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Mandato de Amor por Mishogu

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Notas del fanfic:

De acuerdo, esto ya lo había hecho, pero me tarde mucho y pues, no se subió como se supone que haría. 

Esta historia la escribí hace cerca de un año, pero hasta ahora me animé a subirla. Está totalmente terminada e incluso tiene dibujos de los personajes para que los conozcamos poco a poco. 

Notas del capitulo:

Dado que estudio derecho y mi mente que es capaz de tomar los temas improbables para darles un giro y volverla una historia yaoi, pues, eso pasó en una de mis clases de derecho civil con el profesor estricto que ya había amenazado con sacarme del aula si me distraía y hacia alguna actividad que no estuviera relacionada con la clase. 

¿Qué puedo decir a mi favor? 

Adelante un poco de esta historia, aunque había frío _ _||| 

Por cierto, tal vez algunos ya habrán notado que la historia aparece en un blog, eso si frecuentas los asombrosos blogs de traducción, no es plagio, es totalmente mía, la escribí para un concurso. 

Sin más, los dejo para que lean. 

Capítulo I:

El Mandatario. 

 

~*~

 

Al bajar del jet privado, la elevada temperatura coloreó sus mejillas de rojo y un tenue sudor se expandió por su frente. Le preguntó a su sentido común, por qué rayos estaba usando un traje en medio del sofocante calor. ¡Fue advertido del clima caluroso! ¿Y qué hacía? Empacar sus elegantes trajes completos y subirse al jet privado de su mandante.

Ayudado por uno de los operativos de la pista privada, descendió de las escaleras, feliz por haber llegado sano y salvo a este remoto e inhóspito lugar. El hombre inclinó su sombrero de vaquero en un gesto coqueto y le ayudó a llevar sus maletas hacia el auto. Ojalá el vehículo estuviera equipado con aire acondicionado, en caso contrario moriría de insolación.

Por suerte, era un vehículo agradable y amplio; su conductor, un simpático cuarentón con pinta de comediante, hizo del accidentado camino hacia el rancho, todo menos tedioso.

Se rio tanto de los chistes del conductor, que al llegar concibió el deseo absurdo de no querer bajarse y continuar escuchándolo contarle sobre su suegra y el pollo que no quería ser cocinado.

La última vez que se rio de esa manera, ya estaba en el olvido. Disfrutaba de los buenos momentos de la vida; aunque ya casi no tuviera una que mereciera ser vivida.

El conductor se presentó como Tomás, le abrió la puerta y le ayudo con las maletas, aun murmuraba uno que otro chiste mientras caminaban hacia la casa principal del rancho.

— ¡Oh ya basta! —Resopló al llegar a la entrada, estaba acalorado y la risa no ayudaba para nada a refrescarse — ¡Moriré!

Tomás se rio, fue un sonido entre un bufido y risa, divertido; que acompaño el golpe seco de las maletas chocando contra el suelo, gracias al cielo no se abrieron con el impacto.

—El señor necesitará más que una sonrisa bonita para hacer el trabajo que ha venido a hacer, ¿Y no aguanta ni el calor? ¡Ja! Ya lo puedo ver. —Dijo el conductor arreglándose el cabello y poniéndose presentable, dio un paso al frente para tocar la puerta con dos golpes rápidos y sucesivos, luego se apartó regresando a su lado en espera.

No pasó demasiado tiempo para que el sonido de los pasos de alguna persona, resonaran del otro lado de la puerta. Por la intensidad y duración, dedujo que se trataba de tacones, y por lo tanto, de una mujer. Si tenía suerte se trataría de la mujer por la cual se encontraba en este lugar a punto de sufrir de combustión espontánea.

La puerta se abrió, del oscuro pasillo se asomó la mujer más hermosa que hubiera podido ver en el mundo, esos grandes ojos negros miraban hacia su ubicación con la timidez cándida de una niña y sus labios rojos, llenos, daban la impresión de ofrecer un beso eterno… suave.

Dio un paso al frente tendiéndole la mano, por su mente rondaba la pregunta del millón, ¿Por qué alguien quería divorciarse de ésta grácil criatura? Si su beldad era tal que eclipsaría a cualquiera. Si fuera su mandante, jamás la dejaría ir, la llenaría de joyas, ropa cara y perfumes exquisitos y todo solo para aumentar esa belleza.

Lástima que jugaba para otro equipo.

— ¿Señora Ariati? So-soy el mandatario del señor Lunobe, estoy aquí por el asunto de…

Ella iba a aceptar su mano, pero en el acto se desembarazó del gesto y corrió hacia el interior dejando la puerta abierta y a él con la mano en el aire como un tonto, el cabello negro medianoche le había golpeado la mejilla dejando el típico latigazo de dolor.

Tomás carraspeo incómodo, Rafael bajó la mano lentamente no sabiendo qué hacer con ella una vez rechazada por la ninfa. Minutos después el sonido pesado de un par de botas masculinas resonó por el largo pasillo del recibidor y el hombre con la expresión más hostil y fiera se apareció por donde la ninfa se marchó.

Tal vez el señor Lunobe inició el proceso de divorcio por que la hermosa y cándida ninfa no era tan inocente como aparentaba. Dada la primera impresión.

—Soy…

—Sé quién es —El guerrero vaquero le interrumpió dándole un suave golpe con la fusta en la muñeca, al tenderle la mano obligándolo a bajarla, ¿Qué pasaba con esta gente y su descortesía? — Ahórrese la parafernalia sobre términos legales. Regrese por donde vino y dígale a ese bastardo que aquí no va a haber divorcio.

—Pe-pero yo necesito hablar…

Los ojos enfurecidos giraron hacia Tomás ignorando todo lo que Rafael tenia para decirle. —Llévalo de regreso y déjalo en el pueblo ¿Entendido?

Rafael sintió su mal carácter resurgir desde lo más hondo de su ser. Estaba listo para decirle un par, ¡Que un par, un montón de cosas a ese tipo maleducado que se atrevía a…!

Y pum, la puerta se cerró en su cara, justo cuando había encontrado la fuerza interior suficiente para despotricar contra el vaquero.

Tomás le asió del brazo y cargando las maletas que momentos antes tiró, lo arrastró de regreso al auto. Rafael cerró la boca de golpe y miró a Tomás.

—Se lo dije, va a necesitar más que una sonrisa bonita —Repitió sintonizando en el radio alguna estación con música ranchera, el buen humor se consumió con la actitud del vaquero— así es siempre, todos vienen aquí pensando que será fácil, pero no —Pasó el brazo sobre el posacabezas del asiento, para mirar hacia atrás por si algún imprevisto se le cruzaba en el camino de salida del rancho — Nunca es fácil lidiar con el tema, ¿Sabe? El último ni bien llegó se marchó.

Rafael recobro la compostura, se arregló la corbata; como esta no quedaba recta decidió quitársela. Sólo para que volara de su mano hacia la ventana, directo al polvo del camino.

«Allí va una Armani de muchos dólares.» pensó al ver como la tela azul cielo se perdía entre las volutas de tierra.

— ¿No soy el primero? —Cuestionó, sabiendo lo estúpido de pensar que un hombre rico e influyente tendría sólo un mandatario a su servicio, al haber tanto por hacer.

—Para nada, ya perdimos la cuenta de cuantos han enviado. —Respondió, Tomás, canturreando en voz baja y golpeando el volante con los pulgares.

Rafael terminó por desprenderse del saco, incluso renunció a los tres primeros botones de su camisa prístina. El aire que entraba por las ventanillas abiertas, le refrescó a pesar de ser un soplo cálido.

Tomás ya no contó chistes. El camino se volvió largo y accidentado, debido a todos los baches de la carretera de terracería. Después de lo que parecieron horas los primeros edificios del pueblo se perfilaron altos contra el cielo despejado.

El automóvil se detuvo enfrente de una posada pintoresca, con flores colgando de sus balcones coloridos, llenos de banderines. Las personas iban y venían, como en esas películas antiguas donde todo es perfecto y pacífico.

—Si decide seguir con su inútil lucha, puede quedarse aquí —Tomás señaló hacia la posada, era apenas una casa de dos pisos; pintoresca y adorable, pero terriblemente larga, posiblemente abarcaba toda una manzana — Si no, lo llevo al aeropuerto y le conseguimos algo para que pueda irse, usted decide.

Rafael pensó en las posibilidades de encontrarse con la ninfa y convencerla de firmar la disolución del matrimonio, mejor si evitaba tropezarse con el amante maleducado.

—Me quedaré —Sentenció firme sabiendo que está sería la lucha titánica de su vida y por el bien de su estatus como mandatario no debía fallar — sólo quie…

Tomás ni siquiera esperó a que terminará de bajar sus maletas, arrancó la máquina y se marchó dejando detrás de sí una estela de polvo.

«Genial, ¿Ahora si se abre?» Toda la ropa de la última maleta se desparramó en el suelo rústico y polvoriento. Algunas personas corrían detrás de sus prendas que presas del aire revoloteaban por toda la plaza.

La muchedumbre, amable y sonriente, fue entregando las ropas fugitivas, dio gracias al cielo por llevar la ropa interior en otra maleta. De paso le dieron una bienvenida efusiva deseándole lo mejor en su lucha.

¿Cómo lo sabían? Ni idea. Parecían estar enterados del porqué de su presencia en el pueblo y le daban sus buenos deseos para que llevara a cabo su misión.

Una vez las tres maletas estuvieron bien cerradas se dirigió hacia la posada «El Alivio del Viajero». Le pareció un nombre adecuado puesto que en los panfletos del living prometían un escape del agobiante calor, un espacio refrescante, cómodo y hogareño.

La recepcionista, una sonriente muchacha demasiado maquillada, le hizo llenar el formulario, le pidió un adelanto por la habitación y su identificación. Poco después le entrego una tarjeta electrónica, la cual no debía perder, puesto no existía un repuesto y le deseó una feliz estancia.

Rafael subió las maletas y encontró la habitación; la suya era una pieza de dos ambientes con vista a un hermoso jardín. Dejó las maletas junto a la puerta para ir a abrir las puertas dobles que daban hacia el edén en la tierra. Las enredaderas extendían sus ramas hacia los pilares de toda la posada, lucia pequeña por fuera, pero era espaciosa por dentro y varios huéspedes pululaban por los pasillos del segundo nivel y entorno a la fuente en el centro del jardín.

«Como si estuviera de vacaciones.» Salvo que no eran vacaciones y aún debía cumplir con una orden.

Dejó que el cansancio del largo viaje le condujera hacia el sueño y se tumbó en la suave cama, el aire acondicionado no hacia ruido y pronto, Rafael se vio envuelto en el cansancio, yendo a la deriva en un sueño sin retorno.

 

~*~

 

 

Kiel se apoyó contra la puerta, Marlene se asomaba tímida desde el otro lado del pasillo mientras sollozaba en silencio. Apretó su corazón con fuerza, sintiendo el dolor característico que llegaba después de cada mandatario.

Era asombrosa la cantidad de hombres y mujeres, enviados por el supuesto esposo fiel y amoroso que juró protegerlo, incluso del dolor mismo. Se rio amargamente mientras rodaba la sortija de matrimonio en su dedo, era incapaz de desprenderse de esa banda de oro que significaba tanto y a la vez absolutamente nada.

Marlene apareció, sus tacones repiqueteando contra el suelo. — ¿Señor se siente bien?

—Si Mar, estoy bien, vuelve a trabajar.

Ella le miró un poco más con esa mueca tan suya; sus delgadas cejas estaban fruncidas y sus labios apretados hasta casi volverlos de un color rosa casi blanco. Luego de ese largo examen pareció satisfecha y regresó a la cocina limpiándose las lágrimas.

Era igual para Kiel en cada ocasión. Negándose a firmar la disolución compraba un poco más de tiempo, pero, ¿Tiempo para qué? ¿Para que su corazón sanara? ¿Tal vez por el masoquista deseo de que, si esperaba lo suficiente, él regresaría porque recapacito que la separación no sería buena para ninguno de los dos? ¿O solo por qué quería torturarlo haciéndose el difícil?

Su mente se fue sobrecargando de pensamientos al punto que perdió la noción de lo real y lo que sólo ocurría en su mente. Suspiró y se levantó, los campos no se araban sin supervisión y los animales tampoco eran limpiados por arte de magia.

Recompuso una expresión furibunda y dando pisotones abandonó la casa principal, trabajar siempre ayudaba a aliviar la tristeza, siempre lo hacía.

 

 

~*~

 

Rafael se despertó de madrugada. El calor había mermado hasta volverse un lacerante frío. Pasó el dorso de la mano por su boca secando la saliva, avergonzado, notó el pequeño charco de humedad en la funda de la almohada.

— ¡Dios qué vergüenza! —Se lamentó, yendo a cerrar las puertas dobles. A través del cristal admiró el silencioso y quieto jardín. El único sonido en el ambiente eran los grillos y el rumor suave de la fuente—. Vaya, qué tranquilo.

Apoyó la frente sobre el cristal y admiró el paisaje. Todos debían de estar dormidos dada la hora, eso no lo persuadió de que permaneciera en la habitación. Fue por su saco para resguardarse del frío y salió. El pasillo era largo, tan ancho que podía extender los brazos y las puntas de sus dedos jamás alcanzarían la pared contraria.

Las puertas de las otras habitaciones estaban cerradas, con las cortinas echadas. Buscó las escaleras y tanteó el camino. La única luz de todo el jardín, venía de una tímida farola ubicada del otro lado.

Ésta decisión sobre iluminación, no fue para nada un desacierto. El débil fulgor dorado de la bombilla, escondida en un muy antiguo farol y apostada muy cerca del techo, regaba un halo áureo por todo el jardín.

Entre oro y esmeralda, la noche se iba tapizando de diminutos diamantes coquetos, que guiñaban los ojos hacia la tierra. En la urbe las estrellas eran invisibles, pero en el campo…

Un suspiró escapó de sus labios. Aquí las estrellas no se ocultaban de las luces de la ciudad, no existía competencia alguna.

Se apoyó sobre el borde de la fuente, metió los dedos en el agua increíblemente fría y pensó cuál sería su siguiente paso. Sin la existencia de un tiempo límite para cumplir con el mandato, sólo debía regresar con la disolución del vínculo matrimonial y listo, otro trabajo perfecto.

Suspiró, un escalofrío atravesó su columna vertebral. Rafael lo atribuyó al frío. Mejor regresaba a la habitación. El panfleto decía que el comedor abría a las siete de la mañana, y los huevos rancheros, especialidad de la casa, se acababan en un dos por tres. Sólo faltaban algunas horas para que amaneciera y Rafael tenía muchas ganas de probarlos.

Apartándose de la fuente caminó hacia la recepción. Era el mejor camino, ya que el farol tuvo una especie de disminución en su intensidad, opacándose hasta casi apagarse.

Abrió la puerta que daba hacia el vestíbulo, sintió a alguien mirarlo. Giró la cabeza. Una mujer parada en las escaleras, vestida únicamente con un blanco y largo camisón de dormir, le observaba. Sus ojos, dos pozos negros, eran claros a pesar de la penumbra del jardín. Rafael soltó la manija de la puerta y la saludó. Ella no hizo ningún gesto a cambio. No hacía falta, con Rafael siendo educado bastaba.

Volvió a asir el pomo y se internó en la posada. El calor de la calefacción le devolvió la sensación de la punta de sus dedos. La recepcionista aún permanecía detrás del mostrador, arreglaba papeles y tecleaba en la computadora algunos datos.

—Buenas noches —saludó, intentando no alzar la voz demasiado para no importunar a los demás huéspedes.

Ella pegó un gritito aterrado, tirando todos los papeles y saltando de la silla giratoria en la que se encontraba sentada. A Rafael le causó gracia. Ella estaba armada con una escoba y pretendía enfrentarlo usándola. 

— ¡Ay Jesús! —Ella se pasó la mano por el rostro, terminando de estropear su feo maquillaje— Señor Rafael, ¿de dónde viene? Susto ingrato el que me ha dado.

Rafael se coló detrás del mostrador y le ayudó con los papeles. Eran registros que ella estaba ingresando en la computadora. —Perdone Julia, sólo di un pequeño paseo nocturno por el jardín.

Si no fuera por la mejilla sin maquillaje, Rafael jamás se habría dado cuenta de que la recepcionista terminó con un semblante lívido, ceniciento y sobre todo, aterrado.

Julia salió detrás del mostrador y corrió hacia la puerta que daba al jardín, después de persignarse[1] varias veces, cerró la puerta con llave y corrió las cortinas.

—Dios lo libre señor Rafael. ¿Cómo se le ocurre ir al jardín a estas horas impías? Agradezca el no habérsela encontrado estando allí. —Ella movía las manos, haciendo ademanes con los dedos, señalando lugares y haciendo gestos que nunca antes vio en el rostro de una mujer. Al menos no en una preocupada por su apariencia. Y si el maquillaje era una indicación, Julia no se impacientaba demasiado. 

Rafael apoyó el cuerpo sobre la madera firme del mostrador, fascinado por ese comportamiento tan… asustadizo y refrescante. En la ciudad nadie nombraba a Dios con la misma facilidad de aquí.

— ¿Se refiere a la señora de blanco?



[1] La señal de la cruz.

Notas finales:

Vale, sé que se siente algo lento, pero en el próximo capítulo se pone mejor. 

Ya hemos conocido a nuestro protagonista, un amable y misterioso pelirrojo amante de... ¡Eh, rayos, me estoy adelantando! ¿Qué tal si descubrimos juntos a qué es amante Rafael? 

Rafael Chibi

Click arriba si quieres ver a Rafael versión Chibi. 

Otro de los personajes importantes es Kiel, el sexy vaquero de piel de bronce, al cual también iremos conociendo de poco a poco. 

Si les ha gustado la historia pues déjenme un comentario, que me animará un montón saber que les gustó. 

Kiel Chibi

Nos vemos la otra semana, un poco más temprano, claro. Cuídense mucho, hasta luego. 


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