Se detuvieron delante de la tenebrosa fachada. Kiryu observo a Takamiya de reojo. El castaño había preparado todo, el lugar, el recorrido y las parejas. Eran amigos y por eso, el peliblanco sabía de los extraños sueños que atacaban a su amigo durante las noches.
—¿Estás bien? —pregunto Zero con voz solemne.
Kaito se encogió de hombros con simpleza— No te preocupes, Zero. Esperaré por si llega Kisaragi, si no es así, entonces iré a casa. Detesto las fiestas que ofrece Shirabuki Sara.
Kiryu afirmo de acuerdo. Takamiya había decidido enfrentarse a lo que sea que le acechará pero quizá era mejor que siguiera evitando la mansión.
—Entonces me adelantó —susurro el peliblanco mientras Ichiru tiraba ansioso de su brazo.
Kaito sonrió y agitó ligeramente la mano, a modo de despedida, al percibir la mirada preocupada de su amigo, cuando los gemelos desaparecieron de su campo visual, bajo la mano y su semblante cambio a uno indiferente.
—¡Takamiya! —agitó la mano la joven mientras se apresuraba hasta su compañero—¿Dónde están los demás?
—Ellos ya comenzaron, me quedé para ser tu compañero. ¿Vamos?
La mansión Shiki tenía años abandonada, las paredes eran de un tono verdoso y los pilares con detalles que simulaban haber sido tomados por enredaderas. Del lado izquierdo dos enormes ventanas protegidas con cortinas blancas que se ondeaban con el viento, había algunos muebles viejos. Fuka observo estupefacta la hilera de lámparas pegadas a la pared, que alumbraban el pasillo.
—Takamiya… ¿No deberíamos ir hacía allá…?
—Esté es un atajo —le dijo con una sonrisa enigmática mientras ponía la mano en la manija y abría, haciéndose a un lado para dejarle pasar.
Fuka sonrió enternecida y se adentró a la habitación, aunque sus pasos se detuvieron al ver la figura delante de ella.
Cabello rojo, piel de porcelana y ojos somnolientos en un tono azulado pálido.
—¿Un niño?... Takamiya… Hay un niño… —su cuerpo no se movió y el joven pelirrojo se acercó, inclinándole hacía atrás, como si de una muñeca se tratará. De soslayo alcanzo a ver la hilera de puntiagudos dientes que revelaba la boca del niño, su corazón tamboreó presa del miedo y su mirada aterrada se cruzó con las tranquilas pupilas chocolates de Kaito—… Por f-favor…
—Después de tu comida, juguemos un poco, Senri —pidió Kaito apático a las pequeñas suplicas de su compañera— Tenemos un par de días antes de que vuelvas a dormir.
Senri dejó caer el cuerpo inerte al suelo, creando un sonido sordo. Se lamió los dedos y le observo con sus pupilas carmín. Sus pies descalzos avanzaron hasta el castaño, está persona era un enigma para el pelirrojo y le fascinaba, después de todo se atrevió a hacer un trato con el diablo.
—Uh, juguemos —aceptó estirando los brazos hacía el humano para atraerle y darle un besó largo impregnado del sabor metálico de la sangre. Mañana, seguramente Takamiya traería a alguien más para que comiera y se preguntó si sería aquel delicioso rubio de ojos esmeralda.