Tal vez sea mejor así
Yo sé que nunca fuiste para mí...
Hacía ya varias horas que se había ido a la cama. Con tantas emociones fuertes vividas ese día, la silenciosa calma de su habitación se sentía casi insoportable; especialmente al hacer contraste con el zumbido en el que se había convertido su revoltijo de pensamientos y el peso que, podía sentir, le comprimía el pecho. No sería capaz de dormir esa noche.
No podía creerlo, después de tanos años de duro trabajo, finalmente lo había logrado. Había sido tan feliz por un instante, en el cual pensó que finalmente había podido hacer algo bien en su vida. Pero todo su entusiasmo se vino abajo ante la reacción de su hermano.
Honestamente ¿qué es lo que había esperado? No estaba seguro, pero definitivamente no había sido así como había soñado su reencuentro. Un mínimo de agradecimiento al parecer era demasiado pedir.
Estaba más que consiente que en el pasado no había actuado del todo bien. Sus errores, para cometer los cueles era experto, habían provocado su separación con Stanford. Jamás había sido su intención dañarlo de ningún modo. No quiso arrebatarle la oportunidad tan preciada de asistir a la universidad de sus sueños. Nunca habría querido lanzarlo por un portal interdimensional. Todo no había sido más que producto de su torpeza. Sin embargo había esperado que el amor que le pudiera conservar su hermano fuera suficiente para al menos reconocer todo el esfuerzo que había invertido durante su vida para tratar de enmendarse.
Al parecer no lo era.
Ya no sentía más la aplastante incertidumbre de no saber en dónde se encontraba o si estaría bien que no lo dejaba dormir. Sin embargo no lograba encontrar descanso. Suspiró con cansancio, perdido en la extraña sensación de saber que Ford se encontraba esa noche en su casa, bajo su techo, a salvo. Y a penas si se habían hablado.
Tenía ganas de salir a buscarlo, como las había tenido por 40 años. De ir a abrazarlo. De sentirlo. De decirle tantas cosas que jamás había podido, tantas que había repetido cada noche esperando que algún día pudieran ser escuchadas. Y ahora podían, pero el problema era que a quien estaban dedicadas no tenía intenciones de hacerlo.
No pudo evitar comenzar a pensar en la época, hace ya tantos (tantísimos) años en la que aquella brecha interminablemente profunda no existía entre ellos. Aquella época en la que se amaron sin culpas ni remordimientos. En la que solo existía el mundo que ambos habían creado, donde ambos podían sentirse a salvo y amados.
Esas noches enteras despiertos, solo platicando de todo y de nada, de sus planes para el futuro que en ese entonces se antojaba prometedor, brillante y sobre todo compartido. Los paseos interminables por la playa, tomados de la mano, maravillados ante lo bien que encajaba la mano de uno sobre la del otro.
Los besos, las caricias, que tal vez no eran más que tímidos experimentos de dos muchachos que no tenían, ni necesitaban, a nadie más.
El amor que compartieron fue sin duda grande. Mucho más allá del amor que se debería tener por un hermano. Algo quizás para nada correcto, pero que en ese entonces a ninguno de los dos les podía importar menos.
Parpadeó rápidamente, tratando de aclarar su vista que de pronto se había vuelto acuosamente borrosa, sintiendo entonces un par de gotas ardientes deslizarse por sus mejillas.
Sabía bien que había sido hace muchísimo tiempo y que esos días no volverían jamás. Ni mucho menos había posibilidad de que su relación pudiera algún día regresar a ser lo que fue entonces. Pero eso no podía evitar que se preguntara si Stanford guardaría también alguno de esos recuerdos con, aunque sea, un mínimo de cariño.
Cómo le gustaría ir a preguntárselo.
Pero sabía bien que no lo haría.