Y sabe que es amor… ¿Cómo puede estar seguro de que es amor?
Se lo pregunta, se lo cuestiona, y es una duda que no deja de dar vueltas dentro de su cabeza, aquella que le tortura horriblemente y ya no le permite dormir. Porque sabe —y está consciente—, de que el jamás será capaz de ocupar ese lugar en su corazón, porque no importaba si su cabello también era rubio, o si sonreía todo el tiempo, de una u otra forma aquella chica había cautivado al amor de su vida, aun si no hizo absolutamente nada, ella de todas formas tenía algo que él jamás sería capaz de obtener.
Y le enojaba, le hacía rabiar. Algo que solo aumentaba cuando el moreno se acercaba al hermano —el único que sigue residiendo en Alola—, con la única intención de preguntar sobre el paradero de la chica rubia, aquella que se había ido a la región de Kanto para asegurar el bienestar de su madre.
—Algún día me iré a Kanto. —había soltado con una seguridad incuestionable, la cabeza en alto mientras admiraba uno de tantos barcos perderse a la distancia
— ¿Para qué quieres irte? —fue su pregunta entre dientes, con la molestia difícilmente reflejada en su siempre sonriente y feliz rostro, pero fácilmente detectable en su forma de hablar—. ¿Piensas dejar a tu abuelo, igual a como tu padre lo hizo?
—Claro que no —Hau se había reído a carcajadas como si aquello no fuera la gran cosa—. Yo volvería, nunca sería capaz de abandonar mi hogar, mi familia —aseguro con una sonrisa el moreno, asegurándose de mirar fijamente los dorados ojos de su amigo—. Pero me aseguraría de volver con ella.
Escuchar aquella frase no le había gustado en lo más mínimo, y su rabia sin sentido poco a poco se había comenzado a hacer presente, siendo que cada vez fuera más difícil ocultar su desagrado ante la mención de la hermana de Gladio.
— ¡No entiendo! —Exclamo furioso, tomando su lámpara de noche y lanzándola sin medir su fuerza, contra el espejo de cuerpo completo que tenía en su habitación—. ¿Qué es lo que le ve a ella? Yo soy mucho mejor que ella en todos los sentidos.
Sentado en su cama —simulando ser un adorno más en la habitación—, se encontraba Kartana, quien parecía observar cada uno de sus movimientos, evitando hacer cualquier sonido. Probablemente temeroso de su propio entrenador.
— ¡Yo lo amo! —grito una vez más, seguro de que su madre no se encontraba en casa y nadie alrededor sería capaz de escuchar sus gritos— ¡¿Por qué él no me ama a mí?!
El pokémon que parecía hecho de papel se levantó repentinamente —asustando a su entrenador en el proceso—, y tras un momento de no hacer prácticamente nada en la habitación, de un instante a otro ya había salido por la ventana, a tal velocidad que Sun no fue ni siquiera capaz de ver hacia donde se había ido.
Su preocupación duro menos de una hora cuando —de algún lugar—, Kartana salió trayendo consigo un extraño polvo.
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¿Cómo sé que es amor?
En un principio no había sentido culpa, ella no existía, no era real.
El extraño polvo que Kartana le había entregado, fue utilizado rápidamente en Hau. Nada de rechazarlo, investigar que era, o mucho menos los efectos secundarios que pudiera ocasionar. Para él lo único que importaba era darle eso a Hau, sin importar que.
Porque lo amaba, y estaba seguro de que lo suyo era amor… Un amor que creció aún más, cuando —tras consumir una bebida con el polvo disuelto en ella—, finalmente Hau había empezado a fijarse en él, a mantenerse a su lado… A quererlo.
Y su sonrisa solo se hizo más grande, mientras le daba vueltas con una cuchara al transparente líquido que se encontraba en aquel vaso de vidrio, asegurándose de que la bebida se viera igual de normal que el vaso a su lado.
— ¿Agua? —pregunto con su siempre presente sonrisa, mientras dejaba el vaso de cada uno en donde debía ir, sin confundir las bebidas, seria desagradable si su madre bebiera el equivocado.
— ¡Gracias, Sun!
Y sabe que es amor, porque se bebe el agua con confianza mientras continúan con la plática, sin cuestionar porque la tardanza, si se supone que el agua ya estaba lista