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Cada noche contigo por Korosensei86

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Notas del capitulo:

Soo Jin despierta triste y confusa en la mañana de su vuelta a la universidad. Como si esto no fuera suficiente, llueve. ¿Podrá el recuerdo de una noche de amor soñada animarle a lo largo de esta fría y deprimente jornada?

Al despertar siento el impacto abrupto del colchón contra mi cuerpo inerte, como si hubiese caído desde una altura que no alcanzo a calcular. En realidad, eso es solo una impresión, no me he movido. Mi cuerpo sigue en la misma postura fetal en la que me adormilo cada noche.

Sin embargo, sé perfectamente que algo ha cambiado y es que esta noche lo he visto. Llevaba así al menos unas tres semanas, con un cuerpo masculino musculoso pero elástico y enérgico nadando furtivamente entre mis sueños nocturnos, ofrecido como un festín por los más oscuros recovecos de mi subconsciente.

Al principio no le di importancia, pues lo más seguro es que se tratase de nada más que un resorte de mi mente para aplacar mi cortante soledad, mi desesperada necesidad de sentir el cálido abrazo de otro ser humano. Pensé que, como tantas otras de mis estériles y caducas fantasías, ese insistente sueño terminaría por evaporarse también, pero, continuó. Ese cuerpo ardiente y sólido volvía a aparecer ante mi cada vez que me abandonaba al sueño, y mi hipotérmico corazón no podía si no asirse a él en busca del calor que le faltaba durante el día. Terminé por aceptarlo como un síntoma de mi locura, de mi patética situación. Después de todo, pudiera ser que en los resortes más ocultos y abisales de mi cerebro algo se resistiera a la idea de que nadie podría querer a alguien como yo. Y por esta razón, imaginaba un cuerpo perfecto que se dejara abrazar por mi, al que poder amar sin resentimientos ni culpa.

Pero ya no es solo un cuerpo, esta noche le he visto. Su piel es tirante como la del un tambor, con los músculos abultando debajo de ella en sus brazos y abdomen. Dan ganas de pasar la yema de todos mis dedos por ella para palpar todos sus recovecos, como si de un mapa topográfico en relieve se tratara. Es una piel ardiente y viril, que despide calor de forma natural, como una roca volcánica. Además, tiene una tonalidad cálida, algo tostada, como de galleta casera. Me pregunto si al morderla será igual de crujiente o tendrá el mismo sabor, salado y dulce al mismo tiempo.

Sus labios. Recuerdo cómo me besaba, mientras me paso los dedos por los míos. Su boca es ancha,como la de un perro, con una sonrisa satisfecha y sincera que traiciona todas sus emociones. Está rematada con labios finos pero algo bulbosos en el centro. Esto le convertiría en un besador con cierta precisión natural, uno que supiera administrar la sensualidad de su avances con cierto autocontrol, si no fuera por la ansiedad con la que me devoraba. Como un lobo hambriento que se niega a dejar escapar a su presa, su lengua atrapaba a la mía, atándola sin piedad. Y me encantó. Solo pensar en esos besos depredadores envía pequeñas descargas eléctricas a mi espalda.
Él me hace estremecer. ¡Por Dios! ¿De verdad un sueño puede alterarme tanto? ¡Respira hondo, Soo Jin! ¿Es que no aprendes?

Expiro con pesadez, como si mis pulmones pesaran como una losa, mientras me tumbo boca arriba, intentando reunir el valor suficiente para abandonar ese seguro refugio de frías sábanas y edredón. Me restriego torpemente los ojos con la mano derecha, y entonces la vuelvo a ver: es la cicatriz bulbosa y grotesca que recorre mi muñeca.

Siento miedo y vergüenza: ¿La habrá visto él? ¡Por favor, espero que no! Más recuerdos vienen a rescatarme y es que me percato de que en el sueño, él me tomaba de la mano izquierda. Lo más seguro es que no la hubiera visto. Pero, de todas formas, ¿por qué me importa tanto lo que piense de mí? ¡Sólo es una criatura creada por mi imaginación! ¡No tiene sentimientos como para que pueda defraudarle!... ¿O sí?

Le doy la vuelta a mi mano sin dejar de observarla. ¡Y pensar que hace unos minutos estos dedos estaban enredándose entre sus cabellos! Casi puedo volver a sentirlo, ensortijado y suave, de un color castaño oscuro, forjándose en salvajes e impredecibles mechones ondulados. Olía a tierra, a tormenta de verano.

Un trueno flagela el cielo muy cerca de mi habitación. El velo de mis fantasías se rasga y tras él, solo la mera realidad, gris e insuficiente. Está lloviendo, ¡maldita sea!

Me levanto de la cama con los pies gélidos y todavía titubeantes, y me dirijo a mi ventana. Tal y como la violencia del trueno hacía suponer está diluviando.

(El denso color de un día lluvioso en Seúl)
Los autos corriendo, los retorcidos paraguas por todo el lugar
Los retorcidos paraguas por todo el lugar
Está nublado y el aire es claro.

Las gotas de agua chocan violentamente contra el cristal empañado, mientras en la calle, el agua que corre por las calles fuerza a vehículos y a viandantes a fluir aún más rápido.

Noto un ligero dolor ceñirse en mis sienes cansadas. Justo tenía que llover hoy, como si el día que me espera no pareciera ya de entrada lo bastante horrible. De pronto, el paisaje plomizo de la ciudad mojada me hace dolorosamente consciente de ello: hoy es el día que regreso a la Universidad.

La lluvia se detiene y el reflejo en el charco
Con un fondo de color gris claro
¿Por qué estoy parado aquí?
No sé si tengo un montón de pensamientos o ningún pensamiento en absoluto.

Pero no tiene porqué ser hoy, ¿verdad? Siempre puedo decir que todavía no me encuentro bien, que no estoy preparado. En realidad, ya llevo unos dos meses así y gracias a ello nada malo ha ocurrido. El zumbido de mi móvil da al traste con mis planes de fuga.

Es un día lluvioso, la lluvia golpea mi ventana
Golpea mi corazón
Con mis doloridos hombros, miro mi teléfono y veo un texto
"¿Cómo estas hoy?"
Los mensajes de mis amigos hacen que mis emociones fluyan

“Estoy de camino a tu casa. Vayamos juntos a clase juntos, ¿vale?”, escribe Ha Neul-noona entre corazoncitos.

Suspiro lentamente. Tengo que ducharme.

Cuando abro la puerta, la penumbra del día lluvioso invade el pasillo. Tanteo el recorrido hasta el baño, procurando no encontrarme con nadie. Está desierto. ¡Bien! Intentando evitar cualquier encuentro incómodo, aprovecho para dirigirme a la ducha con la mayor discreción que mis piernas demasiado largas y aún adormecidas me permiten. No es hasta que el agua caliente empieza a caer sobre mis contraídos músculos que reparo en ello: he estado ansiando su calor de ese chico desde que nos separamos.

Mientras inhalo el aroma de la húmeda lluvia
Me estiro y luego me dirijo al baño
Luego me saludo a mi mismo, medio dormido en el espejo
No tengo a nadie con quien encontrarme
Pero me tomo una ducha más larga de lo usual

“¡Espera un momento!¿Cómo te llamas? ¡Necesito saber tu nombre!” Sus ojos eran color miel con relampagueantes vetas verdosas. Esos enormes ojos de cachorro, transmitían tanta ansiedad cuando me imploraba así. ¿Cómo no conmoverse? ¿Cómo no naufragar en esos ojos tan brillantes y anhelantes? ¿Qué es lo que él veía en mi para necesitarme con tanto tesón?

“Eres precioso”, había dicho, con esa voz grave y rasgada, atenuada por el deseo. Sonaba placentera como pisadas en la nieve virgen.

“¿Precioso, quién? ¿Es que estás ciego, guapo?”, eso es lo que tendría que haberle dicho. Tendría que haberme reído en su cara, ante semejante tontería, pero como de costumbre, ¿qué hago? Me pongo a balbucear como un bebé.

Doy con mi frente en la pared. ¡Hasta en mis sueños soy idiota!

Y es que él sí es guapo. Mucho.

Tiene pinta de ser extranjero. ¿Será norteamericano? Tiene rasgos oscuros, quizá tenga sangre latina. ¿O será del Sur de Europa? ¿Italiano, griego, tal vez francés? Desde luego, tiene un aspecto de lo más saludable y exótico. ¡Premio para mi libido frustrada! No sólo tiene el pelo y los ojos bonitos, una boca sensual o un cuerpo fuerte aunque acogedor. Todo en él parece calculado con la precisión milimétrica que talla la belleza más innegable, como una estatua griega.

Su cara es hermosa. Simplemente da gusto mirarla. Me gusta su nariz recta, pero algo aguileña, solo un poco; lo que, junto con su marcada mandíbula, le da un aire muy masculino y sexy. Y, pese a ello, hay algo en sus mejillas que denota un fulgor todavía infantil, todavía por madurar. Es indiscutiblemente joven, lo que explicaría las prisas, el entusiasmo desmedido y la anecdótica presencia de un poco de acné bajo el flequillo.

Entonces, la descarada esponja roza mis nalgas y recuerdo sus manos grandes y callosas aferrándolas con firmeza. Como en un torbellino, todas las barbaridades que hemos hecho juntos hacen estragos en mi cordura. ¡Oh, Dios! ¡Desde luego, hemos aprovechado la ocasión! ¡Y él ha sido tan deliciosamente malvado conmigo! Tiemblo como un animalito cuando recuerdo la rudeza con la que me puso a cuatro patas, la fuerza con la que invadía mi carne y arremetía contra el centro de mi ser, aquel botón oculto dentro mi que pulsaba con tanta determinación, como si quisiera hacerlo explotar y volverme loco...La forma en la que me poseía hace que mis rodillas flaqueen. Una inadecuada tensión se alza en mi bajo vientre. Esa parte de mí mismo me exaspera y me asquea.

¿Es que nunca aprendes, Soo Jin? ¿Es que no has tenido ya bastante? ¿No recuerdas a qué terribles consecuencias te han llevado estos lúbricos deseos tuyos: inasibles, incesantes, inaceptables, repugnantes?

Otros recuerdos más oscuros, y para mi desgracia, mucho más reales, asaltan mi mente como un anuncio de Youtube que no puedo omitir. Una vez más, ese sabor ácido a orín y sangre resurge desde lo más profundo de mis papilas gustativas. Lleva ahí desde aquel día. Da igual lo que coma o el tiempo que haya pasado: no desaparece. Sólo permanece agazapado en su escondite, aletargado y cobarde, como un monstruo de leyenda, recuperándose para el próximo ataque. La voz de Jung Dong Yul grazna como un cuervo malicioso:

“Vaya, vaya. ¡Mirad cómo traga nuestra princesa! ¿Quién lo iba a decir con esa carita de ángel, eh? En realidad, no eres más que una puta avariciosa.”

Y como en un disco rallado, las risas gangosas e irritantes de sus amigos, hieren mis oídos. Mientras tanto, Jung-sunbae se empuja así mismo hasta lo más profundo de mi garganta, impía y brutalmente, hasta arrancarme lágrimas de dolor.

“Cómetela toda, zorra. Como se te ocurra morderme, le contaré a todos quién eres.”

Las arcadas vuelven a hormiguearme en la boca del estómago, pero me esfuerzo en volver a tragarme la hiel. No, esta vez, no estoy dispuesto a vomitar. No me permito vomitar. Aun así, el poco valor con el que cuento hoy se me escapa de entre los dedos cuando salgo de la ducha. La sola idea de encontrarme con ellos hoy hace que mis rodillas vuelvan a temblar, aunque esta vez de una forma muy distinta.

De manera lenta, prosaica, desganada, seco mi raquítico cuerpo. Me observo asqueado en el espejo. Mi delgadez siempre me ha causado cierta frustración, pero esta se torna rabia cuando la comparo con el torso elevado y perlado de ese chico. Incluso después de una vida de ejercicio, sigo siendo un alfeñique. Encima, he adelgazado estos dos meses en los que apenas retenía lo que comía. ¿Quién podría encontrar atractivo a este saco de huesos? Cubro mi escuálido ser con unos pantalones vaquero pitillo, una sudadera gris oscuro y unas converse negras.

Cuando lo peino, mi pelo sigue cayendo sobre mi frente, inevitablemente. Da igual lo que yo quiera hacer con él, nunca puedo probar peinados nuevos porque mi cabello ya ha decidido por mi. Hacia abajo, siempre hacia abajo, esa es la maldición de mi pelo eternamente liso, así que decido tapar mi vulgaridad con un gorro de lana. Hago acopio de fuerzas conforme me voy dirigiendo al comedor. La primera prueba de este largo y temible día será desayunar con mi familia.

Fuera el mundo sigue bailando al son percutor de la lluvia.

El denso color de un día lluvioso en Seúl
Todavía no puedo conciliar el sueño mientras me desvanezco
La lluvia se detienen y el reflejo en el charco
Me veo a mi mismo más miserable hoy

Mi madre se da la vuelta como accionada como un resorte en cuanto me oye llegar, esbozando esa sonrisa tan pretendidamente afable como tensa. Odio la forma falsa y nerviosa que tiene de actuar delante mío. Desde que me ocurrió lo que me ocurrió, actúa como si fuera una figurita de porcelana que pudiera romperse en cualquier momento, una repulsiva figurita, retorcida, pervertida, homosexual que no tuvo más remedio que heredar y con la que tiene que cargar en contra de su voluntad.

Me pregunto cuánta repulsa sintió mi madre cuando se enteró de lo que había hecho. De en qué se había convertido el hijo que tanto esfuerzo había invertido en criar. Seguro que se preguntó qué hizo mal.

—¡Buenos días, cariño! —me saluda con la voz quebradiza—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien—.respondo arisco.

No me apetece mirarle a los ojos. No soporto cómo su mirada, juiciosa y expectante a partes iguales, cae sobre mi, pesada como una losa.

Avanzo por la habitación, en busca del lugar más alejado y seguro para sentarme. La silla que elijo está cerca de la ventana, lo que me da cierta impresión de mundo exterior. Fuera sigue lloviendo, con toda esa lluvia, arrastrando las inmundicias de las calles. Al otro lado de la mesa, mi padre no me mira.

—Eso es bueno— asiente mi madre con predecible condescendencia, mientras se gira para acercarme los platos del desayuno—. Pero ya sabes que si no te encuentras bien, no debes forzarte. El doctor dijo que debíamos esperar a que estuvieras preparado.

Y entonces, ante mí, mi madre coloca toda una orquesta de pequeños aperitivos, cada uno más colorido que el anterior, como si yo fuera un rey y ella una humilde sirvienta. Hay de todo: Huevos fritos, verduras, fideos con pollo y caldo, kimchi y arroz, montañas de arroz, como para un regimiento... El penetrante olor de las especies hace que el vómito que acabo de reprimir se rebele en mis entrañas. Mi madre se queda mirándome comer, con la expresión intrigada y levemente esperanzada de quien espera que un experimento funcione.

—¿Y esto? —pregunto extrañado.

—¿Oh eso? —disimula mi madre vanidosa—. No es nada, sólo pensé que te vendría bien empezar el día con alegría.

La culpabilidad termina por patearme el estómago. Sé que mi madre es una gran cocinera y a juzgar por el tamaño del festín, se habrá levantado muy pronto para prepararlo. Por desgracia, las punzadas de mi vientre me dejan demasiado claro que si lo pruebo, todo ese esfuerzo terminará derramado en la taza de váter, bajo forma de vómito.

—Tiene muy buena pinta, mamá —contesto con un hilo de voz—. pero no tengo hambre. ¿Me lo podrías guardar para más tarde?

Como si de una grabación a cámara lenta puedo observar como la sonrisa de mi madre se arruga levemente en las comisuras. Su entrecejo se tensa un poco también. Está disgustada, pero intenta ocultarlo, y lo sé porque esa es una de sus expresiones que más he visto en las últimas semanas.

—¡Claro, hijo! —responde, apresurándose en llevarse el desayuno como si de un vergonzoso crimen se tratase—. ¿Quieres una tostada de pan y algo de café?

—No, mamá, en serio —insisto—. Tengo el estómago cerrado.

—Eso no puede ser —se preocupa ella—. Te marearás si no comes suficiente.


Pero, lógicamente, ella no puede entenderlo. Prefiero morirme de hambre que volver a vomitar. Prefiero salvaguardar cada gramo de dignidad que me queda antes de desparramarlo por las alcantarillas en otra batalla que sé que no puedo ganar.

—Mamá... —intento hablar.

—¡Ya basta! —ruge mi padre—. ¿Ves, querida? Esto es lo que ocurre cuando lo malcrías. ¡Incluso cuando creías haberlo educado bien! ¡Ya ves cómo nos lo agradece!

¡Vaya! ¡La Bestia se ha despertado! Sus ojos, oscuros como un abismo y penetrantes como dardos, se clavan en mi, supurando su ponzoña. Al otro lado de la mesa, un gigante me observa con desprecio y yo, de pronto, soy tan, tan pequeño, que me gustaría escabullirme por esas mismas cañerías por las que suelo verter mi vomitina.

—Un buen hijo se come la comida que su madre le prepara —sentencia mi padre con la contundencia y seguridad de un gran y sabio maestro—. Un buen hijo es respetuoso y honra a sus padres. No hace lo que quiere, como un sinvergüenza.

Es de risa. Me pregunto cuando cree mi padre que he hecho lo que yo realmente quería, pero no soy tan estúpido como para contestar. El lugar de eso, asisto al patético espectáculo por el que la silueta de mi madre, ya de por si trémula, empieza a desvanecerse.

—Pero, querido, el médico dijo que su estómago está muy delicado...— intenta calmarlo.

—¿Entonces qué tiene Soo Jin? —la interrumpe mi padre con una voz gélida y cortante como cuchillos—. ¡Dime! ¿Cuál es su enfermedad? ¿Eh?

Mi madre se limita a agachar la cabeza, como la muñeca fiel que siempre fue, derrotada al fin en su eterno juego de mantener las apariencias. Esta familia hace tiempo que dejó de ser feliz, pero ella sigue esforzándose.

—¡Yo te diré qué le ocurre, ya que tú no respondes! —brama mi padre—. ¡Nada! Su estómago está perfectamente sano. Es su mente la que está enferma. Tal vez siempre lo estuvo.

Un sudor frío me recorre la espalda. Ahora que la Bestia ha terminado con mi madre, es sólo cuestión de tiempo que venga a mi. De pronto, la nuca me pesa demasiado. Curiosamente, sus primeras palabras suenan casi amables, como el siseo engañoso de una víboras que intenta encantar a su presa.

—Tienes suerte, Soo Jin —afirma él—. Gracias a mi influencia, he podido mover algunos hilos y podrás volver a la Universidad y al club de Taekwondo sin demasiado revuelo. Pero no te confíes. Nadie va olvidar lo que hiciste.

“Lo que hiciste”, la lengua viperina de mi padre ha empezado a supurar veneno justo en esa frase. Siento la picazón habitual recorriendo mi torrente sanguíneo.

—¡No solo te descubren en un acto... tan,tan... —durante unos segundos parece que a mi padre le cuesta encontrar el vocablo necesario para describir mis errores y rezo por que se quede sin palabras definitivamente, pero esa es una plegaria demasiado inocente—. ¡Depravado! ¡Si no que encima tienes la desvergüenza de acusar falsamente a Jung Dong Yul!

La mirada burlona y satisfecha de Jung-sunbae desde las cumbres de su victoria vuelve a planear sobre mi conciencia. Vuelvo a sentir el punzón de todas esas miradas atrevidas sobrevolando los pasillos, el rictus de profundo asco cuarteando el rostro de Yoon-hyung.

—¡Es el hijo mayor del presidente de mi empresa! ¿Con qué cara crees que me he tenido que presentar cada día en la oficina después de tu ofensa? ¡Me has convertido en el hazmerreír! ¡ Y yo te lo di todo, Soo Jin! ¡Hice todo lo que pude para convertirte en un hombre fuerte y respetable! ¡Estudiaste en las mejores escuelas, con los mejores profesores! ¡Fuiste al ejército! ¡Por Dios! ¿Y cómo me lo agradeces? ¡Avergonzándonos a mí y a tu madre delante de todos nuestros amigos y conocidos!

Toda la casa parece temblar cuando el puño de mi padre retumba sobre la mesa. Yo me estremezco en mi silla, como la alimaña indefensa en la que me he convertido.

—Ni siquiera tuviste el valor necesario para plantarle cara a la situación —dictamina mi padre, que ya no se molesta en mirarme. Su implacable mirada escudriña su periódico—. En vez de ello, te cortaste la muñeca como una doncella desvalida.


Entonces, el sonido de un timbre viene a rescatarnos a todos, la señal divina de la tregua. Mi madre exhala un suspiro de alivio y se dirige corriendo a la puerta.

—¡Ah! ¡Pero si es Park Ha Neul! —anuncia alegre mi madre—. ¡Cuánto tiempo sin verte, querida! ¡Qué guapa estás! ¿Cómo está tu madre?

La voz de Ha Neul-noona suena pizpireta y animada como un cascabel cuando se adentra en nuestra morada.

—Muy bien, señora Lee, le envía saludos —saluda ella—. ¿Está listo ya Soo Jin? ¡He venido a buscarle!

—¡Claro! ¡Espera un momentito que voy a ver!— responde mi madre, antes de girarse hacia mi con un intento de complicidad mal ocultada—. ¡Soo Jin! ¡Park Ha Neul ha venido a buscarte!

Me levanto de la silla no sin antes vigilar de soslayo a la figura impávida pero fiera de mi padre. En el último momento, sus ojos se levantan de las líneas de tinta para lanzarme una elocuente mirada.

“No vuelvas a decepcionarme”, parece querer decir.

—¡Ya voy!

La lluvia sigue cayendo afuera de la casa
No tengo ningún lugar al cual ir pero tomo mi paraguas
Y camino hacia fuera sin un plan
Como si la lluvia quisiera que su existencia fuera conocida
Mis zapatos se ensucian
¿Soy yo alguien que grabó
su existencia en ti como la lluvia?
Si no, ¿soy alguien que simplemente vino
y se fue con una ducha en la lluvia?

 

Cuando éramos niños, todos los adultos creían que Ha Neul-noona y yo nos casaríamos cuando fuésemos mayores. Supongo que era un pensamiento lógica, teniendo en cuenta de que entonces pasábamos todo el tiempo juntos. Éramos nosotros tres, amigos hasta el final: Ha Neul-noona, Yoon Jun Seok-hyung y yo. En aquellos tiempos, tan lejanos y coloreados que más que un pedazo de mi infancia, parecen sacados de un cuento ilustrado, nos reuníamos en el mismo parque a jugar al escondite, vivir aventuras y contarnos todos nuestros secretos.

Y puedo entender que a mis padres les hubiera encantado tener a Noona como nuera: es una joven de familia adinerada, educada y bonita. Eso es algo que hasta yo puedo ver en su delicado perfil, reflejado en la chorreante ventanilla. Tiene un rostro que muchos considerarían ideal, con su piel blanquecina y traslúcida, su nariz y boca pequeñas, sus facciones redondeadas con gracia. Hoy ha tomado la precaución de llevar su larga y cuidada melena de ébano peinada en una trenza. Lleva puesta una faldita plisada de pana color salmón que acentúa su cintura fina de muñeca y un jersey blanco de punto y cuello alto. Sus piernas, largas y finas, están cubiertas por medias oscuras y botas altas de cuero marrón hasta la rodilla. El conjunto se completa con un abrigo abotonado negro y un gracioso gorro de lana blanca con borla.

¿Quién iba a decir que esta joven que me acompaña en el autobús y que parece sacada de una revista de moda, fue, hasta hace unos años una fiera imbatible en el dojang?

Sólo yo, y no todos esos chicos tontos que la pretenden, sabe quién es Noona en realidad. Sólo yo sé que tras esa jovencita recatada que se retoca el pintalabios hay una luchadora entusiasta, un pequeño huracán de energía que se desboca especialmente por las causas perdidas. Y sólo Noona sabía, a diferencia de todos esos adultos engañados, que a mi en vez de ella siempre me gusto Jun Seok-hyung.

Esa siempre fue una de nuestra conversaciones favoritas y más secretas: los chicos. Y es que aunque no pueda amar a Noona como un hombre supuestamente debería amar a una mujer, Noona siempre estará en mi corazón. Porque, incluso ahora, sólo Noona me conoce y me acepta por quién soy.

—¡Brrr! ¡Maldita lluvia! —se queja Ha Neul-noona mirando las gotas de agua caer—. ¿ Por qué está lloviendo tanto? ¡Ni siquiera estamos en la estación de lluvias!

—Lo sé, es extraño —me limito a contestar.

—¡Y en el día en que vuelves a la Universidad! ¡Como si no fuera suficiente!—se indigna ella con una mueca infantil—. ¿Cómo está tu estómago, por cierto?

—Fatal —confieso—. Esta mañana casi vomito nada más levantarme.

—¡Arrgh! —gruñe ella—. ¡Ya me imaginaba yo que no habrías desayunado! ¡Toma!

Saca una caracola rellena de chocolate comprada en el Seven Eleven, mis favoritas desde que tengo siete años, las mismas que Noona me compra siempre que tengo un disgusto.

—¡Cómetela antes de entrar a clase! —exige con la firmeza de una madre—.¡Si no lo haces, lo sabré!

La manera mandona y sobreactuada con la que me apunta con su dedo índice me hace sacar la primera risita del día. Siempre me ha costado llevarle la contraria, desde críos.

—¡Ya vale, Noona! —me quejo yo—. No tienes que hacer todo esto por mi. Puedo ir a la facultad solo y comprarme mi propia comida. No soy un niño.

—Ya lo sé, bobo —me explica pellizcándome las mejillas—. ¡No tengo que hacerlo pero lo hago porque quiero! ¡Eres mi gran amigo, mi adorado Jin-ha! ¿Qué clase de Noona sería yo si no te acompaño en estos momentos?

Con la invisibilidad furtiva el resto de los asientos, Noona entrelaza su mano con la mía sobre su regazo. Sin embargo, su calidez apenas me llega. En su lugar queda esta frialdad, que como la lluvia, cala hasta los huesos. Mientras tanto, el paisaje urbano que el autobús atraviesa se distorsiona y empaña tras el peculiar filtro de gotas que resuena en mi interior.

Miro fuera de la ventana
Como si supiera como se siente mi cuerpo, la lluvia está cayendo
Mientras miro las gotas de agua
Que caen en la ventana, las sentí
Las lágrimas que estaban cayendo de mi corazón
Con este extraño sentimiento
Miro hacia afuera y se parece a mi situación
La lluvia que cae como una melodía y hace que todo se vea andante

—Te lo agradezco, Noona —suspiro—. Pero no te preocupes por mi. Al menos, podré volver al dojang.

Y con la facilidad de quién aprieta un botón, la antes afable y tranquila Ha Neul se incorpora eléctrica y con la cara contraída de disgusto.

—¡Eso es precisamente lo que más me preocupa! —exclama de pronto—. ¡Ese maldito Jung Dong Yul! ¡Pensar en lo que te hizo! ¡Arrgh! ¡ Hace que me hierva la sangre! ¡CUANDO ME LO ENCUENTRE, LO VOY A MATAR DE UNA PALIZA!

Como es costumbre en ella, Ha Neul-noona no se da cuenta de lo mucho que ha alzado la voz. Una señora a la que la lluvia ha destrozado el cardado se gira para observarnos molesta.

—¡Noona, por favor! —le imploro—. ¡Nos está escuchando todo el mundo!

—¡Es que no puedo callarme! —insiste algo más calmada—. Es una rata inmunda, que va pavoneándose por la universidad como si fuera suya. ¡No lo soporto! Pero, no temas. Noona te acompañará al dojang. No pienso dejarte a solas con ese bastardo baboso.

La saliva se me vuelve densa en la garganta. El dojang. Rostros, antes amistosos, clavándoseme como alfileres. Exiliado de un hogar perdido, la mirada acusadora de Yoon Jun Seok-hyung parece querer escanear mis más turbios pensamientos. Me atrevo a hacer la temida pregunta.

—Hyung también estará ahí, ¿verdad?

La expresión irascible de Noona se suaviza con un barniz de tristeza.

—Sí, Jin-ha, Yoon Jun Seok estará ahí —me confirma.

—Hyung me odia —declaro.

—¡No, no! —se esfuerza en negar Noona—. ¡Claro que no te odia!

Claro que sí me odia. Esa escalofriante mirada sólo podía significar una cosa.

—Es solo que... ya sabes cómo es... Nunca ha sido muy expresivo...—argumenta torpemente Ha Neul-noona—. Siempre le ha costado explicar sus sentimientos...

Yo estoy demasiado cansado ya como para replicar, así que un incomodo silencio se instala entre nosotros, a penas amortiguado por el repiqueteo sordo e interminable de la lluvia contra el cristal.


Entonces, ese dios travieso que tiene el mando de las emociones de mi Noona, vuelve a cambiar de canal.

—¡Ah se me olvidaba! —chilla ella con chispeante emoción—. ¡Tenga una sorpresa!

Y antes de que yo pueda decir algo al respecto, Ha Neul-noona se pone a rebuscar entre sus cosas, hasta alzar un par de pequeños papeles rectangulares.

—¡¡Mira!! ¡¡Son entradas para el concierto de BTS!!— anuncia triunfal.

Suspiro entre sonriente y agotado. Ya estamos. Después de todo, Ha Neul-noona, siempre será Ha Neul-noona...

—¡¡Aaaaah!! —gime ella de pura felicidad mientras acaricia los boletos—. ¡¡¡Creí que no podría conseguirlas antes de que se agotaran pero fui muy rápida!!! ¡¡¡Soy la mejor!!! ¡¡¡Rap Monster, guapo, sólo espérame!!! ¡¡¡¡AIIIIIISH!!!!

Sin darse cuenta, Ha Neul-noona ha empezado a dar ruidosos golpecitos con los pies en el suelo del bus. A la señora del cardado arruinado se le van a salir las cuencas

—Y tú vendrás conmigo, ¿verdad?— me pregunta con estrellitas en sus ojos agrandados por el rímel.- ¿VERDAD?

Tengo que desviar la mirada para evitar que tanta insistencia me devore.

—Noona, ya sabes que a mí no me interesan esos grupos de chicos.

Como es de prever, mi respuesta le desagrada y me lo hace saber adoptando sus característicos pucheros.

—¡Vamos! —vuelve a la carga ella— ¡Será divertido! ¡Te distraerá!

—Me lo pensaré —cedo yo—. Pero no prometo nada.

—¡Sí! —exclama Ha Neul-noona triunfante—. ¡Oh, ya hemos llegado!

Bajo del vehículo y antes de que me dé tiempo a abrir el paraguas, una gota choca contra mi cuello con su humedad inundándome los poros. Es un eco resonante en esta frialdad que mi cuerpo ya emana.

Me preparo y me voy,
abriendo el paraguas que estaba tan arrugado como mi rostro
Mientras camino, el momento en que escuche la lluvia

Me pregunto ¿por quién esta la lluvia cayendo?
Un sonido que golpea
Sobre el gris cemento
Ve más despacio

 

En el trayecto de a penas unos minutos que separa la parada del campus, Ha Neul-noona me acompaña bajo la lluvia. Su cháchara animada acalla sólo momentáneamente esa sensación de fondo, ese burbujeo incesante: el pánico subyacente por no saber si podré manejar una jornada universitaria normal. Por desgracia, mis ruedines de seguridad me abandonan en la entrada de mi facultad.

—Vendré a buscarte para comer —promete Ha Neul-noona—. Si te encuentras mal en cualquier momento, mándame un mensaje. ¡Sin falta!

Y tan caprichosamente como llegó, Noona se evapora de mi vista, como la lluvia en las aceras una vez ha vuelto a salir el sol. Todavía entonces, sigo oyendo el constante pulso de la fría y húmeda soledad condensándose en mi interior.

Incluso cuando la lluvia para, cuando las nubes se van
Me paro aquí, de la misma forma
Sin decir nada, mirando al mundo
Hay un "yo" no tan hermoso que se esta mirando a sí mismo.

Notas finales:

Buenas, antes que nada, para aquellos que no estén familiarizados con los términos coreanos: 

  Noona: forma en la que un chico más joven llama a un mujer con la que tiene familiaridad.   Hyung: fomra en la que un chico más joven llama a un hombre con el que tiene respeto y confianza.    La verdad es que yo apenas me he aprendido todo esto. Tengo muy pocos conocimientos de la cultura coreana, a penas por el K-pop  y los mahnwas. Así que he tenido que investigar un poquito...espero que no hallan muchas incoherencias.    ¡Por cierto! Di por sentado que se entendería de qué canciones he sacado las lyrics que voy intercalando. Si no es así, aprovecho y las digo ahora.   

Cap.1: Blood, Sweat and Tears

Cap.2: Where did you come from?

Cap.3: Dope

Cap.4: Rain   

De ahora en adelante, las iré detallando en cada capítulo.   En fin, sin más que decir, muchas gracias por seguir leyendo y espero que les siga gustando el fic.    ¡Nos vemos en la siguiente actualización y que les vaya muy bien!  


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