Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Después de dormirse y llegar tarde a clase, el día de Pau no para de empeorar. Menos mal que siempre le queda pensar en su sueño para alegrarse. 

Con la lentitud furtiva de un intruso, empujo la puerta del instituto, cuyo muelle se resiste ante mí. Al otro lado del pasillo, encerrado en el claustrofóbico cubículo que comparte con la fotocopiadora, el conserje me dedica una mirada socarrona por encima del periódico que está leyendo. Y más allá de él, un mar de pasillos relucientes y vacíos se extiende ante mí. No es para menos. Estamos a mitad de la segunda hora y yo no debería estar allí.

Saludo tímidamente al conserje, en un intento por contar con su complicidad muda y desinteresada. Lógicamente, el intento choca contra el duro suelo de la realidad antes de alzar el vuelo. No puedo decir que no lo viera venir.

—On creus que vas, nen?— me dice él sin despegar la vista de la sección de deportes—. Tens justificant dels teus pares?(¿Dónde crees que vas, chaval? ¿Tienes justificante de tus padres?)

—Emm noooooooooo— me limitó a admitir.

En ese momento, el señor conserje se digna a mirarme a la cara, con una expresión que abarca desde la compasión, el sarcasmo y la condescendencia.

—Doncs, ja saps, a l'aula de càstig... (Pues, ya sabes, al aula de castigo.)

Cuenta la leyenda, una de esas supuestas verdades que los mayores nos contaban en el albor de nuestra pubertad, que el aula de castigo en tiempos fue un anexo de la biblioteca del pabellón principal. ¿O era una biblioteca que se había quedado pequeña y la cambiaron por una nueva y más moderna? Da igual, los mayores no se pusieron de acuerdo en su afán por mantener el misterio y una posición de autoridad que su sola veteranía y mayor altura debían de otorgarles. El caso es que es que fue un aula que se quedó de pronto sin función, y el centro, en su idea de aprovechar todos los espacios en la medida de lo posible, decidió utilizarla para concentrar a todos los rezagados y castigados.

En resumen, sirve para contener a todos los que, por una razón o por otra, no podemos dar por saco en clase pero tampoco nos pueden dejar vagar por los pasillos. Convenientemente, el aula de castigo está enfrente de Jefatura de Estudios, y resulta ser, para más señas, un aula cerrada sin ventanas, iluminada por unos focos lúgubres que parpadean como en una peli de terror mala, con un deprimente olor a papel mohoso y a humanidad descompuesta. Es casi como mi versión personal del purgatorio.

El conserje me acompaña por el pasillo, como si creyera que pudiera perderme o intentar escaparme en un espacio tan mínimo. Como si fuera un niño de parvulitos hipertrofiado que le saca varias cabezas...La puerta se abre con un indiscreto chirrido que también parece sacada de una película de terror. Al fondo de la sala, la novia de Frankenstein levanta la vista de su ordenador para observarme con hastío. Como cabría esperar de un aula de castigo que se precie, siempre hay un profesor de guardia en ella, no vaya a ser que nos dé por quemarnos los unos a los otros sin la supervisión de un adulto. Concretamente, hoy la invitada de honor es una profe joven interina, que debe de estar en su primer o segundo año de trabajo y que, dado su límpido cutis, no debe de superar los treinta. El arco que dibujan sus cejas bien depiladas me recibe como un insulto desde la lejanía.

—Aquí et porto un altre (Aquí te traigo otro)— anuncia el conserje.

—Moltes gràcies, Jusep (Muchas gracias, Jusep)— responde ella con su enérgica voz de pito, para después pasarme un trozo de papel—. Sentat i escriu el teu nom i la teva classe en aquest formulari. (Siéntate y escribe tu nombre y tu clase en este formulario).

Cuando me doy la vuelta, tras cumplir ese vergonzoso ritual, una mano amiga se alza por encima de las cordilleras de mesas. Y yo reconozco al dueño de ese mano en cuestión de milisegundos: El reloj que lleva en la muñeca izquierda, el mismo que le regalé cuando tenía diez años y no sé cómo sobrevive todavía delata a ese chico de nariz aguileña, algo delgado pero muy alto, con el pelo de pincho castaño oscuro cubierto por su gorra favorita del Barça. Es el Jaume, Jaume Martorell, el único e indiscutible: mi mejor amigo desde 1º de Primaria, mi compañero favorito de Taekwondo y el puto amo. Me acerco a sentarme a su lado. Él me recibe con la palma abierta y anhelante que yo abrazo con la mía en un ostentoso y varonil apretón.

—¡Pero si es el Pau! -exclama él—. ¿Qué has hecho esta vez, nen?

—¡Chist!— bufa la profe sustituta desde su mesa. Me doy prisa en sentarme lo más silenciosamente posible para aplacar su ira.

—Me he vuelto a dormir—. le comento entre susurros.

—¡Joer, tío! —rié él—. Ya te vale. Estás últimamente que no das una.

—¿Ah sí? —tercio yo—. ¿Y tú porqué estas aquí? ¿Eh, listo? ¿Por ser un ejemplo para el resto de alumnos?

—Pues casi, casi —explica él pretencioso—. Un ejemplo de resistencia pasiva, nen. No me quité la gorra del Barça en la clase del Cassany.

—¿Qué dices, loco?  —río yo—. Pero si ya sabes que es del Espayol de toda la vida...

—Ya ves, me gusta vivir al límite —continúa él—. Le digo: “Si quiere imparcialidad, Don Cassany, ¿Por qué en vez de debatir de Platón y Aristóteles, hablamos de qué equipo de Cataluña se ha llevado más copas y más Champions? ¡Pues que se puso tó loco, el tío! ¡Te lo puedes creer!

—Me lo creo, me lo creo—. le aseguro yo.

—¡A CALLAR!— insiste la pobre profesora en un vano intento de impartir una autoridad que no ha conseguido todavía.- ¡SI TANTO OS ABURRÍS, YA OS BUSCARÉ YO ALGO QUE HACER! ¡¡Y HABER SI DECIMOS MENOS TONTERÍAS QUE DON CASSANY TE HA ECHADO POR LLEVAR GORRA EN CLASE Y PUNTO!!

Jaume y yo nos esforzamos por no descojonarnos cuando la voz delicada y aguda de la joven se desgañita al llegar a las notas más altas de la supuesta bronca, aunque por la forma en la que su ceño se aprieta al mirarnos, diría que hemos sido muy obvios.

—Total —prosigue Jaume—. Que como fue casi en el descanso también me he perdido Lengua.

—Bah —le tranquilizo yo—. Pero esa se te da bien, como todas las de Humanidades, cabrón.

—¡Pues, claro! ¡Ya lo sabes! —replica él, haciéndose el interesante—. No en vano me llamo, Jaume Martorell...

Y es que Jaume lleva desde quinto de Primaria presumiendo por compartir apellido con el autor del Tirant lo Blac, Joanot Martorell. Según las teorías de su cabeza, esa mera coincidencia le ha destinado a sobresalir en Lengua y Literatura. En realidad, lo que ocurre es que, como él admite de cuando en cuando, su nombre sólo es un truco memorístico de primera.

—Aunque este año el inglés me está dando más por culo que de normal...- matiza—. Menos mal que ayer me dio tiempo a darle las frase de rephrasing de recuperación a la Cris. Hoy no habría podido.

Una vez más en lo que llevamos de día, vuelvo a notar un incomodo cosquilleo bajo la planta de mis pies, el mismo que me avisa de otro abismo abriéndose ante mí.

—NO ME JODAS QUE LA FECHA LÍMITE ERA HOY— grito.

—¡¡CHISTTTTT!!— insiste la profesora de guardia.

—Pues, claro, tío —se sorprende él—. Lo dijo como hace un mes... ¿No se te habrá olvidado hacerlos, verdad? Que si sigues suspendido, el Sabon (instructor de Taekwondo) te va a crujir....

Pero yo sigo demasiado encerrado en mi infierno personal como para responder algo coherente. Me paso las manos frenéticamente por el mismo tupé de medio lado que tanto tiempo me ha llevado peinar esta mañana.

—¡Joder, joder, joder!— murmuro.

—Bueno, no pasa nada —intenta calmarme Jaume—. Yo te ayudo a hacerlos. Vamos si eso a hablar luego con la Cristina, que seguro que te deja traerlos mañana.

—¡Gracias, nen! —le digo—. Eres un amigo.

De pronto, mi amigo deja de forzar una sonrisa de futurible esperanza, y sus ojos adquieren un brillo tan turbio como reconocible.

—Hablando de cosas más bonitas —comenta él—, La Sandra no ha dejado de mirarte desde que has llegado, so desgraciado...


Ahora que lo menciona, la nuca llevaba aguijoneándome un rato. Sin darme cuenta ya me he girado para encontrarme con la chica en cuestión comiéndome con los ojos mientras juguetea con su bolígrafo. Sandra es la tía buena oficial de nuestro curso desde que en sexto de Primaria le salieran los pechos antes que a las demás. No negaré que está buena para el gusto de la mayoría de los tíos. Tiene una abundante melena castaña y lisa que le llega por los omoplatos y que suele llevar peinada de medio lado, a la moda. La forma de sus labios parece sacada de un anuncio de Max Factor y, como si ella misma fuera consciente de ese hecho, los remarca con abundante maquillaje. Pero lo que realmente hace que chicos como Jaume se giren al verla pasar, es la generosidad de sus formas que no ha dejado de aumentar y florecer desde aquella tierna mañana de pubertad en la que la camiseta de gimnasia se le quedó demasiada pequeña. Luego, está la actitud. Sandra SABE que está buena y va paseando esa certeza por los pasillos del insti como quien pasea una corona o unos vaqueros demasiado apretados. A decir verdad, yo mismo me dio cuenta de que en realidad hay chicas bastante más monas en nuestro instituto, pero Sandra es la tía buena oficial. Decir que no es tu tipo es casi una herejía. En mi caso, esto no podría ser más cierto. No solo la chica no me pone para nada, es que no me pone en lo absoluto... por ser mujer.

—¡Pero no mires, imbécil!— me apremia él.

Obedeciendo a mi colega, me vuelvo a girar en un torpe ademán para fingir una vuelta a la normalidad.

—¿Verdad que cada día está más tremenda la pava esa? —babea Jaume—. Adivina quién ha conseguido invitarla a su cumpleaños.

—¡Lionel Messi!— digo yo sin parpadear.

—Ja,muy bueno, nen—. se queja Jaume—. ¡Yo, joder!

—¡Ya lo sé, crack! —le contesto a la par que choco puños con él.

—Lo he hecho por ti, para que tengáis el ambiente apropiado —señala— ¡A por ella, tigre!

Un escalofrío recorre mi espalda. Estaba rezando por que la conversación no derivara en esto.

—¡Qué dices! ¿Yo y la Sandra? —repongo incómodo—. Pero si no pegamos ni con cola. Oye, a lo mejor te está mirando a ti...

—Joder, debes ser el único pavo preocupado por su compatibilidad con la Sandra... Y no te digo que no me gustaría que esa tía me mirara a mi, pero, por mucha rabia que me dé... Me temo que mi sentido arácnido nunca se equivoca. ¡Así que no me falles, aprovecha la oportunidad que te he dado y a por ella!

—¡¡SE ACABÓ!! ¡¡VAIS AL JEFE DE ESTUDIOS!!

—¡Perdón, perdón, perdón! —implora Jaume histriónico.

Yo, por mi parte, no puedo evitar mirar de reojo hacia la mesa de Sandra quien se ríe de la situación con sus amigas. La forma lúbrica que tienen sus ojos de coincidir con los míos me vuelve a horrorizar. Y, sí, estoy enterado: la culpa de todo esto la tengo yo. Debería decir que no me gustan las tías. Debería ser sincero, yo que puedo, que vivo en un país europeo donde los gays pueden casarse desde hace más de diez años, en vez de ser lapidados por el mero hecho de serlo. Pero ni España es un país siempre tan progresista como querría creerse ni me es tan fácil como parece. Yo ya formo parte de los raros: soy el charnego.

Que mi padre naciera y viviera en Andalucía gran parte de su vida antes de venirse aquí y casarse con mi madre ya me hace lo bastante exótico para destacar en el ambiente catalanista y elitista de este instituto de pijos barceloneses. Gracias a gente como Jaume y a que en Barcelona, al final del día, cada uno somos hijos de nuestro padre y de nuestra madre, he podido vivir con relativa tranquilidad. Y eso es algo que aprecio demasiado como para perderlo así como así. Me duele mentir a mi mejor amigo, me duele tener en vilo a una chica, no poder hablar con mi familia sobre el tema con naturalidad, sobre todo porque en el fondo sé que lo aceptarían, pero mi vida ya es demasiado complicada. Tal vez sea por eso que sueño lo que sueño...

—¡Buenos días, Cristina! —saludo con mi mejor sonrisa—. ¿Cómo está la profe de inglés más guapa que conozco?

Ante mis piropos, el corazón de mi profesora no se ablanda ni un poco. Aprieta con más fuerza la pila de ejercicios que ciñe contra su pecho e inspira, como si quisiera cargarse de paciencia, mientras me dedica una expresión tan tensa como su oscura cola de caballo.

—No— responde.

—¿Qué? ¡Pero si todavía no le he dicho nada! ¿A qué viene eso?

—¿No? —pregunto desconcertado— ¿No a qué?

—¿Crees que soy tan tonta que sé lo que quieres? No me has entregado los ejercicios de recuperación y eso que los di hace semanas. Te recalqué que eran para hoy, que era condición imprescindible para ir al examen de recuperación. Y tal como me lo vi venir, no los tienes. Seguro que los dejaste olvidados en algún rincón de tu cuarto, impolutos.

—¡Noooo! —miento— ¡Qué dices! ¡Si los he hecho! ¡Te juro que los tengo, vamos, encima de la mesa de mi cuarto! ¡Pero porque los he estado haciendo! Y hoy, como me he dormido, no me he acordado de meterlos en la mochila. ¡Mañana te los traigo sin falta!

—No— repite Cristina.

—¿Pero por qué? —me indigno—. ¡Te estoy diciendo que están hechos! ¿Qué más te da un día más o un día menos?

—No te los voy a aceptar —argumenta ella, impasible—. Para empezar, sería muy injusto para tus compañeros que han tenido menos tiempo; luego, estando en segundo de Bachillerato, deberías ser capaz de revisar que llevas el material la noche de antes, y por último... Te conozco desde hace más de un curso, Pau, y no me la das. Ni de coña has hecho los ejercicios...

—Touché... Bueno, habrá que tocar otras cuerdas del corazón...Pongo la cara de pena más conmovedora y adorable que me sale.

—Mira, Cris —comento con la voz quebrada—. Si no recupero la primera evaluación, Jordi no me dejará entrenar.

Las cejas de mi profesora parecen relajarse levemente.

—Vaya —se lamenta ella—. Con lo mucho que te gustan las artes marciales...

¡Sí! ¡Está surtiendo efecto! ¡Lo sabía! ¡Sabía que no podría resistirse a mis encantos! ¡Soy el mejor!

Entonces, cuando ya me siento victorioso, Cristina vuelve a esgrimir una sonrisa irónica.

—Pues es una auténtica pena, pero haber estudiado...

—¿Qué? ¿No me vas a dar una mísera oportunidad?— insisto agraviado.

—¿Oportunidad? —se ofende ella— ¡Has tenido miles! Lo siento, Pau, pero no es mi problema. Mi problema es llevar a Selectividad a alumnos que sepan hacer el rephrasing. ¡Que son tres puntos del examen! Y si solo fuera el rephrasing... porque ni la redacción, ni la comprensión, ni nada... No, ya te he dado mucho más margen que a los demás y has demostrado no haberlo merecido. ¿Quieres aprobar? ¡ESTUDIA!

Y, entonces se da la vuelta y se larga, así sin más, dejándome con la palabra en la boca. De pronto, noto un exceso de energía a punto de explotar en mi puño. No recuerdo el momento en el que golpeo la taquilla, solo noto mis nudillos crujir dolor al impactar contra la superficie de metal. Varias personas se sobresaltan por el ruido, y algunas llegan incluso a mantener cierta distancia de seguridad al pasar por mi lado. No les culpo, yo mismo me siento arder de irritación. El día no podría ir peor, pero me equívoco.

—Què passa, espanyolet? (¿Qué pasa españolito?) ¿L'has tornats a cagar? És clar, el cervell no us dóna per aprendre altres idiomes... (¿La has vuelto a cagar. Claro, el cerebro no os da para aprender otros idiomas.)

Esa voz se me hace innecesariamente familiar. Es el cabrón de Oriol, rodeado de sus hienas lameculos, el mismo Oriol que lleva tocándome los huevos desde Preescolar con el temita de siempre. Respiro hondo antes de volverme hacia él.

—Ostres, si és el Oriol. Fixa't que a tu no et cal ser espanyol per ser idiota. El ers per naturalesa … (Anda, si es Oriol. Fíjate que a ti no te hace falta ser español para ser idiota. Lo eres por naturaleza.)

—Jo vaig a la universitat, no com tu. (Yo voy a ir a la universidad, no como tú) —se defiende—. Els fracassats espanyolets i estrangers de merda com tu només valen per netejar el terra de la gent com jo … (Los fracasados como tú sólo valéis para limpiar el suelo de la gente como yo).

—A sobre de gilipolles, sord … (Encima de gilipollas, sordo) —replico orgulloso—. En què t'estic parlant? ¿En basc? Sóc tan català com tu, imbècil. He nascut aquí i he viscut aquí tota la puta vida...(¿En qué te estoy hablando? ¿En euskera? Soy tan catalán como tú, idiota. Nací aquí y he vivido aquí toda la puta vida …)

—Ah sí? —se burla—. Digues-li al teu pare, charnego de merda... (¿Ah sí? Díselo a tu padre, charnego de mierda.)

Charnego, la palabra mágica....Ahora el exceso de energía es mayor y se extiende por todo el cuerpo, quemándome las neuronas. No puedo pensar con claridad cuando se menta a mi padre. ¡Soy así! ¡Qué le vamos a hacer! Soy así, especialmente cuando los gilipollas que todo lo saben, intentan demostrarlo y sueltan mierdas sobre los vagos de los andaluces en mi presencia...

Y hablan, así, tan tranquilos, sobre el mismo hombre que se vino a Barna con una mano delante y otra detrás, que estando lejos de su tierra y su familia se sacó la Ingienería mientras trabajaba y aún le daba para mandarle dinero a mis abuelos. Ese es el andaluz vago de mierda, según esa chusma, el mismo hombre que veo dejarse la piel en su despacho hasta las tantas de la noche, todos los días de la semana. Digo yo que alguien debería partirle la puta boca a esa gente, no vaya a ser que se les ocurra seguir hablando. Yo estoy más que dispuesto para tal cometido.

Cuando me quiero dar cuenta, mi puño ha reventado el labio inferior de Oriol y está salpicado con su sangre. El muy idiota se queda boqueando de rabia y sorpresa unos segundos, tumbado sobre las taquillas, mientras uno de sus amigos intenta darme lo que a mi se me antoja un insulto para las patadas.

La evito sin problemas, con un juego de piernas, y aprovecho la inercia del giro para golpearle la espalda con algo que sí se puede llamar patada. El pobre desgraciado se da de bruces contra el suelo. El siguiente secuaz se acerca para atacarme con la cara estúpidamente por delante, ofreciéndomela como un objetivo fácil. Y ahí va: otro con el pómulo hecho mierda... En cuanto, al amiguito que le quedaba al Oriol, este se ha ido por piernas hace rato. Debe ser el listo de la pandilla... Pero Oriol parece haberse recuperado y está listo para contraatacar. Muy bien, aquí te espero, campeón.

Con los pies bien anclados en el suelo, tomo velocidad con las caderas y me voy girando hacia él, con la mano dispuesta para partirle la mejilla. No entiendo lo que he hecho hasta que veo a un señor de mediana edad tirado en el suelo, mirándome con cara de bulldog rabioso. En lo que respecta a mi adversario, este ha conseguido esquivar el golpe de milagro y ahora me devuelve una sonrisa de triunfo fortuito casi tan estúpida como él mismo. Vuelvo a ensayar mi mejor sonrisa, aunque sé perfectamente lo poco que va a servirme.

—¡Senyor cap d'estudis! Com està vostè? (¡Señor Jefe de estudios! ¿Cómo está usted?)

 

El choque de las suelas de mis deportivas reverberan contra el suelo de piedra de la entrada. Mientras mis pulmones resistiéndose a soltar lo poco que me queda de aliento, esta seguirá siendo una prolongación de un día plagado de carreras.

Mi error fue enfrascarme en la pelea sin percatarme que Don Ramón, nuestro Jefe de estudios, volvía a su despacho justamente por la zona de taquillas en la que nos encontrábamos. Si hubiera tenido más en cuenta el entorno, no habría terminado viendo el despacho de Don Ramón por dentro, ni habría disfrutado de una numerosas y amenas charlas impartidas por el propio Jefe de Estudios, la orientadora, el director, mi profesora tutora Cristina; con llamada a mis padres incluida. Por supuesto, a Oriol sólo le bastó ponerle ojitos a Don Ramón y a los profesores, culparme a mí de todo y sacar a colación las generosas aportaciones de su padre a la APA para librarse. Eso no me enfada: sé exactamente qué tipo de rata inmunda es ese tipejo. Incluso mejor que su propia madre. Lo que me cabrea es que el resto le creyera. Si he de ser justos la tremenda paliza que le he pegado a su grupito me deja en mal lugar. A vista de un adulto, yo he causado muchos más destrozos que él, pero nadie se ha molestado en preguntarme cuáles han sido los daños que he sufrido yo. Nadie me ha preguntado mi versión.

Y esa es la razón por la que vuelvo a llegar tarde. Cuando el Jefe de Estudios decidió dejarme ir, ya era demasiado tarde para ir a casa a por la bolsa de deporte con mis cosas de Taekwondo y comer con tranquilidad antes de ir al gimnasio. Así que, terminé comiéndome un bocadillo en el metro, y corriendo, corriendo por mi vida. Porque eso es precisamente el Taekwondo: vida; y eso es lo que respiro con cada bocanada de aire, cuando abro sin detenerme la puerta del vestuario, con la bolsa de deporte bamboleándose en mi cadera. Con esa convicción en la cabeza, me cambio a todo prisa, procurando no tropezarme con mi propia ropa y ejecuto mi spring final hacia el Dojang (sala donde se practica Taekwondo). Los rudos gritos de los otros estudiantes al soltar la energía en cada golpe me anima en este último impulso a la meta.

 

—¡Ñuñez! ¡Llegas tarde!— ruge mi Sabon, sin apenas mirarme a la cara.

Así es, Jordi no es un ningún dechado de delicadeza y diplomacia. Es un tipo franco y pragmático, que dice las verdades a la cara por mucho que duelan, sabedor de que una hostia tiempo quita muchas tonterías de la cabeza, y así es como quiere que sean sus alumnos: Gente sensata, con las cosas claras y con buenas piernas. Todos sabemos lo importante que es tener los pies bien anclados a la Tierra, tanto en el Taekwondo como en la vida.

Por desgracia, y aunque esa sinceridad sin anestesia suele ser el rasgo que más admiro de él, ahora tengo la piel demasiado sensible como para que me vuelvan a zarandear.

—¿En serio, Jordi? —replico con un tono amargo y burlón—. No me había dado cuenta.

En ese preciso instante, mi entrenador levanta el mentón y me clava sus ojos color miel encendidos como brasas. No le hace falta levantar la voz para acojonarme. Le bastan su autoridad y una musculatura tejida a lo largo de décadas de entrenamiento.

—Ven aquí, chaval, que vamos a hablar— me ordena.

Jaume, quién ya estaba en la sala, intercede por mi.

—No se lo tengas en cuenta, Sabom-nim. Ha tenido un día complicado.

Ahora, es Jaume el que recibe la llama de la famosa “mirada de tigre” de Jordi.

—Me parece muy bien, Martorell, pero aquí también aprendemos a respetar.

Aquella respuesta acalló a Jaume, que se traga sus palabras y vuelve a su fila.

—¡Escuchad: práctica de ap sogui (posición de ataque) y bom sogui( posición de gato) hasta que vuelva!

Casi puedo oír como todos mis compañeros reprimen un grito ahogado de frustración. Alguno de ellos debe de estar odiándome ahora mismo. Me voy acercando a mi Sabon que me espera impertérrito y de brazos cruzados.

—Me ha dicho un pajarito que has vuelto a suspender— comienza mi entrenador.

Sus palabras resuenan como un golpe seco en mi cabeza. ¿Qué tiene que ver eso con nada? ¿ Y cómo demonios se ha enterado tan pronto?

—Pues— titubeo torpemente, incapaz de mentir de puro aturdimiento.- Sí, así es.

Jordi chasquea la lengua mientras se rasca la nuca cubierta de cabellos de un castaño nuestro muy cortados al dos.

—Mira, sé que te será difícil entenderlo en estos momentos, pero los estudios son la prioridad, no el Taekwondo. Ya sabes que te aprecio y, por mi ,encantado de que vengas a entrenar...

Ahora es que cuando viene un “pero”, ¿verdad?

—Pero no puedo dejar que tires tu futuro por la borda por el Taekwondo. Primero tienes que demostrarme que puedes compatibilizarlo todo. Si no, tendrás que dejarlo y centrarte en lo primordial.

¿Dejar el Taekwondo? La solo idea me paraliza el pecho. No, imposible, me niego. Una vida sin Taekwondo no es vida. Todo menos eso. Ya lo sé: la culpa es mía. Nunca me ha costado estudiar y he vivido de rentas durante toda la Secundaria, pero sé sin riesgo de duda que quitarme lo que me hace levantarme de la cama por las mañanas, no me va ayudar a centrarme de pronto. Me quitará el aire.

—No, Jordi, digo Sabon-nim —le interrumpo con firmeza—. El Taekwondo es mi futuro. Ya sabes que quiero dedicarme a él.


Jordi me contempla con esa misma mezcla de compasión y sarcasmo con la que, de un tiempo a esta parte, más y más adultos me miran.

—Y a mí me parece estupendo, chaval, de verdad que sí— repone él con voz melancólica—. Pero, tal y como está el panorama hoy en día... No te voy a mentir, lo tienes crudo. Ni te imaginas cuántos gimnasios han cerrado por la crisis estos años. Un chico joven como tú necesita un colchón y eso es una formación. Termina el Bachillerato, sácate un título de lo que sea... en la Universidad, un Grado Superior... lo que quieras, pero sácatelo. Cuando lo hagas, entonces podrás hacer lo que quieras, pero si no puedes conseguir eso, mientras sigues con el Taekwondo, entonces, sintiéndolo mucho tendrás que dejar de venir.

Respiro hondo, intentando controlar la rabia que sube por el espinazo como una picajosa corriente eléctrica. Empiezo a moverme, haciendo ademanes con las muñecas y cambiando el peso de pie. No sé cómo será mi cara, pero debo de ser un poema. Eso explicaría la de Jordi. Se estira las mejillas y el mentón con la mano derecha en un gesto reflexivo y cansado antes de volver a intentar convencerme.

—Mira, hagamos una cosa: Tú recupérate, aprueba el curso y la Selectividad, y no habrá problemas, pero si sigues flaqueando tendré que pararte los pies. ¿De acuerdo? —me ofrece la mano—. Este es un pacto entre caballeros.

Yo le devuelvo el saludo y él me aprieta, haciéndome el daño justo.

—Mi padre me está dando la paliza con que haga una ingeniería. Yo paso— confieso.

A veces, si quieres que el resto te escuche, tienes que demostrarles las cosas con actos, no con palabras.- me aconseja.- Eso implica controlar tu vida y tus emociones, y eso va por la salida de tono de antes...

—Perdona, Sabom-nim— me disculpo algo avergonzado por la distancia que existe entre mi pataleta infantil y la respuesta mesurada y madura de Jordi—. Es que he tenido un día de mierda...

—Te repito que no es excusa —reitera Jordi—. Un buen luchador tiene que estar por encima de las circunstancias y ser respetuoso y sereno siempre—. Tras este discursito zen, Jordi apoya una de sus manos grandes y huesudas, acostumbradas a dar golpes en el hombro—. Ahora, ve a darte caña. ¡Escuchadme! ¡Práctica de chagui (patadas)!.

Mis compañeros braman para celebrar la nueva orden. Ahora empieza lo bueno.

Ey, damas y caballeros. Si están listos, comenzaré.
A diferencia de otros chicos, tengo estilo. Mi estilo.

Diligentemente, me pongo a la fila aguardando mi turno, con impaciencia imposible de disimular. Todo el cuerpo me arde, pues almacena una energía que solo puedo liberar aquí y ahora. Jaume salta justo delante de mí. Su patada es limpia y tiene una altura decente. Cae, a continuación, con equilibrio y una cierta elegancia, tras lo cual se gira para desafiarme con una expresión chulesca.

No me impresiona, ni siquiera esa bonita demostración puede compararse a lo que voy a hacer yo. Puede que Jaume tenga una mejor media gracias a su Bachillerato de Humanidades, pero aquí, en el dojang, el puto amo soy yo. Porque nadie ha entrenado más y punto. Con la astucia espontánea que dan años de repetición, preparo mi postura para tomar inercia.

Trabajé toda la noche, todos los días, mientras tú bebías en el club.
Sí, no estés sorprendido y escucha cada día. 

Uso la fuerza explosiva de mis piernas para impulsarme y volar. El objetivo al que apunta mi pie, directo como una bala, parece a punto de reventarse del golpe. La vibración del impacto recorre efervescente mi pierna. Con él, toda esa energía sobrante que me estaba quemando por dentro sale a borbotones. El alivio es instantáneo, aún cuanto todavía estoy cayendo de pie, sabiéndome invencible y diestro como un felino. Joder, yo vivo por estos momentos.

Tengo el sentimiento, el sentimiento de que estoy ¡cansado!

Después de la ronda de patadas, Jordi nos pone por parejas para un entrenamiento de Kyorugi o combate. Tal vez sea porque mi Sabom sabe que hoy necesito que me cuiden o porque de pronto mi suerte ha cambiado, pero me toca con Jaume. En cuanto nos ponemos delante, él me vuelve a poner esa cara de gallito que tan bien conozco. Significa que las hostias que van a venir a continuación van a ser legendarias. ¡Sí, joder, sin contenerse!

De esta forma, Jaume empieza su ataque con un clásico barrido de pies que yo intercedo sin problemas. ¿Tengo que recordarle a mi amigo con quién está tratando? Aprovecho el pie levantado para impulsarme en una patada baja que ataca su flanco izquierdo.

 Cansado, cansado, cansado.

El olor a sudor en nuestro estudio.

Mira, mis ruidosos pasos responden.

No pasa nada, Jaume recibe el daño lo mejor que puede y se prepara para contraatacar con un movimiento de puño directo que me roza el hombro. Desde luego, Jaume ofrece mucha más pelea que Oriol. Es un gustazo que tu componente no se comporte como un saco de arena. Me dispongo a responder, dibujando la imagen de este capullo xenófobo y catalanista en mis recuerdos, junto con la de Cristina, el Jefe de Estudios. Gracias a esta pequeña fantasía, puedo responderles como se merecen.

Todos vosotros sois tan débiles, perdedores, llorones e idiotas
No tenéis nada que hacer conmigo porque estoy cansado con esperanza

Le asustó a Jaume una patada a la cabeza que no ve venir. A penas llega a protegerse con los brazos ¡Tres puntos, colega!

Está bien, estamos cansados de la cabeza hasta los pies
Estamos cansados de trabajar la mitad de nuestros días
Vivimos cansados en nuestros estudios, nuestra juventud podría pudrirse
Pero gracias a eso, seguimos hacia el éxito
Chicas, gritad fuerte, dejad que suene

-¡Tío! -se queja Jaume cuando se levanta del suelo.- ¡No te sobres!

-¿Estás bien, nen?- me burlo yo, mientras me coloco nuevamente en una postura de vigilancia- ¿O preferirías que fuera más delicado?

Jaume se limpia las babas que han salido disparadas de su boca entre risas.

-Ya te vale, cabrón.

A diferencia de otros chicos,

no quiero decir que sí,

no quiero decir que sí.

Mi amigo se levanta rápidamente y me ataca con el reverso del puño. Yo me protejo con un barrido de pies, que casi consigue tambalearle y utilizo la velocidad del giro para propinarle otra patada en el pecho.

Haz un poco de ruido, toda la noche,
hasta que tu cuerpo se encienda,
toda la noche, toda la noche.
Porque tenemos fuego. ¡Más alto!
Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo.

Por desgracia para él, Jaume está demasiado ocupado intentando mantener el equilibrio como para deternerme. El tiempo de la ronda termina y mi victoria es indiscutible.

¡Es cansado!

Jaume y yo nos damos un amistoso apretón de manos, pese al cual puedo percibir un mohín de disgusto en su rostro antes tan exultante. Sé que le fastidia, precisamente porque hemos sido amigos y rivales muchos años, pero no estoy dispuesto a ceder mi trono tan fácilmente. Este es mi territorio. Tanto es así que cuando Jaume y el resto se van tras la hora acordada, yo me quedo a entrenar las técnicas de puñetazo con los sacos de arena. Después de la torpeza de esta mañana me ha quedado claro que me hace falta más precisión. Además, por muy sorprendente que resulte, no, todavía no he soltado toda la furia que tengo dentro.

Rechazar al rechazo. Siempre fui demasiado.
Todos, seguidme.
¡Es cansado!

Entonces, en la intimidad de la sala semiabandonada, como si de un ritual purgativo se tratase, todas las frustraciones de mi vida vuelven a aflorar en mi memoria, como toxinas que abandonan mi cuerpo eliminadas por los poros en forma de sudor. Este es el único de momento que tengo de comunión conmigo mismo en una vida que parece dirigida por los demás. Mis profesores, mi Sadom, mis padres... Todos tienen una opinión sobre lo que debería hacer los próximos años. Y, sin embargo, cuando me armo de valor para compartir lo que realmente deseo, empiezan a tratarme como un niñato idiota que no sabe de qué va la vida. Me dan risa. Se pasan el día hablando cuando no escuchan a nadie. ¿Realmente son tan maduros? ¿En serio creen que conocen tan bien cómo es mi mundo?

¿Por qué nos matan antes de poder intentarlo?

Enemigo, enemigo, enemigo


¿Por qué estás inclinando tu cabeza y aceptándolo ya?

Energía, energía, energía

Ni siquiera me escuchan, si lo hicieran sabrían que no tienen que preocuparse por mí, que yo ya tengo metas. Seré Sabom-nim, competiré por todo el mundo y enseñaré Taekwondo a los críos del barrio, para que aprendan a defenderse de los matones, como Jordi hizo conmigo. Ese soy yo. Ese es Pau Ñuñez Riquer. Espero que algún día quieran conocerlo.

Nunca te des por vencido, sabes que no estás solo.
Nuestro amanecer es más hermoso que el día.
Así puedo obtener un poco de esperanza, sí
Despierta tu dormida juventud, ve.

De pronto, cuando estoy a punto de colocar un golpe maestro, la voz de mi maestro me sorprende.

-Pau, ¿Aún sigues aquí?-pregunta sinceramente intrigado.- ¿Qué pasa, colega, que no tienes casa?

-¡Claro que la tengo, hombre!- río mientras me aprieto los guantes.- Es que tenía ganas de quedarme a dar un par de golpes.

Los ojos de tigre de Jordi se abren como platos.

-¿Un par de golpes, dices?- exclama.- Son las ocho y media de la noche. ¡Ya estaba cerrando! ¡¡Llevas aquí horas!! ¡Anda! ¡Vete a tu casa antes de que te lesiones o tus padres me acusen de haberte secuestrado!

 

El aire frío por nocturno e invernal me provoca cosquilleos en la nariz. Exhaló relajado, mientras termino de subir por las escaleras del metro. Dios, ha sido un día de mierda. Absolutamente. Pero ya me da igual. Ahora, estoy vacío por dentro. Tengo paz en mi, una vana y, hasta cierto punto, ilusoria esperanza de que mañana será distinto... y a él.

Pelo como sensual terciopelo oscuro, labios mojados y sabrosos como frutas del bosque, ojos como agujeros negros delineados con un pincel maestro, piel como la porcelana, curvas desafiantes como un circuito de Fórmula 1, risa como una cascada de cristal...

Mi precioso amante onírico. ¿Volveré a tenerte en mis brazos cuando cierre los ojos? La sola perspectiva acelera mi corazón como la caída inicial de una montaña rusa. Así estoy de bobalicón que cuando abro la puerta de mi casa, todavía no me huelo lo que me espera.

—Vaya, vaya —dice mi padre desde el pasillo—. Pero si es el señorito. ¿Siempre vuelves a casa por estas horas, campeón? No me extraña que no tengas tiempo para estudiar.

—Perdona, papá. Tenía ganas de entrenar y se me ha ido el Santo al Cielo— me excuso, acercándome a mi padre que me espera a la entrada del salón.

El rictus malhumorado de su cara debería ser señal suficiente para la catástrofe venidera, pero no lo es.

—¡Ja! El santo debe está ya en el espasio— exclama irónica mi abuela, sentada en su sillón favorito.

—Madre, no se meta, por favor—. le exige mi padre con la voz tensa.

—¡Ay, hijo! ¡Perdona!

Tras esta distracción, mi padre va al grano.

—Nos han llamado del instituto —confirma, tan enfadado que no me mira a los ojos—. No sólo has llegado casi una hora tarde hoy, que, por cierto, no es la primera vez; si no que además te has pegado con un compañero.

Se me reseca la garganta antes de empezar a defenderme.

—A ver... Lo de llegar tarde es una cagada, lo admito —comienzo a farfullar—. Voy a ponerme más alarmas, a ver si así me despierto mejor. Pero, vamos, que si Mamá me levantara, sería un detalle...

—Tu madre es tu madre, no tu sirvienta —contraataca mi padre—. Y lo peor de todo es que sí te llama, pero el señorito aquí presente no mueve el culo ni aunque le dieran descargas. Ya me dirás con qué sueñas, que parece que estés en coma...

Estoooo, Papá, créeme. No quieres saberlo.

—Y ya tenemos una edad, ¿eh? Ya tenemos una edad —continúa mi padre—. Que estás en Segundo de Bachillerato, hostia. Que vas a hacer dieciocho años en Abril... Yo a tu edad ya me había ido del pueblo a estudiar y a currar...

—¡Ya, vale! —le interrumpo nervioso—. Pero eso eran otros tiempos...

—¿Ah sí? —tercia mi padre—. Pues a tu hermana, hace tres años no teníamos que levantarla de la cama, como si tuviese cinco años. Se levantaba ella solita y se iba al instituto a su hora. ¡Fíjate tú, qué difícil! Pero es que eso no es lo único. ¿Qué es eso de que has golpeado al Jefe de Estudios? ¿En qué coño estás pensando, Pau?

—No quería darle a él. ¡Ha sido un accidente!— protesto.

—Ya, porque te estabas pegando con otros chicos, en mitad del Instituto. ¡Espléndido! ¡Eso lo cambia todo!

—Pues sí, Papá —afirmo yo, sacando pecho—. Me estaba pegando con Oriol Balaguer. Ya sabes, el cabrón que me llama charnego desde Infantil...

-Aún estarás orgulloso y todo, ¿no?- pregunta mi padre con cinismo.

—Sí, Papá, lo estoy. El muy capullo se estaba metiendo contigo, ¿sabes? Hice lo que tenía que hacer.

—¡Lo que tenías que hacer! —repite mi padre—. ¡Hostia, Pau! ¿Cuántas veces te lo voy a tener que decir? ¡No es ninguna victoria que te dejes provocar así! ¡Mira lo que has conseguido! ¿Pero es que no sabes que te pueden expulsar? ¿O ya te da igual todo? Y luego está el tema de tus notas...

—¿Qué le pasa a mis notas? —pregunto ingenuamente.

—¿Que qué le pasa a tus notas? —exclama mi padre—. ¿Me lo estás preguntado en serio? Tienes tres asignaturas suspensas en la primera evaluación: Inglés, Lengua y Dibujo Técnico.

—¿Y? —me estrecho de hombros—. El resto las tengo aprobadas...

—Con una media de 5'5 en Bachillerato —matiza mi padre—. ¡Por Dios, Pau! ¡Es una media ridícula! ¿Así es cómo pretendes entrar en Ingeniería?

—A lo mejor ese es el problema, Papá: que paso de entrar en Ingeniería, que no es lo que quiero hacer.

Mi padre alza rápidamente la mano, para reprimirla en un tenso puño.

—¡Mira, no me vengas con lo que quieres o no quieres hacer! ¡Que me tienes harto! —hace una pausa para suspirar y relajarse momentáneamente—. Tira para tu cuarto que hoy no cenas. ¡Ah! ¡Y estás castigado durante un mes sin salir! ¡A ver si así se te ordenan las ideas!

Esa última noticia hace que sienta rasgarse el tejido de mi realidad. ¡No me pueden hacer esto!

—¿Qué? ¡Pero, Papá! —vuelvo a protestar—. ¡El viernes que viene es el cumpleaños de Jaume! ¡Ya le he comprado el regalo y todo!

—Pues se lo das otro día en el instituto. No es el fin del mundo —replica él.

Vaya, así que le importa una mierda. ¿No? Es eso. Una vez más, ha vuelto a decidir por mi. Da igual lo que yo sienta. Y una vez más, esa sensación hormigueante, ardiente y punzante vuelve a expandirse por mi columna vertebral hasta la última de mis terminaciones nerviosas. Corro a encerrarme en mi cuarto, no porqué él me lo diga, si no porque soy yo al que ya no le apetece tener delante.

—¡No! ¡Pau! ¡Espera! —intenta detenerme mi padre— ¡No des un...!

Pero ya es demasiado tarde, la puerta de mi cuarto choca contra su vano, acallando las advertencias de mi padre. Como si me drenaran lo poco que me quedan de energías, me dejo caer cual muñeco de trapo sobre mi cama. Sin darme cuenta, aspiro algo de mi propio olor que ha quedado impregnado en mi almohada, y por azares de conexiones caprichosas de mi cerebro, vuelvo a pensar en él.

Lee Soo Jin... ¿Pensará él también en mi como pienso yo en él? ¿Se acordará de mi? ¿Será siquiera real?

Una parte de mi tiene miedo de que la mera existencia de alguien tan maravilloso pudiera convertir este mundo en un lugar demasiado perfecto. Sé que no le conozco, que tal vez solo sea una mera alucinación provocada por mis hormonas y mi confusión, pero...¡Tengo tantas ganas de saber quién es! Y puede que él también quiera conocerme. ¡Se despidió de una mi con una sonrisa tan bonita! Es como si la hubieran medido para que encajara perfectamente con el resto del rostro. Como un cuadro que cobra nuevos significados con distintos enfoques, todo en él es nuevo e intrigante.

Entonces, su jugosa boquita de frambuesa vuelve a usurpar mi mente, esa boquita tan linda, pequeñita y estrecha pero apasionada y salvaje. No tardo en fantasear con lo se sentirá siendo apresado por ella... Deben de ser las mejores mamadas del mundo.

Por muy asqueroso que resulte, no puedo evitar bajar la mano al interior de mi ropa interior. Me lo imagina llegando a mi, con la naturalidad fluida, secreta pero imparable de una respiración, surgiendo de la nada como hace siempre. La luz queda atrapada en su cabello que cae por su frente como un río crepuscular. Suavemente, las abundantes pestañas que subrayan sus ojos elípticos y siderales abanican mis mejillas en un beso todavía casto.

Entonces, se sirve de ese cuerpo menudo pero poderoso para apresar completamente mi voluntad, no sin antes hacer lo mismo con toda la extensión viril. Su lengua candente, húmeda y voluptuosa recorre toda esa longitud de carne, cubriendo cada centímetro de piel de saliva, afanándose en jugar con su presa lentamente como una serpiente sádica. Súbitamente, empieza a prestarle atención a la punta, bañándola de cosquillas, para después ir tragándola progresivamente. Goloso, como un niño disfrutando de un largo y turbio caramelo, así se comporta él.

Pequeños sollozos sofocados escapan de esta prisión de carne y líquidos que es su boquita, bendito paraíso angosto y tórrido. ¿Le estará gustando hacerme esto? Eso parece, por lo menos en mi fantasía, a juzgar por la forma en la que su lengua traviesa juega conmigo, en el brillo malévolo de sus ojos de diablillo.

Ni siquiera entonces, cuando ya lo ha engullido hasta la base, deja de atizarme con esa mirada cósmica, sólo iluminada por el candor rubí de sus mejillas encendidas. Y yo me dejo llevar por él , y por todo lo que quiera hacer de mi, mientras me va atemperando, deshaciendo dentro de él, como si fuera el helado más frío y suculento del mundo. Entonces me derrito dentro de él, exhausto, de modo que mis fluidos densos, calientes y blanquecinos cubren su rostro sin que puedan distinguirse a penas de su nívea y tersa piel. Él termina de devorar mi esencia, con la avaricia de quién no se perdona el dejarse ni el más mínimo retazo, empujándola con esa lengua rojísima y abrasadora; riendo, sabiéndose el vencedor de este injusto duelo.

Una vez terminado este patético desahogo, el cansancio por un día tan desastroso se ceba conmigo. Me doy prisa en limpiarme y ponerme el pijama. Cuando vuelvo a internarme en la cama, mi pensamiento ya está clamando por él, de manera que me duerme con su nombre como canción de cuna.

Si eres de la Luna o de las estrellas, no me importa.

Tú eres igual que yo. Eres un chico genial.

Yo también soy un chico genial.

No tenemos más opción que enamorarnos.

Sí, me estoy enamorando.

Una luz tenue pero insistente me fuerza a abrir los ojos. Lo primero que veo es algo similar a los rayos del sol colándose entre las hojas mecidas amorosamente de un árbol. Paulatinamente, conforme mis sentidos se van asentando, me voy incorporando. Y ahí está él, tan bello como lo recordaba si no incluso más, dormido con la cabeza sobre el brazo derecho. El pelo le cae sobre la cara casi ordenadamente, como si entre cada mechón subyaciera un acuerdo secreto, y sus labios se mantienen inquietantemente entreabiertos, como si esperaran un beso, hasta que se deciden a abrirse en un bostezo súbito.

Me percato de que se está despertando cuando empieza a pestañear. Debe estar tan confuso como cuando yo llegué hace unos instantes, así que intento darle la bienvenida, hacer que se sienta cómodo. Espero a que tenga los ojos completamente abiertos y le toma la mano derecha para besársela lo más cuidadosamente posible. Él me mira con los ojos graciosamente inflados por la sorpresa. Un delicioso rubor color cereza sale a flote en sus carnosas y tirantes mejillas.

-Hola, precioso —le susurro— ¿Qué te apetece que hagamos hoy?

Notas finales:

Antes que nada me gustaría hacer un par de aclaraciones.
 
Charnego es una palabra despectiva con la que los catalanes se refieren a los catalanes impuros o hijos de inmigrantes de regiones de España, especialmente Andalucía. Si tus padres ya han nacido en Cataluña, no se te considera charnego. Como el padre de Pau, nació en Andalucía, sí lo es. También me gustaría señalar que en sitios como Barcelona donde la población es muy variada, estas tendencias puristas no se dan tanto como, por ejemplo, en Gerona. El caso de Oriol se debe a que es idiota y eso es muy universal.
 
Luego está el sistema educativo español. Después de los 6 años de Primaria, hay cuatro años de Educación Secundaria Obligatoria. A partir, de ahí, se pueden estudiar grados formativos medios que tengan que ver con una profesión más práctica como peluquería, jardinería, administración, etc. Pero si quieres ir a la Universidad, quedan dos años más de Bachillerato. Una vez aprobado el Bachillerato, hay que pasar una prueba de acceso a la universidad (PAU XD). La nota final , media de lo que has sacado en los exámenes y tu media de Bachillerato,  te permitirá acceder a unas carreras más que a otras. Por ejemplo, si quieres entrar en Medicina, tienes que sacar un 9 de media de Bachillerato más o menos. 
 
Dejando eso de lado, muchas gracias por leer el fic y por las reviews. Espero que les siga gustando la historia. 
Besos y que les vaya muy bien 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).