Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Justicia divina. por darkness la reyna siniestra

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Al fin actualizo esta historia después de tantos siglos. Disculpen la tardanza, la inspiración me anda abandonando y regresa cuando se le dá la gana. Disfruten el capítulo.

 


Capítulo 3. "Profugo y verdugo"


 


 


Los minutos corrían inalcanzables, al otro lado de la sala de reuniones de los Ángeles, Camus se debatía internamente entre su raciocinio o el temor de las consecuencias que tendrán sus pensamientos convertidos en acciones que bien podían costarle un gran sufrimiento que en su actual estado no podría soportar.


Sabía que Milo había sido bueno con él pero. ¿Por cuánto tiempo? ¿Y si sólo era momentáneo, únicamente para hacerle confesar sus secretos y debilidades para finalmente darle el golpe final y destruirlo por completo? No pensaba quedarse para averiguarlo por ello, salió del cuarto de baño sin molestarse siquiera en cerrar el grifo para volver a la cama y formar su plan para escapar.


Qué importa que no tuviera a donde ir, cualquier cosa era mejor que estar ahí encerrado a la espera de lo incierto. Debía pensar en algo realmente bueno, no podía fallar…


 


+[x]+[x]+[x]+[x]+


 


—¿Sabes qué es una criatura maligna, verdad?


—Basta, Shaka no volveré a repetirlo.


Milo seguía debatiéndose con sus demás compañeros, claro que él sabía que Camus era un demonio, no era ningún estúpido pero los otros lo trataba como tal y eso le irritaba.


—¡Entonces qué piensas hacer! —vociferó exaltado el rubio peli-lacio— No puede estar aquí, no es una especie de mascota a la que puedes amaestrar…


El de cabellera rubia ondulada resopló.


—Desde ayer que lo traje me di cuenta de que no es un animal, pero a pesar de lo que ustedes piensan, esa criatura es muy tranquila —expresó seriamente.


—Posiblemente sea así porque sus poderes demoníacos han sido aplacados desde que entró aquí —aportó Aioria con aire pensativo.


—Eso es muy acertado, Aioria —concedió Saga—; pero a pesar de eso, nosotros no tenemos la certeza de conocer a plenitud el comportamiento del íncubo. Quizás nos estamos apresurando a juzgarlo.


—¡Tú estás loco, Saga! —exclamó Shion notablemente molesto poniéndose de pie— ¡Cómo quieres que no lo juzguemos si esa maldita cosa destruyó a Sorrento y a Saori sin ninguna piedad!


—¡Ya estoy harto de tus reclamos, Shion! —Milo se había puesto de pie totalmente fuera de sí— ¡Yo también quería a esos dos, pero estás llegando a tu limite! Hemos perdido a muchos compañeros a través de los tiempos y nunca te habías quejado tanto…


—¡Eso es porque esto es diferente!


—¡No, no lo es…! ¡Es lo mismo! Oh no… —bajó la voz fingiendo dramática sorpresa— Es verdad, no es lo mismo, ¿y sabes por qué, Shion? ¡Porque nuestros antiguos compañeros caídos no se revolcaban contigo como lo hacía Saori!


En la sala se formó un sepulcral silencio, los Ángeles no daban crédito a lo que estaban escuchando por parte de Milo. ¿Cómo se había atrevido a escupirle al mayor esa verdad que muchos sabían pero que nadie había dejado escapar?


—Tú… —inició Shion mirando atónito a Millo— Pero… ¡Cómo te atreves!


Shion estaba enfurecido, caminó con premura hacia Milo quien estaba dispuesto a todo. Sus alas se batieron esperando cualquier posibilidad de atacar al peli-lima si éste se le acercaba más. Pero justo a tiempo de que hubiera una pelea eterna, Saga se levantó de su lugar para intervenir.


—¡Shion, alto ahí! —detuvo el peli-azul al otro colocándose en medio del camino hacia Milo con sus alas completamente desplegadas.


—Saga, te ordeno que te apartes de mi camino… —Shion rechinó sus dientes.


—¡Olvídalo! —respondió sin más— Ten orgullo y compórtate, sabías que tarde o temprano alguien te iba a arrojar en cara lo que estabas haciendo, y acepta que ese es el principal motivo de tu pataleta por el príncipe.


—Saga… maldito. ¿¡Tú lo sabías!? —ahora Shion si estaba indignado.


—¿Quién no, mi buen Shion…? Esa niña no era muy discreta que digamos, siempre amenazando a los que no hacían lo que ella pedía con acusarlos contigo.


—Además, Shion —llamó Afrodita, el nombrado le miró molesto—, yo mismo le dije a esa tonta que no tenía que ir a la batalla, ella nos forzó a llevarla. Lo aceptamos, se le quería pero sólo cuando se mantenía en calma.


—Eres un…


—Ahórratelo, Shion —detuvo Saga el insulto del peli-lima al peli-celeste.


El Querubín miró a todos con odio y sin decir más nada se dirigió a la puerta doble para salir de la sala.


Los demás lo miraron marcharse sin pensar en detenerlo. Todos sabían lo que el Ángel de lima cabellera y la aniquilada Saori hacían según ellos a las espaldas de los habitantes del Paraíso, pero más de uno se había dado cuenta de la peor de las formas —nótese que fueron plenamente vistos por algunos desafortunados—. Y simplemente habían elegido callar aquel pecado original por tratarse del mismo Shion.


Ahora, el que Milo se haya hartado porque Shion hacía teatro por ya no tener su juguetito para entretenerse era otra cosa. Pero él tenía el suyo propio ahora, y eso nadie tenía por qué discutírselo; aunque claro, Milo ignoraba el hecho de que Camus estaba en ese preciso instante ideando una manera para largarse sin que se diera cuenta.


—Milo… —llamó un bello Ángel de lila cabellera del rango de los Potestades, el nombrado volteó a verle calmado— nunca pensé que alguien tuviese las alas bien puestas para decirles sus verdades a mi maestro —concluyó con una cálida sonrisa.


—Mu tiene razón, eres mi héroe –celebró un Tronos palmeandole la espalda al rubio ondulado.


—No te apures Aldebarán, ya era hora de que alguien lo pusiera en su lugar —Milo sonrió de lado—, es verdad que es mayor que todos nosotros juntos pero no por eso nos tratará como se le dé la santísima gana. Gracias por ayudarme Saga.


El Querubín peli-azul le sonrió al rubio.


—Es lo que todos debimos hacer desde el inicio, Milo. No tienes que agradecer, no dejaré solo a un amigo cuando necesita una mano.


—Bueno, fue un lindo momento pero ahora, volviendo a lo nuestro. ¿Qué piensan hacer con el íncubo que Milo está protegiendo?


Quien había dicho tales palabras no había sido otro sino Kanon, el hermano gemelo de Saga, que estaba sentado del otro lado de la gran mesa circular con una mano deteniendo una de sus mejillas en clara señal de aburrimiento.


—Kanon está en lo cierto —apoyó un Ángel Potestad de cabellos cortos de color azul y ojos de un azul más claro cuyo nombre era Damián—, debemos encontrar una manera de mantenerlo aquí sin que eso represente un peligro para nosotros.


—Pero… ¿¡Por qué debe seguir aquí!?


—Shaka, Milo lo quiere conservar en el Paraíso, ¿qué no te había quedado claro ya?


—Damián, hazme el favor de no hablarme como si fuera un tonto —exigió molesto el rubio peli-liso.


—Entonces no te comportes como uno... —respondió Afrodita por su amigo.


Y exigencias, aclaraciones y quejas iban y venían a lo largo y ancho de la mesa, hasta que claro, hubo alguien que no soportó más y decidió intervenir para terminar con el griterío de cuajo.


—¡Basta, Ángeles! Mantengan la calma y la compostura que no arreglaremos nada a los gritos.


Shura había sido quien hozó interrumpir tan “diplomática” contienda de opiniones varias. Todos los presentes guardaron silencio hasta que el mismo que les había mandado a comportarse, volvió a tomar la palabra pero esta vez más relajado.


—Y bien, Milo. ¿Qué piensas hacer ante tu situación?


Milo meditó la respuesta que daría a sus compañeros, no quería meter la pata, pero tampoco quedar tan expuesto a opiniones que no venían al caso. Sabía que Camus estaba bajo el peso de sus alas, pero no sabía qué hacer en sí. Él lo había llevado al Paraíso sólo con la intención de castigarlo por lo que pasó con sus dos compañeros caídos, pero el asunto se le estaba yendo de las manos.


Finalmente y ante las insistentes miradas de sus demás compañeros, Milo tomó una decisión…


—Quiero poseerlo, será mío de hoy en adelante hasta que los tiempos acaben —sentenció con tanta seguridad que los demás no se atrevieron ni siquiera a resoplar.


Milo había decidido que Camus sería completamente suyo fuera como fuera, y eso nada ni nadie podría cambiarlo.


 


+[x]+[x]+[x]+[x]+


 


Shion había llegado a su propia habitación en una de las torres más altas del Paraíso, sacudió sus alas con fuerza estaba sumamente molesto, es decir. ¿Cómo se atrevía el idiota de Milo a gritonearle sus secretos frente a los otros, a pisar su autoridad con total y descarada alevosía? Era imperdonable aquello y por eso, el peli-lima había decidido que tal afrenta no se quedaría así en el olvido. Haría a Milo pagar por su atrevimiento y sabía a la perfección, que tarde o temprano encontraría la manera de enseñarle una lección que jamás olvidaría.


—¡Tarde o temprano me las pagarás, Milo! —sentenció golpeando con su puño cerrado una de las paredes cercanas.


Mientras que esto pasaba en los aposentos de uno de los Ángeles mayores, en una de las habitaciones de la octava torre, un muy decidido Camus dejaba caer por el marco de su ventana, una improvisada soga hecha de sábanas anudadas entre sí que le sirvieran para poder bajar hasta lo que él creía sólido —aunque claro, él esperaba que esa superficie nubosa que se divisaba a unos seis metros de altura fuera lo suficientemente sólida para sostenerlo—. Dado que sus alas eran completamente inútiles por la desaparición de sus poderes infernales, no le tocaba de otra que confiar en que todo saldría conforme a su plan apresurado.


—Debo lograrlo… —se dijo para animarse a seguir.


Se sentó en el marco de la ventana por el que minutos antes hubiera arrojado la “soga” y lentamente giró su cuerpo alzando las piernas para que éstas quedaran suspendidas al abismo del exterior desde donde una fresca brisa hizo bailar sus cabellos escarlatas. Tomó la cuerda con sus manos con fuerza y se dejó ir hacia adelante, golpeándose la espalda con el muro de abajo de la ventana por la sacudida al lanzarse hacia afuera.


Se quejó en silencio, y mirando hacia abajo empezó a descender con algo de lentitud, después de todo tenía que aguantar su propio peso sólo con sus dos manos para no caer sin remedio a quien sabe dónde.


Al cabo de unos minutos que más le parecieron tortuosas horas, llegó por fin hasta donde comenzaba aquella nubosidad. Preparó sus pies para poder sentir si había una superficie amplia allí y soltarse con seguridad de la soga. Y al llegar constató que si había dureza por lo que se soltó quedando de pié en aquel espacio.


—Vaya —exclamó con satisfacción—, menos mal que es una superficie fuerte. Sólo espero que el resto también lo sea.


Y con tal idea se aventuró a dar cortos y precavidos pasos por aquellas nubes, o al menos eso era lo que a él le parecía aquel extraño suelo nuboso. Dio y dio paso por paso hasta que finalmente sintió la suficiente confianza como para dar pasos más largos y terminar corriendo con fuerza por esos caminos desconocidos. No sabía a donde estaba, en que parte del Paraíso o a donde debía ir, los nervios estaban haciendo mella en su cuerpo pero debía intentarlo…


Por otro lado, la reunión del consejo de Ángeles había concluido con el conocimiento de las decisiones de Milo sobre él y la eterna estadía del príncipe íncubo en el Paraíso, y lo que los demás habían prometido aportar para que la paz del lugar no se rompiera por ello. Por lo que todos estaban dentro de lo que cabía, conformes.


 


+[x]+[x]+[x]+[x]+


 


Milo ya estaba libre de reuniones por ese día, iba por el pasillo que llevaba a su área con una sensación de paz en su interior. Se sentía a gusto de que el espinoso tema referente a Camus haya sido resuelto e incluso Saga le había dado su apoyo diciéndole que para cualquier eventualidad no dudara en contar con él. Y pensaba que tenía muy buenos amigos y compañeros.


Camus ya había comido pero le había prometido estar al pendiente de su alimentación, esperaba que de a momento el pelirrojo estuviera tranquilo, aunque no haría daño dar un pequeño vistazo para cerciorarse que todo estaba en orden. Con esa idea en su mente, Milo se encaminó hacia aquella habitación donde debía seguir el demonio. —


 


+[x]+[x]+[x]+[x]+


 


Camus había avanzado a paso rápido y sigiloso, tanto que incluso había llegado hasta un puente de cristal dorado, mismo que ya cruzado lo guió al interior de una alta torre blanquecina y luminosa. El íncubo estaba más que nervioso, aún no tenía ni la más remota idea de donde estaba ni a donde estaba siendo conducido por sus pies y su deseo de escaparse. Se había encontrado con infinidad de Ángeles que por sus vestimentas Camus identificó como guardianes, no era de su entero conocimiento si es que todos en el Paraíso conocían de su presencia pero lo mejor era que no lo notaran, no sabía que harían con él de caer en las manos de alguno de los guardias o de los Ángeles de alto rango. Y para ser sincero no quería averiguarlo tampoco.


Por eso el venido del infierno buscó la manera de seguir adentrándose hasta que llegaba a un elegante pasillo de la segunda planta. El lugar era alto por fuera pero por dentro era bastante ancho y pulcro, Camus caminó hasta llegar a una zona realmente hermosa, nunca el príncipe había visto algo parecido en sus años de vida, era extraño pero una paz infinita se apoderó de su ser. Sin ser consciente las piernas se movieron hasta que el hermoso joven quedó al centro de esa sala llena de estrellas y galaxias que brillaban intensamente a su alrededor, los arboles de bellos y aromáticos pétalos de un intenso violeta bailaban ante la sutil caricia de una brisa que salía de la nada. La grama intensamente verde se sentía suave bajo los pies y divinas flores blancas como cromo florecían de todos los tamaños.


Camus estaba sorprendido, a pesar de que era un “cielo” oscuro y galáctico, había luz, como cuando la luna en la Tierra bañaba los rincones oscuros por las noches despejadas, así era la iluminación que solamente aumentaba la belleza y majestuosidad de ese divino paisaje que sólo podía formar parte del mismísimo Paraíso.


—Es… tan hermoso… —tan ensimismado estaba que dejó de importarle el que alguien pudiera verlo y capturarlo, pero tal visión ante sus ojos le había quitado y devuelto el alma al mismo tiempo.


—Es un gran halago para nosotros que le guste nuestro espacio, príncipe —habló una voz profunda y suave atrás de él. Aquello tomó a Camus por sorpresa haciéndolo voltearse bruscamente lleno de pánico con dirección a quien había hablado.


Se sorprendió de golpe al ver que frente a él no había un Ángel. ¡Sino dos, idénticos! Pero uno tenía el cabello más claro que el otro, pero siempre azulado y largo, de ojos verdes, realmente hermosos y rostros inhumanamente apuestos vestidos con el mismo diseño de túnica pero el que tenía el cabello más oscuro la llevaba en un inmaculado blanco, mientras que el de cabello más claro la tenía en color dorado. Camus abrió sus ojos el doble de su tamaño al ver a los guapos Ángeles que lucían tranquilos con su presencia, aunque no sabía si tomar esto bien o mal…


—Y-yo… —tartamudeaba el demonio nervioso sin saber que hacer, decir, o pensar.


—Por favor, perdonanos si te hemos asustado —le sonreía el de cabellera clara—. Dejanos presentarnos, él es mi hermano Saga, y mi nombre es Kanon, somos los guardianes de este espacio que representa la armonía de las cosas.


—Es un gusto conocerle en persona, príncipe Camus —saludó Saga con simpatía.


Al íncubo le sorprendió que aquel par no reaccionara violentamente ante su presencia en el bello sitio, eso quizás lo ponía más nervioso a que lo intentaran capturar.


—Yo… —de golpe reaccionó haciendo una rápida reverencia doblando la mitad de su cuerpo hacia abajo— ¡Discúlpenme por favor por haber entrado sin más a este lugar!


Casi había gritado presa de los nervios, tenía miedo de como fueran a reaccionar ese par tan idéntico. Saga y Kanon por el contrario estaban bastante tranquilos, ambos se miraban entre si y luego al pelirrojo. Recién habían llegado de la reunión hecha para discutir sobre el inesperado visitante, y ahora tenían el peculiar gusto de poderle apreciar de cerca.


Entonces el menor de los gemelos, Kanon, pudo entender por qué Milo quería a ese joven demonio a su lado, pecaría alguien al admitirlo, pero con sus propios ojos pudo comprobar la extraordinaria belleza de la que Camus era dueño.


Saga por otra parte se encontraba interiormente sorprendido de saber al íncubo en la tercera torre, misma que custodiaba con su hermano. ¿Qué hacía el príncipe demoníaco ahí? ¿Sabría Milo sobre la extraña exploración del joven? El gemelo mayor lo dudaba bastante y conociendo al rubio, sabía que el que Camus estuviera ahora ahí tan lejos de las estancias de su guardián, no le haría a éste ni pizca de gracia . No era por ser malo ni cruel pero presentía que al demonio le esperaba un enorme castigo por su desobediencia.


—Príncipe —Saga se acercó un par de pasos—, no desearía ser impertinente pero. ¿Milo sabe qué usted está aquí?


Camus se estremeció ante la sola mención del ángel rubio, y claro que Saga pudo notarlo perfectamente. No se equivocaba, la criatura se había escapado de donde Milo lo había dejado, tenía que comunicárselo al de risos dorados pero sin que el de cabellera escarlata se diera cuenta. No podía arriesgarse a que éste actuara de modo amenazante movido por su deseo de escapar.


—P-pues… —no sabía que contestar, si decía que no, era más que seguro que esos dos lo atraparían y lo llevarían con Milo y él muy posiblemente lo castigaría. Pero si decía que si dudaba que los peli-azules le creyeran, después de todo él era un demonio y no alguien en quien realmente se pudiera confiar. Estaba atrapado— Verán, yo… salí a… a… ¡Buscar a Milo! ¡Si! P-pero me perdí así que caminé y caminé hasta que llegué aquí… No recuerdo donde está la habitación en donde estaba…


Pedía a quien fuera para que Saga y Kanon le creyeran semejante estupidez.


—Es raro que diga que ha salido a buscar a Milo, príncipe —aportó Kanon con un tono de sospecha—. Milo es alguien demasiado precavido, dudo mucho que le haya dejado la puerta de la habitación en donde usted estaba sin ninguna barrera que le impidiera salir —sonrió de lado con una azulina ceja alzada.


Los ojos carmesí se agrandaron asustados, lo que había dicho ese ángel botaba su mentira mal hecha a lo más profundo del lago de fuego. Estaba acabado lo sabía bien, no había escapatoria y a estas alturas Milo ya tendría que saber que se había escapado de la habitación. Y no se equivocaba.


En la octava torre, Milo miraba hecho una furia la rustica “soga” hecha con las sabanas de la cama que caía por el ventanal hacía abajo. Dispuesto a encontrar al tonto íncubo que decidió retarlo burlándose de su inteligencia, salió de la habitación con la idea irreversible de encontrar a Camus y darle un castigo que no olvidaría.


 


 

Notas finales:

Hasta la próxima actualización ;)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).