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Presente por Mitsuki_neko_Uchiha

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Hay veces en las que es necesario confrontar el pasado y hay otras en las que el pasado viene y te confronta a ti, no es normal que a tus veintitantos esa clase de cosas pasen, pero pasan. Y ahora el pasado está ahí, frente a ti, sonriéndote de esa misma forma que te calienta el pecho y hace que tu estomago se haga chiquito y que los ojos se te humedezcan y te hace contener el aire y levantar la cabeza para que las lágrimas llenas de recuerdos no salgan. Porque si salen no pararan y eso es como darte por vencido.

Y en el presente la gente te puede llamar puta, idiota, rompe hogares, asalta tumbas, resbaloso, como sea, pero ese era el presente que habías elegido y estaba bien, porque lo elegiste tú y para ti no hay nada más importante que eso.

Pero para entender el presente primero se tiene que entender el pasado y tu pasado no es sencillo, en su mayor parte es bonito, tranquilo, pero tiene sus manchones, negros, obscuros, tristes, solitarios. Dolorosos. Sobre todo dolorosos. Y confusos. Y aun le tienes miedo a tu pasado, a ese pasado que tienes bien guardado en el fondo de tu memoria porque cuando sale te recuerda que no estaba bien.

Nadie puede culparte por lo que hiciste, estabas solo, confundido, también tenía el corazón roto. Tenías miedo del mundo y de lo que podía pasar, te sentías traicionado, herido y querías que todo terminara, de verdad, de verdad lo querías. Querías cerrar los ojos y ya no volverlos a abrir porque todo dolía demasiado.

El simplemente llego a ti. En el presente piensas que fue inevitable, en el pasado creíste que fue destino ¿Y cómo no creerlo si eras un chiquillo de diecisiete años deprimido, inocente y tonto? Y lo peor, eras un chiquillo de diecisiete que se sentía solo, y en aquel entonces no disfrutabas tu soledad como lo haces ahora.

Estaban en la misma clase de idiomas, era un hombre mayor entre adolescentes y otros ya no tan adolescentes, y se sentaba al lado de ti, junto a la ventana porque por ahí entraba el aire fresco de los calurosos días de mayo. Durante los ejercicios de ingles la maestra los ponía a hablar juntos y él se reía porque lo llamabas señor y sonreías apenado porque tus padres te habían enseñado que a los mayores se les trataba con respeto, no los debías tutear.

Con el paso de los días, en ese corto lapso de tiempo que era lo que duraba tu clase, empezaste a entrar en confianza con él, porque ambos llegaban media hora antes de que empezara la clase. Por qué a esa hora tenia libre en su trabajo, tu porque a esa hora salías de clase.

Poco a poco él se empezó a interesar más por ti y tu por él, no le veías nada de malo, eran dos personas hablando de su vida y temas banales, y tú solo te reías cuando te decía que eras lindo y que tu sonrisa era bonita y que tenías ojos que parecían canela tibia cuando los iluminaba la luz.

Tus clases de inglés se volvieron el momento más feliz del día.

Todo tomo otro rumbo cuando él se ofreció por primera vez a llevarte a tu casa. Recordabas bien lo que te había dicho Déjame ayudarte a ahorrar un poquito. En ese momento jamás creíste que eso lo iba a cambiar todo. Jamás creíste que cuando le pediste que te dejara en la esquina él se despidiera con un beso, no un beso en la mejilla, un beso de verdad. Y mucho menos creíste cuando él te dijo que le gustabas. Y como no creíste en lo que pasaba te bajaste del auto corriendo.

Lo evitaste durante una semana, cinco días porque los fines de semana no contaban. Él no se sentó a tu lado en la ventana durante esos cinco días, pero a la semana siguiente finalmente te confronto y te pidió disculpas y tu simplemente le preguntaste una cosa ¿Por qué te gusto? Y de verdad querías saberlo, porque sabias que él era casado, él te lo había dicho, incluso te había enseñado las fotos de sus niños así que ¿Por qué le gustabas? Y la respuesta aun te da escalofríos Por tus ojos de canela tibia.

Por tus ojos de canela tibia. Eso fue todo lo que necesitaste para decir que estaba bien, que quizás el también te gustaba.

Todo cambio desde ese momento. Él se volvió un soporte, si es que podías llamarlo así, en más de una manera. Hablabas con él, a veces te ayudaba con tu tarea, te compraba cosas.

Eso lo recuerdas con cierta amargura. Él te compraba lo que le pedias, un dulce, un peluche, una pulsera, un collar, la memoria del cerdo de angry birds que tanto te gusto y que perdiste un año después, un frappe de la cafetería que estaba a dos cuadras de la escuela de idiomas, una rebanada de cheesecake de la pastelería que estaba a una cuadra. Todo. Él te consentía en todo, y tú solo tenías que pagarle con besos, con dejarle tocar tus piernas, con dejar que te abrazara con fuerza, con risas, con sonrisas, con contarle más de ti.

La primera persona en notar que algo estaba pasando fue la maestra de inglés, tu supones que lo sabía por las veces que no iban a clases, esas veces que se iban a comprar una nieve o cualquier chuchería que se te antojara, o las otras veces cuando se iban a besar a su carro. Y confirmaste que lo sabía cuándo al final de clases ella le pidió que se quedara en el salón mientras te miraba fijamente. El jamás te dijo que fue de lo que hablaron pero lo sospechabas.

Lo que hacían estaba mal, pero en realidad no te importaba, se sentía bien, te hacía sentir feliz y eso era lo único que necesitabas.

Siguieron así por un par de meses hasta que un día él te llamo, recuerdas que fue un viernes porque era el día en que menos horas de clase tenías en la universidad. Te dijo que te estaba esperando a fuera, que si podías faltar a la práctica de baile. Tú te reíste emocionado y te despediste de tus amigos sin dar ninguna explicación, simplemente diciendo que después les contabas.

Prácticamente corriste hasta su auto y él te recibió con un beso de esos que aun te gustan.

Te llevo a desayunar y después te llevo al centro comercial, simplemente a dar una vuelta porque quería pasar el día contigo, pero sentías que había algo diferente. Te abrazaba de forma diferente y te besaba el cuello de forma diferente, y te gustaba. Él lo sabía porque hacías tu cabeza a un lado para que dejara más besos.

No preguntaste porque fueron al estacionamiento y tampoco preguntaste porque se movieron a un lugar más apartado, donde era más difícil que un vigilante pudiera verlos. Simplemente dejaste que empezara a besarte y tú succionaste encantado su lengua porque te encantaba, te encanta hacer eso, y temblaste cuando la punta de sus dedos fríos se deslizo por debajo de tu camisa despacio, acariciándote el estómago. Te diste cuenta de que esta vez iba a ser diferente porque su mano subió hasta tu pecho y apretó uno de tus pezones haciendo que cortaras el beso para mirarlo asustado.

Él se dio cuenta. Eras virgen. El sueño de todo hombre maduro, ser el primero de un muchachito.

Te beso la frente y las mejillas susurrándote palabras bonitas mientras te acariciaba las piernas, diciéndote que no haría nada que no quisieras. Tú solo lo miraste y separaste apenas un poco las piernas para dejar que abriera tus jeans y metiera su mano en ellos, después de eso solo puedes recordar como tu cuerpo se retorció y como gritaste mientras te aferrabas a su brazo.

Cuando los escalofríos dejaron tu cuerpo y lo miraste con la respiración agitada no pudiste evitar preguntar si así se sentía siempre, y su risa se quedó grabada en tu memoria mientras te decía que eso apenas era un poco de lo que se podía llegar a sentir. Te prometió que tu primera vez seria especial. Y lo cumplió.

Sabías que en general ir a un motel no era algo tan bueno pero era la única opción porque no había forma de que se fueran a un hotel. A ti no te importo si era seguro o salubre, apenas te fijaste en lo bonita y colorida que era la habitación, sabias porque estabas ahí y que es lo que iba a pasar.

Te ayudo a desnudarte y él lo hizo frente a ti, asiéndote sentir cohibido porque jamás nadie te había visto así. Su sonrisa te hizo sentir seguro y sus brazos alrededor de tu piel desnuda te tranquilizaron mientras entraban juntos al baño.

Te toco por todas partes bajo el chorro de agua. Sus manos acariciaron cada rincón y su boca toco lugares que imaginaste podían hacerte sentir placer pero jamás con tanta fuerza. Sus manos robaron toda la pureza que quedaba en tu cuerpo de adolescente y tú no hiciste nada por detenerlo, todo lo contrario, te entregaste ciegamente porque confiabas en que él no te iba a herir como todos los demás lo habían hecho.

Para el momento en que te ayudo a secarte a ti ya se te doblaban las piernas, así que te ayudo a ir a la cama, y sobre ella simplemente te perdiste. El sexo era increíble, esa fue tu conclusión cuando terminaron y él te besaba los hombros y el cuello, su cuerpo mucho más grande de el tuyo cubriéndote y manteniéndote calientito.

Cerraste los ojos dejándote besar y acariciar, escuchando como te agradecía por ser el primero. Lo abrazaste con fuerza y te acurrucaste contra él, porque acurrucarse era lo mejor. Y mientras sentías sus dedos acariciando tu cabello empezaste a hablar de lo cansado que estabas de todo. De que tus padres parecían querer siempre sabotearte, que la mirada juiciosa de tu madre aun te daba miedo y te hacia llorar, le hablaste del resentimiento que tenías hacia ellos porque siempre te habían dejado solo y por qué jamás les pudiste confiar nada. Le contaste ese pasado obscuro, del recuerdo de la persona sin rostro que jamás debió haberte tocado de la forma en que lo hizo, le contaste que la persona a la que le habías entregado tu corazón había estado jugando contigo, que había dicho que te quería por pura lastima.

Él te abrazo con más fuerza y te dejo llorar, y tú solo te aferraste a él porque eso era lo que necesitabas. Necesitabas el cariño sincero de alguien.

Su relación cambio desde ese momento. Todos tus amigos te notaban diferente pero no decían nada porque te veías feliz, y de verdad estabas feliz.

Seguían escapándose los viernes que tenías más tiempo libre y hablaban, y reían y si, tenían sexo. Mucho. A veces él te decía que hacían el amor, y tú te reías y lo abrazabas porque no estabas seguro de si eso era verdad, porque si algo sabias es que para hacer el amor se necesitaba que se amaran, y tú no estabas seguro de amarlo.

Empezaste a tener miedo.

No porque no supieras si lo que sentías por él era algo más allá del cariño, sino porque estabas cayendo en cuenta de tu situación. De lo que estabas haciendo.

Estabas con un hombre casado. Un hombre casado con hijos.

La realización no llego de repente. Llego cuando una vez tuvieron la desfachatez de ir a su casa y hacerlo en su habitación. En la cama que el compartía con su esposa. En la cama que tenía un cristo colgado sobre la cabecera y una foto de la familia en el tocador. Sentiste que te estaban observando.

Y todo empeoro una semana después, en el examen final cuando llevo al más pequeño de sus hijos, esa bolita de ternura que sabía apenas había pasado al segundo grado por lo que su padre le había contado. Se quedó a solas con el mientras su papá estaba haciendo el examen oral, el niño se quedó hablando contigo, contándote de lo que hacía en las escuela, de su mamá, de su hermano. No pudiste evitar preguntarle como era su papá con él y su respuesta hizo que sintiera una opresión en el pecho porque sabias perfectamente cómo se sentía. El sentir que no existías para tus padres.

No dejaste que te llevara a tu casa ese día, le pediste que se quedara con su hijo. No dejaste siquiera que se despidiera de ti con el beso de siempre, simplemente les dijiste adiós y te fuiste.

Aun con el final de las clases de inglés se las seguían arreglando para verse de vez en cuando, pero para ti ya no era lo mismo, una parte de él no podía dejar de pensar en lo que estaba haciendo y en qué consecuencias podría tener.

Tú no podías hacer algo como eso.

Un día te invito a comer porque tenía que decirte algo importante. Te dijo que le habían ofrecido una planta en otra ciudad y te pidió que te fueras con él. No le contestaste. No podías contestarle. Era imposible ¿Qué podías decirle?

Le preguntaste por su esposa, por sus hijos y el solo te contesto que hablaría con ellos, que pediría el divorcio. Tú temblaste y negaste. No podías hacer algo así. Le contestaste que no. Recién empezabas tu carrera. El tenía familia. Lo que hacían era prácticamente ilegal porque solo tenías diecisiete años, si tus padres se enteraban volverían a intentar arruinarte la vida.

Él te dijo que todo iba a estar bien, que te quería y que por eso iba lograr que todo saliera bien. Entonces dijiste lo que siempre habías pensado, que no lo querías lo suficiente como para hacer eso. Le dijiste que estabas agradecido por todo lo que te había dado, por hacerlo reír, por hablar con él, por todos los momentos que te había regalado, pero no podías hacer algo así.

Él te miro sin decir nada y el nudo en tu garganta casi te impidió respirar, pero no te impidió pedirle que dejaran de verse. Todo era demasiado para ti.

Te dejo en la esquina de siempre antes de llegar a tu casa y le besaste la mejilla, él no te miro. Era lo mejor, lo sabias y el también.

No lloraste. Te dolía pero no lloraste, no tenías ninguna razón verdadera para hacerlo. Simplemente te encerraste en tu habitación y te acostaste para dormir el resto del día, nadie te pregunto nada, como siempre.

No tuviste contacto con él desde entonces y te deshiciste de todas las cosas que te dio y eliminaste todos los mensajes y todas las llamadas. No volviste a verlo ni siquiera cuando te llamo para decirte que se iba de la ciudad con su familia y que quería despedirse de ti.

No volviste a saber del hasta el presente. Porque te dejaste convencer por tu mejor amigo para ir a tomar un café a la plaza cercana. No querías porque ya era tarde pero ya tenían rato que no salían juntos, jamás creíste que te lo ibas a encontrar ahí, mucho menos acompañado de toda su familia.

Se veía diferente, los años no pasaban en balde pero no por eso se veía mal, casi se atrevía a decir que se veía más atractivo.

Tu amigo noto de inmediato que algo pasaba pero no pudiste decir nada cuando él se te acerco. Le correspondiste la sonrisa y le pediste a tu amigo que se adelantara a la cafetería.

Se saludaron con algo de incomodidad y el aprovecho que su esposa acompañaba a sus hijos en el carrusel de la plaza para llevarte a una de las bancas, y empezaron a hablar como cuando eras más joven y recién se conocían.

Te conto que habían venido de vacaciones a visitar a la familia, que su matrimonio estaba bien. Te conto que no había vuelto a tener una relación extramarital, mucho menos con alguien de su mismo sexo.

Tú le contaste que estabas bien, bastante bien. Que no te faltaba mucho para terminar la carrera, que habías terminado el inglés y que estudiabas otro idioma, que ya sabias manejar y que aun tenías a tu perro, que no podías esperar para irte de esa ciudad que no tenía nada de interesante. Le contaste que no te habías vuelto a enamorar desde la primera vez porque aun te daba miedo, y le dijiste que habías seguido experimentando cosas y que incluso habías desarrollado fetiches extraños, le dijiste que aun tendías a salir con personas mayores pero jamás casados. También le contaste que la relación con tus padres había mejorado y que ya podías decir que los querías, y que ya no dejabas que se metieran en tu vida como lo hacían antes.

Él se rio y te acaricio el cabello disimuladamente. Te dijo que le hacía feliz que estuvieras tan bien y que le hacía feliz que tus ojos siguiesen siendo igual de bonitos, y se burló porque aun cuando no eras más un niño aun tenías los rasgos de uno.

Tú te levantaste porque te estaban esperando, pero también porque sabias que si seguías así tocarían temas que de verdad no querías tocar. Le dijiste adiós y te alejaste hasta la cafetería.

Tu amigo te interrogo y le contaste todo, de principio a fin y el, como lo esperabas, no te crítico, te abrazo y te palmeo la espalda como solía hacerlo porque no era muy bueno consolando a la gente, justo como tú. Pero no lloraste, como cuando decidiste terminar todo, porque era lo mejor.

Porque enfrentar al pasado siempre era lo mejor.

Notas finales:

Hay cosas que simplemente deben ser escritas.


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