Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Después de las catastróficas consecuenicas de la fiesta de Juame, a Pau le suceden una serie de hechos extraños tan sobrenaturales como reveladores... 

Al principio no tengo claro si tengo los ojos abiertos o los tengo cerrados, si lo que estoy viendo se refleja en mis párpados o centellea bajo ellos. Es como estar en medio de ningún sitio, en una nada densa e inasible que, a pesar de todo, que envuelve y me sostiene como una manta invisible. Es como un mar... un mar de aire denso que no llega a ser vapor ni neblina pero en el que voy a la deriva, sujeto a oleajes que no puedo ni empezar a comprender. Soy como una brizna de hierba en el aire, llevada por una corriente de aire que le es ajena pero a la que al mismo tiempo pertenece.

A veces sí entiendo cosas pero son segundos, escasas porciones, tan reales como breves. A veces, la voz de Jaume me llega como un eco lejano, como un borroso recuerdo de infancia que apenas soy consciente de albergar y a pesar de la distancia y la distorsión con la que esa frágil onda me alcanza puedo percibir en ella una honda preocupación. Siento que alguien me sostiene la nuca, provocando que, de alguna manera, la nada que me rodea se rasgue en una suerte de vértigo vertical. Me noto caer en un abismo insondable. Tengo miedo. Entonces, todo se frena. Mi mente parece querer ampararse en este sentimiento de incomprensión y pánico para resistirse.

Me llega un nuevo flash, es un destello de neón en mis ojos. Alguien me ha sentado y mi cuerpo, al percatarse de ello, se retuerce por la nausea.

—No, espera, no pots aquí... (No, espera, no potes aquí)

La voz de mi padre ruge como un rayo, rasgando mi limitado firmamento auditivo. Mi cabeza parece partirse con la sola vibración de sus poderosas cuerdas vocales, como una piedra de río demasiado pequeña para aguantar la presión

—No, no. ¡Tiene que vomitar! ¡Si no, podría caer en coma etílico!

Y vuelvo a sentir el fuego, aunque esta vez no es agradable. Lo noto correr por mi garganta, retorciéndome con saña el estómago, convulsionándome la espalda, quemándome las entrañas en una especie de exorcismo biológico que termina con una paradójica sensación de alivio.

Pero incluso este breve resquicio de realidad se me escapa como un globo de entre los dedos de un niño despistado. Vuelvo a caer, y como una piedra arrastrada por el fluir inagotable de un río invisible, un río que no corre hacia ningún mar si no hacia abajo, cada vez más hacia abajo, sin parar. Y, poco a poco, la presión se va haciendo más fuerte, más inclemente, ante lo cual voy condensando, cada vez más, mi cerebro, mis ideas, mi alma..., hasta que quedan albergadas en una perla tan minúscula como concentrada. Es como si todo mi ser hubiera sufrido un big bang a la inversa.

Y entonces caigo. Del todo.

Mi conciencia se estrella en el impacto, como una sandía contra el suelo, tanto es así que me cuesta resemblar de nuevo. En pleno pulso eléctrico mis ojos se abren de par en par. Solo noto mi pecho elevarse pesadamente al intentar expirar, como si tuviera una roca encima. En realidad, todo es pesado. Seguramente será por la caída, pero me siento muy aturdido. Completamente aturdido, para ser más exactos. Apenas puedo sentir los brazos o las piedras, como si se me hubieran dormido por una mala postura. Al mismo tiempo, mi cabeza ha sido presa de la mayor y más cabrona de las jaquecas. La siento embotada, espesa, como si en vez de neuronas tuviera cemento, y si embargo, la actividad eléctrica de mi cerebro parece haberse transformado en una oscura y furiosa nube de tormenta a punto de descargar. Es como si tuviera muchos pensamientos a la vez y al mismo tiempo ninguno.

Frente a mí se yergue un cielo tan gris y sucio como mi propia mente. Parece cubierto de neblina o humo de ceniza, o tal vez, ¿simplemente ese es su color natural? No sabría decirlo con certeza, porque me cuesta pensar sin que mi cráneo vibre entumecido. Sin embargo, una cosa sí está clara: no hay sol, ni luna, no hay fuentes de luz de ningún tipo: solo una templada penumbra que se superpone a todo.


Esa certeza me sobrecoge, más aún cuando me percato del inquietante sosiego que me cerca. Nada hace ruido. Nada. Ni siquiera mi respiración. El soplo de aire que acaba de escapar de mis labios es mudo. Estoy atrapado en un fotograma de un vídeo en pausa. Mi corazón empieza a bombear miedo, lo cual resulta realmente doloroso porque cada bocanada de aire es para mi aletargado pecho como miles de cuchillas clavándose en mi costado.

En un intento de echar un vistazo al lugar a dónde he ido a parar, se me ocurre girar el cuello para mirar por el rabillo del ojo. En cuanto lo hago, los músculos de mis hombros tiran de mí como cuerdas inflamadas, pero, aunque me esté matando, lo consigo. Veo que estoy rodeado de raíces secas. Si levanto la vista, puedo vislumbrar un tronco marchito y enfermizo. El suelo, cuya dureza tortura mi espalda, resulta igualmente estéril y polvoriento, sin el menor atisbo de césped o vegetación que pudiera hacer más cómoda mi postura.


Esta podredumbre infértil y deprimente se extiende varias decenas de metros, hasta dar con algo que en la lejanía se asemejan a ruinas, mohosas, lúgubres y tan devastadas que resultan deformes. Sé que debería, aunque sólo sea por estar en el sitio más feo que he visto jamás, pero esta tétrica visión no me produce temor. Es demasiado irreal, como si estuviera en un cuadro. Pienso que si Dalí, o algún otro pintor surrealista, hubiera querido pintar la muerte, su obra se parecería a algo de esto.

“Pau”

El susurro, el primer sonido que oigo, golpea el aire como una tecla discordante de piano. Todo mi ser se tensa. Es la voz de Soo Jin.

“¡Pau!”

¡Joder, sí es él! ¡Ahora estoy seguro! Vuelvo a girar el cuello con el mayor ángulo que me permiten mis encasquillados músculos. No lo veo, no lo veo por ninguna parte. No hay ni rastro de él en ninguno de los rincones que reviso y cuánto menos lo veo, más crece mi ansiedad.

Ahora la voz de Soo Jin, suena como un letárgico solo en el que las teclas se atragantan lánguidamente.

“¡Pau!, ¿dónde estás? ¡No puedo verte!”

—¡Estoy aquí, precioso! —grito a un pleno pulmón, casi afónico—. ¡Estoy aquí! ¡Ven! ¡Yo tampoco te veo!


Pero no importa lo mucho que intente gritar porque mi voz no parece llegar hasta él. Esta vez, su voz rezuma humedad de lágrimas.

“¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué no me respondes? ¿Qué ha pasado?”

—¡Maldita...sea! —gruño yo, luchando contra mi propia impotencia—. ¡Soo Jin, te estoy diciendo que estoy aquí! ¡Estoy aquí mismo! ¡Ven! ¡Ven conmigo, por lo que más quieras!

La desolación de Soo Jin me cala hasta los huesos, como los escalofríos de una mala gripe. Su pena hiere mis oídos.

“¿Por qué no viene? ¿Acaso ya no le gusto? ¿Me ha abandonado?”

—¡No, precioso! —grito lleno de rabia hacia mí mismo—. ¡No, mi amor! ¡Claro que no! ¡Por favor, tienes que buscarme! ¡Yo jamás te abandonaría! ¡Claro que me gustas! ¡Yo... te quiero!

Pero, por mucho que patalee y le llame, lo único que me es devuelto es el eco de mi voz y el profundo desamparo de Soo Jin, cuya ligera presencia no tarda en evaporarse, como la lluvia en las aceras. Y yo, torpe y estúpido, solo puedo apretar los dientes.

Noto como el fluir de la sangre por mis venas también se va aletargando. Es como si este líquido tan vital también se hubiera espesado, contagiado de la gravedad que desprende este sitio. Tanto es así que me siento clavado a la tierra, amordazado por mi propia frustración y desesperanza. Mis recuerdos se han vuelto una sopa caótica de oportunidades desperdiciadas, de malas decisiones reprochadas. Perder a Soo Jin de una forma tan inexplicable resulta ser la gota que colma el vaso.


El hastío me embarga, se aposenta en mis hombros como una toalla mojada y turbia. No quiero nada, ya no: solo quedarme tumbada aquí, en la quietud mortuoria que me sitia.

Entonces, lo siento. Algo se acerca. Volteo la mirada para encontrar un par de pies a mi izquierda. Su forma se ve algo desdibujada, difuminada como una sombra de acuarela... pero puedo percibir su forma estilizada, casi líquida. Por la forma torneada de los gráciles tobillos, logro adivinar unas personas delgadas pero fibrosas, delicadas pero firmes que mis manos recuerdan en seguida.
Animado por esta premisa, levanto la vista para encontrarme con un cuerpo elástico y blanquecino, al igual que una cabecita recubierta por un sedoso cabello de ébano. No consigo distinguirle el rostro, que desde mi punto de vista aparece tapado por el flequillo, pero no hay duda posible: ¡Es él!

—¡Soo Jin! —susurro sin poder contener mi alivio—. ¡Soo Jin! ¡Me has encontrado!

—Así es, encanto.

Su voz retumba en mi mente como un chillido metálico, crispante y desagradable, pero el tono meloso que, a pesar de todo, desprende hace que me tranquilice al instante.

—Estaba muy preocupado — continúo—. Tenía miedo de no verte más.

Él no me contesta. Ajeno a mi regocijo, procede a tumbarse sobre mí, con las maneras calculadas y frías de un cirujano.

—Además te he oído llorar —insisto—. Me ha partido el alma no poder consolarte. Pero, ahora estás bien, ¿verdad?

Una vez más, él se dedica a ignorarme descaradamente. Se limita a tantear mi pecho con sus largos y afilados dedos, como si se concentrara en buscar algo. Su silencio parece unirse a la sobrenatural quietud en la que estamos sumergidos. Su actitud me confunde. ¿Dónde está el Soo Jin retador pero amable, caprichoso pero dulce, que ya se habría burlado tres o cuatro veces de mí? ¿De verdad se encuentra bien? Antes de que pueda preguntar algo más, él me toma de la nuca y fuerza un beso. Su lengua atraviesa mi boca como si fuera de fuego, lacerando y adormeciendo la mía.

—Ey, espera... —exijo e intento levantar el brazo para asir el suyo... pero no puedo.

Estoy completamente paralizado.

Entonces, él se incorpora ligeramente justo encima de mí. Su flequillo se levanta como un velo de sombras y me deja verlo en todo su perturbadora belleza. Este Soo Jin que está sobre mí luce unos descarnados ojos totalmente rojos que amenazan con abrasarle las cuencas oculares, mientras que el rostro de su cara se retuerce en una antinatural sonrisa sádica. Es en este momento, cuando, de un solo vistazo aprendo la abismal diferencia entre el deseo y la lujuria, entre la pasión y la crueldad. Pero yo solo puedo sentir el ritmo percutor de la sangre en mi sien.

—Tú … no eres Soo Jin... —digo entre resoplidos.

Su risa suena a graznido infantil.

—Muy perspicaz, encanto —se burla mientras se relame gustoso—. Aunque, por desgracia para ti, has tardado un poquitito de más en darte cuenta.

Agujas punzantes penetran y desgarran mi piel. Son sus uñas que han crecido de pronto han crecido hasta adentrase en mi. A continuación, baja su grotesco rostro y empieza a olisquearme como la sucia y primaria alimaña que ha resultado ser.

—Veamos, veamos —canturrea, mientras olfatea— ¿Qué tenemos hoy para cenar? Miedo...rabia... ¡Oh, qué montón de ira acumulada! ¡Y raudales de energía sexual frustrada! ¡Qué festín tan variado y delicioso! ¡Los adolescentes sois tan suculentos! ¡Con todas vuestras inseguridades y dudas! ¡Un auténtico manjar! ¡Qué suerte tengo, encanto! ¡Qué suerte tengo!

—Suél...ta...me —intento resistirme, pero esa cosa debe encontrar mis esfuerzos más entretenidos que amenazantes. Responde desgarrando mi carne con más creatividad y violencia.

Un garrampazo eléctrico me fustiga la espalda. Puedo sentirla, siento cómo mi energía bulle y se evapora por mis heridas hacia sus uñas, cómo sale de mí para entrar en él. La criatura parece deleitarse con ella. Entreabre la boca para dejarme ver su lengua puntiaguda, roja y lúbrica como un pedazo de cadáver. Entrecierra sus ojos que tintinean como brasas candentes. Yo estoy muy cansado, terriblemente cansado. No puedo más que dejarme depredar, rezando porque este calvario se acabe cuánto antes.

De pronto, cuando ya he abandonado toda esperanza, un objeto brillante cruza mi estrecho rango de visión. Raudo y certero como una flecha, impacta contra la cabeza de la criatura. Esta chilla y convulsiona de dolor. No es para menos, ya que el impacto parece haberle arrebatado parte del cuero cabelludo y haberle abrasado el resto. En ese instante, aprovecho su desconcentración para observar el poderoso artefacto que ha caído justo a mi izquierda, y aunque lo reconozco enseguida, me cuesta admitir lo que veo. Es.... ¿una chancla? El sonido de una voz tremendamente familiar termina de espabilarme.

—¡Tú! ¡Quita de ensima de mi nieto, peaso de ehcoria, si no quiereh que te lanse la otra!

Casi por instinto, sigo el sonido de la voz hasta su origen. En la lejanía, envuelta en un clamoroso haz de luz, imponente y tranquilizador a partes iguales, se encuentra la persona que menos esperaría ver en esta situación.

—¿Yaya Hortensia? —alcanzo a preguntar en mi confusión.

Pero mi abuela no parece tener tiempo para darme explicaciones. Se acerca, lente pero firme, hacia la mala bestia que me acosa, desafiándola con una mirada férrea, imbuida de autoridad. Por su parte, la criatura se tapa con los brazos para protegerse en vano de la luz que emana mi abuela, como si esta la dañara.

—¡Tú! —grazna—. ¡Cómo te atrevesssss!

—¿Qué cómo me atrevo? —contesta mi abuela sin inmutarse, enarbolando la chancla restante como si de una espada divina se tratara—. ¿Qué cómo me atrevo? ¡Cómo te atrevé tú a meterte con sangre de mi sangre y carne de mi carne! ¡Largo, so bissha! ¡No me hagá que te la tire que está llenita de amor de abuela y a ti esá cosá no te gustan ná de ná! ¡Largo! ¡Vuelve a tu ojcuro ehcondrijo! ¡Que no te vea má!

La criatura finge algo de la fortaleza pérdida, amenaza a mi abuela con algún chillido desgarrado y enseña sus garras ensangrentadas. Pero no es más que postureo. Poco a poco, va retrocediendo hasta refugiarse en las sombras, que por contraste, la energía lumínica de mi abuela ha creado. Súbitamente, mi abuela se gira, para dirigirse a mí.

—¿Se pué sabé qué hase ahí tirao como un pasmarote? ¡Tira y levanta!

—Pero, yaya —protesto—. ¡Que no me puedo mover!

—¿Cómo que no? ¿Lo há intentao acaso? ¡Venga, pon un pie detrá de otro! ¡Que te vea yo!

Todavía intrigado por la seguridad con la que me habla mi abuela, elijo seguir sus órdenes. Así, frente a todas mis dudas anteriores, como si mi yaya tuviera más poder sobre ellos que yo mismo, mis músculos deciden obedecerme al fin. En cuestión de segundos estoy de pie y absolutamente alucinado. Mientras tanto, mi abuela sigue intimidando al monstruo que me ha atacado. Con el mero fulgor de su ser y una curiosa pose en sus manos, parece inmovilizarlo.

—¡No te me quedé mirando! ¡Corre y vete por la ejcalera! —me grita.

—¿Qué escalera?

—La de caracol —concreta ella—. Detrá de ti. ¡Date prisa!

Entonces, me doy la vuelta y, efectivamente, de la nada ha aparecido una escalera de caracol ascendente que se inserta, sin mucha lógica, en el cielo ceniciento y parece llevar al infinito. Pero esta vez no paro a titubear. Me apresuro en seguir el consejo de mi abuela y corro con todas mis fuerzas hacia esa imposible construcción. Segundos más tarde, mi abuela me sigue en esta peculiar carrera hacia ninguna parte, con los gruñidos de la bestia furiosa y humillada tras de sí.

Los dos terminamos corriendo, a pesar de la falta de aire en nuestro pulmones agotados y la falta de sentido en general, hasta adentrarnos en las nubes y luego en lo que parece ser un todo negro que va consumiéndolo todo a nuestro alrededor. Pero, esta vez, puedo presentir que se trata de una negritud amiga, una negritud en la que esa cosa ya no puede alcanzarnos, en la que estamos a salvo.

Lentamente, paulatinamente, me voy sintiendo cada vez más ligero, como si todo el hastío y la apatía que me atenazaban y que me anclaban a esa tierra baldía se fuera purgando poco a poco de mí. Poco a poco, algunos tímidos destellos van apareciendo en el espectacular crepúsculo en el que aparentemente me he colado. La negritud da paso a toda una paleta de colores. Me veo acariciado por todos los matices de violetas, azules, rojos e incluso verdes, duchado por su intrínseca belleza.

Bajo nosotros, la Tierra gira como un elefante benévolo, enorme y lento, y nos saluda maternal. Es en esta contemplación, cuando, en mi pecho brota un incipiente pero desafiante atisbo de paz. Entonces, con el corazón henchido de una extraña felicidad miro a mi abuela, quien está flotando a mi lado. Ella me devuelve una mirada paternalista y compasiva que me advierte de que nuestro periplo aún no ha concluido. Todavía nos queda la etapa final. No se equívoca: segundos después estoy cayendo. Afortunadamente, ahora lo hago en mi cama.

Mis músculos sufren un pequeño espasmo al aterrizar y la realidad me despierta como un gong reverberando en todas mis neuronas. La inaguantable luz que surge de los huecos de mis persianas surgiere que estamos ya que la mañana ha dejado de ser temprana, y me obliga a refugiarme en la oscuridad de mi edredón.

Con una lentitud de caracol ortopédico, intento ponerme boca arriba lo más suavemente posible. Me voy escurriendo hacia un lado de cama, hasta deslizar un pie fuera de las sábanas. De esta forma, intento incorporarme lo más lentamente posible, pero es inútil. Da igual el cuidado con el que vaya, enseguida la habitación empieza a darme vueltas. Me paro un seco un momento y me aferro al cabecero de mi cama. Poco a poco me voy levantando. Orgulloso de mi absurdo logro, me alzo en mitad de mi cuarto, si bien uno de mis órganos internos, el estómago, no tarda en oponerse. Se sacude dentro de mí, como si él solito se hubiera dado una patada. Dejando de lado mi pésimo y resacoso sentido del equilibrio, me veo corriendo por el pasillo hacia el baño.

Menos mal que está desocupado. Así, levanto la taza del retrete y vierto una rotunda y abrasadora explosión de vómito en él. Mientras termino de purgarme, de la manera más asquerosa y humillante posible, oigo unos pasos adentrándose en la pequeña habitación. A través del rabillo del ojo, me percato de la presencia de un par de chanclas. Esta vez, las zapatillas de andar por casa no pertenecen a mi prodigiosa abuela, puesto que mi yaya jamás se pondría unas chanclas del Primark con unicornios y arco iris bordados. En mi alcoholizado aturdimiento mental, reconozco demasiado tarde a la obvia portadora de tan hortera calzado, por lo que no puedo evitar que mi hermana mayor me observe compasiva desde su recién adquirida superioridad moral.

En cuanto la miro, todavía limpiándome algo de mugre residual en la comisura de los labios, ella no pierde la ocasión de lanzarme un suspirito presuntuoso y, de regalo, una advertencia tan obvia como inservible.

—Te la vas a cargar.

Notas finales:

¡Hola otra vez!

Ante todo quería disculparme por mi respuesta a una review la semana pasada. Siempre me hace mucha ilusión que me escriban reviews, pero de lo contenta que me pongo, muchas veces, cuando tengo que responder me pongo un poco nerviosa y puedo terminar haciendo estupideces. 

En el caso de la semana anterior, respondí a la review desde mi móvil y un emoticono que servía para ver que parte de la respuesta iba de buen rollo, me salía así: ??? Entonces, intenté arreglarlo con una respuesta más seria y fue peor porque salieron las dos. Ahora en serio: ??? 

En fin, menuda vergüenza. Lo siento mucho. De verdad que aprecio mucho cualquier palabra que venga de ustedes, así que siento si mis respuestas no están a la altura, pero es que una es así de "especial".

 

En cuanto al capítulo, soy consciente de que es un giro muy raro, pero realmente no lo voy a aclarar porque tiene que ver con la explicación de cómo es que Soo Jin y Pau se reúnen de esa forma, dónde se encuentran realmente, etc. Prefiero que las cosas se vayan aclarando poco a poco. Tampoco le he puesto canción porque... no creo que haya ninguna canción de BTS ni de ningún grupo que pegue con esto... supongo... 

 

En fin, muchísimas gracias por el apoyo que le están dando al fic. Gracias por su amabilidad y paciencia. 

Nos vemos la próxima vez (que nuevamente puede ser la semana que viene o dentro de un mes, juro que no lo sé) y les deseo que hasta entonces, estén muy bien. 

Un saludo! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).