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Hay cosas que es mejor no saber por Kitana

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Notas del capitulo:

Con algo de retraso, pero aquí está el nuevo capítulo. Gracias por leer y por sus comentarios.

 

Aquí van las 

 

ADVERTENCIAS:

+Lemon

+Lenguaje vulgar

+OoC a raudales, si el canon es lo tuyo, este fic no es para tí,

 


Si siguen aquí, gracias por leer

 

La conversación con Death Mask puso a Afrodita malhumorado e inquieto, y aunque habían pasado los días, no hacía sino pensar demasiado en el tema cada vez con mayor desesperación. A pesar de haber transcurrido varios días, no dejaba de sentirse ofendido ni le hallaba solución. Darle vueltas al asunto esa mañana lo hizo perder la noción del tiempo. Para cuando vino a darse cuenta, sólo faltaban unos minutos para su cita con el terapeuta. Bajó a prisa las interminables escalinatas de los doce templos y se dirigió a las improvisadas oficinas en las que él y sus compañeros tenían que reportarse para las sesiones individuales.

 

Al igual que muchos de sus compañeros, Afrodita no estaba convencido de la utilidad de lo que hacían. Sólo que a diferencia de muchos, se guardaba muy bien sus objeciones y sólo las hacía manifiestas cuando se encontraba con sus amigos más íntimos. Tenía bien claro que nada de lo que dijera o hiciera iba a cambiar las cosas que había hecho ni a borrar su pasado; además de que para él bastante era con que se les diera una nueva oportunidad como para comenzar a cuestionarlo todo. El que los obligaran a tomar terapia e intentaran hacerlos gente común y corriente a ojos de Afrodita era un precio más bien bajo por el perdón recibido a lo que solía llamar sus errores de juventud.

 

Tolerar la terapia y todo lo que giraba a su alrededor era una suerte de expiación para Afrodita. No iba a decir nada relevante, actuaría como se esperaba que lo hiciera y realmente esperaba que eso fuera suficiente. Estaba convencido de que había ciertos episodios de su vida que debía reservarse para sí mismo. Pensaba que nadie, por más preparación profesional que tuviera, entendería ciertas sórdidas circunstancias de las actividades que había tenido que realizar bajo el mando de Arles.

 

El doctor Kazuo Endo era el psiquiatra al que le habían asignado el caso de Afrodita. El sueco estaba seguro de que se lo habían asignado porque se trataba de un hombre muy anciano, más allá de su larga trayectoria profesional. Habían sacado de su retiro al anciano, y estaba seguro de que no era sólo por un particular interés en su recuperación. De ser ciertos los motivos que alegaron, Endo sería el psiquiatra de Saga, no de él. Estaba convencido de que ellos pensaban que no se atrevería a nada con un hombre tan viejo como el doctor Endo. Evidentemente sobreestimaban su libido. Aun si fuera lo que ellos pensaban que era, no se acostaría con el psiquiatra, y no por viejo, simplemente no lo haría porque no acostumbraba a mezclar ciertas cosas, contrario a la creencia popular, Afrodita tenía reglas y las seguía, aunque sus reglas no se parecían a las del grueso de sus compañeros. Esta vez quería hacer las cosas bien, o por lo menos transitar por la vida sin demasiados problemas.

 

Mientras esperaba a que el doctor lo recibiera, aceptó de buena gana la taza de té que la bellísima asistente del psiquiatra le ofreció. Miyu, la asistente, era una dulce y preciosa jovencita recién graduada que, evidentemente, no estaba lista para tratar a alguien como él. Quizá, en otro tiempo, literalmente en otra vida, hubiera hecho lo necesario para ir más allá de cualquier límite con ella. A Afrodita le parecía tan dulce y atractiva que en otro tiempo y en circunstancias diversas, le habría valido la pena el esfuerzo de llevársela a la cama. Sí, en realidad le resultaba tentadora la posibilidad de hacer con ella algo más que beber el té y charlar de literatura como habían venido haciendo durante semanas, pero una cosa era pensarlo y otra cosa era hacerlo. Sin importar sus deseos, Afrodita estaba empeñado en hacer las cosas bien, en evadir los problemas y eso incluía evitar el meterse entre las piernas de alguien que sus nuevos superiores no aprobarían que lo hiciera.

 

Aunque muchos a su alrededor tenían sus dudas al respecto, Afrodita estaba decidido a aprovechar la nueva oportunidad que había recibido sin creer merecerla.

 

No obstante, nadie le habría prohibido coquetear, así que flirteaba descaradamente con esa jovencita tan hermosa, sabiendo que jamás pasaría de ese punto. Saber que ella lo encontraba atractivo reforzaba el ego del sueco y de algún modo lo hacía sentir mejor. Lo cierto era que Miyu lo encontraba no sólo atractivo, sino encantador y francamente inofensivo. Estaba segura de que Afrodita no era como se lo habían pintado los expedientes.

 

Cuando finalmente el doctor Endo lo recibió, Afrodita se sentía más relajado, las conversaciones con Miyu tenían ese efecto en él. Al entrar en la improvisada oficina, el anciano lo saludó con una inclinación breve.

—Bienvenido, señor Straud —dijo el médico. Afrodita aún no terminaba de acostumbrarse a que lo llamaran por su nombre. El sueco se sentó frente a él y lo miró un instante, los negros ojos del psiquiatra se fijaron en el rostro del sueco.

—Gracias, doctor —murmuró el sueco sin mucho interés.

— ¿Tomará la sesión en la silla o prefiere el sillón? —preguntó el psiquiatra, como lo hacía cada sesión.

—Hoy prefiero el sillón —la sorpresa del anciano fue evidente para el santo de los Peces, era la primera vez en todo ese tiempo que hacía algo semejante. Ni el propio Afrodita entendía por qué, después del encontronazo con Gaetano quizá se sentía más vulnerable de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Bien, ¿qué tal ha ido su vida esta semana? —dijo el doctor Endo mientras se sentaba frente a Afrodita.

—No me quejo, quiero decir, estuvo bien. No sucedió nada fuera de lo ordinario…—balbuceó el sueco y enseguida procedió a hacerle al anciano un recuento soso y sin demasiados detalles de lo que había sucedido en su vida esa semana. Omitió deliberadamente los detalles que le resultaban incómodos, convencido como estaba de que a Endo eso debía tenerlo sin cuidado.

 

El anciano sólo lo miraba y garabateaba en su críptica caligrafía algunas anotaciones, hacía algunas preguntas de cuando en cuando, pero la mayor parte del tiempo se mantenía en silencio y lo dejaba hablar a sus anchas. La sesión terminó sin que Afrodita, como ya era costumbre, hiciera más que perder el tiempo divagando con tonterías que ni él mismo consideraba siquiera interesantes. Sí el psiquiatra tenía algún comentario al respecto, se abstuvo de manifestarlo. El anciano se limitó a recordarle que pronto tendría que rendir un informe a sus superiores sobre los progresos de la terapia. Afrodita no le dio mayor importancia a lo dicho por Endo y se retiró a su templo evitando pensar en Gaetano y sus tonterías.

 

Mientras caminaba de vuelta a su templo, se le ocurrió que quizá habría sido una buena idea contarle al psiquiatra lo que le estaba pasando. Le preocupaba realmente el que Death Mask llevara a la práctica la maraña de idioteces de las que le había hablado. Realmente le parecía repulsivo lo que Gaetano tramaba. Esa clase de cosas no eran aceptables ni siquiera tratándose de alguien como ellos.  Conociendo a Death Mask tan bien como lo conocía, Afrodita estaba convencido de que era cuestión de tiempo para que se atreviera a dar el primer paso.  Estaba convencido de que su amigo iba completamente en serio, no tenía motivos para no creerlo.

 

La situación para Afrodita era complicada. Se sentía enormemente agobiado. Las únicas personas con las que solía hablar francamente respecto a todo lo que le preocupaba eran Milo y Gaetano, lo que sólo complicaba aún más la situación, pues ambos eran parte del problema y ninguno de los dos podría ayudarlo siquiera a orientarse. Ni loco iba a mencionarle el asunto a Milo y por supuesto que no volvería a tocar el tema con Death Mask. Tano había sido demoledoramente claro al manifestar sus intenciones. No podía pensar en nadie más con quién hablar al respecto.

 

Gaetano era un hijo de puta. Esa clase de cosas no se le hacen a un amigo. Le enfurecía pensar que sí Death Mask se había atrevido a plantear el asunto sin tapujos era porque seguramente ya había hecho algo al respecto o estaba a punto de hacerlo. Quizá lo que tenía peor a Afrodita era pensar en lo que iba a pasar después de que Tano consiguiera su objetivo. Las cosas definitivamente no volverían a ser iguales entre ellos, de concretarse, ese episodio iba a ser una piedra en el zapato de todos los involucrados. Milo no iba a olvidarlo, y también cabía la posibilidad de que gustara de Gaetano y se quedaran juntos.

 

Furioso e impotente, el sueco llegó a su templo por el camino largo. No estaba seguro de tener la fortaleza necesaria para no mandar al demonio a quien fuera que se le cruzara en el camino justo en ese momento. Necesitaba estar solo. O mejor aún, necesitaba encontrar a alguien que lo escuchara, pero ¿quién? Lo único que podría hacer era recluirse por unos días hasta pensar en la mejor manera de hacer que Gaetano dejara de joder con estupideces tan grandes como las que se le habían ocurrido.

 

El sueco quedó verdaderamente sorprendido cuando al entrar en su templo se encontró a Milo tumbado en su sofá hojeando con desparpajo el libro que por esos días Afrodita estaba leyendo.

— ¿Qué idioma es este? ¿Ruso? —dijo Milo entornando los ojos y con expresión confusa.

—Es sueco, no hablo ruso, el maldito alfabeto cirílico no termina de encajarme en el cerebro—dijo Afrodita mientras le quitaba el libro de las manos. Enseguida se sentó a su lado mientras Milo tamborileaba con los dedos sobre sus propios muslos —. ¿Qué trajo por aquí? No es que me moleste, pero, sabías que no estaría. Hoy me toca sesión con el loquero —dijo Afrodita.

—Nada en particular, es que no quería estar solo en mi templo y preferí esperar aquí a que volvieras—dijo el griego.

—Sin ofender, bicho, pero pudiste ir con Tano, él también tenía la mañana libre —dijo Afrodita.

—Sí, bien, de allá vengo. Pero, ¿sabes? Está actuando raro.

— ¿Raro? Bicho, hablamos de Death Mask, así que tendrás que ser más específico. El tipo es raro por donde lo mires.

—Bien… sólo diré que estuvo demasiado amable —dijo Milo y se encogió de hombros.

— ¿Eso es malo para ti?

—No malo no, sólo…peculiar. Tú sabes cómo me ha tratado siempre. Somos amigos y todo, pero jamás ha sido así de amable conmigo, normalmente me trata al borde de lo aceptable para alguien que te cae bien. Tal vez sea por lo que pasó con Camus, pero me incomoda. Preferiría que se comportara como siempre lo hace. No estoy acostumbrado a que me trate así.

— ¿Cómo?

—Pues… como si quisiera acostarse conmigo. —Afrodita lo miró sorprendido —. Aiolia me cuenta cosas, y algunas de esas cosas que hacía con Aiolia, Tano las quiso hacer conmigo hace un rato, ¿sabes? No me gustó. No creo que sea eso lo que quiere, pero de todas formas es…

— ¿Molesto?

—No, más bien desconcertante. Quiero pensar que es su forma de ser un buen amigo, pero me inquieta. No estoy acostumbrado a que se comporte así conmigo —Afrodita sonrió. Después de todo, Tano había subestimado a Milo.

— ¿Estaría mal si Tano quisiera acostarse contigo? —preguntó Afrodita.

—No sé, por una parte es mi amigo, y por la otra, bueno, se tira al gato. Aún si Aiolia dice que no es en serio, esas cosas no hacen, uno no se mete con alguien en quién está interesado un amigo ¿cierto? —la sonrisa de Afrodita se hizo más grande.

— ¿Qué opinas de salir de este agujero y dar un paseo por la ciudad? Después podemos ir por una cerveza o algo —dijo Afrodita, más calmado.

—Suena excelente, mucho mejor que encerrarme en mi templo a seguir pensando idioteces—balbuceó Milo mientras se ponía de pie.

 

Mientras abandonaban el santuario, Afrodita se sintió realmente aliviado. Milo no había picado el anzuelo. Sí Gaetano pretendía seguir con sus planes, seguramente lo tendría bien difícil, y él pensaba cooperar un poco para que así fuera.

 

Entretanto, picado por los comentarios que Milo había hecho ante su idea de un trío, Gaetano había decidido satisfacer su curiosidad en el sitio donde sabía sería bien recibida. Se apareció por el templo de Géminis, rogando por encontrar a Saga a solas. Para su buena suerte, Kanon había salido y el hermano mayor estaba en la sala, contemplando una larga línea de frascos con medicamento. El gesto en su rostro era más que elocuente. Saga estaba confundido. No tenía idea de qué medicamento debía tomar.

 

Una sonrisa divertida se dibujó en los labios pálidos de Death Mask de Cáncer. Saga estaba en el punto exacto como para sacarle la verdad de todo lo que quería saber sin demasiado esfuerzo. Pero sabía que tenía que darle algo a cambio. Uno no se presentaba con Saga de Géminis y le exprimía lo que le interesaba así como así, loco y todo, Saga de Géminis seguía siendo Saga de Géminis.

—Creí que era Kanon —dijo Saga al notar su presencia.

—Lamento decepcionarte, lord Géminis, sólo soy yo, tu humilde servidor —respondió Gaetano mientras se sentaba frente al confundido Saga.

—Bien, en cierta forma me alegro. Kanon tiende a aburrirme últimamente —dijo Saga sin apartar ni un segundo sus profundos ojos verdes de los frascos.

—Creí que se llevaban bien ahora.

—Nunca hemos sido capaces de llevarnos bien, así que no debería durar demasiado esta tregua. Él quiere lo mismo que yo, siempre, y no hay ni habrá punto de acuerdo en eso.

— ¿Sabes? Escuché algo muy interesante el otro día, algo que los involucra a ti, a tu hermano y a nuestro amado bicho —dijo Gaetano intentando que Saga se concentrara en él y no en los frascos.

— ¿Ah, sí? ¿Y qué era? —respondió Saga dirigiéndole una mirada turbia.

—Pues que tu hermano y tú se lo follaron.

—Eso fue hace mucho tiempo, y hasta donde recuerdo, no era ningún secreto —dijo el santo de Géminis restándole importancia.

—Me refiero al episodio del trío —dijo Death Mask con una sonrisa torcida. Saga bufó.

—Ah, eso. También fue hace mucho. Milo era un mocoso, yo estaba cuerdo y Kanon era un poco menos hijo de puta de lo que es ahora.

—Entonces, ¿es cierto?

—Pues claro que es cierto, ¿o no me crees? —preguntó Saga con un tono que alertó a Death Mask —. Creo que mejor te vas, Kanon no tarda en volver. Dijo que no quiere verte rondar por aquí.

— ¿Desde cuándo te importa a ti lo que piense Kanon? —dijo el italiano desafiante.

—No es que me importe, es que no estoy de humor para discutir con él ahora. ¿Comprendes?

—No, realmente no. Este no es el Saga de Géminis que yo conocí, al que serví —dijo Gaetano mirándolo fijamente a los ojos. Saga frunció el ceño y lo miró fijamente.

—Tú sí que no cambias… —siseó Saga con una mueca feroz en el rostro —… amas joder a todo el mundo, ¿no es verdad?, pero, ¿sabes? Esa actitud tuya, tan rompe bolas, nunca ha funcionado conmigo —añadió mientras le apuntaba con el dedo. Gaetano sonrió, adivinando en los ojos la antigua ferocidad de Saga, esa que lo orilló a servirlo fielmente —. ¿A qué has venido? Porque tú jamás vienes sólo a charlar.

—Es cierto —dijo Death Mask mientras su mano izquierda se prendía del brazo de Saga.

—Aquí no… —susurró el santo de Géminis cuando la mano de Gaetano se detuvo en su entrepierna —. Kanon llegará en cualquier momento.

— ¿Eso tiene alguna importancia?

—Ya te lo dije, él no quiere verte por aquí. Dice que me trastornas, y quizá tenga razón —Death Mask se echó a reír, con esa risa tan suya, algo aguda, siempre cínica.

—Kanon es un idiota —susurró sin moverse ni un milímetro —. ¿Es que no te lo pasas bien conmigo?

—Me lo paso más que bien, tú lo sabes —dijo Saga mientras sus manos, grandes y ásperas, acariciaban el rostro del italiano.

—Sí no quieres seguir…

—Por supuesto que quiero seguir, pero no aquí —susurró Saga, una sonrisa se dibujó en los labios finos de Gaetano al tiempo que sus manos abrían la bragueta de Saga.

 

Un gemido grave brotó de los labios de Saga cuando la punta de su miembro quedó dentro de la boca de Death Mask. Saga se olvidó entonces de Kanon, de los medicamentos y de todo lo demás, en especial cuando la lengua tibia y húmeda del italiano comenzó a hacer su bien conocida magia. Gaetano supo que lo tenía en sus manos cuando el heleno comenzó a mover las caderas, embistiendo su garganta. A punto estuvo de dejarlo terminar ahí, sin embargo, si quería conseguir lo que había ido a buscar, tenía que evitarlo. Death Mask se apartó de Saga con cierta brusquedad, entonces el santo de Géminis lo obligó a tumbarse en el piso. El italiano, sonriente, hizo lo necesario para complacer a Saga.  Medio desnudo, con una erección imposible de ignorar, Saga le resultó sumamente erótico, con ese dominio de la situación y ese poderío que siempre lo habían cautivado.

 

Gaetano cerró los ojos cuando Saga lo penetró, convencido de que lo mejor estaba por venir. Los negros cabellos del griego caían sobre el rostro de Death Mask, esparciendo sobre él ese aroma a cítricos que despertaba en él deliciosas memorias que siempre le arrancaban una sonrisa. Podía atestiguar desde el mejor lugar los estragos que el placer causaba en el anguloso rostro de Saga de Géminis. El propio Death Mask estaba volviéndose loco de placer, Saga jamás dejará de ser Saga, por más desquiciado que estuviera, seguía siendo un maldito sueño erótico viviente.

 

El orgasmo fue brutal para ambos, Death Mask se desmadejó sobre el piso mientras que Saga se tendió a su lado, procurando ambos recobrar el aliento. Poco a poco la respiración agitada de uno y otro se acompasó suavemente.

—Dame un cigarrillo —exigió Saga incorporándose. Death Mask gruñó una palabrota y hurgó entre los bolsillos de su pantalón hasta dar con lo solicitado. El griego se sentó en silencio en la alfombra y encendió el cigarrillo. Los verdes ojos de Saga brillaron mientras le daba la primera calada. Gaetano lo miró y se percató de que Saga estaba ahora un poco más lúcido que al principio. Los ojos oscuros de Death Mask recorrieron la imponente figura del santo de Géminis. Saga seguiría siendo imponente aún si se volvía loco de remate, algo que no estaba tan lejos sólo gracias al arsenal de medicamentos que el griego consumía bajo la estricta supervisión de su hermano menor.

— ¿Él te lo contó? Supongo que te habrá dicho que fue memorable —dijo Saga con una extraña sonrisa en los labios mientras sus ojos repasaban una y otra vez el montón de frascos repartidos sobre la mesita.

—No tienes ni puta idea de cuál debes tomar, ¿cierto? —dijo Gaetano en un afán de no parecer realmente interesado.

—Realmente no. Da igual, cuando Kanon vuelva le diré que los he tomado todos —Death Mask sonrió cómplice.

—Entonces el bicho era un mocoso, tú estabas cuerdo y Kanon era divertido, ¿correcto?

—Sí, tal cual, a veces pienso en esa tarde, ¿sabes?

— ¿Por qué?

— Bueno, como dije, fue memorable. Aunque no por las razones que seguro te estás imaginando. ¿Él te contó?

—Más o menos.

—Mientes, estoy seguro que ninguno de los tres ha tocado el tema en todo este tiempo. Especialmente sí recuerdan lo mismo que yo. Fue un jodido desastre, y te garantizo que jamás querría intentar algo semejante.

— ¿A quién no se le paró? —bromeó Death Mask.

—Nada de eso… sólo digamos que no es bueno intentar ciertas cosas con ciertas personas —Saga no pudo decir más, pues en ese momento Kanon entró en la habitación. La situación entre Saga y Gaetano era más que evidente, al igual que el enfado de Kanon.

— ¿Tomaste los medicamentos? —preguntó Kanon mientras intentaba poner en orden los medicamentos de Saga.

—Sí, claro —dijo Saga y Kanon se giró a mirarlo con reproche.

—Estás mintiéndome.

—Sí, bien, la verdad es que no recuerdo cuál tomé y cuál no —Death Mask se mantenía en silencio, mirándolos.

—Por Dios, Saga, ¡te hice una lista!

—No sé dónde la puse.

—Dios, sólo olvídalo, esperaremos a la siguiente toma —dijo al tiempo que se hacía con todos los frascos —. ¿Qué se supone que haces tú aquí? —dijo el gemelo menor dirigiéndose a Death Mask.

—Sólo vine de visita —respondió el italiano sin incomodarse.

—Sí, claro, por supuesto — gruñó Kanon —. Saga, tienes cita con el psicoanalista, ¿lo olvidaste? —añadió refiriéndose a Saga.

— ¿No es mañana? —preguntó Saga confundido.

—Mañana tienes terapia grupal, hoy tienes sesión individual. Ve a darte una ducha, aún tienes tiempo —dijo Kanon mientras ponía en fila los medicamentos de Saga sobre un reluciente estante.

 

Death Mask contemplaba aquella escena sin poder dar crédito a lo que veía.  Era sencillamente increíble. La actitud de Kanon lo tenía perplejo. Ni que decir de la de Saga. El hermano mayor terminó haciendo lo que su gemelo decía y se retiró a ducharse. Cuando Kanon y Death Mask se quedaron solos, el italiano casi podía tocar la hostilidad del ex general. Sentía esa mirada dura y llena de reproche fija en él mientras se vestia.

— ¿Qué demonios haces aquí, Death Mask? —dijo Kanon conteniendo a penas su furia.

—Sólo vine de visita. ¿Es que no te agrada mi presencia? —dijo Death Mask sonriendo.

—Tú nunca vienes aquí sólo por qué sí, jamás has venido aquí por algo bueno. Cada vez que te encuentro aquí, Saga se pone peor.

— ¿Me culpas de la inestabilidad mental de tu hermano? Eso es, cuando menos, injusto, ¿sabes? —Kanon se mordió los labios para no responder —. Especialmente porque también tú tienes tu parte de culpa. No lo olvides.

—Al menos intento remediar lo que hice, ¿qué haces tú al respecto?, ¿algo más que hundirlo otro poco?

—Tú eres su hermano, no yo. A mí no me corresponde hacer nada para que el dulce Saga recupere la razón, si es que algún día la tuvo consigo —dijo Death Mask con cinismo.

—Eres un imbécil.

—Sólo vine a charlar con mi buen amigo Saga sobre un tema que me tenía intrigado, es todo.

—Da igual lo que digas, si no vienes a ayudarlo, puedes ahorrarte las visitas.

—A Saga le gustan mis visitas. Yo diría que quedó más que satisfecho con mi visita.

— ¿Será por qué te lo sigues cogiendo? Escucha, Death Mask, si lo que quieres es coger, tu hombre es Afrodita, él seguro no se niega y que por cierto ha demostrado que tiene más escrúpulos que tú pues no se coge a un enfermo mental. Aléjate de Saga, ¿de acuerdo? Esta es la última vez que te lo pido de buena manera.

— No lo puedo creer, Kanon, ¿te pusiste celoso porque ya no te busco a ti? No te ofendas, pero últimamente no eres precisamente el alma de la fiesta.

—Eres un perfecto imbécil. Saga está muy enfermo, ¿no lo comprendes? Él está enfermo y tú te aprovechas de él, hijo de puta.

— ¿Sabes? Sí no quieres que me lo tire, tal vez tú tendrías que dejarte de todas esas gazmoñerías de viejas beatas que no te quedan para nada y tomar su lugar, te divertirías un poco, te hace falta, ¿sabes?  —dijo Death Mask con burla.

—Lárgate de aquí antes de que te reviente a golpes.

— ¿Qué te pasó Kanon? Solías ser verdaderamente delicioso y divertido, y muy hábil si no mal recuerdo.

— ¡Lárgate de una vez! —Death Mask terminó por abandonar el templo de los gemelos entre risas burlonas.

 

Quizá era cierto que se aprovechaba de la situación de Saga, en más de una forma.  Pero, ¿acaso no era eso pagarle con la misma moneda?  Había sido Saga de Géminis quién se aprovechara de sus debilidades primero, así que para Gaetano era poco menos que justo que fuera su turno de hacerlo.

 

Se dijo que era mejor dejar de pensar en Saga. Tenía grandes planes con Milo y Afrodita, planes que no iba a permitir que nada ni nadie los arruinara ahora que se había decidido a llevarlos a cabo.

 

Milo, por su parte, permanecía ajeno a los planes de Gaetano, sin imaginarse siquiera lo que su amigo estaba tramando. Tras pasar la tarde en la ciudad con Afrodita y beber unos tragos en Piscis, se retiró a su templo mucho más relajado. Al día siguiente se levantó temprano. Se sentía inquieto e incapaz de seguir inactivo en su templo. Le sorprendió darse cuenta de que había pasado ya una semana desde su fallida declaración de amor. No se había encontrado con Camus a solas desde ese día, tampoco lo había buscado para nada y el francés, fiel a su costumbre, no había hecho nada por remediar la situación.

 

A decir verdad en ese momento, Milo no tenía interés alguno en encontrarse con Camus. Estaba dolido y se sentía profundamente humillado. Había evitado sistemáticamente todo contacto con el santo de Acuario durante aquellos días. Durante esa semana, aunque se había topado a Camus varias veces, no habían hecho más que saludarse. En ningún momento Camus había hecho siquiera el intento de acercarse y charlar. Camus ni siquiera había ido más allá de un frío y cortés saludo, y sólo cuando había sido inevitable.

 

Milo se daba cuenta de que Afrodita y Death Mask siempre habían tenido razón y que él había cometido el error de poner en Camus no sólo sus esperanzas, sino expectativas que no eran para nada realistas. El vínculo con Camus era completamente unilateral. Después de verlo en brazos de Hyoga, se le había caído la venda de los ojos y era capaz de comprender que Camus no tenía un verdadero interés en él. Durante todos esos años, Camus simplemente lo había dejado hacer y le había dado cuerda quizá para divertirse, quizá para no estar solo, Milo se reconocía incapaz de determinarlo. No paraba de recriminarse el haber actuado con tal torpeza, al mismo tiempo, no dejaba de pensar que había sido un completo imbécil, lo que lo enfurecía y lo hacía sentirse humillado

 

Después de que las cosas cambiaran entre Afrodita y él gracias a la intervención de Saga, se había enamorado de Camus y también se había convencido de que en algún rincón de su ser el francés sentía lo mismo. Había estado equivocado y dolía admitirlo. Todo ese tiempo, Camus se había limitado a recibir lo que él le daba sin pedirlo siquiera, sin ofrecerle nada a cambio, retribuyéndole a penas con sexo, pero sólo si a él le apetecía darlo.

 

Con amargura, Milo se dijo que era tiempo de parar. No podía dejarse la piel en algo que no iba a terminar bien. No iba a obtener lo que quería de Camus, jamás. No tenía sentido alguno empeñarse en conseguir algo que desde el principio se le había negado, ya no iba a insistir. Con esa idea en mente, abandonó su templo para dirigirse al de Afrodita. Necesitaba hablar con él de todo aquello que había estado rondando su mente aquellos días. Necesitaba de alguien que pudiera escucharlo, pero más que eso, de alguien que lo apoyara para lograr desintoxicarse de la influencia que Camus ejercía en su existencia.

 

Emprendió el camino, tomando la ruta más corta sin importarle que bien podría toparse frente a frente con Camus. Sí iba a olvidarse de él, lo mejor sería dejar de esconderse. De cualquier forma, no esperaba encontrarlo en su templo, a esa hora de la mañana Camus estaría en la playa, a punto de meterse a nadar en el mar como era su costumbre. Sin embargo, esa mañana Camus no había ido a nadar al mar. Se había quedado en su templo para hacer algunas reparaciones. Algo andaba mal con su techo, con la lluvia torrencial de la noche anterior había descubierto algunas goteras.

—Por todos los dioses, Hyoga, ¿es tan difícil lo que pido? —decía el francés impaciente, mientras que su discípulo hacía acrobacias en el techo.

—Sí supiera donde es que está exactamente la maldita gotera haría justo lo que dices —respondió Hyoga.

— Con un carajo, Hyoga ¡Sólo tienes que poner más atención a lo que digo!—gruñó Camus sin percatarse de que Milo estaba a sus espaldas.

—Buenos días, Camus —dijo el griego cuando Camus al fin notó su presencia.

—Milo, buenos días —respondió el francés, intentando ocultar su disgusto. Por un segundo, Milo consideró la idea de ayudarlo con el asunto de las goteras, sin embargo, desechó la idea de inmediato. Definitivamente era tiempo de parar, no iba a arrastrarse más a los pies de Camus.

—Te veré después —dijo el griego antes de retomar su camino.

—Milo, ¿nos echarías una mano con esto? —gritó Hyoga desde el techo.

—Quizá después, ahora llevo algo de prisa, Afrodita me invitó a desayunar —mintió Milo y siguió su camino. Camus lo vio alejarse, perplejo, esa actitud de Milo era algo que en definitiva no se esperaba. Hyoga también estaba sorprendido. Milo jamás se había negado a ayudar en algo que se relacionara con Camus.

 

Milo, por su parte, en cuanto se despidió apretó el paso. No quería flaquear. Sí lo hacía, estaba seguro de que las cosas no irían bien. Era tiempo de poner límites. No sólo a Camus. Al llegar al templo de Afrodita le sorprendió darse cuenta de que estaba temblando. Sentía una opresión en el pecho y un nudo en la garganta, algo que le impedía respirar. No sabía nombrar eso que sentía, sin embargo, era devastador. Esa emoción amarga y demoledora, lo estremecía por completo. Era como si le hubieran arrancado de tajo cualquier clase de soporte que pudiera tener.

 

Cuando Afrodita se lo encontró de frente, le sorprendió enormemente la expresión desencajada en el rostro del griego. Lo obligó a sentarse en el sofá junto a él.  Era evidente que Milo estaba al borde del colapso. Afrodita dedujo fácilmente que después de tanto evitarlo, Milo había terminado por encontrarse con Camus y tal vez habían hablado. El sueco, sin saber a ciencia cierta qué otra cosa hacer, corrió a la cocina y volvió al lado de Milo con una botella de whisky que siempre tenía a mano. Cuando se la ofreció a Milo, el griego no puso reparos en beber directo de la botella.

 

Afrodita no dijo ni una palabra. Milo tomó un trago tras otro, casi sin sentir el calor del líquido en su garganta. Luego de un rato, sentía su cuerpo como anestesiado, como sí no le perteneciera. Sin embargo, también experimentaba una sorprendente lucidez acerca de Camus, una lucidez que no había experimentado jamás. Ahora le parecía tremendamente claro que él no lo amaba. No lo había amado nunca y probablemente nunca lo amaría.

— ¿Estás bien? —preguntó Afrodita. Milo simplemente asintió con la cabeza. Pero realmente no sabía sí estaba bien, sí un día lo estaría. Afrodita no dijo nada. Se quedó a su lado, en silencio, no sabía qué más podía hacer sino acompañarlo un poco.

 

Mientras seguía bebiendo, Milo se dio cuenta de que dentro de él se había formado un vacío difícil de explicar, de aceptar. Si miraba atrás, se daría cuenta de que en los últimos años toda su vida había girado alrededor de Camus y sus sentimientos hacía él. Especialmente después de que Afrodita y él se distanciaran. Siempre atento a lo que él deseara, a lo que él dijera o pensara, a lo que él sintiera, creyendo ciegamente que las cosas cambiarían algún día, que él se daría cuenta de sus sentimientos y los aceptaría. Siempre creyendo que esa vieja declaración de amor cuando eran adolescentes y que Camus había rechazado, un buen día sería aceptada y Camus lo amaría del mismo modo en que lo amaba él.

 

Quería llorar. Pero las lágrimas no acudieron a sus ojos. Siguió bebiendo, repasando en su mente todos los recuerdos de lo que había vivido al lado de Camus, convenciéndose un poco más con cada uno de ellos de que la esperanza y el aliento a su amor sólo habían estado en sus ojos y en su corazón, jamás en Camus. En ese punto, se repitió que lo mejor era renunciar, olvidarse de todo y seguir adelante. No podía hallar ese amor que tanto buscaba en donde no lo había. Tenía el corazón roto, pero aún le quedaba algo de su maltrecho y herido orgullo. Era bastante para comenzar el camino.

 

Afrodita fue testigo del derrumbe del griego. Su amigo se desmoronó ante sus ojos sin que pudiera hacer gran cosa por remediarlo. Todo lo que pudo hacer fue quedarse junto a él, escucharlo, mantenerse a su lado y morderse los labios para no dejar escapar un te lo dije. El sueco estaba furioso, odiaba a Camus más que nunca, no tenía idea de lo que el francés había hecho, sin embargo, estaba seguro que algo que había dicho o hecho o insinuado siquiera constituía el motivo por el que Milo se encontraba en semejante estado. Nunca, en toda su vida, había sentido un odio tan profundo e intenso como el que Camus de Acuario había hecho germinar en él al poner a Milo en el estado en el que se encontraba.

 

Lleno de frustración, Afrodita se dio cuenta de que no podía bajar a Acuario y aplastar a Camus, como era su deseo, lo único que estaba en sus manos hacer en esos momentos era quedarse a su lado y esperar a que el tiempo hiciera su trabajo aliviando el dolor del griego. Estar ahí para cuando Milo lo necesitara provocaba a Afrodita un sentimiento de derrota difícil de explicar y aún de entender. Tendría que esperar, esperar a que Milo dejara de sufrir y esperar que no fuera tan cabeza dura, que sanara y eventualmente dejara atrás a Camus.

 

Afrodita intentaba por todos los medios no pensar en su propio dolor. La situación lo hería, sí, no obstante estaba seguro de que el dolor de Milo era infinitamente superior al propio. Era claro para el sueco que no había lugar para reprocharle a Milo haber sido imprudente al tratar con Camus. En realidad, Afrodita sentía que lo último en su lista debía ser reprocharle. Él no era ningún modelo a seguir, en ningún aspecto, jamás lo sería. Además, ¿cómo iba a reprocharle aferrarse a alguien que no era capaz de corresponder sus sentimientos si estaban en la misma situación? Estaba enamorado hasta la médula de Milo, pero aun así insistía en ser sólo su amigo. Tenía miedo de perder lo poco que quedaba entre ellos, esa amistad que le estaba costando tanto reconstruir.

 

En tanto que Afrodita optaba por no pensar en sus sentimientos hacía Milo, éste se debatía entre la furia y el dolor. No era capaz de definir hacía quién era más intensa su ira, sí hacía Camus o si hacía él mismo. Después de todo, ¿quién se había aferrado a una ilusión? ¿Quién había interpretado mal las cosas? Si analizaba las cosas, Camus jamás había mostrado signos de que tuviera al menos un poco de interés en tener algo más de lo que ya tenían. Siendo objetivos, era sólo culpa suya tener el corazón roto, pues había sido él quién se aferrara con uñas y dientes a Camus y al amor que sentía por él.

 

Esa noche, Afrodita le cedió su cama a Milo. Al octavo custodio le resultó difícil conciliar el sueño, en parte porque seguía disgustado y en parte porque el penetrante aroma a rosas que emanaba la cama del sueco le traía a la mente memorias de su lejana adolescencia. En esa misma cama había perdido la virginidad, en los brazos del hermoso santo de Piscis. En ese tiempo el sueco le parecía una especie de ángel protector que se había aparecido en su vida justo cuando todo parecía a punto de irse al demonio. De alguna forma, infantil e ingenua, lo había amado, sin asomarse a la verdadera naturaleza de ese hombre que con el tiempo se había convertido en un verdadero amigo, fascinado por la belleza física de éste y los pequeños gestos de bondad que Afrodita había mostrado para con él. Su pasado le parecía ya tan lejano, como si hubiera sido otra vida, otro mundo, y quizá así era. Muchas cosas habían pasado entre ellos desde esa noche en que Afrodita le mostró lo que era el placer por primera vez. Habían ocurrido cosas terribles, dolorosas, cosas que lo habían hecho perder la fe en su amigo, en el único que siempre había estado a su lado. Quizá lo peor había sido el silencio de Afrodita ante la traición de Saga. No estaba seguro de ser capaz de dejar eso en el pasado. Afrodita no sólo había actuado contra las reglas, no había confiado en él para decirle la verdad.

 

Tenía que admitir que le había sido realmente difícil perdonar a Afrodita y que, en realidad, no había sido capaz de olvidar del todo lo sucedido entonces. Milo conservaba cierta reticencia a abrirse ante Afrodita, no era como en los viejos tiempos. Aferrarse a Camus había sido su manera de lidiar con el hecho de que a sus ojos Afrodita lo había traicionado. En lo más profundo de sí, Milo no soportaba pensar siquiera en el silencio cómplice del sueco, él había sabido siempre que Saga usurpaba el lugar del patriarca y lo había escondido, no sólo eso, se había aliado a él y había traicionado a la orden, a su amistad.

 

La distancia, Milo se percataba de que sus sentimientos hacia Camus eran lo único que se mantenía estable pese a los vaivenes de su existencia, de lo sucedido en el inframundo. En ese momento no sabía sí sería capaz de seguir adelante, sin embargo, tenía la certeza de que, de un modo u otro, terminaría por recuperarse de ese revés. Era preciso hacerlo, superar todos sus impulsos destructivos y tolerar de la mejor manera posible todo lo que sucedía a su alrededor.

 

Los días comenzaron a acumularse uno tras otro sin que Milo se presentara en el templo de Acuario. Su ausencia terminó por hacerse evidente para el santo de los hielos. Si constantemente se quejaba de la insistente presencia del griego y de lo difícil que le resultaba deshacerse de él, en el presente le extrañaba no encontrarse con él a cada paso.  No recordaba con exactitud cuando había sido la última vez que Milo se presentara en su templo, ni cuando habían compartido por última vez el lecho. En realidad, Milo a penas si le dirigía la palabra, las únicas veces que habían hablado su conversación se había limitado a un frío y cortés intercambio de saludos. Camus recordaba que Milo no había sido descortés ni grosero, simplemente frío y no había intentado como en el pasado, trabar una charla más íntima.

 

Con el paso de los días, la nueva actitud de Milo hacía él había hecho a Camus transitar por emociones de lo más diversas. Si bien al principio se había sentido aliviado de la constante y agobiante presencia del griego y de sus atenciones, luego se encontró a sí mismo sorprendido de su lejanía. No se creía del todo el que Milo simplemente hubiera perdido el interés en él y se dijo que era cuestión de tiempo para que todo volviera a ser como siempre había sido. Sin embargo, Milo perseveró en su indiferencia hacía él y Camus terminó por sentirse inquieto. Más allá de la molestia que le generaban los requiebros amorosos del griego, Camus había llegado a Milo. Camus lo consideraba un buen amigo y la actitud que Milo le mostraba en los últimos tiempos, evadiéndolo, alejándose, comenzó a desesperarlo. Sin embargo, Camus no hizo nada. Permaneció, en apariencia, tan indiferente como de costumbre a la conducta del griego.

 

El santo de Acuario creía conocer bien a Milo, estaba seguro de que toda esa indiferencia y todo ese desapego no eran más que una etapa, un intento desesperado del griego por hacerse notar. Pensaba que la actitud de Milo tenía como fin último llamar su atención y nada más.  Estaba convencido de que lo que sentía Milo por él era inmutable. Estaba seguro de que con el paso de los días, la actitud de Milo volvería a ser la de siempre. Volvería a presentarse en su templo para charlar, y dejaría de nuevo la puerta abierta en las noches para que él pudiera colarse libremente hasta su habitación. Harían el amor y Camus escaparía en la madrugada, justo antes del amanecer.

 

Pero los días seguían pasando y nada cambiaba. Milo seguía sin buscarlo y echando el seguro a su puerta por las noches. Camus estaba perturbado. Nadie, jamás, se imaginó que los papeles se invertirían algún día. Camus terminó siendo quién buscaba la cercanía con Milo que tanto había rechazado en el pasado.

 

De pronto Camus se percataba de que no se sentía bien que Milo hubiera dejado de buscar su compañía. Durante todo ese tiempo Camus había tenido la certeza de que Milo estaba enamorado de él y sólo de él, aún si sus declaraciones de amor ya no eran tan frecuentes en los últimos tiempos. Milo no había dejado de demostrarle su amor durante todos esos años. Había dado por hechos los sentimientos de su compañero de armas y en el presente no comprendía su actitud. Siempre había contado con ese amor y de pronto parecía que ya no lo tenía más. ¿Milo había dejado de amarlo o era esa su forma de ponerle un ultimátum? Camus era incapaz de responderse esa pregunta, todo lo que tenía eran dudas y una incertidumbre con respecto a Milo que crecía día con día y era incapaz de apartar de su mente.

 

En público, Milo seguía siendo el de siempre. Pero rechazaba todo acercamiento privado. Camus no comprendía lo que estaba pasando. En su concepto, las cosas seguían como siempre entre ellos. No se explicaba por qué Milo actuaba de esa manera. El santo de Acuario tampoco era consciente de que la tormenta interior que lo estaba azotando por esos días se traducía al exterior como un insoportable e inexplicable mal humor que comenzaba a afectar a todos a su alrededor, especialmente a su discípulo.

 

Hyoga estaba harto de la irritabilidad de Camus. Empezaba a convencerse de que había sido una pésima idea ceder a sus impulsos y acostarse con él. Había pensado que al menos las cosas entre ellos permanecerían igual, pero se había equivocado. Para Hyoga era inexplicable lo que estaba pasando con Camus, en ningún momento lo relacionó con la nueva actitud de Milo, lo que era lógico, considerando que más de una vez Camus le había hecho saber que para él Milo era poco menos que un amigo con derechos.

 

Camus, por su parte, no estaba dispuesto a admitir que echaba de menos la compañía de Milo, como también echaba de menos las noches que había pasado entre sus brazos y el saber que había alguien con quién podía contar incondicionalmente.  No dejaba de repetirse que era cuestión de tiempo que todo volviera a la normalidad, y había comenzado a pensar que el cambio de actitud en Milo se debía a la influencia de Afrodita. El sueco jamás lo había visto con buenos ojos, lo detestaba y Camus lo atribuía a que lo consideraba un obstáculo para poder acostarse de nuevo con Milo. En la concepción de Camus, Milo carecía de una mente propia para ciertas cosas, por lo que la única explicación a su conducta reciente era la influencia de Afrodita. De cualquier forma, cuando Milo decidiera volver, lo haría sufrir un poco, sólo lo suficiente para hacerle entender que era él quién tenía el control de la situación. A ojos del francés, todo se reducía a un juego de poder entre él y Afrodita para definir quién de los dos ejercía mayor influencia en Milo.

 

Por su parte, Death Mask comenzaba a sentirse frustrado, las cosas no estaban resultando como esperaba. Milo parecía no entender sus insinuaciones y en cuanto a Afrodita, no habían hablado desde que Gaetano se atreviera a plantearle su interés en Milo. Definitivamente estaba al borde de la desesperación y comenzaba a pensar que el único que obtendría algo de Milo al final del día sería Camus. Tal vez lo único rescatable de toda la situación era que Afrodita y Milo comenzaban a ser tan inseparables como antes y por momentos le daba la impresión de que estaban recuperando la camaradería tan íntima de antaño.

 

Gaetano tenía claro que, en su escala de amistad, Afrodita estaba en la cúspide. En realidad, siempre había tenido bien poco en común con Milo, y siempre había pensado que su vínculo se había construido alrededor de Afrodita. Apreciaba la amistad del griego, sin embargo, nunca habían sido particularmente cercanos. Milo solía acudir a Afrodita antes que a él. Había un montón de cosas de Milo que no comprendía. Su inquebrantable lealtad era una de ellas. Milo era uno de esos seres que ponían la lealtad aún por encima de ellos mismos, algo que Death Mask no era capaz de hacer ni de entender.

 

Por más que lo intentaba, no era capaz tampoco de entender el supuesto amor de Milo hacía Camus. ¿Qué veía en él? Camus era un iceberg que sólo respondía a sus propios deseos y necesidades. Camus se quitaba las ganas con Milo o con quién fuera, pero era demoledoramente honesto. Siempre había sido claro y no comprendía cómo era que Milo había confundido una relación enteramente sexual con algo como lo que bien podía tener con Afrodita o con cualquier otro que estuviera verdaderamente interesado en él. Para el italiano, Camus se parecía más a él que a Milo, pues el francés sólo conocía la lealtad a sí mismo, tal como lo hacía Death Mask.

 

Ni siquiera él mismo entendía por qué hacía lo que hacía, para qué o qué esperaba obtener para sí mismo. Pero seguiría adelante, esperando que las cosas se dieran como él esperaba que lo hicieran. No iba a quitar el dedo del renglón hasta no obtener el resultado deseado.

 

Milo, ignorando los pensamientos de Camus y Death Mask, se limitaba a lidiar con su dolor y el desamor de Camus. Intentaba mantenerse firme, luchando a brazo partido por contenerse y no recoger de nueva cuenta las migajas que Camus le arrojara. Su forma de lidiar con ello era mantenerse lo más ocupado que le fuera posible, así no tenía que pensar en Camus y todo lo que le preocupaba. Evadía cualquier cosa que tuviera que ver con Camus y no se permitía más que dirigirle un cortés y frío saludo cada vez que se encontraban.

 

Tenía que admitir que la silenciosa compañía de Afrodita ayudaba mucho. El sueco no le había dicho ni una sola palabra respecto de lo que estaba sucediendo, simplemente cuando parecía flaquear en su determinación de mantenerse lejos de él, lo embarcaba en una nueva actividad que tenía la virtud de consumir todo su tiempo y energía. Afrodita nunca decía ni una palabra a favor o en contra de Camus, cosa que Milo le agradecía casi tanto como su apoyo constante.

 

En compañía de Afrodita había apoyado en la remodelación de la escuela de Rodorio, así como en la construcción del hospital que la Fundación de la diosa había emprendido recientemente en los terrenos del santuario. Camus, las charlas que sostenían, el aroma de su cuerpo, su forma de hacer el amor, todo de él. Por momentos sentía que sería capaz de olvidarlo, de echar al olvido todos esos años que había perseguido un imposible; otras veces se convencía de que era imposible olvidarlo, que aún si se mantenía lejos de él, Camus sería un fantasma eternamente presente en su vida. Justo entonces se aparecía Afrodita le palmeaba la espalda y le decía algo como:

—Vamos, bicho, mueve el culo, hay un montón de trabajo pendiente — entonces Milo se levantaba y lo seguía de vuelta al trabajo.

 

Afrodita estaba dándole todo el apoyo de que era capaz, quizá un poco más. También Gaetano lo hacía, a su modo, a su retorcida manera lo estaba apoyando y se esforzaba por mantenerse a su lado. Sin embargo, sus insinuaciones eran cada vez más frecuentes y descaradas, algo que lo ponía incómodo. Pese a todas las insinuaciones del italiano, Milo rechazaba la idea de que él pretendiera algo más que su amistad.

Notas finales:

Nos leemos la próxima semana


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