Tengo sus noches y su pasíon, sus fantasías y su obseción...
...Aunque te duela...
Si Bill debía reconocerles algo a los humanos, era sin duda lo infinitamente divertidos que podían llegar a ser.
Cuando Stanford le comentó que tenía pensado llamar a su antiguo compañero de la universidad para que lo ayudara con su proyecto, Bill no había estado seguro de que le agradara la idea. Tener más personas trabajando en el portal sin duda podría ser muy arriesgado, especialmente tomando en cuenta la manera en que los humanos acostumbraban reaccionar cuando se percataban de sus verdaderas intenciones. El buen seis dedos era un peón bastante apropiado: inteligente, astuto y, lo mejor, demasiado fácil de manipular; unas cuantas palabras bonitas y el hombre había caído completamente a sus pies. Bill aceptaba que le parecía algo adorable y sin duda también muy entretenido. Por lo que consideraba que tener a alguien más sabiendo de la existencia de la maquina en la que tenía a Ford trabajando podría terminar en estúpidos contratiempos.
Al final resultó que sus preocupaciones estaban infundadas. El sujeto en cuestión era inofensivo además de que gracias a él su precioso portal estaría listo en mucho menos tiempo. Y como añadido estaba el hecho de que la diversión que tenía con Stanford no se había arruinado, todo lo contrario, se había incrementado con este nuevo juguete merodeando. No podía manipularlo tan fácilmente como lo hacía con el investigador, su mente era demasiado frágil y no creía que lo resistiera, pero pronto se dio cuenta de que no era necesario siquiera intentarlo.
F, como lo llamaba Ford, era ya bastante servicial sin necesidad de ningún tipo de persuasión de su parte. Y no era difícil darse cuenta del porqué. Era exactamente la misma razón por la que Ford hacía todo lo que Bill le dijera. Era el mismo Stanford quien se encargaba de manipularlo. Aunque por supuesto, el dulce y cegatón de Sixer ni siquiera se alcanzaba a dar cuenta de todo el poder que tenía sobre su asistente.
Pero Bill sí que lo veía, y ¡diablos! ¡Qué divertido era de apreciar!
Anteojos no solo admiraba al que era su jefe, ¡lo adoraba! Era absurdamente obvio. Bill nunca había sentido ese tipo atracción por nada ni nadie, sus marionetas podían ser útiles y divertidas pero nada más. Pero no era esa la razón por la que lo identificaba tan fácilmente, sino porque sí la había visto manifestada hacia su persona. Stanford Pines era el mejor y más reciente ejemplo de eso.
La forma en que F miraba a Ford y terminaba complaciéndolo en todo lo que dijera, incluso cuando no estaba muy convencido o de acuerdo, era risible. Pero lo era más el hecho de saber que sin importar todo lo que el ingenioso hombre hiciera JAMÁS era realmente apreciado por Stanford. Por la simple razón de que Stanford estaba demasiado ocupado complaciéndolo a él.
Fiddleford lo cuidaba, lo apoyaba, y lo acompañaba en todo pero era en balde porque al final Stanford solo tenía ojos para Bill. Por mucho que el hombre disfrutara de la compañía de su amigo y asistente, solo era cuestión de que su musa apareciera nuevamente en sus sueños para que se olvidara de todo lo demás. Era verdad que Stanford también sentía un gran aprecio por Fiddleford, casi podría decir que le correspondía. Pero eso y el mundo entero eran fácilmente dejados de lado con solo un chasquido de dedos de Bill, bastaba una palabra para tener a Stanford a sus pies y completamente a su disposición. Especialmente porque muchas veces el investigador terminaba contrariado por su asistente, es verdad que F se desvivía por él, pero eso no le impedía expresar y defender su propia opinión de vez en cuando, para gran fastidio de Stanford quien entonces necesitaba desesperadamente que alguien le recordara lo “extraordinario y especial” que era.
Era tan divertido jugar con ambos cerebritos. Algunas veces, cuando manipulaba el cuerpo de Ford, le gustaba “acercarse demasiado” a su asistente, solo para fastidiarlo; un roce casualmente inapropiado, una pequeña insinuación, y el otro perdía en control por completo, llenándose de nervios mientras su rostro se ponía imposiblemente colorado. El demonio de los sueños debía admitir que también lo encontraba adorable. Lo mejor era su cara una vez que Stanford regresaba al control de su cuerpo y actuaba como si no tuviera idea de lo que había pasado ¡Porque así era!
Bill sabía que eso podía ser peligroso porque se daba cuenta que el otro sujeto estaba comenzando a sospechar que algo muy extraño estaba pasando con su amigo. Pero no podía evitarlo. Era lo más divertido que había tenido en siglos en su pequeña dimensión de pesadillas desde la que solo podía observar lo que acontecía en las otras dimensiones.
Casi estaba tentado a que una vez que el portal estuviera terminado, y él y sus amigos pudieran atravesarlo para comenzar con su fiesta eterna, tal vez no se deshiciera de esos dos. Al menos no inmediatamente. No dudaba que seguirían siendo igual o incluso más divertidos una vez que se dieran cuenta de todo lo que realmente provocaría su precioso proyecto. Y en ese momento podría finalmente restregarles en la cara todas sus acciones y sus respectivas consecuencias que serían al final solo para su propia diversión. Como debía ser.
Pero bueno. Eso era algo que tendría que esperar para poder verlo. Por el momento estaba dispuesto a seguirse divirtiendo con esos dos hasta que pudiera cumplir su sueño de conquistar esa dimensión hasta las cenizas.
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