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Rock you like a hurricane por Athena Selas

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Rock you like a hurricane

Capítulo 16


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Marzo 2011

 

Radamanthys, desesperado, no era capaz de encontrar un cajón de estacionamiento en aquel hospital privado ubicado en la Ciudad de Canterbury. Finalmente halló un lugar adecuado donde aparcar su Mazda y colocó el automóvil aprisa. Bajó del vehículo nervioso y caminó hacia los elevadores mientras escuchaba cómo una ambulancia se aproximaba a toda prisa a la entrada de emergencias de aquel inmueble. Aquella sensación le heló la sangre y apresuró mucho más su paso.

 

No tenía idea de qué era lo que encontraría ahí y aquella incertidumbre lo volvía loco. Unas horas atrás simplemente recibió la llamada de un empleado de aquel hospital avisándole que el automóvil donde viajaba Kanon había sufrido un aparatoso accidente y los lesionados habían sido trasladados a aquel centro médico. Wyvern, de inmediato, se encargó de dejar en orden las cosas en su oficina y salió a toda prisa hacia el lugar indicado.

 

Ya dentro del hospital, halló rápidamente al módulo de información y ahí las recepcionistas lo dirigieron a emergencias. Aquello hizo al corazón del inglés dar un brinco de dolor y conforme caminaba por aquellos inmaculados pasillos la sangre se le heló imaginando lo peor.

 

Al llegar a la recepción de emergencias, brindó el número de paciente que pertenecía a Kanon y que el empleado en el teléfono le había proporcionado horas atrás. La enfermera que le atendió revisó en su computadora y lo encontró rápidamente.

 

— El señor Kanon Didymoi ingresó a la clínica aproximadamente a las 11.25 a.m a emergencias, actualmente su estado se reporta estable — informó la amable mujer y esas palabras revivieron y aliviaron a Wyvern —. Parece que ahora mismo se encuentra en la clínica esperando una revisión médica para darlo de alta, puede pasar a acompañarlo ¿Es un familiar suyo? — preguntó dulcemente la empleada.

 

— No… — admitió Radamanthys, dándose cuenta de lo que tenía que decir a continuación y aquello le pareció engorroso y se sintió avergonzado —. Soy… soy su pareja — el rostro del inglés enrojeció un poco y su mandíbula se estresó.

 

— Muy bien ¿Puede proporcionarme sus datos para registrarlo como visita? — continuó orientándolo la mujer con una sonrisa amable.

 

— Soy Radamanthys… Milton — mintió con su apellido y aquello le hizo sentir terriblemente culpable.

 

— Correcto, señor Milton — tecleó la mujer en su computadora —. Por favor, diríjase a la clínica del ala este que se encuentra en… — la mujer le brindó las instrucciones necesarias para llegar, Wyvern la escuchó atentamente y luego de agradecer la atención se dirigió al sitio indicado.

 

El rubio caminó por el hospital, el cual era bastante bonito y daba la sensación de ser nuevo y recién construido. Además, las cosas parecían bien ordenadas y eficaces. Pasó de largo una sala de espera que parecía cómoda por los sillones azules donde los acompañantes aguardaban frente a grandes pantallas de entretenimiento. Después cruzó unas puertas automáticas de cristal y atravesó un pasillo algo más solitario.

 

Caminó hacia la clínica indicada, entonces escuchó que se aproximaban algunas personas en sentido contrario, mantenían una charla acalorada.

 

— ¿Viste quién estaba ahí? ¡Era el cantante de Poseidon! ¿Cómo se llama? No lo recuerdo, pero era él sin duda.

 

— ¿Él estuvo en el accidente de la mañana en el acantilado? ¡Qué tipo con más suerte! Escuché que uno de los pasajeros no sobrevivió la caída.

 

— ¡Pero qué va! Se lo tienen bien ganado ¿No escuchaste a las enfermeras? Los tipos estaban demasiado drogados y tomados, por eso los médicos la tuvieron más difícil cuando ingresaron con esas cantidades de estupefacientes en la sangre yo creo que… -

 

Aquellas personas se alejaron y el rubio no pudo escuchar más, pero tuvo suficiente. Cuando cruzó las siguientes puertas automáticas tenía los puños apretados y rechinaba los dientes. Ahí estaban algunos consultorios y una pequeña salita de espera en donde sólo se encontraba Kanon sentado aguardando que el médico u enfermera lo llamara.

 

En, efecto, el griego estaba intacto considerando que el automóvil donde viajaba había tenido tan aparatoso accidente. Su rostro estaba lleno de raspones y una que otra sutura en la frente, cada una cubierta por gasas. Tenía el brazo izquierdo inmovilizado por una férula descansando en un cabestrillo. Vestía ropas de paciente de aquella clínica que parecían un piyama color malva.

 

Kanon notó pronto su llegada, sorpendido de verlo ahí y su rostro herido se iluminó completamente, pero Wyvern no le devolvió la sonrisa conforme se acercaba a él.

 

— Viniste — habló el gemelo encantado con la visita. Unas horas antes había pedido a un enfermero comunicarse con su actual pareja para informarle de su paradero, pues el inglés fue el único que creyó que valía la pena avisarle del accidente de inmediato, aunque seguramente Kirshna, la banda y Julián se enterarían eventualmente y la verdad no estaba de humor para los sermones de todos ellos.

 

— Eres un imbécil — fue la única declaración de Radamanthys y aquello borró de inmediato el gusto en el rostro del cantante.

 

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El desarrollo de las siguientes horas fue tenso. Wyvern acompañó a Kanon en el hospital con un rostro serio como piedra sin preguntar demasiado. Mientras el griego se mordía el labio inferior experimentando los efectos esperados del desprecio de Radamanthys: se sentía culpable, incómodo y mal consigo mismo. Había momentos en que deseaba gritarle que se largara y lo dejara en paz, pues no tenía derecho de tratar así a su pareja.

 

No obstante, el cantante lograba calmar sus desbocadas emociones, seguramente gracias a los calmantes que le habían administrado en el hospital para mitigar el dolor físico, y sólo se limitaba a tomar la mano del rubio y la apretaba con fuerza, no con cariño, pero sí como una descarga de sus sensaciones negativas hacia el inglés en esos momentos.

 

Cuando Kanon fue dado de alta pronto y, en silencio, caminó detrás del rubio por el hospital para dirigirse al estacionamiento en donde abordaron el Mazda en aquella misma actitud arisca. Finalmente se retiraron del ligar con diligencia.

 

— Es muy extraño que no haya ido la policía a hacerte preguntas por el accidente, después de todo alguien murió — soltó el rubio con un gélido tono de voz.

 

El gemelo emitió un lánguido gruñido de molestia renuente a contestarle a su pareja, pero al parecer aquella sería la única conversación que tendría con Radamanthys quien ni siquiera había querido besarlo desde el hospital, el muy desgraciado.

 

— Fueron antes de que tú llegaras. Les dije que no respondería hasta estar con mi abogado al cual ni siquiera llamé, bueno, tú eres abogado, pero no te hice venir por eso. No regresaron, supongo que alguno más de los involucrados que estaba consciente les contestó, no había mucho que decir, quien murió fue el conductor de la camioneta. —

 

Y aquel esfuerzo que hizo Kanon en responder fue en vano, pues el rubio no volvió a abrir la boca. El cantante sintió sus entrañas arder. Tenía ganas de hacerle detener el automóvil para bajarse y mandarlo al demonio, pero sorprendentemente el pelilargo respiró hondo y soportó aquel episodio tenso.

 

En una hora y media se encontraban de regreso en Londres y Wyvern manejó hacia el condominio de Kanon. Cuando el inglés se aparcó para dejarlo frente a la entrada sin la intención de acompañarlo, el gemelo explotó.

 

— ¿Por qué haces esto, idiota? Créeme que no te llamé sólo para que fueras mi chófer, en ese caso hubiera avisado a cualquier… —

 

— ¿Por qué me llamaste entonces Kanon? — lo enfrentó el otro duramente clavando sus ojos ámbar en los esmeraldas del otro.

 

— Porque te necesitaba ¡Estuve a punto de morir y aquello me puso mal! Aún te necesito, imbécil y tú no haces más que… —

 

— ¿Qué hago? ¿Estar enfadado contigo? — lo interrumpió el abogado por segunda vez —. Tengo todo el derecho, Kanon ¿Crees que no estaba aterrado cuando me llamaron diciéndome cosas tan poco claras desde el hospital de Canterbury? ¿Y qué me encuentro en el hospital? Que presuntamente casi te mataste porque estabas drogándote con tus descerebrados amiguitos —. El inglés quiso continuar, pero se detuvo abruptamente.

 

— Yo no estaba drogado, gracias por molestarte en preguntarme primero y asumir lo que la gente dice —. El gemelo sentía su estómago hervir y, para colmo, sus ojos escocerse. — ¿Quitas lose seguros de la puerta, por favor?

 

— Kanon, es en este punto de mi vida en que puedo tener una vuelta atrás contigo.

 

— ¿Vas a terminar conmigo en tu automóvil aquí y ahora, maldito Wyvern?

 

— ¿Quieres callarte, Didymoi? — exclamó el rubio apretando el volante de su vehículo —. Nunca había sentido lo que estoy experimentando contigo, Kanon y por momentos me asusta, pero al mismo tiempo quiero adentrarme más y más en lo que sea en lo que me esté metiendo contigo. Ahora mismo llegué al punto en que no me importa si eres una estrella de rock o el chico de intendencia, mientras pueda estar junto a ti; no obstante… no soporto la idea de que te hagas daño. No la tolero. Y cuando consumes drogas, siento que estás destruyéndote a propósito porque te odias demasiado. Yo… no quiero una relación en la que deba recogerte del hospital continuamente o en la que deba pelearme con aquellas alimañas que llamas amigos para sacarte de los nidos de perdición donde se alcoholizan y se drogan tan degradantemente —.

 

Radamanthys soltó aquella confesión y después dio un largo suspiro. Cerró los ojos y esperó a que Kanon le gritara una sarta de blasfemias y saliera del automóvil azotando la puerta, pero eso nunca sucedió. El gemelo permaneció en su asiento, mirando su propio regazo, el flequillo de su melena azul ocultaba su expresión.

 

— Ayúdame — fue la única palabra que salió de los labios del griego, era una súplica cargada de orgullo roto.

 

Wyvern exhaló conmovido y estiró su mano izquierda para acercarla al regazo del gemelo, en donde atrapó la mano derecha del pelilargo y la apretó cariñosamente. El rubio la sostuvo como respuesta afirmativa a la petición tan maravillosa de su pareja, luego sintió tibias lágrimas ajenas mojar sus dedos entrelazados con la mano sana de Kanon.

 

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Mayo 2013

 

Julián no podía conciliar el sueño en medio de la noche. Era a causa de la euforia que aún experimentaba por lo que acababa de suceder unas horas atrás. El joven millonario estaba metido dentro de las sábanas de la gigantesca cama de la suite del hotel Hilton de la Ciudad México. A su lado, a algunos centímetros de distancia se encontraba el cuerpo desnudo de Kanon sumido en un profundo sueño, recostado en posición fetal dándole la espalda a Julián. El silencio de la ostentosa habitación permitía escuchar la acompasada respiración que el griego solía emitir al dormir.

 

El Rey de los Mares estaba radiante y aquella felicidad era la causa de su insomnio. Le había hecho el amor a Kanon nuevamente después de muchos años, más de tres para ser exactos, sin que el cantante le permitiera compartir su cama.Desde su lugar el apuesto magnate tomó con delicadeza el cabello color añil del durmiente, atrajo un mechón de la larga melena del gemelo hacia él y la a acarició entre sus dedos para luego pasarse aquella hebra por debajo de la nariz y deleitarse con el aroma de su Dragón Marino.

 

¿Cómo era posible que una sola persona lograra volverlo tan loco? No se lo explicaba, pues además era la segunda vez que le sucedía. La primera vez que se obsesionó de esa manera con alguien fue con Saori Kido y la jovencita despreció su corazón como si fuera poca cosa.

 

Al recordar esto, Julián estrujó la hebra de sedosos cabellos azules con fuerza, jalándolos demasiado. Como consecuencia, el gemelo se removió un poco en su lugar y el millonario se dio cuenta de que perturbaba el sueño de su amado Dragón Marino así que devolvió el precioso mechón añil a su lugar.

 

Siempre supo que Kanon volvería a él de alguna u otra forma. Al fin y al cabo el Rey de los Mares quedó prendado del irresistible griego desde su primero encuentro, muchos años atrás. Julián suspiró y se le antojó volver a recordar aquel día en que el destino puso a Kanon en su camino. El joven Solo cerró los ojos y recordó ese episodio en sus memorias.

 

Julián era el joven heredero de la poderosa familia Solo, cuyas riquezas eran producto del comercio marítimo y las sólidas inversiones que la familia había construido por generaciones en torno a este lucrativo imperio. Como miembro prominente de este linaje bendecido por los mares, Julián fue enviado a un prestigioso internado en Italia. En aquel lugar las reglas eran duras y estrictas, pues tenían el propósito de formarlo como un gran líder de temple indestructible, listo para ser un prodigioso administrador con espíritu emprendedor, preparado para defender a su familia y sus riquezas con astucia y elegancia dignas del estatus que ostentaba.

 

A pesar de cargar con todas estas responsabilidades a cuestas, el joven de cabellera celeste todavía era un muchacho quien acababa de pasar a la secundaria y le era difícil enfrentar su futuro. Él no quería saber nada de administración, de liderazgo, negociaciones, finanzas, estrategia o política. A sus tiernos doce años él sólo quería tener un respiro del colegio para dedicarse a su pasatiempo: la fauna marina.

 

No a todo el mundo le agradaba la desfachatez del heredero de una de familias más ricas de Europa, o al menos ese era el pretexto de un grupo de bravucones que acosaban de vez en cuando a Julián, aunque no directamente, pues sabían lo que les convenía.

 

Por ejemplo aquella vez: Julián tenía escondida una pequeña tortuga en su habitación. Primeramente las reglas del internado prohíban explícitamente cualquier tipo de mascotas, pero el muchacho de cabellera celeste había rescatado al animalito de las fauces de un perro y después curo las heridas de la tortuguita. De este modo la había adoptado y, aprovechando que era una criatura muy silenciosa, la mantuvo escondida en su cuarto por algunas semanas. No obstante, los bravucones encontraron su secreto y en vez de acusarlo con las autoridades del internado, decidieron secuestrar a la tortuga y torturarla lentamente, enviando a Julián notas de amenaza de que la asesinarían muy pronto por simple diversión.

 

El joven magnate tenía una determinación sólida como una montaña y de alguna manera se las arregló para rescatar a su querida mascota de las manos de aquellas alimañas. No obstante, fue descubierto en el acto y Julián huyó del internado para poner al herido animal a salvo. No se le ocurrió otra solución más que ir hacia el océano en donde tuvo la intención de liberarla, aunque fuera una idea descabellada porque la criatura estaba herida y no era una tortuga de mar.

 

El internado se hallaba cerca de Nápoles, por lo que la costa no estaba muy lejos. Y ahí, con una tortuga herida envuelta en un pañuelo de seda, huyendo de aquellos retorcidos niños, Julián lo vio por primera vez.

 

Kanon era el único ser humano que se hallaba aquella tarde en el muelle de aquel puerto mediterráneo al que el muchacho de nombre Julián había llegado casi sin aliento protegiendo como su vida a aquel animalito de caparazón verde y amarillo.

 

El griego miró con curiosidad al joven recién llegado. Kanon tenía diecinueve años de edad en ese entonces y mantenía dos empleos en aquel pueblo: era guardavidas de medio tiempo en una playa turística cercana y por las noches era mesero en un bar. Todo para sobrevivir con lo elemental y pagar la renta de su minúsculo cuarto.

 

— Conozco ese uniforme… — habló el griego en un terrible italiano —. Eres un chico del internado ¿Qué haces aquí sólo? Puede ser peligroso.

 

Julián sintió alivio al escuchar por primera vez la voz del desconocido y su intuición le dijo que podía confiar en él.

 

— Ayuda… por favor — y dejó al mayor asomarse en su pañuelo para mirar a la tortuga herida que llevaba.

 

En pocos segundos tres o cuatro niños con los mismos uniformes alcanzaron al muchacho de cabellera celeste en el muelle, aquellos bribones tenían los ojos encendidos de venganza. Kanon no tardó en comprender la situación y se puso de pie, pues estaba sentado disfrutando del atardecer en el mediterráneo.

 

Pasó a un lado de Julián y posó una mano sobre su hombro y le dijo.

 

— No te preocupes más.

 

Kanon encaró a los bravucones de secundaria y el heredero de los Solo escuchó a lo lejos una conversación entre Kanon y la pandilla. Al principio parecía que el griego quería conciliar las cosas pacíficamente y Julián cerró los ojos frustrado: aquello era inútil; sin embargo, poco a poco el tono del mayor fue tornándose aterrador. Comenzó a encarar uno a uno, cuestionando sus motivos para creerse los maleantes del colegio de niños ricos.Julián no supo cómo aquel hombre desveló la verdad y las inseguridades de cada uno de los chiquillos sólo con mirarlos a los ojos. Al haber puesto sus almas al descubierto, ni todo el dinero de sus familias podían salvarlos de esa vergüenza y humillación. Al final, Kanon lanzó sutiles amenazas respecto a no volver a agredir psicológica o físicamente a Julián, a sus mascotas o amigos porque el griego se enteraría. Y así, los bravucones se retiraron por su propio pie, sin atreverse a ver al joven Solo.

 

El mayor volvió a su lado y Julián estaba impresionado con lo que acababa de pasar. El griego le transmitió seguridad.

 

— ¿Me dejas ver esa tortuga? — pidió su salvador.

 

Aquel día Kanon tomó bajo su cuidado al animalito y lo llevó a su casa para sanar sus heridas. Se volvió en nuevo dueño de la tortuga y Julián y él se reunían de vez en cuando en el mismo muelle con el pretexto de que el joven Solo supiera sobre su antigua mascota que recibió el nombre de Nereida. El griego llevaba la tortuga a los encuentros que eran breves las primeras veces, pues el único objetivo de aquellas reuniones era acercar a Julián con Nereida; no obstante, poco a poco la amistad entre ambos comenzó a florecer, a pesar de la diferencia de edad de seis años entre ellos.

 

Nereida aún existía hoy en día, pero había crecido muchísimo. Era una saludable tortuga que medía unos respetables 40 centímetros de largo. Ella vivía tranquilamente en la mansión Solo de Italia. Julián mandó a construir un primoroso estanque en el jardín exclusivo para ella y otras dos tortugas más pequeñas que le hacían compañía.

 

Julián no siempre estuvo enamorado de Kanon, de hecho, el magnate tuvo como primer amor a Saori Kido, quien irónicamente estaba involucrada en el pasado secreto del griego.

 

Para ser honestos fue hasta que Julián acudió a la universidad, dentro de aquel ambiente de promiscuidad juvenil lleno de exploración sexual, en donde el joven Solo tuvo contacto con su lado homosexual por primera vez y lo abrazó. Fue así que durante esos días Julián admitió que reprimió deseos y anhelos por su viejo amigo Kanon desde hacía un par de años y estaba determinado a consumarlos hasta el final. Lo que Julián no esperaba era que la sensación de hacer el amor con el griego se convertiría en una necesidad terriblemente adictiva. Tampoco pronosticó que terminaría amando a su Dragón Marino con semejante desenfreno, al grado que había declarado que nunca se casaría, porque el único destinado a ser su marido era Kanon Didymoi.

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Tenma había podido comunicarse con la Fundación Athena desde el Castillo de Hades a través de un teléfono móvil. El patriarca estaba muerto de preocupación y había ordenado a Dohko ir de inmediato a una misión de rescate por el jovencito perdido. Shion incluso creyó al principio que los perversos Heinstein tenían secuestrado al chiquillo. El alterado patriarca cambió su actitud en cuanto Ikki arrebató el teléfono a Tenma y habló con la cabeza del Santuario.

 

El Fénix comunicó a Shion que él y Tenma estaban actuando bajo órdenes secretas de la señorita Saori, lo cual era una pequeña mentira pero era mejor que alterar los nervios del Patriarca. Le dio su palabra de que cuidaría del más joven y se mantendrían en comunicación con los atenienses. De esa manera Ikki y Tenma pudieron permanecer por algunas semanas en el castillo Heinstein con la bendición del Santuario, dispuestos a descubrir si era cierto que la crisis financiera que estaba desmantelando a la Fundación Athena provenía de las maquinaciones de la familia de Hades.

 

No fue una misión nada fácil, pues los dos muchachos fueron enviados a una habitación, aunque bastante suntuosa, su intención era enclaustrarlos. Los aposentos contaban con un baño gigantesco en el que todos los días las mucamas les preparaban baños de burbujas perfumadas que los dejaban totalmente descansados y relajados. Dormían en camas separadas de mullidos colchones y deliciosas sábanas del lino más fino. Además, todos los días les llevaban las tres comidas a la habitación y les servían en el desayunador dispuesto a un lado del balcón el cual tenía una vista impresionante hacia los alpes bávaros y el espeso bosque alemán.

 

Todas estas banalidades no distrajeron a los atenienses de su misión y habían aprendido a deslizarse a través del castillo sin ser vistos. Tenma buscó con ahínco entrevistarse en persona con su amigo Hades, pero fue no obtuvo muchos resultados.

 

Ikki fue muchísimo más efectivo y dio con la oficina del heredero de los Heinstein al cabo de dos semanas. La tarea más difícil era entrar y poder permanecer a solas al menos por media hora, no fue fácil porque aquel lugar era custodiado a sol y sombra.

 

Una tarde, mientras se desplazaba por el laberíntico castillo notó que había demasiado alboroto en una estancia cercana. El Fénix se escabulló silencioso como un ratón para saber de qué se trataba.

 

Era una sala muy bien amueblada y con una chimenea brindando una agradable sensación de calidez. Había un equipo de unas diez personas discutiendo sobre una mesa rectangular con mantel de encaje. Muchas de ellas sostenían centros de mesa preciosos: pues estaban hechos de piedras pulidas bellísimas que brillaban como diamantes y simulaban flores dentro de floreros igual de artísticos fabricados con vidrio y seda blanca. Cada uno era diferente y las personas alrededor de la mesa decidían acaloradamente cuál era el más adecuado para "la gran celebración"

 

— ¿Qué es lo que estás haciendo aquí? — habló una glaciar voz femenina detrás de él y el Fénix se erizó sorprendido de no haber notado la presencia de ella.

 

— Pandora — pronunció Ikki sin miedo girándose para encarar a la adusta mujer.

 

— ¿Aún no sabes cómo escabullirte en la oficina de mi hermano? — lo retó la hermosa alemana mirándolo desde arriba —. Te recomiendo dejes de intentarlo, será inútil.

 

— ¿Habrá una boda? — preguntó el atractivo hombre moreno con desfachatez, ignorando olímpicamente las palabras de Pandora.

 

Ella torció el labio con incordio, no tenía por qué responder a aquel hombre, pero no quería demostrar debilidad ante él.

 

— Así es — confirmó a secas.

 

— ¿Quién se casa? ¿Alguna prima Heinstein? — arqueó la ceja Ikki mientras continuaba su cuestionario.

 

— Yo soy la que se casará.

 

El Fénix abrió sus ojos azules, pero sus labios permanecieron serios.

 

— ¿Sabes? No luces como una mujer enamorada en lo absoluto.

 

— ¿Necesito estarlo para constituir un matrimonio?

 

— Se supone el requisito principal.

 

— Esas son niñerías. Alguien de tu categoría no comprendería el verdadero significado de un compromiso tan fuerte como lo es un pacto matrimonial.

 

Ikki soltó una risita pendenciera y cerró sus ojos de largas pestañas con paciencia.

 

— Quizás tengas razón, pero alguien de mi "categoría" al menos tendría las agallas para decidir no ser infeliz atrapado en una jaula dorada como tú lo estarás.

 

El moreno regaló una mirada retadora a Pandora mientras se retiraba tranquilamente del lugar. La hermosa mujer se mordió el labio inferior furiosa de que aquel impertinente fuera el único con las agallas de hablarle así, pero además contaba con la protección suficiente para salir airoso de aquellos atrevimientos hacia ella.

 

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El galante hombre noruego llamaba la atención a cada paso que daba por la capital de Inglaterra. No sólo su atractivo físico atrapaba la mirada de hombres, mujeres y niños, sino que además su larga cabellera plateada agregaba un foco de atención por ser casi tan brillante y hermosa como plata líquida. Minos sonreía gustoso por el innegable encanto que proyectaba simplemente al pasar.

 

Era domingo por la tarde y Griffon caminaba hacia el Covent Garden de Londres. Un emblemático lugar en el corazón de aquella capital lugar, pues aquella maravillosa plaza albergaba, bares, restaurantes, jardines, tiendas museos e incluso hoteles.Era como una pequeña ciudad de lujos y banalidades que encantaba a locales y turistas por igual. Su arquitectura databa de la época victoriana así como su historia, no obstante se había adaptado a la época moderna sin abandonar por completo esa arquitectura del reinado de Victoria. En resumen: un lugar animado, lleno de movimiento, atractivas personas, miles de actividades por hacer y con un alma festiva que a Minos le encantaba respirar.

 

Estaba ahí para encontrarse con su colega londinense en un famoso pub de Covent Garden. El punto de reunión había sido elegido por el noruego, por supuesto, pues Radamanthys hubiera citado al otro abogado en alguno de sus pubs viejos y más tradicionales en algún punto perdido de Londres y no: aquello no era el estilo de Minos.

 

El noruego había llegado temprano a la cita así que seguramente Wyvern no estaba aún en el punto de reunión.

 

Griffon llegó al White Lion y entró al recibidor del animado lugar, ahí informó a una joven hostess que tenía una reservación para dos a su nombre. La amable chica le sonrió de más, seguramente deslumbrada con su belleza física, y lo llevó a un gabinete privado. Ella le dijo su nombre e insistió en que estaba disponible para cualquier necesidad que el hombre tuviera. Minos soltó una risa cómplice y agradeció a la chica, pero la dejó ir: en aquellos momentos de su vida sólo había una persona que merecía sus coqueteos, miradas cómplices e insinuaciones y eso sólo para empezar.

 

El noruego pidió cerveza inglesa de la casa y unas tapas españolas, muy típicas y famosas en aquel establecimiento, mientras aguardaba. Minos disfrutó tanto de aquellos momentos a solas que casi olvidaba qué era lo que hacía ahí originalmente, hasta que su cita llegó.

 

— ¿Minos?

 

— ¡Radamanthys! — saltó el pelilargo recordando en un instante la misión que tenía por cumplir. El atractivo abogado miró el deplorable estado de su colega: tan pálido, escuálido, ojeroso y, sobretodo, sumamente sombrío. Por ello el albino se ahorró preguntar a Wyvern cómo estaba, el peliplateado odiaría que le mintiera al responder la cuestión con un distraído "bien". — Adelante, siéntate ¿Qué quieres tomar? ¿Un té? ¿Un café? La soda italiana es buena —. Evadió el alcohol a propósito.

 

— Whisky y cerveza están bien — respondió secamente el rubio sentándose frente al noruego. — ¿Y bien? ¿Qué es lo que pasa, Minos? No sueles llamarme para invitarme a comer de la nada ¿Sucede algo malo? 

 

El peliplateado emitió una sonrisa un poco forzada. Su colega, además, estaba especialmente irritable y su manera tan directa de decir las cosas rayaba en lo grosero ¿Tan mal se encontraba?

 

— Estaba haciendo algo de trabajo en Inglaterra y ahora tengo mucho tiempo libre, así que me preguntaba si me ayudarías a matar el tedio.

 

El inglés aceptó aquella respuesta y pronto la mesera que atendía la mesa apareció y el rubio comenzó a ordenar.

 

Lo que no se imaginaba era que Minos estaba ahí por una razón bastante específica y que si Wyvern la hubiera conocido en ese preciso instante, seguramente no le habría gustado y habría reaccionado impredeciblemente.

 

Un par de semanas atrás Griffon había recibido una llamada a su teléfono celular del el asistente personal de Radamanthys. Valentine le hizo saber cuán preocupado estaba por el estado físico y emocional de su jefe, pero sobretodo le suplicó su ayuda para formar parte un plan para revertir semejante amargura.Minos, al principio, no se tomó en serio a Harpy, pero Valentine no se dejó inhibir tan fácilmente e insistió en una segunda llamada enjaretándole al noruego algunas cosas que Wyvern había hecho por él y que el inglés no tenía por qué salvarle el trasero aquellas veces y muchas otras más. Hizo hincapié,sobretodo el empujón final que el inglés y Kanon habían dado a Albafica para aceptar ser la pareja formal de Minos, aún con todas las dificultades y retos que ello significaba.

 

Harpy lo atrapó trayendo a la mesa el nombre de quien Griffon estaba enamorado y con quien compartía una estable relación aún con sus complicaciones. El nórdico condicionó a Valentine y le dijo que sólo lo ayudaría si al ver a Radamanthys se convencía de que valía la pena arriesgar la confianza del señor Hades para echarle una mano a su viejo colega.

 

Minos no necesitó contemplar a Radamanthys más de dos minutos y, sobretodo, observar la manera tan compulsiva como bebía licor para comprender todo el alboroto de Valentine y admitir que, en efecto, lo que estaba por realizar en conjunto con Harpy era algo que le debía a Wyvern.

 

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Notas finales:

Les confieso que no puedo creer que lleve escritos 16 capítulos de este fic, el cual no creí que pasaría del capítulo 3. Hasta ahora es la historia a la que le he escrito más capítulos y más palabras tiene publicadas y editadas. Es irónico porque también es de mis historias con menos público y con "menos éxito" por así decirlo, pero para mí es difícil medir el "éxito" en comentarios, favoritos o seguidores. Yo aprecio, más bien, lo que un relato me ha dado como escritora y "Rock you Like a Hurricane" es un reto que disfruto mucho, pues armé un trama con tanta solidez y nudos que tendré que desentrañarla con credibilidad para mis lectores. ¡Gracias! Por animarme, por su lealtad, retroalimentaciones y apoyo.

 

Les adelanto que en siguiente capítulo volverá Albafica (Me han pedido su regreso y el de Minos) y Saga ¿Tienen alguna petición que seguramente estaré gustosa de complacer?

 

Me despido, no sin antes agradecer  el apoyo de Hürrem, muchas gracias por tu entusiasmo y gusto por esta historia <3


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