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Terror en los Cárpatos por Nyx Dellamorte

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Notas del capitulo:

Para quienes hayan leido hasta donde deje este fic en el foro, voy a dar el aviso en el resumen, cuando comience a actualizar la tercera parte, que corresponde a FRIO en la tabla.

Muchisimas gracias por su lectura!

II

La primera vez que sus miradas se encontraron, fue en una tarde de primavera del año anterior.

— ¡Buen día! Solicito audiencia con el Patriarca…

El chico que poseía la suave palidez del alabastro, la figura esbelta y el cabello negro y reluciente como la bóveda nocturna, se dirigía a los guardias de la entrada al santuario, haciendo gala de un protocolo impecable.

— ¿Quién será? —preguntó Hasgard, al sentir el poderoso y afilado cosmos, lleno de determinación. Se dirigía a Rodorio en compañía de Sísifo y Manigoldo.

—Me sorprende que no lo sepas, Toro— exclamó Manigoldo, con sorna— Tú que siempre estas al tanto de los chismes del santuario…

— ¡Bah!... no tengo la culpa de que todos se animen a informarme de cualquier acontecimiento…

—Parece que tu si sabes de quien se trata, Manigoldo— intervino Sísifo, con interés evidente.

— ¡Por supuesto! —Se mofó el joven italiano— Debe tratarse de tú nuevo… y aburrido, según lo visto… vecino de capricornio.

— ¿Cómo puedes estar seguro? —Preguntó Hasgard, intrigado.

—Porqué fue el viejo quien lo mandó a llamar, parece que ya tardaba demasiado en su entrenamiento ¿No les parece?...

—Entonces vamos a recibirle —exclamó el arquero, sonriendo e ignorando la pregunta maliciosa del guardián de Cáncer.

El joven aludido sintió repentinamente, los impresionantes cosmos de los caballeros dorados, anunciarse y aproximarse. Antes de alzar la vista, pudo sentir el roce de una pluma que tomó en sus manos. Desprendía la calidez de un cosmos confortante.

Cuando sus ojos se encontraron con los del arquero, pensó que se encontraba frente a la visión de un ángel… uno más hermoso que cualquiera de los arcángeles de las pinturas y vidrieras de los templos católicos de su tierra natal.

La instantánea curiosidad por el otro fue recíproca, aunque más evidente en el rostro del aquero. Mientras Cid permanecía inmóvil en la entrada del santuario, contemplando la majestuosa armadura alada de Sísifo,  este último se sumergió en el horizonte de aquellas pupilas de color indefinido entre gris, azul y violeta, para observar el universo en su mirada, en busca de algo que parecía perdido en los resquicios de su memoria.

No era exactamente déjà vu, y no era tan inquietante, pero aquella sensación resultaba curiosamente nostálgica. Cuando recordaba aquel momento, Sísifo estaba seguro de  que no se trataba tanto de haber conocido a un nuevo compañero… había reconocido el cosmos de un querido amigo de siempre.

 

III

El tiempo transcurrió de prisa y cuando Sísifo volvió a enfocar su vista en el cielo de verano; el manto de la noche, salpicado de estrellas relucientes, comenzaba a esparcirse sobre el Éter.

Enredar sus dedos en el pelo de Cid, para fracasar una y otra vez en el intento de ensortijarlo, era una actividad entretenida. La cabeza de éste, ya había cedido por completo, y descansaba en el hueco del hombro y el cuello del mayor.

Sísifo deslizó de nuevo la mano; esta vez hacia el rostro del joven,  para sentir en su piel —y solo por curiosidad irreflexiva— el suave roce de aquellos labios entreabiertos. Empujó muy sutilmente las yemas de los dedos en el borde del labio inferior y luego se llevó el índice y el medio a su propia boca…

Cereza de nuevo. Esta vez el sabor de la fruta madura era casi imperceptible, como si alguien más hubiese dejado estampada su huella en los labios de coral; sin embargo la sensación resultó agradable…

Después de cabecear un rato, el santo de Capricornio logró despertar de su sueño. La mirada pérdida no lograba enfocarse en un punto fijo; vagaba  entre el espacio nocturno, los pastizales, el oscuro sendero a la distancia y la copa del laurel.

Por fin, sus ojos azul acero se anclaron a la bella silueta de Sísifo, y por un segundo, suspiro aliviado. Rápidamente recuperó su aire circunspecto y frunció el ceño —no de manera hostil, más bien, preocupado— para dirigirse al mayor, con una formalidad casi solemne.

— ¡Es una desfachatez de mi parte!.. ¡Lo siento mucho!... No puedo justificar el hecho de quedarme dormido…

—Lo único imperdonable, es que no hayas disfrutado conmigo del mejor ocaso visto en mucho tiempo.

Sísifo le hizo un guiño. Parecía divertirle el carácter grave y reflexivo de El Cid.

— ¿Tuviste algún sueño interesante?... ¿Algo que quieras contarme?—agregó el heleno, tras adoptar un tono afectado—. Soy muy bueno interpretando símbolos oníricos.

—Lo tendré presente, Sísifo —exclamó Cid, muy serio.

— ¡Por Zeus Olímpico, Cid! Solo bromeaba. Tampoco tienes que decirme nada si no quieres…—la sonrisa maliciosa del heleno delataba que no se rendiría fácilmente— Sobre todo si soñaste con una linda doncella…

Sísifo estaba preparado para recibir la más fulminante de las miradas de El Cid por aquella insinuación tan descabellada, pero en su lugar vio como el rostro del menor adquiría un tinte rosa.

— ¡Cállate!… —El Cid se cubrió la boca con una mano, como si fuese un chiquillo. Aun no contenía sus emociones por completo y Sísifo tenía el odioso talento de hacerlo perder el control.

— ¡Discúlpame! Yo no quise... — Sísifo bajo la cabeza… «Así que se trata de una damisela, admito que no me lo esperaba de alguien como él»

—No pretendo ser descortés… pero hay muchas cosas que es preferible dejar atrás porque se vuelven una carga muy pesada si pretendes llevarlas contigo, aunque los  dáimones2 te obliguen a voltear la mirada de vez en cuando en tus sueños… es mejor centrar la vista en la realidad y en el presente…

— ¿Cargas? —El arquero esbozó una sonrisa triste— ¡No le menciones esa palabra a Sísifo! Es inútil y absurdo… el continuará empujando la roca… pero tampoco olvides el pasado, o no aprenderás nada de él… ya dejemos la filosofía de lado… y no te preocupes, ni dudes en ponerme un alto cada vez que me sobrepaso… ocurre con frecuencia ¿Sabes?

— Sí. Ya lo sé —susurro El Cid, esbozando algo parecido a una pequeña sonrisa.

— ¡Vaya!... por fin… —dijo a su vez el arquero, apreciando el gesto inusual del menor.

— ¿Por fin qué?

— ¡Nada!... ya sabes a qué atenerte conmigo…

Cid prefirió no indagar más en el asunto, muchas veces las palabras y actitud de Sísifo le resultaban totalmente incomprensibles.

 

 

Notas finales:

2. El término aquí se designa como una acepción a los seres divinos y semidivinos, intermediarios entre los dioses superiores y los hombres, siendo mensajeros de los primeros.

 

Habia olvidado colocar la referencia; siempre tiendo a olvidarlas, pero a la vez me gusta emplearlas ya que a mi parecer facilitan la lectura. 


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