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Mesa de billar por Wolfin

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Está fumando, y me da por culo porque prometió no hacerlo. Supongo que el humo dulzón del porro le resulta demasiado irresistible.


Me muerdo el labio, nerviosa. Todavía estamos currando, y si entra el encargado y pilla a Nat echándose uno en el almacén conmigo mirándola como una ímbecil nos la vamos a cargar, joder.


La miro a través del reflejo del cristal que está detrás de la puerta. El pelo corto, negro, con un mechón ondulado que le cae por la frente y que siempre se está intentando apartar de la cara. Tiene los ojos de un color claro entre verde claro y ámbar -aunque cualquiera ve nada, con las pupilas tan dilatadas-, ribeteados con el lapiz de ojos, y los labios pintados de negro, siguiendo la moda punk. Remata la estética con una chupa y unos pantalones de cuero, y unas botas de tacón que hacen que parezca aún más alta de lo que es. Todo negro.


Se me está secando la boca y tengo que acordarme de tragar saliva.


Está como un tren, y supongo que por eso se las paso todas. No deja de ser la típica rebelde sin causa que guiñando los ojos consigue que a una se le caigan las bragas.


¿Yo? Yo soy más bien del montón. Ni flaca ni gorda, ni alta ni baja, supongo. Pelo oscurito, melena a capas. Tengo los ojos bonitos, creo, grandes y oscuros, y estoy sinceramente orgullosa de mi culo y de mi boca, pero no te pararías a mirarme dos veces por la calle.


Y a Nat, sí.


Me guiña un ojo mientras se apaga la colilla en la suela de la bota y se baja de encima de la mesa en la que estaba sentada, estirándose como un gato. Me roza la cadera con una mano fría cuando pasa a mí lado para llegar a la puerta.


Joder, la puta piel de gallina.


Me llegan las voces de cierto encargado que amenaza con mandarme al paro si no estoy sirviendo copas en tres segundos.


Vaya mierda.


 


Son las cinco de la mañana y hemos conseguido que el último borracho que quedaba se pirase por fin. Estoy reventada, pero me toca hacer inventario. Joder.


A mí y a Nat.


Y no me quiero quedar a solas con ella porque me tiemblan las piernas cuando me sonríe, pero estoy un poquito harta de irme a casa porque necesito cambiarme de ropa interior.


Pequeños inconvenientes de ser mujer y lesbiana.


Se han dejado bebidas encima de la madera del billar y me va a tocar frotar hasta que se quede bien limpito. Joder. Otra vez.


¿Cómo es tan guarra la gente?


Nat está acabando con la barra. Me mira con la ceja levantada. Se desliza por el local vacío, casi a oscuras. En silencio.


Interesante. Cierra la puerta con llave.


Jo-der.


Manos frías en la cintura y la lengua me recorre la boca. Las manos el cuerpo. No sé muy bien como pero estoy encima de la mesa del billar -el encargado se va a cabrear de la ostia- y tengo a Nat entre las piernas. Tiene las manos heladas, pero los labios calientes y no sé a donde agarrarme cuando los noto en los pechos, en el vientre.


Más abajo.


Mierda. Joder. Sí.


Sí.


Estoy clavando las uñas en los bordes de madera. Intento relajar las manos pero entonces siendo dedos fríos ascendiendo por mis muslos húmedos y acompañando a una lengua rugosa y joder. Sí. Sí. Sísísísísí...


Son las cinco y siete de la madrugada y ésto no me pasaba desde que tenía dieciseis. Joder, qué vergüenza.


Otro beso intenso y su mano vuelve a bordear montes con el nombre de una diosa cualquiera mientras descubro lo que es enredar las manos por su pelo corto y oscuro.


Esta vez lo haré mejor.

Notas finales:

Yep. Eso es todo.

Sin más.


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