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Cada noche contigo por Korosensei86

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Puedo distinguir varias capas de ruido envolviéndome conforme me voy adentrando en esta boca del lobo que llaman Facultad de Ciencias Económicas. El ruido del tráfico del exterior con sus persistentes salpicaduras de charcos, los pasos de otros estudiantes, su creciente murmullo, como el de una cascada distante, el pitido procesal de las máquinas expendedoras...

Me arropo en ellos, utilizándolos para ocultar mi propia presencia. Pero no es suficiente. Mi propio miedo a ser reconocido me delata, y no tardo en cruzar una mirada nerviosa y perdida. Una chica, que bebía distraída su zumo de tetabrik recién pagado y recogido, no tarda en encontrarla.

Es la chispa que propaga el incendio.

—¡No me lo puede creer! ¡Es él! —exclama, como si creyese que la escasa distancia que nos separa la insonorizara.

 

—¿Quién? ¿Quién? —la interroga su amiga indiscreta.

 

—Ya sabes, el chico de aquel vídeo... —me nombra la primera chica. Su tono resulta banal, superfluo, como si hablara de un personaje de una serie de televisión, al menos uno que cree que no puede oírla.

 

—¡No me lo puedo creer! —grita la otra muchacha entre susurros que apenas acallan el volumen de su voz—. ¿No lo habían expulsado?

 

El murmullo se alza como un maremoto de furiosas observaciones. Crean una corriente que amenaza con arrastrarme, pero yo me mantengo firme en mi resignación. Este es el comienzo de un desfile de la vergüenza fácil de predecir. Prosigo mi camino hacia el aula, como si tal cosa, fingiendo que sus comentarios corrosivos no están carcomiendo lo poco que queda de mi determinación. De todas formas, ¿acaso creía que iba a ser distinto? Miro por la ventana, las nubes siguen opacando cualquier resquicio de luz solar. Es mejor así, recibir un rayo de luz sería ahora insoportable.

Sentados en los bancos, contemplan mi periplo. Miles de ojos me diseccionan cual escáneres. El desprecio y la repugnancia que retuerce sus rostros, supura de ellos, tocándome y contaminándome.

—¿Cómo se ha atrevido a volver? —comenta desconcertado un chico.

 

Su cara me suena, creo que hemos ido a alguna clase juntos.

 

—Ni idea —reconoce su compañero—. Yo no habría podido.

 

—Bueno, tampoco habrías sido capaz de hacer eso... —se burla el chico de mi curso.

 

—¡Eso es cierto! —contesta el segundo chico, siguiendo la broma.

 

Otra estudiante, con andar orgulloso y conjunto acorde, pasa por mi lado sin mirarme, seguida de su grupito.

 

—¡Qué valor! —escupe irónica cuando nos cruzamos.

 

Sus amigas son incapaces de reprimir sus indiscretas carcajadas acusatorias.

 

—¡Qué asco! —corrige una de ellas.

 

Nuevas risas me persiguen tras su paso, como ruidosos aguijones de abejas insidiosas.

Cuando llego al aula, un par de chicos me impiden la entrada. Son altos y tienen la espalda singularmente ancha. Como sacados del equipo rugby, parecen haberse erigido ellos mismos como guardianes de la clase, como si yo representara un peligro físico y no sólo espiritual para la integridad del resto de alumnos. Cruzados de brazos, me observan desde la altura que les procura su estatura y su superioridad moral.

 

—No deberías haber venido —sentencia el de la izquierda.

 

Tomo aire, mientras mis manos se aferran con más fuerza a las correas de mi mochila.

—Lo siento— musito, y antes de que puedan reaccionar, cuelo mi pie derecho por el despreciado espacio que hay entre ellos, para impulsarme al interior.

 

Todavía sigo siendo rápido y ágil, aunque sólo me sirva para huir. Sin embargo. mi calvario no ha terminado, todavía tengo que subir por las escaleras que dan acceso a los pupitres. Los comentarios no cesan en mi ascenso. Acallados por la privacidad del espacio cerrado, se tornan más sinuosos y furtivos, pero también más morbosos.

 

—He oído que ha intentado suicidarse... —oigo detrás de mí.

 

—¿Qué dices?

 

Mi muñeca comienza a pulsar. Recuerdo el tacto frío y agudo de la cuchilla en contraste con mi sangre caliente y correosa. Hasta ese momento, el dolor era soportable, un simple arañazo en mi capa exterior que me distraía del desmoronamiento de toda mi armazón interior. Pero, entonces, llega la verdadera herida. No oigo el forcejeo del pestillo hasta que es demasiado tarde para ocultar lo que he hecho. Entonces, no hay nada más tortuoso que la manera en que la expresión de mi madre se derrite bajo el peso de tantas emociones. Ella se limita a expresar todo ese maridaje con una simple pero contundente pregunta:

 

—Soo Jin, ¿Por qué?

 

Cuando por fin me refugio en el asiento que he juzgado más discreto y alejado de posibles testigos, estoy tan agotado que siento mis huesos reblandecerse entre los entumecidos músculos. Se supone que a partir de ahora tendré que hacer esto todas las mañanas... Bueno, habrá que acostumbrarse.

El resto del tiempo me siento como transportado por una ola gigante. El tiempo pasa inexorablemente, sin que yo tenga nada a lo que asirme para empezar a resistirme, luchando por no ahogarme en sus vaivenes e imbatibles mareas.

El profesor, un hombre relativamente joven para el puesto, de unos treinta años escasos, entra en el aula, provocando que los alumnos dejen sus corrillos para sentarse. No es problema para mi, pues yo ya llevo tiempo sentado, procurando no suscitar más cotilleos. Cuando todos se han colocado en su sitio, como piezas de una representación bien orquestada, el profesor comienza a hablar.

 

—Hoy en nuestra clase sobre “Relaciones político-económicas globales”, me gustaría hablarles de un caso actual en el que se pueden observar cómo las dinámicas entre conceptos como nacionalidad, estado y economía entran en juego —En ese instante el profesor se interrumpe y carraspea, como si hubiera olvidado algo esencial, antes de ir a su punto—. Pero antes, pasemos lista. Ya saben que la asistencia es esencial para la nota. ¡Kim Yuna!

 

—Presente —responde una chica de la segunda fila.

 

Y poco a poco, la sala se salpica de manos alzadas que van desfalleciendo poco a poco, conforme son llamadas. Observando aquel ritual, supuestamente tan cotidiano y normal desde las alturas de mi refugio, rezo, cual oveja en el matadero para que no me toque a mí. Pero es inútil.

 

—Lee Soo Jin —recita el docente, para después levantar la mirada en mi búsqueda—. ¡Oh, es usted! —una manada famélica de ojos se giran para cebarse conmigo—. He oído acerca de... su peculiar situación. Al parecer, ha estado usted convaleciente. ¿Se encuentra usted mejor?

 

Gracias, profesor. Si quedaba alguien en ese aula que no la hubiera oído todavía, ahora se acaba de enterar de toda mi historia. Gracias de corazón, por dar al traste con todos mis intentos de pasar desapercibido. Asiento tímidamente con la cabeza, barriendo el suelo con la mirada. Algunas risillas compulsivas alzan levemente el vuelo entre el matorral de alumnos.

 

—Me alegra oírlo— responde el profesor educado pero impertérrito.- De todas formas, tendremos que hablar de cómo compensar sus faltas de asistencia.

 

Vuelvo a asentir, rogándole al universo que aquello termine cuánto antes. Esta vez mis oraciones sí son escuchadas.

 

—¡Bien! —continúa el profesor—. Cómo les iba contando, actualmente tenemos a nuestra disposición un caso real en el que las relaciones entre las empresas y la autonomía estatal se ponen de relieve. Supongo que, como espero, están al tanto de las noticias y saben lo que está ocurriendo en el mundo. Estoy hablando de la crisis independentista catalana en España.

 

Un pequeño revuelo formado por decenas de susurros alarmados invade el aula.

 

—Está bien —exhaló el profesor decepcionado—. Empezaré por el principio.

 

El profesor empieza a trastocar en su portátil para proyectar imágenes de titulares en inglés y otras lenguas europeas y fotos de manifestaciones. Dado el cansado esfuerzo que ya me supone estar aquí, lo lógico es que me dejase llevar por esa corriente de palabras ajenas, pero, sin saber muy porqué de pronto el tema me interesa.

Me veo a mí mismo encandilado como un niño con aquella historia sobre un pequeño territorio, tan alejado de mi que parece de cuento de hadas, que lucha por establecer su soberanía y defender su lengua y sus historia ante un reino mayor y más grande. Contra las leyes constitucionales, contra la Comunidad Europea, y en cierto sentido, contra su propio y cómoda conveniencia... Mi profesor va pasando las diapositivas de su Power Point, ganando con cada una de ellas un interés que no entiendo de dónde procede, hasta que la veo.

Es la fotografía de un policía arremetiendo contra una manifestante. Noto un picor que me recorre toda la piel. Hay algo en esa chica, tumbada en el suelo, herida pero no derrotada, que me comunica con ella, incluso a pesar del espacio, la raza o el idioma. De pronto, la imagen fantasmal de aquel chico de mi sueño se sobrepone a todo, tales son los extraños resortes que manejan mi desvalijada cabecita.

 

—Cataluña, gracias a su buen emplazamiento geográfico y sus buenas comunicaciones, resulta un importante núcleo logístico para el tejido empresarial español. Sin embargo, con el anuncio de la posible independencia, muchas empresas han amenazado con abandonar su sede en Barcelona. Como ven, este es un caso muy interesante, para observar cómo un cambio político puede condicionar el status quo económico de un territorio y está ocurriendo en este mismo momento... —habla el profesor sin poder reprimir una intensa emoción. Los alumnos por su parte, le devuelven una cortés y aburrida indiferencia.


—Por eso mismo —prosigue el profesor—. Creo que sería muy interesante que alguno de ustedes quisiera desarrollar este caso en su exposición final. ¿Voluntarios?

 

Al principio, el silencio resulta mortecino. Nadie quiere cargar con un trabajo tan raro y tan difícil de entender de una parte tan alejada del globo. Supongo que la mayoría ya habrán optado a estas alturas por trabajos relacionados con las dinámicas mucho más familiares de China, Taiwan, Japón o Estados Unidos. Pero yo sigo sintiendo ese picor recorrerme el cuerpo como una corriente eléctrica, rabiosa e impertinente. Lucho para no prestarle atención y esperar a que pase. Al final, es más fuerte que yo. No me doy cuenta hasta que es demasiado tarde, de que he levantado la mano.


—Creo que yo podría hacerlo— digo con voz quebradiza.


Un nuevo barullo nervioso vuelve a instalarse en el lugar. Nadie esperaba verme hablar para algo así. Debe ser todo un escándalo, a parte de una atracción. El profesor pide silencio.


—Muy bien, señor Lee —dictamina él—. Escríbame un mail con sus dudas y sugerencias y yo me pondré en contacto con usted para mandarle algo de bibliografía básica.

 

Y vuelvo a dejarme arrastrar, de manera que cuando mi cerebro se desentumece ya estoy sentado frente a un oloroso y contundente bol de ramen. Una aburrida Ha Neul-noona, al otro lado de la mesa, espera verme comer. Se atusa la trenza pretendidamente despeinada, mientras entorna los ojos y juguetea con los palillos y su plato vacío hace tiempo.

 

—Podrías empezar por coger los palillos. No te van a comer, ¿sabes? Se supone que tiene que ser al revés —comenta ella con monótono sarcasmo.

 

Eso es fácil de decir cuando todos los aromas del plato no te perforan las fosas nasales hasta llegar al cerebro. Mi cara ahora mismo debe de estar tan verde como ese alga.

 

—Lo siento, Noona —me disculpo—. Debo ser aburrido verme comer.

 

—Escucha —bosteza Ha Neul—. Mi intención era dejarte a tu aire y darte apoyo, pero a este paso vamos a llegar tarde al dojang. Por favor, por lo menos tómate el caldo. No entiendo cómo no estás a punto de desmayarte.

 

—De acuerdo, Noona.- murmuro.

 

Con las manos y las entrañas temblorosas, levanto el cuenco y empiezo a beber el líquido caliente y especiado, que se cuela por mi boca con la misma naturalidad que un vertido tóxico. Mi garganta parece querer cerrarse ante la invasión pero logro dominar mis arcadas. Solo toso un poco al final. Entonces lo veo de soslayo: un llamativo libro amarillo y rojo sobresaliendo del bolso del bolso de Ha Neul-noona.

 

—¿Ves cómo no ha sido para tanto? —insiste ella.

 

—Noona, ¿Qué es eso? —le pregunto yo— Lo que tienes en su bolso.

 

Mi noona me mira extrañada.

 

—Mi bolso... —lo toma para revisarlo—. ¡Ah! ¿Esto? ¡Es mi libro de Lengua Española!

 

—¿Lengua Española? —repito yo sin terminar de entender.

 

Ha Neul-noona sustituye su expresión hastiada por una mucho más alegre, con sus conocidas chispitas en los ojos.

 

—Sí- explica—, la estoy estudiando desde el semestre pasado.

 

—¿Y para qué? —le increpo yo todavía disperso. Ella parece algo ofendida.

 

—¿Cómo que para qué? ¡El español es el segundo idioma del mundo más hablado después del chino! ¡Y el segundo más utilizado a nivel internacional después del inglés!

 

En ese momento, Ha Neul-noona entorna un poco los ojos y esboza una sonrisa traviesa.

 

—Además... ¿No sería divertido ir de vacaciones a un sitio como México, Argentina, Madrid... y poder hablar con un oppa guapo, alto y moreno?

 

Mis manos hormiguean con la sensación serpentina de unos rizos caóticos espacándoseme entre los dedos. Unos ojos de un verde terroso se divierten observando mi dulce incomodidad. Mientras, aspiro el embriagador olor a hierba mojada que desprende aquel cuello tan ancho y masculino.

Un oppa guapo, alto y moreno... Supongo que entiendo a qué se refiere.

Y entonces, puedo sonreír, ese el poder de Haneul-noona... y de ese desconocido que aparece en mis sueños.

 

—Bueno , para ello no hace falta irse lejos —opino—. Tienes un montón de chicos siempre detrás de ti, aquí, en Corea.

 

Ella hace una mueca de disgusto algo infantil.

 

—¿En Corea? —se queja ella, mientras juguetea con su pelo—. Son todos idiotas. Sólo me quieren por mi apariencia y porque mi familia es rica. Es la maldición de ser tan hermosa. Sólo atraigo a tontos superficiales.

 

—Hace un minuto has dicho que sólo querías un chico guapo, alto y moreno —la chincho—.  Y es muy triste que desprecies a tus adorados BTS de pronto. ¿No eran todos coreanos?

 

La cara de Haneul-noona pasa por todos los colores del arco iris y yo no puedo evitar partirme de risa.

 

—¡Arrgh! ¡Mira que eres malvado, Jin-ha! —chilla—. ¡Mira lo que me haces decir!

 

De improviso, mi noona se queda como congelada. Siguiendo el recorrido de sus ojos, me percato de que mira al reloj de la pared.

 

—Recoge tus cosas y levántate— me ordena de pronto.

 

—¿Cómo? —pregunto yo, despistado.

 

-LLEGAMOS TARDE.

 

Y así, Noona y yo terminamos corriendo por el campus, por su entramado de pasillos, plazas y jardines, bajo las nubes de este día gris. Cuando, Ha Neul abre las puertas de la sala, los olores de sudor y goma me golpean la nariz. Miles de vivencias pasadas, miles de horas entrenando, aterrizando en esas mismas colchonetas u otras similares, se han vuelto contra mí justo en este momento de debilidad. Una decena de muchachos de mi misma universidad, interrumpen sus ejercicios al verme irrumpir en su particular templo.

Esta vez, las miradas son especialmente punzantes, casi parecen querer hacer daño premeditadamente, como agujas en un muñeco vudú. Como era de esperar, a nadie le hace gracia que quién ha deshonrado el dojang vuelva a él tan tranquilo.

Haneul-noona y yo nos paramos en seco, al darnos cuenta de dónde nos hayamos y de la forma tan poco comedida en la que hemos invadido el dojang.

Un hombre de mediana edad, fornido a pesar de las canas que empiezan a repujar su cabello oscuro, se gira hacia nosotros con un rostro inexpresivo pero tenso.

 

—Ah, ya habéis llegado. Os estaba esperando— se limita a decir como saludo.

 

—¡Lo siento mucho, Sabon-nim! —exclama Ha Neul-noona en una sentida reverencia—. Nos despistamos con la hora. Ha sido culpa mía, no de Lee Soo Jin.

 

Entonces, mi Sabon clava sus ojos negros y curtidos por el tiempo y la exigencia en mi, pasándolos cuidadosamente por todo mi ser, como si quisiera escrutar los secretos de mi alma, examinando tal vez, hasta qué punto sigo corrupto.

 

—Por ahora pase, pero si volvéis a retrasaros, me veré obligado a cambiaros por alguien más dedicado. El club no puede permitirse tener managers impuntuales.

 

—¡Si, Sabon-nim! —responde.

 

En ese momento, mi mente parece querer vagabundear un rato. Sin detenerla a tiempo, termino topándome con él. Hyung también me está mirando.

 

Algo en mi se deleita momentáneamente cuando nos encontramos en la distancia. Después de todo este tiempo, conserva esa dignidad intrínseca que tanto le caracteriza. Se ha cortado el pelo, lo que le da un aspecto pulcro y serio. Su altura hace que destaque de forma natural de entre el resto de pupilos, lo que siempre le ha ayudado en su práctica de Taekwondo. Sí, mi hyung sigue siendo un hombre joven, recto y confiable, con un rostro armónico, sereno, pero embargado de toda la masculinidad que a mi me falta, con ese torso bien desarrollado y esa pose imponente que le hace exhumar seguridad. Es el hombre que a mi padre le hubiera gustado que yo llegase a ser, pero también es el hombre con el que yo he estado suspirando desde que abandonamos la infancia.

 

Entonces, la mirada de Hyung se endurece como el acero bien templado y un brote virulento de vergüenza y culpa hace que me escueza la nuca. Bajo la mirada. Casi había olvidado que he perdido su amistad y respeto para siempre.

 

—¡Chis! ¡Jin-ha! —me avisa Ha Neul-noona ya en su segunda reverencia.

 

—¡Oh! Emmm ¡Lo siento mucho! —balbuceo antes de hacer la reverencia yo también.

 

—¡Atención! ¡Venid todos! —ordena mi sabon— Tengo un anuncio que haceros.

 

Los alumnos, mis antiguos compañeros, dejan sus actividades y se acercan al sabon. Yo siento como el aire se vuelve espeso y pesado, difícil de respirar. Giro la cara y aprieto los puños, en un intento de aguantar la bochornosa situación que se avecina.

 

—Supongo que todos conocéis a Park Ha Neul y a Lee Soo Jin —se oyen pequeñas risitas calenturientas cuando nuestros nombres salen a la palestra—. Son antiguos miembros de nuestro club de Taekwondo que por razones “diversas” han abandonado la práctica de nuestro noble arte marcial. Sin embargo, a partir de ahora nos seguirán ayudando, esta vez en calidad de managers.

 

De entre la fuente de risitas, reconozco a Jung-sunbae, rodeado de sus secuaces, que me contempla con una expresión canina y burlona. Me saluda realizando un gesto grotesco que parece querer emular lo que él me obligó a hacerle. Noto como el miedo patea mi maltrecho estómago.

 

—Si tenéis algún problema con la equipación o algún problema similar, no dudéis en hablar con ellos. Espero que los hagáis sentirse bienvenidos y que podamos tener un clima de buena convivencia en el club.

 

—¡Si, Sabon-nim! —exclaman todos al unísono.

 

—Sabon-nim —comienza a hablar Hyung—, como Bo Sabon, yo prometo encargarme personalmente de la buena acogida de los buenos managers.- En ese preciso instante noto como Hyung observa con disimulado desdén a Jung-sunbae y su cuadrilla—. No quiero que incidentes del pasado empañen el buen nombre del club.

 

—Me alegra tu buena iniciativa, Yoon Jun Seok —le felicita el sabon—. Es muy noble de tu parte. Muy bien, ahora volved al entrenamiento.

 

—¡Sí, Sabon-nim!

 

Nuestra primera tarea es recoger los dobok sucios de nuestros colegas y llevarlos a lavar a la lavandería que hay cerca del campus. Tengo un sentimiento nostálgico cuando tomo alguno de esos malolientes trozos de tela entre mis manos. Sin poder evitarlo, llego incluso a acariciar las letras que hay escritas en la espalda: “Club de Taekwondo de la Universidad de Seúl.” Que yo mismo, hace apenas unos meses, portara un uniforme igual a este, se me antoja algo propio de un universo alterno. Pronto, una irritante pero conocida voz, me sobresalta y me pone la piel de gallina.

 

—Vaya, vaya —ríe Jung-sunbae, acercándose con sus amigos—. ¡La princesita ha vuelto! Para ser un marica, eres bastante valiente. ¡Te felicito!

 

Jung-sunbae avanza lento pero seguro hacia mi, como un depredador que examina las debilidades de su presa, rodeado por su incansable y fiel jauría de acólitos. Cuando llega a mi lado, coloca su brazo sobre mis hombros, de forma que casi puedo sentir su aliento rozándome las mejillas. Al volver a hablarme, su voz suena cortante y gélida como hielo.

 

—Ha sido un esfuerzo inútil. Aquí no queremos a escoria como tú.

 

—¡Tú, Jung Dong Yul! —grita Ha Neul-noona avanzando a pasos agigantados hacia nosotros—. ¡Deja en paz a mi Jin-ha!

 

Jung-sunbae me suelta como si fuera un fardo, de tal modo que termino a punto de caer sobre el montón de ropa sucia. Por su parte, Jung Dong Yul se dedica a mirar a mi noona con cara de tonto sonrojado.

—¡Pero si es Park Ha Neul! —la saluda—. ¡Tan guapa como siempre!

 

Ha Neul-noona arquea sus bien pinceladas cejas. Sólo yo, que la conozco desde hace años, puedo entender lo mucho que ese comentario le ha podido molestar, especialmente viniendo de quién viene.

—¡Deja de decir tonterías y apártate de mi Lee Soo Jin! —exige ella, encarándole con los brazos en jarra.

Algunos chicos se burlan de su enfado y empiezan a imitarla, pero a ella los ignora con gracia.

—¡Vamos, vamos, Park Ha Neul! —intenta calmarla él— No le estaba diciendo nada a Lee Soo Jin. Sólo recordábamos viejos tiempos ¿verdad? —Yo apenas puedo ocultar la cara patéticamente de la vista de mi Noona, avergonzado. Entonces, Jung-sunbae tiene la maravillosa idea de pasar el brazo por encima de los delgados y torneados hombros de Ha Neul-noona—.Escucha, ¿Por qué no nos vamos juntos después del entrenamiento, ya sabes, a algún sitio bonito, y lo hablamos?

 

Ante este descarado intento de seducción por parte de su líder, los chicos que siguen a Jung-sunbae empiezan a corear y ulular como animales. Están tan ocupados celebrándolo que no se percatan de cómo Ha Neul agarra el brazo de un sorprendido e impotente Jung-sunbae. Con un gesto rápido, tira de él hasta propinarle un codazo en el pecho. Con un juego de sus largas pero también rápidas piernas, aprovecha que lo tiene apresado, para hacerle caer de un barrido. Finalmente, se vuelve hace él y evita que quiera escapar, amenazándole con un puño demasiado cercano a la cara de Jung-sunbae. Ahora ya no se ríe nadie.

 

—No creo haberte dado permiso para que me tocaras —sentencia ella—. Te recuerdo que cuando me retiré, yo ya era mucho mejor que tú, al igual que Lee Soo Jin, quién es incluso más fuerte. Tú, por tu parte, parece que aún tienes muchas cosas que pulir. Yo no me acercaría mucho ni a mi ni a Lee Soo Jin, si estuviera en tu lugar.

 

Jung-sunbae se levanta enfurecido, mientras sus seguidores se miran los unos a los otros confusos.

 

—¡¿Cómo te atreves a faltar el respeto a un sunbae de estas maneras?!  —chilla fuera de sí.

 

—¿Disculpa? —ríe Ha Neul-noona—. Que yo sepa tenemos la misma edad. Vamos al mismo curso en la universidad y en Taekwondo, tal y como te acabo de demostrar, sigo teniendo mayor rango que tú. Bien pensado, deberías ser tú quien me llamara sunbae a mi. Como soy generosa esta vez hoy lo dejaré pasar, pero vigila tus modales la próxima vez.

 

Al oír aquella orgullosa replica por parte de mi Noona, algunos acólitos de Jung-sunbae no pueden evitar soltar alguna carcajada mal disimulada o una abierta expresión de admiración. Yo también termino por sonreír. Ese es el poder de Noona, ¿verdad? En lo que respecta a Jung-sunbae, este está apretando tanto los ojos que parece que se le vayan a salir de las cuencas.

 

-¡Tú no sabes quién soy yo!- amenaza.- ¡Te vas a enterar...!

 

En el preciso momento, en el que va a volver a levantar su puño, una voz familiar y querida le detiene.

 

—¡Ya basta, Jung Dong Yul! —le detiene Yoon-hyung— No queremos más problemas en el dojang.


—¡Qué problemas! —se indigna Jung-sunbae—. ¡Yo he sido acusado falsamente! ¡Soy el que ha sido perjudicado aquí!

 

—Puede —concede Hyung, diplomático pero firme—. Por eso mismo, es mejor para todos que olvidemos el pasado y aprendamos a limar asperezas.

 

—¡No me pienso callar! —insiste Jung-sunbae—. Pienso decirle al Sabon...

 

—¿Qué vas a decirle? —le interrumpe Hyung con expresión cínica—. ¿Que una chica que lleva meses sin pelear te ha derribado sin esfuerzo? ¿Eso le dirás?

 

Casi puedo ver cómo el rostro de Jung-sunbae empieza a teñirse paulatinamente de rojo. Al final, opta por retirarse con pasos iracundos.

 

—¡Esto no va a quedar así! ¡Os acordaréis de esto! —masculla entre dientes.

 

—¡Eso es! —grita Ha Neul-noona—. ¡Lárgate por dónde has venido, alimaña!

 

Acto seguido, Ha Nuel-noona se marcha seguir con sus quehaceres y, de esta forma, Yoon Jun Seok-hyung y yo nos quedamos solos por primera vez desde que ocurrió todo aquello. La incomodidad se puede saborear. Yo lo observo de soslayo, todavía demasiado humillado como para mirarle a los ojos.

—Gracias, sunbae —consigo decirle al fin.

 

—No me llames sunbae —me increpa él—, Y no me des las gracias. ¿Es que no tienes orgullo? ¿Cómo puedes dejar que Ha Neul te defienda? ¿Es que no eres un hombre?

 

—Lo siento, Yoon-sunbae —alcanzo a regurgitar.

 

—Te he dicho que no me llames sunbae —me recuerda él—. Date prisa cuando termine el entrenamiento, te acerco a casa.

 

—No es necesario —me excuso—. Ha Neul-noona me acompañará.


Él se rasca la barbilla con impaciencia.

 

—Cómo quieras —concluye, antes de darse la vuelta y volver a su práctica—.  Cuídate mucho, Lee Soo Jin.

 

La mañana de lluvias ha dejado una impronta de frescor en el aire nocturno. Este me acaricia las mejillas suavemente y me reconforta en el corto trayecto de cinco minutos que separa la casa de Ha Neul-noona de la mía. Y sin embargo, sé que en tan poco periodo de tiempo, un abismo puede abrirse bajo mis pies. Es el primer momento del día en el que estoy solo. Ya no tengo las clases ni a Ha Neul-noona para evitar mirar de cara a mi tristeza. Sobre mi, se yergue la noche de Seúl, un crepúsculo violáceo teñido por miles de neones zumbadores. Y a pesar de la contaminación lumínica, una luna, enorme, blanca y redonda, parece observarme como una araña que se deleita en la imagen de una mosca atrapada. Es otro enorme ojo más en un día en el que no he parado de ser acosado por miradas incisivas.

Respiro hondo y entonces la voz juguetona de Ha Neul-noona vuelve a cosquillear mis oídos:


“Un oppa alto, guapo y moreno”, el chico de mis sueños. Puede que sea tonto, puede que sólo me esté engañando, pero ahora tengo un arma con el que enfrentarme a la soledad. Después de todo, ¿acaso también se me ha prohibido soñar? Si no es así, al menos me consolaré pensando en él.

 

Quiero respirar, odio esta noche
Quiero despertar, odio este sueño
Estoy atrapado dentro de mí mismo y estoy muriendo
No quiero estar solo
Sólo quiero ser tuyo

 

La forma en la que ese chico me miraba cómo si yo realmente fuera lo más hermoso que ha visto, la forma en la que me dijo, inocente, mirándome a los ojos con tierna y sincera adoración que yo era precioso, la forma en la que manipulaba brutal pero concisamente mi cuerpo como quién juega con plastilina, van caldeándome por dentro, lentamente.

 

¿Por qué está tan oscuro cuando no estás aquí?
Es peligroso cuán estropeado estoy
Sálvame, porque no tengo control sobre mí mismo

 

Pensar en él, es como encontrarse con una hoguera en mitad del claro de un agreste bosque nocturno. Parece algo ilusorio, demasiado fácil para ser real, peligroso incluso, pero tan, tan reconfortante. ¿No tengo derecho a calentarme un poco el corazón, después del frío que me ha estado flagelando todo el día? Y ha sido un día tan largo.

 

Escucha el latido de mi corazón
Te llama cada vez que quiere
Porque dentro de esta oscuridad
Tú brillas tan intensamente

 

Tal vez fantasear con un desconocido tan atractivo como de existencia tan improbable no sea más que un analgésico de efecto temporal, pero necesito algo que me ayude a aliviar el constante barullo que burbujea en mi interior. De no ser así, mi cordura amenaza con agotarse definitivamente.

Dame tu mano, sálvame, sálvame
Necesito tu mano antes de que caiga, caiga

Tal vez, sólo necesite eso: alguien que quiera estar conmigo, que no me odie. La luna sigue contemplándome, pálida e indiferente en el cielo. ¿Volverá él a abrazarme esta noche? Ansío el toque de su abrasadora piel.

 

Hoy la luna brilla más de lo usual.
Hay un vacío en mi memoria.
Esta noche lunática me traga, por favor, sálvame esta noche
(Por favor, dame esta noche,
por favor, sálvame esta noche)
Dentro de esta locura infantil
tú me salvarás esta noche

Y resguardado en esos fuertes y cálidos brazos de ensueño, voy resguardándome del gélido viento nocturno, al tiempo que transito las grises calles de Seúl.


Siendo como era, una mera cuestión de tiempo, termino llegando a mi casa. Un nuevo episodio de confrontación familiar me aguarda, si bien mis fuerzas, ya de por si escasas, están más que a la baja. Siento como se me entumecen los músculos del brazo cuando pulso la combinación que me da acceso a la vivienda. Como un ladrón, me interno en una casa que ya no siento como propia, intentado, una vez más, pasar desapercibido, recogiendo mis Convers, para evitar cualquier indicio de mi presencia. Y una vez más, no sirve para nada.

 

—¡Ah, Soo Jin! —me llama mi perceptiva madre desde la cocina—. ¿Ya has llegado? ¿Qué tal tu primer día?

 

Lo siento, soy un hijo horrible, pero no quiero hablar con ella. No quiero recordar que todos me odian ahora por todo aquello. No ahora que un par de ardientes y luminosos ojos castaño verdosos se dedican a repasar delicadamente cada poro de mi desprovista piel.

 

—Me ha ido bien —contesto, casi a modo de escupitajo, sin abandonar el rumbo a mi habitación.

 

—Estoy cocinando daktoritang para la cena —contraataca mi madre—. ¿Querrías que te guarde un poco y te sientas a cenar con nosotros?

 

—Luego me lo como —replico, girando el picaporte de mi puerta.

 

Me aseguro de cerrar bien la puerta y de colocarme de tal modo que pueda adelantarme a posibles e indiscretas interrupciones. Acto seguido, me lanzo sobre mi cama, quitándome rápidamente los pantalones, y tras eso, dispongo la caja de pañuelos a mi lado, en un ritual tan corrupto, privado pero cotidiano como la vida misma. Cierro los ojos, y me dejo llevar.

Ahora mis manos temblorosas, como las de quien abre un aguardado presente, acarician todas las duras y trabajadas ondulaciones de su torso, reparando en el exhalado calor con la punta de mis dedos. Él baja con las suyas por mi espalda. ¡Me siento tan pequeño, asido por unas manos tan amplias, capaces de recorrer en tan poco tiempo toda mi anatomía! Estas se ensañan especialmente con mi sensible trasero. La sensación de cómo lo hizo en el sueño casi me derrite.

La erección es tal que pugna por liberarse de la tela ella sola. Finalmente, la ayudo, y en ese instante, mi mano se convierte en la suya. Un jadeo se escapa, rebelde de mi boca. Rezo por que mis padres no lo hayan oído.

Sé que tú eres mi salvación
Eres una parte de mí y sólo tus manos cubren mi dolor.
Lo mejor de mi
Sólo te tengo a ti
Por favor, eleva tu voz para hacerme reír de nuevo.
¡Dispara!

En mi fantasía, él me coloca delante suyo. Noto su pecho contra mi espalda. Su piel contagia su calor a la mía, me revive y me rescata. Me salva. Mientras tanto, sus manos no me han dado tregua. A la que está masturbándome, se suma otra que acaricia mi pecho delgaducho pero sensible, rasgando mis pezones, como quien manipula las cuerdas de una guitarra. Poco a poco, con una lentitud procesionaria, va bajando hacia mi ombligo. Cuando la coloca sobre mi cadera, la expectación es tal que solo puedo abrirme de piernas. Me muerdo el labio de puro placer, cuando siento los dedos aventurarse en mi interior.

Tras estos, imagino una pequeña gran maravilla de carne y sangre, pulsando, vibrando, impaciente por remplazarlos. La forma en la que me colmaba era tan deleitante, desbordante. Entonces, cuando lo recuerdo y lo imagino, casi parece real, abriéndose camino por mis impúdicas entrañas, que lo cercan de puro deseo, en un abrazo que espero que dure para siempre. Es un sueño del que no quiero despertar, en el que sí tengo todo lo que necesito para ser feliz.

Gracias por dejarme ser yo mismo.
(Por dejarme ser yo mismo)
Por ayudarme a volar
(Por darme alas)
Por sacarme de este lugar
Por despertarme de este sueño
Cada vez que pienso en ti, el sol está brillando
y yo tiro mi dolor
Gracias, por convertirnos en un “nosotros.”


Pero nada dura para siempre, especialmente lo que nos hace felices, en este mundo árido y sin corazón. Pronto, la parte más delicada y tierna de mi ser, más susceptible al placer, es descaradamente provocada y en mi mente, todo explota. El éxtasis es tan intenso, y yo estoy tan agotado, que caigo completamente rendido, literal y figuradamente.

Dame tu mano, sálvame, sálvame
Necesito tu mano antes de que caiga, caiga

Lo primero que percibo es el canto de algunos pájaros, acompañado por el suave y constante siseo del viento que mece las ramas. Me acuna y me despierta lentamente al sueño. A mis ojos les cuesta abrirse a la luz pura y tenue que tiñe todo el lugar, pero cuando lo hacen, me encuentro con él.

Lo reconozco casi al instante: cabello castaño oscuro revuelto en múltiples y creativos rizos, ojos castaños con alucinantes vetas verdosas, mandíbula masculina, cuerpo de infarto y sonrisa de perro tonto; me observa con una ternura casi cómica. Ha vuelto. Como un príncipe de cuento de hadas, él no incumple sus promesas.

Me incorporo para reunirme con él, pero este es más rápido. Antes de que pueda hacer nada, toma mi mano derecha y me la besa como si estuviera tratando con una bella dama. Mi voluntad termina de flaquear cuando me apresa con las ondas sinuosas y envolventes de su sexy y profunda voz.

 

—Hola, precioso. ¿Qué te apetece que hagamos hoy?

Notas finales:

Buenas, siento el retraso. Estuve muy ocupada estas semanas y si pude descansar, estaba demasiado cansada para escribir en condiciones. 

 

Igualmente, espero que les siga gustando el fic y que todo esté correcto. 

 

La canción utilizada en este cap es: "Save me".

 

En fin, sin mucho más que decir, que pasen un buen fin de semana y nos vemos en la prñoxima ocasión. 

Saludos. 


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