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El rapto por Franwriter

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Notas del fanfic:

Basado en un mito de la antigua grecia (más bien Troya pero eso es lo de menos).

Notas del capitulo:

En algún lugar de una montaña...

El rapto.

 

Ario estaba acostado con la cabeza apoyada en una piedra plana; el pasto ligeramente humedecido refrescaba su piel al tacto; eran días de calor pero esa mañana las nubes impedían el paso del sol, usualmente intenso. Siendo el joven hijo de un rey, sus ropas siempre estaban desgastadas por la tarea de cuidar a las ovejas, un privilegio en la educación, al cual accedían casi todos sus hermanos, para aprender de la vida arisca.

Unas carnosas y sucias patitas se apoyaron en su pecho, era Titis, un corderito con 3 semanas de nacido que parecía tener la energía de un huracán, a pesar de ser el más joven de todos y de haber nacido prematuramente. Lamió coquetamente la mejilla de Ario y con  la energía de un crío inquieto, dio un salto brusco desde su pecho a su estómago y de allí al suave suelo con su divertido trote, o al menos Ario lo hubiese creído divertido de no haber sido tan doloroso. Se levantó sobando su vientre y tosiendo cuando notó que el rebaño comenzaba a alejarse de la zona de pastoreo.

La mañana había dado paso a la mitad del día y sus tesoros, como los llamaba a bien y a mal, se dirigían casi automáticamente al riachuelo donde calmaban su sed. Comenzó a cantar para llamar la atención de las rezagadas, que diligentes se exaltaban y vibraban felices con su melodía. De no ser una locura, habría jurado que las veía bailar.

“Tienes la voz de la lira, estás bendecido” solía decir su madre, durante las clases de canto en las que sobrepasaba con creces las virtudes de sus hermanas, un hecho que nunca las divirtió, muy a su pesar. Hasta sus hermanos lo escuchaban con atención y genuino gozo.

Como sus ovejas, tenía un largo tramo por recorrer. A causa del calor, las zonas bajas de las colinas no tenían suficiente verdor, así que ladera arriba en las montañas, era cada vez más lo que tenían que caminar para pastar, pero a causa de su cuidado y el trabajo de alguno de sus hermanos, las ovejas estaban salvas de coyotes odiosos. Hacía un buen tiempo desde la última vez que una oveja había sido devorada, y con vergüenza se recordaba así mismo llorando al cuerpo de una regordeta hembra con el pelaje bañado en sangre, con heridas tan abiertas que señalaban una muerte atroz, mientras su maestro Pio se reía a sus anchas.

Pio, le había acompañado durante poco más de un año, cuando comenzó como aprendiz de pastor, junto a 2 de sus hermanos mayores que trabajarían hasta ese año. Y en menos tiempo del que le gustaría, él tendría que enseñarles la tarea a sus hermanos menores y… no quería pensar en eso. Sus clases de autosuficiencia habían culminado, y ahora que había demostrado su elevado nivel de compromiso con su rebaño, podía pasar al siguiente nivel: la vida adulta.

Unas horas después, en la brillante tarde, sus ovejas saciaban su sed y él mismo se había lanzado al riachuelo a bañarse. Las nubes no ofrecían la misma solidaridad de la mañana, pero en un par de horas más caería la noche. Lavó sus pies con esmero y su sucia túnica color tierra flotaba en el agua. Se lanzó en la parte más profunda,  aprovechando que el arrollo no había bajado tanto como para no cubrirlo, pero en unos meses más apenas le llegaría a los muslos… bueno, no a él, ya que no estaría allí. Aun así, la tierra era buena, y apenas bajasen las aguas comenzarían las lluvias. Nadie jamás se preocupaba por eso.

Salió con prontitud, desnudo y goteando agua. Titi jugueteaba con sus sandalias, mordisqueándolas, y hacía caso omiso a sus regaños.

-¿Te pican las encías bebé? Si las rompes me voy a hacer unas nuevas con tu cuero… ¡Oye! compórtate.

Sus falsas amenazas parecían divertir al cordero que respondió tomando una con su boca y alejándose a trote veloz.

Ario resopló frustrado. Un pastor pocas veces sentía la necesidad de comerse uno de sus corderos pero él se lo estaba pensando. Corrió con la agilidad que su cuerpo joven le permitía, amenazando con todo tipo de palabras al más joven de su rebaño, que excitado por el juego en el que se sentía, saltaba cada vez más y más rápido.

Cuando finalmente lo atrapó, se dio cuenta de tres cosas:

La primera, ya Titis tenía el peso suficiente como para comérselo y pasar un buen rato. Es más, se lo regalaría a su madre para que hiciera un asado.

La segunda, había dejado la túnica tirada en alguna parte del trayecto, y tal vez ya se la estaban comiendo otro de sus tesoros.

La tercera, esa zona usualmente solitaria no se encontraba como usualmente lo hacía.

El trabajo de pastor, que ejercía desde los 12, unos 3 años atrás, le había acostumbrado a la poca compañía humana. A excepción de un par de maestros, y sus hermanos pastores con los que coincidía muy ocasionalmente, podía pasar días alejado de su hogar, en compañía exclusiva de sus ovejas, antes de cruzarse con alguno de sus familiares... por eso le pareció demasiado extraño no estar solo.

-Hola –fue todo lo que le dijo el niño que lo miraba de arriba abajo.

-¿Hola? –respondió, preguntó, ni supo distinguir. Ligeramente avergonzado por su desnudez, le quitó la sandalia a Titi de la boca y se la calzó, junto a la otra que aun llevaba en la mano. Ya estaba desnudo, no tenía por qué estar descalzo también. La dignidad por delante, jamás mejor dicho.

El jovencito apoyado en un árbol torcido no parecía tener más de 8 años. Tenía puesta una sencilla túnica que dejaba ver uno de sus hombros, atada con soga dorada. Las sandalias que usaba llevaban el trenzado hasta las rodillas. Sus ojos eran de intenso color miel que casi parecía oro, o tal vez lo parecía del todo y él simplemente no lo creía… Y lo más curioso, su cabello era negro, pero tenía un único mechón de rubio dorado entre el flequillo, como si el sol le hubiese dado un beso con el que dejarlo marcado.  Parecía de alta cuna, pero ni él mismo usaba atuendos semejantes en las ocasiones de mayor importancia. -¿Qué haces por aquí? –Inquirió –Va a oscurecer en seguida.

El niño no cambiaba su sonrisa, intimidante cabía decir, ni su mirada desvergonzada. De no ser porque era apenas un infante, Ario habría huido. No, aun si sentía el impulso no cedía. Todavía tenía los risos húmedos y una gota bajando por su pecho parecía ser lo más entretenido del mundo para el chiquillo delante de sí, que no se inmutaba ante la desnudez del otro.

-Estoy paseando. Hace mucho tiempo que no venía por aquí.

“¿Hace mucho tiempo que no venía por aquí?” Curioso, que un niño hablara con tanta nostalgia de una noción de tiempo que no aplicaba a su edad.  

-¿Cuánto es mucho tiempo para ti? ¿Un mes? –Preguntó divertido, pero luego lo pensó mejor –Yo tengo unos tres años pastoreando y que recuerde, nunca que te había visto. Y esta zona es hostil para aquellos que no la conozcan ¿Cuánto años tienes? –Tragó saliva incómodo, y sin las respuestas a sus preguntas pensó en marcharse cuando notó que el niño estudiaba su pene, flácido y ligeramente encogido por su estado abrumado, y el frescor del baño. La desnudez en si nunca había sido objeto de cuestionamiento, era algo natural y hermoso, el cuerpo humano… lo que le alteraba era la atención de la que era objeto.

Pero Titi se retorció en sus brazos y fue a dar saltos alrededor del niño, quien finalmente comenzó a portarse como tal cuando tomó al cordero entre manos para acariciarlo.

-Tal vez sólo estoy perdido –Dijo, con total desgana… como si ser un niño perdido en la mitad de una montaña fuese lo más normal del mundo. Pero vio un destello de tristeza en sus ojos y se sintió culpable. Era un sólo un niño, curioso tal vez; descuidado, desde luego, pero un niño al fin y al cabo.

-¿Dónde están tus padres? –le preguntó.

-Mi madre está muy lejos de aquí, pero está tranquila, vive en paz –le respondió distraídamente, mientras acariciaba la panza del cordero. -Y mi padre –continúo, aunque pausadamente, y con una voz evidentemente controlada que le espeluscó los vellos de los brazos –está en el tártaro.

-Oh, entiendo –Respondió premeditadamente, pues la verdad no entendía. Pero profundizar al respecto no parecía la mejor idea. No podía tomar en serio las palabras de un crío. Lo único que había entendido es que su padre estaba muerto. Tal vez había sido un padre abusivo y por ello el niño se expresaba de esa manera –Entonces ¿estás solo?

-Sí. ¿Puedo quedarme contigo hasta que pase la noche?

-Era justamente lo que pensaba decirte, pero no me has dicho como has llegado hasta aquí ni con quién.

-Llegué sin nadie.

Ario sintió una pequeña vena palpitar en su frente… ¿ese jovencito estaba siendo deliberadamente impertinente o le salía natural? Le recordaba a una de sus hermanas, que se creía dueña del mundo

-Mi nombre es Ario, ¿cuál es el tuyo?

- Trupeji.

-¿Trupeji? Ese es un nombre muy extraño.

-Es romano.

“Oh Dios... eso explica su actitud pretenciosa” pensó. Y el niño hizo una mueca de risa, como si lo hubiese escuchado. Por un momento temió haber hablado en voz alta, pero desechó la idea. Además, no tenía razones para sentirse intimidado por un niño perdido.

-Vamos, no puedo dejar a mis tesoros por demasiado tiempo o se podría perder alguna. – ¿Tienes hambre? Va a comenzar a oscurecer y la rivera no es el mejor sitio para pasar la noche. ¿Te importa caminar?

-Ya llegué hasta aquí.

Ario tragó saliva por décima vez, pero trataba de dejarlo pasar. Ese jovencito era ligeramente espeluznante. Cuando el chiquillo se levantó, dejando que el cordero saltara al suelo, notó que la parte de su espalda -que no cubría su túnica- tenía una serie de puntos, como estrellas. Pecas doradas, casi brillantes.

Tomó a Titi entre brazos para prevenir otra huida, y comenzó el camino de regreso a sus ovejas.

-Puedes caminar delante de mí –Sugirió, aparentando serenidad. La verdad era que podía sentir la mirada de esa criatura paseándose peligrosamente por su trasero.

-¡Oh… No sabría a dónde dirigirme!

-¿Qué son esas marcas que tienes en la espalda? –Preguntó tras un corto e incómodo silencio, tras entender que el pequeño romano tras si no hablaría… lo cual de por sí ya era extraño; estás perdido en una montaña y encuentras a un tipo desnudo, lo más normal es querer saber de quién se trata. ¡Por lo menos! ¿No veía ese niño el peligro? ¿No le habían enseñado de hombres de comportamiento monstruoso? ¿O de monstruos con formas de hombres?

-Una marca de nacimiento –respondió. Su voz era amable, no se podía decir lo contrarío, pero parecía distante, distraído. ¿Se estaba distrayendo viéndole el culo?

En unos minutos de camino encontró la toga que lo vestía, en el suelo, y se la puso presuroso, tratando de aparentar lo contrario, claro. Pero no hizo diferencia, la tela mojada se le pegaba como una segunda piel, y no pudo evitar pensar que ese niño en etapa inocente lo encontraba físicamente atractivo, deseable.

Y trato de evitar ese pensamiento, aunque recientemente había descubierto la habilidad, innecesaria, de detectar el deseo del que era objeto. Le intimidaban las mujeres osadas, pero los hombres le resultaban peor. Otra de las razones por las que no deseaba terminar su periodo de pastor.

Con paso presuroso alcanzó a sus ovejas, casi huyendo inconscientemente de su precoz acompañante. Desguindó de un roble, que hacía mucho había perdido sus hojas, el sacó de cuero donde guardaba algunos alimentos, unas sogas y otras cosas que le eran de utilidad en medio de su nómada existencia.

Si él mismo apenas despertaba sexualmente, aunque aún no había solventado el asunto de la virginidad, porque en su opinión, una que no se atrevía a compartir, lo mejor que se podía hacer antes de estar físicamente con una persona, era quererla.

¿Acaso estaba loco por pensar así?

Por esa misma razón solía extender el tiempo que pasaba con su rebaño lo más posible. Menos personas, menos problemas. Y por esa misma razón conocía esa montaña como una extensión de sí mismo, y estaba en  gran contacto con la naturaleza. Incluso podía predecir la llovía horas antes de que el cielo mostrará señales… así que la gota que cayó en la punta de su nariz le tomó totalmente desprevenido, especialmente cuando levantó la cabeza y el cielo de verano al atardecer cambiaba apresuradamente su tono cobrizo por un manto gris.

-¡Mierda! –Chilló – ¡Por aquí bebés! –se aclaró la garganta y entonó a toda voz “oda al trueno”, una canción que había compuesto durante la última tormenta, en la que las lluvias torrenciales y el frío le habían costado varias ovejas.

Su acompañante sonreía y le escuchaba con cuidado, maravillado por su voz… como todos. De algún modo se sintió halagado por la atención y aunque caminaba a prisa no perdió la armonía de su cantar. Una tras otra las ovejas corrían intuyendo la lluvia, guiadas por la agilidad de su maestro.

Ario se reprochó el descuido, más aun al recordar que había escogido ese camino en la mañana; de haber subido más como pensaba hacerlo la tarde anterior, estaría más cerca de la cueva donde protegía de las tormentas a su rebaño. Aunque no habría encontrado a ese niño, si de algo valía. No le imaginaba solo bajo la lluvia que ya comenzaba a caer con gran fuerza… pero sin un buen refugio estaban en un aprieto.

Sólo se le ocurrían unos árboles que estaban cerca de un risco, pero después del primer año de pastoreo en que perdió a varias ovejas “suicidas”, apenas si se acercaba a la zona. Ahora era su única ayuda.

-¡Soy un tonto! –Chilló –Debí ser más atento.

-¿Y esa gruta? –Preguntó Trupeji, apuntando en una dirección que Ario ni se molestó en ver.

-¿Gruta? –pregunto gritando, para que su voz penetrara la ruidosa lluvia -Aquí no hay grutas cerca; necesitamos más de 300 pasos para llegar a la más próxima y…

El niño se acercó a la pared de la montaña, y Ario no lo podía creer. Allí estaba, una abertura pequeña, lo suficientemente grande como para que entrará agachado, y tras ella, una cueva lo suficientemente grande como para albergar a su rebaño. Incluso podría tomarle un tiempo explorarla, de lo profunda que parecía.

-Es imposible –murmuró, mientras estudiaba la entrada. Todos estos años, meses, días, horas… era imposible nunca haberla visto. Ni que sus hermanos no le hablaran de ella. Era imposible que existiera.

Una tras otra sus bolitas de lana inundaron el lugar, felices de resguardarse de la lluvia y apretujándose para darse calor. Alguna que otra chillaba cuando tronaba, a excepción de Titi, que no era consciente del peligro al que se habían acercado. Las contó lo más rápido que pudo, 63 en total.

-Esto es imposible –repitió, una vez constató se encontraban completas.

-No hay nada imposible en este mundo. –Respondió el niño, completamente empapado. Parecía más maduro, más grande… no el niño que encontró.

Eran cosas suyas…

De igual modo se veía tan vulnerable en medio de la tormenta que Ario se enterneció. Sacó de su saco el manto de lana que le arropaba en las noches más frías y se lo puso encima. Le recordaba a un corderito recién nacido.

-Realmente no lo necesito –fue su respuesta.

-¿Siempre eres tan orgulloso? No me has dicho nada de ti, pero debes ser muy mimado para comportarte como lo haces. He estado pensando, tal vez eres pariente del emperador, y estás de visita diplomática, pero te extraviaste. O eres hijo de un coronel y… -entonces recordó lo que le había dicho de su padre “está en el tártaro”. Se arrepintió de inmediato, y evaluó la cara del infante, pero no hubo un cambio significativo en su rostro. Incluso se veía divertido. Ario no recordaba jamás haber hablado tanto, pero asumió que al tratarse de un niño abandonado, no podía ser de otro modo.  –Está bien que no me digas nada ahora, pero mañana tengo que ver que haré contigo. Deben estar buscándote en estos momentos. Muchas personas preocupadas quizás... –Le tendió una manzana. Aun le quedaba suficiente vino pero no le ofrecería más de un par de tragos. Era un vino potente que le había regalado su madre para las noches frías, pero apenas tomaba un sorbo por vez para no embriagarse.

El chico se quitó el manto, y cuando Ario iba a sermonearle, el jovencito ladeó su cuello y retiró un broche que se encontraba prácticamente oculto en la tela, la cual cayó hasta su cintura, sostenida aun por la delgada soga que le servía de cinturón.

Ario exhaló un lento y silencioso suspiro, no se dio cuenta del momento exacto en el que quedó embobado, hipnotizado e incapaz de creer lo que estaba viendo. “Es una marca de nacimiento”, habían sido las palabras. Los puntos que se encontraban en el hombro derecho se encontraban en toda su espalda, perfectamente alineados… no podía haber una marca de nacimiento tan perfecta. Parecían pecas, pero no lo eran. ¿O quizás sí? Cuando el chico desabrochó la soga que le servía de cinturón su cuerpo entero quedó al desnudo, revelando más de aquella perfecta alineación de estrellas en su pecho, vientre y muslos… tenía el cuerpo bien definido, para tener… ¿12 años tal vez? ¿Siempre había sido tan grande?

-¿Te gustan? –Inquirió, casi erótico. El flequillo que antes llegaba a su frente ahora casi cubría sus ojos. Su cabello parecía más largo, incluso sus hombros levemente más anchos.

Son cosas mías... Tal vez enfermé por la lluvia –pensó. Ario tuvo que carraspear para encontrar su voz -Parece el cielo en febrero –Respondió, avergonzado de sí mismo.

-Lo es. –recogió el manto del suelo y se cubrió lentamente con él, aparentemente disfrutando su tacto.

-Dices cosas extrañas, que no tienen sentido. Pero este lugar en sí mismo es imposible… yo prácticamente vivo en esta montaña, y jamás lo había visto.

El joven tomó la manzana, y le dio un mordisco, lentamente, con alevosía. Sus labios, casi del mismo tono de la fruta, se deslizaban elegantemente antes de que su boca se abriera y sus blancos dientes la castigaran.

Ario se sintió mareado con el espectáculo que le estaban dando. Comer jamás le había parecido erótico. En realidad nada le había parecido erótico. El sonido de su propio estomago quejándose lo sacó de sus pensamientos, y se dio cuenta de que tenía hambre, ni que decir del frío. Sirvió unos dos dedos de vino en la única copa que tenía, y se la tendió al chico, sentándose a su lado para tratar de robarle algo de calor.

-Bébelo lentamente, no queremos que amanezcas enfermo mañana.

-Está bueno.

-Tiene que estarlo, es el mejor vino que producen en el viñero de nuestras tierras. Mi hermano mayor se encarga de la producción y guarda varias botellas de cada año. Esta es la única que queda de la cosecha de hace 15 años.

-Esa es tu edad.

-Así es, mi madre me la obsequió por mi cumpleaños. ¿Eres muy inteligente no es así?

-Yo creé la inteligencia.

Ario soltó una carcajada y el chico le acompañó con una tímida sonrisa. Bebió un largo sorbo de la botella, dejando que calentará su garganta y su estómago.

-¿Siempre eres tan humilde?

-¿Me sirves otro poco?

-¿Ya te lo bebiste?

-Está rico. –Había algo en su expresión que desarmaba a Ario. Una expresión de corderito afligido,. Comenzaba a sentirse incómodo con ese derroche de vulnerabilidad. Era un niño el que tenía a su lado, pero sentía su cuerpo despertar de un largo sueño con sólo mirarlo, y peor, sospechaba que estaba siendo presa de manipulaciones.

Incluso su pene palpitaba como nunca lo había hecho. Casi le asustaba…

“Hombres monstruosos y monstruos en formas de hombres”.

“Las mujeres nunca debían salir solas, especialmente aquellas que destilaban una gran belleza, porque los dioses eran antojados, y los humanos juguetes de las divinidades.”

Y este niño era tan hermoso que podía ser presa fácil de cualquier hombre entregado a sus pasiones.

-Sólo un par de tragos y no hay más. –recalcó con la misma falsa rudeza que usaba con sus tesoros, pero sospechó que tampoco con el chico haría efecto. –Soy un pésimo pastor –susurró. Dio un vistazo lento al interior de la cueva. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, aunque de cuando en vez el cielo brillaba en un blanco resplandor que iluminaba ligeramente el interior de gruta. Las ovejas se habían tranquilizado y ya la mayoría se encontraba durmiendo, aglomeradas en un rincón, compartiendo el calor…

Bebió un sorbo más largo que el anterior, movido por su melancolía.

-Eres un gran pastor.

Sonrío tristemente -¿Tú crees? –Le preguntó, deseando oír otro cumplido, y sin tener muy clara la razón. De todos modos, ¿Cómo tomar en cuenta el cumplido de un chico que tenía las manos y los pies tan pulcros? Dejaban en claro que nunca en su vida había siquiera jugado con tierra.

-Las ovejas te aman.

La seguridad con la que hablaba le hizo reír de nuevo. Nunca había disfrutado tanto la compañía de otra persona. Tal vez nunca había reído tanto.

Si pensaba en sí mismo, era bien parecido, aunque esa era una descripción humilde en comparación a la que hacían los demás; incluso sus hermanas parecían repudiarle por su apariencia, casi como si lo envidiara, pero no podía ser eso... Sus ojos eran simples, azules, como los de la mayoría de sus hermanos, más oscuros, eso sí… y con toques de color ámbar cerca de la pupila, que solo se podían apreciar cuando la luz se las dilataba y el iris resplandecía. Pero en esencia, solo era ojos azules.

Ahora, y de eso era consciente, su cabello era más rubio que las hebras del trigo, y se rizaba como las conchas de los caracoles. Una vez, una de sus hermanas se lo había cortado por haberle “robado” la atención de un aprendiz de filósofo, cosa que había sido completamente injustificada, a su juicio. Además, no tenía ni siquiera más de 11 años. ¿Qué sabía él en ese entonces de atraer? Cuando su padre le informó que su educación de pastor comenzaría, tuvo que contener saltos de alegría.

-¿Me sirves otro sorbo? –La voz lo sacó de su ensueño.

-¿Qué? ¿Cómo puedes beber tan rápido? ¿Sabes que ese año hubo lluvia de estrellas? Te bebiste mis estrellas. –Rió. ¿Cuánto había bebido él mismo? Si siquiera pensarlo ya estaba sirviendo otro más, esta vez dejando que el líquido llegará a la mitad de la copa.

-No, tú te estás bebiendo mis estrellas. Mi regalo para ti.

-¿Oh si?

-Sí. Sírveme más.

¿Qué le pasaba? Hacia unos minutos tenía muy en claro que eso era lo que no iba a hacer. ¿Por qué se sentía tan mareado? Sirvió más, llenando más la copa, y bebiendo él mismo hasta perder el aliento. Entonces, como le había pasado incontables veces en un mismo día, se encontró sorprendido.

De todo lo que habían bebido, y la botella tenía la misma cantidad que al principio.

-Es un excelente vino, no tiene porque agotarse. –Escuchó de Trupeji.

Esa lógica no transgredió su ligero estado de emborrachamiento. Así tenían que ser las cosas… si algo era bueno, no tenía porque acabarse.

Pero lo cierto era que ya no podía pastorear más. Tenía la edad de un adulto; y esta sería la última vez que subiera la montaña con sus ovejas. Alguno de sus hermanos menores ocuparía su lugar y él se dedicaría a prepararse como soldado.

Y sus tesoros ya no serían suyos, porque al final nada era suyo.

Una mano se posó en la suya, brindándole una gran sensación de resguardo.

-Trupeji –Susurró embobado por el vino, por el calor en su cuerpo, por esa mano reconfortante, por la peligrosa cercanía, por la imperiosa necesidad que crecía en su bajo vientre, por la tormenta que crecía en el exterior, y por la que lo quemaba en su interior. –Es un nombre extraño, incluso para ser romano.

La mano del chico se deslizó delicadamente por su brazo y abrazó su cuello, como si fuese a ahorcarlo, pero apenas hizo presión, como midiéndolo.

-Tienes el cuello delicado de un cisne –le dijo.

Ario cerró los ojos con fuerza, el incendio en sus adentros se volcaba en un dolor físico en su ingle, donde su erección era tan evidente como una señal de “culpable” en su frente. Trató de pensar, o de no hacerlo, pero sólo se sentía más y más excitado, como si hubiese algo controlándolo.

-Son las estrellas, no te resistas. Mírame.

Esa voz gutural, dominante se sembró en oído e hizo eco en su piel, como si lo estuviese acariciando. Tocándole en todas partes, y sin embargo, en ninguna.

Convencido de que se había vuelto loco, abrió los ojos para encontrarse con otro par dorados que brillaban en la oscuridad. Tomó el perfecto rostro que tenía frente a sí y le besó, sin experiencia pero sin timidez. Y su boca le supo al mejor de todos los vinos, le supo a dioses, a miel, a flor, a néctar. Y el hecho de que hubiese una ligera respuesta de la otra parte causaba choques vibrantes entre sus labios.

-Perdóname –susurró. No he querido, no consigo controlarme.

Abrió los ojos esperando ver a un niño asustado, pero el único niño asustado era él mismo, porque quién se encontraba allí, casi a horcajadas sobre él, no era un niño en lo absoluto.

Lo primero que vio fue la boca a la que había besado impulsivamente, parecía tallada en mármol, era perfecta. Todo él era perfecto, tenía un cuerpo adulto, más grande, mucho más grande. Incluso parecía mayor que si mismo… ¿20 años? ¿Cómo alguien se doblaba la edad tan rápido?

Los puntos en su cuerpo parecían titilar, eran estrellas… dioses estaba tan mareado, no podía haberse emborrachado con tanta facilidad pero se sentía entumecido, y al mismo tiempo, despierto.

Habían más de esas curiosas pecas en sus brazos, en su cuello… donde antes no las había visto, ahora pintaban esa blanca piel como destellos. Esa piel que marcaba músculos, de un adulto, porque eso era lo que era. Y allí, entre sus piernas, su pene se erguía orgulloso en un tamaño imponente para cualquier mortal. Seguro ni el mismísimo Hércules portaba una lanza semejante.  Nunca había visto nada igual, y tuvo miedo. Verdadero miedo.

-No cariño, no temas.

Pero no se calmó. ¿En manos de que criatura había caído? ¿Por qué deseaba tanto que lo tomara a pesar del miedo? Quería huir. Si no hubiese estado debajo habría huido, tal vez debía intentarlo, pero algo le decía que no tenía caso.

-No lo tienes. No puedes huir de mí, nadie puede.

-¿Puedes leer mi mente? –Jadeó. Se sintió vulnerable, y entumecido, se dejó quitar la túnica. Debía tener frío pero la cueva era cálida, incluso el suelo era cómodo.

-Solo cuando quieres. Me gusta tu cuerpo, he esperado tenerte desde hace mucho tiempo. Eres el humano más hermoso que jamás ha nacido, y no habrá nunca uno más hermoso que tú.

Y como si tuviese todo el derecho sobre su cuerpo, comenzó a besarlo aun con las débiles protestas que Ario gemía. Su boca se llenaba de melodías que nunca había cantado, sus susurros se volvieron jadeos de descontrolado deseo, e incapaz de resistir el tacto de esa piel contra la suya, y esa boca envolviendo sus labios, se dejó hacer.

-Quiero escuchar tu voz –le dijo Trupeji, antes de meterse su pene en la boca. El techo de la cueva parecía dar vueltas, y aunque intentó desesperadamente no hacerlo, terminó gritando por más. Aquel extraño empuñando su miembro entre manos, lamiéndolo premeditada y lentamente, y metiéndoselo en la boca hasta el punto en que Ario sentía explotar, pero algo le detenía y le hacía llegar al borde de la locura sin terminar de caer. Su cuerpo era una marioneta, como un juguete…

-Espera –se dijo a si mismo… y pensó: “Las mujeres nunca debían salir solas, especialmente aquellas que destilaban una gran belleza, porque los dioses eran antojados, y los humanos juguetes de las divinidades”.

-¡No puede ser! –se dijo. -“Hombres monstruosos y monstruos en formas de hombres”.

-¡O dios!- gimió, cuando sintió esa boca chupando golosamente la punta de su pene. Sus ojos se pusieron en blanco, más no alcanzó el anhelado final. Su cuerpo temblaba por todo menos por frío.

-Soy impulsivo –Le dijo el extraño entre besos. Había dejado de torturar su falo y ahora besaba sus nalgas, levantándolo para tener mejor acceso a su culo, que lamía sin ningún tipo de delicadeza. –Pero he esperado muchos años antes de tenerte mi querido Ario. Incluso pude haberte buscado antes, pero he estado esperando a que madures como una flor antes de beber tu néctar.

“monstruos en formas de hombres”… dioses en formas de hombres.

-Oh Dios. Eres un Dios.

-Soy más que sólo un dios. –Fue su respuesta, junto una fuerte palmada en la nalga con la que le castigaba por haber sido irrespetuoso. -Habría podido esperar más… -Continúo, mientras mordía sus muslos -Hasta que me enteré que algunos atrevidos humanos han puestos sus ojos sobre ti.

Le dio la vuelta a su cuerpo, y demasiado excitado como para quejarse y entender al mismo tiempo, Ario enfocó su atención en la comprensión. Y allí, chillando como un cordero, sintió su ano profanarse por los precipitados dedos del dios que lo castigaba a causa de sus celos.

-Eres demasiado hermoso para tu bien. –respondió. Había olvidado que podía oír sus pensamientos -Y soy celoso, todo el mundo lo sabe. Lo que es mío, solo puede ser mío.  Y tu Ario, eres mío desde el momento en que comenzaste a cantarme. –su mano se sitúo en su nuca, presionándolo contra el suelo mientras alzaba sus caderas. En esa posición sus dedos entraban más profundamente, y encontraban su punto más sensible. –Amo tu voz, más que la belleza de tu cuerpo, y más que… ¿esto te gusta cierto? Ni siquiera puedes pensar coherentemente. Ni las putas que sirven a afrodita han disfrutado nunca de este placer. Tu cuerpo fue creado para satisfacerme.

Una nalgada le arranco otro gemido, y un hilillo de saliva escapaba por su boca entreabierta.

No podía coordinar, estaba ebrio, pero había sido esa boca, no el vino, la que lo había embriagado hasta ese punto. Quería besarlo.

Su trasero dejó de ser el centro de la fiera atención, y a su pesar, se sintió vacio.

El dios tomó la botella y lo incorporó, sentándolo -Bebe cariño. Hay tantas cosas que no sabes, yo te las enseñaré –dio un largo sorbo a la botella de vino que el extraño sostenía, y apenas la botella dejó su boca, los labios de aquel inmortal se cernieron sobre los suyos, y bebiendo del vino que quedaba en ellos. Hizo esto un par de veces más, y se levantó. Ni siquiera se lo consultó, solo le puso el pene en la boca, pero Ario se sintió motivado en complacerlo, o intentarlo.

Incluso su pene lloraba de excitación cuando chupaba aquel inmenso miembro. Sentía casi tanto placer como cuando ese dios se lo mamaba… podía correrse allí mismo, de rodillas, lamiendo devotamente ese pedazo de carne celestial, pero había una fuerza que no se lo permitía.

-Eres bueno Ario, has sido bendecido con más dones de los que crees. Trata de no morderme cariño, abre más la boca. No te haré daño, así es cariño… joder aprendes rápido, ¿puedes tratar de metértelo todo? Uff…

¡Lo estaba haciendo gemir! ¡A un dios! Motivado por el descubrimiento de ser capaz de dar placer a una ente semejante, su vergüenza se transformó en ávida destreza sexual. Se metía el pene lo más que su boca le permitía, hasta que no podía respirar más, entonces se lo sacaba y usaba sus dos manos, lo acariciaba con las mejillas y lo pajeaba mientras lamia sus bolas, sintiendo su cuerpo doler de deseo con solo tocar aquella magnifica verga.

Se había convertido en un experto en cuestión de minutos.

-¿Ya no puedes ni pensar eh…? Ven cariño, entrégame tu deliciosa virtud. Voy a hacerte completo… -Le plantó un beso profundo, enredando sus lenguas y enloqueciéndolo. Lo recostó boca abajo, sobre el suave manto que le había acompañado tantas noches en soledad, y le levantó las caderas.

-¿Sientes esto? –le preguntó, refiriéndose a su hinchado pensé acariciando de arriba abajo el orificio de su ano, que nunca habría estado preparado para albergar semejante intrusión. –Te lo voy a meter, y te va a doler, me pedirás piedad, rogarás perdón, y yo disfrutaré todo eso, casi tanto como lo harás tu.

-Tengo miedo –confesó Ario, en un destello de timidez. –Pero quiero hacerlo –aseguró.

-Lo sé… ¿y sabes algo? –preguntó el dios, sin esperar respuesta. –Aun si no quisieras, igual lo haría.

Presionó su pene inmortal en la hinchada abertura de ese agujero hasta que vulneró los límites de su resistencia, penetrando como una ballesta, rápida y dolorosamente. Su oráculo para Ario se cumplió de inmediato.

Cada envestida que le daba le arrancaba un grito, un gemido, un sollozo. Las lágrimas se escapaban de sus ojos y era incapaz de contener sus gritos, pero el calor que sentía entre las piernas mantenía su pene erguido, y su hambre de más crecía desde el interior, desde su culo hasta su espalda. Cada lugar que esas grandes manos tocaban se convertía en el nacimiento de chispas que quemaban su piel. Podía sentir que su orificio se rasgaría, seguramente moriría.

Y como si fuese la respuesta a sus temores, el dios se divertía a su costa penetrándolo con más rapidez y en mayor profundidad. Si podía escuchar sus pensamientos, ¿cómo era capaz de arremeter con semejante violencia?

El dios jaló su cabello con fuerza, atrayendo su cabeza hacia atrás. Lamió su cuello hasta la oreja, donde se entretuvo unos segundos chupando el lóbulo -¿No te das cuenta de ti mismo? –Le susurró al oído.

De haber tenido la capacidad de responder con algo coherente, habría preguntado qué quería decir con eso… pero su propio cuerpo le respondió. Incluso cuando sentía que iba a morir de dolor sus muslos se movían por si solos en busca de profundizar la penetración, y sus manos sostenían y balanceaban su cuerpo violentamente. Era él mismo el que marcaba el ritmo.

-Oh… ¡dioses…! –Gimoteó. No podía creerlo.

-Cariño has llamado tanto la atención del Olimpo que mis hijos deben estar disfrutando el espectáculo.

Esa frase casi lo congela.

-¿Quién eres? –preguntó en sus adentros, sin posibilidad de llevar esas palabras a su boca.

Por toda respuesta un rayo de gran potencia partió el cielo, iluminándolo durante mucho más tiempo de lo normal. Por un momento pensó que había amanecido.

Saliendo de su interior y dándole la vuelta, allí estaba con la sonrisa más petulante que ningún mortal se hubiese atrevido a esbozar, después de todo, no se trataba de un mortal… las estrellas que salpicaban su blanca y marmoleada piel centelleaban, igual que sus ojos dorados, y ese particular mechón que se encontraba en su cabello parecía un rayo perdido en el cielo nocturno… precisamente como el cielo en el exterior en ese mismo instante.

-Tú sabes quién soy –le dijo antes de abrirle las piernas y penetrarlo una vez más, esta vez con tanta calculada lentitud que todo su cuerpo se estremeció violentamente, deseando para su propio deleite que lo llevase al borde de la locura, el temor, el dolor y el placer, como había hecho apenas unos minutos atrás.

Tembló y tembló de gozo puro, mordiéndose los labios con furia. El dios metió su pulgar en la boca, acariciando sus inflamados labios, y sin pensarlo lo mordió y chupó como había hecho con su pene.

-¡Oh si! –Rugió ese ser inmortal, perforando sus profundidades con mayor candencia que al principio; Ario sintió su miembro liberarse, como si las ataduras invisibles que lo mantenían cuerdo se hubiesen roto, y su miembro casi inmediatamente escupió su nata mientras todos los nervios de su cuerpo se contraían en un placer que pocos humanos serían capaces de sentir. Solo el padre de los hombres, y los dioses, podría tener tanta habilidad para tocar cada cuerda de su cuerpo y hacerlo cantar a su antojo. Y luego, su propio culo se llenó del mismo líquido caliente que había engendrado a los héroes más famosos que protagonizaban los relatos de los poetas.

Se desmayó casi inmediatamente, pero incluso entre sueños podía sentir como su cuerpo era violado una y otra vez; no supo cuantas veces más se corrió, ni si estaba bebiendo vino o leche divina, en el sentido más literal de la palabra. Lo único de lo que era consciente cuando conseguía despertar era que ese dios, que se lo cogía con los derechos que sentía un niño al jugar con su marioneta, era el mismísimo Zeus.

Cuando despertó de su letargo sintió su cuerpo más ligero que nunca, y ningún rastro del dolor que lo entumeció en principio, ni del placer que lo choqueó y casi lo lleva derecho a los campos elíseos. Abrió los ojos y se sorprendió de la claridad con la que era capaz de percibir la luz en la oscuridad. Podía ver como si fuese de día, aunque no lo era. Aun la noche teñía el cielo, pero no había ningún rastro de la tormenta.

Debajo del suyo, ese cuerpo perfecto que se encontraba aparentemente dormido le ofrecía una calidez indescriptible, y apenas si necesitaba la manta con la que ambos estaban envueltos. Seguramente no la necesitaba en lo absoluto. Se maravillo de no estar muerto, dada las circunstancias. Incluso se sentía tan vivo como jamás pensó podría sentirse.

-Si no hubieses bebido de mi esperma probablemente estarías muerto.

-oh… ¿gracias? –Respondió avergonzado por todas las cosas que había hecho. Jamás pensó que fuese capaz de ser tan obsceno e impúdico bajo el abrazo de otro hombre… no, hombre no… dios.

-Gracias a ti. –abrió los ojos, dorados, brillantes, intimidantes. Pero esta vez no sintió temor. Ario le dio un beso en lo boca, lento y delicado, como si le estuviese adorando con sus labios. Esos labios se fruncieron en una peligrosa sonrisa –Es peligroso que me beses así.

-Eres Júpiter.

-Ese es solo un nombre de tantos.

-¿Cuál te gusta más?

El dios sentó, arrastrándolo en el proceso a su regazo. Sentado, Ario le rodeó con las piernas y acarició su cuello, como si lo hubiesen hecho mil veces… sintió la felicidad.

-Amante.

Ario se sonrojó, y recordó con desánimo que, después de todo, esa era la tarea favorita del padre de los dioses. Tenía tantos hijos que era imposible recordar ni siquiera a cada uno de los conocidos, mucho menos saber cuántos realmente habían sido en el transcurso de la historia. Y Zeus amaba a sus mujeres, eso también lo sabía. Aunque en muchas ocasiones las usaba como armas de maliciosa represalia en contra de los hombres que se atrevían a retarle.

-No sabía que podían gustarte los hombres.

-Eres una satisfactoria excepción.

-¿Por qué yo? Mis hermanas son hermosas.

-Lo son, es cierto.

-Y yo no puedo concebir.

-No, aunque yo podría cambiar eso, pero no creo que sea lo que quieras.

-¡Por supuesto que no! Es decir, tal vez me gustaría un hijo, pero no tenerlo dentro de mí como mujer. ¿Entiendes?

Zeus rió ruidosamente, ruborizando a un tímido Ario. –Me gustas. Eres muy masculino. Tu cuerpo en la adultez será aun más hermoso.

-Puedo servirte con mi cuerpo el tiempo que quieras…

-¿Eso es lo que quieres? ¿Servirme?

-Si es tu deseo sí, aun si te aburro con facilidad, y te desentiendes de mí. Viviré el resto de mis días adorándote y contando tu perfección. Construiré templos para ti con mis propias manos –Con cada frase que decía besaba sus labios, su mentón, su cuello.

-Todo eso suena muy bien Ario, pero no es lo que yo quiero. –Esas palabras crueles atravesaron el corazón del joven pastor, que sintió una punzada cortando muy dentro de sí. El dios besó sus labios lenta y sensualmente, antes de retirar el cuerpo que se enrollaba en él como una posesiva serpiente.

Que mala jugada, la de los dioses, que podían grabarse con semejante rapidez en el alma de los mortales. Y aun así, Ario sospechaba que sería feliz el resto de su vida tan solo con el recuerdo de esa noche, que anunciaba su final con los primeros destellos de luz en el amanecer. Apenas contuvo las ganas de llorar. Qué lástima que no tenía el poder para detener el tiempo… habría deseado ser más sensual, más entregado. Si le hubiese propiciado más placer, tal vez el padre de los dioses lo hubiese considerado digno de una segunda “visita”.

Recordó humillado que cada pensamiento era escuchado como si pronunciase en voz alta, y trató se silenciar sus lamentos. No quería ser la comidilla entre mortales, menos que menos entre dioses.

-Entiendo. Realmente no esperaba más que esto –de rodillas ante el imponente cuerpo desnudo de Zeus, beso sus pies con devoción, incapaz de contener por mucho tiempo sus lágrimas.

Zeus lo miró con una sonrisa orgullosa, Antes de retirarse del lugar en total desnudez.

Ario tomó su manta y se envolvió con ella, tratando de encontrar algo del dulce aroma que desprendía el cuerpo celestial con el que había retozado a gusto, intentando pensar optimistamente acerca del hecho de que había tenido algo que ningún otro hombre mortal disfrutó hasta entonces, pero luchando contra la necesidad de implorarle al dios supremo que regresase a su lado. En ese mar de pensamientos agónicos y felices, se quedó nuevamente dormido.

Lo despertó por el sonido de unos sollozos. Abrió los ojos como platos e intentó sentarse, pero su cuerpo se encontraba ligeramente acalambrado. ¿Cuánto tiempo había dormido? Frente a él varias ovejas se quejaban de la falta de atención. Con un vistazo rápido a la gruta que le había albergado durante la noche, se dio cuenta de que un gran número de ovejas no estaba. Guardó su manta y la botella de vino con toda la rapidez de la que fue capaz, y del mismo modo ató su túnica en la cintura. Tropezó atando sus cholas y corrió a la luz del día, llamando a las que tenían temor de salir por si solas.

-Aquí nenas. Son tan responsables, las demás deben aprender de ustedes. –A juzgar por la posición del sol, había dormido toda la mañana.

En trote tímido todas sus regordetas productoras de lana salieron, encontrando el pasto más verde que habían visto en sus vidas. Ario sonrió, seguro les parecía un festín. La hierba era tan fresca y alta que no parecía natural. Tal vez no lo era.

Comenzó a contarlas a todas, más para distraerse, sin dudar que la cifra no diese el total. Pero se equivocó; aunque contó 3 veces, seguía faltando una.

Los machos adultos, completos. Solo tenía 4 carneros en el rebaño. La mayoría de carneros eran criados por dos de sus hermanos. Personalmente, le causaban miedo cuando era más joven, y aunque sus hermanos se habían burlado hasta el amanecer, habían llegado a un cómodo acuerdo. “Hembras contigo, machos con nosotros. Felices todos”.

Las hembras adultas, completas…

Los corderos machos… mierda.

-¡Titi! –grito tan rápido como cayó en cuenta. Tina, la madre de Titi, comía y levantaba la cabeza en señal de preocupación. Sus ubres estaban tan llenas que seguro Titi no había mamado desde la mañana, y pronto algún otro cordero aprovecharía la leche extra y la libraría del peso.

-¡Titis! -¿Qué tan lejos pudo haber ido? Ario caminó rodeando el rebaño y gritando por su corderito, deseando que no se hubiese caído en  alguno de los riscos cercanos, que eran la razón principal por la cual no usaba esa zona de pastoreo.

-¡Ganimedes! –Cuando escuchó su nombre formal ladeó la cabeza buscando la fuente – ¡Dioses Ganimedes! ¡Te hemos estado buscando por horas!

-¿Leroy? –Era uno de sus hermanos mayores. Se veía muy preocupado, y ya se hacía una idea de por qué. Cuando las tormentas más agresivas aparecían, todos los hermanos hacían recuento de daño. Xilo, un amigo de toda la vida, le acompañaba jadeante.

-Esa tormenta no fue normal. Las cabras de Polo destruyeron el cercado y escaparon, Tuvimos que buscarlas desde que escampó en el amanecer. Más de una decena se perdió.

-Oh, qué mal… Yo perdí un cordero y…

-¡Por qué estás solo y…! Un momento… ¿sólo perdiste un cordero? Ni siquiera pensé que te encontraría.

-Hubo un derrumbe en la parte más alta de la montaña –Explicó Xilo –Los animales enloquecieron con los truenos. Alguien habrá hecho enojar a Zeus.

Ario sintió una punzada de nervios en el estómago. Oh no, nadie había hecho enojar a nadie. Si esa tormenta había sido a causa del deseo del dios, él reamente no tenía ganas de conocer su ira.

-Has tenido suerte –reprochó su hermano –o las destinos se apiadaron de ti. Tus ovejas no parecen estar ni medianamente alteradas… pero no pudiste haber pasado la noche aquí, ¿o sí?

-No, ¿sabías que hay una cueva en este tramo?

-Las únicas cuevas de la montaña se encuentran en dirección contraria, y muy lejos. ¿Tienes fiebre?

-Mira –exclamó –quédense con ellas, yo voy a tratar de conseguir a Titis.

-¿A quién? ¡Espera! – Bramó Leroy –Joder. ¿Puedes creerlo? –Preguntó a su amigo. –Por cosas como estas fue que dije que no se podía quedar solo. Pero no podemos cuidarlo toda la vida.

-Yo lo entiendo. Con ustedes reprochándole en cara todo lo que hace mal, hasta yo me habría ido, quizás hasta Esparta.

-Eres muy débil para sobrevivir alli –Leroy suspiró y comenzó a inspeccionar la zona; ¿cueva? Imposible. El era un adulto de 26 años de edad y había pasado más de 20 en la montaña. A menos que los dioses le hubiesen creado una especialmente a su hermano… sí, claro. Entonces tal vez los dioses podían apiadarse de él y permitirle por lo menos una vez hacerle el amor a su persona más codiciada. En vez de eso, se había casado con la hermana de este y ya tenían 2 hijos.

Si los dioses fuesen más piadosos, su plan inicial de “me casaré con ella para estar contigo” le habría rendido fruto alguna vez, en cambio, desde su matrimonio, el trato de Xilo se había convertido en una inquebrantable fortaleza de amor fraternal… como si realmente necesitará más hermanos.

Xilo, no había cambiado mucho desde la infancia. Tenían la misma edad, pero mientras él era un roble, Xilo parecía un olivo que no acababa de engrosar. Con piel acanelada y cabello castaño apenas ondulado, que le llegaba hasta los hombros, sus grandes ojos verdes llamaban la atención a gritos. Agradecía que él y su hermana no se parecieran en nada, o eso le habría hecho más mella en la conciencia.

Se agachó en el suelo, donde su hermano había dejado descuidadamente su saco de cuero. Casi no le quedaban suministros. Un pastor no debía estar solo por muchas razones y esta era una de ellas. Lo reprendería cuando regresara… pero primero, bebería al menos la mitad de esa botella, como un pago justo por su tiempo, por supuesto.

En ausencia de copas bebió directamente del envase, cuando sintió un ligero calor en la garganta que ningún otro vino le había producido jamás, y que se propagó con la rapidez de un rayo a través de su sangre, que se acumulaba en el centro de su ingle.

De repente solo tuvo una cosa clara…

-Ey Xilo… ¿tienes sed?

 

 

 

 

-¡Titis! ¿Dónde estás bebé? Ven con papá. ¡Titis!!

Escuchó un susurro que venía desde lo más profundo de su interior: “Cántale”

Cogió todo el aire que sus pulmones pudieron contener y caminando en dirección del risco que cortaba ese sendero de la montaña, liberó su melodía. Se movía por instinto, como lo había hecho casi desde el principio.

Los pastores podían alejarse de la sociedad humana cuanto la naturaleza se lo permitiera, pero ciertamente pocos podían andar a sus anchas, tal como él lo hacía. Al principio varios de sus hermanos rechazaron la idea, e incluso su madre estuvo en desacuerdo, pero… oh vamos, le había ido tan bien con su rebaño que ya casi nadie se quejaba. Ya no necesitaba mucho más, era feliz allí…pero de todos modos, su tiempo se había acabado… eso también lo sabía.

Cantó una canción guía de suave melodía, esperando que hiciera eco en todos los rincones posibles. Le cantó a Titis para que regresara a salvo, le pedía que dejara de ser tan travieso o lo convertiría en sopa, pero sin importar cuánto caminara no podía dar con su cordero. La sensación de inutilidad que tenía amenazaba con hacerle llorar.

-¡¿Papa?!

¿Papa? ¿Papá?

El chillido de un animal le tomó desprevenido. ¡Era un coyote! La lluvia había alborotado a los animales, tanto domésticos como salvajes. Llenó su túnica de tantas piedras como fue capaz y comenzó a arrojárselas al animal, que con un tamaño más grande de lo usual no sabía si atacar o huir. Cuando una de las piedras le pegó en la frente chilló, y se decidió por lo último, corriendo con la cola entre las patas.

-¿Papi?

Oh dioses…

Tenía que dejar de rogarles tanto si no quería ser la comidilla en el Olimpo, aunque después de haber saciado el apetito sexual del dios supremo, seguramente lo era.

-¿Papi..? –Escuchó otra vez. Siguió la voz aniñada, pensando que se podía tratar de un infante perdido, esta vez de verdad. No creía que el cielo aun le estuviese jugando malas pasadas. La voz que lloraba a todo pulmón lo condujo a unos espesos matorrales, y entre ellos, logró ver una cabecita rubia platinada que se hacía bollito con el resto del cuerpo. Tenía rasguños en la espalda y en las manos, probablemente como resultado de haberse escondido allí a causa del coyote.

-¿Estás bien?

-¡Papi! –La pequeña cabecita salió de su improvisada guarida y de un fuerte salto se guindó a su cuello, haciéndole caer de bruces con el impacto, mientras continuaba sollozando y restregaba su rostro en el pecho de un sobresaltado Ario.

Casi maternalmente se levantó sosteniendo aquella cría entre brazos, y alzándolo lo estudio con detenimiento… Era más bien un bebé. Tendría menos de 3 años. Su piel no era clara, era blanca, realmente blanca… Tanto que, si detallaba, podría ver algunas venas. Solo llevaba puesto unas pequeñas botas de piel, piel de oveja, y una ajustada falda, también de piel de oveja, que cubría su pelvis, y su cabello era más bien blanco, como el de una oveja, y más curioso aun, en la parte superior de su cabeza unos diminutos huesitos, que si no le fallaba la lógica, vaya mierda de lógica, se convertirían en cuernos… y allí, aunque tenía los ojos cerrados en su lloriqueo, podía adivinar perfectamente el color: rojizos.

-Déjame adivinar… A ti también te gustó “Trupeji” y lo seguiste.

Los ojitos se abrieron y allí, como esperaba, un par de piedras rojas le miraban. Ario sonrió, porque no le hubiese quedado de otra.

-¿Papi?

-Si bebé, aquí estoy –Lo acunó contra su pecho y comenzó a canturrear.

-¿Voa sher shopa? –Preguntó con un hilito de voz.

-No Titis. Ni botas. Lo prometo.

Vaya broma que le había gastado Zeus. ¿El efecto sería permanente?

-Por supuesto que lo es. –Respondió el mismísimo dios, para su sorpresa.

Allí estaba, imponente, perfecto, y con… ¡alas! Gigantescas alas marrones y afiladas, como la de un águila. -¿Qué…? ¿Por qué…? –Sus tartamudeos fueron callados por un beso fugaz e intenso.

-¿Estas cosas viejas? –Respondió el dios –son la manera más rápida de viajar; le he hecho una visita a tu padre. Está encantado con la idea.

-¿Qué idea?

-De tenerme como yerno, por supuesto, mi hermoso príncipe. Laomendonte tiene suficientes hijos como para echarte en falta, menos aun con los privilegios que daré a sus tierras.

-¿Yerno? ¿Tú? -Zeus sonrió y le tomó en brazos, mientras Titis, ahora humano, si se podía decirle así, gritaba de la emoción y la alegría. -¿Estabas comprándome?

-Estaba complaciéndote. Nunca habrías venido conmigo al Olimpo sin antes estar satisfecho con que atendería a tu familia. Ni siquiera consideraste esa posibilidad, en ningún rincón de tus pensamientos.

Ario asintió confundido, hasta que comprendió todo, y respiró profundamente. -Iré contigo con una sola condición.

El dios no parecía muy contento con sus exigencias. Seguro que había sido generoso con su padre. Sonrió desvergonzadamente –Volverás a hacerme lo que me hiciste anoche.

El dios correspondió su sonrisa, más que complacido, y lo levantó en brazos, ocasionando un chillido de alegría de parte de Titis.

-Oh cariño, podría hacértelo tantas veces al día que te embarazaría. Nunca dejaré de buscarte ni de desearte.

-Ya me diste un hijo. Eso es suficiente para mí –Realmente tenía el temor de despertar un día con el vientre hinchado. Miró a la bolita blanca entre sus brazos y sintió un amor profundo crecer dentro de él. Estaba agradecido de que hubiese sido Titis entre todos los corderos de su rebaño, ya que había sido el último que había visto nacer, y el único con una personalidad tan traviesa.

-Sabía que te gustaría llevarte una parte de tu mundo al mío. Y si te das cuenta, es idéntico a ti. Le di una forma humana calada de la tuya, para que nadie ponga en duda su ascendencia.

-No puedo creer esto.

-Entonces créeme a mí, te quiero a mi lado en la eternidad, solo beberé vino de la copa que tu sirvas, o de tus labios, si prefieres, o de tus muslos, de tu cuerpo. Los dioses se deleitaran mirándote, pero tu cuerpo solo me rendirá tributo a mi… y a cambio, te otorgaré la inmortalidad, mi afecto, y las estrellas de febrero, mi hermoso Ganimedes Acuario.

Ario sonrió, y recordó que su hermano lo estaba esperando. Leroy y Xilo no sabrían que le había pasado hasta que alguien les informara del rapto del que había sido “víctima”.

-Oh, yo que tu no me preocuparía por ellos –Le dijo el dios, antes de que sus alas lo elevaran con gran velocidad.

-¿Entonces de que debería preocuparme? –Preguntó, abrazando a Titis con fuerza, aunque este se veía divertido mientras las nubes del cielo les abrían paso.

-Creo que debería hablarte de mi esposa.

Oh diosas.

Notas finales:

Siempre quise hacer una historia basada en un mito griego, y se me ocurrió la idea del mito de acuario, el cual es mi signo zodiacal. Espero les haya gustado ;)

Pregunto, les sorprendió que se tratará de Zeus o lo vieron venir?


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