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Hay cosas que es mejor no saber por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola, aquí el nuevo  capítulo, espero le agrade.

 

Aquí están las:

ADVERTENCIAS:

*Lemon,

*Lenguaje vulgar

*OoC a raudales, así que sí amas el canon, este fic no es para tí,

 


sí siguen conmigo,gracias por leer

 

 

Milo se sentía incómodo, esa tarde le tocaba terapia grupal. No le inquietaba la terapia, lo que le inquietaba era que forzosamente tendría que encontrarse con Camus. Ya había pasado un mes desde que tomara la determinación de no acercarse más al francés, un mes bastante largo a ojos de Milo. Lo cierto era que de un tiempo a la fecha había notado que Camus se comportaba al borde de la aceptable cortesía cuando él se encontraba presente. Milo no entendía lo que estaba pasando. Camus le enviaba mensajes cada vez más confusos y eso lo desconcertaba.


 


Se presentó tarde a la terapia a propósito. No quería interactuar con sus compañeros. Se sentó en el único asiento vacío, en medio de Kanon y Shura sin percatarse hasta que era demasiado tarde de que se había sentado justo enfrente de Camus. La gélida mirada del francés lo incomodó y a partir de ese momento, evitó por todos los medios a su alcance mirarlo directamente. Estaba confundido, no comprendía por qué motivo Camus lo miraba de esa forma, ni por qué él se sentía avergonzado e incómodo.


 


No fue capaz de concentrarse en lo que sucedía a su alrededor. La helada mirada del santo de Acuario, clavada en él se lo impedía.  No puso atención al relato de Aiolia acerca de cómo las cosas parecían mejorar poco a poco entre él y Aiolos, y tampoco fue capaz de escuchar a Kanon hablar de lo difícil que era lidiar con la enfermedad de Saga. Poco fue lo que logró entender sobre el relato de Shura y lo difícil que le estaba resultando encontrar una ocupación para su tiempo libre. Cuando fue su turno de hablar, Milo tuvo serias dificultades para hilar un relato coherente de lo que por esos días estaba haciendo con Afrodita, de cómo intentaban ambos reparar su vieja amistad que seguía sin recomponerse del todo tras la traición del sueco a la diosa. Mientras hablaba, todos se sorprendieron con la escasa claridad del griego. Desde el principio, él había sido uno de los pocos que se tomaron en serio las terapias y todos los actos de la fundación para reintegrarlos a la vida normal.


 


La terapeuta le agradeció a Milo su intervención y luego de tomar unas notas, se preparó para finalizar la sesión. Como pura formalidad, la psiquiatra preguntó a Camus si tenía algo que compartir. Todos conocían la respuesta de Camus, por lo que se disponían a retirarse. El francés jamás había hecho uso de la palabra. Se mantenía en silencio, como un simple espectador y acostumbraba a mantenerse al margen de las charlas. La respuesta del santo de Acuario tomó por sorpresa a todos los presentes.


—De hecho, sí, tengo algo que compartir con el grupo — sentenció el francés. Semejante declaración hizo que al menos un par de cejas se alzaran con incredulidad. Todos los presentes volvieron a acomodarse en sus asientos, expectantes, extrañados. Milo sintió de nuevo esos fríos ojos verdes clavarse en él y por un instante creyó ver en ellos una explosión de furia. Sin embargo, desechó la idea de inmediato, Camus era incapaz de dejarse de llevar por lo que él consideraba sentimientos bajos impropios de alguien de su condición.


—Adelante, Camus, te escuchamos— dijo la terapeuta ante lo dicho por el francés. El aludido asintió pesadamente, apartando por unos instantes la mirada del octavo custodio.


— No es mucho lo que tengo que decir… bien, yo… en esta semana me he dado cuenta de que la persona que decía amarme y ser capaz de dar la vida por mí, es simplemente un farsante que únicamente estaba esperando su turno para meterse en la cama de Afrodita de Piscis, porque para nadie aquí es un secreto como trata Afrodita de Piscis a sus amigos —todos quedaron sorprendidos, todos sabían que hablaba de Milo. Nadie, especialmente Milo daba crédito a lo que estaba sucediendo. Era evidente para los presentes que el griego ardía en furia.


— Pero ¿qué carajos…? ¡Eres un imbécil, Camus de Acuario! — gruñó, finalmente, el griego desde su asiento.


—Oh, vaya, una pelea de amantes — dijo Shura en tono burlón.


—Vete a la mierda, Shura, no es asunto tuyo— dijo Milo —. Y en cuanto a ti, será mejor que retires lo que has dicho —añadió apuntándole a Camus con el índice.


—No me da la gana decir que no he dicho lo que dije, lo que todo el santuario sabe, ¡que eres un mentiroso que no ha perdido la ocasión de volver a acostarse con esa alimaña sueca! —dijo Camus, estaba fuera de control y tenía a todos sorprendidos con su conducta. Nadie se esperaba que eso pasara. Nadie esperaba que Camus terminara por estallar de esa forma.


— ¿A ti que te importa con quién me acueste? Según recuerdo, era y sigue siendo mi derecho acostarme con él o con quién me venga en gana — dijo el griego.


— ¡Tú estabas enamorado de mí! —gritó el francés sorprendiéndolos a todos, particularmente a Milo.


—Señores, por favor, guarden la calma —dijo la terapeuta —. Esta no es la manera de expresar lo que está sucediendo entre ustedes.


—Bien, usted es la profesional aquí, ¿cómo se supone que tengo que decirle que es un imbécil? —dijo Camus, para todos los presentes era evidente que había perdido el control y estaba poco interesado en serenarse. Nadie comprendía realmente lo que estaba sucediendo. Camus de Acuario, siempre ecuánime, siempre sereno, siempre frío, siempre indiferente a todo y a todos, estaba totalmente fuera de control.


—Es perfectamente válido estar enojado, nos ayuda a poner límites, Camus, y usted sabe que lo único que no es válido en este espacio es la agresión. Estoy segura de que puede decirle a Milo todo lo que le molesta sin agredirlo —añadió la terapeuta esperando que eso bastara para hacer entrar en razón al francés.


— ¿Cómo se le dice a alguien que es un hipócrita y un traidor sin ser agresivo? ¿Podría decírmelo? —dijo Camus.


—Eres increíble… ¿ahora sí te interesa lo que siendo por ti? ¿Qué carajos pasa contigo? —Protestó Milo, estaba a punto de perder el control —. No tengo por qué quedarme aquí a recibir toda la mierda que te brota de la mente, Camus, por mí puedes irte mucho al carajo, ¡hijo de mil putas! —gruñó el griego y se dispuso a abandonar el lugar. Les dio la espalda a todos y se alejó.


— ¿Te ofende la verdad, Milo? —gritó Camus.


— ¿De qué demonios estás hablando? — respondió el griego encarando a Camus.


— ¡Te insulta que quede al descubierto que tú, el más leal de los amigos me mintió! —gritó Camus, Milo volvió sobre sus pasos dispuesto a terminar de una vez por todas con esa situación tan desagradable.


— ¡Eres un imbécil, traidor y desleal! ¡Dijiste que me amabas! —insistió Camus, que para esos momentos estaba hecho un energúmeno.


— ¿Te ofende la verdad? Fuiste tú el que dijo que me amaba, me amas pero eres perfectamente capaz de encamarte con Afrodita, ¿qué sentido tiene eso? —gritó Camus haciendo que Milo volviera sobre sus pasos.


—Así que ahora sí es importante lo que siento por ti, ¿a ti se te ocurre cuestionarme sobre qué sentido tiene acostarse con alguien? Por los dioses Camus, no tienes ni una pizca de derecho a reclamarme sí es que me acuesto con alguien más. ¡Tú dijiste que no me debías fidelidad ni yo a ti! ¿Ya lo olvidaste?


— ¡Dijiste que me amabas!


— ¿Ahora sí importa? Dijiste que no éramos más que amigos; te has acostado con tu discípulo y con no sé cuantos más y no he dicho nada, por qué tu dijiste que no tenía ningún derecho sobre ti, ¿recuerdas, hijo de puta? —dijo el griego. La terapeuta se colocó entre ellos y más de uno de los presentes se disponía a intervenir si las cosas pasaban a mayores.


— ¡Suficiente! Esta discusión está yendo demasiado lejos, lo mejor será dar por terminada la sesión ahora mismo.  Los veré por separado cuando se hayan tranquilizado —dijo mientras empujaba suavemente a ambos hombres lejos uno del otro. Kanon y Aiolia estaban unos pasos detrás de ellos, fue Aiolia quién dio un paso adelante para apartar a Milo de Camus.


—Vamos, Milo, te acompaño a casa —dijo el santo de Leo mientras arrastraba lentamente a Milo rumbo a la puerta.


—Eh, Camus, para ya. Vamos a tu templo —dijo un sorprendido Shura mientras se interponía en el camino de Camus para seguir a Milo.


—Vámonos de aquí, Milo —decía Aiolia mientras intentaba hacer que Milo se moviera hacía la salida con mayor velocidad. El griego se dejó llevar por su compatriota, irritado y herido, confundido por lo dicho y hecho por Camus —. Anda, vámonos de aquí, ¿de acuerdo? —Milo asintió pesadamente y se dejó llevar por Aiolia de vuelta a su templo.


 


De camino al templo de Escorpión, Aiolia insistió en que Milo debía tranquilizarse y no prestar oídos a las palabras de Camus. Al santo de Escorpión pronto le quedó claro que Aiolia estaba casi tan perplejo como él mismo por lo que recién había sucedido. No lo culpaba, ¿quién iba a imaginarse que las cosas iban a suceder de esa manera?


 


Una vez en Escorpión, Aiolia llevó a Milo a su habitación y enseguida fue a la cocina y le preparó un té.


—Gato, no te ofendas, pero no pienso beber té ahora —dijo Milo.


— ¿Qué tiene de malo?


—Nada, pero me vendría mejor un trago, ¿sabes? —dijo el octavo custodio y procedió a rebuscar en su armario. Finalmente dio con una botella de ouzos y la descorchó sin mayor preámbulo. Bebió un largo trago directo de la botella.


— ¿Sabes? Entiendo que acabas de pasar un mal rato, pero no todo se soluciona con alcohol.


—No, no se soluciona, dudo que se solucione de cualquier forma, sin embargo, prefiero anestesiarme a seguir pensando idioteces.


— ¿Qué vas a hacer cuando se te termine el alcohol?


—Comprar más, o ver si Dido tiene bien abastecida su reserva —respondió Milo con burla.


—No estoy jugando, Milo.


—Yo tampoco, Lía.  No quiero pensar ahora, todo lo que quiero es embrutecerme y no pensar. No sentir, eso estaría bien —gruñó Milo.


—Sé que duele, y no quiero que pases por esto sólo, no quiero que pienses que no tienes a nadie más que a Afrodita y a Death Mask.


—Son mis amigos, igual que tú.


— ¿Por eso te ha dolido tanto lo que dijo Camus? ¿O es porque de verdad te estás acostando con Afrodita otra vez?


—Me molesta que diga estupideces, es todo.


—No puedo creerte, ¿sabes? No sé qué pasó entre ustedes o que te picó acerca de Camus, pero ya no lo tratas como antes y esto que pasó hoy, es la prueba más clara de que algo cambió, no en él, sino en ti.


—Supongo que al fin me enteré de que es un hijo de puta, como todos aquí dicen.


—Tú siempre creíste que había algo bueno en él, que no era como todos pensábamos.


—Me equivoqué, igual que me he equivocado con tantas cosas en estos años.


— ¿Cómo en renunciar a Afrodita?


—Lía, no es buen momento para hablar de eso, ¿sí?


—Tú estabas enamorado de él. Lo sé, tú me lo dijiste. Te le ibas a declarar, ¿qué pasó? Nunca lo comprendí, tú parecías tan enamorado y tan entusiasmado, y de pronto, simplemente dejaste de verlo…


—Lo que pasó fue Saga, eso pasó. Ese hijo de mil putas fue lo que pasó entre nosotros… mejor dejemos el tema, ¿quieres? Yo… no quiero hablar de ello. No pongamos sal en mis heridas ahora que se empiezan a cerrar, ¿quieres? Vete a casa, tranquilo. No pienso suicidarme ni subir a partirle la cara a Camus sí es lo que crees.


—Lo que creo es que tú vas a seguir bebiendo y que en cualquier momento Afrodita va a entrar por esa puerta y que si no lo hace, tú subirás a buscarlo. Eso es lo que creo, Milo.


—Dioses… a veces me caga que me conozcas tan bien —dijo el octavo custodio con una sonrisa triste.


—Somos amigos, ¿no?


—Lo somos, gato.


—Me voy, procura no arrasar con todo el alcohol que tengas a la mano, volveré en la noche, ¿de acuerdo?


—No necesito que me cuides.


—Sólo vendré a ver si no estás muy borracho, es todo.


—Gracias, Lía.


—De nada, bicho. Nos vemos.


—Nos vemos.


 


Aiolia se alejó, preocupado por la situación de Milo y porque no encontraba la manera de hacerlo sentirse mejor. En realidad, no tenía mucha idea de qué podía hacer. Milo, su buen amigo, quién siempre había estado ahí para él desde que eran niños, estaba pasando por una situación delicada, sumamente complicada y Aiolia era incapaz de hallar un modo de ayudarlo.


 


Al igual que todos en el santuario, Aiolia conocía los sentimientos de Milo hacía Camus, o al menos eso había creído hasta ese día. Al igual que todos, había asumido que Camus no le correspondía, que simplemente tenían sexo y que Camus le sacaba todo el provecho posible al amor de Milo. Aunque se lo había insinuado en más de una ocasión, Milo parecía no entender nada de lo que él le decía. Se limitaba a hacer oídos sordos a las claras alusiones del santo de Leo y a mantenerse firme en ese optimismo necio de que algún día Camus le correspondería. Aiolia se arrepentía de no haber sido más Lo cierto era que las palabras de Milo seguían resonando en su mente “No pongamos sal en mis heridas ahora que se empiezan a cerrar”, ¿se refería a Afrodita y su fallido romance? ¿O hablaba de Camus? No tenía modo de saberlo y no era el mejor momento para preguntar al respecto.


 


Aiolia se encontró con Afrodita al salir del templo de Milo. Para el santo de Leo fue un alivio encontrárselo.


—Quizá a ti te haga caso y deje de beber —dijo Aiolia. Afrodita estaba sinceramente preocupado.


—Gracias por traerlo, me haré cargo —dijo el sueco en voz baja.


—Si hace falta ayuda, sólo llámame —dijo Aiolia.


—De acuerdo, Leo —dijo Afrodita. El sueco penetró en el templo del Escorpión Celeste y fue directamente hacía la habitación del griego. Lo encontró bebiéndose el ouzo, sentado en la cama, con la mirada perdida. Se sentó junto a él. Se quedó ahí en silencio, acariciando con las yemas de los dedos la botella de whisky que había traído consigo y, al mismo tiempo, la posibilidad de plantarle cara a sus sentimientos hacia Milo y actuar en consecuencia, como le había dicho Death Mask que hiciera. Afrodita estaba al tanto de lo ocurrido con Camus, por eso no hacía preguntas, por eso estaba ahí, en silencio, escuchando la pesada respiración del griego. Se sentó y espero, y mientras lo hacía, se bebió un trago de la botella que había traído consigo.


—Ya te enteraste, ¿no, Dido? —el sueco asintió mientras bebía —. ¿Sabes que dijo? Que me olvidé de él para acostarme contigo —añadió Milo con voz cavernosa, Afrodita sonrió de lado —. Se siente ofendido por qué me cansé de servirle de tapete y permitir que hiciera conmigo lo que le viniera en gana. Dice que le mentí cuando dije que lo amaba. Hijo de puta...


— ¿De verdad dijo eso?—preguntó el sueco antes de beber de nuevo.


— ¿Lo dudas?


—Es Culo de Pingüino de quién hablamos. Ni siquiera sé sí es capaz de sentir algo.


—Dijo “Todos sabemos cómo trata Afrodita a sus amigos”.


—Es un imbécil.


—Ahora me doy cuenta —susurró Milo antes de darle otro trago a la botella que sostenía entre sus manos.


—Deja de pensar en ello.


—Créeme que quisiera, pero no puedo. Es un imbécil egoísta al que sólo le importa ser el centro de atención. Eso es lo que le molesta, que dejé de estar disponible para cuando quiere coger o lo que sea que se le ocurra y no quiere hacer personalmente.


—Olvídalo, sólo olvídalo —dijo el sueco antes de beber un trago más.


—Tal vez deberíamos acostarnos de nuevo, Dido —susurró Milo, su tibio aliento, mezcla de alcohol y del muy particular aroma del griego, golpeó a Afrodita de lleno. Sus rostros estaban muy cerca, Afrodita se estremeció con el pensamiento de que bastaba con moverse unos milímetros para que sus labios se tocaran. No tenía más que inclinar el rostro un poco y sus labios tocarían los de Milo —. Ayúdame a olvidar, Dido —susurró el griego y sus labios, tibios y suaves, se prendieron de los de Afrodita. El griego lo besó con hambre, con ansiedad y Afrodita se dejó envolver en esos fuertes brazos que recordaba muy bien y que anhelaba tanto. Afrodita sintió las manos de Milo, grandes y ásperas, metiéndose entre su ropa y entonces la realidad lo golpeó con toda su fuerza. Milo sólo quería olvidar. Todo lo que milo quería era olvidarse de Culo de Pingüino, era intrascendente al lado de quién.


—No, bicho, ya no hago estas cosas. Lo sabes, Milo, paremos.


—No, Dido, no puedo… no quiero parar… te deseo, Dido—susurró Milo sin dejar de besarlo. Afrodita quiso sobreponerse, superar la fuerza de la pasión de su amante de antaño —. Déjame seguir, Dido —susurró el griego mientras frotaba su erguido miembro contra el muslo del sueco.


—Bicho, ya estás borracho.


—Tú también.


—No, Milo, para, estás borracho y despechado, no sabes lo que haces ni lo que dices—dijo Afrodita mientras intentaba apartarlo haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para resistirse a eso que él también deseaba. Sin embargo, era imposible abandonar esos brazos, quizá no tenía las mismas motivaciones que el griego, pero definitivamente tampoco quería parar. Se besaron con intensidad, con Afrodita dando rienda suelta a la pasión que había contenido durante años y Milo deseando desde lo más profundo de su corazón olvidar en los brazos del sueco. Afrodita renunció a resistirse a sus deseos y a los del griego, se olvidó de todo excepto del hombre que le arrancaba la ropa y besaba cada milímetro de su piel.


 


Milo, por su parte, se sentía como en un sueño. Habría sido mentira negar que había deseado encontrarse así durante mucho tiempo. Pese al tiempo y a todo lo que había sucedido entre ellos, no había olvidado a Afrodita. El mayor placer sólo lo había conocido entre sus brazos. Ninguno de sus amantes, antes y después de él, tenía punto de comparación con Afrodita. Cuando la boca del sueco devoró su pene, Milo se mordió los labios para no gritar. Aferró la rubia cabeza y comenzó a embestir en esa boca tersa y tibia. El placer era enceguecedor para ambos.


 


Sus cuerpos desnudos se trenzaron en un abrazo estrecho y enteramente sexual. Volvieron a los besos, húmedos y hambrientos, ansiosos de consumar el encuentro. Los carnosos labios del sueco se deslizaron por el pecho de su amante, Milo gimió suavemente cuando los dientes del sueco rozaron levemente sus pezones mientras su hábil mano acariciaba el húmedo miembro del griego. Los gemidos del santo de Escorpión subieron de tono cuando Afrodita, finalmente, lo penetró. El sueco se introdujo lentamente en ese cuerpo que conocía casi tan bien como el propio. Mientras besaba a Milo, se empujaba más y más dentro de él, susurrando incoherencias y aferrándose a las estrechas caderas del santo de Escorpión. Milo impulsaba las caderas hacía Afrodita, buscando que la penetración fuera más profunda.  Cuando le llegó el orgasmo, el griego, literalmente se prendió a Afrodita con uñas y dientes; entre gemidos y gruñidos, ambos eyacularon.


 


Mientras se recuperaban del orgasmo, Milo abrazó a Afrodita lo besó en la frente y acarició su rostro pálido.


—Gracias, Dido —susurró en su oído. Una oleada de profunda amargura llenó a Afrodita.


—No agradezcas, ¿sí? Haces que me sienta como si fuera… no sé… no hablemos de esto, ¿quieres? Nunca debimos acostarnos—dijo el sueco apartándose.


—Dido, acabamos de acostarnos y fue genial, no te pongas arisco.


—No debimos, no debimos, Milo.


—No es la primera vez. Solías acostarte conmigo, ¿recuerdas?


—Lo sé, pero esos eran otros tiempos.


— ¿Por qué no revivir esos tiempos? No nos haría mal a ninguno de los dos y en realidad, creo que lo pasaríamos muy bien —dijo el griego, sinceramente interesado, mientras estiraba la mano para tomar un grueso mechón de los rubios cabellos de Afrodita. Siempre le había gustado particularmente su cabello.


—No insistas, bicho —gruñó Afrodita mientras se alejaba y se volvía a poner los pantalones.


— ¿Por qué no?


—Porque no. No quiero jugar a eso contigo.


— ¿Qué pasa, Dido? Es evidente que aún te gusto.


—Simplemente no quiero enredarme en este juego. Deja de insistir. Somos amigos, y acostarte conmigo no va a resolver la mierda que hay en tu vida ni en la mía.


—Siempre hemos sido amigos, y nos acostábamos.


—Éramos un par de mocosos cretinos que se creían que lo podían todo. Antes todo era diferente, empezando por qué tú confiabas en mí realmente. Si seguimos acostándonos, todo va a arruinarse entre nosotros, no vamos a poder lidiar con eso, al menos yo no. Milo, no quiero arruinarlo; esta vez quiero hacer las cosas bien. Sí las cosas se joden entre nosotros, quizá esta vez no podamos arreglarlo.


— ¿De verdad te importa tanto que las cosas entre nosotros se arreglen?


—Sí. Para mí es lo más importante ahora y por eso no voy a acostarme contigo por las razones equivocadas. Te deseo, ¡es obvio que te deseo! Si pudiera no te quitaría las manos de encima—dijo Afrodita, luchando por que no se le escapara justo en ese momento una declaración de amor —. Antes sólo nos acostábamos porque a los dos nos gustaba lo que hacíamos juntos. Tú me considerabas atractivo y yo a ti, nos apetecía el sexo y nada más. Ahora, hay demasiadas cosas en medio, lo sabes. Eres mi amigo, Milo y por eso te digo que estando las cosas como están en nuestras vidas, esto no va a volver a suceder. No quiero que te acuestes conmigo sólo para demostrarle algo a Culo de Pingüino. Tengo dignidad, bicho, nunca he sido el plato de segunda mesa de nadie y no voy a comenzar a serlo ahora; y tampoco soy tan hijo de puta como para aprovecharme de un amigo. ¿Me comprendes?


—Sí, creo que sí. Lo siento, Dido… me dejé llevar por la situación.


—Los dos lo hicimos —dijo el sueco con una suave sonrisa —. Ahora ponte calzones y vamos a la cocina, dejaré que trates de envenenarme con tu café malo.


—De acuerdo — dijo Milo devolviéndole la sonrisa —. Pero no quiero café, mejor vamos a la taberna de siempre por una copa.


—Las que quieras, pero nada de coger, ¿estamos?


—Bien, como digas.


 


Tras asearse y vestirse, abandonaron el templo de Escorpión, Afrodita se sentía aliviado, al menos podían seguir como antes, o eso era lo que quería creer.


 


Al igual que Aiolia llevó a Milo hasta su templo, Shura se había encargado de hacer lo propio con Camus.


—Bien, ya he venido contigo hasta acá, ahora trata de serenarte un poco, ¿quieres? —dijo Shura dispuesto a irse.


—Lo intento, ¿sí? —resopló el francés sin mirar a Shura. Estaba avergonzado de sí mismo, de permitirse haber llegado a esos extremos.


—Sí necesitas que me quede… —sugirió Shura, forzado por las circunstancias pero poco dispuesto a cooperar.


—No me hace falta nada. Vete de una vez, es evidente que ninguno de los dos quiere que estés aquí. Anda, vete que es lo que estás anhelando —dijo Camus con desdén.


—Vamos, Camus, que sólo es Milo —le dijo Shura con una sonrisa burlona —. Ya volverá, ni siquiera Afrodita es tan divertido como tú en la cama.


—Vete, quiero estar sólo —dijo Camus dándole la espalda.


—OK, pero que te quede claro que solo pretendía ayudar.


—Vete —insistió Camus, incapaz de seguir conteniendo el cúmulo de emociones que lo estaban envolviendo en ese preciso instante. Shura, finalmente se fue a casa, refunfuñando y murmurando un montón de insultos que tuvieron a Camus sin cuidado. Lo que dijera Shura le importaba muy poco, había hecho el ridículo, había actuado como un imbécil y todo era culpa de Milo.


 


Milo, Milo, Milo que estaba convirtiéndose en un auténtico dolor de cabeza para él. ¿Qué demonios estaba pasándole con él? El griego se había convertido en una preocupación constante, y lo que más lo inquietaba era no ser capaz de determinar por qué. No comprendía que le estaba pasando con Milo, ¿por qué lo enfurecía tanto que Milo hubiera vuelto a las andadas con Afrodita? Además, Milo no era ni el primero ni el único con el que se acostaba frecuentemente. Pero, sí lo pensaba un poco, Milo sí era el único y el primero que no había dejado de reiterarle su amor hasta la saciedad. También había sido el único en soportar estoicamente su desdén y cada uno de sus desplantes. Sólo en ese momento se dio cuenta de que desde el principio había puesto a Milo en una categoría distinta del resto.


 


Camus se sentía impotente al no lograr deshacerse de lo que sentía, ni siquiera poder silenciarlo y aquietar su mente. Lo cierto era que tenía miedo de nombrarlo, de etiquetarlo, de darse cuenta de que él también tenía sentimientos hacía Milo. Sentimientos que se negaba a admitir, a nombrar como lo que eran.  No, no era sólo deseo, no podía seguir engañándose. Lo amaba y lo había arruinado todo con él. Semejante descubrimiento lo hizo romper en llanto.


 


Fue así como lo encontró Hyoga. El joven santo de bronce se había enterado de lo ocurrido entre su maestro y el santo de Escorpión, y de inmediato se dirigió a buscarlo en el templo de la vasija. Para Hyoga fue realmente sorpresivo encontrarse a quién consideraba un bloque de hielo llorando a lágrima viva. Se acercó a él lenta y silenciosamente, sin saber a ciencia cierta lo que debía hacer para contener a Camus.


—Lo amo, Hyoga, y hasta ahora vengo a darme cuenta de ello —susurró Camus mientras gruesos lagrimones recorrían sus pálidas mejillas.


—Díselo.


—Es demasiado tarde, ¿no lo ves?


—Sólo será tarde sí te rindes, si bajas los brazos ahora, ¿no lo ves? Quizá sea eso lo que él espera de ti. Uno no es tan insistente como ha sido Milo sólo para de un día para otro dejarlo por la paz así como así.


—Lo dudo… le he dicho un montón de tonterías hace un rato.


—Vale la pena intentarlo, él te ha demostrado muchas veces que está enamorado de ti.  Estoy seguro de que querrá escucharte.


—No lo creo… él ya está con alguien más. Además, tú no tienes idea de todo el daño que le he hecho en todos estos años, de todo el daño que le causé. Tú no sabes ni la mitad de la historia entre nosotros.


—Eso no importa. Tal vez a él le interese conocer tus sentimientos —Camus negó con la cabeza.


—No. Al menos no ahora. Estoy seguro de que no querrá ni verme —dijo el francés bajando el rostro. Estaba convencido de que su conducta había precipitado las cosas. Milo no iba a volver, o tal vez lo haría, pero él no iba a pedírselo. Por más que doliera, por más difícil que resultara, no iba a doblegarse a sus sentimientos. Además, quizá el momento de decirle lo que sentía por él jamás llegaría.


 


El mal encuentro entre Camus y Milo desencadenó más reacciones de las que se hubiera podido esperar.


 


Cuando la conmoción del altercado entre Camus y Milo terminó por llegar a oídos de Death Mask, para el italiano fueron verdaderamente malas noticias. A sus ojos, bastaba con unir unos cuantos cabos sueltos para percatarse de que Culo de Pingüino estaba muriéndose de amor por Milo. Semejante situación iba totalmente en contra de lo que él pretendía. Era cuestión de tiempo para que el francés hiciera su jugada y le ganara la partida.  Era tan cierto que el griego seguía loco por Camus como que la noche sigue al día. Sí no hacía algo, iba a perder la batalla, algo que no pretendía permitir bajo ninguna circunstancia. Ese francés estirado no iba a interferir.


 


Tenía que ser más hábil y rápido que Culo de Pingüino. Tendría que hacer uso de todas sus artimañas para conseguir lo que deseaba. Iba a jugarse el todo por el todo, al diablo Afrodita, al diablo Camus, iba a hacer lo que tuviera que hacer para lograr sus fines. Nada iba a interponerse en su camino, ni siquiera el propio Camus y su repentino interés en Milo. Su mente, intranquila y un tanto perturbada, se puso de inmediato a trabajar. Algo iba a ocurrírsele y cuando la idea germinara, la pondría en práctica, a la mierda lo demás, que Death Mask tenía planes que trazar.


 


Gaetano no tuvo que quebrarse mucho la cabeza para discernir qué hacer, días después la fundación determinó que se reorganizaran los grupos de terapia. Buscaban evitar que Milo y Camus volvieran a encontrarse y no propiciar un episodio similar. El más conforme con la resolución de la fundación fue Death Mask. Fuera de la terapia, Camus no se atrevería a darle la cara a Milo.  El italiano estaba seguro de que la discusión y el encierro posterior a ésta, habían hecho que Culo de Pingüino perdiera puntos ante Milo. Las cosas se le estaban presentando más fáciles de lo que había pensado en un principio. Todo lo que tenía que hacer era mantener los canales abiertos, conservar la calma y no cometer una estupidez épica.  Iba a usar en su favor el que los hubieran puesto en el mismo grupo de terapia. Por esos días a Milo había que tratarlo con pinzas. Estaba hosco y casi agresivo, era evidente que seguía furioso y frustrado por lo que había ocurrido con Camus.


 


Tras algunos días, el griego seguía sin comprender qué demonios pasaba con Camus.  ¿Así de repente él se percataba de su existencia, de lo que hacía y no hacía cuando antes lo pasaba todo por alto? ¿De repente le importaba con quién compartía su tiempo y su cama? ¿También él se dedicaría a tirar mierda sobre Afrodita? Para esos momentos no estaba seguro de qué era lo que había dolido más, sí el que Camus intentara hacerle creer que se interesaba en él o que dijera lo que había dicho sobre Afrodita.


 


Los días posteriores a la discusión con Camus fueron caóticos para Milo, en su espíritu se mezclaba una informe amalgama de las más diversas emociones. Estaba furioso, dolido, asqueado hasta cierto punto y no comprendía bien a bien la situación. No se sentía cómodo con las miradas y los comentarios burlones a su alrededor. Le sorprendía la calma con la que Afrodita se estaba tomando las cosas. Mientras que Afrodita hacía oídos sordos a las murmuraciones y gestos mal disimulados a su alrededor, Milo se sentía cada vez más frustrado por no poder ponerle fin a los crecientes rumores sobre ellos. Camus había desatado una tormenta que, aparentemente, no tenía intenciones de frenar.


 


Esa mañana tenían sesión grupal, y el sólo recordar lo que había ocurrido la semana anterior hacía que el estómago de Milo se revolviera.  No podía ocultar que seguía furioso con Camus.  Tampoco que era incapaz de dejar de pensar en lo dicho por el francés aquel día. Además, lejos de menguar, su furia y su descontento se estaban incrementando. Lo que lo tenía peor era que no había sido capaz de darle salida alguna a nada de lo que sentía.


 


De mala gana, acudió a la sesión, incapaz de ocultar o siquiera contener lo que estaba sintiendo. Le estaba representando un gran esfuerzo el no estallar. No le hizo gracia percatarse que dentro de su nuevo grupo de terapia estaban Saga y Death Mask. Su relación con Saga nunca terminaría de ser buena. Le guardaba un rencor irracional que no tenía su origen en la traición a la diosa, como el resto quería creer. En cuanto a Death Mask, su relación no pasaba por el mejor de los momentos, si alguna vez lo había habido.  Death Mask lo desconcertaba. Milo no había dejado de preguntarse qué diablos estaba sucediendo en la cabeza de Death Mask. Gaetano nunca había sido el más amable de sus amigos, con mucho era el que lo trataba peor. Solía actuar con él de una forma descortés que rayaba en lo grosero, con un montón de bromas subidas de tono e insinuaciones burlonas. A partir de su alejamiento con Camus, las cosas habían cambiado.  Esa estúpida y absurda broma sobre hacer un trío había sido el detonador del cambio y si entonces no le había hecho gracia, en el presente lo tenía podrido. Gaetano había sido muy distinto desde entonces. La escabrosa amabilidad del santo de Cáncer inquietaba profundamente a Milo.


 


La terapeuta llegó poco después que Milo. El griego estaba incómodo y la errática conducta de Saga le estaba poniendo los pelos de punta.  Tenía que ser sincero, el Saga del presente no tenía nada que ver con el que había conocido.  Se veía nervioso, extremadamente inquieto. Poco o nada tenía que ver el Saga frente a él con el que había logrado engañar a todos durante años suplantando al patriarca.


 


Gaetano miraba de cuando en cuando al griego.  No se veía nada bien. A decir verdad, tenía muy mala cara. Era notorio que llevaba días sin dormir adecuadamente y el propio Death Mask era testigo de que se había pasado buena parte de esos días bebiendo hasta perder la conciencia. Ese tren de vida ya le estaba cobrando factura al griego, cosa que saltaba a la vista con sólo mirarlo. Estaba desaliñado y era notable el aliento alcohólico en él.


 


Pero no sólo Milo estaba incómodo con la presencia de Saga y Death Mask, también lo estaba Aiolia. El santo de Leo no estaba muy conforme con la presencia del hombre que había ordenado la muerte de su hermano, ni con la de su casi amante.  No le parecía buena idea que esos dos estuvieran ahí para escuchar lo que tuviera que decir.  Lo cierto era que tampoco le gustaba mucho el creciente interés que Gaetano estaba mostrando en Milo. A sus ojos era evidente que Death Mask estaba coqueteando descaradamente con su compatriota y Milo no se daba cuenta de nada. Aiolia no tenía duda alguna de que Death Mask estaba pensando en llevarse a la cama a su amigo.  Aún no estaba seguro sobre sí era correcto intervenir o no.


 


Cuando la sesión dio inició y la terapeuta les pidió hablar acerca de algo que hubiera ocurrido durante aquella semana, el único que mostró interés genuino fue Saga. Como era su costumbre, el santo de Géminis se mostró dispuesto a prodigar detalles y a ser minucioso con ciertos recuerdos que dejaron un muy mal sabor de boca en todos los presentes. Las palabras de Saga sin duda contriuyeron a enrarecer aún más el ambiente, a tal grado que la terapeuta terminó por ponerse nerviosa. El único de los presentes que escuchó de principio a fin a Saga sin mover ni un músculo, fue Death Mask. Acostumbrado como estaba al nuevo Saga, para Gaetano el griego se había mostrado hasta cierto punto contenido.


 


En realidad, el italiano no había puesto demasiada atención a lo dicho por Saga. Esa mañana no tenía un verddero interés en lo que su antiguo líder tuviera que decir. Lo que esperaba con ansías era que llegara el turno de Milo de hablar. No estaba seguro de que el griego se atrevería a tocar el tema de Camus y lo ocurrido en su último encuentro, sin embargo, si lo hacía, él estaría completamente atento a lo que dijera. Sabía que Milo no había dicho gran cosa al respecto y también sabía que había ocurrido algo con Afrodita, aunque no estaba seguro de qué. Fuera lo que fuera, había vuelto a enturbiar las cosas entre ellos, algo que no terminaba de agradarle. De cualquier forma, al menos el griego había guardado el mínimo de decoro y no había ido a buscar a Camus. Milo se había limitado a beber y lamentarse, sin hacer nada al respecto, sin compartir nada con nadie. No estaba molesto, ni preocupado, en realidad no tenía idea de que le producía la situación, tal vez sólo curiosidad de ver en que terminaba el asunto.


 


Pero, en el fondo, sabía que tenía curiosidad y cierta preocupación. ¿Qué tanto había impactado a Milo la discusión con Camus?  Porque a sus ojos, el estallido de Culo de Pingüino no era sino una retorcida declaración de amor hacía el griego. Adivinaba celos, dolor, impotencia. Milo era un ciego y un idiota si no lo notaba. Pero no iba a ser Gaetano quién le abriera los ojos, ¿qué caso tendría? ni era lo correcto ni lo beneficiaba en nada.  De hecho, revelarle a Milo el enamoramiento de Camus hacía él iba en contra de todos sus planes; como cereza del pastel, Gaetano estaba convencido de que seguir junto a Camus era dañino para el griego. Desde su perspectiva, si dejaba las cosas seguir, lo único que pasaría era que Milo iba a ceder a la presión del francés y terminaría recibiendo las migajas que él le lanzara. Milo iba a terminar volviendo a ser su sirviente y quizá ya no volvería a ser jamás el orgulloso griego que le gustaba tanto. Camus lo estaba echando a perder. Camus era una maldita piedra en el camino de todos los que le importaban y encantado iba a sacarla del camino.


 


Para cuando le llegó el turno de hablar a Milo, éste se mostró casi tan errático como Saga. Se sentía terriblemente incómodo y abiertamente manifestó que no quería decir nada. La terapeuta no lo presionó y tampoco dijo nada al respecto. Death Mask sonrió satisfecho, lo conocía bien, mejor de lo que había creído. El italiano se relajó. Las cosas iban a ser más fáciles de lo que había pensado. Si el griego no hablaba era porque estaba furioso. Verdaderamente furioso. Furioso era mil veces mejor que enamorado y mil veces más fácil de manejar.


 


Gaetano no perdió la oportunidad de acercarse al griego cuando terminó la sesión. Así de cerca como estaban, era evidentemente el aliento alcohólico de Milo y la falta de aseo en su persona. Aquello sí que no se lo había esperado. No había pensado que el santo de Escorpión estuviera así de mal. Milo estaba dolido y confundido, demasiado de ambos, en realidad. Todo lo que tenía que hacer era armarse de paciencia, hacer lo mismo que hacía con Saga, mostrarse comprensivo y amable, aunque no tanto como para que el griego sospechara sus intenciones. Milo iba a terminar haciendo lo que él quería que hiciera, y él estaría listo para actuar en consecuencia.


 


Pese a la resistencia inicial de Milo, Gaetano terminó por acompañarlo a su templo. Milo se mostró hosco, algo hostil; pero Gaetano no se amilanó. Tenía que seguir adelante y derrotar la resistencia del griego si acaso quería lograr algo. Necesitaba acercarse lo más posible y romper la resistencia de Milo. Ambas cosas estaban resultando más difíciles de lo que había considerado en principio. El santo de Escorpión terminó por aceptar a Death Mask a su lado, cansado como estaba de la soledad y de todos esos pensamientos extraños. En el fondo, todo lo que quería era que las cosas volvieran a ser como antes, antes de descubrir todos esos sentimientos que amenazaban con ahogarlo.


—Anda, bicho, tienes que comer algo — dijo Gaetano cuando Milo se negó a comer el almuerzo que le había preparado.


—Tengo náuseas, Tano. No me apetece comer ahora.


—Tienes que comer. También deberías ducharte, ¿hace cuánto que no te duchas? Apestas a borrachín de cantina barata.


—Tano, deja de joder. No eres mi mamá.


—Soy tu amigo, de hecho, creo que soy el único de tus amigos que se preocupa por llenarte el estómago con algo más que alcohol.


—Si lo dices por Dido…


—Dido es un tipo lindo, muy simpático, pero poco práctico. Su manera de arreglar las cosas es verdaderamente cuestionable. Lo sabes. Además, antes que llenar el corazón, siempre conviene llenar antes la barriga. Con el estómago lleno uno suele pensar con más claridad —dijo el italiano empujando el plato hacia Milo.


—Sí, bien, tienes razón, no diré que no la tienes. En realidad, sabes que no le digo que no a tu comida jamás, pero realmente no me siento bien.


—Ven conmigo y te daré algo que te hará sentir mejor, te lo garantizo.


—Gracias, pero… necesito dormir.


— ¿Dormir o ahogarte en alcohol?


—Tano…


— ¿Ya consideraste que todo ese alcohol va a terminar por volverte estúpido? Tienes que dejar de arreglar las cosas a la manera de Lord Piscis. No todos los santos de Athena han sido bendecidos con un hígado de acero como nuestro Dido.


—Vamos, Tano, solo déjame tomar un trago y olvidemos la charla, no te queda el papel de buen amigo, ¿quieres? Además, tú eres el amigo hijo de puta. Dejemos esto. No me apetece ahora.


— ¿Has considerado que Culo de Pingüino no vale todo esto?


—Esto no es por Camus, no sólo por él, son muchas cosas, demasiadas cosas que están a punto de estallar en mi cara y no sé cómo controlar. Creo que todo esto se debe a que me siento un idiota por permitirle hacerme todo lo que me hizo. Me estoy dando cuenta de que soy un idiota.


— ¿En serio? ¿Tratas de decirme que estás haciendo catarsis?


—Sí, algo así.


—No tenía idea de que así se le llama hoy en día a emborracharse hasta que se pierde la conciencia —dijo Death Mask con una sonrisa burlona.


—Bien, sólo te diré que cada uno arregla sus problemas como mejor puede y le acomoda —respondió Milo encogiéndose de hombros.


—Y tú has optado por arreglar las cosas a la manera de Lord Piscis. Me siendo en el deber moral de recalcar que tienes que dejar de intentar ahogar tus penas en alcohol. Es poco útil, porque por regla general, no se ahogan, tienden a aprender a nadar, ¿sabes? Y también me siento en la obligación moral de insistir en que ese francés frígido no vale absolutamente nada de lo que has hecho por él.


—Quizás tengas razón, en ambas cosas; y preferiría que dejáramos de hablar de Camus.


—Lo siento, bicho, pero como tu amigo tengo que insistir en ello. Debes olvidarte de ese estirado. Es hora de pasar la página. Olvídalo de una vez. Tienes que seguir adelante. Tienes que admitir que  Culo de Pingüino tenía la tendencia de tratarte como uno trata a un títere o a una mascota.


—Tano, no sé si te estás dando cuenta, pero toda esa mierda no me ayuda.


—La verdad duele, querido.


—Estás siendo cruel, ¿lo notas?


—Tal vez, pero es mejor sufrir ahora que sufrir poco a poquito, día tras día. Bicho, termina por aceptar de una vez que ese francés hijo de puta es un cretino y tú lo serías más si fueras tras de él. No necesitas esperanzas vanas. Lo que necesitas es morderte un huevo, pellizcarte el otro y dejar de ser el hazmerreír de ese hijo de puta. Además, tienes que admitirlo, tú mismo has pensado todo esto que te estoy diciendo. Es hora de pasar la página, bicho.


—Sí, sí, Dido me ha dicho lo mismo un montón de veces.


— ¿Y tu dura cabezota te impide reconocer que nuestro amadísimo Lord Piscis tiene su deliciosa boca repleta de razón?


—Bien, sí, me cuesta un poco admitir que tengo que dejar el asunto por la paz cuando ardo en deseos de ir hasta su templo y moler a Camus a golpes por ser tan imbécil.


— ¿No será más bien que te carcome el que Culo de Pingüino se haya tomado tanto tiempo para percatarse de que tiene sentimientos? En realidad, no debería sorprender, todos los de su clase son así. Un buen día las estrellas se alinean y terminan por estallar arrasando todo a su alrededor. O tal vez será que no te molesta tanto lo que hizo, sino lo que dijo. Tal vez sea cierto que en lo más profundo de tu oscuro y atormentado corazón verdaderamente anhelas esos lejanos días en los que te metías en la tibia y perfumada camita de nuestro sueco favorito —dijo, Milo se sobresaltó, Death Mask sonrió ampliamente. Definitivamente algo había sucedido entre esos dos.


—Tano, estás diciendo puras idioteces.


—No lo son tanto si te inquietan de esa manera, bicho. Te conozco bien, quizá he divagado un poco, pero tengo algo de razón. No me olvido de que tú estabas enamorado de Lord Piscis.


—Créeme, estás diciendo idioteces, muchas, de hecho. ¿Dido y yo? No, eso está completamente fuera de la realidad.


—No tanto, si me preguntas. En otro tiempo, en otro lugar, estuvo a punto de suceder, ¿no es cierto?


—Tú lo has dicho, en otro tiempo.


— ¿Sin Saga de por medio? Lo siento, pero en este punto no puedo dejar de preguntarme, ¿qué fue lo que más te dolió? ¿qué te mintiera sobre el patriarca o que se acostara con Saga?


—Cállate de una vez Tano.


—Dónde hubo fuego, cenizas quedan —dijo Death Mask.


—Dido quería protegerme, ya lo entendí —dijo Milo con calma.


— ¿Acostándose con Saga?


—Me refería a lo otro, lo de ellos… bueno, es cosa que sólo a ellos les interesa, no a mí. Él siempre intentó protegerme, al igual que tú.


—Me das mucho crédito, demasiado en realidad —dijo Gaetano extrañamente conmovido.


—Estoy diciendo la verdad, por ahora prefiero que dejemos hasta aquí esta charla. Tenemos que dejar de hablar de idioteces, no es buena idea.


—Reitero, donde hubo fuego…


—Entre nosotros no hubo fuego, ni siquiera brasas.


—Sí que había fuego, tanto que ambos se quemaron.


—Lo idolatraba, en más de un sentido era mi modelo a seguir. Para mí, él era el mejor de todos, por encima de Saga, lo admito. Pero aún ahora no sé si eso es amor o no.


—Lo era, idiota, por supuesto que lo era.


—No, no lo sé, no podría decirlo aún ahora.


—Sí Saga no se hubiera puesto en medio…


—Saga no tiene nada que ver.


—Sí tú lo dices. No te culpo por querer engañarme, créeme que no lo hago. Dido y yo siempre hemos sido amigos, desde que llegamos a este agujero. Pero, él, él es… ¿cómo decirlo sin que suene demasiado cruel? Oh sí, un pequeño tirano hijo de puta que siempre cree tener la razón. Aunque admitámoslo, también es exquisito, en particular si no está usando ropa.


—Por supuesto que es exquisito, quiero decir, es el más hermoso de los ochenta y ocho santos de Athena.


—Ahora dilo sin que suene a slogan barato.


—Tano…


—Todo lo que quiero es verte sonreír…


—Dido es mi amigo.


—Aiolia es mi amigo, y de vez en cuando nos acostamos sin demasiados líos.


—Sólo que, bien, en realidad no creo que ese arreglo pudiera volver a funcionar conmigo y con Dido. No estoy seguro de que las cosas puedan darse naturalmente entre nosotros después de lo que pasó… —susurró Milo como pensando en voz alta.


—Es curioso, Lord Piscis y tú son muy parecidos. Dido es leal hasta la muerte con aquellos a los que verdaderamente considera importantes. De hecho, me estoy pensando que ustedes dos son aves del mismo plumaje, demasiado necios e idiotas. Pero como no soy la madre de ninguno de ustedes dos, me limitaré a decir te lo dije, cuando sea el momento.


—Tano…


— ¡Bah! Tienes razón, no me queda nada el papel de buen amigo, dejemos esta charla absurda y vamos a buscarte ese trago que tanto te interesa.


—Hay vodka en la cocina.


— ¿Tienes hielo? Se me antoja en las rocas.


—Sí, debe haber.


 


Death Mask dejó a Milo beber a su antojo y Milo bebió hasta perder el sentido. El italiano se retiró satisfecho. Había sido una excelente idea hablarle de ese modo. Había recuperado parte de su confianza. Milo se había abierto un poco y le había dejado entrever sus verdaderos sentimientos. Todo lo que tenía que hacer era darle tiempo, esforzarse un poco más. Era evidente que Afrodita no había hecho nada similar. Mattias no era particularmente bueno con las palabras, no era capaz de sacar la información necesaria sin ponerse en evidencia, como había hecho él.


 


Death Mask volvió a su templo ya entrada la noche, convencido de que iba por buen camino para lograr lo que quería de Milo.

Notas finales:

Gracias por sus lecutras ygracias también a quienes se han tomado la molestia de dejar un comentario,

nos leemos la próxima semana.


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