Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hay cosas que es mejor no saber por Kitana

[Reviews - 17]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Después de dos semanas, aqui está el nuevo capítulo. Se acerca el final, espero que sea de su agrado.

 

aqui van las advertencias:

Lenguaje vulgar,


Disfrutenlo!

Milo podía notar que Afrodita estaba confundido y nervioso. El sueco permanecía a unos centímetros de él, con la espalda perfectamente erguida, evadiendo mirarlo mientras sus manos se movían erráticamente intentando alisar inexistentes pliegues en sus pantalones.


 


Podía ver claramente los estragos que la noche de borrachera había dejado en el precioso rostro de su viejo amigo. Afrodita no se había afeitado, su cabello que siempre estaba brillante y perfectamente cepillado, ahora lucía macilento y enredado. Pese a que seguía enfadado con él, el que Afrodita lo estuviera pasando mal, hacía a Milo sentirse terrible.


 


Ninguno de los dos se decidía a decir nada, largos minutos pasaron ahí, sentados, mirándose de reojo, sin decidirse a decir nada de lo que estaba pasando por sus mentes. No hacía más que mirarse furtivamente, evadiendo los ojos uno del otro, reconociendo en el semblante ajeno los claros indicios de que el transitar esa circunstancia era difícil para ambos.


 


Finalmente, Afrodita se decidió a romper el silencio, cansado de compadecerse a sí mismo y deseando ponerle remedio ya a esa situación tan incómoda.


—Bicho, ¿qué haces aquí? —preguntó; su voz, ahogada por el dolor que sentía, era apenas audible.


— ¿Creíste que para este momento estaría en plena luna de miel con Camus? —preguntó el griego con un deje de sarcasmo.


—Sí, bueno, ¿qué otra cosa podía pensar? Sí, justo así es como te imaginaba —susurró el sueco.


—Te equivocaste, Dido.


—Pues no voy a decir que lamento haberme equivocado y no hayan logrado arreglar las cosas. Tampoco que no me alegre que estés aquí y no junto a él.


—Por lo que a mí respecta, el tema de Camus no sólo está arreglado, más bien está finiquitado. No quiero saber más de ese —Afrodita lo miró sorprendido y luego una amplia sonrisa cargada de alivio se instaló en sus labios —. ¿Te complace la noticia?


—A decir verdad, sí.


— ¿Por qué?— la pregunta de Milo hizo que la sonrisa de Afrodita se borrara de golpe.


—Yo… bien… soy tu amigo, y sé que Camus no es bueno para ti, que nunca lo ha sido.


— ¿Eso es todo? —Afrodita se puso aún más nervioso —, ¿es sólo por eso?


—Milo…


—Los escuché hablar Dido, escuché más de lo que debía. Te escuché decir que me amas.


—Eso no importa.


— ¿Por qué dices eso?


—Deja de hacerme preguntas para las que no tengo respuesta —dijo Afrodita apartando el rostro.


— ¿Por qué no quieres admitir que tus sentimientos podrían ser importantes para mí?


—Bien, por la simple razón de que las cosas entre tú y yo están terriblemente mal, y se pusieron aún peor cuando me acosté contigo de nuevo. Fue un error… tú también lo piensas, de lo contrario no habrías estado tratándome como basura en los últimos días.


—Dido, yo no sé si fue un error o no… pero no he podido dejar de pensar en ti, en lo que pasó esa noche, ni en lo que teníamos antes. Fuiste mi primer amor, Dido, eso es algo que no puedo olvidar.


—No me digas esas cosas…


— ¿Por qué?


—No pretendas ilusionarme con algo que está totalmente fuera de mi alcance. Tú, Milo, estás completamente fuera de mi alcance.


—Dido…


—Tú sabes que es verdad. Ahora estás molesto con Camus por su actitud de mierda, pero ya se te pasará, no me creo eso de que para ti se ha terminado, se te va a olvidar todo lo que pasó y vas a volver con él.  Y yo, yo volveré a quedarme atrás y volveré a ser sólo tu amigo el que arregla el desastre y trata de sacarte a flote cada vez que ese hijo de puta te destroza el corazón. Vas a volver a condenarme a la nada y yo no sé si voy a resignarme esta vez.


—Siempre hemos sido amigos, Dido.


—Seamos realistas, bicho, tú y yo ya no podemos ser amigos.


— ¿Qué dices? —preguntó Milo sobresaltado.


— ¿Serás mi amigo aunque sepas que sigo enamorado de ti? ¿Me harás lo mismo que te hizo a ti Camus? —Milo se estremeció.


—No. Yo no podría… y no quiero que te alejes de mí.


—Pero no podrías seguir junto a mí tampoco, ¿cierto?


—Dido… no estoy seguro de gran cosa en este preciso momento, sólo de que te quiero en mi vida.


— ¿Te das cuenta de que me estás alentando a ir por ti? ¿Lo estás haciendo conscientemente o sólo es amistad mal entendida?


—Sí tú no vas por mí, yo iré por ti —dijo el griego y enseguida lo besó. Afrodita no supo cómo reaccionar.


—Milo… —susurró el sueco apartándose.


—No hace falta que digas nada ahora… ni siquiera necesito que lo pienses, dejemos que las cosas pasen, como era antes.


—Bicho, hay demasiadas cosas en el medio como para que simplemente actuemos como si no hubieran pasado los años y fuéramos los mismos mocosos de antes. No va a resultar. No podemos simplemente retomar las cosas en el punto en el que las dejamos hace años.


— ¿Lo dices por Saga? —preguntó Milo con amargura.


—Si, en parte.


—Bien, pues hablemos de Saga entonces —dijo Milo alzando los ojos al techo —. Te odié por acostarte con él justo cuando estaba a punto de declararme.  Te odié por preferirlo a él y a Tano por encima de mí, ¿satisfecho?


—Jamás me he acostado con Tano, tú ya deberías saberlo.


—Pero confiaste en él y no en mí, a él si le contaste lo de Saga.


—Yo no se lo conté, él ya lo sabía. Lo descubrió por sí mismo, ¿te olvidas que lleva años enredado con Saga? Ni siquiera tengo idea desde cuando lo sabía.


—Dido, realmente no te comprendo, mucho menos te comprendí entonces, sí me amabas, ¿por qué acostarte con Saga? ¿Qué demonios estabas pensando?


—Milo… yo…


— ¡Responde! ¿No te das cuenta de que necesito saber? Necesito desintoxicarme de este odio.


—No sé si podrás creerme, pero la verdad es que no podía hacer otra cosa. En ese momento Saga ya había perdido el control. Tú comenzaste a sospechar. Me ordenó distraerte del tema… cosa que no pude hacer.  Tú siempre fuiste más listo de lo que él creía. Dijo que sí no servía para silenciarte, al menos debía servirle para relajarse. En realidad yo no quería… pero… dijo que te mataría. Con lo de Aiolos, su amenaza fue realmente creíble. Yo era joven y estúpido. Dejé que me engañara y me manipulara a su antojo.


—Pudiste confiar en mí, siempre pudiste hacerlo.


—Sí… pude decírtelo todo y hacer que terminaras como Aiolos, convertido en un puto mártir, pudriéndote en un agujero porque ni siquiera ibas a tener derecho a una tumba.


—No sé si me hubiera gustado ese destino, pero al menos me hubiera gustado poder elegir de qué lado estaba con conocimiento de causa. Me hubiera gustado saber la verdad.


— ¿Para entonces morir fiel a tus convicciones?


—Sí, supongo que eso es lo que hubiera pasado.


—No quería verte muerto, fue egoísta, estúpido de mi parte, pero te amaba y no quería verte muerto. Además, tengo que admitir que estaba de acuerdo con él en muchas cosas…


— ¿Hablas en serio?


—Me temo que sí. El viejo Shion había dejado que las cosas se le fueran de las manos. En la espera por la reencarnación de Athena se le olvidó que el mundo seguía su curso y que nosotros no sólo debíamos ser testigos. Tienes que admitir que nadie aceptaba de buen grado la autoridad del santuario hasta que Saga tomó el control.


—Sí, bien, todo eso es cierto. Tengo que admitirlo.


—Me avergüenza un poco admitir que en ese momento yo estaba convencido de que la única solución era la violencia. Usar la fuerza para recuperar el respeto.  No voy a decirte que estoy orgulloso de cada una de las cosas que hice bajo el mando de Saga, hubo muchas ocasiones en las que quise negarme, hubo muchas noches en las que no pude dormir preguntándome sí había elegido bien al unirme a Saga. Cuando vine a darme cuenta de que había cometido un error, ya era demasiado tarde para dar marcha atrás y las cosas terminaron como ya todos sabemos.


—Y entonces te dejaste matar.


—Supongo que de algún modo, sí. Era mejor que sobrevivir y darme cuenta de que la había cagado monumentalmente y que tú no ibas a ser capaz de perdonarme, que habíamos roto todo lazo por nada más que mi estupidez.


—Nunca dijiste nada, nunca hiciste nada para que yo notara lo que sentías… que me amabas o que estabas arrepentido de aliarte a Saga.


— ¿Qué caso habría tenido? Para cuando me di cuenta de ambas cosas, no estaba entre tus favoritos, había perdido toda credibilidad ante ti. No hubieras creído absolutamente nada de lo que te dijera. Ya había mucha distancia entre nosotros y tú no tenías ganas de reducirla sino de ampliarla lo más posible, en especial cuando Culo de Pingüino entró en la cancha. Además, lo que había entre Saga y yo… ya era algo de lo que no podía escapar así nada más. No podía pedirte ayuda para salir del lío porque no habrías podido hacer nada. Habría sido peor. Me resigné a que las cosas entre nosotros debían limitarse a una amistad que se diluía poco a poco. Por si fuera poco, me había convencido de que era mejor que estuvieras lejos de mí, así Saga no podría alcanzarte. No podía permitir que él te hiciera daño…


—Tú sabes lo que me pasó con él, ¿cierto…? —dijo Milo con voz ronca.


— ¿Qué te acostaste con él y con su hermano? Sí, lo sabía. ¿Qué quieres que te diga? Saga es Saga, y en cuanto a Kanon, bueno, eras un mocoso… eras un niño, ¿qué edad tenías? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? No puedo culparte por caer con los dos. Saga era jodidamente impresionante, los dos lo eran, eran mayores, eso tiene su encanto cuando uno es un crío. Supongo que en eso no eras muy diferente de los otros en el santuario y que acostarte con esos dos fue como traer a la tierra un sueño erótico.


—Tú nunca has tenido mucha consciencia sobre el tiempo, Dido —dijo Milo con una sonrisa amarga.


— ¿De qué hablas?


—Tenía quince.


— ¿Antes de…?


— ¿De ti? Sí… te mentí, a ti y a mí mismo… ya no era virgen cuando nos acostamos. Dido, no fuiste el primero. Es sólo que todos estos años he querido pensar, convencerme a mí mismo de que tú fuiste el primero, que lo que pasó con ellos nunca pasó.


—Bicho, me estás asustando.


—Déjame hablar, Dido. Sí tengo que ser sincero contigo, conmigo mismo, tengo que decir que mi relación con ellos no fue un sueño, más bien fue una pesadilla… una horrenda pesadilla que he tratado de olvidar durante años.


— ¿Qué fue lo que pasó con ellos?


—Bien… Saga y Kanon… ellos fueron una pesadilla para mí… vaya que lo fueron.


—No estoy entendiendo nada.


—Quiero que me escuches detenidamente, tienes que hacerlo para entender por qué me dolió tanto que te acostaras con él, que lo hubieras preferido a él. También quiero que quede claro que no pienso volver a hablar de este asunto ni contigo ni con nadie. Creo que esto sólo lo sabemos quiénes estuvimos implicados… o al menos eso espero. Está de más pedirte discreción, de sobra sé que no vas a ir a contárselo a medio santuario, tal vez sólo se lo contarás a Tano, pero tengo mis sospechas de que él sabe algo.


—Definitivamente no estoy entendiendo ni un poco.


—Pronto lo harás —dijo Milo y evadió la mirada del sueco—. Tú sabes que antes de conseguir mi armadura yo no era nadie, y tampoco le importaba a nadie fuera de ti y de Aiolia. Por esos días ni el gato ni yo la teníamos fácil. Lo único que yo tenía entonces era a ustedes dos, a mi único amigo y al que me había dado esperanza, tú. En muchos aspectos era un niño todavía… yo… yo, no era más que un ingenuo. Créeme cuando te digo que no quería que pasara lo que pasó, que no lo deseaba y que hubiera querido evitarlo por todos los medios, pero no fui capaz de ello.


—Bicho, estás asustándome…


—Tienes que escucharme para comprender que lo que hubo entre él y yo me dolió por un motivo que iba más allá de mi orgullo. Nunca deseé lo que pasó esa tarde, pero tampoco fui capaz de evitarlo. Era… un tonto…no más que eso.


—Milo, no hace falta que sigas… de verdad.


—Sólo escúchame Dido, por favor. Debo decírtelo todo para que puedas comprenderme un poco mejor. Nunca he hablado de esto con nadie, ni siquiera con Aiolia cuando pasó —Afrodita lo notó tan decidido,     que optó por no decir nada más y dejarlo hablar —. En esos días ni Aiolia ni yo la teníamos fácil. Ambos éramos la escoria del santuario, todo el mundo descargaba su mal humor y su frustración en nosotros cada vez que podía. Éramos sólo nosotros dos la mayor parte del tiempo, luego, llegaste tú. Pero no era fácil vivir así. La mayor parte del tiempo estábamos muertos de hambre y poco menos harapientos que un mendigo. Aiolia no tenía un maestro y mi maestro era una bestia, tú lo sabes, así que casi siempre teníamos que ingeniárnoslas para comer. Esos días fueron particularmente duros… el invierno se avecinaba, a ti te habían enviado fuera y nosotros no podíamos recurrir a nadie ni siquiera para pedir caridad.  Estábamos desesperados. No teníamos muchas opciones. Entonces Aiolia tuvo una idea. Unos días atrás habíamos visto unas manzanas cerca del templo de Cáncer, en ese momento no las tomamos porque no estaban listas. Aunque sabíamos que era peligroso, decidimos ir y ver si quedaba alguna que pudiéramos comer. Ambos conocíamos el riesgo que implicaba colarse hasta los doce templos de los dorados siendo solo aprendices, pero teníamos tanta hambre que no nos importó.


—Milo…


—Lo echamos a la suerte. Yo vigilaría y Aiolia iría por las manzanas. Fuimos muy cuidadosos y por fortuna no nos topamos a nadie en el camino.  Por un momento pensé que todo saldría bien. Supe que algo andaba mal porque Aiolia tardaba demasiado. Fui a buscarlo, tenía miedo, pero fui a buscarlo. Me imaginé un montón de cosas mientras iba a buscarlo. Para nuestra desgracia, no me equivoqué, todo estaba saliendo mal. Lo habían atrapado. Saga y Kanon lo habían pescado. ¿Sabes? Lo peor fue que el gato solo había conseguido una manzana, todo lo que pasé esa tarde fue el precio por una miserable manzana…


—Milo, de verdad, no tienes que seguir.


—Tengo que hacerlo, Dido, ¡tengo que sacarme esto del alma! Sólo… sólo déjame continuar, ¿quieres? —dijo Milo, el griego respiró profundo un par de ocasiones antes de seguir adelante con su relato —. No lo pensé demasiado. Corrí como un loco hacía el que lo tenía sujeto y lo empujé lejos de Aiolia, no sé cómo levante a Aiolia del piso y le grité que corriera. Entre la confusión, el gato logró escapar…


—Pero tú no.


—Yo no. Me atraparon antes de que pudiera echarme a correr detrás de Aiolia. Nunca voy a olvidar la forma en que me miraban, era… escalofriante. Ambos me abofetearon, se burlaron de mí. Dijeron que no sabían que hacer conmigo, pero que ni Aiolia ni yo podíamos quedarnos sin un castigo por irrumpir en los doce templos. Yo les pedí que dejaran a Aiolia fuera de todo, se los rogué. Ellos se rieron de mí, de mi desesperación. Sabía que sí ellos hablaban, sería terrible para mí, pero sería peor para Aiolia. Sería su palabra contra la nuestra, y ¿quién iba a creernos a nosotros? Les dije que yo asumiría toda la responsabilidad, que haría lo que ellos quisieran pero que no involucraran a Aiolia. Uno de ellos dijo que yo tendría que ser especialmente bueno con ellos para que se olvidaran de Aiolia. Les dije que haría lo que quisieran y ellos sólo se reían. Aceptaron mi ofrecimiento. Dijeron que me llevarían a Géminis y ahí decidirían mi castigo. No sabía que tramaban, no tenía idea de lo que iba a pasar conmigo, sólo que Aiolia iba a estar bien si yo los obedecía. Cuando llegamos a su templo, me ordenaron que me desnudara, al principio no quería hacerlo, había imaginado que me golpearían, cuando insistieron y volvieron a amenazarme con delatar a Aiolia, obedecí. Entonces empezaron a tocarme… créeme, lo que tú me hiciste no se parecía ni un poco a lo que ellos me hicieron esa tarde… pensé que no terminaría nunca, cerré los ojos, como sí esa fuera la única forma de escapar. Fue horrible, de nada sirvió que protestara… ellos estaban más que satisfechos y complacidos con mi resistencia. Dolió… fue… aún hoy no tengo palabras para describirlo… lo peor fue cuando entraron en mi al mismo tiempo… perdí la consciencia. Cuando desperté, estaba afuera, tirado al lado de las ruinas, donde nadie podía verme ni ayudarme. Así que, como verás, tengo mis razones para odiarlos, a ambos…—Afrodita estaba atónito, jamás se imaginó la naturaleza de la revelación que Milo pretendía hacerle.


—Bicho… —susurró y lo abrazó con fuerza. Milo comenzó a sollozar, Afrodita lo abrazó con más fuerza —. Por todos los dioses, Milo… Milo lo siento tanto, ¡yo tenía que haber estado ahí para ayudarte!


—No podías saber…


—Todo este tiempo he sido un imbécil, me he comportado como un hijo de puta…


— ¿Ahora comprendes por qué me es casi imposible perdonarte el preferirlo a él? Yo no conocía tus razones, pero me hirió en el alma que te enredaras con el tipo que hizo de mi vida una mierda. Espero que entiendas que no me sirve de consuelo saber que él está demente, su maldito hermano estaba completamente cuerdo y contribuyó alegremente a joderme la vida. ¿Me entiendes ahora?


—Mejor de lo que crees…de algún modo, pasamos por lo mismo…


—Dido, también tengo que decirte que en este momento estoy más que confundido, más que deshecho y que no sé qué es exactamente lo que siento por ti— dijo el griego mientras hacía esfuerzos sobrehumanos por contener el llanto.


—Eso no importa, lo único que importa eres tú. Ahora no importo yo, no importa lo que siento por ti o lo que tú sientes por mí, todo lo que importa eres tú…


—Dido…


—Te vas a recuperar de esto, griego hijo de puta, y yo voy a estar a tu lado, como tu amigo o como lo que tú quieras que sea, no voy a abandonarte, te lo juro –Milo no respondió. Envolvió a Afrodita en un estrecho abrazo y enterró el rostro entre los largos cabellos del sueco, aspirando el dulce aroma que emanaba de ellos mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas. El sueco lo dejó hacer, entendiendo que Milo, finalmente, estaba derramando el llanto que en su día no se permitió derramar. Los dos sabían que aún quedaban muchos cabos por atar. Aún quedaban muchas cosas sin decir, muchas heridas por sanar. Pero tenían la esperanza de que lograrían hacerlo juntos. Ambos tenían la convicción de mantenerse unidos, de no permitir que los volviera a derrotar la culpa y el dolor. Juntos, serían capaces de remontar los obstáculos que se presentaran.


 


Luego de beber un té preparado por Afrodita, Milo volvió a su templo. Afrodita, por su parte, se dirigió a la consulta con el terapeuta con la idea fija de que era el mejor momento de todos para comenzar a hacer las cosas bien. Como ya era costumbre, bebió la taza de té que Miyu solía prepararle. Sostuvieron la charla habitual, sobre literatura, sólo que Afrodita se abstuvo de flirtear con la hermosa Miyu. Ese fue el primero de los cambios que Afrodita tenía pensado hacer.


 


Cuando llegó su turno, entró en el consultorio del Dr. Endo y se tumbó en el diván con una sonrisa en el rostro.


—Doctor, creo que ahora sí estoy listo para dejarme de idioteces y hacer esto en serio —dijo mientras miraba el techo.


—Excelente decisión, señor Straud —dijo el terapeuta esbozando una sonrisa. Afrodita comenzó a hablar, habló sobre cómo se sentía en esos momentos, sobre Milo y la charla que habían tenido y sus sentimientos hacía el griego. La sesión se prolongó más de lo habitual, Afrodita tenía mucho que decir, no podía parar, sentía que debía dejar fluir todos los temores, todas las dudas que había tenido atrapadas hasta ese día. El psiquiatra le hacía preguntas de cuando en cuando, pidiendo detalles acerca de lo que Afrodita sentía, y tomaba notas de vez en cuando. Le sugirió que intentara convencer a Milo de tocar el tema del abuso sufrido con su propio terapeuta. Finalmente, le pidió que durante esa semana evitara presionarse a sí mismo y que intentara identificar sus emociones —. Señor Straud, tenga en cuenta de que sólo podemos vivir en el presente, no en el pasado. Lo único que los seres humanos tenemos es el presente. Lo que puedo recomendarle es vivir en el presente con las lecciones aprendidas del pasado. Quiero decirle que puede tener la seguridad de que este espacio existe con el fin de ayudarlo a conectarse consigo mismo y con lo que le rodea, para ayudarlo a resurgir. No soy más que un mediador entre usted y sus emociones, espero poder serle útil —dijo el anciano, Afrodita tuvo que admitir que había razón en sus palabras.


 


Cuando salió del consultorio, Afrodita tenía la convicción de que para ayudar a Milo primero debía ayudarse a sí mismo.  Necesitaba sanar todas las heridas que el pasado y las malas decisiones le habían dejado. No sería una tarea sencilla, pero estaba decidido a llevarla a cabo, por él y por Milo.


 


Estaba ansioso por encontrarse con Milo, sin embargo, decidió darse un baño y afeitarse antes de descender al templo de Escorpión. Inmediatamente después, abandonó Piscis para ir a buscar a Milo. Quería hablar con él, estar simplemente a su lado. Cuando llegó hasta el templo del Escorpión Celeste, Milo lo recibió con una sonrisa y le ofreció café.


—Esta vez no es al estilo griego—le dijo Milo mientras le servía a Afrodita el café.


—Es una buena novedad, no lo discuto, pero me temo que ya me acostumbré a ese brebaje que tú llamas café y no se sí disfrutaré igual de este café—dijo el sueco luego de dar el primer sorbo. Milo simplemente sonrió.


—Sí ya le has tomado el gusto al café al estilo griego, tal vez podríamos ir a una cafetería de Atenas en nuestro próximo día libre —sugirió Milo.


— ¿Estás invitándome a salir? —preguntó Afrodita, algo sorprendido.


—Sí, así es, ¿qué dices?, ¿saldrías conmigo?—preguntó Milo mientras acariciaba suavemente con los pulgares las tersas mejillas del sueco.


—Digo que sí, que estaré encantado de ir a beber tu brebaje infernal a Atenas —respondió el sueco. Siguiendo un impulso, besó a Milo en los labios. Fue un beso breve, casi tímido y tan sutil que al griego le supo a poco.  Milo le quitó la taza de las manos a Afrodita y lo tomó entre sus brazos. El santo de Piscis no dejó de sonreír ni por un instante.  En realidad, estaba feliz. Permitió que Milo lo besara y acariciara a su antojo, dejando que fuera él quien tuviera las riendas de la situación. Disfrutaba de la cercanía del griego y le resultaba verdaderamente placentero que el masculino aroma de Milo volviera a impregnársele en cada poro de su piel. Afrodita simplemente se dejó llevar y correspondió a las caricias del griego. Ambos estaban deseando ir más allá, era evidente. Sin embargo, fueron interrumpidos por la llegada de Death Mask.


—Yo… me lleva el carajo, no sé ni que decir —dijo el italiano al verlos abrazados.


—Entonces no digas nada, italiano de mierda, siempre tan oportuno como la diarrea —gruñó Afrodita visiblemente molesto. Milo se echó a reír.


—Me lleva el carajo contigo, sueco marica —respondió Gaetano.


—Mira quién lo dice, el que tiene el culo c omo trinchera de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué se supone que haces aquí?


—Venía a decirle a Milo que es un imbécil, pero creo que está de más decírselo ahora —dijo el italiano encogiéndose de hombros.


—Así que soy un imbécil, ¿no es así? —dijo Milo.


—Bueno, ya no lo eres, te arreglaste con Dido después de todo. ¿Qué pasó con Culo de Pingüino? —preguntó Death Mask.


—No sé, y tampoco me importa —respondió Milo alegremente.


—Esas sí que son buenas noticias, voy a bajar a mi maldito templo y voy a hacer un pastel, bajen en dos horas, Lía y yo invitamos la cena esta noche —dijo Gaetano completamente feliz.


— ¿Lía? —susurró Afrodita extrañado—. Tú eras el único que lo llamaba así, bicho. ¿Desde cuándo para Tano él es Lía y no Aiolia, o gato maloliente, o costal de pulgas, o el hijo de puta hermano del traidor?


—Déjalo en paz, Dido, ¿o es que estás celoso?—dijo Milo atrayéndolo hacía él. El sueco retorció los labios en una mueca de disgusto.


— ¿De ese italiano de mierda? ¡Por supuesto que no! Sólo me extraña que ahora se lleve tan bien con tu amigo el gato —Milo simplemente sonrió.


—Nos vemos en dos horas, los estaremos esperando —dijo el italiano mientras se dirigía a la salida, sabiendo que había hablado de más y que la curiosidad de Afrodita lo perseguiría hasta no ser saciada.


Mientras Afrodita y Milo hacían tiempo para la hora de la cita con Deaath Mask y Aiolia, Camus de Acuario permanecía en su templo, incapaz de entender aun lo que había sucedido con Milo aquella mañana. De pronto Milo no quería nada con él, de un momento a otro había cambiado de opinión acerca de sus sentimientos hacía él. Para el francés, sólo había una explicación: Afrodita de Piscis, el sueco había hecho lo que mejor sabía, enredar al griego para que hiciera lo que a él se le diera la gana. No sería la primera vez que metía la nariz donde no debía y eso traía consecuencias desagradables. Durante todo el día había estado en su templo, pensando en lo que haría para deshacer lo que Afrodita había hecho.  No iba a permitir que esa alimaña sueca se saliera con la suya. Por supuesto que no. Milo era suyo, de nadie más. Todo lo que tenía que hacer era convencer a Milo de que iba en serio, de que todo lo que quería era estar junto a él. Estaba dispuesto a ceder a algunas cosas, no demasiadas, con tal de conseguir lo que quería.


 


Estaba convencido de que lo que sucedía no era sino el resultado de una excelente labor de manipulación y algo de sexo por parte del sueco. Milo era terriblemente simple, alguien incapaz de pensar por su cuenta todo lo que le había escupido aquella mañana en el templo del sueco. No era una casualidad que Milo hubiera estado tras las faldas de Afrodita todos esos años, como no era un secreto para nadie que esos dos habían tenido algo en el pasado. Camus no lograba entender que Milo le había dicho la verdad, que realmente estaba cansado de todo lo que había ocurrido entre ellos y que no estaba dispuesto a conformarse con lo que él le ofrecía.


 


El santo de Acuario estaba convencido de que Milo no se había ido para siempre. A sus ojos, todo lo que tenía que hacer era esperar, mostrarse amable con Milo y en cuanto Afrodita dejara de ser interesante para Milo, éste volvería a su lado. Con esa idea en mente, se fue a dormir. Al día siguiente daría el primer paso para desencantar a Milo de esa alimaña sueca, usando para ello al mejor de los instrumentos: Saga de Géminis.


 


Si Saga estaba de por medio, Afrodita abandonaría inmediatamente a Milo. Estaba seguro de que Afrodita estaba haciendo eso sólo por fastidiarlo. No consideraba que el interés del sueco fuera verdadero. Lo consideraba poco menos que superfluo en sus afectos, no en vano se había acostado con medio santuario. Bastaría con ofrecerle una carnada lo suficientemente apetitosa y Afrodita abandonaría a Milo.


 


Al día siguiente, Camus se puso en acción, sin pensar ni por un segundo en las consecuencias que podían tener sus actos. Todo lo que quería era recuperar a Milo y no le importaba ni el costo, ni los medios. Aprovechó la hora del almuerzo para aparecerse por el templo de los gemelos, sabiendo que esa era la hora en la que Kanon acostumbraba visitar a Shaka y jugar al ajedrez. No estaba seguro como iba a abordar la cuestión con Saga, pero contaba con que el interés de Saga por Afrodita no se hubiera diluido entre el mar de la locura del griego.


 


Se encontró a Saga tumbado en un sofá, bebiendo un té de color extraño y mirando una película que, a juzgar por el vestuario de los personajes, debía tener al menos veinte años de antigüedad.


— ¿Tú que haces aquí? —gruñó Saga al notar su presencia. Camus se acercó lentamente.


—Vine a proponerte algo… —murmuró mientras se sentaba a su lado. A Saga se le iluminó el rostro, la expresión en su cara le mostró a Camus que era uno de sus días lúcidos.


— ¿Tú a mí?—preguntó el griego fingiendo una expresión de asombro —. No me lo creo… ¡Camus de Acuario proponiéndome un trato!


— ¿Podrías ser un poco menos idiota? Realmente estoy hablando en serio, no habría venido aquí sí sólo quisiera perder el tiempo—a Saga le hizo gracia la expresión indignada que se instaló en el pálido rostro de Camus de Acuario.


—No estoy seguro de que tú y yo deberíamos tener trato alguno. Mi hermano te tiene fichado en la lista de indeseables que pretenden aprovecharse de mi desorden mental, ¿sabes?


—Tu hermano no tiene por qué enterarse de nada de lo que pienso decirte.


—Esta faceta de tu persona me agrada, ¿sabes? Ojala la hubiera conocido antes —dijo Saga con una sonrisa pintada en los labios.


—No vine a jugar contigo, Saga, no me interesas de esa forma. Vine a proponerte un trato que a ambos nos beneficia.


— ¿Y eso sería…?


—Que vuelvas con Afrodita —Saga reprimió la risa. Camus estaba loco, de remate, quizá más que él.


— ¿Volver con Afrodita? ¿Te estás creyendo que él y yo éramos novios o algo así? —dijo Saga a punto de reírse abiertamente.


—Tú tenías algo con ese.


—Sólo nos acostábamos. Era divertido, pero sólo era sexo. Y con todo el arsenal de medicamentos que Kanon se encarga de hacerme tomar, difícilmente podría cumplirle cabalmente a Afrodita; y eso sin mencionar que enredarme de nuevo con Afrodita es algo que, evidentemente, no pienso hacer.


— ¿Estás diciéndome que él no te interesa ni un poco?


—Mentiría si dijera que no se me antoja volver a meterme entre sus sábanas, él es mejor que tú en ese terreno, ¿sabes? Afrodita es la cosa más hermosa que ha pasado por mi cama, no lo niego, pero es demasiado complicado. Deberías tomarme más en serio, estoy en uno de mis días buenos, estas cosas no me pasan todos los días, ¿sabías? Aprovecha ahora que estoy cuerdo, aunque tengo la impresión de que tú preferirías haberme encontrado en uno de mis días malos, para convencerme de que me revuelque de nuevo con esa preciosidad sueca, ¿o me equivoco?—el rostro de Camus enrojeció de golpe —. No, definitivamente acerté, ¿no es verdad? No voy a jugar tu juego, Camus, búscate otro que haga el papel de tu títere. Haré esto porque se me antoja, no porque tú me lo hayas pedido. No quiero verlo con Milo, en realidad, no quiero verlo con nadie. No me da la gana que sea feliz, y si puedo hacer algo para evitarlo, lo haré —sentenció Saga con una amplia sonrisa.


— ¿Vas a ayudarme?


—No, voy a ayudarme a mí mismo y a joder a Afrodita —dijo el santo de Géminis —. Será mejor que te vayas, Kanon está cerca. Nadie debe saber que tú y yo hablamos —susurró mientras subía el volumen de la TV.


 


Camus abandonó el templo de Géminis sin saber a ciencia cierta en qué se había metido o si al final del día recurrir al errático Saga había sido una buena idea. Se retiró a su templo y una vez ahí, se encerró en su habitación. Saga intervendría, y él estaría esperando el momento perfecto para recuperar lo que consideraba suyo más allá de lo que todos alrededor pudieran pensar.


 


Al día siguiente, y completamente ajeno a todo lo que Camus hacía, Afrodita se encontraba en su templo. Había pasado la noche con Milo en Escorpión y se había despedido de él hacía sólo unos minutos. Había una sonrisa satisfecha en los labios del sueco cuando salió al jardín que se hallaba detrás de su templo. Cuando observó las rosas a su alrededor, tuvo que admitir que el doctor Endo tenía razón. Se había sumergido en su dolor y en la culpa, negándose a admitir que la vida seguía, que las cosas a su alrededor continuaban.  Se había convertido en un simple espectador, sin participar activamente en casi nada. En ese momento se arrepentía más que nunca de haber actuado como lo había hecho.


Se dijo que Milo bien valía la pena de hacer un esfuerzo por dejar atrás todo el dolor y el rencor que había en su vida. También necesitaba convencerse a sí mismo de que era merecedor de amor, de compasión, de perdón, en especial del perdón que provenía de sí mismo. Si era sincero consigo mismo, debía admitir que durante un muy largo tiempo había considerado que no merecía el perdón por todas las cosas terribles que había hecho bajo el dominio de Arles y que era en vano tratar de justificarse.


 


No estaba seguro de cómo podría Milo recobrarse de algo tan terrible y doloroso como lo que le había relatado el día anterior, sin embargo, estaba convencido de que lo apoyaría en el proceso y que si las cosas entre ellos terminaban por no resultar, no se sentiría defraudado, al menos habría tenido la oportunidad de mostrarle a Milo la magnitud y calidad de sus sentimientos por él.


 


 


Tampoco tenía idea de cómo iba a lidiar con sus propios demonios. Solo sabía que, ya que le habían obsequiado el don de una nueva vida, no era honorable ni decente desperdiciarla, lo menos que podía hacer para no insultar a su diosa era tomar ese obsequio y disfrutarlo al máximo. Para Afrodita había muchas cosas por arreglar, muchas cosas por resolver, pero a diferencia de días atrás, se sentía optimista. Quizá las cosas con Milo no iban a ser completamente perfectas, ni serían como de cuento de hadas, pero al menos tendría la oportunidad de hacerle saber todo lo que sentía por él y permitirse aceptar los sentimientos que el griego pudiera albergar por él. A Afrodita le pareció un buen trato, y como tal, iba a aprovecharlo.


 


Pensando en sus recientes descubrimientos, se dirigió a la cocina de su templo, ya estaba bien de intentar sofocar las crisis con alcohol, ya estaba bien de borracheras sin sentido, y de querer arreglar su vida de la mano del alcohol, ya había sido más que suficiente.


 


De pronto le pareció que la mejor forma de retomar las riendas de su existencia era poniendo algo de orden a su alrededor.  No recordaba a ciencia cierta cuando había sido la última vez en que se había tomado la molestia de recorrer sus dominios para poner orden en ellos. Luego de limpiar y depurar la cocina, su habitación y otras áreas de su templo, Afrodita tuvo que admitir que esa era una de las mil cosas que había procrastinado durante un largo tiempo. Su jardín había caído en esa categoría. El otrora espléndido jardín posterior de su templo, era un desastre. Había estado tan sumergido en sus problemas, en sus líos, y en los recurrentes pensamientos sobre Milo que no le había dedicado ningún tiempo a su jardín.


 


Había dejado que la culpa y el dolor lo paralizaran y no sólo tratándose de Milo. Viendo el estado en el que se encontraba su jardín, se daba cuenta de que había permitido que el dolor y la culpa  lo invadieran todo, sin detenerse a pensar ni por un momento que la vida a su alrededor no se había detenido, que seguía su curso normal, con él y a pesar de él. Recorrió su jardín en silencio, percatándose del descuido en el que había sumergido a esa parte de sus dominios. Era evidente que sus rosas no estaban en el mejor de los momentos. Lo sabía bien. No podía dejar ese trabajo para después. Cerró los ojos y expandió poco a poco su cosmos, al poco comenzó a sentir como cada una de las rosas parecía vibrar en la misma sintonía que su cosmos, como si le respondieran. Suavemente al principio, y poco a poco con mayor intensidad, las rosas respondían al cosmos del santo de Piscis. Gracias al cosmos de Afrodita, las flores comenzaron a recuperar su esplendor, pues el guardián del templo de los Peces les permitió tomar un poco de su cosmos para florecer.


 


Exhausto pero satisfecho, Afrodita contempló su jardín. Lucía magnífico, justo como el último día que ocupo el sitio de guardián de ese templo bajo el mandato de Arles. La única diferencia entre las rosas de aquel día y las de su presente, era que las nuevas rosas eran completamente inofensivas.


 


Tras terminar con el jardín, se dirigió a la cocina de su templo, pensando en tomar algo antes de la hora de comer, que ya estaba bien próxima. Estaba a punto de hincarle el diente a un bocadillo cuando Milo se apareció por su templo con cara de pocos amigos. La sonrisa suave con la que se acercó al objeto de su amor se desvaneció al notar el rictus de ira mal contenida que se había plantado en ese rostro que adoraba.


— ¿Qué pasó? — se atrevió a preguntar.


—Nada, solo que Camus es un pendejo… —respondió el griego con voz silbante.


— ¿Quieres hablar?


—No, de momento no, quizá más tarde, cuando ya no esté tan de mal humor —respondió Milo.


—Tal vez debas estar sólo un momento…


—No, no quiero estar sólo, pero sin ofender, no quiero estar tan cerca de él, ¿me comprendes? — dijo Milo.


— ¿Te gustaría venir a la playa conmigo? Ahí seguro que no nos encontramos a nadie a esta hora del día. Ahí podrás sacarle lustre a todo tu repertorio de insultos y ensayarlos con Culo de Pingüino, y si te llegaran a hacer falta, pues te presto algunos de los míos —Milo sonrió.


—De acuerdo, vamos —dijo el griego y de inmediato se dirigieron a la salida, ninguno dijo  nada, sin embargo, en la mente de ambos flotaba la posibilidad de que Camus decidiera aparecerse por el templo de Piscis y hacer una de las suyas—. Hey, Dido, siempre he querido preguntarte algo.


— ¿Qué?


— ¿Por qué le dicen Culo de Pingüino? — preguntó el griego mientras abandonaban el templo de Piscis. Afrodita se echó a reír.


—Bueno, tú sabes, el tipo es tan frío…y ¿te has fijado a que distancia del suelo tienen el culo esos animalitos? ¿puedes imaginarte lo frío que deben tenerlo? —Milo se rio con ganas, Camus había perdido todo el significado de antaño, toda la solemnidad.


 


Luego de una breve caminata, llegaron ala playa. Entre bromas y juegos de palabras, recorrieron un buen tramo. El mar les pareció majestuoso, atemorizante, como esa nueva vida que estaban a punto de emprender juntos.

Notas finales:

Gracias por leer,

 

nos vemos la próxima semana


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).