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Hay cosas que es mejor no saber por Kitana

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Notas del capitulo:

Con algo de retraso, pero aqui está el nuevo capítulo, aviso de la semana: no habrá actualización por cuestiones personales, espero ponerme al corriente en dos semanas más, gracias

 

aqui van las advertencias:

*Lenguaje vulgar

*OoCa montones

 


si continuan aqui, gracias por leer.

 

Afrodita había pensado que acostarse con Milo fue un error desde el primer momento, y el paso de los días sólo le había confirmado que tenía razón. Había sido estúpido pensar que las cosas seguirían como siempre. Un solo acto había sido más que suficiente para tirar por la borda todo lo que habían logrado reconstruir en meses de convivencia. Milo había cambiado con él. Le mostraba una actitud hosca y casi hostil. Prácticamente no hablaban y las pocas veces que lo hacían se decían tonterías y terminaban por decirse cosas totalmente fuera de lugar, los silencios incómodos abundaban y Afrodita comenzaba a pensar que había cometido un error monumental.


 


A decir verdad, Afrodita se había percatado de que el mal humor del griego no sólo iba dirigido hacía él, sino hacía todo cuanto lo rodeaba. Eso era más preocupante que ser el objeto único de su enfado. Milo no era un gruñón, cuando algo o alguien lo disgustaba, solía manifestarlo abiertamente. Normalmente se habría atrevido a preguntarle qué era lo que sucedía. Sí las suposiciones de Afrodita eran correctas, el origen del mal carácter de Milo no estaba en algo simple. Más bien, debía tener origen en algo importante. Aunque tenía idea de cuál podía ser ese origen, no tenía certeza de nada. En los últimos tiempos Milo ya no era un libro abierto para él, sino un galimatías que cada día comprendía un poco menos.


 


La situación le dolía. Más de lo que se sentía capaz de admitir. Sentirse rechazado de nueva cuenta por la persona a la que seguía amando a pesar de todo, le causaba un dolor sordo que era incapaz de aliviar o de siquiera manifestar. El escozor que la situación le estaba causando era difícil de tolerar a solas. Era terrible saber que la distancia entre ellos volvía a incrementarse y que a los errores del pasado había sumado uno más que tampoco iba a poder borrar. Las cosas se ponían peor cada día y sin que él conociera los motivos, sin que pudiera hacer algo por evitarlo.


 


Por si fuera poco, Gaetano no estaba ayudando nada con su actitud de mierda y sus alocadas ideas de acostarse con Milo. Cada vez que pensaba en ello, lo invadían unos irrefrenables deseos de bajar a Cáncer y romperle la cara como debió haber hecho desde el primer momento. Sin embargo, sabía que ni siquiera hacer eso iba a arreglar las cosas entre ellos, las cosas con Milo, fuera lo que fuera.


 


La vida tenía que seguir. Él tenía que seguir.


 


Esa mañana tenía que presentarse en la construcción del orfanato. Se había apuntado para apoyar en ello y no se arrepentía, mantenerse ocupado ayudaría a no permitir que sus problemas lo asfixiaran como habían venido haciendo en los últimos días. Lo cierto era que esa labor le gustaba. Más allá del significado de lo que estaban construyendo, mantenerse ocupado era realmente útil para que todos sus pensamientos negativos se mantuvieran a raya. Cada vez que tenía que presentarse en la construcción, Afrodita trabajaba hasta extenuarse, y al final de la jornada se recompensaba con un largo baño en la tina de su templo. Si bien no era la gran cosa, se sentía satisfecho y un poco más en paz consigo mismo.


 


Estaba convencido de que lo que hacía no borraría su pasado, ni eliminaría el daño que había causado, y quizá ni siquiera serviría de compensación, sin embargo, le permitía saber que Mattias seguía viviendo bajo la piel de Afrodita, que aún quedaba algo del muchacho ingenuo que había sido. De alguna forma quería dejar atrás lo que Afrodita había sido y representado, volver a ser sólo Mattías, el ingenuo e insulso Mattias que había llegado al Santuario siendo casi un niño.


 


Se aferraba a ser Mattias, así no le dolería tanto darse cuenta de que había perdido a Milo, a Gaetano y a todo lo que alguna vez había considerado suyo. Porque en el fondo sabía que Afrodita no era digno de Milo, de la amistad de Gaetano, de nada de lo que había creído que le pertenecía. Comenzaba a aceptar que su vida, al igual que la de Milo, se desmoronaba y ninguno de los dos sería capaz de recomponer los fragmentos. Era incapaz de reconstruir su vida, de evitar la debacle y de hacerse de nueva cuenta con el amor de Milo.


 


¿Qué le quedaba además de recuerdos?


 


Veía a su mejor amigo, Gaetano, desquiciarse día con día y convertirse en su enemigo a pasos agigantados. También Milo avivaba día con día el rencor entre ellos de una manera irreversible y a él se le agotaban los argumentos para convencerlo de que seguían siendo amigos. Estaba cansado, del rencor de Milo, de las intrigas de Gaetano, de su propia debilidad.


 


Habría preferido borrar todo a su alrededor, habría preferido desaparecer de golpe. No quería seguir así, sin embargo, no era capaz de encontrar un gramo de fuerza en su interior para remontar la corriente de los acontecimientos, plantearle a Milo claramente lo que sentía y asumir las consecuencias. No iba a ser fácil hacerlo, sin embargo, lo peor de todo era que no estaba seguro de tener la fuerza o los deseos de luchar por seguir adelante.


 


Esa tarde, después de terminar el trabajo en el orfanato, se retiró a su templo sin hablar con nadie. Se sentía realmente abatido y verdaderamente incómodo consigo mismo. Todos sus planes se reducían a tomar un baño, beberse una copa de vino y luego irse a la cama. No quería saber nada de nada. Llenó la tina hasta el borde, y luego se metió en ella con un cigarrillo en los labios. Se quedó ahí hasta que el agua terminó por enfriarse.


 


Salió de la tina y envuelto en una toalla, se dirigió a la cocina a beberse esa copa de vino que se había prometido a sí mismo. No estaba bien, no estaba nada bien. Nada a su alrededor estaba bien y sólo hasta ese momento se percataba de ello. Ya en la cocina, descorchó la botella y se sirvió una copa. La llenó hasta el borde. Estaba bebiendo el primer sorbo cuando notó la presencia de alguien en su templo. No era Death Mask. Tampoco Milo. Cuando identifico de quién se trataba, enfureció. Era Camus de Acuario. ¿Cómo se atrevía? El sueco estaba furioso. Abandonó su copa y se apresuró a ir al encuentro de su indeseable visitante.


— ¿Se puede saber qué carajos haces aquí? No sé si te enteras, pero no me agradas y no me gusta tu presencia — dijo cuando estuvo frente a él. Solo teniendo frente a frente se convenció de que era Camus, Culo de Pingüino estaba en su templo con esa cara de mártir de novela barata que se había instalado en su rostro desde la épica discusión con Milo.


—Necesito hablarte.


— ¿Te molesta? Necesito ponerme pantalones antes —dijo el sueco.


—Me da igual, sólo no tardes.


—Vete al cuerno, me tardaré lo que se me dé la gana — dijo Afrodita alzando una ceja.


—Como quieras — respondió el francés. Afrodita se mordió los labios para no decir algo de lo que ambos pudieran arrepentirse más tarde. Verdaderamente sorprendido, Afrodita se apresuró a vestirse. No se explicaba que motivos podía tener Camus para estar en su templo. ¿Qué podía querer Culo de Pingüino con él? En cuanto terminó de vestirse, salió de su habitación para ir a reunirse con Camus.


 


Afrodita se disgustó un poco más al darse cuenta de que Camus se había tomado la libertad de instalarse en su sillón favorito. El francés lo miraba con esos ojos perpetuamente helados, pudo notar algo parecido a la incomodidad y la vergüenza, o al menos, lo más similar a eso que alguien como Camus era capaz de sentir. Era más que evidente que el santo de Acuario no estaba ahí por gusto. Su espalda completamente recta, su postura enteramente rígida y sus puños tan apretados que tenía los nudillos blancos, lo delataban.


— ¿Vas a decirme qué quieres o te quedarás ahí mirándome hasta que uno de los dos muera de aburrimiento o algo peor? — dijo Afrodita mientras se llevaba un cigarrillo a los labios —. Esta situación es incómoda, ¿sabes?  No quisiera prolongarla más allá de lo indispensable.


—Te agradeceré que no fumes en mi presencia, el aroma me parece sumamente desagradable — dijo Camus con un gesto despectivo.


— No te olvides de que estás en mi templo, y si no gusta que fume, puedes largarte cuando quieras, la puerta está abierta siempre.


—Eres un imbécil—dijo Camus mientras Afrodita encendía el cigarrillo.


— Sé original, dime algo que no haya escuchado antes —siseó Afrodita antes de darle la primera calada a su cigarrillo y volvía por su copa de vino.


—Estoy aquí por Milo — dijo Camus con los labios apretados —. Necesitamos hablar sobre él.


—Oh… vaya, ¿y qué carajo se supone que tú y yo tenemos que hablar sobre él? Tengo que decirte que, a mi modo de ver las cosas, no tenemos nada de qué hablar.


—Tú te estás acostando con él y quiero que dejes de hacerlo — Afrodita se rio abiertamente.


— ¿Tienes una idea de lo ridículo que te escuchas diciendo esto? —dijo el sueco con una sonrisa burlona danzando en sus labios.


— ¿Por qué tienes que reírte de todo? Estoy hablando completamente en serio.


—Vete a la mierda, Camus, esta conversación es absurda, tú eres absurdo y no quiero que permanezcas un minuto más aquí — dijo Afrodita antes de beber un poco de vino.


—Lo que sea que estés haciendo con él para hacer que me dé la espalda, deja de hacerlo.


— ¡Eres un imbécil! No estoy haciendo nada para que deje de estar contigo, todo lo que he hecho desde que se enredó contigo ha sido levantar el desastre que dejas a tu paso cada vez que tienes una de tus putas crisis.


—Mientes, él no sería capaz de abandonarme sin tu participación.


—Tendrías que darle más crédito, ¿sabes? No es ningún débil mental.


—Sólo digo que para él tu palabra es ley.


—No te comprendo, Camus, realmente no te comprendo. Lo has tratado como mierda bajo tus zapatos todo este tiempo, ¿y de pronto te das cuenta de que es importante para ti y quieres conservarlo a tu lado? Quizá sí sea buena idea que te vea el loquero.


—No quería llegar a esto, pero me obligas, Afrodita. Lo amo y él me ama, tú estás en medio. Eres tú quién sobra. Lo más lógico es que te apartes y dejes de interferir.


— ¿Crees que no sé qué él te ama?


—Sólo quítate del camino.


—Sí tú lo amas y él sigue amándote a pesar de tu estupidez, yo no tendría que hacer nada porque evidentemente no estoy en medio de nada porque para él mi existencia es menos que nada. ¿Soy yo o eres verdaderamente idiota? Milo te ama, en lo particular no comprendo el motivo, eres un idiota demasiado pagado de sí mismo, pero él te ama. Todo lo que tienes que hacer es ir con él, disculparte por haber actuado como un idiota y decirle que lo amas. Todo se arreglará entre ustedes y las cosas volverán a ser como antes —Camus lo miró con desconfianza, no creía que Afrodita realmente creyera eso que decía. No confiaba en que Afrodita quisiera ayudarlo.


— ¿Es todo lo que tienes que decirme? —preguntó el francés con desconfianza.


— ¿Qué más quieres que te diga? ¿Qué lamento algo de lo que he dicho o he hecho respecto de ti? Olvídalo, porque no lo haré.


—Tú también estás enamorado de él.


— ¿Y qué con eso? Milo me odia, no logra perdonarme por lo que pasó con Saga.


— ¿Estás diciéndome que lo vas dejar ir así nada más?


— ¿Qué otra cosa podría hacer? No queda nada en mí que sea capaz de detenerlo sí quiere ir tras de ti. ¿Por qué interferir cuando está a punto de lograr lo que siempre ha querido? Él te ama a ti y tú a él, no hay espacio para mí — dijo Afrodita apartando el rostro —. Hay que ser prácticos.


— ¿Estás seguro de que aún me ama?


—Camus, ¿no te das cuenta? Lleva dos meses bebiendo a diario sólo por ti, ¿qué otra prueba necesitas? ¿Te hace falta una señal divina para creerlo? Lo único que sucede con él es que está harto de que lo trates como a un sirviente.


—Ahora sé que me equivoqué… tenía miedo, ¿sabes? Estaba aterrado de que él pudiera darse cuenta de que no soy perfecto.


—Sólo habla con él, no quiero ni tengo por qué escucharte. Él es mi amigo, tú no. No es asunto mío tu vida ni tus temores. Así que sí es todo lo que tenías que decir… lárgate de mí templo ahora mismo, ya casi es la hora en que me paseo en pelotas por mi jardín.


— ¿Él…?


—Sí, lo amo, ¿y qué? Ve a buscarlo, hablen, cojan, no sé… hagan lo que se les dé la gana.  Me da igual. Vete de aquí —dijo Afrodita antes de beber más vino.


— ¿Entonces no vas a pelear por él? —Afrodita sonrió con tristeza.


— Escucha, santo de Acuario, soy de esas personas que pelean por aquello en lo que creen, que pelean por lo que creen merecer o que creen que deben ganar. Yo no pienso merecer nada de Milo, tampoco creo que vale la pena pelear por alguien que, evidentemente, estará mejor sin mí que junto a mí. Así que ve a buscarlo y termina de dejarme en paz. Él es mi amigo, tú no; así que no deberíamos estar teniendo esta conversación. Mi más ferviente deseo era que desaparecieras de la vida de Milo, y estoy seguro de que soy plenamente correspondido, así que vete de una vez.


—Él te importa de verdad, ¿no es así?


—Más que mi propia vida, a pesar de todos mis errores. Pero ya no tiene importancia. No es a mí a quién quiere a su lado sino a ti. Además, algo entre él y yo está destinado al fracaso. No funcionaría. Así que… sólo dile lo que sientes. Si tienes algo de honor, no le digas a nadie que tuvimos esta conversación. Busca a Milo, dile lo mismo que me dijiste a mí, él entenderá…


—¿Entender qué? —dijo Milo interrumpiéndolos.


—Nada de lo que o deba hablar contigo, los dejo para que hablen.


—Espera, Dido, ¿a dónde vas? —dijo el griego tomando a Afrodita del brazo.


—Hay vino en la cocina, los dejo para que hablen —respondió el sueco.


—Dido, ¿qué está pasando?


—Nada, no es nada, sólo habla con él, tal vez te interese lo que tiene que decirte. Nos vemos después — dijo Afrodita apartándose de Milo. El griego no pudo detenerlo, sin embargo, estaba realmente preocupado por él, Afrodita había evitado mirarlo a los ojos en todo momento.


 


Cuando Milo quiso retener a Afrodita, simplemente era demasiado tarde. Todo lo que quedó del sueco fue el sutil aroma a rosas que éste dejó tras de sí. Lo cierto era que el griego estaba estupefacto. Había escuchado más de la conversación entre Camus y Afrodita de lo que hubiera deseado, de lo que ellos habían pensado cuando lo vieron aparecer. Había escuchado de los labios de ambos más de lo que pudo imaginar algún día. Lo cierto era que durante años había deseado escuchar de labios de Camus que compartía sus sentimientos, que lo amaba, más veces de las que era capaz siquiera de recordar. Pero jamás se imaginó que, lejos de conmoverlo, esas palabras terminarían enfureciéndolo. No entendía qué pasaba consigo mismo, pero lo cierto era que la declaración de Camus se había visto eclipsada por la de Afrodita.


 


En esos momentos, lo último que quería era hablar con Camus, prefería ir tras Afrodita y arrancarle toda la verdad que necesitaba escuchar.  Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. Camus se lo impidió. La mano helada de Camus de Acuario se aferró a su brazo y le impidió ir tras de Afrodita, como era su deseo. Y entonces Camus comenzó a hablar.


—Debemos hablar, Milo. Yo… no sé cómo decirte esto. No sé cómo podría hacerte ver cómo me siento por todo lo que ha ocurrido en estos últimos meses…—dijo el francés. Milo se limitaba a mirar y a escuchar al hombre del que creía haber estado enamorado hasta ese momento.


—Tal vez podrías empezar por disculparte por lo que dijiste sobre Afrodita y sobre mí —gruñó Milo sin saber a ciencia cierta por qué.


—Afrodita y yo hemos hablado, y ya me ha dejado claro que te ve como a un buen amigo y nada más —dijo Camus. Milo resopló ante la evidente mentira del francés. Afrodita había dicho que lo amaba.


—Camus… no estoy seguro de qué es lo que quieres de mí, y comienzo a pensar que esta conversación no tiene sentido alguno.


—Te amo, Milo —dijo Camus, los enormes ojos verdes del santo de Acuario se hicieron aún más grandes cuando el silencio de Milo se prolongó.  Milo parecía ansioso por apartarse de él, molesto. Esa actitud era algo que no esperaba, como tampoco se esperaba la indolencia del griego cuando le echó los brazos al cuello e intentó besarlo. Los fríos labios de Camus estampándose contra los suyos llenaron a Milo de una incomodidad insoportable, tanto, que apartó al francés con una brusquedad que en otro tiempo hubiera sido impensable para él—. ¿Qué haces? —le dijo el francés, visiblemente indignado y furioso.


—No, Camus. No quiero esto. ¿Cómo te atreves a decirme que me amas después de todo lo que ha pasado entre nosotros? —siseó el griego con molestia, librándose de Camus.


—Milo, estoy diciéndote que te amo.


—No te creo, no puedo creerte —dijo Milo apartándose de él. Le dio la espalda y Camus buscó su rostro con insistencia.


—Tienes que creerme, Milo, te digo la verdad, te amo.


—No. No, tú no me amas, ¿le llamas amor al juego que has jugado conmigo todos estos años? Por los dioses, Camus, no vas a enredarme de nuevo, no te lo permitiré.


— ¡Tienes que creerme! Te amo, y no pienso renunciar a ti. Tú también me amas, Milo, no tiene sentido alguno que sigamos separados.


—Por todos los dioses, Camus… —susurró el griego mientras la furia se expandía por cada rincón de su cuerpo.


— ¿No era eso lo que siempre quisiste que dijera? —preguntó el francés delatando cierto hastío. Milo sonrió con ironía.


— ¿Es que no lo entiendes? Pareciera que todo lo que te interesa es salirte con la tuya y nada más. Me has hecho tanto daño, ¿y no tienes siquiera una palabra de arrepentimiento hacía mí?


—Se supone que tú estás enamorado de mí. No te comprendo.  ¿Es que no quieres que estemos juntos?


—Camus, la verdad es que justo ahora ya no sé si quiero estar contigo o siquiera si aún te amo.


— ¿Qué está pasando contigo? ¿Es por Afrodita? ¡Esa maldita alimaña sueca!


—Por favor, deja de actuar como sí todo lo que ocurre en el mundo te tuviera como eje. ¿Has considerado que simplemente estás cosechando lo que sembraste?


—Milo, más vale que no te atrevas a siquiera insinuar que todo es culpa mía.


— ¡Por supuesto que es culpa tuya! Tú te buscaste esto cada vez que me hacías sentir que para ti no valía nada, que mis sentimientos no significaban nada para ti. ¿No se te ocurrió alguna vez que me dolía la forma en que me tratabas?


—Pero, entonces, ¿qué quieres de mí? ¿No es suficiente con que admita que te amo?


—No, Camus, en estos momentos no me es suficiente ni me sirve de gran cosa —dijo el griego—. No. No, además tú no me amas, ¿le llamas amor al juego que has jugado conmigo todos estos años? Por los dioses, Camus, no vas a enredarme de nuevo, no te lo permitiré.


— ¡Tienes que creerme! Te amo, y no pienso renunciar a ti. Tú también me amas, Milo, no tiene sentido alguno que sigamos separados.


—Por todos los dioses, Camus… —susurró el griego mientras la furia se expandía por cada rincón de su cuerpo.


— ¿No era eso lo que siempre quisiste que dijera? —preguntó el francés delatando cierto hastío. Milo sonrió con ironía.


— ¿Es que no lo entiendes? Al único al que amas es a ti mismo, Camus y eso no va a cambiar nunca porque a ti no te interesa cambiarlo. Esta vez no vas a convencerme de que existe una pequeña esperanza de que cambies tu forma de ser, de que las cosas entre nosotros cambien algún día.


—Tú podrías… podríamos intentarlo de nuevo, yo podría tratarte diferente a como he venido haciéndolo.


—Dale un poco más de crédito a mí inteligencia, ¿quieres? ¿Qué podríamos intentar? ¿Qué este de nuevo a tu entera disposición como hacía antes? Olvídalo. Me acabo de percatar de que merezco algo mejor que lo que te queda después de tratar con tus amigos y amantes, porque yo nunca fui ni lo uno ni lo otro.


—Tú me amas, Milo, no puedes renunciar a mí así nada más.


—En otro tiempo, habría dicho sí sin ninguna duda, pero ahora, no. En realidad no sé qué es lo que siento por ti, sólo sé que no es amor, que quizá nunca lo fue. Tú no me amas, Camus. Uno no puede amar a alguien a quién no respeta, y tú jamás me has respetado ni un poco. Uno no reclama a quién dice amar como si fuera un juguete o una mascota que cree que le han robado. Por sí no lo has notado, soy un hombre, un hombre que sufre, que siente y que hubiera dado la vida por ti si se lo hubieras pedido, pero que ya se cansó de perseguir un imposible.


 


Milo no dijo nada más. Abandonó el templo de los Peces dejando a Camus sumido en una confusión absoluta. El griego prácticamente huyó del lugar, tomo rumbo al templo de Cáncer, el lugar donde esperaba encontrar a Afrodita y donde esperaba también despejar sus dudas. Pese a que bajó lo más rápido que pudo, cuando arribó al templo del Cangrejo Celeste, se topó con un templo vacío. Conociendo a Afrodita como lo conocía, si el sueco había dicho la verdad acerca de sus sentimientos hacía él, en esos momentos estaría buscando la manera de atiborrarse con todo el alcohol que fuera capaz de conseguir.


 


Tomó la ausencia de Afrodita y Death Mask como una señal de que no debía precipitarse. Optó por no ir a buscarlos al pueblo. Sin poder esconder su irritación, volvió sobre sus pasos y retornó al templo de los Peces. Ahí esperaría su regreso y cuando Afrodita estuviera de vuelta, hablarían de todas esas cosas que se habían negado a hablar durante tantos años.  De una vez por todas arreglarían las cosas entre ellos.


 


Por su parte, Afrodita prácticamente había corrido escaleras abajo sin mirar atrás ni por un momento cuando se alejó de Milo y Camus. Tenía miedo de que sus sentimientos lo traicionaran, de que una mirada de esos ojos azules bastara para romper todas sus barreras y que de una vez saliera a la luz que estaba loco por Milo. No era el momento, ni el lugar para decirle de frente que lo amaba. No quería complicarle aún más las cosas con Camus. Era duro admitir que lo único que le restaba era desaparecer de la escena y hallar refugio en el único sitio en el que siempre sería bien recibido: el templo de Cáncer.


 


Cuando Afrodita irrumpió en su templo, Gaetano se encontraba en la cocina, malhumorado porque su tercer intento de preparar soufflé había fallado al igual que los anteriores. En realidad, estaba de mal humor desde el día anterior. Las cosas no estaban saliendo como él esperaba que lo hicieran. Tanto Milo como Afrodita se negaban a hablar de lo que sucedía entre ellos y estaban evitando por todos los medios hacerlo, algo que no le sentaba nada bien. Además, Afrodita estaba evitándolo como a la peste. Esto último era lo que le causaba mayor conflicto. Fue por eso que le sorprendió realmente que Afrodita se apareciera por su templo.


—Hey, Tano, ¿me invitarías a cenar? —dijo el sueco, la expresión de suprema tristeza y desanimo en su rostro dieron mucho que pensar a Death Mask.


—Sabes que sí, ni siquiera tienes que preguntarlo —dijo Gaetano con voz suave —. Pero tendrás que perdonarme el postre, el soufflé se me jodió por tercera ocasión y no me da la gana preparar algo más.


—Ya sabes que no me gustan las cosas dulces, así que me importa un carajo que no me des postre.


—De acuerdo, Lord Piscis, siéntate donde quieras, en un minuto estaré contigo.


 


Cenaron en silencio, Death Mask tenía un montón de preguntas, sin embargo, se contuvo de manifestar su proverbial falta de tacto y las omitió todas. Era obvio que algo estaba pasando, algo grave, y aunque quería saberlo, entendía que no era buena idea preguntar en ese preciso momento.


— ¿No te intriga saber por qué carajos estoy aquí yo sólo y donde está el bicho? —soltó Afrodita después de un rato.


—Dido…


—Sí, bueno, te contaré. En realidad, todo se reduce a que estoy muy cerca de perfeccionar la idiotez. Soy un imbécil, y justo ahora desearía ser el hijo de puta que todos creen que soy y haberme quedado con Milo cuando tuve oportunidad.


—No entiendo nada, Dido.


—No hace falta, Tano. Solo ten presente que ya perdimos a nuestro bicho, tú y yo. Nuestro bicho me odia, a todo lo que yo represento en su vida.  ¿No te das cuenta? Ahora mismo debe estar cogiéndose a Culo de Pingüino, justo en mi cama, eso sí el francés frígido no lo arruina con palabrería innecesaria y su puto orgullo.


—Mattias, ¿te volviste loco?


—Tal vez sí, dime, Tano, ¿a quién se le ocurre renunciar a la única posibilidad que tiene de estar junto a quién ama sólo por qué acaba de descubrir que le queda algo de conciencia? Sí, me volví loco. Deje de ser yo —dijo el sueco mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas —. Lo perdí, Tano. Esta vez no tengo ni siquiera el consuelo de que seguiremos siendo amigos. Soy un idiota. Debía hacerte caso, a ti y no a lo que me queda de consciencia. Tú tenías razón, si me hubiera decidido a cogérmelo cuando tú me lo dijiste, nada de esto hubiera pasado, no estaríamos en los términos que a mí me gustaría, pero estaría bien porque al menos podría tenerlo cerca. Ahora no me queda ni siquiera eso.


—Dido, yo…


—No digas nada, me siento muy mal como para escuchar te lo dije. Cerremos este tema, ¿sí?


— ¿Qué fue lo que pasó entre ustedes?


—Me acosté con él después de que peleó con Culo de Pingüino. Fue genial, pero eso arruinó las cosas entre nosotros otra vez; y por sí fuera poco, hace un rato el francés frígido me buscó para decirme que debo alejarme de él.


— ¿Culo de Pingüino luchando por nuestro bicho? ¡Qué Athena venga y me bese el culo si me imaginé siquiera que esto podría suceder!


—Pues sucedió, y ¿sabes que es lo peor? Milo llegó justo cuando yo estaba aconsejándole a ese hijo de puta que le dijera lo que sentía por él, ¿a qué no puedo ser más idiota?


—Lord Piscis, antes de que sigas, tienes que calmarte. No hagas conjeturas. Aún no sabes en qué terminó el encuentro entre Milo y el francés.


— ¿Y tú que crees que va a pasa ahora? Milo lo ama, se acostó conmigo sólo para olvidarse del francés y Culo de Pingüino se tragó su orgullo para venir a mi templo y decirme lo que me dijo, ¿no lo ves? Estoy acabado. No hay nada más. No es como sí no lo supiera, es sólo que duele demasiado, no me imaginé que dolería tanto encontrarme ante los hechos consumados.


—Por lo menos cálmate un poco, no ganarás nada perdiendo el control como lo estás haciendo.


— ¿Qué más da? Ya no importa cómo me ponga. Realmente no importa. Ahora mismo, preferiría ahogarme en alcohol, ¿sabes? Pero Milo está en mi templo reconciliándose con Culo de Pingüino, y yo no tengo otro lugar a donde ir más que aquí, porque se supone que eres mi amigo, pero tú eres un hijo de puta que se ha pasado mi amistad por el forro de los huevos un montón de veces y quería llevarse a la cama al tipo del que he estado enamorado desde hace años.


—Dido… yo, no sé qué decirte.


—No me digas nada, dame algo de beber y cierra el pico, de verdad no quiero escuchar tus idioteces justo ahora.


—Lo siento, Dido, la última visita de Milo agotó mis reservas. Todo lo que me queda es una botella de anís del mono que le robé a Shura esta mañana —Afrodita se echó a reír.


—Dame acá el puto anís del mono, ¿quieres?


— ¿No prefieres ir a la taberna? El anís del mono no te va a hacer ni cosquillas.


—Sí, supongo que es buena idea.  Lo mejor es poner tierra de por medio con Milo y su amorcito.


—En ese caso, vámonos, comienzas a ponerme realmente nervioso, Lord Piscis.


 


Afrodita salió a prisa, y Gaetano tuvo prácticamente que correr detrás de él. No se había equivocado al pensar que Afrodita seguía loco de amor por Milo. Afrodita estaba tan mal que el italiano se sintió obligado a cuidar de él, a ser el amigo que el sueco necesitaba en ese momento. Se abstuvo de decirle que se frenara al beber, Afrodita no le haría caso y terminaría ahogándose en alcohol por encima de él y sus consejos. Actuando en contra de sus deseos y de su naturaleza, se obligó a permanecer junto al sueco, conteniéndolo, escuchando sus quejas y sus lamentos. Lo escuchó hablar, una y otra vez, sobre Milo y lo inútiles que resultaban sus sentimientos en esos momentos. Afrodita parecía querer beberse todo el alcohol del bar en el que terminaron esa noche. Death Mask estaba sorprendido, nunca había visto así a Afrodita, ni siquiera cuando se enteró de que Milo tenía algo con Camus.


—Tranquilo, Dido, ¿podrías tomarte las cosas con calma? No necesitamos ir a otro bar, podríamos volver a casa y pasar por tu templo — dijo el italiano cuando Afrodita insistió en buscar otro lugar después de que los echaran del bar.


—Tano, no tienes que preocuparte, tengo dinero —dijo un muy ebrio Afrodita con una sonrisa boba y una mirada desquiciada en sus clarísimos ojos azules.


—No me preocupa el dinero, Dido, lo que me preocupa es que te de una congestión alcohólica en plena calle.


—No te preocupes tanto, Tano… ¿a quién le importaría?


—Aunque no lo creas, a mí.


—No te pongas sentimental, italiano de mierda; sólo quiero beber, beber hasta que ya no sienta nada —gruñó Afrodita mientras trastabillaba por la calle oscura.


 


Fue toda una odisea para Gaetano llevar de vuelta al Santuario a Afrodita. Estaba completamente borracho. Había visto al sueco muy pocas veces en ese estado, la mayoría de ellas, en los tiempos de Arles. La realidad era que Death Mask estaba auténticamente preocupado, desde su perspectiva, no sólo Afrodita había hecho mal las cosas. Él mismo se había equivocado de cabo a rabo. Afrodita era su mejor amigo, el único, quizá. Había esperado que lo que hacía lo ayudara al menos un poco. Había subestimado a Camus, y también los sentimientos de Afrodita hacía Milo y la culpa que sentía por lo que había ocurrido entre ellos en el pasado. Gaetano tenía la impresión de que en esa ocasión todo iba a salir mal.


 


Lo que estaba sucediendo era el peor de los escenarios. El peor de todos los que había podido imaginar.  Afrodita se estaba desmoronando, y era bien poco lo que podía hacer para remediarlo. El único capaz de hacer algo por Afrodita era Milo, y aparentemente, él ya estaba fuera de su alcance. Gaetano no dejaba de preguntarse cómo iba a ayudar a Afrodita a sanar un corazón roto. ¿Qué clase de broma macabra era esa para ambos? Estaba convencido de que se había equivocado de cabo a rabo.


 


Mientras seguían el camino de las doce casas, Afrodita se reía como idiota e insultaba en todos los idiomas que conocía a Camus de Acuario.  La larga escalinata nunca le pareció tan larga a Gaetano la subida al templo de los Peces. El escándalo del sueco evidentemente iba a atraer miradas indeseables, algo que no los iba a beneficiar en absolutamente nada. Aunque Afrodita se resistió vehemente al principio, terminó por ceder a quedarse en Cáncer hasta que se le pasara la borrachera.


—Acuéstate conmigo, Tano, anda, vamos a coger —dijo el sueco mientras Gaetano intentaba meterlo a la cama—. Vamos a darles la razón a esos hijos de puta, dime que sí y dejaré que me la metas, como siempre has deseado.


—Dido, estás tan borracho que, aunque de verdad quisieras eso, ni siquiera se te podría parar.


—¿Qué importa? Si no logramos que se me pare, me la metes tú a mí y ya… ¿no sería bueno?


—Mejor te duermes un rato y en la mañana, cuando tengas más sangre que alcohol en las venas, hablamos, ¿de acuerdo? Si cuando despiertes quieres coger, buscamos a Kanon y te lo tiras siguiendo todas y cada una de las láminas del kamasutra.


—No, no, no, no. Tengo que hacer honor a la reputación de mierda que todos se han encargado de generarme, así que ¡vamos a coger, Tano!


—Ya cállate, Dido. Lo que tienes que hacer ahora es dormir, te caes de borracho y estás empezando a hartarme con tus idioteces.


— ¿Por qué? Tú siempre dices que todo es mejor si hay sexo de por medio.


—Escuchar Lord Piscis, si quieres que te diga la verdad, no se me antoja coger contigo, todo lo que quiero de ti ahora es que cierres el pico y te duermas un buen rato. Sí no mal recuerdo, mañana tienes sesión con el loquero y sabes que no puedes faltar.


— ¡A la mierda el loquero! ¡A la mierda ese puto anciano! Ese maldito viejo que sólo me mira con esos ojitos diminutos y garabatea en su estúpida libretita no sé qué jodidas cosas… ¡estoy harto! ¡Me tiene hasta la madre! Quisiera volver a ser el de antes, quiero que todo vuelva a ser como antes y olvidarme de todos estos sentimientos que no soy capaz de manejar —gritó Afrodita—. No era tan malo antes, no será tan malo ahora —dijo el sueco dejándose caer en los brazos de Gaetano.


—Calma, Lord Piscis, tranquilízate; el tío Tano va a cuidar de ti —dijo Death Mask. Afrodita finalmente dejó de resistirse y permitió que el italiano lo llevara a la cama. Unos minutos más tarde, Afrodita roncaba sonoramente mientras que Gaetano tomaba asiento en una silla cercana.


 


El juego había terminado mal. Había creído que con presionarlos un poco las cosas entre esos dos idiotas necios volverían a estar bien y que ellos terminarían por darse cuenta solos de que eran el uno para el otro. No había creído ni por un segundo que Camus fuera capaz de sentir algo por Milo. Había fallado y no tenía idea de cómo iba a arreglar las cosas, ¿cómo iba a reconstruir los pedazos que quedaban de Afrodita? Milo era un imbécil, Afrodita era un imbécil, él mismo era un imbécil, todos lo eran si permitían que las cosas siguieran moviéndose como hasta ese momento. Milo sería un idiota si elegía a Camus por encima de Afrodita. Gaetano tampoco entendía qué veía en él. ¿Por qué Milo no podía darse cuenta de todo lo que Afrodita era, de todo lo que tenía para dar? Milo era un cretino por no apreciar a Afrodita en su justo valor, y lo era más por jugar a ser decente donde la decencia salía sobrando.


 


Esa noche, el santo de Cáncer no durmió. Se la pasó deambulando por su templo sin demasiado ánimo, intentando por hacer que algo se le ocurriera para arreglar las cosas entre Milo y Afrodita, y de paso borrar a Camus del mapa.


 


Por la mañana, Death Mask recibió una visita. El santo de Leo se apareció por el templo del Cangrejo Celeste con toda la intención de pasar un buen rato al lado del custodio del mismo. Aiolia se sorprendió de encontrarlo tan ensimismado y con expresión de angustia. Gaetano estaba tumbado en el sillón, mudo y ensimismado. Aiolia se acercó a él en silencio y luego lo besó en la mejilla. Death Mask se dejó abrazar y acariciar un poco, esperando sentirse un poco mejor después de lo que había sucedido el día anterior.


—Hola —dijo en un murmullo mientras el santo de Leo le acariciaba el rostro —. ¿Quieres café? — añadió mientras el griego lo aprisionaba entre sus brazos. Leo simplemente asintió y el italiano lo tomó de la mano para llevarlo hasta la cocina. Minutos después, ambos se encontraban en la cocina, sentados frente a un par de tazas de café bien cargado.


— ¿Qué está pasando contigo? Te noto raro, desanimado —dijo Aiolia rozando con la punta de los dedos la mano de Gaetano —. No te ves nada bien, ¿sabes?


—Soy un idiota, Lía, es lo que soy —dijo el italiano y procedió a relatarle a Aiolia todo lo que había intentado para hacer que para hacer que Milo y Afrodita estuvieran juntos. También le contó lo que había sucedido con Camus, Afrodita y Milo la tarde anterior, así como lo mal que habían ido las cosas para todos.


— ¿Estás tratando de decirme que todo lo que hiciste para acostarte con Milo era parte de tu plan para hacer que él y Afrodita volvieran a estar juntos? —preguntó Aiolia aliviado.


—Por supuesto que no quería tirármelo. Es como si tú quisieras acostarte con Aiolos, que asco. Es mi amigo, nada más —dijo el italiano con gesto de disgusto —. El único de nosotros que piensa en acostarse con su hermano es Saga.


—Por todos los dioses… yo creí que ibas en serio, ¡hasta le advertí a Milo!


—La idea era que pareciera real para que Lord Piscis al fin hiciera algo. Pero el muy imbécil se dejó vencer por la culpa y por Culo de Pingüino. Como sea, ahora ya nada tiene sentido, Milo seguramente está con Camus y Dido está durmiendo la mona en mi cama después de una borrachera épica, y antes de que digas algo, sí, lo sé, la cagué, y fue monumental.


—Gaetano… —murmuró Aiolia mientras tomaba las manos del italiano entre las suyas.


—Nada de reproches, ¿sí? Creo que acabo de darme cuenta de que después de todo sí tengo algo de conciencia, y no me gusta nada como se siente.


—Hablaré con Milo, ya verás que todo se va a arreglar —el italiano negó vehementemente con la cabeza.


—Déjalo así, Lía, es lo mejor. Después de todo, quizá encuentre la felicidad, o lo que sea que está buscando, junto a Culo de Pingüino.


—Bien, te haré caso, pero sólo sí realmente esto es bueno para Milo.


—No sé si sea bueno, pero sí sé que es lo que él quiere, lo que siempre ha querido. Promete que no me vas a dejar que meta la nariz de nuevo en ese asunto.


—Cómo sí fueras a hacer caso de algo que yo te diga.


—Al menos tendré a alguien que me diga, te lo dije— los dos rieron, pero Aiolia pudo notar que Gaetano estaba verdaderamente triste y preocupado. Además, el griego aún no lograba superar el alivio que le había causado el que Death Mask había actuado en aras de un retorcido sentido de la amistad.


 


Mientras Death Mask y Aiolia bebían café y pensaban en lo que iba a suceder, Afrodita despertó. Le dolía la cabeza y tenía náuseas. Habái sido una pésima idea beber hasta perder la consciencia, sin embargo, era todo lo que quería hacer, olvidarse de que había cometido la peor idiotez de toda su existencia empujando a Milo a los brazos de Camus de Acuario.


 


El sueco recuperó sus zapatos y su camisa, se vistió a prisa y se deslizó fuera del templo de Cáncer. Había escuchado a Gaetano hablando con Aiolia en la cocina y prefirió desaparecer antes de tener que dar explicaciones que no le daba la gana dar. Volvió a casa por el camino largo, no quería ver a nadie. La subida fue lenta y lamentable, hacía calor y sentía que la cabeza iba a explotarle. Iba pensando en tomarse un par de aspirinas, dormir un poco más y después de darse un baño, presentarse con el psiquiatra. No estaba contento consigo mismo, estaba considerando charlar con el psiquiatra más allá de las idioteces que le contaba siempre. Cuando llegó a su templo, de todas las cosas que se pudo imaginar que pasarían al entrar, lo que se encontró estaba fuera de la lista. Milo no estaba con Camus, sino que estaba sentado en su sillón y lo miraba fijamente.


—Tenemos que hablar —dijo el griego y fue hacía él.

Notas finales:

Gracias por sus comentarios, nos leemos pronto


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