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Merry Christmas por MMadivil

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El clima invernal siempre había sido perfecto para estar en casa, es lo que siempre pensé. La nieve era más linda a través de la ventana, sin que ese frío atronador quemara cada capa de piel que poseía, nunca importaba cuántos suéteres llevara encima, el frío siempre llegaba a cada fibra de mi existencia. El invierno poseía ese tipo de belleza que debe admirarse y no tocarse. Lo único que podía consolarme era chocolate caliente, una manta y la calefacción encendida, el día perfecto para cualquier habitante de Averville en la víspera de navidad.

Supongo que mi día nunca está destinado a ser perfecto en estas fechas.

El claxon de un auto sonó incansable hasta recordarme a mi madre cuando crucé sin cuidado frente a él, con mis piernas congelándose mientras se esforzaban por seguir pedaleando a toda velocidad. Tal vez si la hubiese engrasado un poco la noche anterior, ahora estaría sufriendo mucho menos. Si no hubiese olvidado mi bufanda, aún sentiría mi nariz pegada a la cara. Si hubiese puesto el despertador, no estaría jugando a la ruleta de la muerte contra los coches.

Sí, todo es difícil cuando las cosas no se hacen cuando y como se deben, pero en estos días procrastinar es divertido ¿no es cierto? Pues no, es terrible no considerarse un buen ejemplo, yo debería ser un hombre ejemplar si considero que soy un adulto que trabaja. Y lo peor: que trabaja como ejemplo de las generaciones más pequeñas.

¿Por qué estoy corriendo como si de eso dependiera mi vida hacia la juguetería? Porque los niños de la guardería donde trabajo, probablemente se merecen el maldito cielo. Y porque cuando crezcan, dejarán de ser los seres adorables e inocentes que son ahora, pagarán impuestos y lucharán por no consumir drogas, o se volverán alcohólicos como sus padres, y de todos ellos solo dos o tres serán exitosos pero tal vez su riqueza los haga miserables.

No soy pesimista, solo leo las estadísticas en el periódico y trato de hacerles la infancia más duradera.

Pero no voy a negar que hay quienes se salen completamente del rango esperado, esos que conformamos el uno por ciento que no puede ser medido ni siquiera por revistas como el BlackEntreprise, esa de negocios que todos los hombres que se creen intelectuales y quieren ser millonarios, leen. Sí, yo también la leo.

La leo porque sigo esperando el día en el que hablen de la homosexualidad como un negocio rentable en el siglo XXI. ¿No lo sabían? Nos hemos vuelto una moda, con tantos desfiles luchando por hacernos ver, el matrimonio que ahora es legal en Averville, al igual que el cambio de sexo para los transgénero y la lucha por la aceptación de los derechos LGTB+ que fue ganada hace unos meses. ¿Suena como la ciudad ideal? Lo es, hasta cierto punto.

Probablemente muchos de los que pertenecen a la comunidad piensen que estoy delirando o que simplemente soy un imbécil por no disfrutar nuestra nueva visibilidad en el mundo, pero pasó de ser una búsqueda de libertad a una campaña de marketing. ¿Comerciales de televisión? Creo que tenemos nuestra propia marca de galletas con un enorme arcoíris. ¿La guardería donde trabajo? Reciben un bono por la “inclusión sin discriminación”, como le hace llamar el gobierno, por haberme contratado. Técnicamente les pagan por haberme aceptado como soy, por gustarme los hombres. ¿Qué mierda es  eso? ¿Tengo que pagar para ser aceptado al decir que soy homosexual, como un soborno? Eso nunca va a quitar las caras de los padres cuando recibo a sus hijos, como si fuera un pederasta. O la de las madres cuando saludo a sus maridos, pensando que quiero meterme en su cama. No es culpa mía que sean heterosexuales de clóset, pero no estoy todo el día pensando en tirarme a alguien.

Es cierto, disfrutamos más libremente del sexo sin prejuicios ni ataduras entre nosotros, y para muchos es una ventaja. Pero de ahí a pensar que puedes tirarte todo lo que tenga un pene entre las piernas, hay límites.

¿Por qué digo que soy parte del uno por ciento que no sale en la revista Black? Porque según sus estadísticas, a mis veintisiete años debería estar ejerciendo una carrera que me deja el dinero suficiente para pagarme el celular último modelo del mes, deben de gustarme las cafeterías y comida orgánica, si soy vegano es mucho mejor. Mi sueño debe ser convertirme en emprendedor, tener mi propia empresa y trabajar desde casa después de años de arduo trabajo. Tener un hijo después de los treinta y casarme hasta haber viajado por un cuarto del mundo. Ganar dinero con algún negocio extra en internet y vivir en un departamento, porque las casas ya son para los viejos.

Pueden meterse sus estadísticas por el trasero.

Tengo una bicicleta, comparto habitación con un ex compañero de la universidad llamado Adam, apenas tengo dinero para pagar mi renta, la luz, el agua y gasto mis bonos de navidad en regalos para niños que no volveré a ver en un año. Como carne y grasas hasta morir de colesterol y, a excepción de los días en los que no enciendo la alarma o es día de jugar con los niños en el patio, detesto hacer ejercicio. El internet me sirve para ver videos de gatos y deprimirme al ver a mis compañeros teniendo éxito en sus vidas, odiándolos más mientras ellos ni siquiera se acuerdan de mi existencia. Y trabajo como docente en una guardería porque no pude costearme la universidad de medicina, tal vez pude haber sido un muy buen pediatra, pero perdón por haber nacido en una cuna poco agraciada.

Fuera de todo eso, amo mi trabajo. Al final obtuve justo lo que quería pero con un salario más miserable: trabajar con niños.

¿Lo ven? Puedo ser una persona perfectamente normal hasta que menciono que soy homosexual, pero el día en el que eso deje de pasar, podré decir que todos esos desfiles de travestis sirvieron para algo.

Miré con una sonrisa el enorme letrero de “Averville Toyland” dándole un respiro a mi alma, era una juguetería preciosa justo en medio de la calle principal, con un cascanueces de dos veces mi altura ocupando gran parte de la acera y luces de todos colores rodeando cada borde que pudiese tener la puerta de madera. La tienda era especializada en juguetes tradicionales, esos hechos de madera y muñecas enormes, títeres, osos de felpa y unicornios que me llegaban a la cintura. El dueño, Gaspar, era un completo genio y su imaginación parecía no tener límite. Porque sí, además de ser increíbles, todos eran hechos a mano e incluso bajo pedido.

Pueden imaginarse la fortuna que llegaban a costar, pero yo siempre tenía un plan.

La campanilla sonó entusiasmada cuando crucé la puerta y me recibió la risa de júbilo de un Gaspar vestido de papá Noel. Su vejez y la barba falsa acertaban completamente en el disfraz.

—¡Gabriel, creí que ya no vendrías! Siempre llegas temprano para recoger regalos en la víspera de navidad. Una hora más tarde y no quedaría nada de lo que me pediste —anunció dejando su puesto en el mostrador para darme un abrazo.

—Ni lo digas Gaspar, estuve a nada de tener la peor suerte del año, doy gracias a que sobreviví la carrera que le di a la calle principal.

El hombre se rió antes de voltear a ver al enorme ventanal que daba vista a la calle, negando con la cabeza al ver mi bicicleta.

—Aún no sé cómo puedes seguir usando esa cosa y no morir en el intento. En fin, sé que no quieres llegar tarde al trabajo, así que te dejé todo en una bolsa.

—¿En una bolsa de Santa otra vez? Los padres creen que así es como compro a los niños para después intentar secuestrarlos —bromeé.

—Bueno hijo, así es como deben entregarse los regalos en navidad a los niños, deberías saberlo.

—Creo que eres muy teatral, que es distinto. Pero olvidemos eso, tengo un nuevo problema. El día que vine con la lista de regalos, no había recibido uno en especial… es de una niña, es también su cumpleaños. Creí que pediría una muñeca o algo parecido, pero al parecer quiere que me quede sin dinero para ponche.

—Gabriel…

—¡Por favor Gaspar! —prácticamente supliqué—. Trabajaré en tu tienda esta noche, lo prometo. Sé que la tienda se pone hasta el cuello y que no te das abasto de manos en el lugar, te juro que solo quiero ese carrusel como pago.

Santa Gaspar pareció pensarlo por un largo momento, la oferta era buena y, si sabía bien de qué carrusel le estaba hablando, eso valía completamente una noche de salario de emergencia. Finalmente asintió con un suspiro.

—Ve a buscarlo antes de que alguien se lo lleve, está en la estantería del fondo a la derecha en el pasillo tres. Te recuerdo que solo hice diez de esos y nueve están vendidos, así que corre Gabriel.

—¡Gracias, te traeré una botella esta noche, lo prometo!

—¿Quieres matarme? ¡Estoy viejo, chico!

Con una carcajada me dirigí apresurado hacia el pasillo, ese carrusel era una edición limitada por el vigésimo aniversario de la tienda. Caballos finamente detallados, de dos pisos y con una canción navideña que lo hacía girar al darle cuerda. Mucha gente lo apartó en preventa desde que fue anunciada su salida, pero Gaspar había dicho que eran tan especiales que no haría muchos de ellos. No me había importado hasta que Rose dijo que era su sueño recibir uno. ¡Y me lo dijo muy tarde! Mientras todos los niños escribieron su carta y la pusieron en el árbol hace dos días, ella decidió colocarla ayer antes de irse por la tarde.

Y cuando por fin mi mirada se encontró con un hermoso y solitario carrusel en medio de una repisa de vidrio, brillando con dorados y blancos de porcelana, también me crucé por accidente, fortuna y desgracia, con algo igual de hermoso.

Un hombre que sostenía un par de cachorros tallados en madera. Alto, increíblemente alto, probablemente la estatura perfecta para ser un modelo de ropa interior. Y sea cual sea la marca de ropa que estaba utilizando, deberían pagarle por hacerlo, porque la forma en la que esa gabardina negra se entallaba en él, aumentaba el deseo de arrancársela.

¿Recuerdan cuando dije que no me la pasaba todo el día pensando en tirarme a alguien? Por culpa de estos hombres, ocurre la excepción.

Su cabello rubio platinado, lacio hasta volverse necio y andar desordenado por su frente a pesar de llevarlo hacia atrás, era lo más brillante que poseía. O al menos, así me parecía, pues me moría por ver su rostro de frente.

Bendita sea la falta de vergüenza con la que muchos fuimos bendecidos.

—Buenos días… perdón que le pregunte, ¿esas figuras no son edición limitada? —pregunté con ese aire de inocencia que bien se me daba.

Por supuesto que lo eran, yo había ayudado a desempacar cada edición limitada los últimos tres años, hacerme el tonto solo se me daba bien si un adonis como este se plantaba en la puerta de mis fantasías.

—Vaya, un conocedor… —se rió criminalmente sensual y me miró con unos ojos grises que simplemente derretían—. Tengo entendido que son del año pasado, pero no sé mucho más que eso. Lo siento.

—Oh no, para nada. Discúlpeme a mí por asumirlo —traté de reír lo menos idiota posible, pero todo parecía a millas de distancia de ese hombre—. Es solo que tiene buen gusto, fue un pensamiento natural…

El hombre arqueó una de sus rubias cejas, robándome la más genuina y pasiva de las sonrisas. No es que los roles vayan conmigo, pero si en ese momento me pedía algo descontrolado en el motel de la esquina para jamás volver a verme, lo haría con gusto y un moño.

—Supongo que nunca es demasiado temprano para recibir un halago, gracias —dejó una de las figuras en su lugar y me miró pensativo. A mí podía mirarme lo que quisiera, literalmente—. Me temo que voy a decepcionarlo, solo estoy mirando mientras espero un pedido.

—Insistiré con el buen gusto solo porque sé que Gaspar es un genio, lo que salga de sus manos, lo atesorará quien sea que vaya a recibir ese regalo.

—¿Qué le hace pensar que es un regalo?

—Bueno, no parece el tipo de persona que se compraría algo en una juguetería.

—A veces las suposiciones pueden arruinar las expectativas —dijo con un guiño que pudo haber detenido guerras, pues el simple gesto fácilmente me había robado el aire—. ¿Usted también espera un pedido? ¿O intenta venderme algo y por eso coquetea conmigo?

Oh. No solo es guapo, también jodidamente perspicaz. Me encanta.

—¿Por qué no un poco de ambos? —respondí con una sonrisa que probablemente atravesaba la línea del descaro, pero su pregunta me devolvió a mi realidad—. Vengo por algo especial, el carrusel del vigésimo aniversario.

—Creí que estaban agotados.

—Oh yo también, pero me espera el último en la repisa de atrás.

El hombre volteó hacia la dirección señalada y, al parecer, algo hizo que un gesto preocupado apareciera en su perfecta frente. Se veía adorable.

—¿Qué repisa?

Un latigazo golpeó mi cerebro para salir del modo “galantería” y preocuparme genuinamente por lo que acababa de decir, porque ese hombre no podía estar tan ciego para no ver un carrusel de dos pisos ocupando un solitario lugar en la repisa más…

No estaba.

El carrusel ya no estaba.

—¡No, no, no, no! Estaba… estaba… ¡No es posible, hace un segundo estaba ahí!

—Bueno, hace un segundo ese hombre no estaba en la tienda… —dijo el adonis rubio y guapo, señalando a un señor con mi bello carrusel en sus manos.

—¡No va a llevárselo! —sentencié como si eso fuese a detenerlo, y con todo el dolor de mi corazón y calentura, me despedí del culpable de que fuese tan distraído—. Lo lamento, tengo que irme, fue un placer hablar con usted.

—No se preocupe, espero que recupere su regalo.

Y de todas formas, el dios también haría lo mismo.

—¿Señor Estefan? Su pedido está listo —anunció una de las ayudantes de Gaspar vestida de duende. Bajita y con mechones de colores en el cabello.

Estefan era un lindo nombre para repetir por las noches hasta quedarse ronco, estaba seguro.

No era tiempo de tener fantasías sobre gemir nombres, el señor se estaba llevando mi carrusel. Y mi posible intento de ligue. ¡Todo se había llevado sin pensarlo el maldito!

—¡Oiga, alto ahí, espere! —lo detuve al alcanzarlo y llamar su atención tocando su hombro—. Perdón, pero ha cometido una equivocación, ese carrusel ya tiene dueño.

—¿Disculpe? —dijo volteando a mirarme, al parecer había cometido un error al no fijarme en la figura imponente que había osado pausar de su camino. También le quedaban bien las gabardinas, pero estaba lo suficientemente molesto para dejar de lado los detalles—. La señorita me dijo que era el último en la repisa, no tiene dueño. Así que con permiso, pero tengo prisa.

—Sí, sí, es que no tenía dueño hasta que llegué. Pero yo lo vi primero ¿entiende?

—¿Qué edad tiene? ¿Cinco años? Si lo vio primero debió tomarlo, y si no lo tomó entonces no era tan importante. Como dije, no tengo tiempo para esto —frunció el ceño y casi pude ver el enojo en sus ojos color miel.

Sabía que yo estaba siendo irracional y que el hombre tenía todo el derecho de llevarse el carrusel si quería, pero yo lo necesitaba para un bien mayor. Esa niña no se quedaría sin un buen regalo este año, de todos los niños, ella se merecía ahora mismo ese carrusel. Por mi adonis que sí.

—¡Tuve un contratiempo, eso fue todo! ¿Quién le dijo que no tenía dueño? Solucionemos esto en este instante, no me pienso ir de aquí sin un carrusel.

Si a contratiempo le llamamos “coquetear con el hombre más guapo que he visto en toda la semana” entonces no estoy mintiendo. Solo debo organizar mis prioridades.

—Bueno, yo tampoco. Y no voy a discutir con un imbécil, búsquese a alguien más para molestar, hoy no es el día.

Y de la forma más irracional del mundo, me acerqué a él hasta lo que puede considerarse invasión del espacio personal.

—Dígame ahora mismo por culpa de quién no voy a llevarle un regalo a una niña.

—¡No sea tan infantil, cómprele otra cosa!

—¡Compre usted otra cosa!

—Disculpen señores, pero les pediré que moderen el tono de su voz, en la juguetería solo permitimos los gritos de los niños —interrumpió una chica que también iba vestida de duende.

—Usted me dijo que el carrusel no tenía dueño, este hombre es el que está haciendo un escándalo en lugar de comportarse como gente civilizada —señaló el maldito.

Miré de pies a cabeza a la chica y reparé en la placa con su nombre, frunciendo el ceño al pronunciarlo.

—Mira Maddie, cometiste un error. Yo aparté ese carrusel desde que entré a la tienda, Gaspar puede decírtelo.

—El señor Gaspar está ocupado atendiendo los pedidos personales, y según las políticas de la tienda, los juguetes apartados se encuentran lejos de la mira del público y son pagados con anticipación. ¿Usted conserva el ticket de compra, señor? Para demostrar que usted lo apartó y que fue error de la tienda.

Abrí y cerré la boca varias veces con indignación, balbuceando alguna tontería. Maldita mujer. ¡No iba a quedarme sin carrusel por su culpa!

—En ese caso —prosiguió ante mi lamentable silencio—, le pediré al señor aquí presente que me acompañe a pagar en caja. Como comprenderán, estamos muy ocupados en esta época del año y preferimos que el tráfico dentro de la tienda sea el menor posible para su comodidad y la nuestra.

—Al fin… —bufó el hombre, se notaba que estaba enojado por el atrevimiento en el tono de la chica, pero al menos no podía culparla.

—¿¡Qué quiere a cambio del carrusel!? —dije finalmente, en un intento desesperado por recuperarlo.

El hombre me miró sobre su hombro, sin dignarse a moverse más que eso, y sonrió con un aire de superioridad que afloró mis ganas de arrancarle esa sucia boca.

—Nada que usted pueda darme.

¡Ahora me discriminaba por ser pobre! ¡Estúpido de mierda! Ahora Rose no tenía carrusel, yo no tenía la sonrisa de Rose, nadie vería la felicidad de Rose.

¿¡Por qué, Rose!?

Mañana no iría a la guardería, era navidad, lo cierto es que ningún niño debería de ir en primer lugar, pero sorprendentemente hay padres que trabajan ese día y no se pueden dar esos lujos. El padre de Rose era uno de ellos, pero ella había dicho muy entusiasmada que pasaría la navidad con él. Estaba feliz por ella, me hubiese gustado hacerla aún más feliz.

Suspiré resignado y fui al mostrador, esperando a que Gaspar terminase de atender a unos clientes. Buscando a un adonis que ya se había ido, y llorando por dentro mientras golpeaba a un idiota imaginario. Cuando me miró, también soltó un suspiro.

—¿Se lo llevaron?

—¡Lo tenía en mis manos Gaspar! Pero la tentación se postró frente a mí y perdí…

—Eres un irresponsable, Gabriel. No es la primera vez que te ocurre, así que lo mereces. ¿Qué harás ahora? No puedo sacarme un carrusel de la manga.

—Que cruel.

—Es la verdad. Aquí tienes la bolsa de regalos para tus niños, tengo que volver al trabajo.

—¡Espera! ¿No tienes algo que pueda servirme? Algo que se parezca al carrusel…

—No, ya te dije que era una edición especial. Pero… —el viejo santa apretó los labios antes de que una idea contagiosa llenara el ambiente—. Tengo algo que tal vez te sirva. Se suponía que era el complemento del carrusel, pero terminó siendo vendido por separado.

Lo acompañé hasta un pasillo un poco abandonado, el lugar de los juguetes que no todos querían, los menos populares a pesar de ser lindos. Detrás de muñecas en descuento, un caballo parado en una salvaje posición, pero con un cuerno de unicornio adorable, se alzaba casi delo mismo color que el carrusel.

—¿Cuándo hiciste esto?

—Originalmente el carrusel era de tres piezas, pero a todos les pareció exagerado y terminamos vendiendo la punta por separado. También es una caja musical, supongo que peor es nada.

—Gracias Gaspar… —dije con honestidad, cualquier otro me hubiese mandado a la mierda por haber perdido el regalo la primera vez—. Vendré a trabajar de todas formas esta noche, sé que lo necesitas.

—Ese es mi Gabriel.

~*~

Me gustaría decir que después de lo ocurrido en la mañana, escarmenté y maduré un poco, pero… después de salir corriendo al ponchar la llanta de un auto, específicamente la del maldito que me quitó el carrusel, fui a comprar galletas para celebrar mis actos de vandalismo navideño.

Pero saliendo de la cafetería me encontré con algo aún peor.

Mi bicicleta. El maldito había arrollado mi bicicleta. ¿¡Cómo demonios logró encontrarme!? Bien, supongamos que no corrí lo suficientemente rápido, ¿¡dónde está la famosa policía de Averville en estos momentos!? Ah sí, consiguiendo su bono colocando multas tontas. ¡Maldito vándalo!

Creo que mi cerebro se tropezó con tanta hipocresía.

Pateé todo de coraje, vi una llanta atravesar la calle, pero ya era basura oficialmente. Sin bicicleta, sin carrusel, sin sonrisa de Rose. Gabriel cero.

Y lo peor. La hora, las dos, los niños. ¡Mi trabajo!

Llegaría tarde sin bicicleta, no tenía dinero para el taxi, el metro estaba lleno a esta hora del día. Más y más miseria. ¡El autobús! Solución uno. Poco dinero, baja calidad, pero llegaré a tiempo.

Cuidando la bolsa de juguetes como si ahí estuviese mi vida, soportando el ajetreo de la gente bajando y subiendo, desesperado por las paradas cada cinco minutos por ser la vía principal, finalmente llegué a la guardería.

Era irónico leer su nombre. “Happy Sunshine”, estaba nublado imbéciles, y feliz ni mi abuela.

—Maestro Gabriel, llega tarde —me saludó la directora como siempre, con un reclamo.

—Lo lamento, tuve un contratiempo. ¿Ya llegaron todos los niños?

—Todos lo están esperando, envié a la secretaria a cuidarlos mientras no estaba.

Sabía que esto implicaría una sanción en mi salario, pero vamos, el día simplemente no podía empeorar. A menos que la vida y el destino fueran muy hijos de puta, no podía empeorar para alguien tan promedio.

Pero a partir de ahí, parece que reté a la mala suerte.

Todos los niños corrían por el salón o jugaban en una mesa como si fuera póker pero con crayones. Nunca entendí ese juego. Sonrieron al verme entrar, lo más probable es que la secretaria no tuviese ni media idea de cómo tratar con ellos, el tipo de mujer que quería hijos pero lo consideraba un sueño frustrado por ni siquiera encontrar pareja. No es por ser cruel, pero era su cruda realidad.

Pero luego reparé en Rose, la única que a pesar de que había llegado con una enorme bolsa roja que prometía juguetes, no se había levantado de su asiento. Ni siquiera se había dignado a mirarme. Eso era mala señal. ¿Acaso presentía todo el mal que hice esta mañana?

Y aunque quería acercarme y preguntarle, los otros niños no se atenderían solos. Todos brincaban con emoción al ver la conocida bolsa, ninguno parecía prestarle atención a esa niña, lo que era la inocencia. Repartí los juguetes, recibiendo muchos abrazos de por medio, y ya que Rose no vino a ver su regalo, decidí acompañarla mientras dibujaba.

Casi se me estruja el corazón, el alma y los pulmones, estaba dibujando el carrusel.

—R-rose… hey, ¿por qué no vienes a abrir también tu regalo? ¿Ocurre algo? ¿No te sientes bien?

La niña negó con la cabeza, sus largas coletas castaño claro se movieron de un lugar a otro. Llevaba los lindos moños rojos de siempre.

—Vamos Rose… mañana será navidad, ¿no te hacen feliz los regalos?

—Regalos no…

—Vamos linda, ¿no decías que papá iba a venir para pasar contigo navidad? ¿Eso tampoco te hace feliz?

Y ahí Gabriel metió la pata, resbaló, y debió romperse el cráneo, porque la niña comenzó a llorar. Maldita sea, ahora sabía por qué no quería nada.

—Papá no va a venir… —sollozó mientras se tallaba los ojos para deshacerse de sus lágrimas.

—¿P-por qué dices eso…? Vamos Rose, no llores… ven aquí…

¡Maldito padre! ¡Maldito idiota que me quitó el carrusel! ¡Malditos todos los que hoy me impidieron hacer feliz a esta niña! ¡Hasta el adonis por ser tan malditamente tentador!

Me abrazó de forma diferente a todos los niños, con la necesidad de que alguien la dejara ahí por un instante para descargar lo que seguramente había ocultado en casa.

No sabía lo que había ocurrido y probablemente ella tampoco, ¿cuánto más podía saber un niño al que le ocultan todo? Rose es preciosa, pero siempre tiene un precio tanta belleza, difícilmente ve a su padre. Y tenía entendido que su madre había fallecido cuando dio a luz, esto según la directora. Era alegre, divertida, y se peleaba con uno de los niños muy seguido, un día lo golpeó justo en la nariz. Me sentí orgulloso.

Cualquiera se sentiría orgulloso de tener a alguien como Rose. Se sabía la receta de unas galletas que jamás ha hecho.

—Rose, déjame mostrarte algo —dije en voz baja, tomando la bolsa de Santa para entregarle el caballo que desde el principio debió pertenecerle.

El caballo que debió ser carrusel.

Sus ojos brillaron y le dio cuerda al instante, sonriendo cuando el caballo comenzó a dar vueltas con la misma melodía que el carrusel. Incluso yo me sorprendí, era más bonito de lo que creí. No era lo que quería, pero ahora me sentía algo satisfecho por lograr que dejase de llorar.

—¿Te… gusta?

—¡Sí! ¡Gracias Gabry!

—Hey, que no te escuchen, sabes que la bruja se enoja cuando no me llaman maestro —dije en referencia a la directora, robándole una risa.

Y aunque me imaginaba algo mejor por ser navidad, el día se tornó exactamente igual a los anteriores a ese, todos jugaban y reían, solo que con juguetes nuevos. Otros se pelearon, el resto se durmió, y otros comieron más de la cuenta al descubrir las galletas que había traído.

Y Rose no dejaba de darle cuerda al caballo, incluso creí que en algún momento dejaría de tocar por el exceso.

Ahí estaba todo mi bono de navidad. En esas caras. Sus padres probablemente les darían regalos mejores, más caros, más acertados, pero ninguno se daría cuenta de lo que se perdió esta tarde.

Cuando los niños comenzaron a irse junto a las madres que me veían como si quisiera arrebatarles el marido, o los maridos que me veían como pederastas, o esos que enserio querían follarme, sentí que respiré de alivio. Era lindo hacerse cargo de ellos unas horas, disfrutarlos y dejarles el resto a los padres. Devolverlos cuando dejaban de ser adorables.

Y de nuevo, solo quedábamos Rose, el caballo que no dejaba de sonar, y yo.

—¿Por qué crees que tu padre no vendrá? —pregunté con curiosidad, temiendo al mismo tiempo que se pusiera a llorar nuevamente, pero parecía maduramente resignada.

—Hoy no llegó al almuerzo… prometió que me traería por primera vez… y escuché a mi nana decir que alguien se iría de viaje. Papá siempre viaja.

Ahora que lo mencionaba, la niña tenía razón. Yo solo conocía a la nana, y al chofer. Nunca había visto a su padre, pero ya le guardaba algo de rencor. Siempre me hablaba de cuánto le gustaría que estuviese ahí en los festivales, o en sus fiestas de cumpleaños. Se perdió de verla vestida de princesa en el papel principal de la obra de verano, ese padre estaba cometiendo pecados por dinero.

Pero como yo no sé lo que es tener propiamente dinero, porque termino gastando hasta el último centavo, no puedo juzgar las horas en las que se dedica a trabajar. ¿Cuánto costaría mantener a un niño solo? ¿Desde cuándo comienza a ahorrarse para su universidad? ¿Y los juguetes de cada año? A veces los compadecía, debía aceptarlo.

Yo sabía que era difícil, por el simple hecho de que no podía ponerme en sus zapatos.

El claxon de un coche se escuchó en la entrada y Rose suspiró con pesadez, era el auto del chofer. Me abrazó como si le costase separarse después de eso, y a mí también llegó a dolerme pensar que debía separarme de ella. Quería quedarme con Rose. Cuando su padre no estuviera, o cuando se sintiera sola. Un cariño que había crecido desde el momento en el que me pidió que deletreara mi nombre.

La alcé en brazos, pensaba subirla yo mismo al automóvil. Pero cuando alzamos el rostro para mirar a la persona que había bajado del mismo, los dos nos quedamos petrificados por la sorpresa.

Ella por ver a su padre.

Y yo por ver al maldito que atropelló mi bicicleta y me quitó el carrusel.

—¡Papá, papá veniste! ¡Papá, mira, mira! ¡Papá mira lo que me regaló Gabry, es mi maestro! —dijo con emoción al ser tomada por unos nuevos brazos.

El padre de Rose no dejaba de mirarme tanto como yo a él.

Me pregunto si él también estará recordando paso a paso todo lo que vivimos esa mañana.

—Papá, ¿por qué no fuiste a comer conmigo?

—Porque tuve un problema con la llanta de mi auto, princesa. Y papá se la pasó toda la tarde en el taller… —dijo mirándome con reproche.

—¡El maestro Gabry también llegó tarde! Dice que alguien atropelló su bicicleta. Hay gente muy mala ¿verdad papi?

—… —un silencio divertido se formó para mí, y mientras el padre de Rose se esforzaba por mantenerse estoico, terminé por interrumpir.

—Es un placer conocerlo, señor. Mi nombre es Gabriel, su hija me ha hablado mucho de usted…

Se sorprendió ante la mano que le tendí de forma cordial. En el fondo yo también estaba sorprendido, pasé toda la tarde deseando atravesarle un palo, pero no es así cuando el contexto se mueve en dirección distinta.

No puede ser así después de darme cuenta que esos ojos color miel, eran una réplica exacta de los de Rose. O que la forma de su nariz era parecida y que su cabello más oscuro lo hacía ver más pálido. O cuando recordaba la carta que la princesa escribió.

“Querido Santa,

Lo único que quiero es que papá pase conmigo navidad, también es mi cumpleaños. Que me compre el carrusel que vimos en la tienda con el soldado grande en la puerta, ese de muchos colores y dos filas de caballitos.

Pero si estás muy ocupado, solo tráeme a papá.

Y tráele galletas al maestro Gabry, le gustan mucho.”

Eso fue lo que desapareció los estragos del odio. Pues al parecer, el objetivo se cumplió.

Finalmente estrechó mi mano, y una sorprendente corriente, cerca y lejos de un cosquilleo, me recorrió todo el brazo al hacerlo mientras lo miraba a los ojos.

—James Cooper. También es… un placer.

—¡Mira lo que me regaló Gabry! —exigió la niña su atención, e inconscientemente bajé la mirada algo avergonzado. La vergüenza salió de ninguna parte, simplemente estaba ahí, como un gesto tonto y a la vez importante.

Su padre miró el caballo musical y le dio cuerda exactamente con la misma mirada brillante que Rose había puesto, el cosquilleo en mi estómago fue insoportable. Los Cooper tenían miradas hermosas.

Y esos ojos terminaron posados en mí, formulando miles de preguntas a la vez. Preguntas que no respondí.

—¿¡Verdad que se parece al carrusel que vimos en la juguetería!? —preguntó con una perfecta sonrisa la niña.

—Mucho… es muy lindo —coincidió James y señaló el auto con un gesto—. ¿Por qué no vas por algo que olvidé en el asiento trasero? Por favor.

Rose asintió y sus coletas brincaron hasta llegar al automóvil, lo suficientemente lejos para ignorar la conversación que tendríamos.

—El carrusel… lo querías para dárselo a mi hija —aseguró. No era una pregunta, él lo sabía.

—Lo siento… no sabía que… vaya, esto sí que es una sorpresa. Realmente quería matarlo porque Rose soñaba desesperadamente ese Carrusel…

—Sí, un día salimos de compras… no tengo muchos días libres, pero vio el cartel de la preventa y se enamoró de él al instante. Creí que no podría comprárselo.

No sabía si ser cortés o decir algo para matar el ambiente, pero una inesperada risa salió de mis labios, ni yo sabía lo que hacía.

—Bueno, creo que de una forma u otra, Rose iba a obtener ese carrusel… —le aseguré con una sonrisa—. Perdón por haber arruinado la llanta de su coche.

—Creo que estamos a mano con la bicicleta, lo siento… —se disculpó más relajado.

—Está bien, al final ambos conseguimos regalarle algo a Rose —pero pronto mi sonrisa se borró, carraspeando un poco para tomar el valor de comportarme como un buen maestro—. ¿Sabe? Sería bueno si pudiese llevar a Rose con usted en su viaje… sé que puede ser por trabajo, o muy difícil, pero a ella le hacía mucha ilusión pasar su cumpleaños con usted.

James parpadeó como si le hubiese dicho una sorprendente barbaridad, bueno tal vez lo había hecho por tomarme confianzas tan rápido, pero tenía derecho a quejarse quien se encargó de limpiar las lágrimas de esa niña.

—¿Pero de qué está hablando…? Yo no iré a ninguna parte.

Oh. El idiota era yo.

Rose llegó corriendo con una caja de regalo entre sus manos, riendo a carcajadas con felicidad.

—¡Gabry, mira, mira!

—Espera un momento, Rose —la detuvo su padre, inclinándose para poder hablar frente a frente—. Cariño, ¿quién te dijo que papá se iba de viaje…?

La niña bajó la mirada y sus labios formaron un tierno gesto arrepentido. Alguien había estado escuchando conversaciones de adultos otra vez.

—Te escuché hablando con nana… dijiste que el viaje era en mi cumpleaños…

James relajó los hombros y se rió negando con la cabeza.

—Rose, me refería a los hijos de nana, ellos vendrán a visitarnos en navidad para que les muestres tus regalos. Pero no deberías escuchar conversaciones de adultos, y en todo caso debes preguntarme, ¿de acuerdo?

La niña asintió y abrazó a su papá con la más honesta de las disculpas, una escena demasiado conmovedora para alguien como yo, que lo último que había abrazado con tanto cariño, era su almohada con forma de estrella de la muerte.

—¿Puedo abrir mi regalo?

—¿No quieres abrirlo en tu cumpleaños?

—P-pero quiero que Gabry lo vea…

James me miró buscando algo de apoyo, en ese momento comprendí que no quería comprarle otro regalo, y casi me suelto a reír otra vez.

—Maestro Gabriel, ¿tiene algo que hacer mañana?

—¿Perdón?

Sí, ¿perdón? ¿Estás insinuando algo, papá de Rose? No emociones el corazón de este hombre débil en navidad.

—Bueno, si usted tiene tiempo y quiere acompañarnos en el cumpleaños de Rose… no serán muchas personas, pero sigue siendo una fiesta. Aunque si tiene algún compromiso…

El único compromiso que tenía mañana, era con la botella de vino barata que había comprado Adam para los dos. Un brindis, comida de la tienda de conveniencia y se acabó. Sí, estaba muy ocupado.

—¿Está seguro? No quiero forzarlo a…

—¡Tienes que venir Gabry, es mi cumpleaños! ¡Quiero tener a papá y Gabry en mi cumpleaños, será el mejor día de todos!

¡No le hagas esto a mi corazón, Rose, demonios!

—Insisto, profesor Gabriel. Alguien dispuesto a reventar llantas por mi hija, es bienvenido en mi casa —bromeó con un guiño.

De acuerdo… ese gesto me había gustado. No debería, pero lo hizo.

—Muchas gracias, iré encantado.

—Bien, entonces le dejaré mi dirección y… perdón por la indiscreción, pero considerando el incidente de la bicicleta… ¿cómo piensa irse a casa?

Como todos los de clase media y baja en Averville.

—Probablemente tome el autobús…

—¿Por qué no me permite llevarlo? Creo que hoy ya estamos a mano… ¿no es cierto?

—¡Sí! ¡Que Gabry venga con nosotros!

De nuevo me reí, malditos Cooper por ser tan hermosos. Si Rose era divina, podrán imaginarse cómo veía al padre ahora que había dejado de ser el maldito que me robó el carrusel.

—Siento que estoy abusando… pero lo aceptaré porque no estoy seguro de haber cargado con dinero suficiente para irme a casa.

—¡Gabry va con nosotros! —gritó Rose corriendo hacia el auto, con su padre regañándola justo detrás.

Debía ser divertido estar con ambos, ahora sabía por qué Rose deseaba tanto a su padre como regalo de navidad. Alguien que fue capaz de atropellar mi bicicleta por su hija, merecía una segunda oportunidad.

—¿Nos vamos? —preguntó, con sus lindos ojos miel hipnotizándome por un rato.

—Por supuesto, señor civilizado.

Notas finales:

Porque ya pasó navidad, porque estoy celebrando mi regreso a Amor-yaoi aunque muchos no lo sepan. Lmao. Felices fiestas, solo quería compartir esta corta historia aquí también, espero que las masas lo disfruten.

¡Sean lindos esta navidad y regalen un review a todas esas historias que les han gustado! Porque vamos, todo diciembre es navidad, who cares. smh. Si llega algún review aquí, lo recibiré con amor.

¡Saludos desde Averville!

PD: Si hay alguien leyendo mi otra novela (The Teacher) probablemente conozca al Adonis llamado Estefan. Lindo cameo ¿verdad?


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