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Parte de mí por oborozuki

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''A veces me pregunto, si nosotros hemos compartido una vida juntos mucho antes de nacer, porque aunque nuestros cuerpos estén separados siento tu corazón cerca del mío.''

 

Eran demasiados jóvenes para eso aún, demasiado la verdad; pero el sufrimiento no espera a que crezcas, el mismo te hace crecer mediante palos por más que grites y te resistas.

Aún de niños ningunos de los dos lo entendía bien, ya que al estar siempre protegidos bajo las cálidas alas de sus padres como recién nacidos polluelos no había dolor que los pudiera alcanzar. Encerrados ahí en las brillantes cajas de cristal hechas a sus medidas no había cabida para lágrimas, pero al igual que el vidrio el cristal es demasiado fácil de quebrar.

Ambos rodeados de distracciones y numerosos caprichosos cumplidos, el hecho de escuchar hablar a sus padres sobre la posibilidad de que ambos al crecer contrajeran matrimonio no lograba ponerlos en alerta, era algo muy difícil de entender para su corta edad. La infantil inocencia que poseían no los dejaba pensar más allá de que serían compañeros de juegos y amigos por siempre, lo cual les sacaba más de una sonrisa.

El mundo allá afuera no lograba tocarlos con toda su crueldad, aún. Ese mundo que los separaba en clases diferentes no les llamaba la atención, no lo necesitaban.

Pero al igual que las velas en el pastel los años comenzaron a aumentar, haciendo notar las diferencias en sus cuerpos y la realidad golpeándoles sin piedad. Sus instintos los hacían confundir y los deseos de descubrir el cuerpo del otro se hacían notar tomando forma de tiernos besos y cálidos abrazos, pero unos que no pasaban más allá de eso por el admirable autocontrol de Otabek, quien luego de la llegada de su primer celo se preocupó de mantener la distancia de su adorado Yuri por un par de días cada nueve meses como si fuera la más importante de las reglas. No tenía prisa, no había porque apurar las cosas; el futuro junto a Yuri lo tenía asegurado de alguna forma, su corazón le pertenecía y él se encargaba de demostrarle cada día cuanto le quería. No había necesidad de ponerle un nombre o titulo a lo que tenían, pero ellos eran algo así como simples almas gemelas.

El mayor mimaba y protegía a Yuri como el más valiente guerrero de todo peligro que se le acercara, aguardando a que estuviera listo para recibirlo en cuerpo y alma el día que su celo se dignara a aparecer, no quería arrebatarle su tierna inocencia cuando aún vivía sus quince años de edad. Sabía en el fondo que pronto llegaría ese día en el que su cuerpo gritara su nombre y exigiera por sus caricias.

Pero lo que ninguno de los dos imaginaba era que llegara tan de prisa y en tan inoportuno momento, cuando Otabek no pudiera protegerlo y Yuri mucho menos defenderse.

Todo fue como una maldita pesadilla. Un agonizante dolor que los atraparía y destrozaría no sólo a ambos, sino que también a todas las personas que se mantenían a sus espaldas, a quienes llamaban familia.

A Yuri la maldad del ser humano le golpeó con fuerza, pero gritó, claro que lo hizo. Forcejeó, pataleó y su garganta se desgarró, pero el descontrol en esos desconocidos ojos oscuros fue mucho más fuerte.

Con cada invación podía sentir que le despedazaban el alma, con cada sucio gemido que escuchaba en sus oídos le provocaba querer devolver todo el contenido de su estomago. La putrefacta saliva de aquel sujeto que humedecía la piel de su cuerpo se le impregnaba por los poros como una aguja bañada en tinta; un tatuaje permanente que llevaría toda su vida.

¿De verdad existe alguien allá arriba? Quizás si, pero al parecer no le quería.

A pesar de que la violación ocurrió a plena luz del día, nadie nunca supo ni se enteró de nada. Los gritos que luchaban por salir en su garganta fueron ahogados por la fuertes manos de aquella bestia, sus ropas despedazadas y su dignidad ultrajada.

Las probabilidades de que le ocurriera eso algún día eran aún más altas que ganarse la lotería, palabras del mismo policía; quien lo tachó de irresponsable y le culpó de las heridas de su propio cuerpo, ya que después de todo era sólo un maldito omega que debía haberse preparado para el día en que su celo llegaría. ¿Ahora quien se haría responsable de todos sus sueños destrozados? La tarjeta de cartón de un psicólogo ya no le servía, el daño ya estaba hecho.

«Si tan sólo hubiera llegado unos minutos antes» , se recriminaba cada día Otabek.

Pero quien se imaginaba que una sencilla salida al parque terminaría en tal maldita desgracia.

Por más alcohol que bebiera no lograba borrar de su cabeza la imagen del cuerpo de Yuri desnudo entre unos arbustos, inconsciente y con heridas en sus piernas, brazos y por todo su cuello. Ningún diazepam lograba ayudarlo a conciliar el sueño en las peores noches, pero cuando al fin lo lograba las pesadillas y las parálisis de sueño no tardaban en hacer presencia. Se sentía débil, además de culpable, culpable por no haber estado ahí para protegerlo y partirle la cara al desgraciado que se atrevió a tocarlo con sus sucias manos.

Podía ver el vacío en el alma de Yuri cada vez que le miraba a los ojos esmeraldas, podía sentir su dolor incluso aún a la distancia. Sus gritos durante las noches donde el recuerdo le atacaba creía lograr sentirlos en su propia garganta, y cada rasguño que se provocaba en los brazos podía sentirlos como en los propios. Podía sentirlo aún cuando estaban separados, eso era lo que significaba ser una pareja destinada.

Los días tristes eran frecuentes, esos donde comenzaba a recordar los momentos de tranquilidad que compartió junto a Yuri, las tardes completas haciendo cualquier cosa y las noches donde su dulce aroma a vainilla le ayudaba a conciliar el sueño. Sus tiernas conversaciones y las peleas de niños, las caricias inocentes y los ricos besos, esos que ahora parecían más distantes que nunca.

Las semanas pasaban y le dolía, le dolía demasiado ver como Yuri se quedaba encerrado en su habitación negándose a salir, cubierto hasta la cabeza con las mantas tratando de ocultarse del inexistente peligro que le acechaba en el departamento que compartía con su hermano Viktor y con su esposo, Yuuri.

El rubio cabello le había crecido al igual que las ojeras bajo los ojos, las palabras que salían de su boca se limitaban a simples respuestas cortas en los días más oscuros, pero según Viktor cada vez que le visitaba lograba hacerlo hablar un poco más y sacarle una que otra sonrisa.

Los días que compartían como una familia eran sólo un recuerdo lejano, por más que todos trataran de poner de su parte en sacar adelante a Yuri era complicado al ver su negación en querer salir de su habitación. Ya casi no comía junto a ellos en la mesa y las horas en el baño sumergido en la bañera parecían eternas. Su excusa a los largos baños era que necesitaba sacarse la sensación de la manos de aquel alpha recorriendo su cuerpo y ese aroma repulsivo, ese que aún podía percibir incluso cuando ya habían transcurrido varías semanas.

¿Cómo salvar a alguien que se niega a ser salvado?

Las cosas comenzaban a ponerse más difíciles a medida que pasaba el tiempo, pero todo estaba lejos de acabar; una nueva tormenta comenzaba a llegar.

 

CAPÍTULO 1: ''Espero que tengamos la misma cantidad de felicidad que heridas en el corazón.''

 

—Adelante, pasa. —Otabek visitaba regularmente a los Nikiforov después del incidente de Yuri, y podría jurar que cada día que pasaba las ojeras en el rostro de Viktor se hacían más grandes delatando su mal dormir. Por más que sonriera todo el tiempo, sus ojos reflejaban la pena que intentaba inútilmente por ocultar.

Entró al departamento sin decir ni una palabra, el ambiente lúgubre de la habitación lo hacía sentir de alguna forma intimidado, temía romper el silencio que reinaba por respeto a la pareja que hace tan sólo unos segundos parecía estar tomando café en el salón, y también por Makkachin que dormía tranquilamente sobre la alfombra. Las cortinas permanecían cerradas la mayoría del tiempo ya que a Yuri le ponía de mal humor la luz del sol, dándole un aspecto muy triste al lugar donde algún día las risas y gritos del rubio inundaban por completo.

—Hola, Otabek. —le saludó el japonés con una sonrisa algo forzada desde el sillón, mientras palpaba con una de sus manos su vientre débilmente abultado. Al igual que su esposo, Yuuri lucía unas grandes ojeras bajo sus ojos marrones, los cuales se encontraban un poco enrojecidos. Al parecer había llegado en un mal momento, el ambiente decía que habían estado discutiendo antes de que llegara.

—Lo siento por venir sin avisar, otra vez. Pero andaba de paso por el sector y bueno, pensé que quizás podría ver a Yuri.

—No tienes que disculparte por eso, sabes que siempre serás bienvenido. —le respondió un Viktor sonriente abrazándolo de lado con uno de sus brazos. —Además estás aquí casi todos los días, deberías dejar de pedir disculpas cada vez que vienes, se siente un poco extraño, ¿sabes?

Bueno, Viktor tenía razón. Pasaba más tiempo aquí que en su propio departamento desde que se instaló permanentemente en la ciudad hace algunos meses. Los viajes de Rusia a Kazajistán o viceversa, ya eran cosa del pasado después de insistirle a sus padres que quería quedarse en San Petersburgo para estar junto a Yuri, quienes accedieron fácilmente; después de todo Otabek ya era mayor de edad y era normal que quisiera estar junto a su pareja, además tenía un buen sueldo y podría subsistir por si solo en el país.

—Lo siento...digo, uhm...—respondió llevando una de sus manos a su nuca, incómodo. No podía dejar de disculparse con ellos, porque en el fondo no sólo se sentía avergonzado por llegar en tal momento a visitarlos, sino que también por no haber estado ahí para proteger a Yuri y porque sus esfuerzos por ayudarlo no estaban dando resultados.

Viktor comenzó a reír por la actitud del kazajo y con su mano libre le despeinó el cabello, contagiándole la risa a él y a su adorado esposo.

¿Cuanto tiempo había pasado desde la última vez que soltaron una carcajada? Se sentía bien, pero por desgracia el momento fue demasiado fugaz; el silencio volvía a reinar sintiéndose incluso aún más incomodo que antes, de alguna forma se sentían culpables por reírse cuando Yuri la estaba pasando mal.

Los tres mantenían la mirada perdida en algún lugar del departamento, hasta que el omega empezó a hablar.

—Yuri ha dormido toda la tarde...ni siquiera almorzó con nosotros, ¿podrías intentar...sacarlo de su cuarto? Eres el único que puede hacerlo, incluso a Viktor lo echó a patadas esta mañana.

—Sí, ha estado más agresivo de lo normal desde ayer. —agregó serio el peli plata, sentándose en el sofá junto a su marido. —Al comienzo al menos comía un poco, pero ahora se la pasa durmiendo todo el día, estoy muy preocupado la verdad, ¿crees poder hacer algo?

Era verdad que el carácter de Yuri siempre fue un poco difícil si no se le trataba con cuidado, pero desde que eso ocurrió se le notaba como un pequeño gatito asustado, que incluso no se atrevía a levantar la voz cuando Viktor le gastaba una broma y mucho menos parecía tener ánimo de burlarse de Yuuri por su abultado vientre llamándole ''katsudon'' como antes lo hacía. Parecía estar ausente la mayoría del tiempo, algo así como muerto en vida. ¿Cual sería el motivo de su repentino cambio de humor?, ¿Podría acaso...tomar eso como una buena señal?

—Veré que puedo hacer.

En realidad no estaba tan seguro de lograr hacer algo.

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Cuando llegó a la puerta de la habitación de Yuri en compañía de Makkachin que le siguió por el pasillo, un desconocido aroma que venía desde el otro lado se le coló por la nariz. Era el característico olor a vainilla del rubio, pero era mucho más intenso que antes y tenía un leve toque a menta el cual hacía picar su nariz, pero no le tomó demasiada importancia por estar pensando en alguna forma de animarlo a salir de esas cuatro paredes.

Un golpe, dos golpes, tres, cuatro.

Nada.

Al no recibir respuesta a sus insistentes golpes en la puerta, decidió entrar al cuarto encontrando al responsable de aquel olor durmiendo plácidamente en la gran cama matrimonial, abrazado fuertemente al peluche de tigre que le había regalado en su pasado cumpleaños número quince.

La habitación como todo el resto de la casa se encontraba a oscuras por las cortinas que se mantenían cerradas, dándole un aspecto terrorífico. La ropa estaba desparramada por el suelo al igual que los cuadros de fotos y el resto de los peluches. Por más que ordenara el lugar cada vez que le visitaba al día siguiente todo volvía a estar en el suelo, como si un huracán pasara por la habitación cada vez que llegaba la noche, la noche de los recuerdos.

En completo silencio comenzó a recoger los objetos, dobló la ropa para después dejarla sobre el sofá de la habitación y con cuidado limpiaba los pedazos de vidrios que se repartían por todo el lugar. Cuando tomó uno de los cuadros rotos una foto cayó al suelo haciendo el movimiento de una pluma, mostrando que no había estado sola todo este tiempo; aquella imagen ocultaba otra detrás.

Se agachó para tomarla entre sus manos morenas y millones de emociones le invadieron junto a los recuerdos; un nudo se le formó en la garganta. En la fotografía se le podía ver durmiendo sobre el pecho de Yuri, mientras el rubio sonreía alegremente a la cámara. ¿Cuantos años habían pasado ya desde que tomaron esa foto? Sus rostros infantiles hablaban por si solos.

No podía evitar sentirse un inútil, el alpha más inservible del planeta, una maldita basura, ¿cómo pudo permitir que a su omega le ocurriera algo tan terrible? La culpa no se le iba y le dolía, le carcomía el alma y lo único que podía hacer era mirar, mirar como cada día que pasaba lo perdía un poco más.

Esos recuerdos tranquilos, las caricias, las escandalosas risas y los inexpertos besos, todo eso le golpeó como un portazo en todo el rostro.

Pero no todo terminaba ahí, al voltear la fotografía se percató que esta tenía escrita una corta frase en ruso; esa era la letra de Yuri.

Ya tebya lyublyu. (Te amo)

Los pedazos de su corazón se quebraron aún más y las lágrimas que amenazaban por salir le empañaban la vista. Se volteó hacía Yuri quien dormía sobre al cama y aún con la foto en su mano se sentó a su lado. Dejándose llevar, inútilmente le preguntó:

—¿Acaso...acaso hay algo que pueda hacer por tí?

Como si realmente le hubiera escuchado, el recién nombrado comenzó a abrir sus hinchados ojos mostrando su intenso color esmeralda, mientras se revolvía entre las mantas al reconocer a la persona a su lado. Gesticuló una torpe sonrisa en sus labios.

—Beka, ¿cuando llegaste? No te escuché entrar. —habló sentándose en la cama con cuidado, soltando un quejido de dolor como si ya fuera todo un anciano. —Lo siento por mi mala cara, he dormido todo el día...y creo que podría seguir haciéndolo la verdad.

Así como un gato llevó sus manos a su rostro refregándose los ojos con brusquedad tratando de lucir un poco más despierto. Otabek sólo lo miraba sin decir una palabra, preguntándose si realmente todo esto era sólo una maldita pesadilla; sólo quería despertar ya.

Cada vez que visitaba a Yuri estaba un poco más delgado que antes, las muñecas que se le escapaban por la sudadera delataban su delgadez. Su piel no brillaba, su aliento era horrible por no haber comido nada durante todo el día y esos rubios cabellos que antes brillaban como el mismísimo sol, ahora lucían opacos y separados por la suciedad.

—¿Hace cuanto que no te das un baño, Yura? —preguntó intentado tragar el nudo de su garganta, pasando totalmente de lo que el omega le había dicho anteriormente.

—Em, no lo sé...—respondió llevando sus manos a su cabello para despeinarlo, haciendo una cara de asco al notar lo sucio que estaba. —Creo que hace un par de días, no lo recuerdo la verdad.

Por más que Yuri le repitiera a todo el mundo que estaba bien cada vez que le preguntaban como se sentía, estaba más que claro que tan solo era una mentira para no preocupar a nadie. Otabek no le creía, y si lo hiciera se pasaría de imbécil. ¿Qué persona que se encuentra realmente bien se niega a salir de su habitación y ni siquiera tiene ánimo de comer o darse un baño?

—Al menos deberías alimentarte bien, estás muy delgado.

—¿El cerdo te mando a decirmelo, cierto?

—Bueno, no hay que ser muy observador para darse cuenta que estás en los huesos. Si no te quieres bañar da igual, pero que comas es importante.—le regañaba dulcemente mientras tomaba esas pálidas manos entre las suyas, tratando de consolarlo con suaves caricias. Yuri sólo asentía sin prestar mayor atención a lo que le decía su amigo de toda la vida, odiaba que le dijeran lo que tenía que hacer.

Al repasar su mirada por la habitación, se percató que tras la espalda de Otabek se encontraba una fotografía sobre la cama; al reconocerla el calor se le subió a la cabeza.

—Vaya, encontraste esa foto, no sabía en donde la había guardado. —habló con una sonrisa en su rostro mientras se estiraba para tomarla entre sus manos. —Jaja, mira esas caras, éramos sólo unos niños.

Las palabras que salían de su boca no parecían estar conectadas con sus acciones. Mofándose del cabello de Otabek de esos tiempos y de su cara regordeta, comenzó a soltar lágrimas sin ni siquiera mover su rostro, lo cual sorprendió al moreno, quien casi por instinto lo atrajo hacía su cuerpo rodeándolo con sus brazos y enterrando el rostro en la delgadez de su cuello.

Realmente estaba mal como para empezar a llorar mientras reía, y al parecer ni siquiera se había percatado de que lo estaba haciendo.

Acariciaba su pequeña espalda con sus manos tratando de calmarlo, pero los sollozos no cesaron durante un buen rato. Recordaba que habían pasado varios días para que Yuri se volviera a acostumbrar a tocarlo, estaba realmente afectado en los primeros días luego del incidente, tanto que no dejaba que ni Viktor se le acercara.

—Hueles a cigarrillo. —dijo el rubio sonriendo entre lágrimas, oliendo la chaqueta de cuerina de Otabek. —Creí que lo habías dejado ya.

Si bien se había prometido que dejaría de fumar y de beber, trabajar en un club nocturno rodeado de tentaciones y la música nublando sus pensamientos le ponía las cosas difíciles. Una cajetilla diaria para el maldito estrés y una cuantas cervezas para ayudarlo a conciliar el sueño, santa rutina.

—Tú hueles a vainilla, como siempre...incluso si no te has bañado hace días. —le respondió con tono burlón, hundiendo más el rostro en su cuello. —Pero, ¿sabes? Se siente algo extraño, es demasiado fuerte...¿Acaso podría ser que estás enfermo?

Como una madre preocupada por su cachorro, llevó una de sus manos a la frente del rubio para comprobar su temperatura. Yuri sólo rodó los ojos burlándose de la excesiva preocupación del alpha y apartó su mano con brusquedad.

—No, no tengo fiebre Beka. Quizás sólo es porque se comienza a acercar mi celo, puede ser eso, no exageres.

Otabek no estaba tan seguro de eso, según sus cálculos aún faltaba para la llegada de su celo, además jamás había percibido ese aroma en Yuri durante todos los años que habían estado juntos, pero al ver como arrugaba su frentecita y inflaba sus mejillas como un niño malcriado, decidió no seguir insistiendo; quizás era él quien estaba equivocado y su olfato estaba fallando. Además habían cosas más importantes que hacer y de las cuales preocuparse, como convencer a Yuri de comer aunque sea un poco y que de una ves por todas se sacara toda la mugre de su cuerpo; lo cual no fue tan complicado luego de amenazarlo con que lo tiraría a la bañera con ropa y todo si no salía de la cama.

Los minutos pasaban volando mientras conversaban animadamente en la habitación. Luego de obligarlo a bañarse, Otabek se preocupó de secar su cabello y de peinarlo por él, lo cual al menor parecía gustarte demasiado, tanto que a pesar de haber dormido durante todo el día ya se le comenzaban a cerrar los ojos por las relajantes caricias.

Pero aún faltaban lo más importante, comer la deliciosa comida que Viktor había preparado especialmente para su adorado hermanito, celebrando que después de días al fin se dignaba a cenar junto a ellos en la mesa.

El frío comenzaba a sentirse mientras más avanzaban las horas y el cielo se oscurecía avisando la llegada de la noche, y que mejor que comenzar la cena en familia que con una tradicional sopa Borsch. Viktor no podía dejar de mirar a su querido hermano menor comer lo que había preparado para él, y con una emoción exagerada comenzó a repartir pequeños besos por los bordes de su rostro mientras el rubio lo empujaba como podía y le golpeaba con la cuchara, Yuuri y Otabek sólo reían divertidos por la situación, pero en el fondo estaban igual de emocionados que el peli plata.

Era un pequeño avance, un pequeño vislumbro de una luz después de todo el sufrimiento que se instaló en sus vidas.

El plato principal consistía en Macarrones a lo Marinero y los elogios no tardaron en llegar, Yuuri parecía ser el más feliz y orgulloso de su esposo, quien además de ser una leyenda viva dentro del mundo del patinaje sobre hielo, también resultaba ser un excelente cocinero.

Para finalizar la cena como correspondía ya se comenzaban a servir los pequeños platillos con un trozo de Babka de Cereza sobre ellos y una modesta taza de té para acompañar. Aquel era el postre favorito de Yuri y se le podía notar perfectamente en la carita, en los ojos que le brillaban como las estrellas al ver esas esferas rojas sobre la tarta y por como ya comenzaba a gritarle a Viktor que le pasara la salsa de chocolate para rociarle encima. El peli plata no era demasiado bueno con las cosas dulces así que el japonés se encargó de prepararlo, y sabía cuanto le encantaba ese postre a su cuñado, así que tratando de subirle un poco el ánimo lo cocinó con mucho esmero.

—Amor, esto está buenísimo. —le elogió Viktor a su esposo con lagrimitas en los ojos y con una sonrisa tonta en el rostro.

—Si, es cierto, está muy rico. —le apoyó Otabek con su característica seriedad mientras levantaba el pulgar de su mano izquierda.

Una escena que hizo sonreír tiernamente al japonés. Cada una de las personas sentadas en la mesa eran tan especiales para él, tanto como Viktor su esposo, Otabek como el novio de su cuñado y obviamente ese chico de cabellos dorados, que por más que su relación en un comienzo no fue del todo buena habían aprendido poco a poco a comprenderse y por qué no, también a quererse.

Y sólo faltaba la opinión más importante (como difícil) para el cocinero de tan deliciosa tarta, la de ese adolescente gruñón sentado a su lado.

—Muchas gracias, que lindos son. —tuvo que sacarse sus lentes para limpiarlos por las lágrimas que le comenzaban a brotar en sus ojos debido a la emoción, las hormonas le estaban jugando una mala pasada. —¿Y tú Yurio que opinas...de...

El japonés no pudo terminar lo que iba a decir cuando vio a Yuri cubrirse la boca con ambas manos, lucía pálido y trataba de ahogar unas arcadas en su garganta. Nadie podría creer que hace tan sólo unos segundos estaba tan contento por probar su postre favorito.

—Yura, ¿Qué ocurre? —le preguntó Otabek levantándose de la silla lo más rápido que pudo para ayudarlo.

Comenzó a acariciar la pequeña espalda tratando de calmar su malestar pero el ataque de pánico que estaba teniendo Viktor no lo estaba ayudando en nada, incluso lo hacía poner más nervioso. No dejaba de llamarlo desesperadamente mientras Yuuri le trataba de calmar y le hacía señales a Otabek para que le acompañara al baño.

—¡Mierda, viejo! ¿te puedes callar sólo por un seg...

Por más que quiso, no logró terminar su frase llena de enojo. Cuando ya no pudo aguantar más la cena en su garganta, se echó a correr en dirección hacia el baño cerrando la puerta tras él de un sólo portazo, dejando un silencio en el comedor y el sonido de sus arcadas de fondo.

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—Ya se durmió. —hablo el japonés cerrando la puerta de la habitación de Yuri.

—Quizás…quizás la sopa le hizo mal, todo es culpa mía, mi pobre Yurio. —sollozaba escandalosamente Viktor ocultando su rostro entre sus finas manos.

Otabek se había quedado pensativo, como si no estuviera ahí sentando en el salón realmente. Había algo extraño en todo esto y las piezas que hace unos momentos se negó a analizar ahora comenzaban a tomar forma, dejando ver un escenario que no le agradaba en absoluto.

—Otabek, ¿podría ser que…has notado algún cambio en el aroma de Yurio?—le preguntó el japonés, temiendo que sus sospechas de días fueran ciertas.

Sólo las parejas destinadas tenían la capacidad de percibir el aroma especial de su amante como también cualquier cambio en él, incluso antes de que la misma persona se diera cuenta. El inusual aroma a menta mezclado con vainilla que desprendía Yuri parecía ya tener un motivo, pero las tres personas presentes se negaban a creerlo del todo.

—La verdad es que sí. —respondió. —Desde el primer día que lo conocí, Yuri siempre ha tenido un aroma a vainilla, pero ahora era mucho más fuerte y…era algo como parecido a la menta.

El rostro de Viktor se opacó como un cielo tormentoso al escuchar aquellas palabras, incluso más que antes.

Es que claro, el kazajo no tenía como saber algo al respecto, él jamás había percibido el aroma de su omega embarazado.

—Tú…no sabes que significa eso, ¿verdad?

En realidad no lo sabía, todo eso era nuevo para él; pero al ver los rostros del matrimonio supo al instante de lo que se trataba, incluso cuando no le habían dicho nada, sólo faltaba encajar las piezas como en un rompecabezas. El sueño excesivo y las nauseas no eran una casualidad.

Su mirada se fijó en la puerta cerrada de la habitación de su amado, y con tan sólo imaginarlo lo supo, su instinto de alpha se lo estaba diciendo a gritos.

—Lo más probable es que Yurio…que él...esté en cinta.

La reacción de Viktor ante la torpe respuesta del kazajo fue suficiente para darle a entender que estaba en lo correcto. Había golpeado la mesa de centro con tanta fuerza que si no fuera porque era de madera, quizás se hubiera hecho trizas.

¿Por qué?, ¿Por qué le tenía que ocurrir algo como eso a su amado hermano?, se preguntaba el ruso.

¡Tan sólo tenía quince años! Aún le quedaba un año para terminar la escuela y toda una vida por delante, quería verlo disfrutar de su juventud un poco más, incluso regañarlo por llegar a altas horas de la noche, por el olor a alcohol en sus ropas y por responderle insolentemente, pero ahora…todo eso había sido cambiado por la imagen de él con un enorme vientre y rodeado de pañales sucios.

Podía sentir que hace tan sólo unos días aún le ayudaba a su madre a cuidarlo, a prepararle la leche y hacerlo a dormir en su cunita allá en su natal Moscú.

Sentía la rabia nublarle los sentidos, tanto que ya había comenzado a ponerse su abrigo para ir tras el desgraciado que se había atrevido a arruinarle la vida a su hermano, ni siquiera tenía idea de donde buscarlo ni mucho menos de como se llamaba. Las pocas características que Yuri había revelado a la policía no habían sido suficientes para descubrir su identidad, además la autoridad tampoco había puesto mucho esmero en aquello, tanto que ni siquiera se habían tomado la molestia de hacerle los exámenes correspondientes, después de todo la violación de omegas eran casi pan de cada día.

Mientras el japonés intentaba detenerlo como podía y luchaba por hacerlo entrar en razón, el sonido de una puerta los interrumpió.

Ahí estaba, ahí estaba complemente hecho trizas, con las lágrimas inundando su pálido rostro y apretando con fuerza la tela de su pijama. Era ese chico, quien ahora era consciente de que posiblemente cargaba en su vientre un bebé; el resultado de la peor de sus pesadillas.

—Lo siento, de verdad…lo siento tanto…

¿En que clase de mundo de mierda vivimos qué la misma sociedad hace pensar a la víctima ser responsable de ser violada?

Al parecer algo estamos haciendo mal.


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