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I'd Come For You por Sly_D_Cooper

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Notas del fanfic:

Este escrito no está basado en el anime/manga de Yu-Gi-Oh!, para más curiosidades, el título del one-shot viene a ser un tributo a la canción de I'd Come For You de Nickelback.

Notas del capitulo:

Inspirado en la canción de I'd Come For You de Nickelback, de ahí el título.

Simple, entendible, ¿Lógico? Sí, tal vez esas eran las palabras que encajaban ahora.

Yugi creyó que, llevando a Atem a Egipto para que recuperase sus memorias, ayudaría. Y aún se acordaba de la reacción del faraón nada más poner un pie en Luxor, la que antiguamente fue conocida como Tebas. Todavía quedaban varios palacios que se mantuvieron en pie durante cinco milenios, pirámides, esfinges, obeliscos, templos funerarios e incluso cementerios de aquella época. Esa imagen de Atem no se le iba de la cabeza al muchacho. Ver al faraón mirando por todas partes, e incluso cuando cerró los ojos para aspirar aire, y así oler su tierra. En su expresión pudo leer algo como: “estoy en casa”.

E ir al palacio donde él se crió y reinó… Fue algo todavía más curioso para Muto. Sin embargo, él no dudaba que la actitud que pronto fue tomando el egipcio, pasaba a ser cada vez más dolorosa… Cuando Atem recordaba, cada memoria que obtenía, que hallaba, que recuperaba… Era un paso más para que se alejara de todos ellos, incluyéndole a su propia persona. Yugi pensó que tal vez podría soportarlo, ¿Era normal, no? El faraón… Estaba regresando, estaba… Volviendo a ser él, encontrándose con su propia esencia. Pero lo que no imaginó es que Atem fuera a ser tan y tan distante. Sin embargo, lo que le sorprendió sin duda, es que… El joven muchacho, era la reencarnación de Heba.

Él: Yugi Muto, fue, era y seguía siendo pues el hermano menor del egipcio. En aquél momento, cuando todos se enteraron de ello, no supo reaccionar al abrazo tan cálido que Atem le brindó en ese momento mientras no dejó de llorar de una manera tan intensa como aquella. En esos instantes, Yugi pensó que tal vez las cosas mejorarían pero, una vez más: se equivocaba de lleno. Al parecer, los problemas no hicieron más que surgir uno detrás del otro, un… ¿Efecto cadena? ¿O mejor un efecto dominó? No lo sabía con seguridad pero, ahora las cosas con el faraón eran tan, tan inmensamente distintas…

Era consciente que en el pasado, Heba llegó a ser lo más importante para Atem pero, ¿Entonces eso ahora no significaba que al ser su reencarnación, eso no había cambiado? Pues, al parecer… Para el egipcio sí y si no era así, es que entonces le ocultaba algo, el por qué… Ese por qué, que tanto deseaba saber. Y recordar las palabras de la madre: Ast, ahora tenían más sentido que nunca…

“Las memorias traerán consigo la apertura de una brecha que abierta, harán surgir las cadenas del abismo que atarán sus alas”.

Cuando Ast le dijo aquella frase en un “sueño”, Yugi sólo se quedó confundido y sin saber a qué se refería la mujer, la que fue su… Madre en el pasado. Cuando Atem y él hablaron sobre que la madre no era un simple recuerdo, ambos estuvieron de acuerdo en ello y que entonces algo no les encajaba. Fue entonces que en Egipto lo supieron… Como no, ¿Para qué se extrañaba? Egipto era el lugar al que Atem siempre necesitó volver para recuperar sus recuerdos… Porque era el lugar donde estaban sus memorias, ellas le estuvieron esperando durante mucho, mucho tiempo.

Pero, aunque en parte Yugi yacía feliz, una parte de él se arrepentía y por ello se sentía fatal… Se arrepentía porque las memorias habían afectado de sobremanera al faraón y éste comenzó a ser cada vez más y más distante, a tal punto que… La mayoría de las veces lo alejaba de su persona. Yugi no paraba de pensar que tal vez, de no haber llevado al faraón a Egipto, todo esto se podría evitar, para luego darse cuenta que se equivocaba porque… De una u otra manera, Atem habría recuperado su todo, su esencia, sus vivencias… Y esta situación habría tenido lugar de igual forma. Lo único que Muto habría conseguido habría sido alargar las cosas.

Él mejor que nadie sabía que, en estos momentos, lo que el faraón necesitaba era… Ayuda, ayuda y paciencia. Había vuelto a ser él. Debía de asimilarlo todo, e incluso de ordenar sus propios sentimientos, ya que hasta su estado de ánimo se había vuelto muy inestable. Era visible, a ojos de cualquiera lo suficientemente cercano a él lo cuánto le había afectado a Atem todo esto. No obstante, Yugi era el único consciente en percibir que una oscuridad tenía atado de manos y pies al egipcio, que éste estaba hundido en un mundo lleno de tinieblas por razones que aún desconocía. Atem no siempre soñaba con sus recuerdos y era difícil saberlo.

Pero Muto mismo se comunicaba con Ast a través de dicho mundo… Ella siempre aparecía en sus sueños, para ayudarle. Y era algo que agradecía, porque necesitaba información, ideas, una manera de poder llegar hasta Atem y sacarlo de donde quisiera que estuviera. Y fue cuando Ast misma se lo dijo… Aquél día, cuando dormía…

- Naciste en Tebas un año después de Atem, prácticamente os criasteis juntos, siempre permanecíais unidos. Para él, lo fuiste todo. Eras su hermano pequeño, la luz de sus ojos, aquello que él más quería. – Le explicaba aún sabiendo que no se encontraba en la realidad, sino en el mundo que Morfeo, según la mitología griega: gobernaba. – Aunque actualmente te llames Yugi, sigues siendo Heba. Nada en ti ha cambiado, ni siquiera tu aspecto.
- Ósea que mi aspecto sigue siendo… El que era… ¿No? – Se miró a sí mismo para luego volver a fijar su mirada en la mujer, viéndola asentir. – Pero, hay algo que no entiendo… Si se supone que lo fui todo para el faraón… Entonces, ¿Entonces por qué actúa así? ¿Por qué me trata como si me odiara? – Bajó la cabeza. – Realmente no lo comprendo, de verdad que no… Y por más que lo intento, Atem no permite que me le acerque, de hecho, casi siempre rechaza mi compañía e incluso… - Desvió los ojos a otra parte. – Incluso me exige que no le dirija la palabra… Y me duele. Sé que él… No es así, ése… Ése no es Atem. Nunca ha sido así conmigo.
- Tienes razón. Atem no ha sido así siempre. Hay una razón especial por la cual él cambió drásticamente. – Al oírla, Yugi suspiró. – Es algo que debe contarte por sí mismo, yo no puedo decírtelo pero sí darte una pista. – Caminó hacia el joven, aprovechando que se alzó para observarla. – Eres su hermano pequeño, a pesar de que hayan transcurrido cinco milenios, sigues siendo su hermano y créeme Yugi… - Hizo una pausa, para sonreírle con una enorme dulzura, acariciando sus mejillas con sus manos. – Para Atem, lo eres todo. Aunque parezca que él te odia, créeme: tiene un motivo importante para hacerlo. Eres el centro de su vida, de su corazón, siempre lo has sido. En el pasado, él te perdió pero nunca te olvidó, fue cuando más se aferró a sus sentimientos por ti, por eso… Ve poco a poco, con el tiempo él se te abrirá.
- Pero… - Quiso decir pero bufó. – Todo esto es tan confuso… Creí que cuando tuviese sus memorias estaría bien pero… No quería que esto pasase.
- No te preocupes, tú mejor que nadie sabrás ayudarle. Puede que te parezca que tus intentos por brindarle apoyo sean inútiles pero, tal y como dice un refrán: gota a gota se llena el vaso. Escúchame. – Pidió, captando la atención del muchacho. – Las cosas pequeñas, son las que a largo plazo tienen éxito.

Eso fue lo que soñó aquél día y desde entonces no lo olvidó. Hizo caso a Ast, ella mejor que nadie conocía a Atem, era su madre después de todo… Y por las memorias que veía del faraón gracias al Rompecabezas del Milenio, Yugi sabía que Atem no le guardó nunca ningún secreto a su progenitora. Y tenía envidia de ese vínculo. No es que dudara de las palabras de la mujer pero, a veces se preguntaba a sí mismo si sería cierto lo que ella le dijo… Ser el centro en la vida del egipcio, el centro de su corazón, su todo, incluso la luz de sus ojos…

¿Eso quería decir que lo que Atem sentía en realidad era un amor inmenso? No estaba seguro.

Fueron pasando los días, y casi todo siguió igual. El faraón continuaba distante, raras veces le hablaba o se le acercaba. Por si fuera poco, la mayor parte la pasaba fuera de casa, ni siquiera atendía en la escuela y solía faltar a ésta muy constantemente. Sugoroku se las veía negras para justificarlo. Atem parecía haber perdido el interés en el mundo moderno, completamente. Sólo se concentraba en sus memorias y poco más. Se había alejado de Joey, Tea y Tristán y por supuesto de Ryou también, debido a que Bakura solía surgir de la Sortija del Milenio ante su presencia, siempre para provocarle.

Y cuando estaba en casa, Atem se mantenía mirando el cielo por la ventana de una manera ausente, sin atender a nada más. Su mente desconectaba de la realidad sólo para ir hacia ese mundo que él decía ver. Yugi era consciente que en el pasado, los dos solían mirarlo… Incluso Atem tiempo atrás le llegó a explicar que Heba –su anterior vida- le dio esa capacidad para percibir algo que a los demás se les pasaba por alto: un sitio lleno de libertad, de armonía… Ese mundo utópico cuya existencia a muchos les parecía imposible. Era un pensamiento que a Yugi por supuesto se le hacía familiar, ¿Y cómo no, si él fue el creador de una idea así?

Ahora mismo, Muto yacía sentado en la mesa, merendando tan tranquilo. Intentaba prestarle atención a las noticias pero sus amatistas ojos se desviaban hacia el faraón, no muy lejos del aparato, ya que la ventana quedaba a unos pocos pasos de ésta. Vio que Atem parecía estar igual que siempre… Observando el alto firmamento. Sin embargo, el egipcio reaccionó y Yugi vio que se marchaba al cuarto, sin decirle nada… Como ya se volvió una costumbre. Suspiró, cerrando los ojos. Desde el viaje a Egipto… Atem apenas le hablaba… Y… Ya no era tan cariñoso con él como antes…

Dejó de abrazarle, incluso de darle besos, o de permanecer sentado a su lado… Y dado que ahora, tenía su propia cama porque su abuelo Sugoroku compró un futón para él… El tiempo que pasaban juntos era escaso. Y a pesar de recordar las palabras de Ast, Muto… Se impacientaba, e incluso le daban ganas de querer acabar con esta situación cuanto antes pero… No se atrevía. A diferencia de su persona, Atem tenía un carácter muy fuerte. Eso lo sabía de sobras. Atem era alguien que siempre te escupiría la verdad a la cara, o lo que pensara aunque te doliera. Aunque la gente pudiera considerarle “demasiado” sincero, Yugi era consciente que el faraón era de los que no sabían mentir porque siempre prefería ser honesto con todo el mundo… Lo cual era bueno.

Cuando terminó de merendar, fue a su cuarto. Vio al egipcio tumbado en el futón, de espaldas a él. Era una costumbre ya verle sólo la espalda… Y eso en parte le dolía, y mucho. Tragó saliva y decidió distraerse de alguna manera así que lo primero que pensó fue… Repasar un poco de Lengua y Literatura, la profesora era un poco canalla porque solía dar exámenes sorpresa.

- Oye. – Sin embargo, escuchó la voz del faraón. – Tú… ¿No puedes recordar, verdad?

Sorprendido, Yugi le miró. Aún tenía su mano sobre el libro pero, automáticamente dejó de prestarle atención a éste para brindársela al egipcio, quien seguía de espaldas a él. Atem se reincorporó para quedar sentado y de perfil. Lucía muy serio, hacía tiempo que nadie le veía sonreír.

- No… Me temo que no. – Respondió Yugi, en voz baja. - ¿Por qué?
- Por nada. Quería confirmarlo.
- ¿Con… Confirmarlo? – Repitió, confuso. - ¿Tú ya sabías que…?
- Sí, desde hace mucho fui consciente de ello. – Se adelantó. – Mi madre me lo explicó en varias ocasiones en el pasado.
- ¿Realmente? ¿Cómo lo supo?
- Madre tenía el don de ver acontecimientos del futuro, en cualquier momento. Es algo que ni tú ni yo heredamos.
- Increíble. – Inconscientemente llevó su mano a la boca. – Esto… Atem… Quisiera preguntarte algo, ¿Puedo? – Pidió, viendo al aludido de quien no recibió respuesta ya que se mantuvo en silencio. Ni siquiera se molestó en mirarle. – Ast… ¿Sigue siendo mi madre?

Al formular esa pregunta, Atem cerró la palma de su mano derecha en un puño. La tensión se percibió claramente en el ambiente e incomodó a Yugi, ya que a éste no se le pasó por alto esa reacción por parte de su compañero, a quien vio ponerse en pie.

- No. Ella ya no es tu madre. – Habló con frialdad. – Sólo eres la reencarnación de Heba pero no guardas relación con el pasado.
- ¿Ni contigo? – Preguntó, haciendo que el faraón se detuviera en seco, ya que tenía la clara intención de abandonar el cuarto. – Puede… Puede que sea cierto y hace cinco mil años hubiera sido Heba pero… Yo creo que sí tengo que ver con las cosas de hace cinco mil años en Egipto. Si no… No me explico por qué tendríamos una conexión tan especial tú y yo…
- Lo único que se ha mantenido en ti, independientemente de tu aspecto, tu personalidad y la manera de pensar… Son los sentimientos. Pero esas emociones están en lo más profundo de tu interior, en tu subconsciente, no las puedes sentir a voluntad ni controlarlas. Lo demás… Lo perdiste.
- Pero Atem…
- La familia, los amigos, los conocidos, los lugares… Olvídate de todo eso, ya no tienes relación alguna. – Volvió a adelantarse, abriendo la puerta.
- ¡Espera, hermanito…! – Dijo inconscientemente.

Yugi se levantó de la silla para coger al faraón de la mano e impedir que se fuera. Llamarlo de esa manera fue algo que no pudo evitar, ya que simplemente… Surgió desde lo más dentro de su ser. Atem, por otro lado, se quedó prácticamente mudo, pero con la mirada bien abierta. Lentamente, muy lentamente… Fue moviendo su cabeza en dirección a Muto, observándole atónito y sin creerse que realmente él… Hubiera hecho lo que acababa de hacer.

Notó sus ojos húmedos, pero trataba de reprimirse a sí mismo. Lentamente alzó su mano izquierda y pillando desprevenido a Yugi, le dio a éste una bofetada que lo alejó de él. El muchacho cayó al suelo, incrédulo de la acción del faraón, a quien miró.

- No te atrevas a llamarme así. – Le escuchó decir, pero, lo que a Yugi le impactó fue aquella enfurecida expresión del egipcio, teniendo la sensación de que esa mirada rojiza parecía atravesarle. – Yo no soy tu hermano, lo fui pero ya no. Nosotros dejamos de ser lo que éramos en el pasado.
- Pe- pero… - Tragó saliva. – Eso no es…
- ¡Escúchame bien! – Atem alzó ligeramente la voz. - ¡Te prohíbo que me vuelvas a llamar de esa manera! – Aunque trató de sonar firme, se escuchó claramente cómo su voz se quebraba y sus ojos se impregnaban de agua salada que pronto mojó sus mejillas. - ¡Tú y yo no somos nada! ¡¿Te ha quedado claro?! ¡Olvídate del pasado! ¡Dejaste de pertenecer a él desde hace muchísimo tiempo! ¡Sólo te quedan los sentimientos como mínimo! ¡Lo demás lo perdiste! ¡Así que confórmate con eso!

Le dio la espalda dispuesto a irse, cerró de un portazo la puerta sin delicadeza alguna. Con su antebrazo secó su rostro o lo intentaba, pero resultaba inútil. Esas desobedientes lágrimas no paraban de surgir de sus ojos, de impedirle ver con claridad y de humedecer sus mejillas. Apretó la mandíbula, incluso las manos, reprimiendo así la rabia, el enojo…

No obstante, escuchó que abrían en la habitación y unos pasos firmes tras él. No necesitó girarse para saber quién era. Resultaba demasiado lógico.

- ¡¿Por qué?! – Oyó a Yugi. - ¡Aunque haya reencarnado, sigo siendo quien soy! ¡Nada ha cambiado! ¡Continúo siendo tu hermano menor! ¡Puede que no tenga los recuerdos pero… Pero…! ¡Pero sí tengo los sentimientos! ¡¿Acaso eso no es suficiente para ti?! – Se detuvo cuando le escuchaba. - ¡Sé perfectamente lo mucho que significaba yo en tu vida en el pasado! ¡Créeme que lo sé! ¡Lo que no me explico es por qué precisamente te alejas de mí siendo consciente que por más que lo niegues somos lo que fuimos en el pasado! ¡Eso no ha dejado de serlo! ¡Somos hermanos!

A Yugi le temblaba la boca, intentaba no tartamudear, no sólo porque se había acelerado por la angustia, sino por un impulso que le indicaba que no debía dejar ir al faraón. No, esta vez no. Debía de afrontarle, con todas las consecuencias a ser posible. Pero la situación… Tenía que terminar. Y sobre todo: entender el por qué había tanto odio en Atem, un odio tan intenso que parecía albergar en su contra. Si recordaba las palabras de Ast… Yugi sólo encontraba una maldita contradicción. Si era cierto que Atem lo quiso tanto, ¿Por qué le odiaba? ¿Por qué tenía esa sensación de rechazo?

Por eso le cuestionaba, por eso ahora le daba la cara. Se había cansado de dejar que las cosas fueran a pasar por su propia cuenta y momento. Estaba harto de que todo siguiera igual. Y especialmente… Muy molesto porque Atem huía de ello, o esa era la intención que llevaba con todo el descaro del mundo. Para encima actuar como si nada. No, eso no era lo correcto.

- Ya te lo he dicho. – Salió de sus cavilaciones cuando escuchó al faraón. – Es cierto que en el pasado fuiste mi hermano menor… Bien, ¿Y eso qué? – Abrió sus ojos cuando percibió toda esa frialdad tan cortante. – Aquello se ha perdido en los flujos del tiempo, aunque hayas vuelto a nacer. Yo ya sabía de antemano que regresarías a este mundo, en esta época… En este futuro más pacífico y tranquilo.
- ¿Y sin embargo? – Cuestionó Yugi, acercándose. - ¿Por qué me odias tanto? No importa si he vuelto a nacer, no he cambiado. Sigo siendo quien soy, ¿No?
- Hm… - Suspiró Atem, quien cerró los ojos. - ¿De qué sirve eso? – Dejó atónito a Yugi. – Tal y como le dije a madre en el pasado: yo no quiero estar a tu lado si no puedes recordarme. Yo no quiero sentirme como un desconocido contigo. No me importa que hayas reencarnado, que hayas venido a este futuro, a esta época. Sólo me interesaba estar junto a ti eternamente, esa era mi promesa. – Dijo. – Nuestra promesa. – Corrigió, haciendo énfasis en el posesivo.
- ¿Y no puede seguir siendo así? – Preguntó Yugi. – Si es lo que juramos entonces debemos cumplirlo, ¿No?
- Por qué siempre tienes que hacerlo todo tan difícil… - Susurró, molesto. – Yugi, olvídate del pasado de una vez. No perteneces a él.
- ¡Deja de mentirme de una vez! – Alzó la voz. - ¡Claro que pertenezco a ese pasado! ¡Nosotros dos nacimos bajo el seno de la misma familia! ¡Aunque haya reencarnado sigo siendo tu hermano menor!
- ¡¿Y tú qué demonios sabes?! – Se giró, mirándole aún más enfurecido. - ¡Alguien como tú que no puede recordar eso, no está en posición de hablar sobre ello! ¡Tú no sabes absolutamente nada! ¡Así que mejor cierra la maldita boca! ¡A veces la tienes muy grande!
- ¡No voy a callarme! ¡Te enfade más o menos! ¡Pero no lo haré! – Apretó sus manos. - ¡¿Y qué, si no puedo recordar?! ¡Con los sentimientos es suficiente!
- ¡No lo es! ¡No puedes discutir algo simplemente por sentirlo! ¡¿Qué sentido tiene hablar sobre un tema cuando no tienes conocimientos sobre él?!
- ¡Sólo trato de entender por qué me tratas así! ¡Como si me despreciaras! ¡Sólo quiero saber eso! ¡¿Tan difícil es para ti comprenderlo?! ¡¿No te has dado cuenta del cambio tan drástico que has…?! – Se calló cuando Atem se le acercó, cogiéndole del cuello de la camisa.
- ¿De verdad quieres saberlo? – Preguntó.

Su voz sonó tan gélida que un escalofrío desagradable recorrió a Muto, pero especialmente por esa mirada llena de oscuridad que… Hacía tiempo que no veía en el faraón… Le recordó a cuando lo conoció, cuando el egipcio era aquél espíritu encerrado en el Rompecabezas del Milenio por alguna extraña razón, aquél ser sin memorias, sin aparentemente sentimientos cálidos, aquél con una mirada penetrante, seria, fría, muy fría e incluso vacía pero llena de rencor…

Sí, esta situación era como regresar a los inicios… Antes de que ambos fueran amigos.

- Sí, quiero saberlo. – Respondió Muto, decidido. – Si con eso logro obtener una respuesta… - Dijo, y vio desconcertado el por qué el faraón le soltaba. - ¿Tú…?
- No. Realmente aún no estás listo para rebelarte algo así. – Suspiró el más alto, quien de nuevo le dio la espalda a su interlocutor. – Dejemos esto, no me apetece hablarlo.
- ¡De ninguna manera! – Lo detuvo automáticamente tras cogerle de la muñeca y con fuerza. – No te dejaré marchar. No voy a permitir que sigas evitándolo todo. Ya, suficiente. Es momento de afrontar la realidad, ¿No te parece?
- Realidad… - Susurró, tras repetirlo. - ¿Realidad? – Empezó a reírse de manera irónica.

Entonces, se giró y con fuerza, empujó a Yugi, haciéndole caer al suelo por segunda vez. Caminó unos pocos pasos, quedando delante y sin agacharse, permaneciendo de pie pero observando a Muto con esa mirada impregnada de resentimiento. En esos momentos, el más joven admitió que sintió miedo… Aún cuando el faraón no fuera a hacerle daño, era esa sensación que le decía lo contrario… Atem en estos precisos instantes lucía como alguien capaz de cualquier cosa, por más mala y cruel que fuera.

- ¡¿De qué realidad me estás hablando?! – El egipcio alzó la voz. - ¡¿De la tuya?! ¡¿De la de este mundo?! – Y estaba muy enfadado, sus ojos lo mostraban así. - ¡¿Quién te has creído que eres para decirme que no me vas a permitir hacer cualquier cosa?! ¡Alguien sin poder como tú no está en posición de exigirme nada y mucho menos de detenerme! – Dijo.
- Atem, yo no…
- ¡Yo hace muchísimo tiempo que dejé de tener una realidad! ¡Hace tiempo que dejé de tener un mundo propio! ¡Mi mundo se derrumbó completamente cuando me enteré que tú habías muerto seis años después de ese mismo suceso! – Confesó, dejando mudo a Yugi. - ¡Cuando mi padre me lo contó, aquello que las personas llamais “mundo” dejó de existir para mí! – Hizo el gesto de las comitas al hacer énfasis en esa palabra.
- ¿Yo… Yo morí…? – Preguntó el otro, aún en el suelo y sintiéndose incapaz de moverse. Podía apreciar cómo la mirada del faraón cambiaba y se impregnaba de un dolor cuya intensidad no pudo medir. - ¿Morí y te… Te enteraste seis años después?
- Moriste el día de mi cumpleaños, cuando hice los nueve. – Respondió. – Y yo ese día, volé por los cielos tras la aparición del dios Dragón Alado de Ra. No supe de tu muerte. Lo ignoré totalmente y durante las próximas seis primaveras, no fui consciente de ello, ni siquiera cuando dejaste de mandarme cartas por esa misma razón.
- ¿Te escribía? – Se levantó, observándole de frente.
- Por supuesto. Nos manteníamos en contacto todo lo que podíamos. Aunque te alejaron de mí y te llevaron lejos, seguíamos manteniendo nuestra promesa de mantenernos unidos. Por aquél entonces mi único deseo era traerte a casa para tenerte a mi lado, muchas veces intenté convencer a padre pero resultaba inútil. Él nunca me escuchaba. Y a partir de mi noveno cumpleaños, perdiste la vida y fue imposible seguir en contacto, lógicamente. – Desvió los ojos a otra parte. – Mis padres me lo ocultaron durante un breve periodo después en el que yo, tonto de mí, creí que seguías vivo y estabas ocupado.
- Pero espera… De tu padre lo entendería pero… ¿Por qué Ast?
- Porque precisamente padre se lo prohibió. Él era el patriarca de la familia, era quien mandaba. Por eso, cuando me confesó sobre tu pérdida… Mi mundo se vino abajo, no quedaron ni las ruinas. Todo dejó de ser lo que era para mí… Y odié a mi padre, lo odié muchísimo… Pero claro… Él era otra víctima.
- ¿Qué? – Arqueó las cejas. - ¿Otra víctima? No comprendo qué quieres decir… Aún así, yo pienso que tú a lo mejor, no sé, pudiste superar eso que me pasó, ¿No?
- Jajajaja, más me hubiera gustado. – Sonrió con tristeza. – Nunca superé tu muerte, me marcó profundamente y para siempre. En parte, dejé de ser quien era. Pensé que mi padre era el culpable de todo pero, me equivocaba… Había alguien que era todavía más responsable, el causante de lo sucedido… El que lo originó todo. – Cerró sus ojos durante unos minutos, hasta abrirlos y clavarlos en Yugi. – Mi maestro Shamón.
- ¿Fue él…?
- Sí. Desde un principio, mi maestro quería apartarte del medio, ¿Y por qué…? Porque resultabas una molestia para su planes. Fue algo que no entendí nunca… Alguien como tú, que no le hizo daño a nadie, que tenías tan buen corazón… Y sin embargo había quienes te despreciaban sin razón… Y Shamón era una de esas personas. Te apartó de mí, convenció a padre para que lo hiciera y lo logró. Nos separó a los dos, no pude hacer nada para evitarlo, ni siquiera cuando quise correr para impedirlo, fue inútil…

Atem cerró los ojos una vez más. Recordaba aquél día como si fuera ayer. Cuando le avisaron que Heba se iría a otra parte, lejos de él bajo la protección de varios guardias. Salió corriendo para ir con su hermano pequeño, y corrió todo lo que pudo mientras veía que esos hombres se lo llevaban. Y él ser detenido por otros, fue totalmente inútil incluso el hecho de llamarle, gritarle con que no se fuera y extender su mano como si en aquellos momentos pudiera ser capaz de alcanzarle.

Aún estaba presente esa imagen… Ese suceso tan doloroso a la par que desagradable.

- Shamón era un hombre que en realidad buscaba estar más y más cerca del poder… Por eso, sus intereses le llevaron a alejarte de mí y no sólo eso… También causar tu muerte. Él fue el culpable de todo, porque lo que quiso provocar fue mi odio, mi resentimiento, despertar mi lado vengativo. Y lo logró.
- ¡¿Qué?! – Se quedó atónito con semejante revelación. – Ósea que tú…
- Mahad me lo explicó todo, a él le prohibieron decir nada hasta que yo no fuera faraón. Fue cuando me convertí en el rey de Egipto que Mahad me lo confesó y entonces, busqué a Shamón y él admitió todo lo que hizo, sus razones… Me enfrenté a él y lo maté.

Yugi se quedó callado. Él siempre había creído que Atem era la clase de personas incapaces de hacerle daño a nadie… De… De asesinar. Lo creyó con firmeza y ahora… Ahora parecía una ilusión, una broma de mal gusto… Y al ver que el faraón le miraba directamente con esa seriedad le confirmaba que no le mentía. Realmente había sido capaz de eliminar a alguien… Era… Era horrible.

Tragó saliva y por unos momentos se había incluso olvidado de respirar. La impresión había sido fuerte, porque no se lo esperaba.

- ¿Lo… Lo mataste? – Susurró.
- Sí. – Asintió. – Y no me arrepiento. Cuando lo maté me sentí hasta feliz, no siento remordimiento por ello. Porque Shamón no ha sido el único en perder la vida por mi mano. Hay seis hombres más, uno por accidente…
- Atem tú… - Llevó su mano al pecho. - ¿Por qué lo hiciste…?
- De pequeño maté a un consejero de la realeza, pero fue un accidente. Me enfadé tanto un día que mi magia se descontroló por completo y tiré abajo un pasillo entero… Aunque no tuve la intención de hacerle daño a nadie, era un niño, ¿Qué clase de maldad iba a gastar yo? – Suspiró. – Pero Shamón y esos cinco hombres no corrieron la misma suerte diez años después.

Sin embargo, Atem sonrió para luego comenzar a reírse de una manera que a Yugi le pareció que el faraón se había vuelto un psicópata o algo, esa forma de estallar en carcajadas le asustó… Porque vio que en pocos momentos, el egipcio se ponía peligrosamente serio.

- Shamón… - Susurró. – Reencarnó. – Eso hizo a Yugi alzar las cejas.
- ¿Está en esta época? – Preguntó.
- Por supuesto. Al igual que Kaiba y tú. – Contestó, para llevarse la mano a la cara y tirar hacia atrás la cabeza sin dejar de sonreír. – Y he estado con él desde el puto inicio… Pero no pude darme cuenta porque no recordaba nada… Maldita sea… - Se rió de nuevo. – Este destino me quiere demasiado o es la locura que no deja de perseguirme.
- Espera, ¿De qué estás hablando?
- Tu abuelo, Yugi. Él es la reencarnación de Shamón, maestro mío y asesino tuyo.
- ¡¿QUÉ?! – Gritó, sin podérselo creer. - ¡Eso no es cierto! ¡Mi abuelo es una gran persona! ¡Tiene un gran corazón! ¡Él jamás…!
- ¡¿Por qué demonios iba a querer mentirte precisamente a ti?! – Le interrumpió el faraón, cogiéndole de nuevo del cuello de la camiseta. - ¡Lo aceptes o no, esa es la puta verdad! ¡Tu abuelo es la reencarnación de Shamón! ¡Son exactamente iguales! ¡¿Crees que lo confundiría sabiendo perfectamente quién es?! ¡Puede que los dioses después de todo sí le hayan brindado la oportunidad de redimirse, pero ese hombre sigue siendo quién es ante mis ojos!
- ¡¡No te puedo creer!! ¡Mi abuelito es…!! ¡Es muy bueno conmigo! ¡Es imposible que él…!
- ¡No te pido que lo aceptes, me da igual porque tú no eres parte del pasado! – Atem volvió a cortarle. – ¡¿Sabes una cosa?! – Lo empujó ligeramente. – No debí hablar de esto.
- ¡No, Atem! ¡Eso…! ¡Tampoco es…!
- Lo único que te diré es que a tú fuiste la persona a la que yo más odié en este mundo. – Eso hizo callar al joven. – Te odié, con todas mis fuerzas, con todo mi ser, con todo lo que pude usar para odiarte. Te odié profundamente, maldije tu nombre, maldije tu propia existencia.

Yugi mordió su labio inferior, llevándose la mano al pecho mientras el dolor por el sufrimiento invadía su pecho. Esas enormes ganas de llorar acudieron en su corazón, y de hecho no pudo evitar que sus ojos llorasen, más aún cuando Atem le dio la espalda. Ahora sí que la conversación había finalizado. Lo dejó marchar, al no ser capaz de detenerlo. Se quedó solo en medio del pasillo mientras escuchaba la puerta de la casa abrirse y cerrarse. Sugoroku salió a hacer cualquier cosa, que ahora no recordaba… Pero era una suerte, ya que así no tendría que verlo de esta manera.

Sin embargo, al propio Yugi le costaba creer las palabras del faraón… Le resultaba imposible que su abuelo fuera Shamón, aquél hombre que Atem decía haberle matado en el pasado sólo por ambición, egoísmo y avaricia… Pero una parte de él, una parte muy profunda de él le decía que debía de creer en el egipcio, porque era verdad… Atem… En cosas así, no mentía. Las únicas veces que mentía, eran de aquellas piadosas para no preocupar a los demás cuando él estaba mal o se sentía mal. De todos modos… Sugoroku seguía siendo su abuelo… Y aunque hubiera sido un desgraciado en una vida anterior… Yugi continuaba queriéndole como tal.

Dolía. Claro que sí. Pero Atem mismo lo dijo: Sugoroku reencarnó por obra de los dioses para poder redimirse, para poder expiar sus pecados, ¿Y de qué manera? Cruzándole en su propio destino para lograrlo, para cuidar de él hasta la llegada del mismo faraón, porque éste debía cumplir la promesa que juntos se hicieron… Ambos hermanos… Permanecer eternamente juntos. Por eso, Yugi sabía perfectamente que el alma de Shamón, reencarnada en Sugoroku, ya había sido perdonada por las divinidades pero… Pero no por Atem.

El faraón continuaba odiándole. Y era normal. ¿Quién no iba a despreciar a aquél que te arrebató la vida de un ser querido tan cercano, tan especial?

Aún así, lo peor de todo es que Atem le dijo que en el pasado lo odió… A él: a su propio hermano pequeño. Era algo que ni tan siquiera se imaginó que podría pasar. Y no dejaba de cuestionarse el por qué… ¿Por qué lo hizo? ¿No se supone que le quiso tanto? ¿A lo mejor fue una mentira? No, si fuera una mentira se habría sabido enseguida… O eso creía Yugi, pero su instinto le decía que no lo era. Tal y como Ast trató de decirle: el odio de Atem se debía a un por qué fundamental que lo explicaba todo sobre él, sobre el cambio que dio en el pasado al dejar de ser quien era.

Entonces Yugi lo dedujo enseguida… Si él fue el centro de su vida… Era lógico que él fuera precisamente la razón de todo tras las acciones del faraón. Estaba claro… Necesitaba saber su historia, lo que le ocurrió en el pasado para poder comprender qué fue lo que hizo reaccionar tan negativamente a Atem… Una vez más, Yugi se encontraba en medio de un mar donde la pregunta que más abundaba era el “por qué”. De nuevo, se encontraba con esa enorme dificultad.

Y es que Atem era una persona tan y tan compleja… Su mente ya era de por sí difícil pero, su corazón: todavía más, y los dos unidos eran un completo caos que no cualquiera era capaz de comprender a la ligera.

Sin embargo… Aunque sus palabras hubieran sido tremendamente hostiles y dañinas… Yugi sabía que, si él estaba así, no se imaginaba cómo debía de ser para Atem, que lo recordaba todo con detalle. Debía de… Sentirse realmente mal. Le asustaba, claro que sí. Jamás pensó que esa oscuridad que siempre le atenazó fuera a ser tan y tan profunda. Y ahora comprendía mejor las palabras de Ast… Las memorias de Atem iban a causar esto… Este alejamiento, este sufrimiento y sobretodo: esta distancia. Esas cadenas surgirían metafóricamente para atar su corazón y arrastrarlo hasta hundirlo en las tinieblas tal y como ahora parecía…

No se quitaba de la cabeza que Atem había sido capaz de matar a gente sólo por… Por venganza o por mero rencor… Le costaba aceptarlo aún cuando fuera así… Más… Seguía siendo él… Le gustara o no, no dejaban de ser hermanos, por más años que pasasen, por más que reencarnasen… Seguirían siéndolo. El tiempo no podría separarlos y el claro ejemplo estaba aquí, frente a sus ojos… Los dos tras cinco milenios volvían a estar juntos, por una u otra manera. Y se alegraba, claro que se sentía feliz pero… Aparte de eso, Yugi era consciente que debía sí o sí ayudar al egipcio, sacarlo de su error, de su… Oscuridad. Necesitaba hacerlo, porque…

Deseaba volver a apreciar esa hermosa sonrisa… Esas que Atem siempre le regalaba, esas tan bonitas que iluminaban sus ojos, aquellas que mostraban su lado más cálido y comprensivo. No podía permitir que Atem perdiera algo tan valioso como eso y lo peor: que se perdiera a sí mismo por sus negativas emociones. Era difícil, por supuesto. Luchar contra uno mismo era lo más complicado pero con ayuda se lograba. No era cuestión de hacerle cambiar, sólo… Corregir su camino.

Así que con ese pensamiento, se armó de valor y salió de casa, dispuesto a encontrarlo.

Por otra parte, el faraón se hallaba a la orilla del río. Se había alejado del hogar de los Muto donde residía desde hacía un largo tiempo. Miraba fijamente el agua mientras el viento mecía la capa azul que empezó a llevar desde que regresó de Egipto, ya que rara vez se la quitaba, ni siquiera para dormir al menos en casi todas las veces. El egipcio veía el correr del agua mientras se veía reflejado en ella. Su rostro lucía totalmente serio y bastante apagado. Por su mente no dejaban de pasar todos y cada uno de los recuerdos de Heba, antes de que éste reencarnara en Yugi. Jamás olvidaría unos momentos como aquellos.

“Si tan sólo tuviera los buenos recuerdos…” – pensó mentalmente.

Entrecerró la mirada y suspiró. Se acordó entonces que aún le quedaba leer mucho del diario que Mana escribió en el pasado, según el espíritu de su madre, Mana lo hizo con la esperanza de ayudarle a “superar” esta fase, ayudarle a comprender las cosas que pasaron, o a saber cosas del Antiguo Egipto para poderlas recordar mejor. Era algo que Atem apreciaba sin duda. Al parecer, incluso después de su muerte hubo personas que siguieron recordándole, queriéndole. ¿Y para qué lo dudaba? Era obvio… Su madre… Mana, su pueblo, y a su cierta medida incluso Seto, quien muchísimas ocasiones le hizo sufrir, e incluso admitía que le traicionó en dos ocasiones… No obstante… Cada vez que Atem se acordaba de cómo acabó su vida…

Nunca llegó a pensar en el pasado que Seto pudiera llegar a hacerle eso… Aparecer desde su retaguardia y arrancarle el corazón… Sí, sentía enojo, por supuesto… ¿Quién no iba a estar así en su lugar? Lo que Seto hizo en su nombre fue algo imperdonable… Según lo escrito por Mana, cuando Seto fue faraón se hizo pasar por él, para mancillar su nombre, su honor… Y ahora comprendía aquellas palabras que su primo le dijo poco antes de que él quedase encerrado en el puzle milenario… Aquello de que vería con sus propios ojos su propia maldición. Fue obvia la intención de Seto… Fue él quien condenó la caída de Egipto durante esa época…Y usó su nombre como última baza…

Algo así era imperdonable. Y en estos momentos, Atem no evitaba sentir un enorme desprecio contra Seto Kaiba, la reencarnación de su primo. No hacía falta preguntarse a sí mismo si tal vez se estuviera confundiendo. Al igual que Yugi en el pasado, Kaiba continuaba con el mismo aspecto y la misma forma de ser tan inaguantable. Y al parecer, Kaiba no había aprendido a expiar sus pecados, en eso se diferenciaba de Sugoroku totalmente. Él al menos tenía actualmente una vida pacífica, dentro de lo que cabe aunque… La situación de su hija –la madre de Yugi- quizá era parte del castigo que los dioses le habían impuesto.

Aunque a Atem no le gustaba la idea de que la progenitora de Yugi sufriera sólo para que un hombre, culpable de provocar un asesinato hace cinco mil años, pudiera reparar los errores cometidos hasta que las divinidades considerasen que era suficiente. Por eso, en el viaje, habló en privado con Ishizu Ishtar y pedirle que intentaran ayudar a esa mujer. El faraón comprendía perfectamente lo que un hijo podría sufrir por ver que su madre lo pasaba mal, entendía en parte los sentimientos de Yugi y por ello, quería reducir ese dolor en su corazón. Amablemente, Ishizu accedió en aquél momento, prometiéndole no decirle nada a Muto ya que es la condición que puso el faraón.

Si por él fuera… Pondría el mundo a los pies de Yugi, otorgándole aquello que deseara, enseñándole y… Dándole aquél cariño que en el pasado tan estancado se quedó en su pecho… Ese inmenso amor que quedó bloqueado sin una vía de escape por no poder ser entregado a la persona destinada a recibirlo. Aquello fue una cruel tortura para él… Una tortura con la que vivió durante mucho, mucho tiempo… De tal manera que buscaba cualquier cosa para poder olvidarse incluso de que estaba vivo. Y es que aún recordaba las palabras exactas de su padre confesándole la muerte de Heba y encima, acusándole de que fue un pésimo hermano mayor, haciéndole cargar con una culpa que según Ast no debía de soportar.

Pero Atem lo hizo. Cargó con esa responsabilidad, ya que se tomó al pie de la letra las palabras de Aknamkanon, su padre. Aunque con el tiempo… Su dolor fue lo suficientemente profundo para lentamente tener una intolerancia al nombramiento de su hermano menor. Decir tan siquiera su nombre era algo que sólo le permitió a su madre, raras veces a Mana o a cualquier otra persona y cuando pasaba, siempre reaccionaba mal, de una forma más directa o no. Fue una pérdida que jamás superó, se castigaba mentalmente día tras día, especialmente cuando su mundo se vino abajo al enterarse de ello… Tras aquello nada volvió a ser igual para Atem.

Todo cambió, incluyendo su corazón.

Suspiró y cerró los ojos, los cuales abrió de repente. Sintió una enorme presión en el pecho y su magia comenzaba a reaccionar por alguna razón. Miró la pulsera en su muñeca izquierda, la que llevó siempre desde que Yugi le hizo prometer que la llevara puesta como prueba de su unión. Entonces, Atem sintió que el joven yacía en problemas, y su sexto sentido se lo decía con claridad. Se alejó del río, y comenzó a correr guiado por su instinto.

El instinto de un hermano mayor.

Fue por todas partes, pasó por tantas calles que ya perdió la cuenta. Este mundo moderno era demasiado complejo para él, difícil de entender. De hecho, aún no comprendía cómo demonios la gente podía vivir así, aunque suponía que eso se debía a que eran de una época distinta a la suya y el pensamiento, lógicamente, también era diferente. Entonces, estuvo deambulando por calles solitarias hasta divisar a un grupo de cuatro chicos bastante altos y al parecer, metiéndose con alguien… Se quedó a la distancia, evaluando la situación.

Pero cuando reconoció que la víctima era ni más ni menos que Yugi, automáticamente mandó al infierno toda clase de razonamiento posiblemente “humano” para acercarse en lo que su sangre hervía de la ira. No comprendía qué pasaba ni por qué Yugi estaba en un problema así pero, dado que el muchacho tenía una apariencia más débil que el resto, era posible que aquello fuera el motivo por lo que gente de malas intenciones le hiciera pasar un mal rato. Y esta no era la primera vez que ocurría.

Antes de que uno de esos canallas pudiera ponerle la mano encima, Atem, a quien aún le faltaban unos pocos metros para llegar, creó cadenas para detener a ese chico que parecía más mayor que Yugi, así como el resto de sus compañeros a deducir por sus apariencias. El grandullón al verse detenido, se mostró confuso pero, cuando quiso girar su rostro, su cara tomó la dirección contraria cuando sin avisar, un puñetazo para nada suave impactó de lleno en su mejilla, haciéndole volar literalmente. Los otros tres se quedaron pasmados por semejante llegada inesperada.

El faraón caminó, viendo que Yugi yacía en el suelo y al parecer, con ciertos golpes visibles en su rostro, y eso terminó de enfurecerlo. Se giró al chico, quedando de espaldas para quedar de frente a los otros que ahora, consideraba sus enemigos.

- ¡¿Y tú quién demonios eres?! – Preguntó uno. - ¡¿Cómo te atreves a hacerle eso a nuestro colega?!
- Si quieres saberlo, te invito a que te acerques y lo compruebes. – Desafió el egipcio, moviendo el dedo índice para indicar que se aproximara. Sonreía, de una manera desafiante.
- ¡Maldito imbécil!

Ese sujeto corrió hacia el faraón, quien rápidamente reaccionó, bloqueando el golpe de su agresor. Velozmente, golpeó y con precisión su garganta, alejándolo de él. Posicionó su cuerpo de modo que podía atacar o defenderse, según lo necesitase. Yugi no le quitaba el ojo de encima, bastante por no decir que muy sorprendido. No dejaba de preguntarse cómo demonios le había encontrado… Y menos de responderse el cómo sabía pelear de ese modo. Nunca antes lo había visto.

El otro, al ver que su compañero había caído, no dudó mucho en intentar de hacer lo mismo. Estuvo a punto de alcanzar a Atem, pero éste lo esquivó justo a tiempo. Con el pie izquierdo, le dio en el estómago, pero antes de ese muchacho pudiera ser alejado por el golpe, el faraón le cogió de la muñeca, obligándole a posicionarse de rodillas al suelo. Más una patada le llegó de pleno, y fue él quien cayó al suelo.

- ¡Atem, no…! – Quiso decir Yugi.
- No te metas. – Le interrumpió. – He recibido cosas peores que esto. – Pasó su antebrazo por debajo de su barbilla, aún con esa sonrisa. – Vamos, sois cuatro contra uno… ¿No me digáis que no podéis divertirme un rato?
- ¡Maldito entrometido! ¡Encima vas de chulo! ¡Te vas a enterar!
- ¡Ya verás!
- ¡A por él!

Los tres fueron hacia el egipcio, quien pareció mantenerse impasible e inmutable. Yugi estaba asustado y más porque Atem no se movía. Sin embargo, a Muto le sorprendió que el egipcio hiciera aparecer innumerables cadenas que bloquearan a esos tipos, los cuales pronto comenzaron a quejarse porque el metal cada vez les apretaba más y más, impidiéndoles al mismo tiempo cualquier clase de movimiento por pequeño que fuera. El dolor no tardó mucho en aparecer en los cuerpos de cada uno de los ahora, atrapados. Y se notaba en las voces de éstos.

Atem permanecía mirándoles, con los ojos bien abiertos y sin perderse un detalle. Sin embargo, el cuarto muchacho que al principio hizo volar por los aires, apareció nuevamente, cogiéndole y haciéndole “probar” de su propia medicina. Gracias a eso, sus compañeros quedaron libres aunque se retorcían ligeramente en el suelo, más aliviados.

- Pero quién demonios es ese bastardo… - Murmuró uno, mirando al faraón. - ¿Qué clase de trucos usa? ¿Alguno lo sabe?
- No…
- ¿Será magia?
- ¿Cómo va a ser magia? ¿Estás tonto?
- Dejaos de chorradas, debemos terminar con este asunto. – Ordenó el que parecía el cabecilla. – Vosotros dos, ocupaos de esta rata – señaló a Yugi. – Nosotros nos encargaremos de la otra.
- Je, je, je. – Rieron.

Yugi retrocedió, mirando a esos dos que se le acercaban y a los otros alejarse en dirección a Atem. La cosa había empeorado. Y mucho. Fue levantado a la fuerza y con violencia. Quería hacer algo pero… Él sabía que era inútil, no era tan fuerte como Joey o Tristán… Y Atem estaba en problemas. Aunque no por mucho tiempo. Aquél tipo que estuvo a punto de pegarle, se detuvo así como su otro compañero y ambos, al mismo tiempo que Muto, miraron atónitos cuando el suelo sufrió enormes grietas que dañaron seriamente la calzada, incluso los muros de las casas se vinieron abajo.

El panorama quedó hecho un desastre.

Aquellos cuatro se quedaron mudos. Ellos y Yugi, pudieron apreciar una especie de luz dorada giratoria moviéndose entorno a algo… O alguien, y alzándose varios metros hacia el cielo. Atem salió de donde había acabado tirado y la mirada tan rojiza, alertó enseguida a Muto. Él supo ver que no era una buena señal esa expresión tan afilada en el faraón. Daba auténtico terror e incluso era capaz de predecir lo que haría el egipcio… Era muy visible en sus ojos… Ese deseo de destrucción.

- Aaah, es la ratita mayor. – Se burló aquél que yacía cogiendo a Yugi. - ¿Qué? ¿Qué te pasa? – Preguntó cuando vio que el egipcio le miraba fijamente.
- Tú… Suéltale ahora mismo. – Exigió Atem.
- ¡JAJAJAJAJAAJ! ¿Y si no, qué?
- Jeh… - Sonrió. – Si no le quitas tus sucias manos de encima… Lo vas a lamentar.
- Me gustaría ver cómo lo compruebas.

Aquél tipo sonrió pero rápidamente esa expresión se borró de su cara. Atem hizo aparecer muchas cadenas con las cuales, rodeó el cuello de ese chico y no tardó mucho en apretarle, obligándole de ese modo a soltar a Yugi, quien cayó al suelo. El joven intentaba lograr liberarse pero era inútil. Las cadenas le tenían fuertemente cogido, incluso, bloquearon sus movimientos de manos y pies bajo la atónita mirada de sus tres compañeros que intentaban entender qué demonios hacía y cómo.

- Te dije que lo lamentarías… - Le susurró el faraón una vez acercó al chaval antes de tirarle por los aires como si no fuera más que parte de la basura desechada en la calle. La caída que sufrió ése, no fue para nada agradable. - ¿Y bien? – Preguntó, mirando a los otros. - ¿Quién de vosotros desea ser el siguiente? – Pasaba sus ojos por cada uno de esos tres. – Os aviso de antemano que escapar es inútil. No os pienso dejar marchar de rositas después de lo que le habéis hecho a él. – Señaló a Yugi.
- ¡¿Por qué te metes donde no te llaman?! – Le cuestionó uno. - ¡Tú no tienes nada que ver en esto! ¡Eres un entro…!
- ¡Tengo que ver en esto y muy mucho! – Atem alzó la voz. Empezó a caminar lentamente hacia Yugi, hasta quedar a su lado para ayudarle a ponerse en pie. – Vosotros sois una panda de bastardos que merecen morir aquí y ahora. – Dijo, entrecerrando la mirada, para volverla más intimidante. - ¡Soy su hermano mayor y habéis cometido el grave error de hacerle daño y eso os va a costar MUY caro! – hizo énfasis en esa palabra.

Al oírle decir eso, Yugi le miró sorprendido. Sintió una gran felicidad, a pesar de que la situación no era para alegrarse mucho. A lo mejor Atem sintió que estaba en peligro y por eso había acudido… No se explicaba el cómo, pero al menos… Él yacía aquí, había venido… Y eso era lo que importaba.

- Es mi hermano menor y no consentiré que un montón de basura como vosotros os atreváis a ponerle la mano encima, pero, dado que ya lo habéis hecho… - Su magia provocó serias grietas en el suelo, que Yugi vio con claridad. – No vais a salir de esta de rositas, os lo prometo.

Tras decir eso, Atem dejó tras un muro a Muto para evitar que pudieran llegar a él con tanta facilidad y además, para mantenerle protegido. En cuestión de minutos, empezó a repartir golpes, sin importarle demasiado si recibía. Para evitar posibles desventajas, el faraón se valía del uso de sus cadenas para alejar a aquellos con los que no estuviera peleando directamente. Aunque claro, no le resultaba fácil. En más de una ocasión, cayó al suelo porque no veía las zancadillas que le hacían y era cuando sus agresores aprovechaban el momento.

No obstante, reaccionaba como podía y recibía el menor daño, además, se acordó de su magia curativa así que sin que esos tres se dieran cuenta –ya que uno yacía más que K.O.-, el faraón se curaba rápidamente aunque por contrapartida, le costaba unos minutos para poder defenderse adecuadamente. Eso fue algo que Yugi en parte pudo percibir. Atem se puso en pie y logró deshacerse de uno más tras darle un fuerte golpe en el hígado que lo dejó retorciéndose en el suelo, ya que un ataque así siempre era muy peligroso por las consecuencias que sufría el cuerpo. Eran ofensivas tan peligrosas que tranquilamente podían causar la muerte, dependiendo del grado de la fuerza sufrida en el impacto.

Con otro, Atem decidió convertirlo en algo así como su “saco de boxeo”. Se entretuvo, esquivándole y evitándole, devolviéndole de su propia medicina. En pocos minutos, un golpe en la boca del estómago fue más que suficiente para sacarlo de la pelea. Sin embargo y debido a que se concentró demasiado en éste, se distrajo. Cuando vio que el último que quedaba, se dirigía hacia Yugi, rápidamente el faraón convocó a sus cadenas, para cogerlo y acercarle a él. La forma en la que el egipcio sonrió, asustó a Muto, más aún cuando vio la forma en la que Atem bloqueaba las piernas de su agresor con las cadenas, para poner una pierna en su espalda y tirar de ella hacia adelante mientras que, sujetándole los brazos, estiraba hacia la dirección opuesta, creándole así un mayor dolor a ese muchacho.

Lo que Atem pretendía, era causarle desgarres cerca de las articulaciones, incluso rompérselas por la fuerza que ejercía hacia adelante y hacia atrás. Aquél chico no paraba de quejarse del dolor que cada vez iba a más, debido a la poca piedad del faraón.

- ¿Habéis aprendido ya? – Habló el moreno. – Este es vuestro castigo por meteros con mi hermano pequeño y tratar de salir de rositas. – Dijo. – Tranquilo, el dolor que sientes es muy poco para lo que te espera. – Sonrió y tiró todavía más.
- ¡Aaaaah! – Gritó más fuerte. - ¡Bas… Basta por favor…!

Pero no recibió respuesta por parte de Atem, quien en unos minutos de torturarle, le soltó, viendo que ese chico se desplomaba en el suelo. Las cadenas desaparecieron así como aquella energía dorada que lo estuvo envolviendo en todo momento. Permaneció observándole durante unos minutos, hasta asegurarse que de ahí no se movería más. Le dio un par de patadas, confirmando la pérdida del conocimiento. Alzó su mirada, evaluando el entorno para reafirmar que todo había terminado. Cerró los ojos, y suspiró.

Caminó, hacia Yugi hasta quedar frente a él y agacharse para estar a su altura. Vio cierto temor en esos ojos amatistas pero, tras la sonrisa que le mostró, esa mirada asustada se tornó ligeramente más bonita y más tranquila.

- ¿Estás bien? – Preguntó, con calma.
- A- algo… - Desvió los ojos hacia su tobillo.
- Entiendo. – Suspiró y le dio la espalda. – Sube.
- ¿Qué? – Yugi se sorprendió.
- No puedes caminar con una lesión, súbete a mí, yo te llevo.
- Pe- pero Atem…
- Venga. – Le observó de reojo. – Déjame ayudarte.

Yugi permaneció así durante unos instantes hasta esbozar una sonrisa, asentir y hacerle caso. Fue algo extraño estar sobre el faraón pero… No negaba que era muy agradable. Se agarró a él, sin poder parar de mirarle mientras el egipcio caminaba con tranquilidad. Al parecer, el enojo se le había pasado una vez que las cosas estuvieron bien. Más aquella imagen que apreció… Un Atem tan violento, tan cruel… ¿Por qué no? Era aterrador, pero, si lo pensaba bien… Era bastante lógico. El moreno procedía de una época antigua y por aquél entonces todo era muy diferente.

Rodeó su cuello con sus brazos para apoyar su barbilla en el hombro del más alto, y el aroma de éste le llegó con relativa facilidad.

- Me sorprendió mucho que aparecieras… - Habló Yugi. - ¿Cómo lo hiciste?
- Magia. – Contestó con simpleza. – Digamos que mi instinto me llevó hasta a ti.
- ¿Tu… Tu instinto? – Vio asentir al otro.
- En el Antiguo Egipto existían conjuros para poder localizar a alguien pero también habían personas que por sí mismas eran capaces de percibir la presencia de otros a grandes distancias. – Explicó. – Supongo que eso en parte me ayudó.
- Pero… Yo no tengo ninguna clase de poder…
- Quizá, pero no te olvides que estamos conectados. Tengas o no poder, yaces directamente entrelazado conmigo.
- Atem…
- Siempre vendría a por ti. – Dijo el aludido, mirando al frente. – Ocurriera lo que ocurriera entre nosotros, pero siempre vendría por ti, para protegerte, para traerte de nuevo a mi lado, para cualquier cosa básicamente.

Ante esas palabras Yugi sólo pudo sonreír mientras un sonrojo invadía sus mejillas. Estaba seguro: no se trataba de una mentira que el faraón se inventase en estos momentos. Él era sincero. Y oírle decir eso, hacía que se sintiera feliz.

- Lo que dijiste antes… - Dijo Muto. – Sobre que tú eras…
- Fue muy enserio. Soy tu hermano mayor, no importa si has vuelto a nacer en otra época, sigo siéndolo. La única diferencia es que ahora no te llamas Heba, te llamas Yugi. El resto es lo mismo: tu forma de ser, tu aspecto, tu manera de pensar, tus gustos… Todo.
- Entiendo…

Quería hablar de tantas cosas que simplemente no se atrevía. Al menos no si recordaba el momento en que Atem le comentó que lo odiaba más a que a nada en este mundo… Y sin embargo… Ahora no parecía ser así. Y esto no dejaba de confundirlo… ¿Le odiaba o no? ¿En qué quedábamos? Porque no podía salir de ese lío mental. Necesitaba saber tanto… Y comprenderlo todo. Continuó mirando a Atem y decidió cerrar los ojos.

- Oye, Atem. – Lo llamó. – Esos tipos… Les hiciste mucho daño.
- Nah, estarán bien. – Respondió. – Pude haberlos matado tranquilamente, deberían agradecerme que los dejara con vida.
- ¿Habrías sido capaz?
- Por supuesto. Te recuerdo que maté a cinco hombres y luego Shamón fue añadido a mi lista. El consejero ese fue accidental, ya te lo expliqué.
- Pero es que esos golpes…
- Controlé mi fuerza, así que descuida. Sólo estarán pasándolo mal unos días, nada serio.
- Aún así… Pienso que no deberías haber resuelto las cosas de ese modo…
- Basura como esos desgraciados no aprenden de otro modo. Sé que no ha sido agradable para ti que vieras algo como eso pero créeme: en nuestra época fue mucho peor. Yo no sigo las leyes de este futuro, si no las del pasado. – Contó. – De todos modos, las leyes es algo que siempre me han tenido sin cuidado. Cuando se trata de ti, el resto se me olvida.
- ¿Eh? – Se sorprendió. - ¿De… De mí? Por qué?
- Porque ya te perdí una vez. Y no voy a consentir que haya una segunda. – Afiló su mirada. – Te perdí por ser un irresponsable, por no haber sido mejor como hermano mayor. Y esta vez no se va a volver a repetir.
- Pero… Aquello no fue tu culpa… Fue… Fue tu padre, él te acusó, ¿No?

Atem no le respondió así que Yugi simplemente tuvo que guardar silencio. El faraón cada vez se contradecía más. Si tanto le odiaba, no comprendía por qué entonces decía cosas tan bonitas… O le protegía tanto… Realmente no era capaz de comprenderlo todo pero, por mero instinto, Yugi sabía que había un motivo detrás de todo esto. Y ése era el que hacía actuar al egipcio. Los dos respetaron el sosiego pero el ambiente entre ambos era más bien… Tranquilo.

Durante el camino, fue obvio que ninguno comentó nada. Atem seguía andando mientras cargaba a Yugi, quien se sujetaba a él y se relajaba en su espalda. El egipcio siempre desprendía calma y mucha paz y era algo que le gustaba mucho a Muto. Tras un rato, llegaron a casa. Eran las siete, Sugoroku seguía fuera, seguramente se estaría entreteniendo con algo. Atem fue al cuarto y dejó a Yugi sentado en la orilla de la cama. Salió durante unos breves momentos para buscar cualquier cosa en el baño que pudiera servirle y afortunadamente encontró una pequeña caja de botiquín con la cual regresó a la habitación.

Con un pequeño pañuelo, lo mojó un poco en desinfectante y se acercó para tratar los rasguños en el rostro del más joven.

- Ay. – Se quejó.
- Quédate quieto. – Pidió.
- Es que escuece.
- Lo sé, pero se pasará rápido. – Dijo. - ¿Quieres hielo, para calmar un poco el dolor?
- No… No es necesario. – Rió ligeramente pero vio que el faraón se le quedaba mirando con esa seriedad suya. Y el toque que le hizo en la frente, se le hizo inesperado pero totalmente familiar. – Oye… - Reprochó.
- Te lo traeré de todos modos. – Sonrió. – Pero más tarde.

A Yugi no le quedó más remedio que dejarse tratar. Aunque esta situación le ponía nervioso y le avergonzaba. Es que tener al faraón tan pendiente de él… Y curándole las pequeñas heridas… Era inevitable que su propio corazón se fuera acelerando poco a poco. De todos modos, a veces, Muto trataba de evitar el roce por el escozor, siendo regañado por el egipcio quien afortunadamente terminó cuando le puso unas tiritas. Luego, se agachó y con cuidado le retiró el calzado para atender a su tobillo.

- ¿Te duele mucho? – Preguntó Atem, alzando la vista.
- Un poco… - Contestó Yugi, quien frunció el ceño cuando vio al faraón poner sus manos alrededor de la zona que tenía lesionada. - ¿Qué…? – Iba a preguntar pero se calló cuando apreció una luz verde brillante surgir del egipcio y el malestar en esa parte iba desapareciendo poco a poco. - ¿Qué estás…?
- Tranquilo, fui médico en el pasado. Sé lo que hago.
- ¿De verdad? – Alzó asombrado las cejas. El faraón simplemente asintió

Ahora encajaba… Aquél día cuando trajeron una picaraza herida en casa, Atem se encargó de cuidarla. La verdad es que en aquellos momentos, Yugi no pudo evitar pensar que el faraón lucía realmente como un buen “veterinario” porque supo qué hacer en esos instantes. Era lógico, si fue médico en el pasado resultaba muy obvio que Atem tuviera esos conocimientos.

En unos momentos, el faraón envolvió parte del talón para mantener bien sujetos los vendajes que ponía alrededor del tobillo de Muto. Esto duró unos pocos minutos.

- Es posible que tengas molestias durante unos pocos días. – Habló el mayor. – La lesión no es muy seria pero trata de mantener el pie reposado para que se recupere bien, ¿De acuerdo?
- Sí. – Asintió. – Gracias.

Atem sonrió levemente y recogió la pequeña cajita que sin embargo, dejó sobre el escritorio para sentarse al lado del otro, a quien le hizo apoyarse en él tras pasar su brazo por encima de sus hombros. Yugi se sonrojó mucho y entrecerró los ojos. Al menos el faraón se mantuvo en silencio, cosa que en parte le ayudó a relajarse poco a poco, evitando así que su corazón volviera a acelerarse y esta vez como un loco. Le resultaba demasiado bochornoso pero… Le gustaba, y mucho.

Puede que las cosas pudiesen empezar a mejorar, después de todo.

- Te pido perdón por la bofetada que te di antes. – Habló Atem. – Me dejé llevar por el enojo…
- Está bien… No te preocupes, es… Es comprensible. Sé que es un tema que te toca la fibra sensible.
- De todos modos, no hay excusa para lo que hice.
- Siempre cometemos errores por cómo nos sentimos y bueno, tú mismo me lo dijiste… Me odiaste más a que a nadie en este mundo así que, es normal… - Desvió la mirada.
- Sí, es cierto. Te odié y mucho, créeme. Sin embargo… - Cerró sus ojos, haciendo una pausa que extrañó a su interlocutor. – Tuve que hacerlo, tuve que odiarte… Debía de hacerlo si quería protegerte.
- ¿Qué? – Esta vez le miró directamente. - ¿De qué hablas…?
- En el pasado, no te odié por el hecho de despreciarte en sí. Yo te tuve que odiar para poder defenderte…
- ¿Defenderme de qué?
- De mis enemigos. Había quienes sabían sobre ti y te usaban en mi contra… Hacían hechizos que convocaban la imagen de una persona en específico, de hecho, Seto lo hizo en una ocasión.
- ¿Se… Seto? – Se sorprendió.
- Sí, soporté grandes conflictos con él. – Suspiró. - ¿Y sabes una cosa? Me harté de que las personas que querían hacerme daño o destruirme, intentaran intoxicar mis sentimientos por ti, por eso… - Se apartó de Yugi para poder mirarle. – Por eso decidí odiarte, de tal forma que nadie pudiera usarte en mi contra, que nadie pudiera tan siquiera atreverse a mencionar tu nombre. Sólo se lo permitía a mi madre, raras veces a Mana o a cualquier otra persona.
- ¿Y Mana… Es la dueña de ese pergamino que tienes?
- Sí. Ella y yo fuimos amigos de la infancia, de hecho tú también la conociste. Os llevabais bien. Mana cuidaba de ti cuando yo yacía ocupado.
- Oh… Yo creí que… No sé… Tal vez una pareja tuya o… O algo.
- Nah, Mana para mí siempre fue una gran amiga, como una hermana.
- De todos modos, Atem. – Llamó la atención del aludido. - ¿Estuviste obligado a odiarme?
- Obligado, obligado… No. La verdad fue algo que decidí. – Contestó, más serio. – Estaba entre la espada y la pared.
- ¿A qué te refieres…?
- Sólo tenía dos opciones… - Cerró los ojos. – Si no te odiaba, tarde o temprano mis enemigos intoxicarían mis sentimientos por ti y te despreciaría de verdad hasta tal punto de borrarte de la historia. Pero si decidía odiarte para proteger esos sentimientos, proteger nuestro vínculo y protegerte a ti, entonces podría seguir queriéndote. – Explicó.

Yugi se quedó estupefacto. Entonces… Ese rencor se debía por eso… Porque a Atem no le quedó otro remedio. Y en estos momentos, Muto se imaginaba cuán difícil debió de ser para él hacer algo así. Odiar a alguien a quien quieres tanto… Muchas veces lo leyó en libros pero pensó que era una mera contradicción… “Odiar por amor”, era algo que le hacía creer que no tenía sentido. Pero al parecer, se equivocaba. Atem era un claro ejemplo de ello.

- Te quería tanto que tuve que odiarte. – La voz del egipcio le sacó de sus cavilaciones. – No me quedó de otra. Y créeme: me dolió en el alma pero era lo que debía de hacer si deseaba proteger aquello que yo todavía consideraba importante. – Muto vio que el mayor llevaba su mano al pecho. – Siempre estuviste aquí, muy dentro de mí. Lo fuiste todo para mí.
- Atem yo… Lo siento. – Bajó la cabeza. – Aunque no pueda recordar nada, yo…
- No es necesario que te disculpes. – Se adelantó. – Tú, más que nadie es quien menos debe pedir perdón, no hiciste nada malo.
- Pero sufriste por mi culpa.
- No, al revés. Tú lo pasaste mal por mi irresponsabilidad. Yo en ningún momento quise que tú pagaras por lo que yo hiciera o pensara… Si tan sólo hubiera sido mejor, seguramente padre no nos hubiera separado por culpa de Shamón.
- Te equivocas. – Le cogió de las manos, sorprendiéndole. – Estoy seguro que intentaste ser un buen hermano conmigo, sé que fue así, algo me lo dice. – Sonrió. – Aunque… Aunque hayas matado a esas personas, tuviste un motivo más que importante para hacerlo… Y… Y no te culpo.
- En el Antiguo Egipto, vengarse no estaba penalizado por los dioses. Cuando un ser querido moría de manera injusta, el familiar o la persona más cercana siempre podía poner cartas en el asunto. Lo único que yo hice fue limpiar tu nombre, realmente no me importó derramar sangre con tal de conseguirlo.
- Atem, yo…
- Y ahora que he recordado todo… - Se adelantó. – Sé que mi destino era venir aquí. Mi destino era reencontrarme contigo para poder cumplir con la promesa que nos hicimos. Y aunque no hubiera sido así, de todos modos… Yo vendría por ti.

Eso hizo sonreír a Yugi. Parecía que las cosas comenzaban a mejorar, o al menos eso era lo que sentía, porque por fin el faraón le hablaba de sus cosas, lo cual no siempre fue posible y tampoco sencillo. Comprendía sus razones… Le odió porque no tuvo más remedio pero, hacer un sacrificio así, le demostraba lo que era capaz de hacer por su persona… Le daba la impresión de que en el pasado, Atem mató cada sentimiento en su interior para poder protegerle…

Y aunque todavía quedasen muchas cosas por saber, al menos ahora era capaz de entender mejor el motivo que impulsaba al faraón a comportarse de la manera en la que lo hizo. Sin embargo, una vez más salió de sus pensamientos cuando vio que el mayor se le acercaba.

- Perdóname por no haber sido el hermano que te merecías. – Oírle decir eso le sorprendió.
- No, aunque no pueda recordar estoy seguro que fuiste el mejor. – Le sonrió. – No te culpes más.

Vio la pequeña sonrisa del contrario pero se quedó sorprendido cuando se vio sorprendido por un inesperado abrazo. Más poco a poco y tras unos instantes correspondió a ese gesto. Se quedaron un rato así, compartiendo la mutua compañía, la mutua calidez y respetando el silencio mientras disfrutaban de permanecer el uno junto al otro.

Yugi se sentía tan tranquilo que sería capaz de dormirse. Sin embargo, Atem se separó de repente, ya que se levantó para irse del cuarto pero antes de poderlo hacer, Yugi fue hacia él y le cogió de la muñeca.

- Atem, entonces yo… ¿Puedo llamarte hermano? – Habló, con cierta inseguridad. Observó atento al faraón, a quien vio sonreír tras suspirar.
- Está bien. – Accedió. – Si deseas hacerlo por mí no hay inconveniente. – Dijo. – Me será extraño, han pasado cinco mil años después de todo… - Rascó su nuca. Yugi sonrió ampliamente. - ¿Te apetece dar una vuelta por ahí? – Le ofreció el egipcio.
- ¿Qué? ¿A estas horas? – Alzó las cejas.
- Claro, es pronto aún.
- ¿No será un poco peligroso…?
- Jajajaja, no, que va. Mientras estés conmigo no te pasará nada.
- Bueno… Vale. – Sonrió tras asentir. - ¿Pero a dónde quieres ir?
- No sé, por ahí. – Rió ligeramente.
- Está bien. – Y Yugi también se rió. – Supongo que todavía necesitas conocerte la ciudad.
- Pues no me vendría mal, ¿Qué tal si me haces de guía?
- No, que te distraes mucho. – Reprochó.
- No tanto…
- Atem. – Le regañó.
- ¡Jajaja, vale, vale! – Llevó su mano a la nuca. - ¿Vamos?
- Sí. – Asintió.

Así que ambos salieron de casa, y aunque eran las ocho y media, por darse un paseo tampoco les pasaría nada. En caso de que Sugoroku les regañase, bueno… Ya se les ocurriría algo.

THE END

Notas finales:

Espero que os haya gustado mucho :)


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