Y sabe que es amor.
Cuando finalmente se ha acostumbrado a permanecer sin problema alguno entre cuatro paredes, en lugar de tener el eterno deseo de seguir corriendo hacia cualquier lugar. No sabe definir si aquello está bien, o está mal, pero sabe que no le importa, y lo único que desea es seguir de esa forma.
Ahí, recostado en la extensión del sillón, con la cabeza recargada en las piernas de Riley, quien lee cómodamente mientras le hace leves mimos en la cabeza.
— ¿Te vas a dormir?
La agradable voz de Riley llegó a sus oídos, obligándole a entreabrir los ojos, quedándose pensativo un momento antes de girarse para quedar boca arriba —después de haber estado sobre su costado izquierdo—, y dirigir la mirada hacia el mayor, quien, recientemente, había dejado su libro a un lado para prestarle total atención al rubio.
—No lo sé… ¿Te molesta si lo hago?
Barry no era la clase de gente que pedía permiso, mucho menos era alguien que tomara siestas de vez en cuando, no le gustaba, el necesitaba hacer algo, estar en movimiento constantemente… Hasta que eso pasó.
—No lo hace, pero… —Riley movió sus manos con dirección al cuello del menor, desatando el sencillo nudo de la suave tela con la que estaba hecha aquella verde bufanda. Barry se quedó ahí, quieto, esperando pacientemente a que aquella prenda fuese retirada por las hábiles manos del mayor—. ¿Estás seguro de que quieres dormir?
El más joven dejó salir un suspiro cuando finalmente la bufanda —aquella que usaba desde su niñez—, abandonó su cuello y sin dolor alguno Riley tiraba al suelo, como si aquel tesoro dado por su madre, fuera algo carente de todo valor… Algo que fácilmente ignoro cuando las manos del mayor comenzaron a acariciar con amor y devoción sus hombros, pasando delicadamente sus dedos por toda la extensión de su cuello.
— ¿Te gusta? —Preguntó Barry con una leve sonrisa, mientras disfrutaba de las caricias otorgadas en aquella parte de su cuerpo—. No sé cuánto tiempo más se vayan a mantener ahí.
—No importa —tranquilizo Riley con su sonrisa más amable, la mirada fija en el cuello del menor, aquel que mantenía una marca entre rojiza y morada, que la rodeaba de una forma que rayaba la perfección—. Pero me gustaría verla mientras aun la tengas, no te vuelvas a poner la bufanda.
—Está bien. —aceptó el rubio como si aquello no fuera la gran cosa, con una sonrisa casi imperceptible, debido al sueño que se encontraba sintiendo.
El guardián del aura sonrió mientras admiraba al más joven quedare poco a poco dormido, decidió dejarse descansar mientras su mirada se dirigía directamente a aquella marca. No era algo que había hecho con sus propias manos —o al menos no tan directamente—, la razón de la marca recaía en un collar, un tosco collar con el que se había visto forzado a utilizar, cuando el menor se había negado a permanecer a su lado. Uno que había utilizado para mantenerlo en su lugar, y enseñarle como iban a ser las cosas de ahora en adelante.
—Barry —llamó el mayor, sin esperar realmente una respuesta. Desde su llegada el brillante niño de catorce años lo había cautivado de inmediato, lo suficiente como para desear tenerlo únicamente para él, mantenerlo en aquella isla para siempre. Y estaba seguro de que aquello era amor, porque si no lo fuera, jamás hubiera puesto tanto empeño en destrozar sus las alas, y obligarlo a acostumbrarse al cautiverio—. Te amo.
Y sabe que es amor…
—Yo también, Riley.
Porque el menor le correspondía, sin el miedo que había aparecido en sus ojos, las primeras semanas de su aprendizaje.