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Siberia recognizes his beauty. por Bombagrash

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1

 

Había sido una buena fiesta, sin duda.

Incluso cuando el maldito Luka no había ido.

Dejándole plantado, hasta maquillado y vestido especialmente para él.

Pero había pasado algo ahí, recordaba ahora.

Pateó las sábanas que cubrían apenas su cadera, estirándose y vislumbrado finalmente una habitación que no era suya. Rascó su frente, intentando recordar y averiguar dónde rayos estaba. Y quién era el dueño de esos enormes tatuajes que dormían a su lado.

Más confundido que antes, salió cauteloso de la revuelta cama, buscando su ropa interior y el resto de la ropa que por suerte, encontró regada cerca de la cama.

En verdad la había pasado bien.

Y sin darle importancia en realidad al rostro de su más reciente amante, se vistió con increíble rapidez considerando la resaca que se avecinaba, y salió del lugar, ignorando las miradas atónitas de una familia desayunando en la primera planta.

Mientras se encogía en sí mismo a causa del frío de la mañana, encontró en sus bolsillos la memoria USB apenas recuperada, y entonces recordó poco a poco.

Mateo, el amigo de su tan idealizado Luka, le había comido la boca y él, acostumbrado a rechazar y despreciar, le había dejado tanto como quisiera.

No supo reconocer de inmediato qué era lo que el chico quería, considerando la cantidad de amigos homofóbicos con los que andaba. Estaba clarísimo que había un interés de por medio, pero todo se había vuelto tan repentinamente confuso.

Mateo era guapo. Atlético, de encantadores ojos rasgados y una sonrisa tan cálida que parecía difícil no confiar en él. Tan distinto al serio Luka, que su amistad parecía incluso extraña.

Caminó encogiéndose aún más, sin tener idea aún de dónde estaba. Maldijo una y otra vez la batería muerta de su teléfono, sabiendo desde ya que no tenía memorizado ningún número, y que lo mejor que podía hacer en ese momento, era encontrar alguna maldita avenida para coger un taxi.

Estaba muriendo de frío. Su corazón incluso parecía latir más rápido, como si le avisara que algo no iba bien en su debilucho cuerpo.

Y pareció casi salirse de su pecho cuando la bocina de un auto sonó tras él, provocando un chillido tan cómico que el conductor volvió a tocar la bocina sólo de la euforia que la risa le provocaba.

-          ¡Maldito imbécil, ¿qué es lo que te pasa?!

Giró enfurecido, mostrando el dedo medio en señal de ira, y enojándose aún más al ver de quién se trataba. Intentó disimular que no había visto su rostro, y continuó caminando, acelerando su paso e ignorando que el clima no estaba ni estaría de su lado ese día, escuchando totalmente resignado cómo las nubes avisaban su explosión.

-          Vamos, no seas orgulloso.

Mateo conducía despacio, intentando ir al mismo paso que Aqyan, burlándose de su delgada y petiza figura, tan engreída que era cómica. Sin embargo, el perfil tan delicado y el intenso rojo de su boca a pesar del doloroso frío continuaban dándole esa enigmática apariencia de la que muchos hablaban, envidiosos y admiradores.

-          Te estás cagando de frío. Ya casi estás azul.

Sus burlas empezaron a fastidiarle más que su sola presencia, y en uno de sus incontrolables arrebatos, Aqyan giró una vez más hacia él, observándole furioso y jalando sin cuidado alguno la manija de la puerta, asustando al conductor, quien detuvo de inmediato el vehículo para dejar subir a una feroz criatura.

-          Vaya que eres impulsivo.

-          Ya cállate de una vez.

-          Puedo bajarte de mi auto ahora mismo, ¿sabes eso?

-          Oh, perdón. –fingió Aqyan, acomodando un abundante mechón de cabello tras su roja oreja. – Gracias por venir por mí, pero… ¿Puedes callarte de una puta vez, mi amor?

El más alto sonrió, interesándose aún más en la explosiva chispa que era ese chico. Condujo en silencio hasta la avenida central, donde finalmente Aqyan descubrió dónde estaba. Conocía esa ruta; camino a la universidad, pasa siempre por ahí, las mismas calles, las mismas casas, las mismas tiendas. ¿Mateo vivía por ahí? ¿Iba a clases? ¿No era ése día domingo?

-          Y bien, ¿quién fue el afortunado de la noche?

-          ¿Celoso? –se burló, abultando los labios. – ¿No fue suficiente lo de anoche?

-          ¿Te refieres al beso que te hizo gemir?

Se burlaba de él. Sin ningún previo juego, Mateo se burlaba de él y le mostraba condescendiente una “sincera” sonrisa, deteniéndose en un semáforo.

-          ¿Qué quieres?

A la defensiva, la pálida cara de Aqyan empezaba a tomar color a causa del enojo, observando inquisitivo a su aparente salvador. 

-          Ya, dime para dónde vamos ahora, que estamos justo fuera de la universidad.

Comentó ignorándole olímpicamente, mirando por el retrovisor si algún auto se aproximaba mucho o no a ellos. Sin embargo, como sutil y retrasada respuesta a la pregunta de un enojado Aqyan, Mateo deslizó su grande mano sobre el delgado muslo del castaño, haciendo leve presión cerca de sus partes nobles.

-          No te voy a dejar acá, ya empezó a llover.

-          Ve de frente, hasta Jennings. –respondió refunfuñando, observando impaciente la mano que presionaba su pierna. –Y luego doblas a la derecha, y quita tu mano de mi pierna.

Entre risas, Mateo acató la orden de tan furioso castaño, observándole de reojo mientras se arreglaba el cabello. Vaya que era presumido, y bastante encantador. La curiosidad le consumía vivo y sus ganas de tocarlo aún más. Sin embargo sabiendo ya lo explosivo que era, le costaba ir más allá de donde parecía Aqyan haber establecido los límites.

-          Nunca antes he besado a un chico.

Empezó su confesión, conduciendo por donde le había indicado, ya sin observar al castaño, pues su tono de vergüenza y repentina timidez no le permitían ir con normalidad en un tema que parecía el más difícil de abordar para sí mismo.

-          Por favor, Mateo, no tengo ganas de ser tu psicólogo hoy, mucho menos tu experimento, así que sigue conduciendo callado, o déjame aquí.

-          Joder, que eres un egoísta. Mira que hasta te subí a mi auto para que no mueras congelado y no me dejas expresar toda esta mierda.

-          ¿Yo te lo pedí? –contratacó, observándole con una ceja levantada. –Tú has venido porque quisiste, ¿vale? Me besaste, te gustó, ahora te excito, y ya está. Fin del asunto. Por favor sigue conduciendo que ya quiero llegar.

Más enojado aún, se encogió en su asiento, envolviéndose en sus propios brazos y maldiciendo su mala fortuna. ¿Cómo podía ser que le pasara eso, cuando lo único que quería era darse una buena ducha caliente y dormir todo el maldito día?

-          No eres mi experimento, cabrón. Sólo quería saber cómo sería besar a un chico. Tú me parecías bien, y ya está.

El camino continuó en silencio, hasta que Aqyan señaló una llamativa panadería. Incluso podía sentir el olor dulzón de toda la variedad de postres que podía encontrar ahí a esas horas de la mañana.

Desabrochó el cinturón, alisando las arrugas de su pantalón, y saliendo del auto en un salto. Fue inevitable para Mateo no hacer una rápida fisgoneada del trasero de Aqyan, regresando pronto la mirada a los clarísimos ojos del castaño.

-          Gracias. Pero no te creas que por esto, ahora te debo algo.

Y se marchó, aventando la puerta y empezando un nuevo recorrido por calles más estrechas, impidiendo que Mateo supiese hacia dónde iba. `

 

2

 

Despertó totalmente aturdido, oyendo aún la música de la noche anterior.

El celular no dejaba de vibrar avisando las recientes notificaciones, mientras que el sonido aparatoso de la licuadora y su madre cantando alguna canción de su juventud terminaron por sacarle de la cama. Pensó, sentado en el borde, a dónde ir para escapar de tantos sonidos juntos explotando en su cabeza, más decidió finalmente bajar descalzo a encontrarse con su progenitora.

La observó a lo lejos, quedándose parado en el marco de la puerta, sonriendo con discreción al verla a bailar tan animada mientras la canción de ritmos latinos aceleraba sus cortos pasos, jugando con su largo cabello rubio, fumándose un cigarrillo y vertiendo más verduras al interior de esa infernal licuadora. Todo al mismo tiempo, todo con una sonrisa y con su jovialidad deslumbrante.

Martha era una mujer guapísima.

Probablemente de la misma estatura de Aqyan. El cabello largo y dorado, y los ojos iguales de celestes que los suyos. La sonrisa coqueta y su aura avasalladora eran sin embargo las características que más los asemejaban. El muchacho no entendía a veces cómo era posible que su madre se mantuviese tan fuerte y resplandeciente luego de haber enviudado hace unos pocos años.

-          ¿Te la pasaste bien anoche, cariño?

El aludido sonrió relajado, acercándose a abrazar a su madre mientras miraba algo asqueado el batido “saludable” que sabía que debía tomar. Y tal cual predijo, Martha sirvió un enorme vaso y se lo ofreció con una enorme sonrisa. Aqyan bebió tapándose la nariz.

-          Ahora que estás recuperado, ve a recoger a tu hermanita, por favor. Dijo que volvería con el papá de su amiga pero llamó para decir que se quedaría más tiempo y que mejor vaya por ella.

-          Pero tengo frío. –se quejó, limpiándose los bordes de la boca del sabor extraño de la zanahoria y la berenjena. –Y me siento un poco adolorido… además ella te lo pidió a ti, no conozco el lugar.

Continuaba, con la actitud berrinchuda y engreída que lo caracterizaba, limpiándose los bordes de esos labios inflamados que habían pasado una noche más que candente. Podía sentir lentamente el dolor instalándose en sus muslos, y en la espalda baja. Especialmente ahí.

-          Tienes la dirección en la mesa. –Continuó la mujer, ignorando las quejas de su hijo. –Y por favor, no le compres más de esos dulces. No quiero más lloriqueos por caries.

Le observó con amargura, sabiendo ya que no podía hacer más.

Se levantó agradeciendo en un enfadado susurro, y subió de regreso a su habitación, atándose una coleta que despejara su cansado rostro de tantos mechones cubriéndole.

Buscó una vestimenta cómoda y práctica, marchándose de prisa antes de recibir más encargos de una entretenida Martha, cogiendo un abrigo largo y saliendo a pasos ligeros.

El camino por suerte fue corto, pues la dirección indicaba apenas dos cruces de avenidas, y un par de calles pequeñas que recorrer.

Se aproximó entonces a la casa más iluminada, con el número 345 al lado de la puerta, dándole una rápida mirada al enorme jardín, cuidadosamente podado, y el ostentoso jeep estacionado frente al portón gigante de la cochera.

Sintió la duela crujir bajo sus zapatillas deportivas, y tocó el timbre platinado, escuchando desde ya la risa de pequeñas niñas correteando, probablemente desesperando a los dueños de casa. Escuchó las pisadas fuertes acercándose a la puerta, y resguardó sus manos frías en los bolsillos tibios, preparando una sonrisa para su pequeña hermana.

Sin embargo, lejos de lo que pensó sería un bonito recibimiento, encontró el rostro sorprendido de Lorenzo, transformándose en una mueca de hastío. Precisamente él, el más homofóbico del grupo, el más desesperante, el hermano mayor de la niña de la casa.

Su pequeña hermana, Danny, salió dando cortos brincos, haciendo rebotar sus adorables coletas, sosteniendo firmemente su mochila con forma de manzana. Sonrió tan pronto vio a Aqyan, dirigiéndose con su gracioso andar a saludarlo con un gran abrazo.

Pero una vez más, los intentos amigables y dulces de los hermanos se vieron frustrados.

Cerca de ellos se escuchaba el rechinar de las llantas de algún auto aparcando cerca, mientras que la tensión se hacía cada vez más pesada en la puerta de la casa.

Lorenzo observó impaciente a la preciosa niña, quien amable, le observó sonriente, intentando despedirse de él. Iracundo, confundido, la empujó hacia fuera, observando casi complaciente la cara de enojo de Aqyan, incrédulo de la situación.

-          Vete de mi casa, homosexual del demonio.

Sintió su cuerpo paralizarse, su respiración suspendida y la ira recorriendo desde sus talones hasta el inicio de sus cabellos, convirtiéndose rápidamente en una bomba de tiempo.

Apenas y se percató de Danny, quien había tristemente tropezado hacia la salida, sintiendo sus pequeñas manos arder.

Iba a matarlo.

Mientras el picor en los ojos le avisaba que debía salir ya de ahí, antes de quebrarse frente al idiota que se había atrevido a despreciarlo y echar a su hermana, alguien más apareció junto a ellos.   

-          ¿Qué te pasa, animal? ¡Es una niña!

Danny totalmente aterrada, se dejó ayudar cuando el extraño sujeto le levantaba del suelo, arrodillándose a su altura y sonriéndole compasivo, susurrándole que todo estaba bien. La niña apenas y era capaz de retener su llanto provocado por el susto, buscando confundida la mirada de su hermano mayor, aún atónito e inmovilizado por todo lo que estaba presenciando.

Luka observó a Lorenzo desafiante, amenazándolo con sus profundos ojos negros como si estuviese a punto de darle una golpiza, conteniéndose sin embargo al momento en que una pequeña pelinegra aparecía corriendo preocupada hacia la puerta, sujetando un dedo de su hermano mayor. No era capaz de entender qué sucedía, por qué Danny estaba con los ojos rojos, y por qué nadie hablaba.

En un intento de llamar la atención de su hermano, volvió a jalar de su índice, observándole con insistencia. Luka le regresó la mirada, y acarició la oscurísima cabellera, tan similar a la suya, indicándole que le espere junto al auto.

-          Ve con Danny, ¿está bien?  

Tan pronto ambas niñas estuvieron lejos, el pelinegro se acercó amenazador, señalando el perplejo rostro de Lorenzo, tan intrigado como atemorizado.

-          Que te quede claro, pedazo de imbécil, que mi hermana no volverá a tu casa nunca más.

-          Hey, hermano… relájate, ¿ya viste hermana de quién era? –cuestionó, señalando con la barbilla al castaño que apenas y se alejaba en busca de su hermana. –Imagina que alguien más lo hubiese visto aquí.

-          No me interesa. Es una niña, no tiene nada que ver con tus problemas estúpidos.

-          ¿Ahora son sólo mis problemas? ¿Qué es lo que te pasa?

Sin más ganas de continuar la conversación sin rumbo, Luka se alejó a grandes zancadas, encontrando a unos metros de su auto al par de castaños, tratando de consolarse el uno al otro.

Su estómago sintió una dolorosa punzada al ver la escena.

Aqyan limpiaba las lágrimas de Danny con una sonrisa muy rota, acomodando su cabello hacia atrás y llenándola de besos, al mismo tiempo que Danny besaba la punta de su nariz y le repetía muchas veces que él era el más bonito.

Eran increíblemente tiernos, y el sólo verlos hacía que sus ganas de volver y sentarle una golpiza a Lorenzo crecieran, sin duda alguna. Ambos emanaban tanta dulzura que saber que estaba sufriendo le retorcía, le hacía sentirse responsable sin siquiera serlo, le provocaba estar cerca de ellos y protegerlos sin recibir algo a cambio.

-          ¿Podemos ir a comer con Danny?

Giorgia le sacó de su trance, jalándole nuevamente los dedos para tener su atención. Su mirada suplicante y su exagerado puchero lograban que Luka se lanzara de una torre si ella quisiera.     

-          ¿Por favooooor? ¿Si? ¿Si? ¿Si?

-          ¿Prometes que comerás todo?

-          ¡Sí!

-          Entonces ven, vamos a decírselo.

Fascinada por la respuesta de su hermano, imaginando ya su lugar favorito para comer y la innumerable cantidad de juegos en los que podía subirse, jaló de la mano de su hermano con todas sus fuerzas, interrumpiendo sin saber un discreto llanto, sorprendiendo a los hermanos aún aturdidos y asustados.

-          Danny, ¡mi hermano nos va a llevar a comer a Kiddos! ¡Vamos!

Como si hubiese sufrido un choque de adrenalina, Danny miró eufórica a todos, incluso a Aqyan, suplicante, empezando a saltar mientras le tomaba de las manos. Él sabía lo que se avecinaba. Ella pediría su permiso, emocionada a morir, y él le haría sufrir unos segundos pensándolos, hasta finalmente decirle que sí.  

-          Ven con nosotros, Aqyan.

Listo. Había quedado atónito una vez más.

Le había llamado por su nombre, con su voz firme y profunda, observándole desde su increíble altura. Aqyan no podía resistirse a su seductora e imponente apariencia, acaparando siempre toda su atención.

-          Yo… no lo sé. No estoy seguro.

-          Hermano por favor, por favor, por favor. Te prometo que me voy a portar bien.

-          ¡Yo también!

Suplicaban ambas niñas, observándole con tanta intensidad que el castaño se sintió completamente presionado por el par de saltones ojos, estudiando cada uno de sus movimientos.

Es decir, Luka le había pedido que vaya.

¿Cómo negarse… a Luka?

-          Sí, vamos.

Caminaron todos hacia la camioneta, las dos pequeñas tomadas de la mano, haciendo graciosas maniobras para subir a los altos asientos traseros, mientras que el imponente Luka, inconsciente de sus actos, abrió la puerta con natural caballerosidad, dándole el paso a Aqyan.

Ambos impresionados, ambos incómodos.

El castaño tragó en seco, más nervioso que nunca, y se montó en el auto, sin ser capaz de observar directamente al pelinegro.

Sus movimientos eran tan delicados y suaves, que el ligero contorneo de caderas en su andar llamó la atención del alto, fisgoneando el sensual relieve de su parte trasera, sorprendiéndose a sí mismo con lo que hacía. Le esperó paciente hasta cerrar la puerta y caminó hacia el asiento del conductor, disimulando su fisgoneo.

Ajenos ya a todo lo que les rodeaba, un incrédulo Lorenzo les observaba desde la segunda planta de la casa, con su pequeña hermana a punto de empezar un berrinche por no haber sido capaz de irse con las otras dos niñas.

Notas finales:

Sé que me he tardado, mil disculpas.  

Que lo disfruten, y por cierto, me encantaría leer sus comentarios. 

 


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