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Beautiful Wings por Dashi Schwarzung

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Notas del capitulo:

 

Ni se imaginan cuánto trabajo me costó éste fanfic!
Me da mucha alegría saber que logré terminarlo a buen tiempo.

 

En fin, como ya viene siendo costumbre, éste escrito es muy largo, consta de casi 30k palabras, así que espero puedas tomarte el tiempo necesario para leerlo y si lo terminas completo, me alegrará recibir algún comentario o crítica hacia este escrito.

 

Este fanfic participa en la convocatoria “Happy Wishes” del grupo AoKaga 5x10 en Facebook; está dedicado a Nuria Tejedo Blasco, la única condición que dio para su fanfic fue que tuviera romance, lo cual me complicó las cosas al no haber sido más explícita en lo que quería.
Así que me tomé la libertad de escribir todo lo que se me vino a la mente xD

 



En fin, mucho parloteo, aquí van las advertencias:

 

Advertencias:

-Soulmate AU

-Angst

-Un poco de AoKuro

-Parejas secundarias

-Mpreg!

-OC

-Lime

-Posible OoC

-Situaciones que tal vez piensen que son ilógicas

 

Hay una advertencia más importante, sin embargo no puedo darla, o de lo contrario spoilearía toda la historia.

Pueden leer hasta donde mejor crean :)

Por último, ojalá puedan disculpar mis faltas ortográficas, por más que puse atención en el autobeteado, siempre es difícil cuando son tantas palabras



 

Espero les guste y disfruten la lectura.

 

 

Me enamoré de sus alas blancas como la brisa,

Vuelo discreto, vuelo sin prisa;

Alma inocente, alma blanca.

Y en su mirar quedé prendido, tanto, que vivo en un suspiro por él...

-Anónimo-

 

 

 

 

..::Beautiful wings::

..::..

.:.

.

 

 

¿Podrías imaginar a personas normales con alas en sus espaldas? Y no… no estoy hablando de los típicos ángeles.

Éstas eran simples personas que podrían, fácilmente, ser confundidas con aquellos seres angelicales.

 

En éste mundo el hecho de que las personas tengan alas no es nada extraño.

 

Todos los humanos, al nacer, son acreedores de un par de alas, a las que llaman “adain”, pues aunque son casi idénticas a las de los ángeles, poseían cierta rareza que los hacían ser interesantemente diferentes.

 

Además de las adain, los humanos poseen la fuerte creencia de que sus almas son de algún color. ¿Que por qué creen en eso?  La respuesta es sencilla: porque cuando encuentran a su alma gemela, las adain cambian al color del alma de esa persona destinada.

 

Hay tres características específicas de las adain:

-Cuando alguien nacía, éstas alas eran blancas, no había excepción; ninguna adain tenía color.

-Sin embargo, sí cambiaban su color, y esto ocurría cuando las personas cruzaban miradas con su alma gemela.

-Por último, pero no menos importante, éstas adoptaban el color negro cuando su alma gemela moría, era una especie de luto… un color negro que jamás volvía a cambiar de color.

 

Vale la pena, también, especificar que las alas de una persona existían, sin embargo sólo podían ser tocadas y vistas todo el tiempo por las almas gemelas de dicha persona; por lo tanto no cabía la posibilidad de que las adain estorbaran en las actividades de la vida diaria.

Además de que no siempre eran mostradas a los demás; la mayor parte del tiempo eran invisibles, y sólo se dejaban ver cuando ocurría la magia y las adain cambiaban de color; también cuando los sentimientos fuertes, tales como la emoción, el miedo, la sorpresa, etc., aparecían.

–La excepción radicaba en esa alma gemela, quien tenía la habilidad de mirar dichas adain de su compañero sin que éstas pasaran desapercibidas a sus ojos, ya que ante ellos, sus personas destinadas no tenían nada que esconder.

 

 

 

..::..

.:.

.

 

 

 

 

 

Aomine Daiki era un hombre de 24 años; moreno, cabello azul marino; trabajaba como policía durante las tardes y parte de la noche; vivía solo, rentando un departamento que no era tan caro ni tampoco espacioso, sólo lo ideal para alguien de su edad.

 

Estaba pensando en ingresar a una facultad especializada en Criminalística, así podría ascender a detective.
Varias veces ayudó a los detectives a hacer efectivamente su trabajo, estaba seguro de que ellos podían recomendarlo y así iniciar sus estudios para lograr su cometido.

La razón por la que no estaba estudiando esa carrera ahora mismo era por la falta de tiempo y más aún, del dinero; pues tenía claro que titularse en Criminología costaba bastante dinero, del que no disponía por el momento.

 

Parecía que ese propósito iba alejándose cada vez más.

 

Por otro lado, se estarán preguntando… ¿Aomine Daiki tiene pareja? Claro que la tiene… o más bien lo tiene, pues su pareja es un chico.

Aquella persona tiene por nombre Kuroko Tetsuya: un chico de altura promedio, distinguido por su gran seriedad y maestro de preescolar, sobraba decir que amaba su trabajo, aunque durante la semana tuviera que abstenerse de ver a Daiki, ya que sus horarios no eran nada compatibles.

 

Y hablando de incompatibilidad… varios de los amigos de ambos siempre sacaban a relucir el comentario de que Aomine y Kuroko no eran muy compatibles que digamos, y aun así se sorprendían, pues podían notar el gran cariño que ambos se guardaban.

Era cierto que a Kuroko no le agradaban las muestras de amor y afecto que su novio intentaba regalarle frente a sus amigos, y a pesar de ello Aomine siempre trataba de pasarlo por alto, recordándose que Kuroko era alguien muy disimulado.

 

Aunque si se lo preguntaban, Aomine era alguien a quien le gustaba molestar a Kuroko: jalarle las mejillas, revolotearle el cabello, pincharle la nariz… eran de las pocas acciones que podía hacer en público para demostrarle su amor a su pareja. Pero claro… a Tetsuya tampoco le gustaba mucho que el moreno, de la nada, lo molestara de esa forma.

 

Seguía asombrando a propios y extraños la relación entre ellos dos; parecían una pareja muy estable, sin embargo había un importante y gran detalle: ellos no eran almas gemelas.

¿Cómo lo sabían? Por el color de las adain de Aomine… éstas eran rojas… un rojo carmesí tan reconfortante y cálido… un rojo poderoso que hacía que cualquier persona girara la vista hacia el portador, cuando éstas alas osaban mostrarse.

 

 

 

 

 

 

..::Flashback::..

.:.

.

 

 

Aomine tenía 14 años, cursaba el último año de secundaria en la escuela Teiko, y a pesar de que su vida era muy envidiada por personas de su edad, él estaba a un paso de la depresión… la razón principal era que, a pesar de que adoraba el básquetbol, no había ningún contrincante que pudiera darle un buen juego, o al menos que pudiera practicar con él por 15 minutos sin pensar que él era un monstruo…

 

Por la misma razón era que muchos compañeros y conocidos evitaban enfrascarse en un juego amistoso, pues todos ellos ya sabían de antemano el resultado de un partido contra el peliazul.

 

Todo lo anterior lo orilló a ser más solitario, y a no darle importancia absolutamente a nada.

Se alejó mucho de su mejor amiga de la infancia, así como también de las pocas personas que frecuentaba en su escuela, a quienes consideraba amigos.

 

Y a pesar de todo, tanto Momoi Satsuki, su amiga de la niñez, como Kuroko Tetsuya, uno de sus pocos amigos, no lo habían dejado solo.

Ambas personas persuadían a Aomine y prácticamente lo raptaban para llevarlo a varios lugares de la ciudad, simplemente para pasar un buen rato: los parques, las tiendas de videojuegos, incluso el Maji Burger eran testigos de sus encuentros amistosos.

 

Pero ni con todas las salidas, ni mucho menos palabras de aliento que ambas personas pudieran decirle, podía olvidar su tristeza.

 

Hasta que por fin hubo algo que lo hizo sentirse vivo…

 

Era una tarde de marzo, el sol era tan fuerte que quemaba, los alrededores lo ponían de malas, pues era hora pico en una ciudad tan grande como Tokio, que tanta gente junta hacía que sus ánimos decayeran completamente.

Regresaban a casa, después de que la escuela Teiko tuviera un encuentro oficial con otro colegio… no debía ni confirmar quién había ganado dicho juego.

 

—Demonios, Tetsu, Satsuki, caminen más rápido, quiero llegar a la estación de trenes y largarme de aquí. — Mencionó, con un gruñido después de sus palabras, sabiendo que la congestión de personas no terminaba en los vagones del tren, sino todo lo contrario.

—Lo siento, Aomine-kun, fue un largo partido. — Se quejó el menor, tratando de seguirle el ritmo a su amigo, caminando entre todas las personas en la acera.

—¡Deja de ser un gruñón, Dai-chan! — Fue el turno de la chica pelirrosada de quejarse, pensando que sería mejor perder a su mejor amigo moreno e irse sola el resto del camino, pues sabía que un Daiki gruñón era insoportable, incluso a su joven edad.

 

El más alto no dijo nada más y siguió caminando, sin cambiar el ritmo de su andar.

 

Un par de calles más y por fin llegarían a la estación de trenes… por fin Daiki estaría más cerca de casa para descansar, blasfemar a medio mundo y dormir el resto de la tarde. Esa empezaba a ser una idea estupenda.

 

Antes de cruzar la calle, con el semáforo en rojo para los automovilistas, se detuvo en seco, sintiendo una extraña sensación en su espalda, específicamente en sus adain… estaban sintiéndose más ligeras, más cálidas… más libres…

 

Miró a sus amigos a su lado; tanto Satsuki como Kuroko tenían unas miradas de infinita sorpresa, además de que no podían apartar su vista de las alas de Daiki.

Miró un poco más allá, a unos cuántos transeúntes que, curiosos, también observaban; algunas miradas denotaban sorpresa, otras envidia, pues… ¿Cuántas personas a una edad tan joven encontraban a su alma gemela?

 

Por fin giró el rostro hacia sus adain y allí las vio… colorándose poco a poco; cambiando el color blanco por ese rojo carmesí que fue una hermosa visión para sus ojos.

Sintió cómo su corazón latía desbocado, cómo su respiración se agitaba y cómo la emoción lo embargaba completamente.

Sonrió plenamente, con una sonrisa enorme… había olvidado por completo qué era lo que lo tenía tan molesto hacía unos minutos, y no sólo eso, sino que una especie de alegría retozaba en su pecho… ese color rojo había llevado júbilo a todo su ser.

 

—Aomine-kun… ¡tus adain! — Por fin el típico tono sin sentimientos de Kuroko había sido reemplazado por uno en sorpresa.

—¡Eso significa…!Habló emocionada y en voz fuerte Satsuki, llevando ambas manos hacia su boca, tapándola, para no gritar como una loca. —¡Tu alma gemela!

 

De inmediato los tres chicos giraron la vista hacia todos lados; si a Daiki le habían cambiado de color las alas en plena calle, significaba que a su persona destinada también… ¿Qué tan difícil sería encontrar alguien con las adain del color del alma de Daiki?

 

Si creían que sería una tarea fácil encontrar al alma gemela de Aomine entre tanta gente se habían equivocado, pues a pesar de que tanto Kuroko, como Satsuki y el mismo Daiki estuvieron parados en medio de la acera buscando, no encontraron a nadie…

 

 

 

 

 

Ese día había regresado a casa un poco decepcionado, sin embargo, tenía una razón para no decaer y para olvidar esa depresión que cada día se había hecho más grande.

Debía encontrar a su alma gemela, no importaba cuánto tiempo le tomara, tenía que encontrar a esa persona, conocerla y amarla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

..::Fin flashback::..

.:.

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Daiki podía recordar ese día a la perfección, y todos los días siguientes, en los que pasó vagando por todas las calles de Tokio, tratando de toparse con esa persona que estaba destinada a él.

A pesar de todo, no había encontrado a dicha persona.

 

Pensó que con el tiempo la encontraría, que si era una persona designada a él, debían hallarse tarde o temprano.

 

Sin embargo, algo había cambiado desde ese día en que sus adain canjearon de color: había olvidado esa depresión por no encontrar un rival digno de él en el básquetbol, había dejado de ser tan solitario, pues ahora tenía alguien en quién pensar.

 

Pasaba mucho tiempo imaginado a esa alma gemela… ¿Sería chico o chica? ¿Qué gustos tendría? ¿Le gustaría el básquetbol? ¿Le gustarían las mismas cosas que a él?

Entre más pensaba más se emocionaba y deseaba encontrarla… sólo el tiempo lo diría.

 

 

 

 

Pero no todo era tan bello…

El tiempo pasaba… había cumplido 18 años… había puesto mucho esfuerzo en sus estudios y, después de estudiar la preparatoria, había ingresado a la Academia de Policía, dejó de jugar su deporte favorito, pues su tiempo se había reducido drásticamente; ya no se imaginaba jugando profesionalmente, porque había entendido que quería hacer algo más de su vida.

Era cierto que ese amor por el básquetbol no había desaparecido, sin embargo, comprendió que debía dejar de lado ese deporte y centrarse de verdad en lo que importaba: terminar sus estudios en la Academia.

 

No podía negarlo: aún estaba a la espera de su alma gemela.
Durante todos esos años no había dejado de pensar en el tema ni un solo día; además de que era difícil pensar en algo más, cuando, diariamente, al mirar su reflejo en el espejo, podía notar esas adain color carmesí, que parecían envolverlo en un abrazo cálido.

 

 

Seguía pasando el tiempo, y aunque con menos intensidad, a sus 21 años, aún pensaba en esa persona que debía llegar a su vida.
Pero esa pequeña esperanza que yacía dentro de él empezaba a desvanecerse poco a poco.

¿Por cuánto tiempo podía vivir de la ilusión por encontrar a aquel o aquella que había cambiado de color sus adain?

 

 

Fue a sus 22 años que esa ilusión murió por completo.

Entendió que no podía reservarse para una sola persona que tal vez nunca volvería a ver; así que decidió que era tiempo de seguir su vida… salir con amigos, conocer gente nueva, saber lo que era enamorarse de alguien…

Y tras pasar un tiempo descubriendo su nuevo mundo, se dio cuenta de que guardaba ciertos sentimientos por un amigo suyo que había conocido desde Secundaria; ese chico que era el sexto miembro de la Generación de los Milagros.

 

Ese era Kuroko Tetsuya, quien aún poseía sus adain de color blanco, dando a entender que todavía no había conocido, mucho menos cruzado miradas con su alma gemela.

Si Kuroko era sincero consigo mismo, diría que esas cosas del alma gemela no le importaban, porque había encontrado en Aomine Daiki alguien con quien podía compartir sus años de vida, pues aún con todo, se había fijado en el chico peliazul desde secundaria.

 

Ambos habían hablado mucho sobre el tema: iniciarían una relación, sabiendo que ninguno era la persona designada del otro, Kuroko aceptó a Aomine, aunque éste, tarde o temprano podría encontrar a su alma gemela.

De cualquier modo, Tetsuya se aseguraría de que Aomine fuera sólo suyo…

 

 

 

 

..::..

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Era un martes por la noche, Aomine caminaba un poco presuroso por las calles; miró su reloj… estaba retrasado por algunos minutos… sabía que el llegar tarde a las reuniones con su novio molestaban con demasía a éste.

Después de poco menos de 2 años siendo pareja de Kuroko, ya sabía qué cosas eran las que lo molestaban.

Chasqueó la lengua y deseó por ese momento que todos los transeúntes se hicieran a un lado para que él pudiera llegar más rápido.

 

Sólo faltaban un par de calles para llegar al restaurante que él y Kuroko solían frecuentar muy a menudo. La razón era sencilla: ninguno de los dos sabía cocinar; bueno, recordaba cómo Tetsuya se había armado de valor un fin de semana y había comprado las cosas necesarias para preparar algo de comer… Aomine no lo diría en voz alta, pero no estaba seguro quién cocinaba peor, si Satsuki o Kuroko.

 

En esa ocasión, al final de cuentas, terminaron ordenando pizza, pues su novio peliceleste tampoco se atrevió a seguir comiendo los alimentos que él mismo había preparado.

 

Por esa razón, muy seguido acudían a restaurantes o pedían comida rápida…

¿Qué si era sano? Por supuesto que no, pero tampoco era justo que la tierna abuelita de Kuroko se preocupara por preparar comida para el peliceleste y para Daiki.

No debía ni decir que el moreno daba gracias por esa hermosa señora de cabello blanco y modales refinados que era la abuela de su novio.

 

Por fin pudo cruzar la puerta del restaurante, y sin demora comenzó a buscar con la mirada a su novio. Vamos, no era difícil encontrar a una persona con los cabellos celestes.

La mirada de ojos azulinos de su novio chocó con la suya; esa bendita mirada que no expresaba nada, justo igual que ese rostro de piel de porcelana.

Sólo esperaba que Kuroko no estuviera molesto por haber llegado algunos minutos tarde.

 

Sin esperar a que la recepcionista lo atendiera, caminó hasta la mesa donde se encontraba sentado su cita.

Faltaban un par de pasos para estar frente a Tetsuya, cuando éste habló:

—Llegas tarde. — Mencionó sin expresión alguna en su voz.

—Me entretuve con una llamada. — Respondió, al momento en el que se acercaba hacia el menor y dejaba un beso fugaz sobre esos cabellos celestes. Luego tomó la silla frente a la mesa y tomó asiento en ella.

 

El peliceleste no dijo nada más, pensó que esa llamada con la que se había entretenido el moreno no podía ser de nadie más que de Momoi Satsuki, a quien le gustaba saber hasta el último detalle de la relación entre ambos.

De cualquier modo, no era como que le molestara ese hecho.

 

La cena transcurría tranquila, ese restaurante era informal, pero proveía una comida deliciosa y a un buen precio.

La conversación entre ambos resultaba tranquila; nada del otro mundo, ya que siempre tocaban los mismos temas: el trabajo de Daiki en la jefatura de policía y sobre el día de Tetsuya en el jardín de niños, donde laboraba como maestro.

 

Tan pronto como los platos de ambos se vieron vacíos, Daiki pensó que debía hablar con el peliceleste sobre el tema que lo había tenido tan pensativo durante toda la semana.

—Quiero jugar de nuevo… —Soltó de la nada, sin enfocar su vista en los ojos de su acompañante, en su lugar, posándola sobre su plato vacío.

Kuroko no respondió al instante a esa afirmación. ¿Acaso el moreno se refería a lo que él tenía pensado? ¿Daiki quería volver a jugar su deporte favorito?

 

Ninguno llevaba la cuenta, pero podían apostar a que había sido más de 6 años el tiempo en el que Aomine no había tocado una sola pelota de básquetbol.

Hacía más de 6 años que el moreno no había pisado una cancha, y siempre que alguno de sus amigos cercanos, o incluso sus compañeros de trabajo lo invitaban a jugar, él declinaba las ofertas… no había querido recordar lo que era sentirse un monstruo y ser invencible en su deporte favorito.

 

—¿Quieres jugar básquetbol? — Por fin el rostro de Kuroko mostró una emoción: sorpresa; y no era para menos que los ojos celestes se abrieran grandes ante tal confesión.

Un movimiento de cabeza de Daiki, en señal de aprobación, bastó para que Tetsuya entendiera a lo que se refería.

—¿Por qué ahora? — Cuestionó curioso el de menor altura, esperando que su pareja no tomara a mal su pregunta.

—No lo sé… sólo… quiero ir a una cancha a jugar. — No tenía que explicarlo con detalles, puesto que muy seguramente el peliceleste no entendería.

Esa necesidad de jugar, aunque fuera en solitario, se había instalado en su pecho; era una emoción por tomar entre sus manos el esférico y recordar los dribleos y esos tiros sin forma que hacía cuando era adolescente.

 

Una sonrisa pequeña apareció en sus labios al recordar esos días de preparatoria, en los que tenía demasiada energía y condición física para jugar toda la tarde.

En ese entonces veía sus habilidades como algo malo, pero en este preciso momento sentía una inmensa necesidad de salir corriendo e ir a la cancha callejera.

 

—Me alegra verte animado. — Las palabras de Kuroko lo sacaron de sus pensamientos.

Joder… ¿Qué le estaba pasando a Aomine? Por más que intentaba, esa tonta sonrisa no desaparecía de sus labios; sintió un enorme confort al saber que Kuroko parecía compartir la alegría que sentía en ese instante.

—Mi turno mañana empieza al mediodía… tal vez pueda ir unos minutos a una cancha a jugar. — Confesó, sin saber si Kuroko se molestaría con él por no ser invitado, en realidad había dicho sus palabras sin pensarlas antes.

—Es una lástima que a esa hora esté en clases con mis alumnos; pero sé que te divertirás.

 

La conversación finalizó en el momento en el que Kuroko levantó la mano al mesero para pedir la cuenta.

 

 

 

 

..::..

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Al día siguiente, Aomine inició su día con muchos ánimos; eran las 10 de la mañana cuando él ya estaba listo para salir e ir a jugar.

Se dio un último vistazo en el espejo, pues además de que era un poco vanidoso, le gustaba ir bien vestido, y ni decir que se había puesto un par de sus mejores zapatos Nike Jordan.

Tomó su balón de básquet y sin prisas, salió de su departamento, en dirección a esa cancha callejera que estaba a unas cuantas cuadras de distancia.

 

No entendía qué era esa extraña sensación… era como si esa cancha lo llamara… como si algo dentro de él lo obligara a ir.

Se sentía nervioso, las manos le sudaban un poco; pero a pesar de eso también sentía emoción y una especie de adrenalina que no podía explicar.

 

Caminó lento por las aceras; a esa hora no había muchas personas deambulando por allí, ya que la mayoría estaban en las escuelas o sus trabajos.

Aspiró el aire de la mañana; qué bien se sentía tener un tiempo para gastarlo en lo que él quisiera… sin prisas, sin preocupaciones, sin estrés por su trabajo de policía…

 

Cruzó la calle y por fin se encontró frente a esa cancha; una valla de alambre la rodeaba y a través de ella se enredaba una planta que crecía por toda la longitud.

 

Con ansiedad cruzó la entrada y la visión que lo recibió en ese momento lo dejó sin palabra alguna: un chico de cabellos de fuego volaba hacia la canasta, tratando de hacer una clavada…

 

 

 

 

“Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se detiene”

 

 

 

 

Era como si el mundo se hubiera detenido ante él… podía mirar con exactitud cómo el cabello de aquel extraño ondeaba al viento; podía observar esa mirada carmesí de determinación y triunfo; podía sentir esa energía que embriagaba todo el lugar…

 

Pero eso no era todo… se había dado cuenta de algo importante: ese color de ojos y de cabello… era el mismo color que había visto por 10 años a través del espejo, ya que sus adain poseían ese fuerte color.

Era ese mismo color el que mucho tiempo lo embriagó de paz e ilusión…

¿Podría ser aquella persona su alma gemela?

 

Pero por más que pensaba en ello, más llegaba a la conclusión de que no podía ser cierto, porque…por más que intentó, no pudo ver las alas de aquel chico extraño.

Si se suponía que él era su alma gemela, por ley, debía ver las adain de ese pelirrojo… pero no podía vislumbrarlas.

 

Un pequeño sentimiento de decepción se instaló en su pecho… no podía creerlo, después de tanto tiempo, creyó haber encontrado a esa persona; al final de cuentas… sólo parecía ser sólo un engaño más.

 

 

Después de todo, aún permanecía completamente inmóvil, mirando cómo el chico hacía una estupenda clavada y ahora posaba ambos pies sobre el suelo.

La mirada color carmesí chocó con los ojos de Daiki; aquel tipo extraño miraba con suma sorpresa al moreno, quien al momento ni siquiera le importó.

 

Unos segundos les bastaron a ambos para salir del trance en el que habían caído.

El pelirrojo fue el primero quien desvió la vista, buscando su balón de básquetbol, luego caminó hacia su maleta, y con movimientos rápidos la tomó, después dirigiéndose hacia la salida del lugar.

—La cancha es toda tuya. —Finalizó, pasando de largo a Aomine, quien no se movió de su lugar.

 

¿Qué rayos había pasado? ¿Qué era eso que estaba sintiendo en ese instante? ¿Por qué su corazón no dejaba de latir como desquiciado a pesar de la decepción que sentía?

Había olvidado por completo el motivo por el que él estuviera allí, parado como un tonto.

¿Desde cuándo se portaba como un idiota? ¿Por qué por más que había tratado de hablar, no había salido ninguna palabra de sus labios?

 

Regresó en sus pasos y buscó por ambos lados de la calle a aquel chico desconocido, pero no lo encontró…

 

Tal vez sólo fue la emoción de jugar con alguien… ese tipo se veía fuerte”. Pensó, entendiendo que todas esas emociones habían nacido al saber que tal vez ese chico podía hacerle frente en su deporte favorito.

 

 

 

~*~

 

 

Durante el resto del día se pasó mirando su reloj de mano; ansiaba que terminara la ronda en su trabajo para ir a casa y dormir hasta el día siguiente. Estaba anhelando que llegara el nuevo día, para, ésta vez salir más temprano de casa e ir a esa cancha, deseando que aquel chico pelirrojo se encontrara allí, para jugar contra él.

Había comprendido que ese tipo no podía ser su alma gemela, pero aquello no le quitaba la idea de que ese pelirrojo era alguien muy bueno jugando básquetbol.

 

Cuando las 10 de la noche por fin dieron en su reloj, condujo su patrulla hasta el cuartel y la estacionó; tuvo oportunidad de revisar su teléfono, percatándose de que no tenía llamadas perdidas; seguro que Kuroko había tenido demasiado trabajo por lo cual quería descansar.

 

Tan pronto llegó a su departamento se dio una ducha de agua tibia y se encaminó a la cama, sabiendo que tenía que levantarse un poco más temprano para llegar al menos una hora antes a esa cancha de básquetbol.

 

No lo entendía a la perfección, pero esa misma noche había dormido con una sonrisa en sus labios.

 

 

 

 

 

..::..

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.

 

 

 

 

 

Salía deprisa de su departamento, llevaba un balón en mano y su maleta al hombro.

Ni siquiera se molestó en cerrar con llave su hogar.

Caminando a paso rápido, pasó al lado de las pocas personas de transitaban por la acera; como por instinto miró su reloj: 9:06, era buena hora para llegar a su destino.

Se preguntaba si encontraría al mismo tipo de ayer, ya que esas ganas de jugar contra él no se habían olvidado durante todo el día anterior.

 

Estaba a punto de entrar a la cancha cuando escuchó el sonido distintivo del balón rebotando en el asfalto.

Dio un suspiro hondo y por fin atravesó esa entrada.

 

Sus ojos se enfocaron en la figura del hombre extraño que driblaba el balón con una maestría impecable.

Sin sentirlo, una sonrisa se dibujó en sus labios, y es que había pasado tanto tiempo desde que había jugado contra alguien, que ya ansiaba sentir esa adrenalina deambular por sus venas.

 

El chico pelirrojo parecía estar en su pequeña burbuja, rebotando la pelota entre sus piernas, levantándola por el aire y finalmente haciendo un tiro perfecto, con el que la bola entró limpia a la canasta.

 

Aomine pensó que era un buen momento para hablar, esperando no ser ignorado por aquel chico.

—Hey… — Mencionó, levantando una mano en señal de saludo, recibiendo la mirada de orbes rubíes del extraño.

Por un momento pensó que ese color de ojos era atípico, sin embargo, era un color carmesí tan llamativo que le quedaba perfecto a ese tipo.

 

La mirada del pelirrojo cambió a cada segundo que miraba a Daiki. Dicha mirada ahora mostraba asombro y sorpresa, y por un momento, el recién llegado se preguntó si tenía algo raro en la cara, por lo cual la mirada extraña.

—Uhh… lo siento, estaba por terminar de jugar, me iré para que puedas estar a gusto. — Mencionó fuerte y claro, recogiendo su balón y caminando hacia su maleta, que descansaba sobre una banca del lugar.

—¡Espera!... —Respondió el moreno, al momento en el que seguía al otro. —…bueno... ¿Quieres jugar 1 a 1?

 

Era extraño para Daiki ver cómo un desconocido le dedicaba una sonrisa.

No entendía qué era esa sensación, sin embargo sentía como si conociera a ese chico pelirrojo de toda la vida. Era como un déjà vu.

—Así que crees que eres bueno… — Habló el de cabellos rojos, girando el balón sobre su dedo, mientras miraba con reto a Aomine. —…eso tengo que verificarlo.

 

Sin decir una sola palabra ante el reto lanzado, el moreno dejó sus cosas sobre la misma banca, y caminó los pasos suficientes, hasta estar en medio de la cancha.

—Te lo mostraré. —Hizo una seña con la mano, pidiéndole al otro que tomara postura para empezar el juego.

 

 

No era para nada raro que ambos chicos estuvieran jugando cerca de hora y media entre dribleos, rebotes, clavadas y tiros sin forma se pasó rápido el tiempo, tanto que, ninguno de ellos se había fijado en la hora.

 

Aomine disfrutó cada segundo de aquel partido entre ambos; la forma en la que Kagami hacía las fintas, o el poder que yacía en sus piernas para dar unos saltos enormes lo hacía sorprenderse… no había tenido un contrincante así en toda su vida.

No era para menos; estaba emocionado y extasiado.

 

Observó cómo el pelirrojo terminaba el partido, a continuación se dirigía hacia su maleta, para sacar una botella de agua purificada y comenzarla a beber con animosidad.

—¿Cuál es tu nombre? — Cuestionó, intentando calmar su respiración agitada ante el intenso juego en el que había participado.

Orbes carmesí lo miraron con curiosidad; era cierto, hasta ese momento ninguno de los dos se había presentado formalmente.

—Kagami Taiga. — Fue lo único que mencionó el pelirrojo, alejando la botella de sus labios, para mirar fijamente al peliazul.

—Yo soy Aomine Daiki, 24 años, Virgo, policía…

—Tch… datos innecesarios. — El pelirrojo giró sobre su lugar y alcanzó su maleta.

 

Parecía que era momento de que ambos se fueran de allí, porque, por lo menos Aomine tenía que ir aún a trabajar.

Notó cómo el ojirojo comenzaba a caminar hacia la salida.

—Hey, no me has dicho cuántos años tienes — Okay, aquel comentario era totalmente innecesario, y más aún cuando era la primera vez que hablaba con ese chico.

A pesar de la tonta frase, Daiki no se vio arrepentido por ello.

 

Kagami detuvo su andar, giró el rostro y se encontró con unos orbes zafiro que pedían una respuesta.

Sin entender por qué… contestó:

—24 años, Leo, bombero. Te veré mañana. —Tan pronto dio la respuesta, continuó su camino.

 

El moreno permaneció unos segundos allí, con una estúpida sonrisa en su rostro, como si aquel tipo hubiera dicho la mejor cosa del mundo.

Te veré mañana”, esa simple frase se repetía una y otra vez en la mente de Aomine, y es que parecía que el pelirrojo había tenido mucha diversión jugando con él, tanto como para especificarle que podían verse al día siguiente.

—Así será. —Dijo para sí mismo, alcanzando sus pertenencias y saliendo de allí rumbo a casa, para alistarse para su jornada laboral del día.

 

 

 

~*~

 

 

 

 

Eran las 3 de la tarde, mientras estaba en horas de trabajo, patrullando las calles, cuando recibió la llamada de Kuroko, invitándolo a cenar después de su jornada laboral, como ya venía siendo costumbre.

Y el policía no se negó, estaba tan emocionado que debía contarle a Kuroko lo que había acontecido durante el día.

 

Poco después de las 10 de la noche, ambos chicos se encontraban cenando en casa de Kuroko; era una comida deliciosa, cortesía de la abuelita de Tetsuya, a quien le motivaba mucho cocinar para la pareja.

 

Escuchó de labios de Daiki el cómo éste había encontrado alguien con quien jugar, y que ese alguien era estupendo en básquetbol.

Como el buen novio que era, Kuroko escuchó atento cada palabra que mencionaba el otro chico; la alegría y emoción que irradiaba el moreno era atípica, y aunque no quisiera admitirlo, el de menor altura sintió atisbos de celos.

Pero no debía perder la cabeza, después de todo… ¿Cuántas personas había conocido Daiki, con quienes pudiera jugar su deporte favorito? Era normal que estuviera tan entusiasmado.

 

 

 

 

..::..

.:.

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Al día siguiente, Aomine se despertó más temprano que de costumbre para alistarse y salir hacia esa cancha de básquetbol callejera; pasaban 20 minutos de las 9 de la mañana cuando llegó a su destino.

Al momento de llegar a la cancha, se dio cuenta de que su compañero de juego no estaba allí; pensó que no tardaría, así que para tratar de calmar sus deseos de jugar contra él, tomó su balón y empezó a calentar los músculos.

 

Perdió la noción del tiempo cuando hizo el tercer tiro sin forma, parecía que jugar solo no era tan malo como él lo recordaba.

 

Pero una voz en el lugar lo sacó de concentración:

—Ese fue un buen tiro. —Escuchó a sus espaldas, girando de inmediato el cuerpo, para encontrarse con un par de orbes carmesí.

 

Kagami se encontraba sentado sobre su balón de básquetbol que descansaba sobre el asfalto de la cancha, denotaba esa mirada en curiosidad y una sonrisa juguetona.

—Tch. Pudiste haberme dicho que habías llegado, en lugar de verme jugar como un pobre diablo.

 

Una pequeña risa escapó de los labios del pelirrojo, y por ese momento, Daiki quedó fascinado con ese sonido melodioso.

El recién llegado se levantó y ahora su sonrisa era retadora

—Estaba analizando la forma en la que te venceré hoy. —Soltó de golpe Kagami, al momento en el que arrojaba su balón lejos, pues el que Aomine tenía en sus manos bastaba para iniciar el juego.

—Ni en tus sueños. —Después de su respuesta, Daiki inició, yendo con todo desde el principio, contra un Kagami que estaba atento hasta el más mínimo movimiento de su contrincante.

 

 

 

 

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El tiempo lentamente pasaba, las mañanas transcurrían con Aomine y Kagami jugando diariamente.

En esos 6 meses que llevaban conociéndose, se dieron cuenta de que su momento favorito del día eran esas mañanas en las que se podían levantar con energías y ánimos para ir a disputar un 1 a 1, en los que normalmente era Daiki el vencedor por muy poco.

 

En ese tiempo que el moreno llevaba jugando con el otro chico, también se dio cuenta de algo curioso, y es que Taiga parecía ser demasiado torpe, pues frecuentemente se resbalaba o se tropezaba y terminaba con el trasero sobre el piso, diciendo un “lo siento, creo que mis agujetas estaban desatadas”, de cualquier forma no era algo que molestara a Daiki.

 

En esos meses Aomine se enteró de que Kagami siempre podía jugar durante las mañanas porque su trabajo iniciaba una hora después que el suyo; su empleo como bombero no ocupaba más de 4 horas y además le pagaban muy bien. Por un momento lo envidió; el pelirrojo parecía tener un empleo soñado.

 

 

Por otra parte, Kagami, al entender que el moreno trabajaba como policía, se preguntó muchas veces qué empleo generaba más peligro, si el suyo o el del peliazul.

Podría llegar a la conclusión de que ambos trabajos eran muy peligrosos; pero Aomine estaba  contento con ello. Además de que había sido conocedor, en palabras del mismo Aomine, que éste planeaba estudiar Criminología y ser un buen detective, aquello implicaría, tal vez, dejar de verse durante las mañanas, pero ese ascenso era algo que, sin duda alguna, Daiki anhelaba.

 

En esos 6 meses ambos se vislumbraban como amigos; no lo dirían en voz alta, pero ambos empezaban a tenerse esa confianza de confesarse hasta la más mínima cosa.

 

Sin embargo, había un pequeño detalle, y ese era que había una información de demasiada importancia que Aomine no había siquiera mencionado hasta ese entonces: su noviazgo con Kuroko.

El nombre de su novio peliceleste jamás había salido de sus labios frente al bombero.

 

No era como que Aomine no quisiera decirlo, era sólo que había una extraña fuerza dentro de él que, cada vez que estaba por mencionar a Tetsuya, su lengua se paralizaba, sin poder decir a Kagami que estaba en una relación desde hace casi dos años.

 

Por otra parte, Kagami tampoco había mencionado en todo ese tiempo algún nombre de una persona especial, por lo que Aomine optó por pensar que el pelirrojo era soltero.

 

 

 

 

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Ambos estaban tratando de recuperar el aliento, después de un juego intenso que se prolongó por una hora más de lo normal.

El sol comenzaba a ser más cálido a cada minuto, y ese fue el factor más importante, que hizo que se agotaran más rápido.

 

Como ya era una costumbre, Taiga, en su camino hacia su maleta, estuvo a punto de resbalarse, a no ser porque alcanzó a detenerse de la camiseta del moreno, quien lo tomó del brazo, evitando que cayera al piso.

—Tch, demonios, ten más cuidado, Bakagami. — Sonrió ante su insulto, y a esa palabra que él mismo se había inventado para el pelirrojo.

—Cállate, Ahomine. — Claro que el bombero no permitiría ser insultado de esa forma sin antes insultar también al policía.

 

 

Kagami por fin alcanzó su maleta, sintiéndose seguido de cerca por su compañero de juego; sacó de entre sus cosas una botella de agua y comenzó a beberla con ánimos de hidratarse.

—Hey, dame un poco. —Pidió el moreno, quitando la botella de las manos del pelirrojo, provocando que éste despegara sus labios del envase. A continuación llevó la botella hacia su boca, sin importarle que segundos antes el otro chico estaba bebiendo de ella.

 

Orbes carmesí lo miraron con un poco de asombro a las acciones, y una sonrisa pequeña se dibujó en los labios del bombero.

—¡No te la acabes, tonto! — Regañó, tomando de vuelta su agua purificada.

 

Aomine limpió con su mano los residuos de líquido de sus labios, sintiéndose satisfecho emocionalmente.

 

Un pequeño silencio surgió entre ambos; Kagami de repente se veía incómodo y hasta cierto punto nervioso.

Y no era para menos… por fin iba a hacerlo… eso que tenía pensado hacer hacía un par de semanas y que, por cobardía, no se había atrevido.

 

Parecía que Daiki se había dado cuenta del repentino cambio en la actitud del pelirrojo, y justo cuando iba a preguntar qué sucedía con él, éste se le adelantó.

—Ehhh… Es viernes y me preguntaba… ¿Tienes algo que hacer después del trabajo? — Cuestionó Kagami, intentando comportarse como si aquella pregunta fuera lo más común y corriente del mundo.

 

Por unos segundos Aomine permaneció en silencio, no porque no supiera qué contestar, sino porque aquella pregunta lo había tomado totalmente por sorpresa.

 

—¿Estás invitándome a alguna parte, Kagami? — Su sonrisa coqueta salió a relucir, reprochándose mentalmente por la pregunta tan estúpida de su parte. Era obvio que si el pelirrojo preguntaba, era porque quería invitarlo a algún sitio o algo parecido…

 

Kagami prefirió no decir nada, pues sentía que en cualquier momento sus mejillas se sonrojarían, así que sólo decidió acercarse a Daiki, sacó del bolsillo de su short deportivo una pluma; prosiguió a tomar la mano morena del otro chico entre la suya y comenzó a escribir en ella, ante la mirada de fascinación de esos orbes color zafiro.

 

—Te veré en la noche. — Finalizó con una pequeña sonrisa, luego tomando sus cosas con rapidez y saliendo de allí con prisa.

 

Y allí quedo Daiki, mirando cómo el bombero desaparecía del lugar.

Con torpeza miró su mano: ahí estaba escrita la dirección del hogar de Kagami.

Una sonrisa enorme se formó en su rostro; aquella sería la primera vez en la que pudiera visitar al pelirrojo.

 

No se suponía que debiera sentirse así, sin embargo no podía eludirlo: felicidad, ansiedad, satisfacción, además de que sentía cómo su corazón latía fuerte.

 

 

~*~

 

 

El reloj dio las 8:20 cuando, estando patrullando las calles iluminadas, recibió la llamada de Kuroko. Pensó por un momento pensó en declinar la llamada entrante, pero aquello no fue una buena opción; no quería que el día de mañana Kuroko estuviera sobre él preguntándole por qué no le había respondido a su llamado.

—Hey, Tetsu. — contestó tranquilo, estacionando la patrulla, junto a un konbini.

—Hola, Aomine-kun. Estaba revisando el catálogo de Netflix, y hay una película americana que parece interesante.

 

Claro, era viernes por la noche, en menos de una hora terminaría su ronda del día e iría a casa…

¿Cómo había podido olvidar que todos los viernes él y Kuroko miraban películas hasta la medianoche?

Lo tenía claro: sabía que era una bajeza que él tuviera una especie de cita con Kagami a espaldas del peliceleste, pero no podía evitarlo… en ese momento quería estar con el bombero de cabellos rojos.

 

—¿Aomine-kun? — Habló Tetsuya, pues hacía unos segundos que había dejado de hablar, sin tener ninguna respuesta a través del teléfono.

—Ahh… uhh… lo siento, Tetsu. ¿Podríamos posponer nuestra reunión de hoy? Fue un día muy pesado y estoy muy cansado. — Mencionó, denotando seguridad en sus palabras.

¿A quién demonios engañaba con esa mentira tan tonta? ¿Kuroko creería esa bobada de excusa?

—Ya veo. Supongo que los partidos durante las mañanas te dejan agotado... — Se escuchó su voz comprensiva, haciendo que Daiki suspirara aliviado. —…entonces debes descansar, no te preocupes. Te llamaré cuando termines tu ronda de hoy.

 

La conversación fue rápida, y terminó con un “te quiero”, de parte del peliceleste.

 

Tan pronto se escuchó el sonido característico de la llamada finalizada, el policía dejó su celular sobre el asiento del copiloto y recargó su cabeza sobre el volante del auto, suspirando en derrota.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué le había mentido a su novio de esa forma? Y no sólo le estaba mintiendo a él, sino también al chico pelirrojo que hacía medio año había conocido.

 

 

 

 

~*~

 

 

 

Kagami había terminado de preparar con éxito la cena; se dispuso a darse una ducha rápida y a ponerse algo casual, estaba dándose un último vistazo en el espejo cuando el timbre de su departamento sonó.

Cuando se dio cuenta de que sus labios estaban formando una boba sonrisa, llevó sus manos hacia el rostro y dio un par de palmadas sobre sus mejillas:

—¿Qué demonios me pasa? No soy una tonta colegiala… Taiga, compórtate como el adulto que eres. — Se dijo a sí mismo, mirándose a través del espejo, luego dando un suspiro hondo y caminando hacia la puerta, para recibir a aquel que había invitado a cenar.

 

Cuando abrió, no pudo ocultar más esa sonrisa; estaba contento de ver que Aomine se encontraba frente a su puerta.

 

Aomine no mostró una sonrisa tan grande como la del pelirrojo, pero sí sintió cómo su corazón comenzaba a latir fuerte.

—Lamento la demora… — Inició la conversación, sabiendo que ya pasaban más de las 10 de la noche… una hora nada grata para recibir visitas.

—Está bien, entiendo que tu trabajo termina tarde. Entra. — El pelirrojo se hizo a un lado, dejando que su invitado entrara y de inmediato se quitara los zapatos.

 

Daiki no perdió la oportunidad de saciar su curiosidad y de recorrer su vista por todo el lugar; ese departamento para nada era pequeño, al contrario, era grande… demasiado grande para sólo una persona viviendo allí.

—Demonios... deben pagarte millones en tu trabajo.

—¿Ah? ¿Por qué lo dices?

—Lo siento, hablaba conmigo mismo.

 

Pronto Kagami puso manos a la obra y sirvió la cena; ambos chicos se sentaron sobre los cojines, frente a la mesa baja y comenzaron a comer tranquilos.

El policía notó que su anfitrión había servido una cantidad exagerada de comida en su plato… ¿Acaso estaba loco? Sin embargo no mencionó nada al respecto, quería ser testigo de cómo el pelirrojo terminaba toda la ración de su plato.

 

Tal y como Taiga lo pensaba, su invitado quedó totalmente fascinado con su comida, incluso lo había alabado un par de veces por hacer tan exquisita cena.

No era para menos, puesto que la única comida casera que había comido por mucho tiempo había sido la que preparaba la abuelita de Kuroko, que si bien era muy buena, tenía un sazón diferente a la comida de Kagami.

Esos alimentos que había preparado Taiga eran deliciosos, sin dudarlo.

 

Mientras comían, a Daiki le nació un impulso, y es que no podía soportar la forma en la que el bombero engullía la comida, llenando sus mejillas cual ardilla… era demasiado tentador.

Llevó su mano hacia el rostro contrario, y con uno de sus dedos pinchó el cachete inflado de Kagami.

—Ardilla…— Mencionó en tono juguetón, recibiendo un gesto de ceño fruncido en broma del otro chico.

 

Kagami tragó lo que había en su boca y fue su turno de juguetear con el rostro moreno, jalando levemente la mejilla de Aomine.

—Estamos a mano. — Sonrió victorioso.

—Tch. — Fue el único sonido que salió de los labios del policía antes de que se acercara hacia el pelirrojo y ésta vez tomara esa nariz respingada y le diera un pequeño tirón.

—Maldito. — Mencionó el bombero, iniciando así una pequeña guerra en la que ambos jalaban y apachurraban sus mejillas, pinchaban sus narices y halaban sus orejas.

 

Aomine terminó el juego al reírse a carcajadas al ver los distintos gestos que podía formar el rostro de Taiga.

No recordaba la última vez que se había divertido de esa forma.

—Deja de reírte, idiota. — Habló el pelirrojo sintiendo cómo las risas del otro chico empezaban a contagiarlo.

 

La cena culminó con un par de tiramisú de frutos rojos que le encantaba preparar a Kagami, que dicho sea de paso, fascinó a Daiki.

 

Comenzaron a conversar sobre cosas interesantes, como sus días de preparatoria, o el por qué prefirieron estudiar  para policía y bombero respectivamente, en lugar de seguir una formación para jugar básquetbol profesionalmente, ya que a ambos les quedaba claro que tenían las habilidades para haber entrado a una buena liga en su deporte favorito.

 

Pasaban algunos minutos de la medianoche cuando Daiki decidió ir a casa, pues el sueño y el cansancio se estaban apoderando de él.

Con tacto agradeció a Taiga por la increíble cena, se despidió y caminó hacia la puerta, donde se puso sus zapatos.

—Es muy tarde… si quieres… podrías… — Empezó a hablar el bombero, dejando su oración al aire, para que el moreno adivinara lo que quería decir.

—Han sido muchas molestias, no te preocupes, tomaré un taxi.

—Puedo acompañarte, es noche-

—Kagami, estaré bien. — Interrumpió las palabras del pelirrojo, regalándole una pequeña sonrisa.

 

El peliazul se enfocó en esos ojos carmesí que lo miraban de una forma diferente, sin saber qué era lo que hacía, su mano se dirigió hacia el rostro de Taiga, acarició su mejilla y fue bajando por el contorno de su rostro, hasta llegar a su barbilla.

Taiga cerró los ojos al contacto, y se enfocó en ese toque cálido de la mano contraria.

 

Kagami esperaba que el siguiente movimiento del policía fuera algún beso, no importaba, si incluso era uno fugaz… pero parecía que aquel deseo iba a quedarse a la deriva, pues Aomine cambió su semblante a uno de inquietud y se alejó un par de pasos.

—Te veré el lunes. — Finalizó, sin siquiera mirar a Taiga y yéndose con un poco de prisa.

 

El pelirrojo lo miró caminar por el pasillo y llegar hacia el ascensor, donde desapareció a su vista.

¿Qué rayos había pasado? ¿Por qué Aomine se había portado de ese modo tan extraño?

Algo dentro de su pecho tintineó al sentirse rechazado...

 

 

 

 

~*~

 

 

 

 

Esa misma noche, Aomine había llegado a casa, estaba tan cansado que sólo se quitó la ropa, quedándose con su ropa interior; no se molestó en ponerse alguna prenda para dormir.

Sin embargo, por más que lo intentó, no pudo conciliar el sueño; su mente estaba inundada de Kagami, de esa pequeña cita que habían tenido y de lo bien que se lo habían pasado…

 

Parecía que no había ninguna duda, tanto su mente como su corazón estaban llegado a una conclusión a todo ese embrollo de sentimientos en el que se había convertido.

 

 

 

 

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El fin de semana había pasado en un parpadeo; Kagami tuvo que trabajar tanto sábado como domingo, además de que no tuvo el valor de buscar a Aomine después de lo que había pasado en su casa.

 

Por otro lado estaba Aomine, quien había preferido no buscar a Taiga en esos dos días, y en su lugar, poner en orden todo lo que estaba pensando y sintiendo… después de esos dos días había llegado a una conclusión: se había enamorado irremediablemente del bombero de cabellos rojos y mirada carmesí, habían sido sólo 6 meses de conocerlo, sin embargo, sentía que quería estar toda la vida con él…

¿Sonaba a una locura? Era obvio que sí, pero podía sentirlo, esa fuerte atracción y compatibilidad entre él y Kagami…

 

Ya estaba decidido: terminaría su relación con Kuroko, le haría saber la verdad e intentaría obtener una oportunidad con Kagami, porque no era tonto, se había dado cuenta de esas miradas, de esas sonrisas y esos deseos de Taiga por besarlo.

 

Quería hacer las cosas bien; ya no quería sentirse ‘poco hombre’, y seguir ilusionando a dos personas que eran maravillosas… sería mejor terminar su relación con Tetsuya y pedirle una oportunidad a Taiga de amarlo.

 

 

Esa misma mañana tuvo que cancelar la cita que tenía diario con Kagami; no iría a jugar básquetbol, y en lugar de eso iría hasta el lugar de trabajo de Kuroko, almorzarían y le haría saber todo lo que estaba pasando.

 

Para su fortuna, Taiga no parecía molesto por la cancelación del juego de ese día, al contrario, se había leído muy comprensivo escribiendo un casual “te veré mañana, patearé tu trasero ésta vez”; una simple frase que lo hizo sonreír como bobo.

 

 

Era casi el mediodía, cuando Daiki caminaba hacia el centro preescolar en el que trabajaba su novio. Cabía destacar que el policía le había llamado al peliceleste por la mañana, para decirle que por ese día llegaría un poco más tarde a su trabajo, así podrían almorzar juntos; Tetsuya había sonado muy feliz.

No pudo evitar la culpa… esa animosidad extraña de su novio hacía la tarea de terminar la relación un tanto más difícil para él.

 

Llegó frente al gran portón del lugar, se recargó en una barda alta; trató de no llamar mucho la atención y no parecer un acosador, aunque… con su color de cabello, color de piel y altura eso de no atraer la atención era casi imposible.

 

Por suerte no tuvo que esperar mucho, pues a pocos minutos de llegar, el timbre de la pequeña escuela sonó, de inmediato abriendo las puertas para que las mamás de los niños entraran por ellos.

Daiki fue osado e hizo  lo mismo que aquellas señoras: entró y caminó lento hacia donde su novio peliceleste daba clases.

El rostro de Tetsuya se iluminó en el momento en el que sus ojos miraron al policía, pero éste último no se acercó de inmediato y prefirió dejar que las mamás de los niños se acercaran a Kuroko y éste entregara a los pequeños.

 

Pasaron alrededor de 10 minutos, cuando la mayoría de los pequeños niños fueron entregados a sus mamás, sólo faltaban 3 infantes que esperaban por sus familiares.

—Estoy hambriento. Me pregunto a dónde me llevarás, Aomine-kun. — Habló Kuroko, notando cómo el nombrado se acercaba un poco a él y denotaba una pequeña sonrisa.

—Estuve pensando en llevarte a Maji Burger por tu adorado batido de vainilla, después podríamos caminar a un lugar que Satsuki me recomendó… dice que ahí preparan almuerzos deliciosos. — Hizo saber, mirando a su alrededor, notando cómo las mamás salían lentamente del lugar junto a sus pequeños.

 

Parecía que Tetsuya estaba feliz con los planes que tenía el peliazul, sin embargo, podía adivinar que algo no andaba muy bien, porque… ¿Cuántas veces el gran Aomine Daiki se había portado tan cortés y había olvidado un poco su trabajo por estar con él?

Trató de alejar los raros pensamientos que habían nacido en su mente, y miró cómo alguien conocido llegaba a recoger a una pequeña niña rubia que era una de sus estudiantes más inteligentes.

 

Sin pensar, Daiki giró el rostro hacia la dirección en la que Kuroko enfocó su vista de repente, y lo que vio lo dejó casi sin aliento.

Caminando a paso rápido llegaba Kagami Taiga, quien de inmediato reconoció al policía peliazul y mostró un rostro de total confusión.

 

Aomine no sintió el momento en el que sus adain se mostraron al público, agitándose sólo un poco.

Sin embargo, aquel hecho no pasó desapercibido ante Kuroko, quien se preguntó qué emoción fuerte era la que había sentido su novio para mostrar de esa forma sus alas.

 

—Kagami… — Aomine fue el primero en hablar tan pronto como el nombrado estuvo frente a él y Kuroko.

El pelirrojo, ante la mención de su nombre, mostró una sonrisa grande, mirando fijamente esos ojos zafiro que lo tenían casi hipnotizado.

 

Ante la visión, el mismo gesto comenzaba a formarse en los labios de Daiki, pero Kuroko intervino ante esa exhibición de ambos chicos.

—Kagami-kun, llegas tarde, Alice empezaba a impacientarse. — Mencionó el pelicelste, llamando a la pequeña niña rubia por quien había ido el bombero.

 

Taiga regresó a la realidad, ignoró por un momento a Kuroko y a Daiki sintió cómo un par de pequeños brazos rodeaban sus piernas, y escuchó una dulce voz alegre gritaba “Te esperaba, tío”,

Se puso, de cuclillas, a la altura de la pequeña y acarició sus bellos cabellos dorados.

—¿Lista para ir a casa? — Cuestionó a la infante, recibiendo como respuesta un ‘sí’ con mucho ánimo.

 

Se incorporó de nuevo y antes de que pudiera decir algo, Tetsuya comentó:

—Veo que ustedes dos se conocen. — Se refirió a su novio Daiki y a Kagami.

—Sí, jugamos básquetbol todas las mañanas. — Llegó la respuesta pronta del moreno, sin dejar de mirar aquellos ojos carmesí.

—Qué sorpresa, no podía haber imaginado que tú y Kagami-kun jugaban todas las mañanas. — Esas palabras, más que un comentario, habían sonado como un cruel sarcasmo, sin que los otros dos chicos lo notaran.  —Ya que Aomine-kun olvidó sus modales, me presentaré como lo que soy para él…

 

Tanto el bombero como el policía parecían haber salido de su pequeña burbuja ante las repentinas palabras del maestro peliceleste, y le regalaron toda su atención.

—Aomine-kun es mi pareja, se supone que hoy vamos a ir a almorzar. — Finalizó el maestro, como queriendo dejarle claro al pelirrojo que Aomine tenía dueño, y para que no quedara duda alguna, se acercó lo suficiente al policía para tomar su brazo gentilmente.

 

La gran sonrisa y el brillo en los ojos carmesí desaparecieron por completo al escuchar la confesión del de menor altura; desvió la mirada, y sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos.

Aomine contuvo la respiración, aquello no era ninguna mentira, sin embargo, no quería que Kagami se enterara de esa forma… parecía que no había tiempo para hacer las cosas bien.

 

Taiga sentía decepción, ira, desilusión, tristeza… eran tantas emociones juntas que no podía asimilar. Se sentía un completo idiota, tratando de coquetearle a alguien que ya tenía pareja… ¡Era un estúpido!

—¡Oh sí! — Kagami trató de cambiar su semblante. —¡Claro! Cuando jugamos por las mañanas, nunca deja de hablar de usted, Kuroko-sensei. —mintió, para no verse como un tonto delante del maestro que, claramente, reclamaba lo que era suyo.

 

Tetsuya parecía haberse complacido con la respuesta que le dio el pelirrojo, mientras que, por otro lado, Daiki sentía una fuerte punzada en el corazón ante las palabras que salían de los labios del bombero.

—Yo… lo lamento, debo irme, voy tarde a mi trabajo; si me disculpan. — Tanto Kagami como la pequeña niña de nombre Alice hicieron una pequeña reverencia, como lo dictaban las costumbres japonesas y huyeron de allí.

 

Eso no era lo que quería Aomine… sentía que el mundo se le venía encima, sentía una enorme angustia que estaba esparciéndose por todo su cuerpo; quería correr, alcanzar a Kagami y decirle que todo era una estúpida broma.

—Aomine-kun…¿Pasa algo? — Kuroko lo sacó de sus pensamientos, percatándose de que las adain de su novio no habían desaparecido desde que Kagami llegó al lugar.

No respondió a la pregunta, sólo asintió con la cabeza, sabiendo que lo mejor que podía hacer en ese momento era colocarse una máscara para aparentar que todo estaba bien.

 

 

 

~*~

 

 

 

El almuerzo había sido delicioso, tal y como Satsuki lo había recomendado, pero Kuroko era muy observador, y durante esa pequeña cita, Daiki se había portado demasiado diferente.

Y aunque no quisiera admitirlo… el peliceleste podría adivinar el porqué del comportamiento de su novio.

 

—Sucede algo. ¿No es así? — Cuestionó Tetsuya, tan pronto como notó que Aomine terminaba su bebida.  —¿Tienes algo que decirme, Aomine-kun?

Daiki mudó; por supuesto que tenía muchas cosas que decirle a Kuroko, pero no sabía por dónde empezar; ni siquiera podía ver esos ojos celestes.

—Es Kagami-kun. ¿cierto? — Musitó el peliceleste, como leyendo los pensamientos en la mente de su novio, sin embargo, aquella pregunta no fue dicha con resentimiento ni con molestia, más bien con entendimiento y tranquilidad.

 

Por fin los ojos zafiro se enfocaron en la mirada contraria; en una simple mirada Aomine le dejó claro al peliceleste lo que a continuación pasaría.

—Perdóname, Tetsu… — Habló, denotando tristeza en su voz. —Siempre estuviste allí para mí, siempre te preocupaste por mí… y yo… no puedo hacerte esto.

 

El de menor altura no tenía que adivinar a qué se refería su novio… lo había notado: se había dado cuenta de aquellas miradas que se habían dedicado él y Kagami… había notado la enorme sonrisa de felicidad del bombero, y el cómo Daiki correspondía ese gesto.

—Eso era…

 

Un angustiante momento de silencio surgió después de aquellas palabras, Daiki sabía lo que debía decir… tenía claro cuál era el siguiente paso, sin embargo, no por ello sería menos doloroso. Parecía que ambos entendían eso último.

—Me enamoré de Kagami. — Por fin lo dijo, con la cabeza baja, sintiendo que un peso sobre su espalda desaparecía ante tal confesión.

—¿Desde cuándo sientes eso por él? — Esta vez el peliceleste no podía mantener un rostro indiferente y una voz neutra… aquello estaba doliendo más de lo que había pensado.

—No estoy seguro, no podría decirlo con seguridad… pero… — un pequeño brillo inusual apareció en los ojos zafiro, que ésta vez miraron a Kuroko. —…estoy seguro… él es mi alma gemela.

 

El rostro de Tetsuya cambió a uno de sorpresa. Lo habían hablado anteriormente: si aparecía el alma gemela de Daiki, la relación entre ellos terminaría. Parecía que ese era el momento.

—¿Puedes ver sus adain? — Llegó la pregunta. Era obligatorio que Aomine pudiera ver las adain de Kagami para saber si él era su alma gemela.

El silencio de Daiki y la forma en la que desvió su mirada le dieron la respuesta al peliceleste.

—¿Cómo es que estás tan seguro de que Kagami-kun es tu alma gemela, cuando no puedes ver sus adain? — Kuroko trataba de ser realista, tal vez haciendo verle las cosas a Daiki su relación pudiera salvarse.

—Es cierto, no puedo verlas, pero… puedo sentirlo. Él es mi persona destinada.

 

El maestro pareció haber entendido; en la voz del moreno había determinación y seguridad, ya había llegado a una conclusión… Aomine ya no se veía en una relación con él. Había encontrado una nueva ilusión.

—No lo hagas… — Mencionó el peliceleste, sorprendiéndose él mismo de las palabras que habían sonado casi como una súplica… no planeaba decir tal cosa, al final de cuentas, los sentimientos lo traicionaron.

 

Aomine no respondió, en su lugar alcanzó la mano de piel de porcelana del otro chico, y la envolvió entre la suya.

—Siempre estaré a tu lado. — Pronunció, mirando a Kuroko con una sonrisa plasmada en sus labios.

Tetsuya comprendía  a lo que se refería su ahora ex novio; Aomine no se alejaría de él, aunque ahora como amigos, pero seguirían estando juntos.

 

Para Kuroko no había más… lo único que atinó a hacer fue mostrar una pequeña sonrisa, tal y como el moreno lo hacía.

 

 

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Habían pasado 6 días… una semana desde que Aomine no había sabido nada de Kagami.

Todas las mañanas, asistió a esa cancha de básquetbol, esperando que Taiga apareciera casualmente y jugaran como si no hubiera pasado nada. Pero aquello no sucedió.

Podía entender que el pelirrojo estaba molesto por lo que había pasado, después de todo no lo culpaba. Seguro que se sentía herido, rechazado, desilusionado…

 

Kagami no había respondido ninguno de sus mensajes, mucho menos aceptado sus llamadas; lo único que quedaba era ir hasta su casa y tratar de hablar con él. Aunque parecía que esa idea debía ser descartada; no quería parecer un acosador y que el pelirrojo lo odiara más.

 

 

 

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Era sábado, rondaban las 10 de la noche cuando un grupo de bomberos se adentraba a un departamento que, lentamente, estaba siendo carcomido por las llamas.

Las personas curiosas no habían tardado en amotinarse en el lugar, por suerte los policías llegaron a tiempo para hacer su trabajo.

 

Al parecer un grupo de chicos se había embriagado y pensaron que jugar con un encendedor en plena sala podría ser divertido.

 

Kagami, difícilmente, bajaba las escaleras del edificio, cargando sobre sus brazos a una chica de 17 años, que estaba desmayada por haber inhalado el humo que abundaba en el departamento.

Las quemaduras de la chica eran muy leves, al igual que las de Kagami, producto de querer salvarla.

 

Tal  como salió por la puerta principal del edificio, los paramédicos corrieron hacia él, poniendo a la chica sobre una camilla, para revisar sus signos vitales y llevarla al hospital tan pronto como fuera posible.

 

Cuando el cuerpo de bomberos notó a Kagami fuera del inmueble, prosiguieron a tomar las mangueras y a rociar con agua el lugar, pues las llamas estaban esparciéndose cada vez más.

 

Tan pronto como Taiga terminó su trabajo, otra chica del cuerpo de paramédicos acudió a él, lo llevó hasta una ambulancia, lo sentó sobre un pequeño banco y trató las pequeñas quemaduras que habían traspasado el traje del bombero.

Ella no tardó mucho tiempo en culminar su trabajo y éste le agradeció con una sonrisa.

 

Kagami se sentía tranquilo, pero sobre todo, contento por haber tenido éxito en su trabajo; haber salvado la vida de 4 chicos fue una tarea demasiado difícil, pero parecía que los adolescentes estarían bien… eso era lo que más le importaba.

 

Estaba atento a sus propios pensamientos, cuando de pronto escuchó una voz gruesa; una voz que no planeaba escuchar en ese momento.

—Buen trabajo.

Kagami dirigió su mirada hacia esos ojos azulinos que lo miraban con preocupación.

Notó cómo Aomine le ofrecía una botella con agua, y sin resistirse la aceptó, de inmediato tomando un trago de ese líquido.

—Gracias. — Fue lo único que dijo el pelirrojo, sin tener el valor de seguir mirando al otro chico.

 

Un pequeño silencio se formó; Kagami parecía estar incómodo con la presencia del policía allí, pero la verdad es que su mente estaba formando un sinfín de pensamientos, y todos ellos atinaban a decir que Aomine se veía tan irresistible con ese uniforme azul de policía y ese sombrero característico… ¡No! No debía caer de nuevo; no después de todo lo que había pasado.

 

—No contestaste mis mensajes… mucho menos mis llamadas. — Aomine trataba de ser directo y franco; parecía que ese no era un buen momento para arreglar esos asuntos, sin embargo no podía esperar más tiempo.

—Bueno, genio, era obvio que estaba evitándote; y lo había logrado hasta ahora. — El bombero prefirió mostrarse frío e indiferente. Era lo mejor que podía hacer en ese momento.

 

Sin esperar una palabra más de Daiki, Kagami se levantó del pequeño asiento y trató de huir de ahí, sabiendo que aún estaba en horas de trabajo.

—¡Kagami, por favor, déjame explicarte! — Esas simples palabras hicieron que el pelirrojo detuviera su andar y girara a encarar al moreno. —Necesito hablar contigo… por favor.

 

El bombero miró esa mirada en súplica, esos ojos que irradiaban culpa y lo motivaban a permanecer allí y escuchar todo lo que tenía que decir.

Pero no podía… había pensado mucho en la situación… había decidido alejarse, no por Aomine, sino por su bien personal… era mejor que ambos permanecieran así, por una simple, pero muy importante razón.

 

No dijo nada, en su lugar sólo negó con un movimiento de cabeza y, de nueva cuenta, huyó de allí, ésta vez sin que Daiki pudiera detenerlo.

 

Un sonido de molestia escapó de los labios de Kagami. ¿Por qué demonios el bombero pelirrojo era tan terco y necio? Tanto, incluso, para escuchar lo que éste tenía que decir.

 

 

 

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A la mañana siguiente, Kagami despertó cansado, no tanto por el esfuerzo hecho en su trabajo la noche anterior, sino porque no había podido dormir casi nada; pensó en Aomine y en lo que éste quería decirle, se había notado tan desesperado por hablar con él… sabía que estaba portándose como un niño haciendo una rabieta, pero… ante todo lo que estaba pasando en su vida, tal vez, lo mejor era mantener alejado a Daiki… estaba seguro de que el policía moreno estaría mejor alejado de él.

 

El sonido de su celular lo despertó completamente, parecía que le había llegado un mensaje; sin muchos ánimos estiró su brazo para alcanzar el aparato.

Sus ojos se abrieron en sorpresa al leer dicho mensaje:

Hoy es el día”, leyó, y como remitente estaba el nombre de uno de sus amigos de preparatoria.

 

Sin esperar más tiempo se levantó de la cama, como impulsado por un resorte para iniciar el día y darse una ducha para alistarse a salir.

 

 

 

~*~

 

 

 

Caminaba por un corto sendero empedrado, llevaba un pequeño ramo de flores entre sus manos, sentía una pequeña opresión en el pecho, y no era para menos.

A lo lejos, sus ojos enfocaron a ese mejor amigo de preparatoria; ese chico de anteojos que, a pesar de ser frío y muy serio, era un buen amigo; había estado con él, apoyándolo o incluso regañándolo como una madre.

Un chico que hacía un año había perdido a su alma gemela, provocando que sus alas se tornaran de un color negro, símbolo de luto.

 

El otro chico no había notado la presencia de Kagami, sólo permanecía allí, hincado frente a la lápida de aquel que había sido su alma gemela.

—Midorima… — Mencionó el pelirrojo, finalmente haciéndose notar ante el peliverde.

—Kagami. — Respondió de la misma forma, mirando fugazmente los rojos ojos del recién llegado y volviendo a regresar su vista hacia esa lápida.

Taiga decidió callar y ponerse en cuclillas, dejando el ramo de flores sobre el mármol, junto a las bellas rosas blancas que Midorima Shintarou había puesto momentos antes.

 

—No puedo creer que ha pasado un año… — El peliverde dejo su comentario al aire, sintiendo que no podía seguir hablando.

Sin que sus piernas pudieran soportar más la incómoda posición, se levantó, a lo que el pelirrojo lo imitó, pero Midorima en ningún momento quitó la vista de aquella tumba.

—Después de un año… yo… — Empezó a balbucear, hasta que no pudo contenerse más y se quitó los anteojos con una mano y llevó la otra hacia sus ojos, intentando hacer que esas lágrimas no salieran, pero parecía una misión imposible.

 

Kagami no lo pensó dos veces y, aunque el peliverde era más alto que él, lo envolvió, regalándole un abrazo fuerte; eso era lo que el megane más necesitaba en ese momento: un hombro sobre el cual llorar.

 

Pasaron cerca de 2 minutos, cuando el peliverde decidió recomponerse, limpiando con la manga de su camisa el rastro de lágrimas que habían salido de sus ojos, sabiendo también que había ensuciado la ropa de su amigo.

—Lo siento. — Mencionó con una voz mejorada, volviéndose a colocar sus lentes.

Taiga no respondió, sólo llevó una mano hacia el hombro de su amigo, apretándolo gentilmente, con ese gesto dándole su comprensión y apoyo.

 

 

Estuvieron allí cerca de una hora, hablando poco y recordando mucho.

Kagami rememoró aquel momento en el que Kise Ryota, un chico rubio de nuevo ingreso en la escuela había mirado por primera vez a Midorima…  tenían 15 años cuando Taiga fue partícipe de cómo las adain de Midorima cambiaban a un color amarillo cálido, mientras que las de Kise adoptaban un color verde muy vistoso.

 

Recordaba cómo, después de aquello, Midorima y Kise se habían hecho inseparables.

Después de graduarse de preparatoria se habían casado en secreto, pues los padres del rubio no aceptaban aquella relación, por mucho que el peliverde fuera su alma gemela.

 

Y así habían vivido juntos y felices, hasta que… ocurrió el accidente…

 

—Tal vez es momento de irnos. — Musitó el megane, dando un último vistazo a la lápida de Ryota, para enfocar sus ojos esmeralda en los de su acompañante. —Gracias por venir.

Una sonrisa pequeña se mostró en los labios de Taiga.

No podía imaginar por lo que el megane estaba pasando, sin embargo, siempre le mostraría su apoyo de diversas formas.

—Uhhh. ¿Tienes cosas que hacer? Podemos ir a comer, yo invito. — Sugirió el bombero, sin saber si el peliverde tenía que regresar a su trabajo, puesto que era martes; al menos él tenía un poco de tiempo libre, antes de volver a su departamento y prepararse para su jornada laboral.

—Suena bien. Hay cosas que quiero conversar contigo. — Aceptó Midorima, con sus palabras provocando que una especie de escalofrío recorriera todo el cuerpo de Taiga.

 

 

No tardaron mucho en llegar a Maji Burger y tomar asiento; ese restaurante no era un lugar que le gustara a Midorima, pero conocía a Kagami a la perfección, y sabía que amaba las hamburguesas de ese lugar, y no sólo eso, sino que también sabía que el pelirrojo podía comer 15 de ellas en una sola visita.

 

Aquel almuerzo pasó tranquilo, con comentarios casuales y un Midorima que a cada minuto se veía mejor, después de su angustia en el cementerio.

Parecía estar disfrutando de la compañía de Taiga, y no era para menos, ya que hacía algunos meses que ambos no se sentaban a disfrutar de una buena plática de amigos.

 

Pero aquel buen rato moriría en el momento en el que el bombero terminara de comer y Midorima pasara a un tema más serio:

—Y… cuéntame… ¿Cómo te sientes?

Taiga enfocó su vista en la de su amigo; sabía a lo que éste se refería, por suerte tenía una buena y favorable respuesta.

—¡Muy bien! Creo que voy mejorando.

—Ummm me parece bien. — Shintarou comentó, sorbiendo un poco de su bebida, mirando sospechosamente a Kagami, pues por esa extraña mirada de ojos carmesí, podía deducir que éste le estaba ocultando algo. —¿Tienes algo que contarme?

 

Parecía que era un buen momento para Kagami de hablar con su mejor amigo; tal vez no iba a encontrar a una persona mejor que Midorima para escucharlo y darle un buen consejo.

¿Qué podía salir mal?

—Ummm… encontré a mi alma gemela. —Confesó, como si aquello fuera lo más normal del mundo.

 

El peliverde, por la sorpresa, puso su vaso sobre la mesa, con un poco más de fuerza de lo normal, provocando un sonido fuerte, que hizo que varios comensales giraran la vista para ver a los dos chicos.

—¡¡¡¿Qué?!!! ¡¿Por qué no me lo habías dicho?!

—Porque… uhhh… no pensaba hacer nada al respecto.

—¿A qué te refieres? — La curiosidad en la voz del megane se hizo palpable.

 

Kagami dio un largo suspiro, esperando que Midorima pudiera calmar sus extraños pensamientos.

—Porque… sé que él estará mejor sin mí.

—¡Demonios, Kagami! ¿Cuántas veces ya hablamos de esto?

 

El bombero ya lo temía: una serie de regaños por parte de Midorima y aunque no lo quisiera, escuchó cada uno de los reclamos, reproches y consejos que dijo el otro chico, después de todo, muchas de las palabras del megane le habían subido el ánimo y le habían aclarado algunas cosas de las que debía encargarse.

 

—Y bien…Cuéntame cómo es él. — Ahora los orbes esmeralda de Midorima brillaban con curiosidad, y ante la repentina petición, Kagami no pudo suprimir una sonrisa juguetona.

Por supuesto que planeaba hablar de aquel que era su alma gemela.

 

 

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El día miércoles pronto había llegado, en unos minutos darían las 11 de la mañana; Aomine se dirigía a la cancha de básquetbol, ese mismo lugar al que había ido por casi 2 semanas, en las que Kagami no había ido a jugar con él.

Debía admitirlo, no sólo extrañaba jugar básquetbol con alguien formidable como el pelirrojo, sino que también lo extrañaba a él; su mal humor, sus tontas bromas, incluso su inocencia inigualable.

 

Cuando llegó, cruzó la entrada del lugar, deteniéndose en seco… allí estaba Taiga haciendo unos tiros libres.

Su respiración se detuvo; permaneció allí, admirando al pelirrojo y esa manera de jugar… era como un ángel.

Taiga no se había percatado de la llegada de alguien, hasta que su balón rebotó en el asfalto y se alejó.

 

La mirada color zafiro chocó con la carmesí; uno irradiaba devoción, el otro sorpresa…

 

—Por fin viniste… — Las primeras palabras las dijo el policía, ahora regalándole una sonrisa al pelirrojo.

 

Taiga al verlo giró sobre su posición, dispuesto a tomar su balón y huir de allí tan pronto como le fuera posible.

Parecía que Daiki ya sabía lo que a continuación haría el bombero, así que trató de detenerlo.

—Kagami, por favor. Déjame explicarte… — Pidió de nuevo, tal y como la última vez que había visto al ojirojo, pero era obvio que Kagami no quería escucharlo. —Bien, si no me dejas explicarte, hablaré de todas formas, tienes que escucharme aunque no lo quieras.

 

Taiga caminó hacia su maleta y guardó allí su balón de básquetbol, sin decir ninguna palabra dirigida hacia el moreno.

—Era cierto, tenía una relación antes de conocerte… pero… — Intentó hablar lo más rápido posible, o el otro chico se marcharía. —…esa relación ya está terminada, porque… — Miró cómo Kagami tomaba su maleta y enseguida caminaba para salir del lugar. —¡Con un carajo, Kagami! ¡Déjame hablarte! — Gritó, ésta vez harto de ser ignorado y de estar conversando al aire.

 

Parecía que el grito había servido, pues Taiga detuvo en seco sus pasos, girando hacia el moreno y regalándole una mirada de molestia.

—¿Y ahora qué? ¿Crees que porque terminaste con tu novio puedes estar conmigo?

—Kagami… yo no decidí esto… yo… no esperaba enamorarme de ti.

Las palabras sinceras de Kagami hicieron que éste cambiara su ceño fruncido a uno de confusión.

—No me importa que no seas mi alma gemela, quiero estar contigo. — Aquellas palabras del policía fueron dichas con una seguridad palpable, que hizo que Kagami se tranquilizara.

 

Ahora el rostro del bombero no mostraba molestia, mucho menos confusión, ahora denotaba pesar y también entendimiento.

Posó la vista sobre el piso, sin querer decir las siguientes palabras:

—Tal vez… es mejor que estemos así.

 

Un ceño fruncido fue lo que Aomine mostró en su rostro. ¿De qué rayos estaba hablando Kagami? ¿Por qué aquel tono había sonado en derrota?

Sin pensarlo una segunda vez, se acercó al pelirrojo y lo encaró, pero no detuvo sus pasos, más sin en cambio, Taiga fue retrocediendo ante el avance.

—Dime que no sientes nada por mí… — Pidió el moreno, mirando fijamente los ojos del otro chico. —…¿Crees que no lo he notado? Esas miradas que me das, esas sonrisas…

 

Ambos se detuvieron cuando la espalda de Kagami choco contra la valla de acero, impidiéndole seguir caminando hacia atrás y provocando que el otro chico tirara, sin intención, su maleta.

Daiki llevó una mano hacia la valla, recargándola en ésta, a la altura del rostro de Kagami, impidiéndole escapar.

—No me digas que no sientes nada por mí. — Susurró, sin dejar de mirar esos ojos color escarlata, que lo miraban de vuelta.

 

Kagami notó cómo la vista de Daiki se desviaba hacia sus labios.

Poco a poco el rostro del moreno se estaba acercando y él no pudo resistirse más, sólo cerró los ojos y se entregó al momento.

El policía juntó ambos labios en un beso inocente del que se separaron después de unos segundos.

 

En ningún momento Taiga intentó apartar a Daiki, al contrario, una de sus manos se sostuvo de la camiseta del moreno, indicativo perfecto de que aquel beso no le había molestado en lo absoluto.

Ésta vez Aomine fue osado y tomó con ambas manos el rostro del otro chico y sin que éste se opusiera lo besó de nuevo; ésta vez Taiga le regaló un beso en el que ambas lenguas se encontraron; un beso tierno que subió a las nubes al moreno y que hizo que sus piernas flaquearan.

 

Ese beso era como ninguno que hubieran recibido antes.

 

Taiga rodeó con sus brazos el cuello del policía, entregándose por completo a ese beso que ambos habían anhelado desde hacía meses.

 

No sabían cuánto tiempo había pasado, pero terminaron el beso y sintieron sus labios cálidos y húmedos.

 

Aomine no iba a reprimirse más, y sin saber lo que hacía, abrazó fuerte al pelirrojo, hundiendo su rostro en el cuello contrario, aspirando el aroma distintivo de Taiga.

Esa calidez del cuerpo contrario era como un bello elixir que ambos estaban dispuestos a tomar.

Permanecieron así por algunos minutos, hasta que el bombero fue el osado en hablar:

—Tengo que decirte algo, Aomine. — Parecía que ya estaba listo para hacer caso al consejo que Midorima le había dado el día anterior.

—Sólo dilo. — Fue la respuesta de Daiki, sin dejar de abrazarlo.

 

Kagami no entendía por qué las palabras que estaban a punto de salir de su boca eran tan difíciles de pronunciar. No sabía por qué se le dificultaba tanto, sin embargo debía decirlo en ese momento, pues más tarde, sería peor.

—Verás… tú… tú… en realidad eres… mi alma gemela.

 

Tan rápido como acabaron esas palabras, Aomine deshizo el abrazo y miró con mucha confusión al pelirrojo.

Parecía no entender muy bien a lo que éste se refería…

Cuando por fin sus ideas se acomodaron, todo comenzó a tener sentido.

—Tú… — ahora lo entendía…la primera vez que había visto a Kagami, había tenido la certeza de que él era su alma gemela. Había sentido esa calidez y esa alegría llenar todo su ser. Pero había algo que no encajaba muy bien. —¿Por qué no puedo ver tus adain?

 

La principal razón por la que Daiki dejó de creer que Taiga era su alma gemela era porque no podía ver las adain contrarias, no podía ver esas alas coloradas del color del alma de Aomine.

—No lo sé… no puedo saberlo. — Finalizó Kagami, bajando un poco la vista.

—¿Por qué no me lo habías dicho? — Esas palabras no habían sonado como un reproche, sino más bien en un tono de desconcierto y abatimiento.

 

Kagami no iba a responder la primera frase que tenía en su mente “porque no te quería en mi vida”, estaba seguro de que esas palabras herirían con demasía a su alma gemela.

—Lo siento. — Mencionó finalmente, pero aquella disculpa no le importaba a Daiki; lo único que importaba era que, después de todos esos años, el moreno estaba con esa persona destinada a él.

 

El policía se acercó nuevamente al otro chico y juntó sus labios, besándolo tiernamente y dejándole saber cuánto lo amaba.

 

 

 

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Después de la confesión de Kagami sobre su alma gemela, ambos comenzaron una relación, la cual era muy diferente de la que tenían como amigos.

Había besos, caricias, palabras de amor, pero también había insultos, gritos y bromas pesadas que le daban ‘sabor’ a esa relación.

 

Cuando hubo la oportunidad, Daiki invitó a su novio a una reunión con algunos compañeros del cuartel de policía, dichos compañeros se dieron cuenta de inmediato de la química que había entre la pareja… no era nada parecida a la relación que el moreno tenía con su anterior novio.

El ojiazul parecía más contento, más bromista, incluso podía brillar con luz propia, y, aunque sus compañeros no quisieran, la relación entre esos dos les provocaba un poco de envidia, en buena forma.

 

 

 

Después de 3 meses de relación, Kagami se animó a hacer una cita para que Aomine conociera a Midorima, su mejor amigo.

Claro que Daiki tenía curiosidad por esa persona que había apoyado durante tanto tiempo a su alma gemela y quien le había dado el último consejo de darle una oportunidad a Daiki, vaya que tenía que agradecerle.

 

La reunión sería en un restaurante casual con terraza; era fin de semana y el clima era perfecto.

Sólo esperaba que Aomine causara una buena impresión en su amigo peliverde.

 

Cuando la pareja de novios llegó, Shintarou ya estaba esperándolos, mientras tomaba un té helado.

Kagami saludó a su mejor amigo con un abrazo, a lo que él estaba acostumbrado por haberse criado en América, mientras que Aomine sólo hizo una pequeña reverencia, intentando dar una buena impresión.

 

Así los tres se sentaron a mirar el menú y pedir algo de comer.

 

No pasó mucho tiempo cuando Shintarou se dio cuenta de cuánta química tenía Kagami con su alma gemela.

Ambos eran tan ruidosos, ambos se portaban como niños… eran tan molestos.

 

En sus días de preparatoria creyó que no podía soportar a Kagami, y ahora tendría que soportar a otro como él…

No podía desaparecer sus sonrisas, y es que vaya que el destino era tan interesante como para poner a dos personas con una compatibilidad tremenda juntos.

 

—Verás… me estoy preguntando en todo este rato… — Sorprendió Aomine, ganando la atención de Kagami y de Midorima, cuando el comentario iba dirigido hacia éste último —… ¿Por qué traes un gorro navideño sobre tu cabeza cuando estamos en pleno Junio?

La pregunta de Aomine provocó en el pelirrojo una risa pequeña.

—Es mi lucky ítem de hoy. —Dijo como si nada, acomodando el gorro sobre su cabeza. —Se supone que debo portarlo hoy.

 

Aomine no comprendía, pero su rostro era el de un niño al que le habían explicado 10 veces la misma cosa y aún no entendía.
Al final de cuentas sólo asintió con un movimiento de cabeza afirmativo a las palabras del peliverde.

—Midorima es seguidor del horóscopo… —Kagami trató de explicar. —…y…  ese es su artículo de la suerte de hoy.

—Lo es, no puedo arriesgarme a tener mala suerte hoy. Oha-Asa dice que éste día será un poco difícil para cáncer.

 

Después de todo Aomine no había entendido nada de nuevo, así que prefirió permanecer callado y sólo musitar un simple “ya veo”, que pareció terminar con esa pequeña plática.

—Ehhh… regreso en un momento. — Daiki se levantó de su asiento, dispuesto a ir al sanitario.

 

En cuanto el peliazul desapareció de la vista de Midorima, éste enfocó sus ojos color esmeralda en su amigo, claramente culpándolo con la mirada.

Kagami se hizo el desentendido ante esa mirada, cuando ya estaba sospechando lo que el megane diría a continuación.

—No le has dicho, ¿Cierto?

Taiga sabía a lo que su amigo se refería; no pudo aguantar sobre él esa mirada de ojos verdes denotando inquietud.

—No. No se lo he dicho. — Al escuchar la respuesta, el megane se quitó el gorro de su cabeza y con un poco de frustración pasó su mano por sus cabellos verdes.

—No voy a presionarte a decirle, pero… creo que él merece saber la verdad.

 

Kagami mudó por un momento, sabía que durante todo este tiempo su amigo sólo quería ayudarlo; Midorima tenía razón, después de todo.

El tema murió cuando Aomine se mostró de nuevo, sentándose junto a su novio e iniciando un nuevo tema de conversación.

 

El bombero de cabellos rojos no pensó que aquella reunión terminara tan bien.

Nunca imaginó que su novio le agradaría mucho a su mejor amigo, tanto como para despedirse con un “me agradó conocerte, Aomine, reunámonos de nuevo pronto”, esas palabras significaban algo muy bueno.

 

Aomine, por otro lado, no se imaginó que el mejor amigo de su novio sería alguien serio y muy maduro, pero parecía que era lo justo para hacer entrar en razón a alguien tan obstinado y terco como lo era Kagami Taiga.

 

 

 

 

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El siguiente paso era agendar una reunión con Kuroko Tetsuya y Momoi Satsuki, los mejores amigos de Aomine.

 

La verdad era que Kagami estaba muy nervioso ante esa reunión, y es que… ¿Cómo no podía estarlo cuando prácticamente Kagami le quitó el novio al maestro de preescolar?

Ya imaginaba que incluso el peliceleste lo odiaba, y a pesar de todas las lindas palabras de Aomine, en las que le decía que Tetsuya no sentía resentimiento, podía pensar todo lo contrario.

 

Así fue que Daiki hizo la cita con sus amigos en un día sábado, al mediodía y en ese típico local en el que servían ricos almuerzos, que el trío de amigos conocían a la perfección.

 

—Me va a odiar…— Kagami hablaba refiriéndose a Kuroko, sintiendo cómo sus manos empezaban a sudar, y de inmediato eran tomadas por las manos morenas de Daiki.

—No exageres, Kagami. No va a pasar nada.

 

Taiga juró que su corazón dejó de latir unos segundos cuando por la puerta de la entrada apareció Kuroko Tetsuya y Momoi Satsuki; el primero portando su típico e inexpresivo rostro y la segunda con una linda sonrisa.

Tan rápido como los recién llegados encontraron a los otros dos chicos, se dirigieron hacia ellos.

—Hola, Aomine-kun, Kagami-kun. — Saludó mirando a los nombrados.

—¡Dai-chan! — La chica tan pronto mencionó a su amigo moreno, se abalanzó hacia él y lo envolvió en un abrazo.

—Gracias por venir, Tetsu, Satsuki.

—¡Tú debes ser Kagamin!— La animosidad de la chica era palpable, tanto que el pelirrojo enarcó una ceja ante el extraño apodo que había mencionado ella. Con una perceptible torpeza Taiga sólo asintió a las palabras.

 

Tan pronto tuvieron oportunidad, los cuatro se sentaron a la mesa.

Taiga no se atrevía a mirar los ojos del más chico de altura, se sentía culpable por todo lo que había pasado que le resultaría tan incómodo actuar como si nada.

—Kagami-kun. Te odio… — Mencionó Kuroko sin cambiar la expresión de su rostro.

Tanto el pelirrojo, el policía y la chica lo miraron con una clara expresión de suma sorpresa, los ojos de Kagami, además de esa emoción, mostraban también dolor.

—Te odio porque desde que Aomine-kun está contigo, se ve más feliz y tranquilo. — Le dolió admitir aquello, sin embargo, no era más que la verdad. —Pero no te equivoques, eso no es algo tan malo. Así que… es bueno saber que estás en su vida. — Esta vez el chico mostró una sonrisa sincera que provocó que el nerviosismo de Taiga desapareciera casi por completo.

—¡Tetsu-kun, eres tan lindo! — Satsuki interrumpió el buen momento cuando abrazó al peliceleste.

 

Con esas palabras, Kuroko dejaba en claro que, después de esos 4 meses la soltería no le había hecho ningún mal, al contrario, había pensado muy bien en las cosas y había llegado a la conclusión de que si Aomine era feliz, Tetsuya también lo era.

 

 

Cuando el mesero apareció, perturbando el buen momento que estaba teniendo el cuarteto, pidieron algo de comer. Ese pequeño lapso de tiempo pasó entre anécdotas divertidas que contaban Kuroko y Momoi sobre sus días de escuela secundaria, que fue la época en la que el trío de chicos, causaban más problemas.

 

Así fue como el bombero escuchó la historia de cómo Aomine Daiki era el mejor en básquetbol en la escuela media y cómo también empezaba a mostrar su pereza para asistir a clases.

Sobraba decir que Satsuki había quedado encantada con el alma gemela de Daiki; Kagami le parecía alguien sincero y tan tierno; ahora entendía cómo había atrapado a su amigo de la infancia.

Hasta ese momento la chica pelirrosada no había encontrado a su alma gemela, sin embargo esperaba que pronto llegara ese momento, pues vaya que estaba teniendo envidia de Daiki.

 

Kagami se tomó un tiempo en notar cómo su novio se reía junto a sus dos amigos; vaya que la visión del moreno sonriendo como un bobo, recordando su adolescencia era algo que no podría olvidar.

 

Pasó cerca de una hora cuando aquella reunión culminó.

Satsuki se despidió de Kagami con un abrazo, justo a lo que el pelirrojo estaba acostumbrando, mientras que Kuroko sólo mencionó un “cuídalo bien”, que por supuesto Taiga pensaba llevar a cabo.

 

Cuando los cuatro chicos salieron del lugar, y antes de que Kuroko y Momoi se retiraran, el peliceleste sintió algo extraño en su cuerpo, específicamente en su espalda.

Era una sensación cálida y reconfortante, era un extraño sentir.

 

Parecía haber llamado la atención de sus tres acompañantes alrededor, pero no pudo escuchar bien lo que decían, era como si sus oídos estuvieran obstruidos.

 

Giró la vista hacia la acera contraria y allí lo vio: un chico de cabellos cafés al que lentamente le cambiaban las adain blancas a unas de color celeste.

Abrió los ojos en sorpresa, mientras giraba la vista hacia atrás, notando cómo sus adain se coloraban de café y la mirada de sus amigos alrededor era de suma sorpresa.

 

—¡Es genial! — Por fin pudo escuchar la voz de Aomine a sus espaldas.

—¡Tetsu-kun! ¡Qué envidia! — Casi gritó la chica, sin dejar de observar a aquel chico en la otra acera, mirando con curiosidad a Kuroko.

 

Kuroko pronto notó cómo sus adain terminaban de colorarse, y cómo el chico desconocido con alas color celeste se acercaba lentamente a él.

—Uhh… será mejor irnos. —Sugirió Kagami, no queriendo romper el momento mágico por el que Tetsuya y el desconocido estaban pasando.

Satsuki no dejaba de hacer sonidos de risitas.

—Nos veremos luego, Tetsu. — Se despidió Aomine, alejándose con su novio y su amiga a un lado, no queriendo interferir en aquel encuentro de Kuroko con su alma gemela.

 

Lo único que pudo escuchar es un “Soy Ogiwara Shigehiro”, de parte de aquel desconocido, antes de irse.

 

—Creo que también será buena idea que me retire. — Habló Momoi, sin aceptar que Aomine la escoltara hasta la estación de tren, pues él tenía una pareja con quien estar, y la chica no quería hacer un mal tercio. — Gracias por la reunión. — Se despidió por segunda vez en ese día para irse.

 

 

Tanto el policía como el bombero miraron cómo la pelirrosada se retiraba lentamente y desaparecía a su vista.

—¿Ves como no fue tan difícil? — Habló el moreno, tomando fuerte la mano de su novio, empezando a retomar su camino, lejos de ahí.

Kagami no mencionó nada, pero había sido una suerte haber causado buena impresión a Satsuki y que Tetsuya no lo odiara.

 

 

 

 

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Por suerte no había nada de gravedad qué lamentar en ese accidente de tránsito, pues ambos conductores de los autos que estuvieron en un pequeño choque, habían usado cinturón de seguridad, lo que les aseguró seguir con vida.

De cualquier forma, fue un susto para los oficiales de policía y los bomberos, éstos últimos responsables de auxiliar a uno de éstos conductores que había quedado prensado entre el auto.

 

No era para menos, era sábado por la noche, y como todo buen fin de semana, algunos accidentes se suscitaban en los alrededores. Todo por aquellas personas a las que no les importaba su seguridad y tomaban en las fiestas, para luego abordar sus autos.

 

—Buen trabajo. — Mencionó Aomine, por fin terminando su trabajo en ese lugar y ofreciendo una botella de agua.

—Demonios, estoy agotado. — Replicó Kagami, sentándose sobre la acera, en clara señal de cansancio, sin tener la delicadeza de agradecerle a Aomine por el comentario y menos por esa botella de agua que su novio le ofrecía.

Tras tomar la botella dio unos sorbos al líquido, sintiendo un alivio considerable en su garganta.

—Terminó nuestra ronda. Vayamos a casa y te daré un masaje.

Kagami sonrió travieso ante la propuesta, y es que aquello sonaba tan bien, no sólo por el masaje…

 

Aomine sabía lo que su novio respondería, así que no tuvo intenciones en insistir en los planes de esa noche.

¡Joder! Ese traje de bombero lo hacía verse tan apetecible.

Notó que Kagami no se movía de su lugar ni dejaba de beber el agua, así que simplemente se sentó sobre la acera, junto a él, tomándose el tiempo de percibir sobre su piel esa ligera brisa fría.

 

—¿Qué ha pasado con tus planes sobre estudiar para detective? — Sorprendió el pelirrojo con esa pregunta que estaba rondando hacía días su mente.

Aomine lo miró como si fuera un bicho raro, desde hacía meses que no tocaba ese tema, porque cada vez parecía un deseo más lejano.

El ser detective era lo que más quería, sin embargo, su tiempo no ayudaba para nada y no podía dejar de trabajar para lograr su cometido.

—¿Por qué esa pregunta tan repentina?

—Sólo… quería saber si eso aún estaba en planes.

 

El policía desvió su vista a aquellos árboles lejanos que se podían mirar gracias a la tenue luz de una lámpara callejera.

—Ya no estoy seguro de querer estudiar una carrera tan larga como esa. — Fue sincero, pues era una decisión a la que podía llegar con facilidad.

 

Kagami ya no siguió incomodando más a su novio, y mejor se dedicó a sorber más líquido de su botella.

—Vamos a casa. —Sugirió el moreno, levantándose del piso y ofreciendo su mano para que el bombero la tomara, y Kagami, sin pensarlo, la tomó, levantándose finalmente.

 

 

 

 

 

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Habían pasado 8 meses desde que ambos empezaron una relación, y, bueno… Aomine no lo diría, pero estaba realmente frustrado sexualmente.

¿Acaso era malo desear a su novio, estar con él de forma íntima y hacerle el amor tiernamente?

No, no era para nada malo, pero parecía que Kagami no pensaba lo mismo.

 

Era cierto, en todo ese tiempo habían tenido ‘momentos sexys’, pero esos momentos siempre eran con ropa puesta y sin llegar a algo más lejos.

 

Aomine pensó que tal vez su novio tendría problemas relacionados a la intimidad, o tal vez que aún no estuviera seguro de hacerlo, pero estaba tomando mucho tiempo y al moreno cada vez se le agotaba más la paciencia.

Aquello, muy seguramente, se solucionaría cuando hablara seriamente con Kagami sobre lo que estaba pasando.

 

Por lo mientras, estaba trabajando; había sido asignado a ser el encargado del tránsito en una inmediación muy concurrida, en donde uno de los semáforos había sido dañado en un coche automovilístico.

Debía aceptarlo: el trabajo de ser un ‘semáforo’ viviente no era su favorito; en realidad, cada que podía lo evitaba, poniendo cualquier tipo de excusa a su jefe, pero en esa ocasión no había podido escapar.

 

Estaba dando el paso a los niños que recién habían terminado las clases del día, cuando el sonido fuerte de su celular lo sacó de su concentración.

Mientras los niños caminaban para cruzar la calle, con premura sacó su celular y notó que no tenía registrado el número del que le llamaban; de todas formas contestó.

—¿Aomine Daiki? — La voz del otro lado de la línea sonó, y con curiosidad por saber quién le llamaba, respondió con un “él habla”.

 

Aquel que llamaba no era nadie más que Midorima Shintarou; el mejor amigo de Kagami, pero eso no fue lo que hizo que su corazón se detuviera; fue el hecho de que Midorima llamaba para decirle que Kagami estaba internado en el hospital. No lo sabía a ciencia cierta, pero juraba que algunos transeúntes se habían detenido al ver sus adain de color carmesí, producto del infinito desconcierto que lo atacó de repente.

 

No le importó dejar su trabajo tirado allí; su novio era la persona más importante para él, y sin pensarlo dos veces, abordó su patrulla y fue hacia donde Shintarou le había especificado, sintiendo cómo su corazón daba un vuelco por no saber qué rayos había pasado con Kagami.

Ni siquiera le importó la frase “tranquilo, ya todo está bien”, que había salido de la boca de Midorima.

Tan pronto como encendió el auto, lo puso en marcha, conduciendo rápido y con un poco de imprudencia por la calle.

 

 

No tenía claro cuánto tiempo había pasado, pero por fin llegó al hospital y tratando de controlarse, fue hasta donde la recepcionista, preguntándole en qué habitación tenían a su novio.

La recepcionista estaba por confirmar la información cuando Daiki escuchó una voz hablarle:

—Aomine. — Instintivamente giró hacia el portador de la voz, encontrando a Midorima. El peliverde portaba un típico traje de doctor, y Aomine supuso que el chico estaba trabajando allí.

—¿Qué sucedió?

 

El megane no respondió al instante, parecía estar debatiendo sobre si decir la verdad o no.

—Veo que Kagami no te lo ha dicho.

—¿¡Decirme qué!? — Su voz se escuchó con mucho pesar, y Midorima tuvo que pedirle que guardara silencio ante el volumen de voz que el moreno había usado.

—Ven conmigo. — Fue lo último que el peliverde dijo, antes de comenzar a caminar por los pasillos y escaleras, sintiéndose seguido del chico moreno.

 

Se detuvieron frente a un cuarto con la puerta cerrada, en donde el megane puso la mano sobre la perilla.

—Trata de no hacer mucho ruido, él ya está consciente pero no debes aturdirlo.

 

¿Qué demonios significaba todo eso? ¿Por qué Midorima no le había dicho qué era lo que había pasado? Esa razón por la que su alma gemela se encontrara en ese lugar.

No pudo decir nada, ya que el más alto abrió la puerta y se apartó un poco, incitando a Aomine  a entrar, cosa que hizo, con algo de renuencia.

 

Entró tratando de no hacer mucho ruido con sus pisadas, no pudo apartar la mirada de su novio pelirrojo recostado en esa cama, durmiendo, cual ángel…

Suspiró en alivio al ver que no necesitaba un respirador artificial pero sí un suero intravenoso.

 

Estaba tan enfocado en Taiga que no se había dado cuenta de aquel chico que se había levantado de una silla y ahora caminaba hacia él, con una extraña mirada.

Estaba seguro de que ese chico pelinegro era el hermano de su novio, ese hermano que vivía en un distrito lejos, por lo cual no lo había podido conocer anteriormente.

 

El pelinegro extraño lo tomó gentilmente del brazo y lo hizo salir del cuarto, de nuevo hacia el pasillo.

—¿Quién rayos eres? — Cuestionó, mirando a Daiki fijamente.

—Aomine Daiki, soy el alma gemela de Taiga. — No se había dado cuenta que en lugar del apellido del bombero, había dicho su nombre de pila, ganando una mirada de desconcierto en el pelinegro.

—Por fin te encontró. — dijo en un susurro, pensando en sus siguientes palabras. —Soy Himuro Tatsuya, el hermano de Taiga. ¿Sabes por qué estás aquí? — Cuestionó tan pronto como pudo, vislumbrando cómo el ceño fruncido del peliazul se hacía presente.

 

No, era obvio que Daiki no sabía por qué estaba en ese lugar, Midorima no había querido decírselo…

 

—No te lo ha dicho… — Himuro pareció sorprendido, incluso por sus propias palabras, y la molestia en el rostro de Daiki se hizo evidente. ¿Qué demonios era lo que esas dos personas cercanas a Kagami sabía y él no? ¿Por qué sentía que lo estaban tratando como a un tonto? Era de verdad molesto. —Mejor entremos, supongo que quieres ver a Taiga.

El policía no debía siquiera responder a esa hipótesis, pues era claro que necesitaba ver a su amado.

 

Sin esperar otra palabra por parte del pelinegro, dio media vuelta y se dispuso a volver a entrar al cuarto, ésta vez con el hermano de su novio siguiéndolo de cerca.

Por segunda ocasión entró sin que sus pisadas hicieran mucho ruido.

Mientras más se acercaba, más notaba que el pelirrojo estaba bien.

No podía adivinar qué era lo que había causado que Kagami estuviera allí, sin embargo, pudo suspirar un poco en alivio.

 

Se atrevió a tomar una silla de la habitación y moverla hasta estar junto a la cama de Kagami, donde se sentó, tomando delicadamente la mano de su novio, que descansaba sobre el colchón de la cama.

Comenzó a acariciar con sus dedos la mano de piel bronceada, y ante las caricias, los ojos carmesí de Taiga se abrieron un poco.

—Hey. — Habló en voz baja el moreno, apretando sólo un poco la mano entre la suya.

Su saludo no fue respondido, sin embargo, el pelirrojo denotó una sonrisa pequeña al ver a su alma gemela junto a él.

 

Por un rato, ninguno se atrevió a decir nada; Aomine no sabía si preguntar por eso que no sabía, y Kagami parecía estar un poco cansado aún.

—¿Cómo te sientes, Taiga? — El valiente en romper el silencio fue Himuro, quien se cansó de estar parado en el marco de la puerta, esperando que esos dos chicos hablaran.

—Estoy bien, ya quiero irme a casa. — Usó un tono de voz en el que parecía como si no le hubiera pasado nada a Kagami.

 

Después de algunos minutos, Midorima irrumpió en el cuarto, con un comentario casual, en el que decía que Kagami se veía mucho mejor. En seguida, se dirigió hacia Taiga, para revisarlo.

—Parece que el peligro pasó, Kagami. — Confirmó, al mismo momento en el que tomaba el brazo del pelirrojo y quitaba el suero intravenoso.

 

Daiki escuchó a Himuro soltar un suspiro de alivio, mientras él no sabía de qué rayos estaban hablando; aquello estaba frustrándole mucho.

—Creo que puedes retirarte al mediodía, sólo para estar seguros. — Finalizó Midorima, escuchando un agradecimiento por parte de Kagami y de Himuro, luego retirándose de allí.

 

Tatsuya podía, incluso, sentir la molestia emanar de Aomine, le pareció que el que Kagami ocultara algo con demasiada importancia a su alma gemela no era correcto:

—Taiga… ¿Tienes algo que decirle a Aomine? — ojos carmesí y zafiro se posaron en el pelinegro, quien adoptó su típico rostro de póker.

 

La mirada del bombero se intercaló entre Aomine y Himuro; parecía que no se atrevía a hablar más de la cuenta.

—Oh… sí… Aomine… — Pausó su comentario, sentándose sobre la cama. —…lamento haberte asustado.

 

Ante la respuesta, una mano de Himuro simuló rascar su cabeza. Vaya que su hermano era un terco.

 

 

 

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“Un desmayo”, esa fue la respuesta que dio Kagami cuando el moreno preguntó qué rayos le había pasado y la razón de haber parado en un hospital.

La respuesta no lo había dejado nada tranquilo… porque no creía en esa respuesta que su novio le había dado.

 

Pensó en pedir un día libre en el trabajo para cuidar a Kagami, más valía estar seguros de que nada pasaría, pero el pelirrojo había insistido demasiado en que no era necesario. Además de que su semblante se notaba demasiado bien, y su voz con mucha seguridad.

Decidió confiar en Taiga e ir a trabajar, como todos los días.

 

Estaba rumbo a su trabajo, en ese cuartel de policía en el que seguramente trabajaría durante toda su vida.

Faltaba una calle para llegar a su lugar de trabajo, cuando la silueta de alguien conocido acaparó su atención; era ese chico que había conocido ayer: Himuro Tatsuya, quien, al verlo, sonrió.

—Qué bueno encontrarte. — Dijo casual el pelinegro, provocando que por el cuerpo de Daiki recorriera una sensación extraña. —¿Tienes planes ahora mismo?

 

¿Qué si tenía planes en ese momento? ¡Por supuesto que los tenía! ¿Acaso el chico no estaba viendo el traje de policía que estaba portando en ese instante?

Pero no podía decir que no, porque presentía que Himuro lo buscaba por una razón por demás importante.

—No, estoy libre. — Finalmente habló, y por el rostro del otro chico, la respuesta le fue complaciente.

—Vamos, te invito a almorzar.

 

No estaba seguro de qué estaba pasando… tener al hermano de su alma gemela a un lado de él, caminando hacia un lugar de desayunos, sin siquiera haber tenido una cita previa era demasiado extraño.

Pero en ningún momento se quejó en voz alta.

 

Entraron al primer local de almuerzos que encontraron, a ninguno de los dos chicos les importaba comer algo en especial, pero Himuro sólo quería un lugar en el cual pudieran hablar los dos.

 

La mayor parte de la comida la pasaron en silencio, Tetsuya podía sospechar que el moreno estaba incómodo, y no era para menos, después de todo, no se conocían para nada.

El silencio era roto cuando el de cabello negro fue el osado en hacer alguna pregunta casual.

 

—Bien, tengo que decirte por qué estamos aquí. — Inició Himuro, cuando ambos terminaron de comer.

Aomine le regaló toda su atención, y aunque era el más serio en esa repentina reunión, quería hacer lo que fuera porque el otro chico hablara de una vez por todas.

—Sé que Taiga no te lo dirá, hasta que sea demasiado tarde… — Empezó a jugar con sus manos, en una clara acción de sumo nerviosismo.

—¡¡Habla, con un maldito demonio!! — Su voz en un volumen alto, más el golpe que dio en la mesa hizo que la mayoría de los comensales giraran sus miradas hacia ellos.

 

Himuro abrió los ojos en sobresalto ante el severo cambio de actitud de Daiki.

—Uhh… quisiera poder decirlo rápido, pero… no es fácil, Aomine.

Okay, eso en realidad estaba siendo tan extraño. Sin entender por qué su corazón comenzó a golpetear en una señal de ansias y nerviosismo.

—Tú… seguramente habrás pensado que Taiga es un torpe. ¿Cierto? — siguió el pelinegro.

 

Aomine lo recordaba a la perfección: si había algo que distinguía a su novio era su tremenda torpeza… Sólo atinó a mover su cabeza de forma afirmativa, para dejar que Tatsuya siguiera hablando.

—Se tropieza, o tira las cosas que tenga a la mano… pero… él no es torpe. — Himuro se acercó más a Aomine, reclinándose sobre la mesa frente a él. —Aomine… él… sufre de una enfermedad terminal.

 

Espera… ¿Qué?... ¿Qué demonios significaba eso?

Una pequeñísima risa nerviosa escapó de sus labios. ¿Enfermedad terminal? ¿¡¡Kagami!? ¿Cómo era eso posible?

—Esa enfermedad le hace sufrir movimientos involuntarios de su cuerpo

—¿Terminal? ¿A qué te refieres? — No, no es que fuera tonto o que no supiera lo que significaba, era que aquello resultaba nada creíble… no podía asimilar lo que estaba pasando.

—Aomine, tranquilízate. — Pidió el pelinegro al ver cómo el moreno comenzaba a acaparar las miradas del lugar y sus adain rojas se mostraban ante todos.

—¡¡¡¿Cómo puedo tranquilizarme cuando me estás diciendo que Kagami va a morir?!!!

 

Sin escuchar ni una palabra más, salió rápidamente de allí; y como si no fuera poco con las miradas en el local de desayunos, los transeúntes también lo miraban con curiosidad, pues las adain carmesí eran difícil de ignorar.

 

 

 

 

~*~

 

 

 

Taiga prefirió descansar un poco en lugar de hacer los típicos labores del hogar; le dolían un poco los músculos, pero creyó que era normal que se sintiera un poco adolorido.

Hacía unos 10 minutos que había recibido la llamada de Midorima, preguntándole cómo se sentía por ese día, tras decirle que sólo tenía un poco de dolor, el megane le pidió que se tomara sus medicamentos sin falta, pues éstos podrían reducir un poco los síntomas de la enfermedad.

 

Aunque Kagami no quisiera, le hizo caso; ahora tenía una importante razón para cuidarse más de lo normal, y esa razón era Aomine Daiki.

Por ese día se saltó el desayuno, así que decidió sólo almorzar un plato de cereal y se sirvió un poco de jugo que tenía guardado en el refrigerador.
Se sentó al sillón y prendió el televisor. No sabía qué tan buena era la televisión a esa hora del día, pues él siempre había estado jugando con Daiki en esa cancha de básquetbol callejera.

 

Apenas había comido un poco de su cereal, cuando la puerta del departamento se abrió rápidamente, revelando a su alma gemela, quien tan pronto como entró se despojó de sus zapatos.

 

La extrañeza se hizo evidente en el rostro de Taiga, quien no atinaba a imaginar por qué su novio estaba allí, en lugar de estar en su trabajo.

—Aomine. ¿Está todo bi—

—¿Por qué no me lo dijiste? — Interrumpió las palabras con una frase en la que era palpable el dolor y la preocupación.

 

Kagami quedó mudo.

Por aquella pregunta, más la mirada del moreno, podía deducir a qué se refería éste…

Una punzada de dolor se instaló en su pecho… no quería tener esa conversación… no podía…

 

—¡¿Por qué tuviste que callarlo todo éste tiempo?! — Siguió cuestionando el moreno, sin tener una respuesta, y parecía que no la iba a obtener. —¡¡Soy tu alma gemela!! ¿No crees que tenía el derecho de saberlo? — Tan pronto como las palabras abandonaron sus labios, sus pies comenzaron a moverse, caminando con lentitud hacia el pelirrojo, quien por miedo, comenzó también a caminar, pero hacia atrás. —¿Por qué no me lo dijiste?

 

Kagami sentía un nudo en la garganta que le impedía hablar, sentía que un gran abismo lo iba tragando, que el dolor empezaba a carcomer su pecho.

No pudo evitar que sus lágrimas recorrieran sus mejillas cuando Aomine fue el primero en derramar un par de lágrimas.

 

Su espalda chocó contra una de las paredes del departamento; el dolor impidió que sus piernas pudieran soportar su cuerpo, y sin más, fue deslizándose por la pared, hasta que su cuerpo chocó contra el piso, sin que las lágrimas pudieran detenerse.

Aomine no se sentía herido por el hecho de que Kagami hubiera guardado un secreto tan importante, era por el hecho de que no podía siquiera imaginar su vida sin aquel tonto pelirrojo que lo había enamorado.

 

Cuando Daiki estuvo frente al bombero, se arrodilló frente a él y lo rodeó en un abrazo fuerte, que hacía que Taiga se sintiera protegido en todos los sentidos.

—Perdóname. —Por fin pudo hablar, aferrando el agarre de sus manos sobre la camisa azul de su amado. —No… no quería que lo supieras… — Se confesó con el rostro sobre el hombro del moreno, intentando calmarse para poder hablar mejor.

 

Aomine tomó una gran bocanada de aire y logró con éxito que sus lágrimas no salieran más; llevó una de sus manos hacia la sedosa cabellera de su novio e intentó reconfortarlo, acariciando con ternura su cabeza.

—Aomine… yo no quería encontrarte… — Habló entre sollozos, sin dejar de abrazar al moreno. La extrañeza acaparó la mente del moreno, detuvo sus caricias, sin saber a qué se refería el pelirrojo. —…No quería estar contigo… no quería lastimarte.

 

No lo negaba, aquella confesión resultaba más dolorosa de lo que había pensado, el escuchar decir a su alma gemela que no lo quería en su vida… era doloroso.

—Pero… — Continuó Kagami. —…no esperé enamorarme de ti, Daiki. No quiero estar sin ti.

 

Sin más, el policía tomó el rostro de su novio y unió sus labios en un beso inocente que duró algunos segundos.

Podía sentir entre sus manos esos rastros de las lágrimas que habían salido por los ojos de su amado y resbalado por sus mejillas.

—Saldremos de ésta… juntos… ya no estás solo, Kagami. — Anunció, prosiguiendo a abrazar de nueva cuenta al bombero y susurrarle una y otra vez que no estaba solo.

 

 

Aquel día, Daiki no regresó a trabajar, así que ambos se quedaron en casa; aunque dolía escuchar la verdad, Aomine puso atención a todas las palabras de Kagami, en las que le decía todo lo que conllevaba su enfermedad y cuáles cosas había sacrificado por ella.

Entre esas cosas estaban sus adain.

 

Cuando Taiga cumplió los 12 años le diagnosticaron la enfermedad. No estaba tan avanzada, pero si no se trataba a tiempo, podía ser peor.

Los doctores atinaron a averiguar que si extirpaban sus adain, la enfermedad no avanzaría tan rápido.

 

Al final de cuentas, aquella hipótesis había sido cierta; sin embargo, no se imaginaban el daño que le habían hecho a un niño de tan sólo 12 años al remover sus adain…
era como si le hubieran quitado el alma…

Taiga se volvió un niño solitario, dejó de sonreír, dejó de lado su vida activa, para pasar más tiempo encerrado en su habitación…

 

Aquella decisión, si bien había sido por el bienestar de Kagami, el chico parecía muerto en vida.

Pasaron más de 10 años para que Kagami volviera a sentirse vivo, y eso fue a causa de un chico moreno que había conocido en una cancha de básquetbol callejera.

Su mundo se había llenado de colores gracias a ese chico.

 

Ahora Aomine podía entender a la perfección por qué jamás se percató de las adain de Taiga, aunque éste era su alma gemela.

Todo encajaba a la perfección.

 

 

 

 

 

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Ambos debían admitir que la verdad les traía más tranquilidad, de alguna forma.

Kagami ya no tuvo que seguir cargando un enorme peso sobre sus hombros, y Aomine parecía un poco más atento.

 

Daiki se portaba completamente comprensible cuando Kagami cocinaba y de repente sonaba un fuerte sonido de vidrio rompiéndose o utensilios de cocina cayendo al piso.

Siempre que esto pasaba, el moreno acudía rápido hacia donde su novio y limpiaba del piso los pedazos de vidrio o le ayudaba recogiendo las cosas tiradas.

 

Los “Lo siento” de Kagami eran algo que el moreno comenzaba a escuchar de más. Sin embargo, entendía la situación.

Cada vez que su novio denotaba una mirada triste por su torpeza, Aomine caminaba hasta él y lo envolvía entre sus brazos, susurrándole que todo estaba bien.

 

 

Su relación, hasta ese momento había durado cerca de 1 año, y Daiki olvidó lo que era sentirse frustrado sexualmente. Porque lo más importante para él era apoyar a su novio, no idear una forma de colarse entre sus pantalones.

Pero aquella noche, su pasión se había apoderado de él…

 

Habían ido, por la noche, al cine a ver la película que uno de los compañeros de Daiki le había recomendado, dicha película había sido entretenida, pero ni al bombero ni al policía les daba ánimo de mirarla por segunda vez.

 

Después de salir del cine, se dirigieron hacia Maji Burger, en donde Taiga pidió 14 hamburguesas de queso, mientras Daiki se conformaba con un par de hamburguesas Teriyaki.

Como ya era costumbre, durante su estadía en Maji Burger, se la pasaron pellizcando sus rostros y jalando sus mejillas… en fin, habían tenido una buena cita.

 

Regresaron a casa al filo de las 11 de la noche al departamento del pelirrojo, cuando pasaron la puerta de la entrada de la casa, Kagami tomó la mano del moreno y sin decir una palabra, lo dirigió hacia su alcoba, como era de esperarse, Aomine no opuso resistencia.

Hazme el amor, Daiki… —Fueron las palabras que dijo el pelirrojo, tan pronto entraron a la habitación.

 

Y así fue como se encontró en esa situación…

 

Sus labios morenos recorrían la piel trasera de cuello de Taiga, besando y lamiendo con completa adoración.

Siguió su recorrido, ahora por los hombros de su amante, tomando el cuello de la camiseta y haciéndolo a un lado, para degustar mejor la bronceada piel que se le presentaba.

 

Kagami se apartó sólo un poco, para poder quitarse esa estorbosa camiseta, la cual subió por sus brazos y fue removida con éxito.

 

El moreno volvió a su tarea de besar la piel de Taiga, ésta vez bajaba por su espalda, hasta que se detuvo en un par de cicatrices notorias… allí era donde estaban las adain de su pelirrojo amante.

Taiga dejó escapar de su boca un suspiro largo al sentir cómo los labios ajenos besaban esas cicatrices.

 

No iba a decirlo en voz alta; Aomine no diría que de alguna forma, le dolía no ver aquellas adain con el color de su alma; pero aquel pensamiento murió cuando el pelirrojo dio media vuelta, intentando deshacerse de las prendas tan estorbosas que portaba en ese momento el moreno.

Caricias incitantes eran repartidas por toda su espalda de piel chocolate, besos cálidos pero apasionados eran depositados por su cuello y barbilla; encontró los labios ajenos y no dudó en saborearlos, muy diferente de aquellas veces en las que lo había hecho.

 

Escuchó un pequeño gemido salir de los labios de Taiga pues las manos morenas osaron descender más allá de la espalda baja del pelirrojo.

—Hazme tuyo. — Pidió el bombero, rodeando el cuello de su amado, con esa simple acción dándole a entender al moreno que podía hacer con él todo lo que éste quisiera.

 

Aquel encuentro era mejor llevarlo a la cama, donde un Kagami, ahora completamente desnudo, posó la espalda sobre el colchón, suspirando ante cada caricia, beso y pequeña mordida que su amante le regalaba sobre su sensible piel.

 

El policía alcanzó la pequeña botella de lubricante que, curiosamente, descansaba sobre el estante de noche. Allí fue donde comprendió que Kagami ya tenía todo planeado, incluso desde antes de iniciar la cita de ese día.

Sin más miramientos comenzó a preparar el cuerpo contrario, pues la intrusión debía ser lo menos dolorosa posible.

—Mmmnh… — gimió de nueva cuenta Taiga, sintiendo que además de aquellos dedos intrusos en su cuerpo, la boca de su amante atendía de muy buena forma sus tetillas.

 

—¿Estás listo? — Cuestionó el peliazul, incorporándose un poco para acomodarse de buena forma.

Con lo que no contaba era que Taiga, en un abrir y cerrar de ojos, invertiría los papeles y él sería quien quedara arriba, posicionándose a horcajadas sobre él.

—Déjame hacer esto. — Pidió, mirando aquellos ojos azules llenos de fascinación.

Daiki no pudo suprimir una pequeña sonrisa que nació en sus labios al ver cuán animado estaba su amado.

 

Un jadeo no tan quedo emitió, pues el bombero estaba dejándolo entrar de forma lenta y tortuosa.

Quería decirle que no se sobre exigiera, pero de sus labios no fue pronunciada ninguna palabra.

—Daiki… — Susurró cuando sintió a su novio completamente dentro.

 

Le tomó un par de minutos acostumbrarse a la sensación, ya que su novio no era para nada pequeño y no quería denotar el dolor que sentía, menos frente al hombre al que amaba.

Ojos carmesí chocaron con los zafiro, las pupilas de ambos estaban dilatadas, prueba de la excitación y la pasión que ambos sentían.

—Te amo. — Aomine musitó, sin dejar de mirarlo, y aunque su novio no hubiera dicho aquellas dos palabras, Kagami podía saberlo por la forma en la que el moreno lo miraba: con esa devoción, con esa pasión, con tanto amor…

 

—Ahh… —  Un gemido más pudo emitir Daiki, pues su novio empezó a moverse lentamente sobre él.

El rostro del pelirrojo comenzó a mostrar el dolor que sentía en ese momento y cuando el otro chico lo notó, estuvo a punto de decir algo al respecto, pero la mirada que le regaló Kagami decía “si dices una sola palabra, te botaré de mi departamento”.

Así que sólo se limitó a acariciar esa mejilla cálida.

 

Conforme pasaban los minutos, y los movimientos de Kagami seguían, empezaba a desaparecer el dolor, dejando paso al placer de ser uno con su alma gemela.

Aomine no podía apartar la vista del rostro del otro chico, notando cómo las facciones del bombero cambiaban a cada oscilación de la cadera de éste.

—Nnngh. — Un gemido de placer le hizo saber que podía moverse debajo de Kagami, y así lo hizo: posó ambas manos sobre la cadera ajena y arremetió una sola vez, arrancando de la boca del pelirrojo un gemido sonoro, parecía haber golpeado aquel delicioso sitio que hacía ver estrellas a Taiga.

 

Pero sus ojos denotaron estupefacción cuando vislumbró cómo, en la espalda de Kagami, crecían esas adain… unas hermosas alas que se estiraban; Daiki juró que esas adain llegaban de una pared a otra en el cuarto, eran enormes…

Kagami detuvo sus movimientos al sentir cómo sus cicatrices empezaban a quemar… pero no era una sensación desagradable, era todo lo contrario, un sentimiento de protección, una calidez incomparable…

Ambos pudieron notar ese bello color azul eléctrico de las adain que se extendían monumentales.

 

El policía estaba embelesado por esas enormes alas, ese azul era el color de su alma… joder… no entendía por qué, pero aquello lo había encendido de una forma increíble.

Sin prestar más atención por ese momento a las nuevas adain de su amante, comenzó a moverse de nuevo, provocando varios gemidos de su alma gemela, sin dejar de mirar esas alas que se estiraban majestuosamente.

 

—Daiki… nnnghh… ¡oh my God!  — Si creía que las adain de su amante lo encendían, era porque no había escuchado a Taiga hablar inglés… ese hombre lo volvía completamente loco en todas las formas posibles.

 

 

 

 

Aquella noche culminó con ellos dos, abrazados debajo de las sábanas.

El primero en sucumbir al sueño fue Taiga, quien se durmió sobre el brazo de su novio.

Daiki permaneció más tiempo despierto, simplemente mirando y tocando aquellas adain que lo habían hechizado. No había duda; esas eran las alas más grandes que había visto; las plumas eran demasiado suaves al tacto y con la luz de la luna brillaban de una forma inigualable.

 

 

 

 

~*~

 

 

 

 

A la mañana siguiente, Aomine despertó sin su novio a su lado, sin embargo, un olor delicioso llegó a su nariz… olía a huevos fritos con tocino…

Sus labios se curvaron en una sonrisa, sabiendo, por lógica, quién era el causante de dicho olor exquisito.

 

Con mucha pereza se levantó de la cama y salió de la habitación, buscando a su novio, de inmediato encontrándolo en la cocina.

—Buen día. — Saludó, para hacerse notar.

Kagami giró sobre su lugar y le regaló una gran sonrisa, reciprocando a su saludo de la misma forma.

—Hey, se te ve tan bien el color azul. — Confesó el moreno, caminando al encuentro del otro chico.

 

El pelirrojo no respondió al cumplido, pero estaba de acuerdo… cuando se había levantado de la cama, lo primero que había hecho fue mirar su reflejo en el espejo, notando las adain de color azul, llegando a la conclusión de que ese color le quedaba muy bien.

 

Cuando Aomine llegó a la cocina, éste se tomó un pequeño momento para observar por milésima vez las adain contrarias… no se había equivocado la noche anterior, esas alas eran grandes… tanto, que, incluso, las plumas inferiores arrastraban por el piso.

—Wow… — Había dicho esas palabras en voz alta, sin notar que la mirada de su novio no entendía a qué venía esa expresión tan repentina.

 

Dejaron las ocurrencias de lado y se apresuraron a desayunar, y a alistarse para ir a trabajar, pues eran las 11 de la mañana y no podían saltarse de nuevo su trabajo.

Mientras se alistaban para salir, Aomine pensó en que el trabajo de su alma gemela tal vez no era el indicado para él… y menos con su enfermedad… pero no pudo decir nada, porque Kagami parecía tan feliz de ser bombero y hacer algo bueno por las personas.

 

 

 

 

 

 

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Llevaban un año y 2 meses de relación, bueno, no era como si Aomine estuviera contando el tiempo.

Hacía menos de un mes en el que había acompañado a Taiga a su revisión semestral con el doctor. Parecía que el moreno estaba más nervioso que el propio pelirrojo.

 

El susodicho doctor había tomado sus signos vitales, y había hablado extensamente con Taiga, sobre cómo se sentía y si había tomado sus medicamentos; parecía que no había mucho de qué preocuparse en esa reunión con el doctor, pues Kagami se veía muy bien a sus ojos.

 

Aunque sí hubo una pequeña prohibición, y esa fue, dejar de jugar básquetbol todos los días, pues aquello haría que sus músculos se volvieran tensos.

Aomine, aunque ni siquiera lo dudó un segundo, por supuesto que acataría las órdenes de ese doctor sin pensarlo. Era cierto que ambos amaban el básquetbol, pero no lo antepondría la salud de su novio pelirrojo.

Kagami parecía también estar de acuerdo, ya se las ingeniarían para encontrar un nuevo pasatiempo.

 

 

 

 

Era sábado, y por esa temporada de mucho calor, Kagami había tenido que trabajar unas horas por la mañana; no era como que le molestara despertarse temprano e ir a ayudar, al contrario, de alguna forma, le gustaba ponerse ese traje inflamable y subirse a ese carro de bombero.

 

Tan pronto como atendieron un pequeño incendio en una bodega en los suburbios de la ciudad, él y sus compañeros regresaron al cuartel; eran las 13 horas y todos ellos estaban felices de que bastaran unos cuántos minutos para que cambiaran turnos, y pudieran ir a casa.

 

Al retornar al cuartel, lo primero que hizo fue darse una ducha rápida; no le gustaba regresar a casa con rastros de sudor en su cuerpo, o en el peor de los casos, con un olor horrible.

Se vistió con ropa limpia que tenía guardada en su casillero y cuando estuvo listo, se despidió de los pocos compañeros de trabajo que aún permanecían allí, luego saiendo a toda prisa del lugar.

 

Apenas había dado un par de pasos fuera del cuartel cuando algo acaparó su vista.

 

Había una patrulla de policía estacionada frente al lugar, y alguien muy conocido dentro del vehículo.

 

Soltó una pequeña risilla, de inmediato caminando hacia el auto, en donde su novio lo miraba con una pequeña sonrisa, portando unos lentes de sol que lo hacían verse más guapo.

Taiga sabía que su moreno novio no había trabajado durante ese día… entonces… ¿Por qué estaba sobre esa patrulla?

—Oficial, le prometo que no me he portado mal. — Bromeó el bombero, agachándose un poco para ver a su novio por la ventanilla del auto.

—Claro que te has portado mal. Pero no te preocupes, el castigo vendrá más tarde.

 

No evitó reír ante el osado comentario de Daiki… rayos, cómo amaba a ese tipo.

—Sube. — Pidió con voz calmada el policía, abriéndole desde adentro la puerta del lujoso auto Nissan Skyline.

Sin que se lo pidieran dos veces, Taiga entró, de inmediato sentándose en el asiento del copiloto, robándole un beso inocente a su novio.

—Así que… ¿A dónde iremos? — Estaba curioso, y es que no todos los días su novio llegaba al cuartel de bomberos y lo ‘raptaba’ de esa forma.

—Ya lo verás. —Finalizó, poniendo en marcha el auto.

 

Kagami no sabía a dónde lo llevaba el otro chico, durante ese trayecto, el pelirrojo fue el encargado de poner música que animara a ambos, encontrando una buena estación.

Era interesante el cómo Daiki podía escuchar a su alma gemela cantar a voz fuerte esas melodías de la radio; Taiga tenía una voz estupenda, no lo podía negar, se le daba muy bien eso de cantar, haciendo el trabajo de conducir más ameno.

 

Casi a medio recorrido, Aomine detuvo el auto en un local de comida rápida, que estaba seguro que le encantaría a Kagami.

Ya era hora de la comida, y bueno, aunque no lo fuera, sabía que su pelirrojo novio no podía declinar cualquier tipo de alimento.

Pensaron que 30 minutos bastarían para comer, sin embargo, Kagami y sus 20 hamburguesas hicieron que el tiempo se prolongara un poco más de lo habitual.

 

Cuando el pelirrojo terminó de saciar el hoyo negro que tenía por estómago, volvieron al automóvil, así Aomine siguió manejando.

Por más que Taiga preguntaba cuál sería su destino, el moreno prefirió callar, y dejar que su novio se imaginara mil y un cosas.

 

Empezó a sentir el viento cálido pegar contra su rostro, sus cabellos carmesí comenzaron a ondear a favor del viento, y entre más minutos pasaban, más calor se sentía.

El ambiente cálido de la ciudad comenzó a cambiar a uno caluroso y húmedo, y entonces supo hacia dónde lo llevaba su novio.

—Con que la playa. ¿Huh? — Comentó Kagami sin mirar a su novio, en su lugar disfrutando de la brisa sobre su rostro.

—Tardaste en descubrirlo,  Bakagami.

 

Por fin el pelirrojo pudo ver el mar, pues Daiki decidió transitar en una carretera, justo al lado del océano.

Una gran sonrisa se dibujó en sus labios… hacía tanto tiempo que no miraba un bello paisaje como ese, sin embargo ahora estaba allí, con su novio dándole gusto.

 

Algunos minutos más bastaron para que Daiki decidiera detener el auto en un acotamiento de la calle, en donde estaba permitido estacionarse y en donde yacían más autos aparcados.

No debía decírselo a Kagami, seguro que éste se daría cuenta después: en la cajuela del auto habían maletas con ropa de playa, ropa casual, toallas, y todo lo necesario para que ambos pasaran un buen fin de semana allí.

 

Kagami salió del auto y lo primero que hizo fue estirar todo su cuerpo, no estaba seguro de cuánto tiempo habían pasado en esa patrulla, pero vaya que sus extremidades se sentían cansadas.

Lo segundo que hizo fue decirle a Aomine un “Ahora regreso”, antes de quitarse los calcetines y zapatos, remangar un poco su pantalón y correr hacia la arena cálida, con intenciones de tocar el agua de mar con sus pies.

 

Aomine se detuvo a un lado del auto, mirando cómo el pelirrojo corría hacia el mar, llevando en sus manos sus zapatos deportivos.

Era una visión graciosa; no pudo suprimir una risa al verlo actuar como un pequeño niño, ya que muy pocas veces el bombero se portaba de esa forma.

Decidió hacer lo mismo que su novio y fue a su encuentro en el mar.

 

Alrededor no había muchas personas, pues no era una fecha vacacional, lo cual hacía que ambos se sintieran mejor de hacer locuras en público.

 

 

 

Aquel día había pasado entre chapoteos en el mar, miradas curiosas de los transeúntes y  mucha diversión.

—Entonces… ¿Reservaste algún cuarto de hotel? — Cuestionó Kagami, al ver que el sol empezaría a ocultarse.

—No…— Respondió serio, ganando de parte de su novio una mirada en extrañeza. —Acamparemos aquí.

 

No entendía qué era ese extraño sentimiento de calidez y emoción que se instalaba en su cuerpo, pero la idea de Aomine no era para nada mala, al contrario, sonaba estupenda.

—Tú sólo quédate sentado sobre esa toalla y déjame hacer a mí el trabajo. — Pidió Aomine, sin recibir ninguna excusa, queja o sugerencia de parte del pelirrojo.

 

Daiki se apresuró a poner la tienda de campaña, antes de que el sol se ocultara por completo y no pudiera ver correctamente. En casi media hora la tienda de campaña quedó lista, --nunca había puesto una tienda de campaña, y para haber sido su primera vez, no estuvo tan mal -- los sacos de dormir en un lugar correcto, y una lámpara de camping perfectamente situada dentro.

Prosiguió a encender una pequeña fogata, de cualquier forma, si algo raro llegara a pasar con el fuego, tenía a su bombero súper estrella para salvarlo.

Ambos se aseguraron de usar el repelente contra mosquitos; era eso o amanecer con muchas picaduras de esos insectos.

 

Kagami parecía conforme con el buen trabajo que había hecho su novio, y esa sonrisa sincera lo confirmaba.

 

Daiki puso una larga toalla sobre la arena, fuera de la tienda de campaña e hizo que el pelirrojo se sentara a su lado.

Ninguno quiso arruinar el buen momento con algún comentario, la presencia del otro era lo mejor en ese momento…

Miraron las estrellas… el cielo estaba despejado y hermoso, el ambiente era fresco y cada estrella y lucero resplandecía vistosamente.

 

Una caricia tierna, un suspiro hondo, un beso robado, fue lo que orilló a Daiki a apagar esa fogata y a meterse en esa tienda de campaña con Kagami y hacerle el amor bajo las estrellas; ambos se entregaron de la misma forma que siempre.

Aomine le susurró dulces palabras al oído, y Kagami besó cada centímetro de esa piel color chocolate.

 

Ese había sido un fin de semana inolvidable.

 

 

 

 

 

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Los presentes miraban cómo, en el centro de la pista, los recién casados bailaban una canción tranquila, ambos se miraban con ternura, y no era para menos, eran uno para el otro.

Ojos celestes chocaron con aquellos marrón, era el día más feliz de sus vidas, pues hacía unas horas el sacerdote los había declarado esposos.

 

 

—¡se ven tan lindos. — Susurró Satsuki, tomando en su mano su copa de champagne, se había parado a un lado de Aomine, con esas ganas de querer llorar al ver a Tetsuya tan feliz junto a su esposo Ogiwara.

—¡Satsuki! No vayas a ensuciar mi traje con tus lágrimas. — Musitó el moreno, sintiendo cómo la chica pelirrosada se colgaba de su brazo.

Tuvo la necesidad de girar el rostro y buscar a su novio; daba gracias porque Taiga fuera pelirrojo, eso le hacía el trabajo de encontrarlo entre tanta gente, más fácil.

Y allí lo encontró: comiendo y deleitándose con los aperitivos de la mesa de bocadillos… nada del otro mundo, sólo su novio, satisfaciendo su apetito enorme, como ya era una gran costumbre.

 

Después de 1 año y medio de noviazgo, seguía amando a ese tonto bombero con todo su corazón; además de que esas adain azules que arrastraban por el piso eran de verdad hermosas…

—Owww lo amas en verdad. — Mencionó la chica en tono bajo. —No has dejado de suspirar justo cuando lo miras.

—Tch… eso no es cierto.

 

 

Cuando los padrinos de los recién casados hicieron el anuncio del brindis con champagne, Kagami rápidamente tomó su lugar al lado de su novio y tomó la copa entre sus manos.

Todos los invitados corearon un “salud” y sorbieron su bebida, deseándole el mejor de los deseos a los casados.

—¡Ahora el ramo! — Gritó Ogiwara, haciendo que todas las chicas solteras se levantaran de su asiento y fueran hacia donde Kuroko, para tratar de cachar el ramo que éste arrojaría.

—Oi, Bakagami, creo que deberías ir. — Mencionó Aomine en un tono serio, y por esa vez Taiga no supo si el moreno se estaba burlando de él o hablaba en serio.

—Pfff, claro que no. Esas son cosas de mujeres

—Pero tú eres la mujer en nuestra relación. — Bromeó, recibiendo un golpe en el brazo de parte de su pelirrojo novio.  —Ugh… era en serio, Kagami. Tal vez los siguientes en casarse podríamos ser nosotros.

 

Kagami rodó los ojos hacia el otro lado y calló, iba a ignorar olímpicamente a su novio por la bromita tonta.

—¡Vamos, Kagamin! Al menos puedes acompañarme a tratar de atrapar el ramo. ¿Cierto? — Satsuki sonrió ampliamente y le regaló una tierna mirada al pelirrojo, mientras tomaba su brazo y trataba de que éste se moviera un poco. —Anda… ¿Puedes?

 

Taiga no pudo ignorar la mirada de súplica de la chica, y soltando un suspiro hondo, accedió, para ser arrastrado por Momoi hasta donde estaban las demás chicas reunidas para atrapar el ramo.

¿Por qué estaba parado entre todas ellas? Se sentía demasiado tonto.

Giró su vista hacia su novio, y éste ni siquiera lo ocultaba: se estaba burlando de él, incluso lo señalaba vilmente… “maldito, lo mataré…”, pensó de repente.

 

—Bien… ahí va el ramo… — Habló Tetsuya.

No era nada raro que el chico peliceleste amagara dos y hasta tres veces con tirar el ramo, después de todo Kuroko era un pequeño troll.

Cuando creyó que era suficiente de sus ‘juegos’, giró el cuerpo, encontrando al pelirrojo chico, novio de Aomine y le sonrió extrañamente.

Taiga sintió un extraño escalofrío al ver aquella expresión en el maestro de preescolar, pero lo que sucedió lo dejó sin palabras: Kuroko, después de su sonrisa, procedió a arrojarle al mismo Kagami el ramo; éste último lo recibió entre sus manos, luego mirando con desconcierto al peliceleste.

 

Las chicas a su alrededor dejaron salir sonidos de decepción…

Si Kagami había estado desconcertado porque Kuroko prácticamente le dio a él el ramo, lo que siguió lo dejó sin palabras: Aomine le había robado un beso, enfrente de todos los presentes y a continuación ponía una rodilla sobre el piso, buscando un objeto entre los bolsillos de su saco negro.

 

“Oh, no… no, no, no”, una y otra vez sonaban las palabras en su mente.

Aomine por fin encontró lo que había escondido entre sus ropas y prosiguió a mostrárselo a Taiga: una caja de terciopelo, en la que, dentro, yacía un anillo de plata.

—Taiga… Ha pasado un año y medio y, estoy seguro de lo que quiero en mi vida… Quiero estar contigo, así que… ¿Quieres casarte conmigo?

 

Kagami permaneció mudo por algunos segundos, su corazón latía desbocado dentro de su pecho, esas molestas mariposas estaban rondando por todo su estómago y la felicidad no había tardado en aparecer.

Podía escuchar los gritos de emoción y las miradas de todos sobre él.

Pero no tenía ninguna duda, no había que pensar mucho para poder decidir algo.

—Claro que sí, tonto. — Finalizó, al momento en el que el policía se levantaba y ambos se abrazaban como si no hubiera un mañana.

 

Todos los presentes sonreían y aplaudían.

A Kuroko no le importó en lo absoluto que el momento fuera robado por sus dos amigos, al contrario, estaba feliz de que ellos fueran felices y que ahora fueran a casarse.

 

 

 

 

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Tres meses duraron los preparativos de la boda, Momoi, Himuro, Midorima y los recién casados Kuroko y Ogiwara los ayudaron a planear la celebración.

El padrino de Taiga era Midorima Shintarou; y el de Aomine fue Momoi Satsuki; el chico peliverde estaba emocionado, pero claro que ni siquiera lo haría notar, no era nada típico de él, pero Kagami lo sabía, sabía que su mejor amigo estaba feliz por él, pues se notaba en su rostro.

Por otro lado Momoi no era nada buena para ocultar sus sentimientos, por ello mismo, cuando supo de labios de Daiki que éste quería que ella fuera su madrina, saltó y gritó feliz por todas partes.

Ella también compartía esa euforia por ver a los dos chicos casados.

 

 

 

—Acepto. — Mencionó Kagami, mirando tiernamente los ojos azules de su novio frente a él y acariciando con sus dedos ese anillo de oro que acababa de poner en el dedo anular de éste.

—Los declaro esposos, pueden besarse. — Finalizó el sacerdote, a continuación escuchando los gritos de felicidad de los presentes.

Tan pronto como el sacerdote terminó su oración, Daiki, con una enorme sonrisa, se acercó a su, ahora, esposo y lo besó inocente y tiernamente, frente a las personas que se habían congregado para ver su unión.

 

Tan pronto terminó la misa, fueron a un salón jardín, en donde ocurriría la fiesta para celebrar a los recién casados.

No debía especificar que aquella fiesta había sido una de las mejores en la que cualquier invitado haya estado: las personas habían celebrado con bailes, bebidas alcohólicas y buenas pláticas.

 

Parecía que Satsuki había encontrado en Midorima Shintarou un buen y divertido amigo, pues en la mayor parte de la velada, había estado con el megane, platicando cosas interesantes, y parecía que a Midorima le agradaba la pelirrosada, ya que escuchaba atento cada palabra que ella decía.

 

Durante esa velada, Daiki le había regalado toda su atención a su novio, bailaron mucho, hasta el punto en el que el moreno ya sentía cansadas sus piernas.

El rostro de Kagami irradiaba de felicidad; aún no podía creer que hacía más de dos años trataba de no acercarse mucho a Aomine, y ahora era su esposo, ese hombre al que amaba con todo su ser.

 

Cuando esa celebración terminó, ambos se dirigieron al departamento que era de Kagami, pero que ahora compartiría felizmente con su esposo.

Era cierto que la noche de bodas no había sido nada lujosa, sin embargo había sido apasionada y llena de deseo por parte de ambos; llena de caricias y palabras cariñosas a cada momento…

Aquella era su primera vez como esposos y la disfrutaron hasta el último momento.

 

Al día siguiente saldrían de viaje, aprovechando el regalo que el padre de Taiga y los padres de Daiki les habían obsequiado.

Tomaron, a primera hora de la mañana, el viaje hacia Estados Unidos, para ir a Hawaii y  seguir pasando una luna de miel inolvidable, en donde Daiki consintió a su esposo hasta en el más mínimo de los caprichos.

Obviamente el pelirrojo sabía cómo ‘agradecerle’ por esas cosas.

 

 

 

 

 

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El tiempo pasaba; 2 años casados le hicieron saber a Daiki que aquella decisión de decir ‘acepto’ en esa iglesia, había sido la adecuada.

Era cierto que, como en toda relación, había altibajos, sin embargo, ambos habían sabido sobrellevar las malas situaciones.

 

A pesar de que Kagami estaba enfermo, Daiki podía notar que su novio estaba en buenas condiciones.

Cuando Midorima Shintarou terminó sus estudios de medicina, Daiki y Taiga pensaron que sería mejor tenerlo como doctor; así, alguien de muchísima confianza, estaría encargándose del bombero.

 

Era cierto que el pelirrojo aún se resbalaba o tiraba cualquier cosa que tuviera a la mano, sin embargo, acudían al consultorio de Midorima sin falta cada semestre, el peliverde les decía que todo iba bien, pues Taiga se miraba de buena forma; sus reflejos aún eran correctos, su peso no había cambiado, al igual que su masa muscular… parecía que el estar casado le sentaba muy bien.

Shintarou también le especificó a Daiki que a pesar de que Taiga tenía una enfermedad terminal, ésta podía durar muchos años, o por lo contrario, sólo unos meses.

Después de todo, parecía que el bombero iba por buen camino, y el moreno se encargaría de cuidarlo mucho para que el pelirrojo estuviera con él por mucho tiempo más.

 

Sin embargo, nadie estaba preparado para lo que vendría:

A los dos años y medio de casados, Kagami empezó a sentir algunos síntomas nada típicos de su enfermedad: náuseas, vómitos, mucho sueño… fue cuando ambos chicos se preocuparon y decidieron acudir a Midorima.

 

—Estás embarazado. — Fue el diagnóstico, que dejó a ambos chicos perplejos, tratando de asimilar aquella confesión —Tienes dos meses de gestación.

 

Cuando ambos lo entendieron, era obvio que Aomine brincara de felicidad y abrazara y besara a su esposo porque sería padre; Taiga también se había emocionado mucho, pero el rostro de Midorima mostraba desconcierto un poco de miedo… parecía que el que él estuviera embarazado no sería algo fácil.

 

Pero Shintarou decidió no decir nada al respecto, no quería arruinar la felicidad de la pareja, por lo que optó por decirles que necesitaría que Kagami se hiciera unos estudios, para saber que todo marcharía muy bien, pues el estar embarazado no sería algo muy bueno con su condición.

 

Por tres días Daiki había estado muy feliz, todos sus compañeros de trabajo notaron la actitud cambiada del moreno, y aunque insistieron, el peliazul no dijo nada, era una noticia estupenda para él, y no quería que sus conocidos la arruinaran.

 

Cuando Midorima tuvo los resultados de los exámenes hechos al bombero pelirrojo, citó a la pareja tan pronto como fue posible, y allí estaban Taiga y Daiki, sentados frente al escritorio grande del chico peliverde, tomando sus manos tiernamente; con una clara sonrisa grande en los labios del moreno, muy a diferencia de Taiga, quien, por el nerviosismo de su mejor amigo, sabía que algo andaba mal.

 

—No sé por dónde empezar. — Inició el peliverde, sin tener la fuerza de mirar al pelirrojo directo a los ojos.

—Bueno, puedes empezar por felicitarnos. — La animosidad de Aomine era notoria, pero al ver que ni su esposo ni mucho menos su doctor mostraban buena cara, su sonrisa desapareció.

—Sólo dilo… — Taiga habló con seriedad y firmeza, fijando sus orbes en los esmeralda de su amigo, con ello incitándolo a hablar.

 

El continuar y decir la verdad le resultaba demasiado difícil a Midorima, claro, era un doctor que estaba teniendo mucho éxito en su labor, pero eso no quitaba el hecho de que aquellos dos chicos eran sus amigos… uno de ellos el mejor amigo que había tenido…

—Tu embarazo no es nada fácil, Kagami, eso debes imaginarlo. — El pelirrojo asintió con un muy leve movimiento de cabeza; lo había pensado, por su enfermedad sabía que aquello sería difícil. —Ustedes deben decidir qué hacer, si tener al bebé o abortarlo.

 

Aomine frunció el ceño sin comprender a qué rayos se refería el doctor, mientras que su pelirrojo esposo trató de calmarse y escuchar todo lo que Midorima tenía que decir, antes de maldecir a medio mundo.

—¿Por qué hablas de aborto? — Fue el moreno quien mencionó, apretando la mano de Taiga entre la suya.

—El cuerpo de Kagami, junto con su enfermedad, no podrá resistir la gestación del bebé. — Aquella confesión dejó mudos y desconcertados a ambos chicos. —Es la vida de Kagami o la del bebé.

 

Un sepulcral silencio nació en el lugar, Kagami parecía estar menos alterado, pues ya temía que algo así pudiera suceder, sin embargo, Aomine, en cuanto procesó todo lo que Shintarou había dicho, se levantó rápido de su asiento y miró con una mezcla de decepción y negación a éste.

—Debes estar bromeando… Es una jodida broma, ¿Verdad? Tú… no puedes decirnos eso… — su semblante de repente cambió, ahora sus facciones denotaban enojo. —…¡¿Qué clase de amigo eres?! ¡¡Busca alguna solución a esto!!

 

Tanto Midorima como Kagami habían escuchado el dolor con el que Daiki había hablado, aquel tono de voz que estaba por quebrarse hizo que a Kagami se le viniera el mundo encima.

Observaron cómo el moreno se quedaba sin palabras y después daba media vuelta, para dirigirse hacia la salida, cerrando fuerte la puerta tras de sí.

—Lo siento… él… — trató de hablar Kagami.

—No… no te disculpes. No esperaba menos.

 

Kagami bajó la mirada y la mantuvo en sus manos; jugaba nervioso con sus dedos, sin saber qué más decir.

Aquella confesión dolía bastante… más de lo que cualquiera pudiera imaginar.

—Kagami, mírame…— Pidió el megane. —Todo estará bien.

Ante las palabras consoladoras del peliverde, el pelirrojo no pudo evitar morderse el labio en frustración y dejó salir esas lágrimas que desde hacía minutos no podía contener.

No queriendo que su amigo lo mirara llorar, bajó de nuevo la mirada, percatándose de cómo sus lágrimas ahora caían sobre su pantalón.

 

 

 

 

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No hablaron del tema el mismo día que Midorima había dado el diagnóstico, porque sabían que si lo hacían, terminarían más devastados de lo que ya estaban.

 

El día siguiente, Aomine la pasó trabajando en modo ‘automático’, apenas respondía al radio portátil y pidió que le asignaran para patrullar la ciudad, así no tendría que entablar conversación con nadie.

No quería imaginarse por cómo la estaría pasando Taiga… seguro que estaba deshecho por la noticia.

 

Aquella noche llegó a casa más tarde de lo normal; las luces del departamento estaban encendidas, pero Taiga no se encontraba a la vista en la sala, mucho menos en la cocina.

Decidió entrar a la alcoba y allí lo encontró sobre la cama, mirando sus recuerdos impresos en esas fotos que habían guardado hace tiempo en una pequeña caja.

—Llegaste… — Musitó el pelirrojo, tratando de esbozar una pequeña sonrisa, fallando en su intento.

—Lamento llegar tarde, tuve mucho trabajo. — Mintió.

Desató su corbata azul y se la quitó, arrojándola por alguna parte del cuarto.

Kagami odiaba que el moreno dejara su ropa tirada por toda la habitación, pero estaba consciente de que en esa ocasión su esposo no diría nada.

 

—Necesitamos hablar. — Taiga fue el que inició, tomando las fotografías y guardándolas en esa misma caja de donde las había tomado.

Daiki no respondió al comentario, sabía totalmente que debían conversar y tomar una decisión; pero por más que trataba de ser fuerte, no podía… no entendía cómo era que Taiga aparentaba una firmeza sorprendente cuando él se derrumbaría en cualquier instante.

 

Sin más, el moreno se sentó sobre la cama, a un lado de su esposo y prefirió que éste iniciara la plática, cosa que así sucedió.

—Creo que ambos sabemos lo que tenemos que hacer. — Supuso el pelirrojo, alcanzando la mano de Daiki entre la suya y apretándola gentilmente. —Sabes de qué hablo…

—Sí… abortemos.

 

Su mano, que era sostenida por la cálida de Taiga, fue arrojada tan pronto dejó salir sus palabras. Miró aquellos orbes carmesí que amaba y en ellos pudo notar horror y rechazo por sus propias palabras

—Daiki… ¡No! ¡Claro que no! — Kagami parecía de verdad consternado por la respuesta que había dado el moreno —¿Cómo pudiste pensar en eso? — Se levantó de su asiento y empezó a caminar de un lado hacia el otro del cuarto, como con ello queriendo entender las palabras de su esposo. —Daiki, éste bebé es el producto de nuestro amor… no me pidas abo… — Ni siquiera pudo decir aquella palabra, cuando llevó una de sus manos a sus ojos, no pudiendo reprimir las lágrimas que ahora escapaban libres y resbalaban por sus mejillas.

 

Daiki prefirió permanecer en silencio por ese momento; se levantó de su asiento, alcanzó a su esposo y lo abrazó tiernamente, decidiendo que no podía dejar escapar sus lágrimas, aunque éstas amenazaran con salir.

—No quiero perderte. — Habló al oído del otro, percatándose de cómo los sollozos de Kagami iban disminuyendo.

 

Las manos del bombero rodearon el cuerpo de su esposo y correspondió a ese cálido abrazo; las últimas palabras de Daiki parecía que lo habían calmado un poco.

—No seas tonto, siempre voy a estar contigo. — Finalizó, deshaciendo el abrazo para dejar un beso tierno sobre los labios de su amado.

 

Aomine ya no necesitaba decir nada más, parecía que Taiga había tomado la decisión por ambos, y por más dolorosa que ésta fuera, Daiki lo apoyaría en todo momento, porque muy dentro de él, estaba seguro de que esa era la mejor decisión.

 

 

 

 

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Si el policía creyó que el embarazo sería fácil, se había equivocado rotundamente…

 

Era obvio que Kagami renunciara a su empleo, pues ya no podría seguir ejerciéndolo; gracias a su enfermedad, ya no se sentía capaz de salvar a alguien, y en lugar de estorbar a sus compañeros, decidió decir ‘gracias’. Había sido una sabia decisión, que Aomine alababa, pues entendía cuánto, su esposo, amaba ese trabajo de bombero.

 

Los cambios de humor eran otro tema muy peligroso; en un momento Taiga estaba feliz y riendo por cualquier tontería que salía de la boca de Daiki, y al otro momento estaba riñendo con él, por cualquier estupidez, o en el peor de los casos, llorando hasta porque en la película que estaban viendo aparecía un perro sin hogar.

Aquello era de verdad extraño.

 

Pero eso no era todo, los primeros meses el pelirrojo había tenido que cambiar su dieta, pues las hamburguesas, además de que no eran tan sanas, le provocaban muchas náuseas, y luego la comida rápida terminaba en el retrete, gracias a los vómitos repentinos del embarazado.

Y a veces, aunque el de ojos carmesí sabía que no debía consumir tanta comida chatarra, se consentía tomando un litro de helado del refrigerador, sentándose sobre el sillón y comiendo dicho helado como si no hubiera un mañana; al moreno le daba mucha gracia ver cómo Taiga no podía contener sus deseos por comer helado o papas fritas.

 

Por último, pero no menos importante, estaban esos antojos espontáneos que surgían; no importaba qué hora era, Taiga le pedía a su esposo que fuera a comprar cosas extrañas, mandándolo a conseguir esos antojos por todo Tokio.

¡Era un terror para Aomine el que su esposo se levantara a las 4 de la mañana pidiendo helado en pleno invierno!

Para su suerte esa etapa pasó, y cuando menos lo esperó, ya estaba durmiendo como bebé durante toda la noche.

 

Muy seguido eran visitados por sus amigos, en especial por Himuro y Satsuki, quienes cada día llamaban o mandaban mensaje para saber cómo iban las cosas con ellos.

Aomine tuvo el valor de disculparse con Midorima por la escena que hizo cuando el doctor dio el diagnóstico. Como era de esperarse, el peliverde no tenía nada que perdonar, comprendiendo que había sido sólo los ánimos del momento. Ese chico peliverde también los visitaba los fines de semana, pues con su trabajo ocupando todo su tiempo, para él era algo difícil.

Aunque en menor medida, Kuroko y su esposo también los visitaban, dejándoles saber los buenos deseos a ambos.

 

Cuando se dieron cuenta, el tiempo había pasado muy rápido; después de todo lo que habían pasado, parecía que Daiki estaba más emocionado cada día.

Al séptimo mes del embarazo de su esposo, ya había adecuado uno de los cuartos del departamento y lo había decorado con cosas de bebés, había comprado la pequeña cuna y todo lo que necesitarían para cuando naciera.

Kagami no debía decir en voz alta que el entusiasmo de su esposo era formidable, aquello lo hacía sentirse cada día mejor.

 

Fue al octavo mes en el que las cosas comenzaron a tensarse, y es que Kagami, estando solo en casa, empezó a sentir un dolor fuerte.

Sin perder tiempo, y recordando que Midorima le había comentado que ante cualquier dolor, acudiera deprisa al hospital, alcanzó su teléfono celular, digitando el número de su esposo, quien respondió al instante.

Aomine, tras enterarse, dejó su trabajo botado y acudió hacia su departamento; cuando llegó allí miró a su pelirrojo esposo recostado en el sillón, claramente tratando de soportar aquellos dolores que a cada minuto eran más fuertes.

 

Con cuidado le ayudó a salir de la casa, bajar por el ascensor y subir a la patrulla, que el moreno se había tomado la molestia de pedir prestada.

Con nerviosismo, pero con cuidado condujo por las calles, con Kagami en el asiento trasero, tratando de no gemir de dolor para no poner más nervioso a su esposo.

 

Cuando llegaron al hospital, notaron que Midorima se encontraba frente a la puerta, claramente esperándolos; cuando Kagami descendió del auto, lo primero que hicieron fue llevarlo a la sala de urgencias, para verificar su estado de salud y saber el porqué de los dolores, pues aún faltaba poco más de un mes para que Kagami diera a luz.

 

Era obvio que no dejaran entrar a Daiki a la sala de urgencias, así que con todo el nerviosismo del mundo, se sentó en un asiento en la sala de espera, esperando que no pasara mucho tiempo en el que Midorima apareciera y le dijera qué estaba pasando.

 

Después de al menos una hora, por fin el doctor de cabellos verdes se dejó mostrar, y Daiki, de inmediato se le acercó, con esos ojos de dolor e incertidumbre que no podía dejar de mostrar.

—¿Cómo está? — Cuestionó. Notando cómo el más alto lo miraba fijamente

—Tenemos que operarlo, hubo una complicación en su embarazo... — Hizo una pequeña pausa, sin imaginar cómo reaccionaría el moreno. —…el bebé nacerá antes de tiempo.

 

A Aomine no le dio tiempo de preguntar nada más, pues una enfermera interrumpió la plática, diciéndole a Aomine que lo solicitaban urgentemente en el quirófano.

 

Allí quedó el moreno, mirando cómo el doctor peliverde se perdía a su vista.

Debía ser fuerte, no sólo por una persona, sino por dos… por su esposo y por su hijo.

Estaba decidido.

 

Suspiró hondo, tomó su teléfono celular y empezó a llamar a sus amigos, al menos ellos podrían darle apoyo moral… ese mismo apoyo que necesitaba desesperadamente.

 

 

 

~*~

 

 

 

Habían pasado cerca de hora y media, desde que el pelirrojo había sido ingresado al quirófano, y Aomine, durante todo ese tiempo, no había podido sentarse… caminaba de un lado a otro de la sala de espera, pidiendo a todos los cielos porque el doctor apareciera y les diera buenas noticias.

Satsuki, Himuro y Kuroko habían llegado al hospital, después de recibir la llamada del moreno, trataban de darle apoyo y hacerle saber que todo estaría bien y que tanto Taiga como el bebé se encontrarían en buenas condiciones.

 

Por fin, después de lo que pareció muchísimo tiempo para Daiki, Shintarou apareció; parecía estar tranquilo, y eso era una buena señal.

—Kagami está bien. — Anunció, antes de que alguno de los presentes le preguntara algo. —Lo tendremos en observación un par de días, pero está en buena forma.

Parecía que Daiki y los otros tres amigos habían suspirado en alivio, pero el moreno no pasó por alto algo muy importante.

—¿Cómo está el bebé?

 

 

 

 

~*~

 

 

 

Los ojos carmesí de Kagami se abrieron lentamente; veía todo borroso, su cuerpo se sentía demasiado pesado y sus párpados parecían cerrarse sin su consentimiento.

Sintió una mano enredada a la suya, y con dificultad giró su rostro, notando ese hermoso cabello azul, esos ojos zafiro y esas adain rojas.

Vislumbró también la hermosa sonrisa de su esposo, llenándolo de felicidad y esperanza.

—Hey… ¿Cómo estás? — Susurró Aomine, notando que al pelirrojo le costaba trabajo mantener los ojos abiertos.

—Mmmmh…. No siento mi cuerpo… —Confesó, tratando de mover sus piernas en vano. —…Tengo mucho sueño.

—No te preocupes, es normal, debe ser la anestesia.

 

Un suspiro salió de su boca ante las palabras de Daiki; ahora lo recordaba a la claridad: lo habían operado, y lo último que había escuchado en el quirófano era la voz de Midorima, diciendo que debían sacar al bebé tan pronto como pudieran.

Ante ese último recuerdo, sus ojos se abrieron con sorpresa, y aunque no podía mover sus extremidades, sí pudo mirar fijamente a los ojos de su esposo.

—El bebé… ¿Cómo está el bebé? — Su voz sonaba alterada, pero calmó sus pensamientos cuando sintió cómo la mano morena sobre la suya lo apretaba con un poco de firmeza.

—Está bien, Taiga. — Fueron las palabras de Aomine. —Nació prematuro, Midorima dice que estará a revisión por una semana, pero él cree que el bebé se ve muy bien, a pesar de que es prematuro. — Daiki se levantó de su asiento y acarició los cabellos rojos de su esposo. —Lo hiciste bien, Taiga. — Finalizó, acercando sus labios a la frente de Kagami, depositando un beso tierno.

 

Suspiró en alivio al escuchar la confesión de su peliazul esposo; se sentía más tranquilo, más reconfortado… y silenciosamente dio gracias por ese hombre maravilloso que estaba junto a él, tomando su mano fuertemente, sin dejarlo escapar.

—Te amo. — Dijo sin pensar, sintiendo que sus labios se curvaban en una sonrisa sincera.

Sintió nuevamente que sus ojos pesaban, y sin luchar más contra esa sensación, los cerró, escuchando por último un “también te amo”, de parte de Aomine, antes de dormir nuevamente.

 

 

 

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Una semana entera… una semana entera había pasado para que los felices padres pudieran tener a su bebé en sus brazos

Kagami fue el primero en recibirlo en brazos, sonriendo al instante en el que lo sostuvo.

Era demasiado pequeño, en su opinión; cabello azulado, como el de Daiki, piel blanca, y por un segundo, Taiga pudo ver esos ojos color carmesí…  era impresionante lo que hacían los genes.

 

Kagami no debía ni siquiera imaginarlo, pues se notaba en el rostro de su esposo la felicidad que irradiaba de él. Estaba seguro de que el moreno sería un padre ejemplar.

—¿Has pensado en algún nombre para él? — Preguntó Daiki, mirando con ternura a las dos personas que significaban todo para él.

—Sí… Ryo. — Delató, sin dejar de mirar cómo su pequeño bebé dormía en sus brazos. —¿Pensaste en otro nombre? —Pero el moreno negó con la cabeza ante el cuestionamiento.

—Ryo es perfecto.

 

 

 

 

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Conforme pasaban los días, Ryo se veía mejor, dormía todo el día, sin embargo había ganado peso.

Los amigos de ambos, muy seguido, llegaban al departamento para visitar a la familia; pasaban un buen rato arrullando al pequeño o simplemente mirándolo dormir.

Aunque ni Taiga ni Daiki pidieran ayuda, Himuro Tatsuya diario iba a apoyar, pues con la enfermedad de Taiga avanzando poco a poco, sabía que no era fácil para su hermano lidiar con la situación.

 

A pesar de que en un principio Daiki se negó, se dio cuenta de que, conforme pasaban los días, Taiga se veía diferente… su salud se iba deteriorando, así que tuvo que aceptar la ayuda que su cuñado le ofrecía.

 

No era fácil para Daiki, pues cada día tenía que salir de casa y despedirse de un pelirrojo que trataba de poner su mejor cara, para que él no se preocupara.

Pero los estudios que había hecho Midorima después del parto no mentían: la salud de Kagami estaba desgastándose más rápido de lo normal.

 

Eso no era todo, Himuro notaba cómo era más frecuente el que Taiga tirara cosas al piso, el que no pudiera alimentar correctamente a su bebé, o incluso el que se tropezara y cayera al piso, adoptando una frase habitual: “Lo siento, hoy me siento un poco torpe”.

 

 

 

3 meses después de que Ryo naciera Taiga ya no pudo cuidar más de su hijo, por miedo a que el bebé cayera de sus brazos.

Aquella ocasión lloró desconsolado, pensando que estaba siendo una carga tanto para su esposo como para su hermano.

El hecho de tener que depender de alguien para cuidar a su hijo era demasiado frustrante para él; por suerte tanto el peliazul como Tatsuya le dieron ánimos… Taiga no debía deprimirse, mucho menos en ese estado.

 

A pesar de todo lo malo, Daiki siempre se las ingeniaba para llevar a su esposo a varios lugares de Tokio; esas citas le inyectaban mucha fuerza anímica y de voluntad al pelirrojo.

 

 

Fue a los 7 meses de edad que Ryo dijo su primera palabra: ‘Tai’, y es que escuchaba bastante cómo su tío y su padre policía decían mucho esa palabra.

Sobraba decir que Kagami se puso en extremo feliz por la palabra, en una voz tan tierna que había escuchado de su hijo.

Después de aquello, al pequeño bebé de cabellos azules se le hacía fácil decir una y otra vez esa palabra que ponía felices a todos.

 

 

 

Después de esos 7 meses, todo comenzó a ir en declive.

 

 

 

 

Kagami comenzó a bajar de peso… ya no tenía ese apetito que asombraba a todos, su piel comenzaba a verse más pálida y sus músculos se iban deteriorando más.

 

Midorima, después de otro par de estudios que le había hecho a Kagami, llegó a la conclusión de que éste necesitaría silla de ruedas, pues los músculos de sus piernas ya no estaban respondiendo de buena forma.

Y aunque Taiga sabía que esa medida era la mejor, no podía dejar de sentirse devastado.

 

Pero, a pesar de todo, se había hecho un propósito a él mismo, y ese era no dejar que su ánimo decayera tanto como para entrar en depresión; porque tenía una familia que confiaba en él… una familia que quería verlo bien.

 

—Te admiro por ser alguien fuerte. — fueron las palabras que salieron de la boca de Daiki ese mismo día.

Después de esa confesión, Aomine lo abrazó tan fuerte, intentando transmitirle fuerzas a su esposo, sin saber si lo había logrado.

 

 

 

 

~*~

 

 

 

 

 

Era una noche calurosa de verano, Daiki había organizado otra cita; sabía de un lugar que su esposo adoraría y al que ambos, ya no habían ido desde hacía mucho.

 

 

Lo llevó a esa cancha de básquetbol callejera, justo donde lo había conocido y donde se había enamorado de él.

Creía que ese lugar era emblemático para su relación, pues ahí habían pasado demasiadas cosas, tanto como amigos, como de novios.

 

Kagami estaba tan sumido en sus pensamientos, cuando sintió cómo su esposo ponía la pelota de básquetbol sobre sus manos.

—Vamos a jugar. — El moreno mencionó con una gran sonrisa.

—Tch… idiota. ¿Te estás burlando de mí? — Aquella oración no había sonado con molestia, pues el pelirrojo había entendido el sarcasmo.

Sin decir nada más, le entregó el balón al otro chico.

—Éste lugar será sólo para nosotros hoy.

 

Un pequeño silencio se hizo presente, y es que la mente de Kagami estaba divagando, pensando en todas esas cosas lindas que había pasado al lado de su novio en ese mismo lugar.

 

Recordó la forma estupenda en la que el moreno jugaba.

—Quiero verte jugar. — En voz baja mencionó, girando un poco su rostro y fijando su mirada en el otro chico.

De inmediato una mirada de reto en esos ojos zafiros se mostró.

—Ohh… ¿eso es un reto?

 

Sin que ninguno dijera más, Daiki caminó hacia el centro de la cancha y empezó a rebotar el balón.

Era cierto que hacía mucho que no jugaba, sin embargo, eran movimientos que estaba tan acostumbrado a hacer, que podía, hasta con los ojos cerrados, crear.

 

Kagami miró cómo su esposo driblaba el balón, cómo pasaba la pelota entre sus piernas, cómo la aventaba sobre su cabeza, hasta hacer un tiro sin forma que a él tanto le impresionaban… y le seguían impresionando esos tiros…

Cómo deseaba jugar en ese momento, cómo deseaba sentir la adrenalina de un juego contra Aomine, cómo ansiaba sentir ese sudor resbalar por su piel y vislumbrar la mirada de euforia de su esposo al enfrentarse a él.

 

Sintió cómo el dolor llegaba a su pecho. En esa silla de ruedas le era imposible jugar, y se dio cuenta de las cosas importantes que esa maldita enfermedad le había quitado.

 

—¿Estás bien, Taiga? — Mencionó Daiki.

Cuando volvió a la realidad, notó cómo una pequeña lágrima rebelde había escapado por su ojo; con premura la limpió, tratando de aparentar que no era nada.

—Lo siento; es sólo que recordé muchas cosas.

 

Aomine sólo denotó una mirada de nostalgia; él también recordaba todas esas cosas vividas, y dolía saber que jamás volverían a estar de la misma forma.

—Hey. ¿Quieres escuchar un secreto? — El moreno se acercó a su esposo, cuando estuvo frente a él, se puso en cuclillas, para estar a su altura. Kagami asintió con la cabeza a las palabras. —Fuiste tú quien me hizo amar de nuevo el básquetbol.

 

Aquella tristeza en el cuerpo de Kagami había desaparecido por completo, dejando lugar a esa tranquilidad y esa satisfacción que dicha confesión había causado.

 

 

Después de algunos minutos, en los que Daiki siguió impresionando a su esposo con su juego, el policía creyó que era momento de comer algo.

Se sentaron sobre una manta en el poco césped del lugar, el moreno incluso había llevado la comida favorita de su esposo: hamburguesas. Estaba seguro que le encantarían, pero parecía que Kagami, como últimamente era costumbre, no tenía apetito alguno.

 

—¿Por qué no estudias para ser detective? Ese es tu sueño, después de todo. —Sorprendió Taiga con su comentario, haciendo que el moreno lo mirara perplejo.

Creía que ese tema había quedado en el olvido desde hacía más de un año, pero Kagami aún pensaba en él, y en lo que haría a partir de ahora.

—Bueno… no lo sé… yo… no estoy seguro.

Taiga tomó gentilmente la mano el otro entre la suya, obsequiándole una sonrisa tierna, de esas que no había mostrado en varios días.

—Sé que podrás hacerlo.

 

Esas palabras habían sido tan esperanzadoras, que hizo que una alegría inundara el pecho de Aomine.

No tenía nada que perder con intentar estudiar criminología para ser un buen detective.

Porque si Kagami creía en él, Daiki haría lo imposible por hacerle saber que no se había equivocado en esa decisión.

 

 

 

Después de la cita fueron directo a casa; Taiga la había pasado tan bien; el que su esposo lo siguiera enamorando después de todo ese tiempo significaba demasiado.

Cuando llegaron al departamento, Daiki abrió la puerta y tanto Himuro como el bebé Ryo de 8 meses de edad los recibieron con unas grandes sonrisas.

El pequeño niño de cabellos azules empezó a nombrar a su padre pelirrojo, estirando sus brazos, pidiendo que lo cargara; sin importarle que estuviera sobre esa silla de ruedas, y con fascinación, el pelirrojo no se hizo de rogar.

 

—Bienvenidos. He preparado la cena. — Himuro habló, yendo a la cocina para ver que todo estuviera en orden.

Aunque la pareja de esposos ya había comido algo en su cita, no pudieron declinar la oferta del pelinegro, así que sólo aceptaron.

Kagami, con su pequeño en brazos, se acercó a la mesa, mientras Daiki ayudaba a poner los platos.

 

El pelirrojo simplemente simuló comer, pues no  podía hallar el apetito para comer en ese momento.

—Tatsuya… creo que debo agradecerte por todo lo que has hecho por nosotros.

La oración que había dicho el pelirrojo dejó con un poco de estupor al pelinegro, quien miró fugazmente a Daiki, y regresó la vista hacia su hermano.

—Taiga, sabes que no tienes nada que agradecer. Es un placer para mí.

—Sabes… quisiera que siguieras cuidando de ellos.

 

Si había pensado que las anteriores palabras de Kagami habían sido extrañas, ésta vez, esa última confesión lo había dejado con una extraña punzada de dolor; no sólo a él, sino también a Daiki, quien miraba con aturdimiento a su esposo.

—Taiga… ¿Por qué me dices eso?

—No lo sé, sólo quería decírtelo. — Hizo como si nada pasara, y siguió jugando con su comida.

 

Después de ello, la cena pasó con una sensación extraña en el pelinegro y el policía.

Cuando dieron las 9 de la noche, Himuro pensó que era momento de retirarse, se despidió de Daiki y su hermano y fue hacia donde su sobrino, dándole un par de besos y diciendo que lo vería mañana, para hacerle esa papilla de manzana que tanto le gustaba.

 

Mientras Daiki lavaba los platos de la cena, Kagami arrullaba a su pequeño, para que éste se durmiera, pues había tenido un día demasiado largo.

Poco a poco el sueño venció a Ryo, y cuando el pelirrojo creyó que estaba completamente dormido, fue a dejarlo en su cuna.

—Mi Ryo… papi te ama. — Dijo, tomando su pequeña manita y depositando un beso dulce en ella.

 

 

Era hora de dormir, y sin que Daiki se lo pidiera, como era una costumbre, se retiró a su alcoba, a esperar a su esposo, quien no tardó mucho tiempo en darle el encuentro.

La actitud de Aomine había cambiado en ese momento, era como ver al joven Daiki de 24 años, quien se había enamorado el pelirrojo.

 

Empezó a despojarse de su camisa, desabotonándola lentamente y dejándola caer, mostrando su piel chocolate a su esposo, quien sólo admiraba la vista.

Daiki no había enfocado sus ojos en los del otro ni un segundo, era claramente un juego de provocación.

 

Prosiguió a desabrochar su cinturón y dejar caer el pantalón al suelo.

—Así que… ¿Te gusta lo que ves? — El tono juguetón de Daiki no se hizo esperar, y ante esas palabras una gran sonrisa se instaló en los labios del pelirrojo.

—Tch, sabes que no podemos hacer nada. — La decepción se escuchó en el tono de su voz. Y no era que no quisiera, era el simple hecho de que ante tal esfuerzo físico, los dolores en los músculos de Taiga aparecían.

—Lo sé. Sólo estoy mostrándote mi cuerpo de dios.

El pelirrojo no evitó soltar una pequeña risa ante el comentario. No iba a decirlo en voz alta, pero era cierto, su esposo tenía un cuerpo de ensueño.

 

 

Sin más rodeos, Aomine se unió a su esposo en la cama, se metió bajo las sábanas y envolvió en un abrazo tierno al pelirrojo, no sin antes dejar sobre su frente un beso tierno.

—No estuviste tan mal en esa cancha. — Musitó el pelirrojo, recostado sobre el pecho de su esposo.

—Lo sé. Soy maravilloso. — Bromeó, llevando su mano hacia el cabello sedoso pelirrojo, acariciándolo.

—Daiki… te amo…y siempre te amaré. — Se estiró lo suficiente hasta que sus labios se apoderaron de los del moreno, besándolo tiernamente, dejándole saber todo el cariño y devoción que sentía por él.

 

No entendía qué era lo que estaba pasando, por qué su esposo se estaba comportando extraño y diciendo cosas raras.

Suponía que había tenido un día difícil; no lo culpaba, después de todo su cuerpo apenas podía soportar una cita de esa forma.

Dejó de pensar y abrazó fuerte a su alma gemela, no le importaría dormir en esa posición un poco incómoda, con tal de tener a su pelirrojo esposo en sus brazos durante toda la noche.

 

 

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente, sabría el porqué del comportamiento extraño de su esposo el día anterior…

Esa mañana… el corazón de Daiki se deshizo… algo en él murió por completo… no podía sentir la calidez de su esposo, no podía ver sus adain rojas… esas adain en su espalda adoptaron un nuevo color: negro.

 

Esa mañana lloró desconsoladamente…

Esa mañana fue la peor de su vida…

Ya no estaba esa persona que lo saludaba al despertarse… que le preparaba el desayuno… que lo reñía por dejar tirada su ropa por toda la casa… que le regalaba una sonrisa sincera… que lo amaba…

 

Aquella maldita enfermedad por fin había vencido a su alma gemela…

 

Ahora… ¿Qué le diría a su hijo? ¿Qué podría decirle cuando Ryo preguntara por “Tai”, como comúnmente le llamaba? ¿Cómo le explicaría a su pequeño hijo de 8 meses que su papá ya no estaría con ellos?

Y lo más importante… ¿Cómo lidiarían ambos con el dolor?

 

Se preguntaba una y otra vez por qué el destino había sido tan cruel con él… primero ilusionándolo desde niño cuando sus adain cambiaron a ese color carmesí, luego llevándose a su alma gemela…

Era una injusticia…

 

 

 

 

 

 

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Todos los amigos y familiares acudieron al funeral; hubo lágrimas y condolencias por todas partes.

Daiki siempre estuvo usando esas gafas negras, no quería que nadie viera lo rojo de sus ojos por haber llorado tanto.

 

Uno a uno los presentes fueron retirándose, hasta que hubo una persona que se acercó a él, para darle sus condolencias.

—Lo siento, Aomine… sé lo que se siente. — Habló Midorima Shintarou, intentando ser fuerte y no llorar frente al moreno, pues lo último que éste necesitaba era otra persona llorando frente a él.

—¿Cómo lo haces? — El moreno no miró al otro chico, sus ojos permanecían en esa lápida a sus pies. —¿Cómo haces para no sentir tanto dolor? ¿Cómo hiciste para superarlo?… — Comenzó a cuestionar, sintiendo que sus lágrimas nuevamente caían por su rostro. —¿Cómo hago para no sentir éste dolor que me está matando?

 

El peliverde osó acercarse al moreno y abrazarlo fuerte, intentando darle la fuerza que, claramente, le faltaba.

Escuchó cómo los sollozos de Daiki se hacían cada vez más notorios; sabía que una parte del duelo era llorar todo lo que debía llorar, y el megane simplemente dejó que el peliazul llorara sobre su hombro, esperando que con eso pudiera desahogarse, aunque sea un poco.

—Saldrás adelante… lo harás. — Finalizó, sin saber si el otro chico lo escucharía.

 

 

 

 

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“Cuando te sientas adolorido, mira de nuevo en tu corazón, y podrás ver que estás llorando por lo que debería ser tu gran disfrute”

—Kahlil Gibran

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caminaba de la mano de su pequeño peliazul de casi 4 años de edad, ese infante que se había convertido en todo en su vida.

El viento soplaba gentil y el ambiente era cálido, pero no caluroso.

Las hojas de los cerezos caían con lentitud abrumante de los árboles.

En definitiva era un hermoso día…

 

—Llegamos, Ryo. — Habló, sin soltar la mano pequeña entre la suya, notando sobre él esos ojos color rubí que brillaban de felicidad.

Un pequeño movimiento bastó para que soltara la diminuta mano y el pequeño peliazul corriera por el pequeño camino, hasta llegar a su destino.

—¡Papi Taiga! — Gritó eufórico el pequeño, poniéndose de cuclillas y dejando sobre la lápida el pequeño ramo de flores que él mismo había cortado del jardín de un vecino. —Mira las flores que te traje, son tan lindas, como tú.

 

Alcanzó a su pequeño hijo y no pudo evitar leer las letras sobre la lápida ‘Aomine Taiga’.

Pudo sentir cómo su corazón amenazaba con sentir agobio y desconsuelo… no era para menos.

—¡Papi! Dile eso importante que debías decirle a papá Taiga. — Anunció el pequeño, con una sonrisa enorme.

Daiki no quería que el ánimo de su hijo cambiara, así que trató de poner la mejor cara posible.

—Es cierto, tienes razón. — Se inclinó y se colocó en cuclillas, tal y como su pequeño lo había hecho momentos antes. —Adivina, Taiga… por fin terminé mis estudios en Criminología… están a la espera de ascenderme al departamento de detectives.

Ryo animó a su padre, a pesar de que ya sabía la buena noticia.

 

Había sido muy difícil, debía admitirlo… pero el recuerdo de su esposo pelirrojo lo había animado en los momentos en los que estuvo a punto de desistir.

No había sido tan fácil ser padre, trabajar y estudiar al mismo tiempo, sin embargo podía decir que lo había logrado con éxitos… un éxito que también era atribuido a Taiga, pues fue él quien lo había orillado a cumplir uno de sus sueños.

 

—Cariño, no sabes cómo me gustaría que estuvieras aquí para verlo…— Esas simples palabras habían hecho que los ojos de Aomine comenzaran a formar esas lágrimas que prometió que no derramaría ese día.

—Papi…— Susurró Ryo, levantándose y abrazando al mayor para brindarle confort.

—Lo siento, Ryo. — Se disculpó, limpiando con la manga de su ropa las pocas lágrimas que habían escapado de sus ojos.

—Está bien papi… lloras porque extrañas a papá Taiga, y porque aún lo amas mucho.

Una pequeña risa sincera dejó escuchar ante la oración de Ryo… ese pequeño era muy inteligente.

—Tienes razón.

 

Después de más de 3 años en los que su esposo se había ido de su lado, Aomine aún no se acostumbraba a ver el color negro en sus adain, sin embargo, daba gracias cada mañana por ese hombre pelirrojo que le había dado el mejor motivo para seguir adelante, y ese motivo era su hijo.

 

—No pensé en encontrarlos aquí. —Una voz se escuchó a lo lejos, a lo que los dos peliazules giraron el rostro para mirar de quién se trataba.

—¡Tío Midorima! — Gritó el infante, corriendo a saludar al megane peliverde, a quien no veían desde hacía un par de meses.

Shintarou saludó con cariño a Ryo, luego acercándose a Aomine y saludándolo casualmente.

Se agachó frente a aquella lápida y dejó un ramo de rosas blancas, sonriendo a aquel mármol.

—Lo has hecho bien todos éstos años, Aomine. — Dijo al momento en el que se levantaba de nuevo. —Seguro que él está muy orgulloso de ti.

El moreno sólo respondió con un “gracias” casi inaudible.

 

Permanecieron en ese lugar por una media hora, poniéndose al tanto de la vida del otro y mirando cómo Ryo jugaba con las hojas de cerezo que un árbol cercano dejaba caer

Durante esos 3 años, Midorima trató de estar al pendiente de Aomine y Ryo, por lo cual habían creado un vínculo de amistad más grande, algo que ninguno de los dos había imaginado.

 

—Es hora de irnos, Ryo. — Daiki habló fuerte, y el pequeño, al instante, hizo caso a las palabras de su padre.

—Oye, qué te parece si vamos a almorzar algo, yo invito. — El peliverde sugirió tan pronto como pudo; la verdad era que quería pasar más tiempo con los dos peliazules, ya que su trabajo como médico aún acaparaba gran parte de su tiempo.

—¡Yo quiero hamburguesas de queso! — Ryo fue el siguiente en hablar, haciendo que tanto su padre como el peliverde rieran.

—No me sorprende, eres idéntico a tu padre. — El megane comentó, y no… no se refería a Daiki.

 

Así el trío se fue retirando lento de ahí, ahora con destino a Maji Burger, donde pasarían un buen momento.

Daiki, después de esos 3 años aún sentía tristeza, pero también sentía esperanza en todos sus proyectos futuros… sentía que Taiga estaba allí a su lado, luchando por esos objetivos, y festejando esos éxitos…
No se sentía solo, mucho menos cuando podía sentir ese carisma que le había heredado a su pequeño hijo, quien se había convertido en la segunda luz de su vida.

 

Te veré al final del camino… Taiga… por lo mientras, vela por mí.”

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

 

 

Por si se lo preguntan, no tengo un nombre para la enfermedad de Kagami, pues por más que estuve buscando, ninguna enfermedad terminal se adecuaba a mi historia (o será que no supe buscar bien)

Si sufriste o lloraste… déjame decirte que no me arrepiento :v (¿) la historia fue planeada así desde el inicio, que no quise terminarla de otra forma.

 

No aparecieron ni los padres de Taiga ni los de Daiki porque no quería ahondar mucho en ellos, además de que sería escribir más de la cuenta, y ya no tenía tiempo para ello.

Lamento si piensan que hay lapsos de tiempo que no describí bien o que pasaron muy rápido, de verdad que mi poca inspiración no me ayudó con los momentos cruciales.

 

Por último, si estás leyendo esto, mil gracias por llegar hasta aquí, espero que la historia haya sido de tu agrado, de lo contrario, también puedes hacérmelo saber :)

Y aquí terminó mi participación en las fechas decembrinas, ahora vamos por otra convocatoria muy pronto!!!

nos vemos! ♥

 

 

 


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