Muchas cosas se dicen de mí
Pero nadie en la vida sabe
Lo que ahora yo siento por ti
Si había algo que caracterizaba a Stan Pines era que, definitivamente, no era lo que parecía.
La primera vez que Jimmy lo vio, no le había dedicado demasiada atención en un principio. Solo era uno más en ese pequeño bar para motociclistas a la orilla de una solitaria carretera. A primera vista, parecía ser alguien que no tenía idea de dónde estaba o lo qué hacía, pero que quería pretender, sin mucho éxito, que sí. Intentado hacer alguna clase de negocio con un par de los motociclistas que había en el lugar. Jimmy apenas lo había mirado, pensando enseguida que el pobre diablo iba a terminar bastante mal si seguía jugando al tonto.
Un rato después, ya afuera del local y a punto de continuar con su camino, había visto a través de la ventana como el inevitable conflicto comenzaba.
Esa fue la primera vez que Stan lo sorprendió. Una vez que quedó claro que no le quedaba otra, el muchacho había demostrado una agilidad para las peleas que no se esperaba. Logró noquear a sus “clientes molestos” sin demasiado esfuerzo. Por supuesto, los demás hombres en el bar no desaprovecharon la oportunidad de comenzar toda una trifulca. Stan se las arregló para salir del lugar casi ileso. Jimmy, sin saber porqué, se acercó hasta quedar en frente de él, con su motocicleta rugiendo ferozmente. Apenas una mirada compartida. Stan subió a la parte trasera de la moto, y Jimmy arrancó entonces. A toda velocidad, sin mirar atrás en ningún momento.
Ese fue su inicio. Y desde ese momento Stan no había dejado de sorprenderlo. No sabía si había sido el sabor a peligro, la adrenalina de la velocidad o qué otra cosa. Pero el castaño se quedó con él. Aunque ambos eran viajeros asiduos y solitarios, descubrieron que de alguna forma funcionaban bien juntos. El rubio jamás fue alguien que pudiera considerarse sentimental o romántico, era de hecho alguien más bien tosco y rudo, pero pronto descubrió que Stan era sin duda especial.
-Gatito
Solía llamarlo, solo por el placer de verlo sonrojarse y desviar la mirada de manera aparentemente molesta, pero sin lograr disimular la pequeña sonrisa que aparecía en sus labios. Y entonces llegaban los besos, agresivos y desbordantes de pasión. Una emoción más grande incluso que una carrera a toda velocidad.
Stan era interesante, trataba de aparentar (algunas veces con éxito, otras no tanto) que era alguien seguro y duro, pero podía adivinarse su verdadera naturaleza si se le ponía suficiente atención. Se metía en problemas de una manera alarmantemente fácil y después se escabullía de ellos con la misma facilidad.
Jimmy jamás tuvo una familia, o un hogar, o un lugar al que pertenecer. Pero con Stan casi podía sentir que había encontrado todo eso. Y quizás fue la revelación de ese sentimiento lo que lo hizo llenarse de espanto.
Quizás quiso huir de lo que parecía un vínculo demasiado comprometedor, y que seguramente a la larga solo traería problemas. Quizás simplemente había sido una especie de irracional acto de amor, al saber que Stan a su lado no podría llegar a tener nada bueno. Una madrugada tomó su motocicleta, cuando el castaño aún dormía profundamente en uno de esos moteles de carretera, para no volver jamás.
Lo pensó. Claro que lo pensó. De hecho lo hizo. Pero al regresar Stan ya no estaba más ahí. Eso, probablemente, era lo mejor. Solo dos viajeros que se habían encontrado momentáneamente.
Y aún así jamás logró olvidarlo. Ni siquiera cuando tuvo el accidente. Al borde de la muerte, solo podía pensar en lo mucho que le hubiera gustado volverlo a ver.
Tanto que incluso daría su alma con tal de tener la oportunidad.