

 

— Abre la cajuela, iré por los abrigos — le ordenó al rubio y, sin esperar respuesta alguna, abrió la puerta del copiloto. Cuando regresó, el cambio de temperatura había desempañado levemente los vidrios.

 

En breve, Wyvern encendió la carrocería y se dispuso a manejar de regreso a Londres. Durante las cerca de dos horas de trayecto por autopista, la atmósfera entre ambos fue relajándose paulatinamente. Al cabo de una hora, los dos ya estaban charlando de otros temas casuales y Kanon puso la radio y disfrutó poniendo canciones pegajosas, sosas y pop para molestar a Radamanthys, pues sabía cuánto odiaba el inglés esas cosas. Sus irrelevante peleas por el control de la música finalmente tumbaron el momento de tensión y al llegar a la capital inglesa comieron en un restaurante que en adelante sería su favorito, pues ahí se comía deliciosa comida internacional y los dueños del lugar les daban un trato especial, pues siempre los pasaban a un salón privado para evitar conglomeraciones o paparazzi engorrosos que estuviesen al acecho de la estrella de rock.

 

La noche les sorprendió al salir de tomar sus exquisitos alimentos y posteriormente el rubio llevó al griego al hotel donde se estaba hospedando. Se despidieron con un corto beso en los labios dentro del Mazda.

 

— Prometiste que mañana me ayudarías a buscar un buen departamento en Londres — le amenazó el gemelo antes de bajar.

 

— Así es, mañana estaré aquí a mediodía — le tranquilizó el inglés.

 

Cuando Radamanthys se cercioró de que el cantante entrara al opulento hotel arrancó para dirigirse hacia su propio departamento.

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Diciembre 2012

 

Los Wyvern eran un clan que había sobrevivido a través de los siglos en Gran Bretaña. A pesar de no poseer títulos nobiliarios importantes, su influencia y prestigio entre las familias nobles de Inglaterra y fuera del país era un aspecto a considerar. El clan era reconocido por la disciplina marcial que recibían sus miembros masculinos desde la infancia, se les educaba con rectitud y valores bastante tradicionales. Por su parte, de las mujeres nacidas en el seno de la familia no se esperaba menos y, de hecho, las reglas eran aún más estrictas con ellas.

 

La sede de los Wyvern se encontraba en el actual condado inglés de Northumbeland, en los límites norteños con Escocia. Este vasto y duro territorio había sido el escenario de incontables batallas políticas y religiosas por centurias; sin embargo, el clan que había adoptado el escudo de armas con la silueta de un violeta dragón Wyvern, permaneció perpetuamente leal a Inglaterra, a su Rey y a su religión. Por ello, este linaje gozaba de tanto prestigio y aproximadamente trescientos cinuenta años atrás, el entonces duque de Newcastle les otorgó un pequeño castillo en estas tierras desoladas, muy cerca del frío Mar del Norte.

 

El origen del clan era de absoluto origen germánico y, de hecho, se decía que su auténtica y completa lealtad pertenecía a la antiquísima y noble familia Heinstein. En las cortes inglesas de antaño siempre se rumoreó venenosamente que si los Heinstein ordenaran a los Wyvern rebelarse a Inglaterra, la familia del símbolo del dragón violeta se volcaría contra el Rey o la Reina sin titubear ni un ápice.

 

Así, en el seno de esta estricta familia, Radamanthys había nacido veintinueve años atrás en un castillo de duras condiciones de supervivencia. Era el primogénito del actual líder del clan y, por lo tanto, se esperaba que el rubio tomase su lugar debidamente llegado el momento.

 

El abogado, naturalmente, sentía un autómata sentimiento de deber hacia su clan, sembrado cuidadosamente durante su educación infantil; no obstante, cuando la familia Heinstein le ofreció salir de aquel monasterio que se hacía llamar su hogar para prepararse y convertirse en un brillante profesionista al servicio directo del futuro señor Hades, Radamanthys no dudó y el resto de su vida supo que había sido la mejor decisión que pudo tomar en toda su existencia.

 

Aún quedaba mucho de la obsesiva y severa educación de su familia en él, pero gracias a esta oportunidad había conocido el mundo, ahora se sentía un ser humano autónomo, útil a su señor Hades y, de hecho, logró vivir la mitad de su vida completamente libre… y así había podido conocer a Kanon y podía admitir sin remordimientos que se había enamorado profunda y sinceramente por primera y seguramente única vez en su vida.

 

Luego del amargo episodio en Athenas, el inglés intentó contactarse con su ex amante con vehemencia y no fue capaz de pensar en otra cosa por días, importándole un bledo las amenazas de Saga, el poderoso e influyente hermano gemelo del hombre del que estaba enamorado. Valentine tuvo que hacer una intervención de urgencia para recordarle que no podía hundirse en su tragedia amorosa, pues tenía toda una sede jurídica de importancia mundial bajo su mando que contaba con él. Este discurso despertó a Radamanthys quien nunca antes escuchó a su leal asistente hablarle con semejante autoridad tajante.

 

Jamás confesaría que aún después de intentar recuperar el ritmo de su vida normal, Wyvern lloró algunas noches escondiendo la cara en su almohada, la cual aún guardaba un poco del aroma de Kanon, cuyo recuerdo se resistía a abandonar en general el lecho y la casa que había compartido con el inglés por meses.

 

La verdad, actualmente el abogado no se había recuperado emocionalmente ni siquiera en un diez por ciento y lo último que quería era estar presente en una reunión familiar en la que él era el tema principal de atención y conversación; sin embargo, ahí se encontraba ahora mismo sentado en el comedor más grande del castillo unos días antes de Navidad rodeado de la mayor parte de miembros del clan que se habían reunido en primer lugar para festejar ceremoniosamente las fiestas del Fin de Año y en segundo lugar para hacer comidilla de la gran y maravillosa noticia del esperado matrimonio por años de su futuro líder con Pandora Heinstein.

 

Cada comentario que otro Wyvern le hacía a modo de felicitación, cuestionamiento o envidia, Radamanthys respondía con aspereza y acritud; pero aquello no era raro para los parámetros de apatía de los miembros del clan. Esto le venía perfecto al abogado, pues no tenía humor para dar explicaciones, mucho menos a sus cuadrados e inflexibles parientes.

 

Al terminar de cenar, hastiado, anunció su retiro de la mesa y se saltó las ceremonias familiares de sobremesa deliberadamente, supo que recibió múltiples miradas de desaprobación y aunque algunos años atrás esto le hubiese afectado personalmente, actualmente no podía importarle menos. Se reclutó en cualquier otro rincón del frío castillo. La verdad, no tenía intenciones de soportar otro par de horas de aquella verbena en nombre de su próxima boda en medio de cigarrillos, puros y licores digestivos, mucho menos si de su mente no podía sacar a cierto griego de larga cabellera añil.

 

Luego de buscar un lugar adecuado que no fuese su habitación, encontró una solitaria estancia pequeña y acogedora. Una vez adentro, encendió el interruptor de las lámparas del techo y luego se dispuso a encender la chimenea para calmar un poco la helada sensación del ambiente. Cuando lo logró después de un largo rato, se sentó en un sofá aunque viejo, bastante cómodo. Al recostar la rubia cabeza en el acolchado respaldo, el inglés pudo relajarse un poco; lamentablemente el gusto le duró poco pues sus ojos hallaron en la habitación una de las al menos quince réplicas que existían en la residencia Wyvern de un antiguo retrato pintado al óleo con sumo talento artístico.

 

En la pintura aparecía una mujer de perfil, ella era joven y sumamente hermosa, poseía de larga cabellera negra; además, la exquisita dama era abrazada por detrás por un hombre apuesto, alto y fornido. Él era rubio y de expresiones duras y a la vez varoniles y apuestas. Pandora I y Radamanthys III, ambos ancestros venerables del clan que habían formado un próspero matrimonio que significó el último hito histórico en el linaje Wyvern.

 

Aproximadamente doscientos cincuenta años atrás, los Heinstein libraron una cruenta guerra contra sus tradicionales enemigos; sin embargo, en el seno de la misma familia germana aconteció una traición terrible que mermó las filas de los ejércitos de aquella noble casa. Para entonces, Pandora I, siendo todavía una niña, fue obligada a tomar el liderazgo de los suyos y convertirse en la comandante de las batallas; desafortunadamente, primero por ser mujer y en segundo por ser tan joven, las familias aliadas de toda Europa se negaron a rendir lealtad a los Heinsten escandalizados de tener que inclinarse frente a Pandora I. En este panorama de adversidad, las hordas Wyvern arribaron a la corte Heinstein en plena crisis que estaba llevando al clan germano al borde de la extinción. Al frente del clan inglés estaba el poderoso y respetado líder Radamanthys III. Todos esperaban que el orgulloso y majestuoso hombre escupiera en el rostro de la joven comandante, pero su reacción dejó boquiabiertos a todos los presentes. El jefe del clan del dragón violeta entró a la sala de audiencias donde la muchacha se encontraba sentada en el lugar que le correspondía. Él caminó con decisión por toda la roja alfombra que conducía al asiento elevado de ella y, estando a unos pasos de la jovencita, se arrodilló y declamó su juramento de lealtad con fuerza y decisión. Este acto maravilloso devolvió a Pandora I el control automático de la mitad de las familias aliadas y luego recuperó paulatinamente el dominio del resto.

 

La pareja libró múltiples batallas y Radamanthys arriesgó su vida varias veces sólo para salvar la de ella. Luego de muchos y largos años, los Heinstein firmaron un acuerdo de paz con sus enemigos y la tranquilidad volvió a las vidas de los involucrados que habían logrado sobrevivir a la guerra. Enamorados, Pandora y Radamanthys finalmente contrajeron matrimonio en Inglaterra y a ella no le importó perder su apellido Heinstein para adoptar el de Wyvern, de acuerdo a las tradiciones matrimoniales de la época. La feliz pareja dirigió al clan por cuarenta años gloriosos y Pandora I dio a Radamanthys III siete hermosos y saludables hijos: cuatro varones y tres hembras, todos ellos reconocidos como miembros prominentes del linaje.

 

Para el clan del dragón violeta este anecdótico matrimonio era sin duda un parte aguas en su relación con los Heinstein y les garantizaba su actual posición privilegiada inamovible.

 

Radamanthys suspiró con pesar y quiso beberse una botella de whisky entera para dejar de pensar con demasiada carga moral y así lograr cesar de torturarse a sí mismo al menos por unos momentos. Toda su vida había admirado profundamente a su ancestro con el cual compartía nombre y posición, cuando lo comprometieron con la señorita Pandora en plena pubertad, él sintió profunda emoción no por la mujer, sino porque creía que estaba repitiendo los pasos de aquel ídolo familiar ¡Qué estúpido y qué ingenuo había sido! Ahora mismo daría lo que fuera por ser una persona diferente, con un apellido diferente que simplemente pudiera ser feliz con la persona que amaba.

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Notas finales:

Se me antoja trabajar un poco más en el trasfondo de Radamanthys a parte del de Kanon. Pareciera que el inglés tuvo una vida más estable comparado con el drama que ha vivido nuestro querido gemelo, pero puede ser que tanta estabilidad y rectitud en la infancia del rubio sean cadenas que le impidan, en efecto, tomar la decisión adecuada.

 

Debo confesar que también me encanta la pareja de Radamanthys y Pandora, sobretodo la dupla amo-sirviente que hacen en Lost Canvas. Así que, como se han dado cuenta, nunca pierdo la oportunidad de meter cucharas personales en mis propios relatos. Si no lo percibieron o no son muy asiduos al spin-off de Teshirogi. La historia de Pandora I y Radamanthys III está inspirada en ellos dos dentro de la historia de Lienzo Perdido.

 

Sé que llevo mucho tiempo dejándo a los seguidores de esta historia esperando por las actualizaciones ¡Una gran disculpa! Procuraré sinceramente subir un capítulo nuevo cada semana de ser posible. Hay lectores que me hacen despertar y darme cuenta que el fanfic tiene seguidores ansiosos y leales quienes muy dulcemente me contactas de manera personal ¡Muchas gracias!


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