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Rock you like a hurricane por Athena Selas

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Rock you like a hurricane

Capítulo 9

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Marzo 2010

El hotel que Kanon y Albafica había elegido para hospedarse estaba un poco retirado de Garden of Eden, por lo que el recorrido en taxi duró aproximadamente media hora a pesar de que eran altas horas de la noche y el tránsito estaba libre por completo en las principales vías de Ámsterdam.

Radamanthys ocupaba el asiento del copiloto y permaneció en completo silencio durante todo el trayecto. En la parte trasera del taxi, el joven de cabellera celeste comenzó a sentir los terribles efectos secundarios del alcohol, a los cuales no estaba para nada acostumbrado. El gemelo se dedicó a vigilar que su pariente no fuera a vomitar sobre las vestiduras del automóvil, pues la pálida expresión de náuseas en el rostro de Albafica no auguraba nada bueno.

Cuando llegaron al Hotel Park Plaza y el taxi se detuvo suavemente en la bahía de descenso, Albafica abrió de inmediato la puerta del carro, sólo dio unos cuantos pasos hacia la bien iluminada entrada del lugar, dobló la mitad de su cuerpo y comenzó a vomitar irremediablemente sobre la acera frente a la mirada de algunos empleados del hotel.

Kanon acudió de inmediato a su lado para ayudar al joven modelo a recuperar un poco la compostura. Luego, el griego giró el rostro hacia el taxi en el cual el rubio se disponía a regresar a la fiesta o a su propio hotel. Los ojos verde esmeralda del griego le exigieron ayuda al inglés en cuanto hizo contacto con la mirada ámbar.

Suspirando hondamente, Radamanthys preguntó al conductor el total a pagar por el viaje hasta este lugar y momentos después bajó del automóvil parar a auxiliar al par de griegos que Minos había dejado bajo su cargo.

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Después de algunos percances en recepción, los tres subieron por el ascensor del lugar y lograron llegar hasta la habitación cuádruple que les correspondía. Ya adentro, Kanon metió a su pariente al baño en donde Albafica se permitió seguir vomitando dolorosamente, mientras tanto el cantante solicitó a Wyvern preparar el baño y luego traerle ropa interior y un piyama limpios, los cuales estaban en alguna parte de sus maletas colocadas cerca del armario.

El gemelo, luego de cerciorarse de que al pobre de su familiar ya no le quedaba nada más por expulsar, desnudó a Albafica y lo obligó a entrar a la regadera en donde lo aseó rápidamente desde afuera, incluso de alguna manera se las arregló para que el joven de cabellera celeste se cepillara los dientes bajo la ducha. El modelo había recuperado bastante consciencia llegados a este punto, por lo que fue más fácil secarlo con una toalla y ponerle el piyama.

Los cuidados de Kanon parecieron casi maternales cuando después de todo este rápido y eficaz aseo, hizo que el joven modelo se metiera en una de las dos camas matrimoniales de la habitación y, antes de permitir que durmiera, obligó a Albafica a tomar un par de medicamentos y beber una botella completa de agua mineral recién sacada del mini-bar.

Unos minutos después, Radamanthys y el gemelo comenzaron a escuchar la respiración acompasada del hermoso joven quien había caído profundamente dormido demasiado rápido.

— No creía que tuvieras un lado tan paternal — habló finalmente Wyvern rotundamente sorprendido por todos los cuidados que había dedicado el cantante al interés amoroso de Minos.

— ¿Esto? — Kanon no esperó aquel comentario y de alguna manera le irritó que lo creyeran tan afectivo —. La verdad Albafica es mi responsabilidad, yo lo metí en ese lío. Cualquier cosa mala que le pudiera llegar a suceder me las haría pagar el Santuario con creces.

El inglés arqueó su abundante ceja izquierda con extrañeza, pues no sabía qué le intrigaba más: saber a qué se refería el griego con haber involucrado al joven modelo en un lío o preguntar primero qué diablos era el Santuario.

Las dudas se borraron de súbito en su mente porque en ese momento Kanon se quitó la camisa por lo mojada que había quedado al haber ayudado a su ebrio pariente a ducharse. Con el torso desnudo, el pelilargo comenzó a buscar en su maleta algo que ponerse en su lugar. Ante tal exhibición, Wyvern apretó con mucha fuerza el borde de la cama sobre la que estaba sentado, no se explicaba por qué le ponía tan incómodo una situación tan natural.

— ¿A qué te refieres con involucrarlo en un problema? — habló finalmente el rubio intentando canalizar sus pensamientos hacia cualquier otra cosa.

El griego encontró una camisa blanca en su equipaje, pero no se la puso enseguida, pues continúo paseándose por la habitación sin ninguna razón aparente con la mitad de su perfecta anatomía descubierta.

— La verdad lo obligué a venir a la fiesta de Minos conmigo.

— ¿Por qué harías algo así?

— Para verte otra vez.

Kanon se mordió la lengua, rectificando lo cursi que pudo haberse escuchado aquello cuando su intención, lejos de ser romántica, era simplemente tirarse sobre el abogado en ese instante y terminar lo que habían comenzado en el club nocturno.

Aprovechando el shock que aquella confesión causó en Radamanthys, el pelilargo se apresuró a llegar frente al rubio y se inclinó para volverlo a besar ávidamente, desquitando toda el ansia acumulada por continuar bebiendo de la boca del inglés quien tanto le gustaba.

La caricia se prolongó febrilmente en poco tiempo y la verdad era que ninguno de los dos podía resistirse a la inminente tensión sexual que se había encendido aquella noche entre ambos.

El griego, aún con el cuerpo inclinado para saborear de pie los labios del inglés quien permaneció sentado, recorrió el corto cabello que nacía en la nuca de Wyvern con sus dedos y comenzó a pasar sus uñas por toda esta zona en una caricia sumamente incitante.

En poco tiempo, Kanon tumbó a Radamanthys sobre la cama y, para su regocijo, el rubio cada vez oponía menos resistencia a las intenciones del cantante. El gemelo gateó encima del cuerpo de Wyvern hasta posicionar su cabeza a la misma altura que la del otro. El griego desde esta posición dominante, deseó dirigir su boca y su nariz al cuello del inglés; impregnándose con el aroma a loción Versace que el rubio solía usarla cual le otorgaba una personalidad elegante y varonil, pero a la vez fresca y juvenil. Al pelilargo le enloquecían las sensaciones que este perfume desataba en él y a partir de ese momento esa fragancia le recordaría a Radamanthys por siempre.

Los dientes del cantante mordisquearon juguetonamente la manzana de Adan del abogado, la cual tembló a causa de esta desenfadada caricia. Kanon rió complacido y decidió continuar recorriendo la anatomía del rubio hacia abajo, dejando a su paso pequeñas succiones en el blanco cuello de Wyvern.

El inglés entonces atrapó aquel perfecto trasero griego cediendo a la tentación y al no encontrar oposición por su atrevimiento comenzó a masajearlo, comprobando lo firme y bien esculpido que era, la sensación le provocó a Radamanthys una obscena excitación que se reflejó en su abultada entrepierna, atrapada aún en su prisión de tela.

Kanon se incorporó un poco para ufanarse de su triunfo: el inglés yacía sofocado debajo de su cuerpo con la respiración entrecortada, la camisa a medio abotonar y las pupilas dilatas. El griego, ambicioso, no se contuvo de desear probar con arrebato esos delgados labios enrojecidos por sus propios besos; ebrio por la caricia, se preguntó desde hacía cuánto tiempo que el intercambiar saliva y aliento con alguien más prendía tan apabullantemente a todo su cuerpo.

— Kanon… — alcanzó a gimotear Wyvern, separando al otro hombre de él, recuperando un poco la lucidez.

— ¿Mmmnh? — gruñó el pelilargo sin muchas ganas de comenzar una conversación en pleno desenfreno.

— Basta.

— No quiero y sé que tú tampoco.

— Kanon, por favor, tienes que entender una cosa — lo encaró seriamente el inglés y al griego le pareció adorable que el abogado fingiera autocontrol con las mejillas completamente encendidas.

— ¿Qué?

— Yo no soy gay

Sonoras carcajadas emanaron desde el estómago de Kanon como respuesta; el ruido provocó que el durmiente Albafica se removiera en la cama contigua sin despertarse.

— Eso no tiene la más mínima importancia para mí — contestó engreídamente el cantante desde arriba, su mirada esmeralda comenzó a llenarse de exquisita malicia y esa aura le sentaba terriblemente bien. Wyvern tragó saliva inconscientemente —. Sólo déjate llevar ¿Quieres? Tu cuerpo te lo va a agradecer, se nota que lo necesitas —

Con descaro, el pelilargo toqueteó la erección aprisionada en los pantalones del otro hombre. Radamanthys se encogió a causa de lo sensible y vulnerable que su hombría se encontraba en esos momentos.

— Relájate — le pidió Kanon al oído en un ronroneo provocativo —. Te trataré bien. Estoy consciente de que sabes lo mucho que he esperado esto.

En pocos minutos, el griego se levantó del lecho con el objetivo de arrodillarse frente a la cama sobre la que el abogado volvió a sentarse con los pantalones a medio bajar para permitir que el cantante le hiciera sexo oral.

Wyvern no tardó en volver a ceder rápidamente, abrumado por la inmensamente placentera sensación de aquellas felaciones tan precisas y alucinantes. El moreno se limitó a saborear únicamente la punta escarlata de aquella virilidad, mientras su habilidoso tacto recorría la caliente longitud, cosquilleaba los aterciopelados testículos del otro y, de paso, jugueteaba con el vello púbico que sus dedos alcanzaban a tocar.

Radamanthys había recibido múltiples veces sexo oral únicamente de mujeres, pero ninguna ocasión se acercaba a aquella experiencia en la que Kanon parecía saber exactamente dónde tocar, succionar o lamer hasta nublar el juicio del rubio y hacerlo gemir y gritar de una forma tan erótica que por poco el griego se atreve a montar a la fuerza al inglés, ciego de deseo, pues muy poca cordura lograba contener sus fantasías.

El morboso sonido que realizaba la boca de Kanon al saborear toda la hombría del rubio no hacía más que aumentar la libido de la bochornosa situación.

— Es grande, muy grande — comentó juguetón el pelilargo quien desatendió el glande del inglés para dedicarse a depositar besitos fugaces en el resto del tronco que estaba atendiendo con tanta gula.

— ¿T-te gusta grande? — alcanzó a suspirar Wyvern lujurioso.

— No tienes idea — canturreó sensualmente Kanon quien comenzó a aplicar fricción a un ritmo cadencioso con ayuda de su lengua y labios en la sensibilísima punta del miembro que ya goteaba líquido trasparente.

El clímax de Radamanthys fue escandaloso y violento. El rubio tomó la larga cabellera añil del cantante y la estrujó sádicamente al ritmo de sus espasmos orgásmicos. Para desahogar un poco la agobiante ola de gozo final, comenzó a gritar una serie de blasfemias en inglés.

Kanon intentó alejarse la virilidad de su boca al sentir la inminente culminación, pero irremediablemente la semilla salpicó sus labios, su mentón y su torso desnudo.

— Sí que eres escandaloso, campeón — bromeó el griego quitándose el esperma del rostro con los dedos.

— Lo siento — habló jadeante el abogado quien se agachó en busca del bolsillo izquierdo de su pantalón a medio bajar del cual sacó un pañuelo blanco que utilizó para limpiar los rastros de su propio semen en la piel oliva del otro hombre.

— Me gusta así; en general hay pocas cosas de ti que no me encanten — sonrió sinceramente el griego y aquel gesto provocó una calidez en el pecho de Radamanthys de origen inexplicable pues poco tenía que ver con el sexo.

Angustiado con ese sentir; Wyvern se inclinó para besar los labios del otro hasta que un certero golpe en su cabeza provocado por una almohada lo sacó de su trance.

— ¡Maldita sea Kanon! ¡Eres igual a Saga! ¡Ambos son un par de animales permanentemente en celo! ¡Lárgate de aquí y déjame dormir! ¡GRANDÍSIMO IMBÉCIL PROMISCUO! — Albafica había sido arrancado de su reparador sueño y estaba furioso por lo que comenzó a lanzar a la pareja todo lo que estaba a su alcance: almohadas, ceniceros, una botella de agua y hasta el teléfono de la habitación. Para fortuna del cantante, el hermoso joven estaba tan adormilado que le habló en griego; no obstante la repentina hostilidad del compañero habitación de Kanon fue bastante clara para Radamanthys quien no necesitó entender las palabras del modelo para darse cuenta de la situación, por lo que el abogado se puso de pie y comenzó a ponerse de nueva cuenta su ropa a medio vestir mientras el cantante se acercó a su pariente e intentó tranquilizarlo.

— ¡Radamanthys, no! — reprochó el griego desilusionado en cuanto percibió que el inglés se marchaba.

— ¡Sí, vete cejón, vete! ¡O váyanse los dos, pervertidos! — continuó vituperando Albafica en su lengua natal.

Kanon alcanzó a Wyvern hasta la puerta de la habitación en donde el rubio se detuvo finalmente.

— No tienes por qué irte; podemos usar el baño aún; Albafica sigue borracho y volverá a dormirse en cualquier momento. Tendré que amordazarte, pero…

— Kanon, me gustas mucho también.

El hombre de piel oliva fue silenciado, estupefacto con aquella confesión que no vio venir precisamente en aquel momento.

— Aunque te repito que no soy homosexual.

— ¿Tenías que arruinarlo de esa forma? — suspiró el pelilargo con un tinte de frustración.

— Aún tengo muchas dudas y no sé cómo manejar las contradicciones de nuestras existencias tan diferentes; pero te prometo que terminaremos lo de esta noche en un momento mucho más apropiado —

Luego, el inglés besó brevemente los labios de Kanon a modo de despedida y abandonó la puerta de la habitación para adentrarse en el pasillo del hotel en busca del ascensor.

Aturdido y con un deje de insatisfacción el cantante regresó a la habitación y alguna fuerza divina le impidió ir a arrancarle el cabello a Albafica a modo de castigo por haberle arruinado el momento que tantos meses y esfuerzos le costaron lograr. Al ver al bello joven nuevamente de regreso al mundo de los sueños, sus ganas de desquitarse se esfumaron y decidió entrar al baño donde se quitó el resto de la ropa y encendió el agua caliente de la regadera.

Momentos después, Kanon se colocó debajo de la cortina de agua y comenzó a masturbarse con los ojos entrecerrados buscando en su memoria el tacto de Radamanthys, el cuál permanecía tan fresco en la memoria de su piel que casi parecía real.

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Octubre 2012

Hades se encontraba en audiencia a puerta cerrada con sus dos imponentes consejeros: Thanatos e Hypnos. Ambos hombres gemelos de edad madura quienes poseían un irresistible atractivo físico, casi divino. Los dos, al igual que su señor, vestían adecuadamente trajes de tela oscura confeccionados por reconocidos diseñadores, hechos a la medida con tela de calidad no menor a doscientos hilos.

La junta exclusiva se llevaba a cabo en una cómoda y lujosa sala al interior del gran edificio que fungía como la sede matriz de Elysium, en München, Alemania.

Los tres estaban sentados en una larga mesa ovalada de gruesa madera caoba barnizada perfectamente lisa y resplandeciente. El joven Hades estaba sentado en una cabecera y a cada lado de él, sus dos más leales y poderosos hombres.

— Mi señor, su empresa me parece arriesgada y un tanto precipitada si me permite decirlo — habló Thanatos, el mellizo de cabellera negra después de escuchar pacientemente las recientes pretensiones del presidente de la firma jurídica.

— ¿Por qué destruir la Fundación Athena tan repentinamente, señor? Tengo entendido que ambas corporaciones han mantenido una tregua por los últimos 250 años — completó Hypnos, el rubio, el pensamiento de su hermano.

— ¡Me entristece mucho que ustedes dos, mis hombres de mayor confianza, no puedan ver más allá de sus propias narices! — suspiró con auténtico pesar el joven hombre.

— ¡Señor Hades! — exclamaron al unísono los concejales avergonzados de sí mismos.

— La Fundación Athena está llena de pecados terribles los cuales no podemos darnos el lujo de pasar por alto si es que estamos convencidos de querer generar un cambio para este mundo perdido —

— ¿Y los aniquilaremos, mi señor?

— No, no, no seas tan drástico, Thanatos. Aún hay material rescatable dentro de ese nido de pestilencia; además, piensa en los huérfanos que dejarías sin hogar.

— ¿Nuestras opciones?

— Planeo subordinar la Fundación a nosotros.

— ¿Piensa quebrarlos, después rescatarlos financieramente y de esa manera obtenerlos? — inquirió Hypnos con astucia.

— Ya me estás comprendiendo mejor, amigo mío.

— Es brillante, señor — halagó el mellizo de cabellera oscura.

— Pero debemos fortalecernos primero nosotros antes de realizar cualquier movimiento precipitado, mi señor Hades — opinó el rubio —. Quisiera sacar a tema la necesidad de afianzar nuestras conexiones con las familias aliadas en todo el mundo.

— La familia Benhu o la familia Wyvern, por ejemplo — asintió Thanatos complementando la idea de su hermano.

— ¿Los Wyvern? Nuestro lazo ha sido inquebrantable desde hace cinco generaciones por la unión matrimonial de Pandora I y Radamthys III — exclamó escéptico el presidente de Elysium.

— Por ello, hace algunos años enfatizamos en revalidar esa leal alianza con su hermana y el heredero actual de los Wyvern quienes comparten los nombres de sus ancestros quienes sellaron el incorruptible juramento de nuestras familias. Se ha presagiado la unión de ellos desde el nacimiento de su hermana mayor, señor Hades.

— ¿Quieres decir que Pandora debe casarse con Radamanthys de inmediato?

— O al menos en el futuro más próximo, señor —

Hades reflexionó la idea en silencio por algunos momentos. Luego cambió de tópico, pero aun enfocándose en su objetivo de apoderarse de la Fundación Athena.

Media hora más tarde, dio por terminada la sesión y sus consejeros se retiraron del lugar.

Al quedarse a solas, el joven presidente comenzó a reflexionar en silencio en la sala de juntas, la cual tenía una vista envidiable hacia los Alpes Bávaros al fondo y en primer plano la primorosa, pero importantísima capital de Baviera.

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Era miércoles y el mes de octubre había transcurrido ya la mitad de su duración. Aquella mañana de otoño, como era común en la rutina de la sede de London Elysium, todoslos socios y trabajadores se encontraban agobiados por la demandante cantidad de trabajo queel consorcio jurídico exigía diariamente.

No obstante, aquel día una inesperada visita comenzó a detener la rutina del lugar abruptamente. La conmoción comenzó atacando al equipo de seguridad en el estacionamiento ubicado en el sótano del edificio. Poco a poco todo el lugar fue presa de este suceso hasta alcanzar el último piso: el onceavo, en cual radicaba la oficina del director de aquella sede.

Radamanthys se encontraba bastante relajado en esos precisos momentos, pues acababa de mantener una videollamada con Kanon. Su (ex) pareja se hallaba en Italia, tercer país que visitaría la larga gira mundial de Poseidon Marines.

A pesar de haber decidido darse un tiempo de soltería, ambos se resistieron a la idea dejar de comunicarse casi diario, hábito que habían adquirido mucho antes de haberse formalizado como pareja. Al inglés le hacía feliz escuchar todo el desahogo que el pelilargo le contaba diariamente sobre su regreso a la vida de estrella de rock; de ese modo lo sentía cerca de él y aquello le otorgaba una dicha inexplicable a su existencia. La conversación que mantuvieron a través de la computadora aquel día duró 45 minutos y Wyvern forzó a que la comunicación terminara porque el cantante comenzó a poner cachondas las cosas y el rubio se negó, por aquella vez, a tener cybersexo con el otro a mitad del trabajo.

Aún con el sopor de felicidad causado por haber hablado un buen rato con el hombre del que estaba enamorado, repentinamente un insistente y violento golpear en la puerta de su oficina lo arrancó desconsideradamente de su estado soñador.

— ¡Señor Radamanthys! ¿Se encuentra ocupado? Ha surgido una emergencia — llamó inusualmente nerviosa la voz de Valentine.

Unos segundos después se escuchó una conmoción y algunos gritos de su asistente de cabellera rosada; luego, la puerta se abrió y de ella salió la imprevista invitada de London Elysium.

— ¡Señorita Pandora! — exclamó con auténtica sorpresa el inglés, quien se puso de pie como un resorte.

Wyvern sintió cómo una sensación fría bajó desde su sien y se propagó al resto de su cuerpo, dicha reacción fue desencadenada automáticamente por el repentino estrés que suscitó la llegada de la vice-presidenta del consorcio jurídico.

La hermosa mujer entró con desenfado a la amplia oficina sobriamente decorada. Valentine entró detrás de ella, con el rostro enrojecido del enfado que le causaba tanto atrevimiento por parte de Pandora, sin importarle el hecho de que ella poseía un rango superior a cualquiera que estuviese en el edificio en aquellos momentos, incluido Radamanthys.

— No esperábamos su visita, señorita Pandora — habló el rubio con firmeza y sin pretender ser grosero — ¿Desea realizar una auditoría en general sobre estas oficinas? Valentine, llama a los respectivos jefes de administración y gestoría, por favor —

La vice-presidenta de Elysium era tan hermosa como temible, aquel era un lema común entre cualquiera que la hubiese conocido. Aquella mañana vestía un finísimo traje sastre azul marino; el conjunto estaba ceñido terriblemente bien a su curvilínea figura y el escote generoso que se asomaba por encima del último botón de su saco provocaba a más de un hombre perder los ojos a su paso. La falda de su atuendo era corta, pero sin llegar a ser vulgar; sus hermosas y blancas piernas estaban descubiertas e invitaban a acariciarlas y volverte loco son la tersura que prometían, aunque seguramente cualquiera perdería la mano en el intento. Calzaba además altos tacones de aguja del mismo tono azul que su traje; la forma autoritaria en que ella caminaba sobre aquellos zapatos reflejaba a simple vista la tiránica manera de ser de la mujer.

Pandora acomodó su larga y sedosa melena violácea detrás de su hombro y cualquier hombre de inclinaciones heterosexuales que no hubiese sido Radamanthys se habría derretido por lo sensual a la vista que resultó aquel simple acto.

— Dime, Radamanthys ¿De verdad necesito un pretexto razonable para visitar a mi futuro esposo? — habló finalmente la fría y aun así hipnotizante voz de la mujer.

Los ojos violeta de la primogénita de la familia Heinstein miraron inexpresivamente al rubio; sin embargo, como un reflejo involuntario, ella envolvió su mano izquierda con su diestra y entre sus delgados dedos brilló un anillo en especial, el único que cargaba en realidad.

La reliquia de la familia Wyvern, la cual había sido restaurada con sumo garbo y adaptada a la delicada mano de Pandora sin reparar en gastos para sellar el compromiso años atrás: un valiosísimo anillo forjado en oro macizo y en el centro, un resplandeciente diamante de considerables kilates, el cual había sido trabajo con tal delicadeza hasta obtener casi luz propia. La bellísima joya, en efecto, descansaba sobre el dedo anular izquierdo de la prometida de Radamanthys.

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Notas finales:

Estoy consciente de que tomó un muy largo tiempo actualizar este relato. Pido una disculpa si es que acaso queda algún seguidor, agradezco al lector haber esperado y prometo un nuevo capítulo muy pronto.

Siéntanse libres de enviarme sus comentarios, sugerencias y retrosprectivas de la historia,


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