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La miserable compañía del amor. por CieloCaido

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Capitulo 30: Sin tiempo para morir de amor.

Mucho antes de conocer a Luzbel, yo solía plantearme la idea de amor. No es como si yo constantemente pensase sobre estar enamorado, sino en la idea de amor correcto. De niño miraba a mis padres y veía en ellos una devoción por el otro, algo como lealtad, una costumbre que sólo el tiempo es capaz de otorgar. Pensaba que eso era amor. Hasta que vi el amor en mis compañeros de clase, en sus estupideces y coqueteos, en la forma fresca y normal en que perseguían muchachas en el colegio. Luego llegó mi primera ilusión y resultó tan decepcionante, al parecer era incapaz de llenar las expectativas de una chica de trece años porque su idea de amor difería de la mía. Y más tarde, cuando el amor dejó de ser amor para ser sólo un momento de diversión, deseché de plano la idea de amor correcto.

Hasta que conocí a Luzbel, por supuesto. Y volví a pensar en el amor. A veces se me pasaba por la cabeza que esta era la forma correcta de amar, pero otras veces cuando Luzbel se convertía en un eufemismo de agonía, concebía la idea de amor como un  enorme mar tormentoso en el que cada uno se ahogaba o aprendía a nadar según sus propios requerimientos.

Y para cuando me encontré allí, observando un techo nada familiar, todavía seguía sin definir una idea correcta de cómo amar. No era algo que realmente importara, no cuando la cama permanecía llena de fluidos junto con mi cuerpo en las sabanas manchadas.

Pensaba además, en cuánto me dolía la cabeza y los huesos del cuerpo. No parecía un dolor de cabeza común, aunado a ello también me dolía la mandíbula y el labio roto. Llevé una mano hasta mi cara, tanteando con los dedos mis labios y percibiendo algo húmedo entre ellos. Era sangre, por supuesto.

Hacia una semana que había comenzado a trabajar en el burdel.

Descubrí un montón de cosas improductivas para mí; por ejemplo, los muchachos no estaban obligados a permanecer todo el día ni toda la noche en el establecimiento, podían decir que no si el cliente no les convenía, también elegían qué días preferían trabajar, si solo los fines de semanas o todos los días, quedaba a juicio del prepago. Charlie era un proxeneta legal, tenía licencia para tener el local como bar y como servicio de prestación de favores sexuales, «Muchachos de compañía» lo llamaba él. Los clientes venían, conversaban con algunos muchachos y esto terminaba en relaciones sexuales en los cuartos de arriba. Charlie cobraba por eso, pedía un porcentaje a los chicos. Las tarifas del servicio variaban de acuerdo al pedido. Había un poco de todo; striptease, danzas eróticas, servicio de masajes, sexo oral, anal y un sinfín de cosas.

Lo más sorprendente era que el servicio no era sólo para hombres, incluía servicio para mujeres. Sólo que este era más discreto para comodidad de las damas. Existía, por ejemplo, un catalogo virtual donde ellas podían “ordenar” lo que más le apeteciera y puntualizar un lugar para el encuentro. Me asombré mucho la primera vez que Charlie me preguntó si daba mi consentimiento para una sesión fotográfica para así crear mi portafolio en línea; incluía textos descriptivos, precio e información adicional, de esa manera los futuros clientes podían consultar mi perfil antes de pedirme (Para eso era el alias). Lo mismo pasaba para los hombres que no querían llegar al local. Llamaban a Charlie y pedían a un chico específico. En más de una ocasión vi autos pararse frente al local para buscar a los chicos y llevárselos. A algunos no les agradaba porque se sentían más seguros dentro del local, ofrecía protección tanto al cliente como al prepago.

Cuando investigué y vi la web en línea quedé perplejo, no era ajeno a que el internet había servido de mucho a la prostitución, un así me asombraba la cantidad de sexo servidores disponibles. Busque a Luzbel para saber si así habría fotos de él, pero no. Luzbel jamás se postuló en la web. Busqué por pura curiosidad a los demás, leyendo los servicios disponibles y las tarifas. Javier me dijo que eso era algo como wikiputas, más o menos así. Las fotos no eran de manejo público sino privado, una vez que concertabas la cita. Los nombres no eran nombres reales, sino alias, nombres falsos.

No era ni necesario estar dentro del local para ser pedido, quienes permanecían dentro era porque querían, porque era un sitio seguro donde la prostitución masculina era legal y por lo tanto, tenían pase a ciertos derechos laborales. Bueno, no sólo por eso, la página web existía para todo tipo de gusto, pero el burdel sólo ofrecía un fetiche muy específico: la compañía de chicos rubios gays (sólo rubios). Jóvenes, esbeltos y seductores, ya sea travestis o chicos simples. Exigían que fueran jóvenes porque eran los más pedidos y que fueran rubios, por supuesto, ya sea natural o por un tinte de cabello. Pero rubios al fin y al cabo. En alguna ocasión, Charlie me pidió que me tiñera el cabello. Era una idea descabellada y exigente dada la naturaleza del local. Me negué, no iba a pintarme el pelo y gracias al León, quien seguía siendo un hijo de puta, declaró que estaba bien que yo conservara mi cabello natural, porque a fin de cuentas no estaba allí para buscar placer ni clientes variados, sino un número limitado de hombres.

El local era único en su especie, ofrecía semejante disparate sin trabas, y su clientela variaba entre chicos jóvenes y hombres maduros. Me asombraba un poco la popularidad del burdel; muchos varones no parecían avergonzados de estar allí y disfrutaban de la compañía de los muchachos en los sillones alejados, o jugaban al billar o se marchaban a los cuartos de arriba, donde se llevaba acabo el coito.  

Y ya que Charlie y León, con su local y su pagina web, habían contribuido mucho a la disminución de la prostitución callejera, los policías no tenían problemas en otorgarles licencias para ejercer su trabajo, siempre y cuando todo quedara dentro de las paredes. La prostitución en lugares públicos era inmoral y delictiva. Así que sólo se presentaban problemas dentro de esas cuatros paredes en donde debías respetar las normas, uno; todo lo que ocurre allí, allí se queda. Dos: el cliente tiene derecho a levantarte la mano si una vez aceptado el servicio te niegas a obedecer. Y tres: ser siempre amable.

Evidentemente tenía problemas con esas reglas y esa era una de las razones por la que me sangraba el labio. Un cliente se había ofendido por no obedecer a sus órdenes, él estaba pagando por un cuerpo masculino y lo mínimo que podía hacer yo era complacer sus exigencias. Pero yo no quería. No era como Javier que aceptaba todo y con gusto de paso. Yo quería decir que no y eso hice. El resultado fue una chateada en mi mejilla y luego  puñetazo que me partió el labio.

Eso no pasaría si no tuviera que irme a la cama con ellos…

En un principio no lo hacia, buscaba información de los clientes que Mauro me señalaba como clientes fijos de Luzbel y yo me embarcaba en un ardid en donde prometía hacer lo que ellos quisieran siempre y cuando me diesen información importante. Al final me retractaba y les daba a cambio el dinero que se suponía que yo valía. Las quejas crecieron y Charlie descubrió mi tonto secreto, llamándome la atención pues no quería que se corriera la voz de que el local era un sitio de embaucadores. Aceptaba el hecho de que no fuera rubio y aceptaba incluso a regañadientes que escogiese a mis presas, pero no toleraba que yo no me fuese a la cama con ellos.

Si quería trabajar allí, entonces tenía que trabajar y eso incluía irme a la cama con desconocidos.

Fue tráumante, aunque me sorprendió que existiesen clientes que no buscaban dominarme sino que yo los dominara. La clientela de Luzbel variaba entre hombres cariñosos y sujetos detestables. Pero no eran numerosos, había días en que simplemente me quedaba en la barra, analizando con cuaderno en mano todos los detalles que se me escapaban, sin nada más que hacer que continuar con una noche solitaria. Charlie solía suspirar entristecido, diciendo que era un desperdicio de tiempo, que si yo quisiese podría tener numerosos clientes en una noche. Sin embargo, a mi no me apetecía acostarme con nadie.

A mi alrededor los chicos solían preguntarse qué hacia yo allí sino era para prostituirme…

Acabé siendo un chico solitario, demasiado reservado para los más extravagantes. Y demasiado sobrio para la prostitución. Era el punto negro en una hoja blanca. La mala hierba que crece entre las rosas.

Y como mala hierba allí estaba, en el cuarto designado por esa noche, acostado en la cama con los brazos estirados a los lados, medio desnudo y medio enojado. Y digo medio enojado porque la rabia se fue, dejando paso a la somnolencia. Cerré los ojos un momento, sintiéndome ir. Parecía que los días que llevaba sin dormir querían pasarme factura.

Me desperté un minuto después al sentir algo frío tocar mis labios. Cuando abrí los ojos me di cuenta de que Erick estaba en la habitación, limpiando con un trapo mojado la herida de mi boca.

—Hola Erick —musité con voz adolorida. Parecía que iba a darme gripe porque me picaba la garganta.

Erick me sonrió con amabilidad, pasando su mano por mi frente, quitándome el sudor y tomando mi temperatura. De pronto su frente se arrugó y supuse porqué.

—Lo sé. Tengo fiebre. Tal vez me enfermaré.

Es porque no has dormido ni comido bien” recriminó molesto.

Se fue un segundo, entrando en el baño y por los ruidos que hacia supuse que estaba lavando el paño. Volvió un instante después, poniéndome el paño mojado en la frente. Se veía preocupado.

—Lo siento. Te estoy preocupando.

 “Está bien. No me molesta cuidarte

El ruido abajo era insoportable; la música estaba a todo volumen, emitiendo vallenatos, la risa de los hombres y el sonido de botellas deslizarse por la mesa, los pasos que se acercaban a los cuartos continuos y luego estaban los gemidos de los muchachos, exhalaciones profundas y fingidas que llegaban al orgasmo. Y para rematar, la música de los bares continuos era alta y escandalosa.

—Dios, que ruido hace —murmuré irritado.

Erick se subió a la cama y se sentó a mi lado, pasando el paño mojado por mi frente sudada y luego por mi cuello. El contacto con la tela fría me producía escalofríos y temblores, signo irrevocable de que la fiebre era tan alta como parecía. Hubo un momento en que Erick depositó el paño frío en mi abdomen, y Dios, quise salir corriendo. No soportaba el frío.

Debes descansar” dijo Erick con sus manos “El estrés te ha enfermado

—Sí, lo sé. ¿Ya hablaste con Mauro? —el chico negó con la cabeza, entristecido—. Debes hablar con él, Erick. Tú ya no puedes seguir aquí. Este sitio te matará.

Erick había vuelto al prostíbulo el mismo día que yo ingresé a este sitio y descubrió que Mauro no quería hablarle.

Lo sé. Hablaré con él. Te lo prometo. Mauro me ama, sé que me escuchará y se irá conmigo

Me sonrió de vuelta, con sus ojos azul cielo iluminándose como las luces de un carrusel en movimiento. Yo levanté una mano y acuné su rostro, acariciándolo cautamente. No existía nada depravado en mi caricia. A Erick lo veía como mi hermano pequeño, alguien a quien debía cuidar y aconsejar, aun cuando pareciese que en verdad era él quien me cuidaba a mí. Su amor por Mauro me enternecía y me hacia pensar que quizás podía existir una forma de amor que fuese amor de verdad y no todas esas sandeces que tendemos a creernos e idealizar.

Me levanté a duras penas, mirando mi reflejo en el espejo y contemplando mi labio partido. El Doctor Novelli iba a exigirme explicaciones en cuanto me viera y a mi se me acababan las excusas sobre qué decir cuando me preguntaba. Decirle la verdad no era una opción.

Busqué mi teléfono celular y al ver la hora maldije.

—Tengo que irme, son la cinco de la mañana. No me di cuenta del paso del tiempo.

Buscaba mi camiseta y mis zapatos cuando Erick se enganchó a mi brazo.

“¡No! ¡Estás enfermo! ¡Debes descansar!” me guió a la cama olorosa a carnes en éxtasis “Déjame cuidarte, ¿si? Confía en mi

Yo sonreí porque si en alguien confiaba era en él.

—Confió en ti, Erick. Pero no puedo quedarme —volví a ponerme en pie. Debía irme. Mi turno en el hospital comenzaba temprano—. Tengo que ir casa a descansar un momento y luego al hospital. No debo descuidar mi trabajo como médico.

“¡Pero…!”

—Sin peros.

Sé que quieres encontrar a Luzbel, Franco. Pero no serás muy útil si estás medio muerto

—Bueno… tienes un buen punto con eso —me puse la camiseta. La cabeza seguía doliéndome y evité soltar un siseo de dolor—. Pero no es suficiente. Me cuidaré, lo prometo.

Revolví su cabello rubio y me marché de allí. Abajo la gente seguía entrando, los clientes pedían chicos y los chicos subían a los cuartos. Atisbé la silueta de Mauro, repartiendo bebidas mientras la música seguía igual de alta y escandalosa. Al verme, Mauro me saludó con la mano. Era un buen muchacho, sin embargo estaba lleno de celos y dolor. El hecho de que Erick se hubiese marchado con un cliente a pasar unos días le había afectado profundamente. Y yo odiaba entenderlo tan bien porque yo también había pasado por algo similar con Luzbel.

Le devolví el saludo a Mauro y busqué a Marcela con la mirada. No la vi por ninguna parte. Javier tampoco estaba a la vista, así que me fui solo a casa.

Tenía tres días sin dormir como Dios manda. Obviamente yo no dormía bien, aunque por lo general conseguía dormir un par de horas. Ahora no. Ahora no conseguía dormir más que unos minutos, siempre corriendo de un lado a otro. Del hospital a la casa y de la casa al puterio, y con el tiempo que quedaba de sobra iba tras la pista de León, averiguando dónde trabajaba y quienes eran sus amigos y contactos cercanos.

Pude averiguar por ejemplo, que León tenía una empresa de transporte de arroz y azúcar. Poseía camiones que repartían bultos de azúcar y arroz a grandes supermercados en diferentes regiones del país. También poseía un bodegón donde vender alimentos y por ultimo el negocio del prostíbulo. De los tres el que más se acercaba a una conexión era el prostíbulo, obviamente. Y era como escarbar en un arrollo de un metro de profundidad. Simplemente no encontraba nada. Y hasta ahora el bastardo ese no se había dignado a llamarme. Sabía que él me vigilaba así como yo lo vigilaba a él, aun así no se atrevía a hacer nada en mi contra. Me pregunté porqué…

Esa mañana en el hospital estuve todo lo despierto que podía estar. El sueño no es un invitado agradable cuando la sala de emergencia esta abarrotada de gente herida y urgida de medicamentos. Comprendía que mi cerebro estaba lento por la falta de sueño y que eso disminuía mi rendimiento diario. Yo no podía fallar aquí, no otra vez. Era cociente de que en vez de dar en cien por ciento, sólo daba el cincuenta. Cuando me pedían ingresar como ayudante en las salas quirúrgicas o sustituir a alguien en el quirófano, me negaba rotundamente. Yo no podía ir a hacer una operación estando como estaba. Me veía incapaz de hacerlo con eficacia y eso me frustraba mucho.

Mis compañeros solían enviarme miradas preocupadas, preguntándose porqué de repente mi aspecto era tan descuidado, porqué tenía tanto sueño, porqué parecía de pronto temeroso de una sala de operaciones. Yo no podía decirles la verdad. Decirles que de día era doctor y de noche puto. No existía lógica en esa afirmación. Al menos no para ellos, pero para mi… para mi tenía todo el sentido del mundo.

Buscaba a Johan cuando necesitaba hablar con alguien. Sin embargo, Johan seguía sin volver de donde sea que estuviese. Unas vacaciones largas, es lo que me había dicho el doctor Novelli, preocupado también de que Johan ni contestase el teléfono.

En eso iba pensando cuando pasaba por el boulevard luego de salir del trabajo. Para entonces eran las dos de la tarde. La gente siempre se acumulaba en el boulevard con niños y vendedores ambulantes. Era un sitio lleno de vida, con arboles adornando su alrededor. Me detuve un momento, contemplando las pompas de jabón que danzaban en el aire, reflejando miles de colores y sueños. Sonreí por la imagen, explotando con mis dedos algunas burbujas que pasaban cerca de mí.

Entonces lo vi.

En un banco permanecía el joven amigo de Javier. La Laguna azul. Hubiese sido una imagen común y yo hubiese pasado de largo a mi casa. Sin embargo, él hizo algo que llamó mi atención; sacó de su mochila un par de lápices y borradores junto con un block de dibujo. Se acomodó en la banca lo mejor que pudo y se dispuso a dibujar la escultura que adornaba la fuente del boulevard.

No pude evitarlo, me quedé allí, contemplándolo dibujar desde la lejanía mientras se formulaba una idea en mi mente. Estuve allí un par de minutos hasta que decidí acercarme, y al hacerlo noté que en realidad dibujaba muy bien, con mucha precisión. La escultura era un replica en miniatura de la real.

—Sabes dibujar… —musité sin querer.

El muchacho alzó la vista, dejando de dibujar y me miró. Sus ojos seguían tan negros como la noche, tan profundos como una piedra de ónix. Sonrió un poco al verme y dejó a un lado el lápiz.

—Sería un problema que no supiese dibujar —replicó divertido—. Entonces me habría decidido por algo menos problemático como la contaduría.

Ocupaba casi todo el banco con sus cosas; su bolso abierto, estuches con colores, reglas y estilográficas, borradores y otros blocks de dibujos. Me pareció rara su respuesta, así que seguí indagando, visualizando además los materiales que utilizaba para dibujar.

—Pero ya que sabes dibujar, te has decidido ¿por…?

—La arquitectura, obviamente.

Y honestamente me dejó en jaque su respuesta.

Él recogió un poco sus cosas y en su rostro infantil apareció una sonrisa cariñosa; dio unas palmaditas en el parapeto del banco, ofreciéndome asiento. Por un momento me recordó a Luzbel y la manía que tenía de hacer ese gesto para indicarme que fuera a su lado.

No soy un animal” pensé sin convicción, aceptando la invitación.

—Imaginé que no podías ser sólo una persona ordinaria —comenté de pasada, con los ojos fijos en el dibujo—. Tienes algo que los otros chicos no.

—Aunque no lo creas hay muchos chicos allí que estudian. No todos son sólo putos sin conocimientos —hizo descansar el lápiz en su oreja. Llevaba el cabello amarrado en una cola de cabello como esa vez. Me miró sonriente y continuó hablando—. Yo estoy en el quinto semestre de arquitectura. Está que arde, lo juro. Pero puedo lograrlo.

Me quedé en silencio, contemplando su rostro. Él se llamaba Rudy, por lo que podía recordar y era el tipo de chico que destaca por su personalidad. Ese tipo de persona que hace amigos a donde quiera que vaya porque son agradables y saben exactamente qué decir para caerle bien a la gente. A mi ya me había caído bien, no percibía en él malicia. Aun así, creo que estaba exagerando un poco al afirmar eso tan a la ligera.

—¿Por qué haces eso si estudias? —pregunté luego de un largo silencio en el que sólo contemplamos la cara del otro.

—Bueno, no todos tenemos la dicha del apoyo familiar. Y créeme, necesito dinero para pagar la tesis. La carrera de arquitectura es muy cara. Estoy que vendo un riñón. Vendería los dos si no los necesitaras —bromeó tranquilamente—. Pero parece más viable prostituirme. Al menos me permite conservar mis órganos.

Sonreí un poco por la broma. Tenía sentido del humor.

—Cuando ya tenga mi titulo, no necesitaré seguir siendo puto. A menos que me consiga un viejo con plata que este dispuesto a mantenerme de por vida a mi y a mi carrera —reconoció con una sonrisa ladina—, en cuyo caso me patearía el trasero antes de consentirme todos mis caprichos.

Sin pedir permiso, tomé el libro que sobresalía de su bolso, se trataba de un libro grande de arte catedrático. Pasé las hojas con curiosidad, contemplando los diversos conceptos del arte renacentista y las imágenes. A mi el arte no me iba mucho, dudaba poder tomar un lápiz y dibujar. No tenía talento para eso, así que admiraba a esas personas que podían. Los artistas tienen un gran sentido de la expresividad. Poseen una fuente inagotable de creatividad e imaginación

—¿No te molesta? —pregunté, repasando las imágenes con mis dedos—. ¿No te molesta estar allí y venderte?

—No es fácil. Pero no me parece tan desagradable.

—¿Cómo? —levanté la vista de inmediato, sin poder creerme lo que decía.

—Oye, estoy allí porque quiero. Nadie me esta obligando, ni siquiera la necesidad. Podría conseguir dinero de otra parte si quisiera, pero sería más lento y ser prepago me permite tener dinero todos los días. Es cuestión de sistematización —se encogió de hombros—.  Haces lo que debes y olvidas el resto.

—¿Y tu familia…?

—Mi mamá esta muerta así que su opinión no cuenta. Y mi papá brilla por su ausencia —no parecía afectado por eso, siguió hablando como si nada—. Mi hermana por otra parte piensa que estoy loco, pero no me rechaza. Acepta mi decisión. Aunque sigue tironeándome de las orejas cuando llego demasiado tarde a casa. Sigue creyéndose la hermana mayor.

—Los mayores siempre tienden a sobreproteger a los menores.

Me miró apáticamente por primera vez, levantando una ceja odiosamente.

—Sólo es mayor que yo por un minuto. Somos mellizos, pero siempre se jacta de haber nacido antes. Creo que eso le agregó una dosis de estupidez a su cerebro. Te la presentaré algún día y comprobaras por ti mismo lo chiflada que esta. Entre ella y yo su sanidad mental es la más cuestionable.

Solté una gran carcajada, sintiéndome relajado por primera vez en mucho tiempo. No fue a propósito. Yo no sabía lo que era tener hermanos. Jamás los había tenido. Sin embargo, Oscar fue como un hermano mayor para mí así que le daba la razón en cuestionar la salud mental de los hermanos mayores. Siempre creen saberlo todo y sus teorías sólo resultan ser payasadas. Le entregué el libro, aun riéndome bajito por sus palabras. Rudy tomó el libro y lo guardó en su bolso.

—Es increíble —dijo con calma, levantando una ceja y ofreciéndome una sonrisa—, te estás riendo.

—Bueno, si. A veces la gente hace eso.

—La gente si. Tu por otro lado… no pareces que seas alguien que se ría por cualquier cosa —hizo un gesto con la mano, mirándome con diversión—. Te ves tímido. Muy reservado. No creí que conseguiría hacerte reír.

Me relajé un momento, apoyándome en el respaldo del banco, con la palabras de Luzbel resonando en mi cabeza como siempre lo hacia.

«Realmente eres callado, demasiado reservado. Si sigues así las mujeres no te consideraran atractivo»

—Sí, bueno. No soy muy social, en realidad. Además, no me conoces muy bien.

—No te conozco en absoluto —corrigió—. Sólo sé que te llamas Franco. Y eso lo sé porque Erick te nombra mucho. De lo contrario habría olvidado tu nombre. Aunque bueno, sólo te llama Mirlo cuando estás en el negocio.

Mirlo…

Seguía sin acostumbrarme a ese alias.

—Eres La Laguna azul, ¿verdad? —musité pensativo—. Puede que sea de una película, pero tiene un toque poético. El de Erick también; Ojos de Cielo.

—Tenemos buenos gustos, Javier por otra parte deja mucho que desear. Tiene tantos apodos que ya ni puedo recordarlos todos; Zanahoria, Goma de Mascar, La Loca, La Divina, Patata Frita —suspiró con hastió—. Yo siempre le digo Garganta Profunda. Se pasa de puto.

—¿Y Luzbel?

—¿Cómo?

—No he escuchado que le llamen por ningún apodo. ¿Nunca usó ninguno?

—Ah, no. Él era Luzbel aquí, allá y más allá —se inclinó un poco hacia mi, como ofreciéndome un secreto—. Pero aquí entre nosotros te diré que pensaba en él con el nombre de Ojos Místicos.

—Ojos Místicos —repetí, tenía sentido. Ojos Místicos.

—Si, veras, la forma en que te miraba, con los ojos fijos en los tuyos, te dejaba sin aliento, sin defensas. Es como si hurgara dentro de ti y abriese cada secreto que tu quisieses esconder. Me parecía fascinante y espeluznante —dijo, con el trasfondo de una risa en su tono—. Que chico tan aterrador es el hombre que amas.

Rudy continuó dibujando, ajeno a mis pensamientos hasta que me aventuré a preguntar aquello por lo que en primer lugar me había acercado a él.

—¿Sabes dibujar rostros?

—¿Por qué la pregunta?

—Me preguntaba si podías dibujar un rostro sin tenerlo en frente —sus ojos me decían que no comprendía lo que decía, así que me expliqué mejor—. Si puedes dibujar un rostro sólo con su descripción. Nada de foto. Nada de referencias.

—¡Ah! Tu hablas de un retrato hablado… ¿Quieres que dibuje el rostro del hombre que se llevó a Luzbel?

—Sí. No es un favor, yo te pagaré. Lo prometo.

Lo sopesó un momento.

—Honestamente, no estoy seguro de hacer un buen trabajo. Siempre resulta más fácil con referencias. Dibujar un rostro a partir de una descripción es complicado.

Dejé salir un suspiro.

—Oye, no te desanimes. ¿Cómo vas con eso, por cierto? ¿Has dado con algo útil?

No me gustaba mucho la idea de compartir mis pensamientos con alguien más. Especialmente sobre Luzbel. Los chicos del prostíbulo se mostraban reacios a hablar conmigo de eso, incluso de los clientes de Luzbel. Si no fuera por Mauro y Erick, estaría perdido porque ni Marcela tenía intenciones de ayudarme allí. Y Javier… bueno, a Javier le encantaba coger, por eso trabajaba allí, y si veía un chico guapo se derretía y le coqueteaba hasta llevárselo a la cama, incluso gratis. No podía contar con él si siempre estaba en busca de hombres que le calentasen la sangre.

Y Rudy… pues ni siquiera lo había tratado hasta ahora. Y me sorprendía lo abierto y espontaneo que era conmigo. No estaba seguro de si podía confiar en él. Aunque su cercanía no me incomodaba. No resultaba exasperante ni lascivo. Sólo era él mismo; con su sonrisa amigable, brillante y tranquila.

—¿Es tan horrible confiar? —preguntó cuando yo seguía sin decirle nada. Su voz era amable pero firme, y la forma en que me miraba, con esa condescendencia, parecía más de lo que yo podía soportar.

Desvié la vista.

—Es sólo que… —callé un momento y luego negué con la cabeza—. No es culpa tuya. Yo soy así.

—¿Entonces…?

—No vas a detenerte hasta hacerme hablar, ¿cierto?

—Ya te acostumbraras a mi —dijo con gracia y me guiñó el ojo.

Suspiré y hablé.

—Yo hablé con la policía. Ellos no creen en mi historia. No creen que Luzbel este en peligro. No van a ayudarme, al menos no directamente.

—¿Qué quieres decir?

—Ellos dicen que Luzbel ha sido reportado demasiadas veces como desaparecido como para considerarlo real. Para ellos, Luzbel sólo esta jugando al gato y al ratón con sus amantes. Pero… —pensé en mis palabras—. Pero quisiera saber quienes son esas personas que reportaron el caso —miré a Rudy, él prestaba atención a mis disparates así que eso me alentó a seguir hablando—. Si lo hicieron, es porque en alguna medida estaban más preocupados por Luzbel de lo que lo estarían sus clientes o compañeros. Si lo hicieron es porque…

—Es porque eran personas a las que les importaba Luzbel. Personas especiales —completó Rudy, dándome la razón—. Sí, es razonable. La pregunta es cómo conseguir la lista de quienes reportaron las desapariciones, ¿no?

—Eso mismo. Los implicados podrían tener una información que yo no poseo. Tal vez incluso puedan identificar a Augusto o saber algo de él. Intenté pedir la lista y se negaron, yo no soy pariente de Luzbel ni mucho menos así que prácticamente no tengo derecho a nada. Ya ni siquiera me dejan acercarme al comando policial. Para ellos yo soy el amante abandonado y creen que soy un lunático, alguien sin tuercas en la cabeza que acosara a los implicados en el pasado.

—Entiendo —sopesó algo y luego habló—. Mira, esto no es asunto mío, pero te ayudaré con eso, ¿bien?

Parpadeé un segundo, sin saber qué quería decir.

—¿Vas a intentar coquetearle a un oficial para conseguir la lista? —pregunté escéptico—. Porque yo lo intenté y no me funcionó.

—¡Oh Dios! —Rudy se llevó una palma a la cara, ocultando sus facciones en un intento de contener sus carcajadas—. Uno no le coquetea a la policía así como así. Ya veo porqué te levantaron una orden de restricción.

—Oye, me dio mucha vergüenza hacer eso —repliqué medio indignado—. Yo no soy bueno coqueteando y menos a un hombre. Las mujeres lo tienen fácil porque tienen senos.

—¿Y que tal con las chicas policías?

—No es por nada pero a mi me resultan mucho más terroríficas que un policía hombre. Tienen los huevos mejor puestos. No tengo ni un chance con ellas.

Rudy continuó riendo un rato más. Sus carcajadas eran tan violentas que consiguió avergonzarme más de lo que ya estaba. Me puse rojo como tomate, lamentando mucho la confianza que le había dado.

—Dios, lo siento, lo siendo —dijo entre risas—. Es sólo que nadie con sentido común se le ocurre coquetearle a un policía. Menos un puto, hombre. Pensé que eras más inteligente.

—Soy inteligente. Pero se me acaban las opciones. Y entrar a hurtar no parece viable. Si me atrapan me pondrán preso y no seré útil estando preso.

— Las cosas que hacemos por amor no tienen lógica frente al sentido común, imagino —se dijo a si mismo, calmándose y alisándose su cabello—. Pensaba más bien en otra cosa. Mi hermana tiene un novio que es policía. Tal vez si la sobornamos, ella pueda sobornar al policía. ¿Qué dices?

—Parece mejor plan que el mío.

—Es mucho mejor plan que el tuyo —enfatizó alegremente—. ¿Cómo diablos conseguiste llevarte a Luzbel a la cama si no sabes ni coquetear?

Era una pregunta retorica, aun así contesté.

—Vivíamos juntos y él se metió en mi cama primero.

Quedamos en que a la mañana siguiente iría a su casa a hablar con su hermana. Debíamos hablar con ella primero para saber qué soborno estaba dispuesta a aceptar. Rudy continuó dibujando, bromeando conmigo de vez en cuando. Podría haberme marchado una vez que conseguí lo que fui a buscar. Sin embargo, permanecí allí, observándolo dibujar. Existía algo en la manera de tomar el lápiz y trazar líneas que llamaba mi atención. Era muy preciso y paciente. Me recordó a Luzbel, porque a Luzbel también le gustaba dibujar y pintar. Sólo que Rudy no era Luzbel, pero por ratos me lo parecía. Seguí mirando el movimiento constante de su mano dibujando, haciendo sombras, captando detalles, hasta que el movimiento se volvió soporífero. Yo abría y cerraba los ojos constantemente, ahuyentando el sueño, hasta que el sueño me ganó y acabé durmiéndome.

Cuando regresé al mundo de los vivos, luego de una pesadilla especialmente angustiante, me percaté que todo mi cuerpo era un nudo apretado de dolor. Seguramente la fiebre había regresado con renovadas fuerzas. Abrí los ojos y me di cuenta de que aun era de día. El rostro que se figuraba encima de mi era borroso y luminoso. No lograba enfocarlo y yo sólo fui capaz de pensar que se trataba de Luzbel. Quién más podría ser. Así que convencido por esa lógica infalible, alcé una mano para acariciarle la cara; tanteé su nariz, dibujando torpemente la curvatura y luego descendiendo por sus mejillas. Algo me hizo cosquillas en la piel de la mano, cuando lo tomé me di cuenta de que era cabello. Su cabello me hacia cosquillas. Era más largo de lo que recordaba, más grueso y de un rubio distinto. Parpadeé sin comprender, porque a Luzbel no le gustaba el cabello largo. De hecho parecía destentar que su cabello creciera y a veces lo encontraba en el baño, cortando agresivamente las hebras que eran más largas. Y ese mechón de cabello que entonces sostenía entre mis dedos, resultaba demasiado largo para su gusto.

Y lo entendí. No era Luzbel.

Mi vista de aclaró y en mis ojos capté las facciones del rostro de Rudy; me miraba burlonamente, con una ceja alzada y el amago de una sonrisa arrogante. Su cabello que antes se mantenía amarrado en una coleta alta, estaba suelto, la punta de su cabello le rozaba los hombros, y eran esas las hebras que yo aun continuaba acariciando. Resultaba que yo estaba acostado a lo largo del banco, con la cabeza apoyada entre sus piernas

—Mierda —dije de inmediato, levantándome con prisa y balbuceando—. Mierda, lo siento  mucho, Rudy. No he dormido bien estos tres días. No quise ser un abusador. Mierda… Lo siento.

—No te preocupes —dijo él alegremente como si yo fuese su entretenimiento especial del día—. ¿Entonces, tenías una pesadilla?

Me pasé la mano por el cabello, porque si, había tenido una pesadilla como todas las noches.

—Sí, yo… es por el estrés.

—Lo imagino. Tenías fiebre y no parabas de repetir el nombre del Luzbel. Debes de quererlo mucho como para hacer esto por él. Siempre buscándolo por todas partes, incluso en tus sueños —contempló el piso y luego volvió la vista a mí, tenía una mirada cariñosa, cálida—. Eres un buen chico, Franco. Pero deberías descansar un poco más. Si sigues yendo a la carrera con todo, acabaras muerto. Y no le serás útil a Luzbel si estás muerto.

—Ya escuché eso antes —murmuré con desgano, poniéndome en pie. Debía ir a casa—. Estaré bien. Lo prometo.

—¿No descansaras esta noche ni porque tengas fiebre?

—Hoy irá un cliente que frecuentaba mucho a Luzbel. Debo hablar con él. No es un tipo que vaya todos los días.

—Bien, supongo que es inútil tratar de detenerte.

—¿Tu no iras?

—Por supuesto que no. Sólo voy tres días a la semana. Charlie tiene suficientes chicos así que yo no necesito estar allí diariamente. Tengo otros asuntos que ocuparme, como de mi carrera por ejemplo.

—Entiendo. Entonces… ¿Mañana?

—Si —se levantó, estirándose y haciendo crujir sus huesos—. Dile a Javier que te lleve a mi casa. Allá hablaremos con mi hermana.

Para entonces, eran la seis de la tarde. El boulevard seguía abarrotado de gente. Siempre era así, día y noche, con niños gritando y brincando por todas partes, y adultos caminando y sentándose a pasar un rato. Me fijé que Rudy ya había acabado su dibujo. Era un trabajo espectacular. No me dio tiempo de detallarlo ya que lo guardó enseguida junto con sus cosas. Colgándose la mochila al hombro, me extendió la mano y yo la estreché.

—Adiós Franco, siempre es un placer hablar contigo.

Se marchó entre un sendero por donde discurría gente y niños. Lo vi desaparecer en la muchedumbre y no tardé en seguir su ejemplo.

Seguía sintiéndome mal, así que tomé una pastilla para el malestar general y alcancé el transporte público. En casa, Darinka permanecía dentro junto con Javier. Me sorprendió verlos a ambos. Darinka en una esquina del mueble con el gato en sus brazos y Javier en la otra, viendo televisión como si estuviera en casa. Imaginaba que eso creía. Durante todos esos días había regresado conmigo con la excusa barata de acompañarme a casa. Yo sospechaba que Marcela lo había corrido y por eso estaba allí, incluso había notado varias de sus pertenencias en el cuarto.

—¡Franco! —dijo entusiasmada la niña al verme entrar, incluso corrió hasta mi y cuando pensé que se iba a lanzar sobre mi para apretarme en un abrazo de oso, ella se detuvo. Tenía una sonrisa alegre y los ojos brillantes. El gato seguía en sus brazos—. ¡Llegaste! ¿Cómo te fue? ¿No mataste a nadie en el hospital, verdad? Mira, cuide el gato por ti y traje comida. Es la cena. Mamá dice que estás adelgazando y por eso debes comer.

La niña finalmente me había tomado mucha confianza, tanta como para pasar los días esperándome en la entrada de la casa, siempre con algo que darme; alguna golosina, mermelada preparada por ella o comida hecha por su madre. Aun así a ella no le gustaba que yo la tocase, siempre mantenía una distancia prudente, como si aun temiese que yo pudiese hacerle daño. Sin embargo, seguía sorprendiéndome el cariño que me tenía, ahora que no estaba Luzbel, Darinka confiaba en mí para que yo lo hallara. Ella pertenecía a la lista pequeña de las personas que se preocupaban profundamente por Luzbel.

—Estoy bien, Darinka. No te preocupes.

—Pero estás pálido…

—Sí, tenía un poco de fiebre pero ya se me bajó —quería revolverle el cabello o al menos darles unas palmaditas amistosas en la cabeza para que no se preocupara. Me contuve. Sentía que si lo hacia, ella echaría a correr despavorida por el contacto.

Esto es lo que pasa con los animales salvajes; no puedes acercarte a ellos, tienes que dejar que ellos se acerquen a ti. Y eso es lo que hacia con Darinka, dejar que ella se acercara a mi. Era una niña inocente que repudiaba a los hombres, pero parecía mejorar un poco en eso. Es decir, ya no temía tanto estar cerca de mi y me había esperado dentro de la casa con Javier allí, y aunque a Javier le gustaban los chicos, seguía siendo hombre, y por lo tanto una amenaza para la niña.

—¡Entonces iré por medicina! —dijo apremiante, queriendo echar a correr a su casa y buscar pastillas.

Me reí un poco.

—No, está bien. Ya tome una.

—Pero…

—Descuida. Ya me pondré mejor.

—¿Y él? —musitó con cuidado, mirando en dirección de Javier.

—Ah, no te preocupes. Es un amigo.

—¿No te hará daño?

—No, porque si lo intenta me defenderé. Además, tengo a mi vecina que es súper fuerte y si él hace algo, gritaré para que vengas a ayudarme —le guiñé el ojo—. Porque vendrás, ¿cierto?

—Obvio tonto.

Se marchó, pasándome el gato gordo y echando miradas preocupadas a Javier de vez en cuando. Cuando se terminó de ir, cerré la puerta y observé a Javier. Suspiré un poco y me acerqué, abordando el tema como si del clima se tratara.

—Entonces… —dije, acariciando la cabeza del gato. En todo ese tiempo había crecido el doble de su tamaño—, te echaron de que Marcela y ahora vives aquí.

—¿Lo notaste? —replicó con ironía, regalándome una sonrisa cínica.

—No es gracioso.

—Claro que no lo es —se acomodó mejor en el mueble—. Pero ya que te ayudé a entrar en el puterio y de que eres una persona amable, me dejaras quedarme aquí, ¿verdad?

—¿Por qué no te vas con Salomón?

—Vivo allá de pasada. Si viviera allí todos los días, Salomón no pararía de acosarme y estoy harto de sus acosos.

—¿Y por qué te echaron? ¿Marcela te encontró acostándote con Salomón de nuevo?

—No estaba acostándome con él —replicó enfadado, sin mirarme siquiera. Luego sonrió para si mismo como si hubiese hecho una travesura—. Sólo estaba dándole una mamada.

Negué con la cabeza despacio.

—No tienes remedio.

Me senté a su lado, viendo un programa aburrido de televisión. Ni siquiera tenía ganas de tomar el control remoto y cambiar de estación. Pensé que iba a molestarme más tenerlo viviendo conmigo, pero descubrí que no era tan malo. Tener compañía me hacia bien porque el eco de Luzbel estaba en todas partes y eso me lastimaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Luego pensé en Javier y Marcela. Una mamada no parecía delito grave como para echarlo. Arrugué el entrecejo por la implicación del mensaje.

—La soledad no me va a matar… —musité planamente. Javier me miró irónico y divertido.

—Marcela no piensa lo mismo.

No se dijo más del asunto.

Acabé durmiéndome y cuando me levanté eran más de las nueve de la noche. La comida ya estaba fría y aun así me la comí apresuradamente. Sería una descortesía de mi parte no comerla cuando Darinka había sido tan gentil de traérmela. Tomé otra pastilla para el malestar y me fui con Javier.

Más tarde esa noche, descubrí algo maravillosamente triste: el amor posee sus limitaciones.

Y no es como si alguna vez hubiese pensado que era ilimitado. Era sólo que yo había aceptado muchas cosas, renunciados a tantas otras, que imaginé en mi ignorancia, que así era para todo el mundo; un conjunto de aceptación y renuncias. ¿Por qué que es el amor sino una serie de elecciones? Y si uno las toma, probablemente se hicieron pensando que estaba bien.

Llegué al local como cada noche, observando el letrero con luces de neón. Desde que Luzbel se había ido y yo hubiese armado semejante escandalo con la policía, el local había sido remodelado y mejorado, se veía más limpio y decente, con mejores condiciones laborales. Y aunque un prostíbulo de hombres era poco habitual, tenía aceptación en el barrio rosa. Era más fiable tomar un chico de allí que de la calle y tomar el riesgo de ser robado o secuestrado. Y lo más importante; la prostitución masculina era legal allí. Así que no existía riesgo de ir preso por coger con un chico.

Me adentré, perdiendo de vista en un segundo a Javier y fui hasta el bar a tomar asiento en el taburete. Observaba a mí alrededor en busca de Marcela o Erick. No vi a ninguno así que volví la vista a las botellas de licor que se exhibían detrás del mostrador. El bar también había sido remodelado y mejorado. Tenía mejor aspecto y Mauro era feliz allí, le gustaba hacer bebidas y repartirlas. Le gustaba hablar con los clientes y los putos y bromear sobre cualquier estupidez. Él estaba exactamente donde quería estar.

—Hey —me saludó alegremente, limpiando un vaso. La música era tronadora y las luces muy tenues—. ¿Estás esperando, no?

—Imagino que vas a señalarme quién es.

—Sí, pero no ha llegado.

—Me tocará esperar —suspiré—. ¿Por cierto, dónde están todos?

—Javier entró contigo y se fue de inmediato a zorrear. Ya sabes como es. La señora Marcela no ha llegado. Y… —se calló de pronto, frunciendo el ceño—, y Erick esta arriba.

Me extrañó un poco eso. Si bien Erick había regresado, pero no para acostarse con sus clientes habituales. Solía rechazarlos un poco más, alegando que sólo estaba aquí para que Mauro lo escuchara. Porque Mauro no quería escucharlo, lo evadía de día, pero no podía evadirlo mucho de noche cuando no tenía la opción de huir. Aun así seguía sin escuchar.

A veces me daba pesar con Erick y conmigo, porque me veía a mi mismo en él, en su terquedad, en su lucha por continuar peleando contra las olas. Y sumando ya éramos dos lunáticos. Dos locos de amor. Y me pregunté si me veía así de desesperado que él, tan miserable y quebrantable. Orbitando alrededor de una luna consumida.

—¿Un cliente habitual? —pregunté, mirando todavía alrededor.

—¿Habitual, dices? —replicó con tono desdeñoso, el veneno presente en cada silaba—. Es el idiota con el que se fue.

—Ah, el hombre aquel…

Era el hombre con que el se había ido. El que le había pedido que abandonara su vida de puto y se fuera con él. No parecía muy viable, Erick seguía siendo menor de edad y no comprendía cómo es que todavía seguía en el prostíbulo si su cedula delataba sus años. Suponía que era un chanchullo que tenía Charlie con los policías de afuera. Erick era el único menor allí. Los demás tenían edad suficiente para decidir sobre si mismos.

No pasaron ni quince minutos cuando Erick ya bajaba con aquel sujeto. Yo no podía verlo bien desde donde estaba, aun así percibía que Mauro a mi lado se tensaba como un hilo prensado y lo miraba con un odio absoluto.

—¿Por qué no hablas con él? —sugerí. Mauro dejó salir una risita amarga.

—No. No hay nada que hablar. Él es un puto y yo el barman. Fin.

Suspiré con agobio por tanta terquedad.

—¿Me dirás cuando llegue el sujeto? —Mauro asintió en silencio, con su cara seria y sus celos desparramándose por todos lados—. Bien, iré a dar una vuelta.

Era un habito el que había adquirido el de ir a dar una vuelta, el de pasearme lentamente por todo el lugar para inspeccionar cada cara y ver si me resultaba familiar. No había tenido suerte hasta entonces, aun así seguía haciéndolo. Me apoyé en una esquina y desde mi punto de mira noté cómo Erick se despedía del hombre, acompañándolo incluso hasta la puerta. El chico se acercó a mí cuando me vio, sonriendo alegremente.

“Pareces un guardián vigilando todo”

—Sí. Es una forma de decirlo —me mordí un poco los labios, nervioso—. ¿Te despediste de él? Quiero decir, del sujeto que te ayudó.

“Sí. No es un mal hombre, pero yo no puedo irme a vivir con él. Fuimos arriba a hablar. Sólo hablamos, lo juro. No me acosté con él”

—¿De veras? —él asintió—. Bueno, hay alguien aquí que cree que estás haciendo esto por gusto.

Hice un movimiento con la cabeza, señalando a Mauro y su rabia contenida.

—Deberías hablar con él ahora.

Erick sopesó la opción, alternando su mirada entre Mauro y yo.

“¿Me ayudaras?”

—No sé cómo podría ayudarte —manifesté inseguro.

Erick rodó los ojos, divertido y un poco hastiado.

“Sólo necesito un interprete. Tu puedes hacer eso”

—Ah, bueno. Sí, claro que puedo con eso.

La verdad es que no me sentía cómodo metiendo las narices donde no debía, pero Erick era como mi hermano pequeño y si él necesitaba mi ayuda iba a dársela, tanto si me gustaba como si no. Recordaba vagamente una cosa que me decía mi padre: en problemas de pareja uno nunca se debe meter porque uno siempre sale perdiendo. Y sin embargo, allí iba, de cabeza hacia un nuevo problema.

Erick quedó con Mauro a conversar en el callejón trasero y yo iba como intérprete (y también como lamparita). Para entonces la luna era muy grande en el cielo, tan redonda y brillante que deslumbraba. Empezaron bien hasta que la discusión comenzó a subir de tono en despecho, la rabia y desconfianza.

—¡No puedes pretender que no pasó nada entre ustedes! —Aseveró Mauro—. ¡Se ve que a ese tipo le encanta olerte los calzones y que tú disfrutas que lo haga!

“¡Él me ayudó! ¡Fue amable conmigo! ¿Acaso debía negarme sólo porque te ponía celoso?”

—¡Ah, entonces si admites que te gustaba!”

“¡No me gustaba, pero no tenía opción!”

—¡La tenías, sólo que no quisiste tomarla, preferiste irte a coger con él en vez de irte a vivir  a otro sitio! —hizo un ademan brusco con la mano—. ¿Por qué? ¿La tenía más grande que yo? ¿Te llegaba más profundo? ¿O sólo te gustaba por su dinero?

Las lágrimas se desdibujan en los ojos de Erick, quien negaba bruscamente con la cabeza, agitando su cabeza de un lado a otro.

“¡Regresé por ti! ¡Porque yo te quiero a ti, te amo a ti! Estás siendo injusto

—¿Injusto, dices? —remarcó con desdén, soltando luego una risita cruel, áspera y casi histérica—. Injusto es que vengas con esa carita inocente a decirme que no disfrutas lo que haces en este puterio. Te veo cada noche subir con un tipo diferente, y luego bajar como si nada, acercándote a mi diciéndome que me amas, ¡Por favor! Parece más creíble aceptar que Santa Claus existe.

“¡Pero yo…!”

—¡No, pero tu nada! —espetó con furia, soltando palabras que acuchillaban el corazón de Erick.

Yo ya había dejado de traducir lo que Erick decía y no fue algo necesario porque Mauro parecía entender perfectamente todo. Y yo entendía su odio, su resentimiento porque yo mismo había actuado con despecho meses atrás cuando lastimé a Luzbel. Ciertamente me sentía incomodo en medio de una pelea de amantes, sin embargo, me obligué a permanecer allí solo por si acaso, sólo por si a Mauro se le ocurría pasarse de la raya como lo hice yo en alguna ocasión con Luzbel, y eso era justo lo que pasaba.

—Mauro, tranquilízate, ¡Ya basta! —advertí calmado pero con voz seria.

Mauro me regresó una mirada iracunda, señalándome con el dedo y espetando:

—No te metas, Franco. Esto es entre él y yo.

Mauro” Erick intentó tomarlo del brazo, tratando de apaciguarlo, de hacer que escuchara, sin embargo Mauro se alejó de él en dos pasos.

—Reconozco que fue divertido meterte en mi cama. Y admito que pensé que podríamos ser algo más que amigos. Pero hasta allí. No sé porqué imaginaste que yo te sacaría de tu mierda, pero estás comenzando a fastidiarme. ¡Eres un puto, entiendes! Yo ya lo entendí hace mucho tiempo y no espero milagros.

Hubo un momento de silencio, una pausa terrorífica en la que Erick asimiló el poder de sus palabras, rompiéndose por dentro sin demostrarlo afuera, e impulsado por un dolor puramente psicológico le dio una patada en la tibia a Mauro. 

“¡Tu lo mezclas todo, lo confundes todo!” de pronto Erick estaba enojado, y gritaba y se limpiaba bruscamente las lágrimas del rostro “¿Dices que soy puto? Sí, es verdad. ¿Dices que disfruto esto? ¡Tienes razón! ¡Me gusta que me jodan todas las noches! Lo hacen mejor que tu

De repente la mano de Mauro se elevó hacia arriba y en un segundo bajó con la fuerza de la gravedad, impactando su palma justamente en la mejilla de Erick. El sonido fue espantoso y Erick se vio lanzado al suelo por la contundencia del golpe. Me abalancé sobre Mauro, reteniéndolo antes de que fuera por más. Erick por su parte, se levantó y se agarró la mejilla lesionada, mirándolo con rabia. Sus ojos azules ya no representaban el cielo sino una tormenta. Jamás había visto esa mirada en sus ojos, tan oscura, tan agresiva. Allí no había un humano cuerdo, sino una bestia. Alguien con mucha, mucha rabia.

“Conocer una verga cada noche hace mi vida mucho mejor” continuó diciendo con saña, con la intención de herir.

—Fue suficiente, Erick —aseveré, conteniendo a Mauro que quería volver a pegarle.

No. Él quiere escuchar lo que pienso, lo que siento” sonrió, era una sonrisa que no le pertenecía, no era dulce y tierna, era cruel y desdeñosa “¿Qué pasa? ¿No te gusta oír la verdad? ¿Te creías tan único?

Mauro seguía forcejando conmigo. Me parecía tan rabioso como Erick. Y yo estaba tratando de detenerlos a ambos, de evitar que se hicieran tanto daño que ya no pudiesen verse a los ojos. Sin embargo, ninguno quería ceder y decían y actuaban en concordancia de un corazón roto, dispuestos a desgarrarse entre ellos hasta que no quedara nada.

Dices que soy fácil. Bien, te demostraré lo fácil que soy. Lo mucho que disfruto hacer esto. Esta noche habrá tantos hombres en mi cama, tan dentro de mí, que sentirás asco de verme. ¡Sentirás asco de si quiera haberte acostado conmigo!

Y se marchó dentro del prostíbulo. Temía lo que pudiese hacer. Solté a Mauro y lo empujé.

—¡¿Qué diablos pasa contigo?!

Mauro me empujó de regreso.

—¡¿Conmigo?! ¡¿Qué diablos pasa contigo?! —replicó furioso—. ¡¿Crees que soy como tu y aceptaré cualquier mierda?! ¡Pues no! No llego al grado de tu estupidez, no soy un imbécil. ¡En mi vida primero soy yo, Franco! ¡Segundo yo, y tercero yo! Nadie esta por encima de mi, ni siquiera un niñito con aires de inocencia

No pude evitarlo. Me fui sobre él y le di un puñetazo en la cara y cuando se encorvó por el dolor le di otro más en las costillas.

—¡Discúlpate con Erick! —grité, tomándolo de las solapas de la camisa y dándole una sacudida cruel.

Yo había perdido el control y a través de sus ojos vi los míos que lucían salvajes y frenéticos. Me sorprendí e inconscientemente aflojé el agarre. Mauro aprovechó eso para soltarse y alejarse un poco.

—No —dijo. Era un no tan rotundo, tan seco, tan desprovisto de sentimientos que me dejó turbado—. No lo haré.

Se limpió el labio que le sangraba y sin devolverme el golpe, se marchó.

Me quedé un rato en el callejón, asimilando todo. Regularizando mi respiración y pensando. Luego fui detrás de él, y más que detrás de él, me fui detrás de Erick. Se había convertido en un santiamén en el tipo de persona que comete una estupidez gigante por amor (o por venganza, que es casi lo mismo). Las palabras de Mauro habían provocado una chispa que pronto se convertiría en un incendio destructivo.

Sin embargo, al entrar, Javier me tomó del brazo, guiándome a una mesa particular.

—¿Dónde diablos estabas?

—¡Javier no tengo tiempo! ¡Erick está…!

—Mira, hago esto por compasión nada más —advirtió medio enfadado—. Mauro no está y allí esta el tipo que querías ver. Tuve que detenerlo antes de alguien más te lo quitara.

Eso fue suficiente para captar mi atención. Era un sujeto mayor el que esperaba en una mesa apartada. Miré detrás de mí, buscando a Erick. No lo vi. Y luego volví la vista al frente, hacia el hombre que había esperado toda la noche. Era un cliente muy habitual, alguien que estaba tan acostumbrado a Luzbel como Luzbel a él. Se conocían incluso antes de que el local fuera abierto hace ya siete años.

—Así que mejor deja que Erick y Mauro resuelvan sus propios problemas y tu ocúpate de los tuyo —me aventó a la mesa con una nalgada, prácticamente. Lo fulminé con la mirada y luego me acerqué hasta mi posible cliente.

—Realmente me gustan rubios —manifestó un poco malhumorado—. Y tú claramente no eres rubio.

Me senté delante de él. Siempre iba a así, sin rodeos.

—Escuché, pasaré la noche con usted por la mitad del precio e incluso estoy dispuesto a bajar más si usted me da cierta información que necesito.

El hombre levantó una ceja. No parecía muy adinerado ni muy convencido.

—¿Eres de la policía o qué? —dio un sorbo a la cerveza.

Yo me tranquilicé un poco al notar que no se había levantado para marcharse. Busqué entre mis bolsillos y saqué una foto de Luzbel. La única que poseía.

—Sé que conoce a esta persona —dije lentamente, pasándole la foto—. Sólo quiero saber en qué circunstancias lo conoció, si sabe algo más de su circulo social.

—Primero, discutamos los términos de ese descuento tuyo —replicó con tono jocoso, mirando la foto y luego depositándola lentamente sobre la superficie impoluta de la mesa—. No eres rubio, aun así eres guapo. ¿Tu propuesta incluye servicio completo? ¿Todo?

Resoplé. Era una oferta a la que había recurrido por desesperación. Generalmente no cedía de buenas a primeras, sino que les daba el dinero de mi precio y no me acostaba con ellos. Eso hasta que Charlie me lo prohibió.

—Sí, incluye todo.

—Eso es maravilloso, ¿Cuánto sería el precio?

Se lo dije y ya me estaba obstinando de su tono lascivo y morboso. Me daban ganas de darle un puñetazo en la cara para que se le esfumara esa sonrisa de imbécil.

—¿Y bien? ¿Contento? Hablemos de lo que yo quiero.  

—Eres un chico extraño —manifestó con apatía, acomodándose en el sillón—. De acuerdo. Ese de allí es Luzbel.

—Ya lo sé, genio.

—Vale, aparte de extraño eres malhumorado. Genial, me saqué la lotería —resopló—. Lo conocí cuando él tenía quince años.

Eso me impresionó, parecía más de lo que todos sus clientes me habían dicho.

—Estaba en una esquina y vestía simplemente. Me gustó. Era rubio natural y complacía cada cosa que pedía. No se quejaba del precio ni de mí. Así que lo visitaba constantemente. Tanto como para seguirlo cuando decidió trabajar aquí —se encogió de hombros—. Me convertí en un cliente frecuente. De hecho, es el único chico que visito aquí, excepto cuando no esta.

—¿Sólo con él? ¿Por qué?

—Bueno, ya te dije que es muy obediente. Pero aparte… —algo cruzó su mirada, algo cálido y cariñoso—, le tenía mucho cariño. Una vez le sugerí que se fuera conmigo. No aceptó así que continuamos con nuestros encuentros placenteros.

El ambiente ya estaba distendido, e incluso yo bebía una cerveza. Hablar de Luzbel siempre era un tema profundo. Imaginaba que hablar de él con sus clientes alimentaría mis celos, pero no. Descubría matices diferentes en cada conversación.

—No lo sé, supongo que no le gustaba tanto como quería. Pero también era porque ya tenía un romance con un chico de afuera. A veces se iba con él en vez de conmigo, y una vez simplemente se fue sin más. Yo creí que era para siempre.

Eso me llamó la atención, eso y que Erick se encontraba en las mesas continuas, coqueteando con un hombre mayor, besándolo y restregándose contra él. Me perturbó de sobremanera.

—Disculpa, ya vengo —dije.

Me levanté deprisa y fui hasta Erick, jalándolo de la muñeca para alejarlo de esa imagen que ofrecía.

—¿Qué estás haciendo?

“Mi trabajo”

Se apartó de mí y fue a coquetear con otro hombre, quitándole un cliente a unos de los muchachos. Eso no se hacia, había reglas entre putos que respetabas si querías trabajar allí y una de ellas estipulaba que los hombres no se robaban. Me asombré tanto como verlo seducirlo para guiarlo dentro del baño, ya que al parecer los cuartos estaban todos ocupados y él no podía salir a un motel por su edad.

Tanteé la opción de seguirlo y luego vi a mi cliente, esperándome impacientemente. Suspiré con hastió.

—Bien, continua —musité cuando volví a sentarme a su lado. Noté que quería acariciarme el muslo y me alejé un poco—. Decías que él se fue y que tú pensaste que era para siempre…

—Sí. Él simplemente desapareció. Trabajaba al lado del Marcel, y esos días no lo hizo más. Pensé que ya no era puto. Hasta que unos meses después apareció. No diré que me hizo sentir mal porque no lo hizo.

Podría haber estado prestando atención, pero yo parecía más interesado en saber si Erick estaba bien. Me preocupaba su forma de actuar. Él no era así. De repente salieron ambos del baño, Erick y su cliente robado, y yo sólo pensé “¿Tan rápido?” y tan rápido como lo pensé, el hombre que antes lo había besado, se acercó a él. Parecía haberlo estado esperando y juntos entraron al baño nuevamente. Era el colmo.

Viré la vista hasta el bar, Mauro seguía indiferente, actuando como que no le importaba lo que sucedía. Luego volví la vista hasta mi cliente, que seguía hablando sin darse cuenta de que yo no lo escuchaba.

—Disculpa de nuevo.

Me alejé un momento para hablar con Marcela. Finalmente había llegado y llevaba rato observando el comportamiento de Erick.

—Ni se te ocurra —dijo antes de que yo abriera la boca—. Deja que se estrelle.

—¿Pretendes que sólo me quedé a mirar como se lastima? Creo que me conoces mejor que eso.

—Precisamente por eso te lo digo. No puedes evitar que la gente se haga daño. Es la elección de cada uno. Si vas siempre cuidando de que no se caiga no aprenderá nunca. Deja que se estrelle. Si no te ha escuchado antes, no lo hará ahora. Es una lección que Erick debe aprender —volví a abrir la boca, pero nuevamente me interrumpió—. Tú siempre vas por ahí diciendo que estás aquí porque quieres, porque es tu elección, porque es lo que escogiste hacer con tu maldito libre albedrío. Deja que el chico haga con su libre albedrío lo que le dé la regalada gana.

—¡Eso no es libre albedrío! —espeté enojado—. ¡Eso es…!

Y me callé porque yo era la persona menos indicada para mostrarle a Erick el camino correcto. Marcela adivinó mis pensamientos y sonrió divertida e irónica.

—¿Eso es qué…?

—Eso es una mala decisión —musité despacio, sintiendo como las palabras se volvían en mi contra.

—Mira quién lo dice. El burro hablando de orejas —dio un sorbo a su cerveza—. Mejor ve a volar para otro cielo, pajarito.

Resignado, volví con mi cliente. Él tenía cara de estresado. Suponía que le hastiaba que me fuera a cada rato. Deposité una cerveza en su lado y él dio un trago profundo, retomando luego el relato. Yo seguía sin poder prestarle atención. El torrente de pensamientos que me invadía era tan variado que no lograba concentrarme en una cosa. Sin embargo, logré escuchar que decía algo sobre que Luzbel estaba enamorado de ese sujeto. Que siempre que aparecía, Luzbel se iba con él sin chistar, sin importar lo que estuviese haciendo. Yo pensé que eso no era amor instantáneamente, parecía más algo que Augusto haría; ordenarle que dejara todo y se fuera con él.

—¿Cómo estabas tan seguro de que era la misma persona? ¿Podía ser sólo otro cliente? —manifesté, echando miradas al baño, a Mauro y a mi cliente. No estaba tranquilo.

—Quizás, pero yo tengo dos ojos, muchachos. Dos buenos ojos. Y el carro que usaba era siempre el mismo, el mismo color, la misma matricula. ¿Coincidencia? No lo creo.

Lo miré fijamente. Tenía un dato importante.

—¿Matricula? ¿Sabía el numero de matricula? —él asintió—. ¿Lo recuerda aun ahora?

—Hmmm. No sé, tendría que pensar. Han pasado muchos años.

—Escuché —dije lentamente—. Ahora de verdad no puedo cumplirle, pero mañana haré lo que quiera si me da ese número. Lo necesito —iba a decir algo así que me adelanté—. Consúltelo con su almohada esta noche y veámonos aquí a mediodía —señalé el papel con la dirección escrita—. Es un café muy conocido y después de hablar un poco más nos iremos a la cama. Lo prometo.

—Pero ahora, yo…

—Ahora usted se va a acostar con otro chico. No tendrá que pagar nada porque yo se lo pagaré, un pequeño regalo por su paciencia.

Le sonreí amplia e hipócritamente y me fui a buscar a Javier antes de que el cliente se enojara conmigo por meterle gato por liebre. Lo encontré coqueteando con un hombre joven, permitiéndole que le metiera mano sin antes negociar plata de por medio. Rodé los ojos y lo jalé rápidamente, guiándolo a la mesa indicada.

—Mira, acuéstate con él —dije en el camino, Javier no entendía nada—. Hoy no puedo lidiar con eso. No parece muy exigente así que no te dará problema.

—Franco, estaba a punto de conseguir el número de ese hombre. No, qué digo. ¡Estaba a punto de irme de juerga sexual con él!  

—Acuéstate con mi cliente y te dejaré quedarte en la casa —negocié. Javier lo pensó un segundo y luego asintió.

En la mesa, el hombre esperaba impacientemente. Cuando nos vio llegar se puso de pie, dispuesto a quejarse. No se lo permití y arrojé a Javier sobre él.

—Como le prometí, yo pago esta ronda. Vaya con él a la cama. Él no le dará problemas, he escuchado que incluso le dicen Garganta profunda, ya podrá imaginarse porqué le dicen así.

Javier me fusiló con los ojos y luego, acatando la orden de su nuevo cliente, se fue a los cuartos de arriba.

Por mi parte, me fui al baño a buscar a Erick. No podía creer el tipo de comportamiento vengativo que estaba teniendo. El baño no se encontraba tan vacío como creía, los muchachos se acicalaban en el espejo, conversaban entre ellos y otros ponían la oreja en la puerta del cubículo para escuchar los gemidos de Erick y su cliente. Todo eso parecía un gallinero con viejas chismosas.

Los aparté repentinamente, tocando la puerta y al no recibir respuesta, la abrí bruscamente encontrándome con una imagen tan grotesca que incluso en mis pesadillas llegó a perseguirme. Lo arranqué de sus brazos, jalándolo lejos para acomodarle la ropa.

—¡Erick, ya basta! —lo zarandeé un poco, hastiado de su comportamiento.

—Oiga, él esta conmigo —me dijo el hombre, empujándome brevemente. Aun estábamos dentro del baño.

—Fin de la sesión. —espeté molesto.

—Comienzo. Pagué dinero y quiero un trabajo bien hecho.

—¿No escuchó lo que dije? Dije que se acabó —enfaticé con ira. Él cliente no tenía la culpa de nada, hombre. Pero yo había desarrollado un inusitado odio por los tipos de ese lugar, y cualquier toque de su parte avivaba mi rabia—. Váyase de aquí y haga algo más útil con su dinero.

Como siempre las cosas no se resuelven hablando. Me golpeó en el estomago y cuando recuperé el aire le devolví la cortesía y entre la masa de putos que nos rodearon para ver la pelea, llegó Charlie y nos separó. Le ofreció una disculpa al cliente y le entregó otro de sus chicos para que terminara lo que Erick había comenzado, pues al parecer Erick ya no podía porque se había ido con otro hombre que encontró en los pasillos, a coger en los cuartos vacíos.

Yo no podía creerlo.

—Franco, no puedes armar escándalos todas las noches —manifestó Charlie, sermoneándome como un padre a su hijo—. Casi le estampas la cabeza contra la pared. Esto no es lucha libre, hombre. No puedes ir por el burdel como un gremlin furioso destrozando todo. ¡Espantaras a mi clientela! Ya te lo advertí antes y te lo advierto ahora: ¡No más pleitos!

—¡Pero Erick…!

—Ojos de Cielo recibirá una sanción. Sabe que esta prohibido el sexo en los baños. Ahora mismo esta haciendo su trabajo. Deja de interferir.

Lo que sucedió esa noche allí no lo olvidaré. Vi a alguien hacerse pedazos por su propia cuenta, argumentando en su favor que lo hacia para que la persona que amaba lo odiara y  para odiar a la persona que amaba.

Me vi corriendo de un lado a otro, intentando hacerlo entrar en razón. Lo zarandeé bruscamente, amenacé con amarrarlo, lo encerré en el cuarto de servicio. Nada sirvió. No hubo poder humano hacerlo capaz de razonar. Verdaderamente él estaba hecho un manojo de sentimientos andantes y explosivos. Erick era de esas personas que al tomar una decisión drástica, la llevan hasta el final con todas sus consecuencias, sin importar a quién se lleven por delante. Los clientes le sirvieron como calmantes y como catalizadores, pues a través de ellos pretendía romper los lazos que lo unían al amor y al dolor.

Es difícil romper lazos, sobretodo cuando a mitad de proceso te destruyes a ti mismo…

Era tarde para entonces, casi las cinco de la mañana y la juerga de destrucción de Erick seguía en pie. Yo lo esperaba fuera del cuarto. La puerta estaba cerrada y los ruidos eran grotescos dentro de la habitación; el chillido de la cama, el gemido del cliente, las respiraciones aceleradas de Erick.

Hasta que se acabó.

El cliente salió de allí muy satisfecho, cerrando la puerta y marchándose como devoto que va a misa. Yo me levanté del suelo rápidamente y entré en la habitación con las entrañas congeladas por el temor. Encontré a Erick sentado en el borde de la cama. Estaba desnudo y lleno de fluidos. Miraba el suelo mientras sus manos estaban juntas sobre su regazo

—Oh, Erick… —dije descorazonado.

Fui hasta él y me senté a su lado, sin saber qué decir para consolarlo, ¿Qué dice uno para reparar el corazón destrozado de alguien? El mío llevaba meses destruido y nada parecía repararlo. Lo único que pude hacer fue guardar silencio y acompañarlo en su soledad.

Cada poro de él exhalaba una tristeza sin precedentes, sus labios entreabiertos escondían una suplica muda. Se veía como una persona a la que han pateado su corazón hasta desangrarlo. La rabia se había apagado, dejando tras de si un dolor punzante y crudo, como el de un animal herido.

Mauro tenía razón sobre mi” dijo de repente

—Eso no es verdad.

Lo es. Esos días que estuve fuera disfruté de vivir una vida normal. Desee que ese hombre fuera Mauro. Pero no lo era y aun así me acosté con él

Sus hombros se tensaron y percibí que luchaba contra las lagrimas, sus uñas se enterraban furiosamente sobre la tela de la sabana. E incluso tiraba un poco de ella tan bruscamente como si quisiera destrozarla. Se estaba guardando la tristeza constante que le provocaba el rechazo de Mauro.

Quiero encerrarme en una habitación lejos de Mauro y no salir nunca para nunca más tener que exaltarme por él

—Erick, sé que soy la persona menos correcta para decirte esto… —comencé diciendo—. Pero ya es suficiente.

Erick se quedó congelado de repente, sin sollozar, sin apretar las sabanas, y levantó lentamente los ojos, fijando en mí su mirada dura como una roca.  

Tienes razón. Es suficiente” aseveró a secas.

Se levantó y fue por una tijera.

El cabello de Erick era dorado como el sol, no era lacio sino ondulado, la punta de sus hebras se curvaban en pronunciados bucles y le acariciaban la base del cuello. Era tan hermoso que los clientes solían ensortijar sus rizos en sus dedos y jugar a estirarlo. Y para aquel momento, Erick ya odiaba su estúpido pelo demasiado largo y pretendía darle fin a esa imagen tan encantadora.

Lo vi tomar las tijeras y cortar salvajemente trozos de cabello, dejando sobre la cama un nido amarillento y desordenado de mechones dorados. Lo vi aguantar las lágrimas hasta caer en un llanto cortado. Lo vi morder sus labios hasta desangrarse.

Dolía, algo dolía en el chasquear de las tijeras, en cada hebra cortada.

Yo enmudecí ante su exabrupto, incapaz de detener la avalancha de emociones que se cernían sobre él, acuciándolo a cortar y cortar hasta desfigurar lo que antes había sido una brillante mata de cabellos. Mis entrañas iban congelándose más y más a medida que avanzaban los minutos y tuve la certeza de que alguien me había arrancado el corazón para cuando Erick terminó.

—Duele Eric —dije con la voz quebrada—. Duele mucho verte así.

Erick se limpió los restos de lágrimas y observó el desastre de cabello sobre la cama. Luego me miró a mí, su rostro era desolado. Y pensé que eso era lo que le hacia el amor a las personas: las desolaba.

Ya esta” dijo, haciendo en amplió gesto con la mano hacia los mechones cortados  “Eso era lo último que le gustaba de mí a Mauro. Mi cabello

—Erick…

“Yo voy a seguir con mi vida, aprenderé a vivir sin Mauro, ¡No moriré porque yo no tengo tiempo para morir por amor!”

Sorbió por la nariz y procedió a ponerse la ropa. No era mucha, sólo un pantalón y una camisa negra. Los zapatos se los puso sin medias y tiró los cabellos sobrantes a la basura. Imaginé que le prendería fuego a la papelera dado su reciente odio, pero no. Sólo los dejó allí como la basura que eran. 

Se acercó a mí. Seguía viéndose destrozado, así todo trasquilado, pero al menos la cordura ya había abierto paso en su cerebro.

Me voy” anunció “Ya no necesito estar más aquí. Mi deuda esta saldada con este lugar. Y ya no puedo quedarme por Mauro

—Erick, ¿A dónde vas? Vamos, no te vayas así. No estás bien. 

No, ahora si estoy bien” me regaló una sonrisa triste y amarga.

—Entonces ven conmigo. Hay espacio en la casa.

No” su rostro se descompuso en una mueca agria “Cuando se le pase la rabia a Mauro, vendrá a buscarme y pedir disculpas. No quiero que me encuentre. Yo no quiero perdonarlo. No voy a perdonarlo aun cuando el amor que siento por él me arda en el pecho” había una resolución efervescente en sus ojos “Lo siento. No puedo ser como tú y aceptar que alguien me destruya el corazón y volver con esa persona. No puedo

Me reí por lo bajo, aguantando las ganas de llorar que me provocaba su despedida.

—Descuida. A mi tampoco me gustaría ser como yo.

Él también rió y luego se descorazonó un poco.  

Sabes, aunque sé que no puedo evitar que busques a Luzbel, quiero que me prometas que vas a cuidarte. Que vas a ser prudente” un sollozo quebró su discurso “Tu puedes hacer lo que sea con el amor, Franco. Pero no puedes dejar que el amor haga lo que sea contigo

Con esas palabras quebró lo que quedaba de mí.

Me despedí de él y lo vi partir lejos. Erick había decidido marcharse con el hombre que le había propuesto una vida mejor. Debo aclarar que un burdel es un sitio lleno de amor falso, porque los chicos de allí no vendían amor, sino sexo. Pero no todos creían eso, algunos se dejaban seducir por la idea ilusoria de una vida mejor al lado de un cliente especialmente mentiroso. Erick era una de esas personas. No lo culpaba; era un chico muy joven y muy enamorado envuelto en un escenario en donde el sexo y el amor eran tan cercanos que los limites convergían y se borraban.

Pero ahora no convergían ni se borraban. Prácticamente los limites ni existían. Y él estaba desesperado por una solución que decidió marcharse con él. Si eso era una buena o una mala elección sólo el tiempo lo diría.

Y meditando en los limites del amor, en sus convergencias, en el auto que se alejaba con Erick dentro, me di cuenta de que eso del amor correcto como que ya no tenía mucho sentido…

Interludio IV

La gente le decía que tenía que huir del encierro porque tanto aislamiento provocaba desesperanza. Augusto lo entendía, pero no estaba de acuerdo con ellos. Porque si bien sentía mucha desesperanza eso no tenía nada que ver con su encierro. Su desesperanza tenía que ver con el niño perdido. Por eso se encerró aun más, abandonando una búsqueda implacable que no rendía frutos.

El encierro comenzó luego de que papá muriera y Johan se marchara definitivamente a un lugar donde no podía alcanzarlo. Entonces Augusto se había quedado solo, más solo que nunca, enjaulado en esa mansión. Se encerró en el cuarto, esperando el fin de los tiempos. Sin embargo, no se encontraba tan solo como a veces quería. Siempre llegaba alguien a interrumpir su soledad autodestructiva.

—¿De nuevo encerrado? —dijo la familiar voz femenina—. ¿Por lo menos has desayunado?

Era ella, la abogada. Venía todos los días a comprobar si aun estaba vivo. Augusto a veces la odiaba, especialmente cuando interfería con su soledad. Se dedicaba a la ley por devoción y era a quien papá había escogido para redactar el testamento en los últimos momentos de su vida. La herencia que había dejado entonces, recaía sobre los hombros de un muy joven Augusto, a quien poco le importaba el mundo y sus millonarios. La mansión, el auto y el atelier junto con una cuenta bancaria pasaron a su nombre, aun así no podía disponer de el hasta cumplir la mayoría de edad. Por su parte, Johan también tenía derecho al dinero y a él si le permitieron disponer de ello al decidir estudiar medicina.

Augusto era el único estancado. La única flor marchita en un jardín cada vez más polvoriento.

—Tienes que seguir con tu vida, ¿Tu sabes eso, cierto?

—No quiero.

—¿Por qué no?

—Porque estoy solo.

—¿Y qué con eso? Johan también lo esta y él ha seguido, está esforzándose mucho.

—Yo no soy Johan. Yo necesito encontrarlo. Si puedo hacerlo, entonces podré seguir con mi vida. Lo necesito a él.

—¿A él? —inquirió curiosa, sentándose de pronto en la orilla de la cama para escucharlo—. ¿Quién es él?

Ella era una mujer lista, aun así Augusto era más listo que ella. Él sabía guardar muy bien sus secretos, porque aunque ella fuese suave, amable incluso, no dejaba de ser una seguidora de la ley y seguro que se oponía a todo lo que su padre le había enseñado.

—Él es alguien importante. Debo hallarlo.

—De acuerdo. Pero no lo encontraras si sólo te quedas aquí. Mañana iré a reunirme con los inversionistas. Sería bueno que lo conocieras. Eres el nuevo dueño, después de todo.

Supo que ella tenía razón, aún así no le respondió y se quedó en la cama incluso después de que ella saliera de allí. En la mansión ya no había ni un sirviente, ni un mayordomo. Todos se marcharon en cuanto murió el señor. Pero a Augusto poco le molestaba aquello. Era mejor así, estar completamente solo. Había días en que aquella perpetua debilidad no parecía pesarle tanto en los hombros y conseguía levantarse para asear la casa. En cambio, había días en que el simple gesto de levantarse de la cama implicaba un esfuerzo sobrehumano. Nadie podía entender eso, nadie podía comprender que le faltaba una pieza para sentirse entero. Por eso solía limitarse a observar como morían y desaparecían trozos de si mismo, agujeros que luego se llenaban con amargura endurecida.

Para entonces, nada parecía tener sentido.

Hasta ese día cuando finalmente decidió ir con la abogada para así conocer a los famosos inversionistas. Se había perdido en el centro de la ciudad, y al ir caminando y preguntar por curiosidad en dónde estaba, la vio. Era ella, la chica muda. Podía ser una chica cualquiera, podía no ser nada, tan sólo una alucinación, aun así Augusto la siguió cuidadosamente como el espejismo que él creía que ella era. Sin embargo, se dio cuenta de que la vida estaba regalándole una segunda oportunidad.

Porque finalmente la había encontrado. A ella y al niño.

No asistió a la reunión ni tampoco conoció a los inversionistas. Con el espíritu renovado se dedicó a perseguirla, aun si ella escapaba a una ciudad y luego a otra. Nada iba a detenerlo esta vez sin importar si en las noches, especialmente cuando la frustración le ganaba terreno, dejaba correr lágrimas que si no fueran de agua, seguramente serian de una cosa negra y espesa como el alquitrán caliente, algo como el odio condensado que entonces solía limpiar pasando el dorso de su mano por sus ojos enrojecidos por la ira. Augusto tenía toda la intención de matarla y recuperar a Luzbel.

Por favor, ya basta —dijo la voz de Johan en alguna ocasión, a través del auricular del teléfono—. ¡Augusto, entiéndelo, esto no esta bien! ¿Qué pretendes hacer con el niño una vez que lo encuentres? Está mal. Déjalos en paz. Encuentra una vida y vívela.

Y para entonces ya llevaba años también sin ver a Johan. Y que poco importaba eso ahora cuando su obsesión estaba restaurada.

—Yo ya encontré la vida que quiero vivir —respondió desairado—. Tú eres el que escapa. Sigues ocultándote bajo prejuicios sucios y asquerosos que en nada te ayudan. Lo único que hacen es hundirte en la desesperación. Entonces, siendo así, húndete en la perpetua tristeza porque yo si sé lo quiero y por eso seguiré persiguiendo la esperanza.  

—Así no deben funcionar las cosas. Así no funciona el mundo.

—¡Así funciona para mí!

Colgó y continuó su eterna búsqueda de paz. Era algo que le gritaba desde el fondo del cráneo, martilleando su cerebro. Era la necesidad de paz lo que le gritaba.

Y un día la encontró, pero sola. El niño para aquel tiempo, ya estaba muy lejos de la muchacha, con una familia adoptiva según ella. No le creyó y si sus ojos fuesen navajas solida, él ya la hubiese matado con el poder de sus orbes sin tener que levantar siquiera un dedo. Pero tuvo que levantarlo, y para entonces ya ni importaba que hubiera símbolos de guerra escritos con sangre en su destino. Augusto sólo siguió buscando, ahora más feroz que nunca, ahora cuando finalmente lo tenía para él y sólo para él.

Por supuesto, el mundo real funcionaba de otra manera; los inversionistas se cansaron y abandonaron el negocio, sumergiendo el atelier en penumbras y el negocio de juguetes en quiebra. La mansión se quedó sola y fue saqueada. Johan dejó de llamar e incluso la abogada abandonó cualquier signo de ayuda, robándose además unos cuantos millones antes de desaparecer del mapa. Y la cuenta bancaría seguía y seguía vaciándose a medida que él continuaba su frenética cacería.

Hasta que ya no hubo nada…

Tuvo que regresar a su ciudad, a buscar lo que quedaba de la mansión para empeñarlo, venderlo incluso. No se detendría ahora ni nunca aun cuando la vida se le fuera en ello. Y ahora su única y valiosa posesión era el auto, que no vendía porque era el único medio de transporte con el que contaba.

Y estando una tarde cualquiera en una cafetería cualquiera, se dedicó a mirar mientras la taza de café reposaba quietamente sobre la mesa. Y viendo a través del gran ventanal que daba el paisaje de afuera, un paisaje sucio por la ciudad y sus miles de transeúntes que sólo hablaban y hablaban esperando que el eco le devolviera las palabras, se encontró con la sorpresa. La sorpresa dolorosa de lo que veía y no podía creer. Salió corriendo afuera, para verlo a la cara, sin embargo no pudo encontrarlo. Al menos no ese día.

Así que al día siguiente se encontraba allí de nuevo, esta vez vigilando todo desde el interior de su carro. Las horas pasaban, dejándole en claro lo ruin que era la espera. Con ese agujero negro en su pecho que tiraba de todos los bordes para comerse lo que quedaba de él. Estaba tan ansioso de que por fin las cosas cambiarían un poco; alteraría el orden establecido y rutinario, rompería con la asquerosa rutina de ese maldito día de cielo despejado, personas trabajadoras y búsqueda insaciable… Solo tenía que tener paciencia, empujar al fondo de su psique al monstruo que se removía emocionado en su pecho.

Y apareció. El niño apareció en su campo de visión. Iba sucio y desgreñado, con los pies descalzos y la ropa grande y mugrienta. Pero tenía esos ojos que Augusto había reconocido en el momento; unos pequeños ojos con el color de sol que brillaban y despertaban en él una sensación de familiaridad aturdida.

—Te encontré, Luzbel —dijo con una sonrisa—. Por fin te encontré…

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Wow, capitulo 30. Nunca había escrito una historia con tantos capítulos. Espero que les haya gustado porque me pase una semana entera escribiéndolo y detallándolo. Me vi un documental sobre prostitución y me pareció curioso los tres casos que presentaron; una persona que lo hizo porque no tenía más opción (una situación traumante el tener que venderse), otra porque necesitaba el dinero para completar sus estudios (No odió el trabajo, sino que lo vio como una opción viable para ayudarse) y luego estaban lo que lo hacían por placer, porque les gustaba el sexo. No sé, me gustó el segundo caso, porque explora una opción valida, justificable, es decir, debía completar sus estudios y por eso no veía la prostitución como algo malo, e incluso cuando saliese de ese mundo, seguía sin verlo como malo, sino como la opción que le sirvió para apoyarse y creía que otros jóvenes también podían hacerlo. En eso me basé para crear a Rudy y así mostrar otro punto de vista.

En fin, espero que les haya gustado. Aun no sé cuando saldrá el próximo, hasta entonces… Ah, quería invitarlos a pasar por mi otro original: Mariposas Disecadas, donde subí una nueva parte. Es una serie de ones-shot basados en la relación de Javier y Salomón, sólo por si alguien quiere leerlo.

Hecho de Bifurcaciones


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