Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Decisiones por Jade Edaj

[Reviews - 39]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

FMA es de Hiromu Arakawa.

II


 



Tratando de recuperar el aliento, la chica de inmaculado uniforme blanco que ya se encontraba junto a él, respiró profundo un par de veces.


—¿Qué ha pasado con el paciente de esta habitación?


—General Mustang, eso quería informarle desde el principio, pero le llamé y no se detuvo...


—¡Al grano señorita! —El hombre estaba al borde de los nervios, pues su estresada mañana había contribuido a eso.


—El coronel Elric pidió su alta voluntaria hace un par de horas.


—¿Qué dice? —Roy no escondió su enojo ante la asustada enfermera que intentaba explicarle —¿Cómo pudieron permitírselo? Mi subordinado aún no está en condiciones de salir a la calle.


—Se le explicó eso señor, pero él firmó haciéndose responsable por lo que pudiera pasarle —la chica había dado unos cuántos pasos atrás por pura precaución, pues todo el mundo conocía al Alquimista de Fuego y parecía que el colérico general chasquearía los dedos para hacerle arder en cualquier instante.


—¿Dónde está Nox? ¡Quiero hablar con él! —Ordenó tratando de controlarse, en el fondo sabía que ella nada de culpa tenía, quién mejor que él para entender lo obstinado que Edward Elric podía llegar a ser.


 


 


Afuera el Sol aún brillaba con demasiada intensidad, pero en la oscura habitación en la que Edward se encontraba, ni un sólo rayo podía colarse. Después de correr todas las cortinas y sin prender luz alguna se quedó acostado sobre su cama en posición fetal. Repasando lo sucedido desde que le comunicaron que estaba esperando un hijo de su superior, el general Roy Mustang.


Al parecer la Verdad había tomado con gusto su alquimia, pero no sólo le había devuelto a su hermano, si no que también había osado por dotarle de la capacidad de concebir. Tal vez había sido su empeño por devolverle la vida a su madre, o el que se negara a matar aun cuando su propia vida estuviese en riesgo. No lo sabía. Nunca supo con exactitud por qué la Verdad había hecho eso con su cuerpo, pero al tratar de comprenderlo asumió que su respeto por la vida de los demás le había valido para poder experimentar en carne propia lo maravilloso que era darle vida a un nuevo ser.


Pero todo eso le asustaba y mucho.


En su momento maldijo el no saberlo antes para poder cuidarse y no quedar preñado del general bastardo. Su relación lujuriosa, oculta y sin futuro no le traería nada bueno a un niño. La enorme responsabilidad de criarlo en un buen ambiente le preocupaba. Es verdad que sabía que a Mustang la noticia le movería el piso, pero también sabía que no le abandonaría a su suerte y por supuesto que se alegró al comprobarlo cuando así ocurrió y se ocupó de ambos, demostrando ser la persona idónea para dirigir el país, pues sus valores y principios estaban más que claros. Pero eran precisamente sus aspiraciones las que le impedían gritarlo a voces, lo mantendrían todo en secreto para que él pudiera alcanzar su meta y se convirtiera en el nuevo führer de Amestris. Tan sólo hasta que ese momento llegara podría revelarlo él mismo y nadie le juzgaría, pues sería la máxima autoridad de la nación. Y aunque eso le había propuesto Roy y hubiera estado de acuerdo en un principio, una espinita de inseguridad crecía en su pecho a la par del pequeño ser dentro de su vientre.


Su superior, era el hombre más apuesto de la base, de actitud coqueta y seductora con las mujeres de sociedad. Por la sucia política en la que se movía, Roy debía seguir saliendo y frecuentando mujeres para no levantar sospechas y acrecentar su popularidad, cosa que menguó un tiempo por su relación con Riza Hawkeye. Pero no tuvo que pasar mucho para que recuperara su fama; cuando se supo que había roto con la secretaria del führer, las féminas se derretían con tan solo mencionar su nombre, con las esperanzas renovadas de que esos rasgados y seductores ojos pudieran posarse en ellas. Antes del embarazo, Edward no le había dado mucha importancia a todo ese asunto, sabía muy bien que Roy tan sólo utilizaba a esas mujeres para ir a cenar o a bailar, cosas que debía hacer en público para alzarse el ego más que nada, pues a puerta cerrada Roy le aseguraba que él era el único que podía satisfacer su lujuria. Y él necesitaba creer en sus palabras para poder seguir adelante. Además, tenían un trato, no una relación. Los celos estarían completamente fuera de lugar, porque en todo ese tiempo el hombre jamás dio señales de sentir algo más que deseo por su persona.


Sin embargo, todo cambió cuando se enteraron que serían padres, pronto las cosas empezaron a tomar otro rumbo. Edward empezó a notar cambios en su cuerpo y a sentirse incómodo con su situación; sufría por la evidente distancia que puso el de cabello negro, pues su deseo sexual para con él disminuyó considerablemente. Dejó de tomarle en cada rincón de su oficina y le mantuvo fuera de las misiones, confinándolo a trabajo de escritorio, y aunque en el fondo Edward sabía que tenía que ser así por la seguridad de su retoño, sintió demasiado el hecho que ese bebé le impidiera estar con Mustang como antes y que limitara su desempeño como militar. Resignado ante su nueva condición, siguió apoyando a Roy en todo lo que pudiera, lidiando con la activa vida social del general y con su extenuante trabajo. Pero malditos impulsos por no poder estar quieto en un sitio y por la desmedida adicción que al parecer le tenía al peligro. Ese día escuchó una llamada que no le competía y acto seguido ordenó a un grupo de hombres acompañarle a interceptar el tren secuestrado por supuestos terroristas.


—¡General Mustang! ni siquiera llegarán hasta el lugar en el que te encuentras, toda esa gente morirá si no salgo a detener ese tren, acaban de informarme que el próximo puente se derrumbó —trataba de explicar Edward por teléfono.


—¡Acero este no es asunto tuyo, soy quien tiene mayor rango y me estoy haciendo cargo de eso justo ahora! —estaba sacándole de sus casillas al tratar de hacerle entrar en razón.


El coronel Elric miró el segundero del reloj en la pared con impaciencia— estamos perdiendo el tiempo con esta absurda discusión general. Soy quien está más cerca y voy a detenerlo.


—¡Te prohíbo terminantemente que lo hagas! —incluso el aparato que sostenía Roy crujió por la fuerza que aplicó en el auricular.


Edward ni siquiera cortó la comunicación mientras le ordenó a sus hombres seguirle y lo último que escuchó del otro lado de la línea fue el llamado furioso de su superior.


—¡ACERO!


Una lágrima recorrió de nuevo sus mejillas siguiendo las huellas que dejaron las otras. Maldita sea la hora en la que se le ocurrió desobedecerle. Todas las vidas salvadas no lograban mitigar el dolor de su propia pérdida, al parecer la Verdad se había ensañado con él y no dejaría de castigarle por haber jugado a ser Dios en el pasado. Le daría algo maravilloso y no dudaría en regresar a arrebatárselo cuando ya lo amara lo suficiente. ¡Al diablo con el intercambio equivalente! Había dado una buena y heroica acción para obtener a cambio tan sólo dolor y sufrimiento.


Su bebé era inocente.


Entre el mortal silencio y quietud de la habitación, percibió un ruido proveniente de la puerta, alguien entró y presionó el seguro. Él no se movió de la posición en la que se encontraba, pues reconoció perfectamente la identidad de esa persona, procedía de la misma forma en su oficina cuando sentía las enormes ganas de poseerle.


Después de haber estado ciego por un tiempo, a Mustang no le resultó difícil caminar en la oscuridad.


El general llegó hasta las ventanas y abrió las cortinas, Edward se removió incómodo cuando la molesta luz tocó su rostro. Ojos hinchados y nariz roja, evidenciaron lo mucho que había estado llorando. La pena que envolvía al muchacho en la cama conmovió por completo al hombre del uniforme y sintió cómo su enojo poco a poco fue desplazado por tristeza. Abrió la botella de suero que había traído y se inclinó tan solo un poco para poder colocarla entre las manos del joven Elric.


Al sentir el contacto del frío envase, su subordinado se incorporó para poder beber. Después de hacerlo intentó alcanzar la mesita de noche para dejar el líquido que con tan solo un par de tragos le había ayudado a humedecer sus resecos labios. El general le ayudó con eso y aunque estuviera en desacuerdo, no le obligaría a beber más. Sabía que lo necesitaba. No podía comer todavía y era evidente cuán débil se encontraba, pues sus temblorosas manos se lo revelaron.


Edward se sentó sumamente despacio mientras limpió sus lágrimas. Se movió buscando respaldo en la cabecera de la cama y sus dedos acomodaron sus flequillos hacia atrás despejando su rostro.


—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —dijo con voz gangosa.


Observando los pies descalzos de carne y acero Roy evitaba mirar sus ojos.


—No tienes a dónde ir y en estas condiciones no hubieras podido llegar muy lejos aunque quisieras, eres demasiado inteligente como para no darte cuenta de eso. Sólo que en el futuro me gustaría que evitaras volver a desaparecer de esa manera —trató de sonar lo más calmado posible para no alterarle.


—¿Te preocupaste por mí? —Preguntó evitando su mirada también.


—Obviamente.


Mustang respondió sin vacilar mientras observaba cómo el rubio retraía sus piernas para poder alcanzarlas y abrazarlas.


—No tienes por qué hacerlo, ya no tienes por qué sentirte responsable de mí —intentó ocultar su rostro con sus rodillas ante el terrible ardor que sintió de nuevo en los ojos.


—Pues a juzgar por tus actos a mí me parece que sí —la severidad con la que el otro respondió, obligó al muchacho a enfrentar sus ojos.


—No, no es así. Tú y yo ya no tenemos nada que nos una. Lo mejor será que acabemos con todo esto de una vez —con un fuerte suspiro se obligó a tragarse el llanto que amenazaba con volver.


—Edward ¿Estás terminando conmigo? —Su superior se cruzó de brazos completamente indignado y expectante a la respuesta.


—No se puede terminar algo que jamás inició Roy —por mucho que intentara parecer decidido, sus orbes temblorosos y acuosos estaban perdidos ante su superior que bien le conocía y pudo percibir sin problema el dolor en su mirada. Siendo ahí cuando lo comprendió.


—¿Piensas que seguía contigo sólo por el bebé? —Achicando los ojos, esperó por su respuesta.


—Bien sabes que es así —al rubio el nudo en su garganta apenas si le permitió contestar. A partir del embarazo el trato de Mustang cambió mucho con él. Roy hizo lo correcto al concentrarse en el bienestar del bebé por eso Edward no pudo quejarse.


—De nuevo te estás equivocando Acero —Mustang permaneció mirando sus ambarinos ojos por unos instantes, el reflejo de los últimos rayos del Sol los dotó de un brillo especial, semejando que era oro líquido lo que de ellos se desbordaba.


—¿Por qué lo haces más difícil Roy? —De sus secos labios salieron con demasiado esfuerzo sus palabras y al percibirlo respiró profundo para poder seguir hablando— Amestris te necesita más de lo que yo te necesito ahora general, ¡Debes dejarme! Ya no tienes nada que te ate a mí, tan solo vete, ¡Vete ya! —Mustang le habló claro desde el principio, no habría sentimientos de por medio en lo que hacían, a pesar de la adoración infinita que le profesara en medio del acto y a su pasional entrega. Ahora que su cuerpo estaba herido y su corazón roto no tenía nada más que ofrecerle. Conocía lo demandante de su trabajo y los resultados del mismo, a la larga él tan solo se convertiría en una fastidiosa carga para el general. Eso jamás. Si la separación era inminente, no veía el caso de retardarla.


El general, frunció el ceño y apretó los labios para impedir decir algo que lastimara a su joven amante, no era el momento apropiado para entablar una discusión, aun y cuando sintiera la necesidad de aclarar ciertas cosas.


Con desconcierto Edward lo vio descruzar los brazos y dirigirse hasta el armario, terminando por abrir sus puertas de par en par.


—¿Qué haces? —Limpió sus lágrimas con sus manos para aclarar su borrosa vista mientras obtenía otra pregunta de vuelta.


—¿Dónde está tu maleta? —Y antes que el rubio pudiera contestarle Roy la encontró en el piso del armario. En tan solo unos segundos Mustang vació todos los cajones guardando las cosas de Edward en la maleta.


Edward lo entendía, así es como tenía que ser; como su superior, debía echarlo de la base o someterle a juicio por desacato. Al parecer Roy se había decantado por lo primero.


—Tienes licencia médica y voy a llevarte a mi casa para vigilar tu recuperación.


Pero eso no se lo esperó Edward. Y aunque le sorprendió y alivió que no le echara a la calle, el rubio no dejó de notar que decidió por ambos.


—¿A tu casa? No seas imprudente.


—En el pasado, te quedaste en casa de Tucker y en la de... Hughes —aunque lo último a Roy le costó decirlo, fue necesario traerlo a colación en estos momentos.


—Pero ellos tenían familia, en cambio tú vives solo ¿Crees que esto no levantará sospechas?


El alquimista de Acero, siempre antepuso los intereses de los demás de los propios, y esta no sería la excepción.


—Sinceramente eso es lo que menos me importa ahora Edward, necesito tenerte cerca hasta asegurarme de que estés bien. Y permíteme recordarte que el imprudente has sido tú por salirte antes de tiempo del hospital.


El muchacho ya no era un niño, pero no pudo evitar sentirse como tal cuando el general le habló duramente, supo entonces que Roy no estaba dispuesto a obtener un "no" por respuesta.


—Vas a tirar por la borda todos estos años de esfuerzo general. Llevarme a tu casa traerá problemas. Yo ya soy mayor de edad y soy responsable de mis actos. Pronto estaré bien créeme, además, he leído que cuando esto pasa normalmente se dan menos de veinticuatro horas.


—¿Normalmente Ed? —No pudo evitar arrastrar su nombre al mencionarlo— tal vez si fueras una mujer y si no hubieras caído de un tren en movimiento.


—Pero Roy... —sus palabras fueron interrumpidas por una repentina incomodidad en su parte baja que a toda costa intentó disimular cuando apretó los dientes.


Sin embargo, su rostro reflejó el dolor sin que pudiera evitarlo. El hombre al frente suyo por supuesto que lo notó, sobre todo porque Edward por inercia se llevó las manos al vientre. El general bufó por su obstinada actitud sabía que estaba mal y lo tremendamente orgulloso que era, moriría antes de reconocer que necesitaba de alguien que cuidara de su persona.


—Dije que me haría cargo de ti. Y así será —enunció con tranquilidad mientras se dirigió a un lado de la cama para ofrecerle su mano— Juntos nos metimos en esto y juntos vamos a salir.


El joven coronel observó por unos instantes la mano extendida que le ofreció el general.


—¿Por qué no simplemente me dejas Roy? —Y las lágrimas volvieron a precipitarse de sus dorados ojos, no podía controlar sus hormonas desde hace algún tiempo.


—Porque no puedo Edward. Ahora levántate y no te atrevas a volver a desobedecer a tu superior —Roy podía tener buenas intensiones, pero sus comentarios mordaces, siempre conseguían infiltrarse en lo más profundo del alma del chico.


Edward confirmó entonces, que sólo era cuestión de tiempo para que ese hombre volcara todo su resentimiento en su contra, después de todo él era el culpable de que su hijo estuviera muerto y bien sabía que Roy no le perdonaría esa estupidez. Sin opción, y con un enorme sentimiento de culpa tomó la mano enguantada de su general para levantarse y abandonar esa habitación, que en los últimos meses se había vuelto cómplice de su relación tan complicada.


 


 


 

Notas finales:

Gracias por leer y comentar!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).