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Cada noche contigo por Korosensei86

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Notas del capitulo:

Ahora es el turno de Pau, ahora es el que viaja a través de la "puerta"

La luz perfora mis pestañas como llamaradas gélidas que amenazan con derretirme las retinas. Donde antes habitaban los susurros y jadeos de Soo Jin, de pronto solo existe un pitido insistente, un ruido blanco como de silencio granuloso a punto de enterrarme. Donde antes el calor de Soo Jin me brindaba un calor reconfortante como de manta en invierno, ahora una nada fría me envuelve como el agua de una piscina invisible.

¿Qué ha ocurrido? Lo último que recuerdo es a Soo Jin subido a horcajadas sobre mí, con su sudor salpicando mi pecho y mis muslos, estrangulándome lentamente dentro de él, ofreciéndome la visión más mortífera y a la vez más tierna de su amor. Juntos, por medio de la fricción convulsa de nuestros cuerpos habíamos ido creando un mar dulce y plácido en el que nos ahogábamos los dos. Tan absorto estoy en él, que no lo veo venir. Me refiero al fogonazo blanco que va rampando por mi espinazo hasta explotarme en la cabeza. Y, de pronto, todo es blanco.

En mi confusión estupidizante, parpadeo. Fuerzo mi sentido de la vista o lo que queda de él a operar en esta blancura desconcertante. No hay nada. Solo blanco por arriba, blanco por abajo, blanco por los lados... No me explico cómo me sostengo y no caigo en el abismo como si de un mal videojuego plagado de bugs se tratara.

Entonces, aparece la puerta. Una simple y puñetera puerta. ¿Estaré en una versión onírica de Ikea? A estas alturas yo ya me creo cualquier cosa del mundo de los sueños, como, por ejemplo, una puerta de madera, corriente y moliente surja de la nada para colocarse ante mí. Suspiro, resignado a no entender nada. Pronto, me percato de que las cosas son todavía más extrañas de lo que podía entender en un primer momento. Se supone que es una puerta completamente anodina, y, pese a esa certeza, el aburrido pomo con revestimiento dorado me susurra tentador, cual voz de espectro homicida en una peli de terror, que lo accione. No soy capaz de oponer resistencia. Cuando quiero darme cuenta, ya estoy abriendo la puerta.

En ese mismo instante, una fuerza innegable y poderosa brota del interior como un torbellino espontáneo venido de quién sabe donde, empeñado en llevarme con él. Me resisto. Intento agarrarme al pomo y tirar de mí mismo para quedarme donde estoy. Es estúpido. Porque la mitad de mi cuerpo ya ha sido succionado. Solo incremento el dolor del latigazo. En el último momento, giro mi rostro hacia atrás, empeñado en no dar tregua. Por el rabillo del ojo, la imagen de Soo Jin se asoma curiosa. En su rostro de perla, precioso y pulido, sus párpados afilados de obsidiana se contraen imbuidos por la sorpresa y la ansiedad. Es entonces cuando caigo en cuenta de lo que me han arrebatado. Mi mano se deshace ante mí, antes de que pueda llevar a cabo el torpe de aferrarme a él.

Soy un mero canto rodado sin voluntad engullido por la deriva. Incomprensible pétalos azulados vuelan a mi alrededor.

La carretera desfila ante mis ojos. Los semáforos, puentes, paso de nivel, circunvalaciones, toda la infraestructura va pasando ante mis ojos como fotogramas de una película antigua. La imagen parece algo empañada. Se me muestra indirecta, como si existiera un intermediario entre ella y mis propios ojos. Tardo un poco en darme cuenta de que la estoy observando desde una ventanilla. El tacto aterciopelado y un poco rasposo de la tapicería me confirma que me encuentro en un coche.

El interior se ve considerablemente espacioso, por lo que, a pesar del aspecto algo anticuado de los asientos y el salpicadero, los dueños no deben de ser pobres precisamente. En contraposición, el niño que hay sentado a mi lado parece un diminuto muñequito. A juzgar por la forma en la que se pliega sobre sí mismo, el pobrecito tiene que sentirse algo intimidado por esta exagerada e innecesaria vastedad. Como si quisiera acortar las longitudes, columpia frenéticamente sus piernecitas, aprovechando la distancia que lo separa del suelo y del asiento del conductor. El cinturón, torpemente enorme, recorre su tripita como una soga.

Incluso con esa expresión de terror, sus ojitos, enormes como un agujero negro que amenaza con tragarse el resto de su carita de pan, negros, redondillos, brillantes como los de un osito de peluche, a penas ocultos por jirones de párpados satinados, resultan de todo adorables. No es fácil que un niño tan pequeño me conmueva. Sin embargo, la forma en que sus incipientes cejas, a penas unos tímidos garabatos párpados sobre la frente se retuercen hacia arriba, así como la caprichoso y sincero bultito de su boquita sonrosada contraída en un capullo de mohín, consiguen derretirme. Creo que es el crío asiático más mono que he visto en mi vida.

Lleva el pelito negro carbón, incandescente en su oscuridad, peinado en un cuidado flequillo, con una raya al lado tan férreamente delineada que no se adapta ni a su edad ni a la abundancia del matojo que pretende disciplinar. La camisa de estilo marinero, la tela de sus pantaloncitos cortos y azul marino y el brillo del charol de sus zapatos delatan a unos padres demasiado adinerados y preocupados por las apariencias como para pensar en la comodidad de un niño tan pequeño. Como sea, el pobrecito parece asfixiado en aquel traje de formalidad antinatural. Una razón más por la que el pequeñajo está aprendiendo desde tan tierna edad a sentirse fuera de lugar. Y mientras tanto, sus padres, se muestran indiferentes a su silencioso malestar. No puedo evitar compadecerme de él.

—Ey, peque –le llamo entre susurros —. Eh, campeón.

El niño no responde. Me ignora con una eficiencia hiriente. Pero yo, que estoy dispuesto a consolarle, puedo llegar a ponerme pesado.

—¿Quieres jugar a algo? —se me ocurre proponerle— ¿Jugamos a “Veo, veo”?

El niño ni se inmuta. Suspiro irritado. Se me está agotando la paciencia.

—¡Ey, peque! —insisto— ¿Te pasa algo?

Acerco mi mano para rozar el hombro redondo y casi insignificante, imponerle mi presencia, pero mi mano se hunde en su carne con la misma facilidad con la que se atraviesa un chorro de agua. La retiro de inmediato, como electrificado por una corriente invisible y, con la respiración todavía agitada, me detengo a analizar mis propias palmas. La visión de estas aún incrementa el ritmo acelerado de mis bocanadas. No sé en qué momento ha pasado, pero se han vuelto casi transparentes, de un color dorado tan bonito como siniestro. Hasta puedo ver los átomos de mis brazos desplazarse como galaxias brillantes en la inmensidad constreñida del universo que es mi brazo. Es como si la materia que conforma mi cuerpo hubiera sido víctima de algún acelerador de partículas u otro de esos experimentos de física fuera de control. Incapaz de aguantar la situación, intento tocar al niño otra vez. Pero su figura se me escurre sin la menor resistencia, como quien intenta cortar el aire con los dedos. El niño, inmerso en su infantil pesar, permanece impasible a mi desesperación. Entonces, a través del parabrisas avisto una señal de la autopista. Enfoco la vista en él, en busca de algún indicio que aclare mínimamente mi situación. Es inútil: los rayujos, círculos y otras figuras geométricas que aparecen en lugar de las letras no son más que garabatos sin sentido para mí. Pau, creo que ya no estamos en Cataluña.

—Querido, ¿no crees que Soo Jin es demasiado pequeño para ir con nosotros a este tipo de reuniones?

Una voz de mujer, dulce y suave como chocolate batido aflora desde el asiento del copiloto. Me incorporo con cuidado para perseguir el rostro de su dueña. Lo primero que noto es razonable parecido con el niño que se sienta atrás. Ambos comparten la forma discreta y curva de la minúscula nariz, el dibujo retorcido en las cejas, la piel de porcelana que contrasta con la tristeza de azabache que nada en su mirada. Comparados con ellos, da la impresión de que el conductor fuera de una especie distinta. Es un hombre de treinta y muchos, con el rostro afilado y enjuto, como si quisiera utilizar sus facciones para apuñalar a alguien. Su mirada dura de diamante se clava en la carretera, mientras la tensión de la conducción recorre su cuerpo como si sus músculos fueran de cables de titanio. Sus labios delgados como los de un alienígena refuerzan su expresión continuamente malhumorada. Va vestido con un traje pijo que porta como una armadura de guerra, a juego con su pelo engominado y peinado hacia atrás en forma de casco. Mientras tanto, la mujer, que aguarda la respuesta, se arregla las ondas de seda de su vestido fucsia.

—Pensé que no querías contratar niñera —dice el hombre como si sus palabras fueran escupitajos—, que querías pasar más tiempo con nuestro hijo. “Ser una madre de verdad”. Sí, creo que eso fue lo que dijiste.

La mujer parpadea nerviosa, se muerde los labios cubiertos de carmín rojizo. Baja el espejo para poder ver al niño.

—Lo dije, ¿verdad? —confiesa con un hilo de voz—. Pero aún así, podría haberme quedado con él en casa.

El rictus de rana cabreada del conductor se endurece.

—¿Ah sí? —tercia— Esa es una idea interesante, porque, entonces...¿Qué querrías que le dijese a los Park y a los Yoon? ¿Sabías que también vienen? ¿Y a mi jefe? ¿Crees que conseguiré ascender si aparezco sin mi esposa a una fiesta a la que hemos sido invitados formalmente? Dime, ¿qué clase de familia creerán que somos? ¿Crees que Jung Min Seok, presidente de la compañía, podrá confiar en un hombre que no puede controlar a su caprichosa mujer? ¿EH?

Conforme el hombre va hablando, el volumen y el ritmo de su voz se incrementan con el número de detalles. Sus manos se anclan al volante como si la dirección del coche estuviera embadurnada de cemento. La señora endereza su espalda de alambre, aprovecha el espejo para retocarse su complicado recogido. Comprueba la posición de los enormes y caros pendientes, pensando tal vez que una belleza impoluta podría calmar los ánimos de su explosivo marido. Cuando termina su inservible ritual, la mujer reúne algo de valor para hablar. En la parte de atrás, el niño se contrae ante los gritos como si estos fueran golpes.

—Solo digo que Soo Jin es demasiado pequeño para acompañarnos —se atreve a opinar.


El nombre explota en mi mente como un mentos en coca cola. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Debería haber adivinado en un solo vistazo, la nariz de duendecillo que se alargaría, la boca rosada que se amontona como un capullito de rosa a punto de desplegarse, las mejillas carnosas y redondas que se estirarían hasta alcanzar un óvalo perfecto surcado por hoyuelos que comparte con su madre, los enormes ojos negros que invaden su cara como un misterioso pozo de los deseos. ¿Cómo no supe en cuanto lo vi que ese niño era Soo Jin de pequeño? Pero, ¿por qué estoy en el coche con Soo Jin de pequeño y estos señores que parecen sus padres? ¿O acaso realmente no estoy aquí y por eso no puedo hablar con él ni tocarle?

—¡Bobadas! —sentencia el conductor sin miramientos— Un hijo mío debe empezar a hacer contactos si quiere medrar. ¡Y cuánto antes mejor! Así no tendrá que arrastrarse como yo, para sacar a su familia adelante.

—Pero, querido —insiste la señora—. Soo Jin solo tiene cuatro años. Dudo que entienda lo que sucede. Míralo, está muy asustado y confundido.

—¡Eso es porque le has consentido demasiado! —acusa el desagradable sujeto con agresivas arrugas cuarteándole las comisuras de los labios— ¡A este paso, vas a conseguir que se parezca a una niña asustadiza y cobarde!

El Soo Jin de cuatro años mira al suelo del vehículo, como si quisiera fingir que no está ahí, con ese capullo energúmeno chillando gilipolleces que solo deben de tener sentido para él. Así que ese es su padre. Creo que ahora puedo entender de dónde procedía ese dolor latente que avisté en él la primera y única vez que me habló de él, la tristeza crónica y oscura reptando por sus pupilas.

La mujer sonríe al espejo para reconfortar indirectamente a su hijo.

—En seguida llegaremos —le tranquiliza— ¿Serás paciente?

El niño asiente con la cabeza, servil.

—Bien —concede la madre, fingiendo una entereza a penas traicionada por la rigidez de su sonrisa.

El cochazo se va alejando de la ciudad, internándose por caminos pequeños pero bien mantenidos, flanqueados por hileras de árboles y farolas hasta llegar una enorme casona insultantemente ostentosa. Cuando flanquean la entrada, un desgraciado trabajador ataviado con uniforme les ayuda a salir del coche y se ofrece a aparcarles el coche. El padre de Soo Jin se limita a responder tirándole las llaves al pobre pringado, sin que este se atreva a quejarse.

La familia entra en la lujosa mansión con una formación de línea recta más militar que natural, como si el padre fuera el capitán del pelotón y su mujer e hijo unos reclutas obedientes. Por lo menos, la madre tiene la delicadeza de cogerle de la mano a Soo Jin, evitando que este se quede muy atrás. Nada más entrar en el salón, iluminado como un árbol de Navidad, e intercambiarse los primeros saludos, el padre se olvida por completo de los mismos acompañantes que antes le eran tan necesarios. Está demasiado ocupado estrechando manos y forzando en su rostro una sonrisa tan artificial que resulta siniestra. Poco después, la madre de Soo Jin acepta una elegante y estilizada copa de champan que empieza a sorber poco a poco, cual medicina para aplacar sus nervios e incomodidad. Otra señora muy similar a ella, tanto que a mí se me hacen como hermanas, llega a saludarla. Como si de un juego de encontrar las siete diferencias se tratara, esta otra señora, también repeinada, enjoyada y ataviada con un vestido esta vez azul marino, lleva a una niña de la mano.

Esta es un poco más alta y mayor que Soo Jin. También ha sido arreglada para la ocasión, con un vestidito de tul rosa tan vaporoso que parece un disfraz de algodón de azúcar. Lleva el cabello negro y brillante enconsertado en dos trenzas, estiradas hasta la crueldad y armadas con sendos par de coletero de mariposas lleno de purpurina. A pesar de lo incómodo que del atuendo, la pequeñaja lo viste con gracia y orgullo, como si realmente disfrutara de esa empalagosa visión de la moda infantil. Y, aunque yo no soy ningún experto en belleza infantil, la cría se ve hasta mona. Tiene una carita redondita y tersa como un bollo enmarcado por el profuso flequillo y en la que sobresale unas mejillas sonrosadas como flores comestibles en la nata de un pastel. Incluso con esos rasgos tan dulces, en sus grandes ojos negros se puede adivinar una hoguera oscura de quien no teme sentirse fuera de lugar porque se sabe merecedor de estar en cualquier sitio.


Al sentir la presencia de la otra madre y niña, el pequeño Soo Jin, que ya se debe de sentir algo abrumado de por sí, rodeado de desconocidos en un sitio tan extraño, se defiende ocultándose tras su madre, con un gracioso pucherito arrugándole los labios.


La madre de Soo Jin intenta paliar la situación con una sonrisa incómoda. Mueve las caderas como si quisiera forzar a su hijo a salir de su escondrijo. La otra madre se percata de la incomodidad de Soo Jin y sin soltar la mano de su hija se inclina todo lo que le deja su liviano escote para ponerse a la altura del niño.

—¡Oh, Eun Mi, querida! —exclama con una voz tan exageradamente aguda que consigue el efecto contrario— ¿Este es el pequeño Soo Jin? ¡Qué mayor! ¡Es tan adorable como un pequeño príncipe! Sin desmerecer a tu marido, se nota que es hijo tuyo.

Soo Jin entierra la carita en la tela del vestido de su madre, al que se aferra como si le fuera la vida en ello. La madre de Soo Jin suspira hondamente.

—¡Cuánto lo siento! —se disculpa la madre de Soo Jin- Es muy tímido con los extraños... ¡Vamos Soo Jin! —le insiste— ¡No seas maleducado! ¡Saluda!

 

—¡No! —gimotea Soo Jin, quien no se despega del vestido ni para rebelarse contra el mundo.

—¡No te preocupes! —repone la otra madre— Es muy pequeño y hace mucho que no nos ve. Es normal...

Entonces la otra madre mira a su hija, quien observa a Soo Jin con una graciosa expresión a medio camino entre el desconcierto y la lástima.

—Ha Neul, cariño, ¿por qué no te llevas a Soo Jin a jugar fuera? —le ordena esta.

La pequeña se vuelve hacia su madre con los ojos desorbitados de lo mucho que le subleva la proposición.

—Pero, mamá... —se resiste la niña— Ese niño es muy raro...

La sonrisa de la otra madre se tensa peligrosamente, como cuerda para pianos.

—No le pasa nada, cariño —insiste visiblemente incómoda— Solo necesita un poco de aire fresco...

La forma en la que esa señora abre los ojos para amenazar veladamente a su hija me recuerda a alguna imagen de peli de terror japonesa. La niña pasa de asustarse, pone los ojos en blanco todo lo que sus hinchados párpados y mejillas le permiten y se acerca hacia Soo Jin con la determinación de alguien que quiere zanjar un asunto fastidioso. Le tiende la mano.

—¡Ey, tú! ¿Quieres jugar o qué? —pregunta malhumorada.

Al oír la voz de otro niño, el pequeño Soo Jin despega la cara de su madre y asoma sus ojos asustadizos y curiosos como un par de gorriones en la ventana.

—¿Vienes o no? —pregunta una vez más la tal Ha Neul, todavía tendiéndole la mano impaciente.

Soo Jin se suelta de su madre y con una cierta timidez reticente se acerca a la otra niña y le toma de la mano. A penas tiene tiempo de mirar a su madre cuando la peque tira de él sin delicadeza alguna, guiándole hacia las puertas entreabiertas que conducen al jardín. Pero Soo Jin ya no tiene miedo. Lejos de sentir la violencia desconsiderada de una niña mayor, se siente como transportado. Como si el brazo de esa niña no fuera más que la cuerda de un salvavidas imaginario desde el que tiran desde un supuesto lugar seguro, muy, muy lejos de este incierto mar de gente.

Centrado en ese chavalín que es Soo Jin, sigo a los pequeñajos al exterior. Fuera el cielo se está bañando de naranja y las primeras luces del jardín, ultra cuidado y mega diseñado hasta la nausea empiezan a encenderse como luciérnagas tempraneras. Soo Jin, seguramente acostumbrado a irse a la cama por estas horas, se deja llevar por su reciente conocida sin protestar, como si todo fuera ya un sueño. Los pequeños atraviesan un sendero de piedrecitas que los encamina casi mágicamente a una zona de columpios. En el horizonte, los neones de una enorme ciudad que supongo que será Seúl tintinean como los restos de un incendio lejano. Dando saltitos, Ha-neul se gira sonriente hacia Soo Jin. ¿Ha olvidado ya lo mal que le caía hacía solo unos segundos?

—¡Yo me llamo Park Ha Neul! —anuncia con un tonito saltarín— ¿Y tú?

—Soo Jin —dice él y luego se corrige—, Lee Soo Jin.

—Vaya, sabes hablar —se burla ella sin piedad alguna— Pensé que eras un bebé.

—¡No soy un bebé! —se queja Soo Jin completamente ultrajado por esa afirmación— ¡Ya tengo cuatro años!

—¿Ah sí? —pregunta ella poco impresionada— ¡Pues yo tengo cinco! ¡Así que me tienes que llamar Ha Neul-noona!

Soo Jin retrocede confuso.

—¿Y eso por qué?

Eso es... ¿por qué?

—¡Porque soy mayor! —explica ella brazos en jarra— A las niñas mayores se les llama Noona.

—Vale, Noona —tercia Soo Jin, demasiado cansado para discutir.

—Ha Neul, ¿Quién es ese niño? —inquiere de pronto otra voz infantil.

Soo Jin se vuelve hacia el origen de la misma, para toparse con su dueño. De los tres niños perdidos en la inmensidad disciplinada del jardín, este es el más alto. Hasta se podría decir que su rostro todavía suavizado por su edad alberga un precoz rictus de seriedad adulta. Lleva el flequillo peinado hacia la derecha, algo corto, de manera que las hebras parece ligeras flechas. Va vestido con camisa a rayas azul claro y blancas y unos pantalones largos, negros con detalles burdeos que conjuntan con sus zapatos de cuero marrón. Para rematar, le han puesto una corbata también en en tonos rojos y azules oscuros que le da un aire pedante y recargado. Y sin embargo, en el momento en que su mirada de cerbatana se cruza con los ojitos de peluche de Soo Jin, la noche de este se ilumina como un espectáculo de fuegos artificiales. El niño en sí mismo representa un foco en mitad de la oscura noche. Una pequeña llama florece en el centro del alma de Soo Jin, una llama que con el tiempo se volverá inconveniente y vergonzosa. Pero yo, que puedo percibir todo esto, solo tengo ganas de apalizar a este recién llegado y más con esa cara de estar de vuelta de todo que me trae, el muy niño rata.

Ha Neul no se muestra sorprendida, seguramente lo conoce.

—Se llama Lee Soo Jin —lo presenta— Tiene cuatro años y está conmigo.

Soo Jin no pronuncia palabra. Se queda ensimismado, mirando al otro niño mayor como si de una película plagada de efectos especiales se tratara. El niño mayor se acerca con la ceremoniosidad artificial de un niño torturado con las convenciones desde que pudo ponerse en pie.

—Encantado de conocerte —saluda— Yo soy Yoon Jun Seok y tengo cinco años.

—Yoon Jun Seok —recita Soo Jin como si se tratara de un mantra sagrado.

—Jun Seok-hyung para ti— le recuerda el otro niño algo contrariado.

Debe ser que esas chorradas son importantes para esta gente. Recuerdo que Soo Jin me explicó sobre estos extraños nombrecitos que se traen, y entonces recuerdo algo más. Ese debe ser su puñetero primer gran amor, el amigo que pasó de él. Ahora tiene sentido: ya sé porqué lo odio.

—¡Bueno, bueno! —se impacienta Ha Neul— ¡Ya vale de presentaciones! ¿A qué jugamos?

El niño más mayor sonríe envalentonado y señala una torre de ladrillo envuelta en hiedra. A mi me llega por el pecho, así para ellos la construcción debe verse de una altura de vértigo.

—¿Qué me dices si subimos ahí? —propone altanero— ¿Te atreves, Ha Neul?
A Ha Neul la duda la ofende.

—¡Pues claro que sí! —afirma con fuerza y de pronto, vuelve a tomar a Soo Jin del brazo como si este fuera una parte más de sí misma— ¡Vamos, Soo Jin! ¡Demostrémosle que podemos hacerlo!

Al cabo de unos largos y torpes veinte minutos, los tres niños coronan la cima de la torre. Celebran su logro admirando la vista ya completamente nocturna de Seúl, ignorando que poco después van a ser atacados por una horda de adultos horrorizados. Las imágenes se apresuran como si alguien le estuviera adelantando un vídeo. Las madres se quedan sin habla al comprobar como los vestidos de sus hijos se han echado a perder por las manchas de verdor, mientras el dueño de la casa se esfuerza por no llorar su querida pared de hiedra ante los invitados. Soo Jin se duerme de regreso a casa agotado por tantas emociones nuevas. En el asiento del conductor, su padre se queja sobre la posibilidad de perder el favor de su jefe. Y es que ese señor todavía debe de ignorar que aunque él llevó a su hijo a la fiesta para conseguir contactos, lo que Soo Jin consiguió fue a sus primeros amigos. O al menos eso ese el sentimiento que noto impregnar toda la escena como un filtro de Instagram.

Siento la corriente arrastrarme. A mi alrededor, como fotogramas de trailers dispersos, veo imágenes de Soo Jin con su uniforme de Taekwondo saludar a sus amigos al llegar al dojang. Veo el primer día de colegio. Lo veo con ocho años, vestido con traje rarisímo de camisa anudada y pantalón color azul celeste acompañando a una Ha Neul ataviada con una camisa parecida y una falda inflada como un globo rosa. Pero, de pronto, alguien le pone pausa. En la oscuridad que precede a la imagen que se aclara oigo un llanto.

Cuando por fin puedo entender lo que veo, tengo la nariz de Soo Jin a escasos centímetros. Por la forma de su rostro, mucho más parecido al que conozco pero aún con los bordes de la mandíbula por estirar y rematar, no me cuesta deducir que este Soo Jin tendrá más de trece años. Además, va vestido con una camisa blanca con un escudo bordado y un pantalón de pinza que parece propio de un uniforme de colegio privado pijo, aunque al principio me cuesta un poco notarlo por la postura en la que está sentado.

Acuclillado en una esquina solitaria, solo yo soy testigo de como un Soo Jin de instituto se abraza a sí mismo mientras se esfuerza en llorar bajito. Las lágrimas descienden por cataratas de párpados y piel contraída para terminar recogida en sus puños. Un dolor punzante avisa con deshacerme las entrañas: creo que es la primera vez que veo a Soo Jin llorar. Quiero acercarme a él, consolarle, limpiarle las lágrimas que estropean su preciosa piel que hasta en esta edad está milagrosamente libre de granos, pero cuando lo intento mis dedos no alcanzan sus mejillas. Se funden con ellas al modo de un holograma. Unos pasos apresurados golpean el suelo del pasillo. Me giro hacia ellos para toparme con una chica ataviada con la misma camisa que lleva Soo Jin, falda negra, calcetines altos y zapatos de vestir. Se ha peinado con dos enormes coletas a distintas alturas. A pesar de las prisas y la preocupación que alterna su respiración, corre con cuidado de no tirar los dos tupperwares que lleva a los brazos. Reconozco esos ojos fogosos al instante. Es la tal Ha Neul.

—¡Jin-ah! —llama mientras aún se está acercando— ¿Dónde estabas? ¡Te he buscado por todas partes!

Soo Jin levanta la cabeza para mostrar una expresión desolada.

—Noona —musita.

Conforme se va acercando Ha Neul se va deteniendo. Sus ojos, plagados de pestañas negras y femeninas se agrandan a pesar de la piel que los recubre en parte.

—Jin-ah... —suspira— ¿Estás llorando?

Soo Jin se da prisa por limpiarse los restos de lágrimas en la comisura de los párpados. Sorbe moco, como si creyese que puede engañar a alguien.

—No, estoy bien— afirma con un balbuceo oculto en sus labios arrugados.

Ha Neul lo mira escéptica y suspira quejumbrosa.

—Dime la verdad —exige—. Es por Jun Seok... ¿A que sí?

Al saberse descubierto, Soo Jin la mira como si acabase de confesar pertenecer a los Illuminatis.

—No te sorprendas tanto —tercia ella— a estas alturas todo el instituto sabe que ha empezado a salir con Kang Eun Jin de 2-3. Es de dominio común.

Ha Neul se recoge la falda con las manos para levantársela cuando se sienta. Se coloca a la izquierda de Soo Jin y le pasa uno de los tuppers.

—¿Qué tiene que ver conmigo que Hyung salga con una chica? —replica Soo Jin con un agudo sonido de orgullo herido oculto en sus palabras— No es asunto mío.

Ha Neul contrae los labios conmovida por esa reacción tan fácil de desmantelar.

—Jin-ah, tontito —se burla cariñosamente— ¿Crees que no sé que te gusta Jun Seok?

El pobre Soo Jin se vuelve hacia ella con la boca abierta de pavor. Durante unos segundos se congela en el sitio.

—Tranquilo. Él no se ha dado cuenta. Es un poco lento para estas cosas, para bien o para mal.

La fachada de dignidad que Soo Jin se había empeñado en edificar termina por venirse abajo. Su cara se deforma en un puchero que me recuerda su antigua cara de niño. Sus ojos brillan como dos soles eclipsados por la vulnerabilidad.

—¿Cómo te has dado cuenta?

Ha Neul sonríe tristemente mientras le peina el flequillo.

—Fácil —resuelve ella— desde que te conozco has seguido a Jun Seok como un pollito a su mamá. Solo lo has mirado a él. Es evidente para cualquiera que tenga ojos en la cara.

—No quería que nadie lo supiera —suspira Soo Jin, abrazándose con más fuerza.

—Y nadie lo sabe, no te preocupes. Los chicos de este instituto son demasiado críos para fijarse —le tranquiliza Ha Neul—, aunque no estaría mal que procuraras no ser tan obvio.
Las cejas y los labios de Soo Jin se retuercen aún más, en un intento fallido de afearle.

—Pero, Noona, ¿no te parezco un monstruo? -solloza.

Noona suelta un quejido falsamente irritado. Pasa su brazo por los hombros de Soo Jin.

—¡Mi pobre Jin! —ríe— Nada tuyo podría parecerme malo o extraño. Ahora, deja de llorar por ese idiota de Yoon Jun Seok y vamos a comer. ¡He perdido casi todo el descanso por tu culpa! Tendrás que compartir tus caracolas de chocolate a la salida de clases para compensarme.

—Vale —concede él entre gimoteos.

Por un momento, quiero quedarme aquí. Quiero ver a Soo Jin siendo abrazando por Ha Neul, ahora que entiendo la forma tan fortuita y tan natural en la que sus vidas se han entretejida. Quiero que ella le abrace como yo no puedo o pude hacerlo porque yo no estuve ahí, para recomponer su corazón roto, para presenciar lo que el Soo Jin que conozco oculta con sus bromas y enfados. Querría poder darle lo que él realmente ansía, colmar su vacío, pero es demasiado tarde. Estoy envuelto en pétalos azules que me envuelven en espiral, dejando tras de sí una sensación de tristeza cuyos motivos no soy capaz de precisar.

Notas finales:

En primer lugar, me gustaría aclarar que incialmente tenía pensado hacer de este capítulo una sola parte, pero cuando vi que llevaba 17 páginas de Word  y que aun no llegaba a la mitad... me di cuenta de que no podía hacer un capítulo de 35 páginas tras un mes sin actualizar. 

Espero que esta parte no pierda impacto por ello, ni se haga previsible. 

Además, llevo una temporada muy cansada. He tenido unas dos semanas muy duras acostumbrándome al nuevo trabajo y aunque he sacado tiempo para escribir, creo que no lo he hecho en las mejores condiciones. Temo que el fic se haya resentido...

 

En fin, muchas gracias por seguir leyendo el fic y por el apoyo recibido. Intentaré volver lo antes posible.

¡Besos! 


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