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El demonio de Edén por zandaleesol

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Título: El demonio de Edén


Personajes: Harry/Severus


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de propiedad de J.K. Rowling, sólo los tomo prestados para divertirme con ellos. No percibo ningún beneficio económico.


Advertencia: AU. Romance. Misterio.



Capítulo 2. Un caballero tenebroso



Harry parpadeó confuso al percatarse del asombro que mostraba el rostro de su forzado anfitrión. Naturalmente que eso bastó para que el Conde se recompusiera de inmediato.


-Me encantaría saber a quién tengo el honor de saludar -dijo Severus Snape con tono grave y sosegadamente cautivador, de ese que hacía estremecer a las damas y, también a muchachos como Harry.

-Harry… -balbuceó el muchacho, repentinamente afectado por el tono y la mirada de ese hombre.


Severus Snape asintió y esperó a que el muchacho frente a él dijese algo más, pero aquello no sucedió.


-Por favor, tome asiento -indicó cortésmente el Conde.


Harry se reprendió mentalmente por mostrarse afectado, sin embargo aceptó la indicación con toda la dignidad posible.


-Me llamó Harry Potter y he venido a solicitar el empleo de preceptor.

-Preceptora -corrigió Severus -.Yo puse ese anuncio esperando la visita de una dama.

-Pero ninguna dama ha mostrado interés por el trabajo -atajó Harry.

-Es usted muy joven, ¿Qué edad tiene? ¿Dieciocho?


El muchacho se sintió algo ofendido.


-Tengo veinte años -respondió Harry con altivez.

-Entre dieciocho y veinte no hay mucha diferencia, ¿no cree?

-Pues yo creo que existe una gran diferencia, milord.


Severus levantó la ceja con aire burlón. Sin duda el comentario le hizo gracia.


-Hmm… sinceramente yo no la veo.

-La diferencia radica en que tengo casi tres años de experiencia en círculos sociales, además de una educación de primera, más completa que la de cualquier dama. Hablo varios idiomas y también los escribo, sé historia, ciencias, astronomía, anatomía…

-No es necesario que enumere todo lo que ha aprendido. No tengo dudas de que está muy bien calificado -interrumpió el Conde con tono un tanto brusco -. Pero mi deseo no es que mi hija se convierta en una enciclopedia, simplemente deseo que aprenda como desenvolverse en la sociedad. Eso quiere decir que aprenda algo de música, cómo debe llevar una casa, atender a invitados. En fin esas cosas que debe aprender una dama de sociedad…


Harry miró con enojo al Conde. No podía creer que ese hombre tuviese una visión tan limitada para el futuro de su hija.


-Le aseguro que ser una persona socialmente correcta no es todo en la vida, perdóneme la sinceridad, pero creo que usted tiene intereses algo pobres para el futuro de su hija…


Severus Snape, no esperaba escuchar eso. El enojo se encendió en el cerebro del Conde. Quien se creía que era ese mocoso, para cuestionar de ese modo lo que él deseaba para el futuro de Gabrielle, y los motivos que tenía para ello.


-Mire señor Potter, lo que usted opine me da exactamente igual. Si no le parece puede marcharse por donde vino.


Harry se quedó tieso. Ese era un punto en contra, lamentablemente tenía cierta propensión a ser excesivamente sincero y eso le había traído más de una dificultad. Pero era parte de su naturaleza, cuando algo no le parecía daba su opinión y ya. Sin embargo, la última frase del Conde le abrió una luz de esperanza, el hombre de ojos negros no había dicho que se marchara, más bien le estaba dando la opción de decidir. Sin duda eso era muy significativo.


-Bueno sinceramente me gustaría quedarme… quiero decir deseo ayudar en todo lo que sea posible a su hija.

-Honestamente no sé cómo podría ayudarla, ¿puede usted enseñarle a ser una dama?


Harry recordó al instante a su madre. Su relación tan estrecha con ella le había permitido conocer muchos aspectos importantes de lo que era ser una dama de sociedad; aquel conocimiento le permitía ayudar a la pequeña Gabrielle.


-No le quepa la menor duda milord. Tengo preparación musical, toco el piano bastante bien…

-¿Toca el piano? -preguntó Severus con cierto asombro, pues aquello era una actividad propia de las damas.

-Sí. A mi madre siempre le ha gustado mucho la música, y como soy hijo único aprendí a tocar el piano gracias a la dedicación de ella.


Severus tomó nota mental de lo dicho por el muchacho, era hijo único. Sin duda aquello le serviría para averiguar más antecedentes de aquel joven tan poco común.


-Bien creo que con que Gabrielle aprenda a tocar el piano será suficiente.

-¿Eso significa que estoy contratado?


Severus miró al joven fijamente. Sabía que nadie más se presentaría, por lo tanto debía aceptar que este mozuelo educara a su hija.


-Sí, está contratado. En lo referente a su honorarios…

-No se preocupe por eso milord, ya hablaremos de ello más tarde.


Severus alzó una ceja. Ahí estaba otra vez, no era arrogancia, sino la tendencia de quien ha crecido rodeado de sirvientes y está acostumbrado a mandar.


Harry comprendió enseguida que nuevamente estaba actuando como si estuviese a la misma altura del Conde. Lo estaba. Cuando cumpliera veintiún años heredaría el título de su padre, Marqués de Glentworth. Pero naturalmente debía olvidar aquello, eso pertenecía a su pasado. En este momento sólo era el preceptor de la hija de un Conde y debía actuar como tal.


-Bueno milord, quiero decir que si a usted le parece podemos dejar el asunto del salario para después. Creo que debería ser presentado a la señorita Gabrielle, es muy importante que me gane su confianza, ¿no le parece?

-Está bien más tarde discutiremos aquello de los honorarios. Tom lo guiara hasta la torre, el ala completa está dispuesta para mi hija. Naturalmente usted deberá ocupar una habitación contigua a la de ella.


Harry prestó atención solo a una parte de lo dicho por el Conde.


-¿No me llevará usted para presentarme ante su hija? -preguntó el joven con asombro.

-No lo creo necesario.

-Pues yo sí milord, no me parece adecuado ser presentado a la señorita Gabrielle, por un criado.

-Tom es un empleado muy fiel, tiene toda mi confianza.

-No pretendo poner en duda eso milord. Pero ya que esta será la primera vez que su hija me verá, creo que facilitaría mi trabajo el que usted me presentara, creo que podría ganarme la confianza de Gabrielle más rápidamente.

-No sé si eso ayude. Mi hija es una niña diferente. Supongo que en Dovan le dijeron que ella no habla.

-Sí, estoy al tanto de ello, pero no lo considero un problema, ella me oirá y eso me basta por ahora.


Severus miró sorprendido al joven. Mucha gente del continente e inclusive algunos de la isla consideraban una maldición el hecho de que su hija hubiese perdido el habla. Debía reconocer que la actitud optimista y tan relajada del muchacho estaban abriendo dentro de él algo parecido a una esperanza, pequeña eso sí, pero esperanza al fin y al cabo.


-¿Ha traído equipaje?

-Bueno, no viajo con mucho, esa es la verdad.


Severus le dio una mirada al atuendo del muchacho.


-El clima en la isla es bastante frio, necesitará otro tipo de vestimenta y por supuesto un calzado más acorde con el terreno. Pero ya nos encargaremos de eso luego. ¿Dónde está su equipaje?

-En la carreta que me trajo hasta aquí.

-Tom irá por él. Mientras tanto lo llevaré a la habitación de Gabrielle.


Sin decir más, el Conde se levantó y caminó hacia la puerta, después de abrirla le indicó al muchacho con una seña que le acompañara.


Harry siguió al Conde por un estrecho pasillo, que era tan oscuro y falto de vida como todo lo demás en ese lugar. Pero en realidad aquello ya le daba igual, en ese momento estaba más interesado en observar la esbelta figura del Conde; el modo en que balanceaba los hombros al caminar, las piernas largas y fuertes enfundadas por unas botas de montar. Pero el interés del muchacho no llegaba hasta ahí, observó aquella parte que el chaquetón negro no le dejaba ver, intentando imaginar su forma, aunque estaba seguro que no iba a decepcionarse. Cuando se dio cuenta de lo que hacía apartó la vista de golpe. Estaba observando a quien era su patrono de un modo impropio. Tendría que buscar el modo de controlarse. Él nunca había mirado a otro hombre de esa forma, ni siquiera a Draco que era tan hermoso.


Llegar a la planta que ocupaba la pequeña Gabrielle no era precisamente fácil. Además de subir varios tramos de escaleras interminables, era necesario dar varias vueltas antes de alcanzar finalmente las habitaciones que ocupaba la niña. Cuando estuvieron frente a la puerta de la habitación, Harry experimentó un leve cosquilleo en el estómago.


No sintió ningún temor antes de su entrevista con el «Demonio», sin embargo, ahora le preocupaba no agradarle a la niña, quizá ella igual que su padre, esperaba la llegada de una preceptora.


El Conde se quedó parado a un lado de la puerta esperando que él entrara. Lo hizo. De inmediato la niña que estaba en la cama se levantó. Miró a Harry con expresión desconcertada.


-Gabrielle, este joven será tu profesor. Sé que te gustaría una institutriz, pero ninguna dama se presentó.


Harry no despegó la vista de la niña. Poseía un rostro hermoso. Su tez pálida contrastaba con lo negro de los ojos.


El Conde guardó silencio un breve segundo, como esperando que la niña manifestara alguna objeción, pero nada sucedió. Ella sólo se quedó mirando fijamente a Harry.


-Hola Gabrielle. Soy Harry, estoy seguro de que nos llevaremos muy bien -dijo el muchacho con una sonrisa alegre y confiada.


Severus miró a su hija una vez más con evidente preocupación.


-No es necesario que se quede milord. Gabrielle y yo conversaremos, así podremos conocernos un poco.


El hombre de ojos negros miró al muchacho desconcertado. No imaginaba como pretendía conversar con su hija si la niña no pronunciaba ni una palabra.


-Está bien, les dejaré entonces -dijo mientras se encaminaba hacia la puerta, antes de salir se detuvo -. La cena se sirve a las ocho en punto. La habitación de enfrente será la suya, puede disponer de ella con absoluta libertad.

-Muy amable milord -respondió Harry con una leve inclinación de la cabeza.


La habitación quedó silenciosa tras la marcha del Conde.


Harry se fijó que la niña aferraba una muñeca con mucha fuerza. De seguro que aquel juguete era su compañera, su apoyo.


-Esa es una muñeca muy hermosa. Mi madre tiene varias como esa.


La niña levantó la mirada. No supo Harry si aquello sucedió porque él había nombrado a su madre o por lo de las varias muñecas. En todo caso había logrado llamar la atención de la niña y eso era lo importante.


-Esa muñeca debe tener un nombre muy especial -comentó Harry.


Gabrielle pareció aferrar la muñeca con más fuerza que antes.


-Estoy seguro que cuando nos conozcamos mejor me dirás como se llama.


Naturalmente Harry ya sabía que no tendría una respuesta, pero eso no lo desalentaba.


Se acercó a la mesa para observar lo que había en ella. Encontró lápices y papel desparramado por la mesa. Harry esperaba ver algún dibujo, pero nada, todo estaba en blanco.


-¿Te gusta dibujar Gabrielle? Sabes que yo pinto un poco… no soy genio, pero algo me resulta. Quedé muy impresionado con la belleza de la isla, me encantaría pintar algún paisaje.


Harry luego de hablar se volvió a mirar a la niña, pero ella le había dado la espalda y ahora se entretenía con su muñeca sin mostrar interés por lo que el joven decía. «Esto no será fácil» pensó, sin embargo, este desafío le llenó de entusiasmo.


Se acercó a una repisa para mirar los juguetes que había en ella. Se notaba que no habían sido tocados en mucho tiempo. Luego dio una mirada en derredor con más detención. La habitación no era precisamente alegre. No había nada animado ahí. Era igual a lo que había observado en el salón, carecía de vida. Definitivamente eso no ayudaría a que Gabrielle volviera a ser una niña feliz. Tenía que hacer algo al respecto.


-Gabrielle, ya que este lugar será nuestro sitio de estudio y juegos, creo que debemos reformarlo. Darle un aspecto más vivo, más alegre. Hablaré con tu padre al respecto.


Harry volvió la mirada hacia la niña y, descubrió que por un breve segundo ésta le había mirado. Eso animó al muchacho. Se esforzaría al máximo para ganarse la confianza de Gabrielle.

*~*~*~*~*~


Una persistente lluvia había impedido durante más de una semana que Harry abandonara el castillo. Por eso el primer día en que brilló el sol, el muchacho aprovechó de salir y respirar un poco de aire puro. Sin embargo, esos días de encierro no fueron un desperdicio. Luego de hablar con el Conde al respecto, introdujo varios cambios en la rutina de Gabrielle. La niña ya no tomaba sus alimentos en la planta infantil, lo hacía en el comedor, junto a su padre y Harry.


El muchacho insistió con el Conde, en que no era saludable para la niña comer sola, pues no había nadie que se asegurara de que tomara sus alimentos realmente. Para felicidad de Harry, el Conde se mostró predispuesto a aceptar los cambios, así como también los aceptó dócilmente Gabrielle. El muchacho de ojos esmeraldas se quedó bastante sorprendido la primera noche que llevó a la niña al comedor, pues tanto ella como su padre se mostraban cohibidos uno en presencia de la otra.


Harry observó con curiosidad la actitud tanto del padre como de la hija. La niña se mostraba tímida ante su padre y el hombre parecía que había olvidado como desempeñar su rol. Pero a pesar de ello, el muchacho pudo percibir que no había gestos hostiles entre ellos. Harry pensó que tal vez el alejamiento se debía a que luego de la muerte de la esposa del Conde no hubo quien tendiera un puente entre padre e hija, y ahora pasado dos años no sabían cómo acercarse.


Pero aquello no era lo único que había percibido Harry en sus pocos días de estancia en el castillo, también notaba que el criado del Conde, mostraba hacia su persona una actitud recelosa. A veces el muchacho tenía la impresión de que ese hombre le vigilaba constantemente. Se preguntaba si seguiría órdenes del Conde. Era muy probable.


La noche anterior Harry había buscado un té en la cocina, antes de irse a dormir. La señora Weasley, era una mujer muy amable. Se había mostrado feliz con su llegada. Le había dicho que llevaba mucho tiempo rogando a su santo para que alguien llegase a la isla y rescatara a la señorita Gabrielle de aquella tristeza que la consumía y, de paso también salvara a su patrón. Según la señora Weasley, el Conde era un hombre bueno, pero que nunca había conocido la felicidad verdadera, su matrimonio de poco más de siete años con la madre de Gabrielle, lady Eleonore, no había sido muy afortunado.


Harry escuchó con atención. Se preguntaba si acaso el Conde aún amaría a su difunta esposa. Sentía algo extraño cada vez que estaba cerca del hombre de ojos negros. No se intimidaba a pesar de las cosas que había oído decir en Dovan, acerca de que Severus Snape era un demonio. En los pocos días que llevaba habitando el castillo había concluido que ese hombre estaba muy lejos de ser un demonio. Era más bien un hombre solitario, triste, replegado en sí mismo. Cada vez que Harry lo miraba no podía evitar preguntarse cuando sería la última vez que ese hombre misterioso había sonreído.


Esa mañana el Conde viajaría al continente. Harry después de soportar estoico aquellos días de lluvia imparable pensó que era necesario cambiar la rutina. Una visita a Doven no le vendría mal, por el contrario, era una magnífica oportunidad para comprar algunas cosas imprescindibles, como por ejemplo un par de botas que fuesen menos finas y más acordes al terreno de la isla. Además estaba seguro que sería una oportunidad para que Gabrielle se distrajera.

*~*~*~*~*~


Gabrielle entró delante de Harry al comedor y, tan silenciosa como siempre ocupó el puesto designado para ella.


-Buenos días, milord -saludó Harry al Conde que ya ocupaba su lugar en la cabecera de la mesa.

-Buenos días señor Potter -respondió el Conde con su tono neutro de siempre.


Harry se dirigió al aparador donde estaba el desayuno. Sirvió un plato para Gabrielle y luego preparó otro para él. Todo esto lo realizaba con relajo y desenvolvimiento, sin percatarse del modo especial en que era observado por los negros ojos del Conde.


Durante las comidas era Harry quien ponía los temas de conversación. No le resultaba fácil. Gabrielle no hablaba, y el Conde casi siempre contestaba con medias frases. Pero para Harry no podía existir nada peor que desayunar o cenar en medio de un silencio glacial, por eso hablaba bastante y se esforzaba al máximo porque Severus respondiera algo más que «sí» o «no» a lo que él decía.


-Milord, no cabe duda que hoy hará un día muy hermoso. El viaje al continente será muy agradable.

-Mis viajes al continente están muy lejos de ser agradables señor Potter, por eso los realizo solo cuando es estrictamente necesario.

-Es comprensible milord, pero yo no lo decía por usted.

-¿No?

-No. Tengo algunas cosas que comprar en Dovan, así que iré con usted. Gabrielle también vendrá, estoy seguro que el viaje le sentará de maravilla.

-Creo que no es una buena idea señor Potter. Si tiene necesidad de comprar algo puede encargarle a Tom.

-Definitivamente no. Prefiero ser yo mismo quien se encargue.


Severus le dirigió una mirada disgustada al muchacho, pero éste le ignoró por completo.


-Señor Potter, no quiero que Gabrielle se vea expuesta con las gentes de Dovan.

-Milord, el tener a su hija relegada en esta isla no hace más que fomentar las habladurías de la gente. No existe ningún motivo para que Gabrielle no pueda visitar Dovan.

-Señor Potter, las razones por las cuales mantengo a mi hija alejada de esos…


Pero Harry no le dejó terminar.


-Milord, si usted insiste en que Gabrielle no salga nunca de la isla no hace más que contribuir a que esa gente ignorante piense cosas absurdas sobre su hija.

-Señor Potter, si mi hija llega a vivir una situación desagradable estando en Dovan le aseguro que...

-No será necesario que me despida milord -respondió Harry rápidamente -, yo mismo renunciaría.


Severus miró con sorpresa al muchacho.


-¿Sería tan amable de permitirme acabar la frase, señor Potter? -preguntó Severus con un dejo de impaciencia en la voz.

-Oh por supuesto milord.

-Bien… lo que iba a decir es que no permitiré que nadie sea desagradable con mi hija, y el que se atreva pues deberá aceptar las consecuencias.


Harry miró al hombre de ojos negros con una mezcla de orgullo y admiración de la que apenas se dio cuenta.


-Es encantador de su parte… milord -dijo el muchacho con una sonrisa.


Severus apartó la vista enseguida, mostrándose casi indiferente ante las palabras del joven de ojos esmeraldas. Pero esa indiferencia sólo era aparente, pues en realidad la frase y la sonrisa que la acompañó, hizo que su corazón latiera más rápido.

*~*~*~*~*~


El viaje al continente duró tres horas. No hubo inconvenientes durante el trayecto. Harry se dedicó a disfrutar el aire y la belleza del paisaje, y no sólo él, Gabrielle tenía la mirada feliz. Esto hizo que el joven de ojos esmeraldas se sintiera mucho más animado. De vez en cuando dirigía su mirada a hurtadillas hacia el Conde. El viento desordenaba el cabello negro del hombre dándole un aspecto más salvaje. Harry sin quererlo se estremeció ante el pensamiento. Cuanto más observaba a Severus, más atractivo le parecía. En aquel momento por primera vez el joven lamentó el hecho de que el Conde sintiera atracción solo por las mujeres. Aunque no sabía nada de la vida íntima del él, no tenía dudas de que había amado y seguramente aún amaba a su esposa, pues esa mirada apagada y triste solo podía deberse al dolor que le había causado la muerte de lady Eleonor.


Severus apenas podía creer que estuviera realizando ese viaje al continente en compañía de Harry y su hija. La situación era para él tan extraña como perturbadora. El muchacho había impuesto su voluntad de un modo asombroso, le había dejado sin argumentos para negarse. Ahora desde la parte más alejada de la embarcación le observaba de vez en cuando. No comprendía porque no mostraba temor hacia su persona.


En ese preciso momento, volvió su cabeza para encontrar los ojos del Conde observándole con insistencia. El estómago le dio un brinco y Harry se censuró a sí mismo. No era sensato dar rienda suelta a semejantes emociones, aunque era difícil no estremecerse cuando esa mirada oscura le envolvía de pies a cabeza.


Al desembarcar en el puerto de Dovan, Harry se encaminó en compañía de Gabrielle hacia la posada del pueblo, le consultaría a señora Hooch, donde encontrar un zapatero. Por fortuna el lugar a esa hora de la mañana no estaba muy repleto. Fue recibido con una mirada asombrada por parte de la tabernera, parecía que no podía dar crédito a que él aún estuviese con vida, pero sin duda el que la hija del Conde le acompañara era lo que más la impactaba.


Harry no se sintió a gusto con semejante reacción e imaginó que Gabrielle tampoco lo estaría, así que demoró lo menos posible en la taberna y se encaminó hacia la dirección del zapatero del pueblo. Al llegar a la cabaña llamó a la puerta y mirando en derredor esperó. Su sorpresa fue tamaña cuando en el umbral de la puerta apareció ese hombre.


-Vaya vaya… mire a quien tenemos aquí -fue el saludo de Roockwood, mientras mostraba una sonrisa que al muchacho de ojos verdes le hizo sentir escalofríos.

-¿Es usted el zapatero del pueblo? -preguntó Harry intentando no sonar demasiado conmocionado.

-Así es.

-Necesito que fabrique para mí un par de botas -dijo Harry tratando de no darle importancia a la mirada depredadora que el hombre le dirigía.

-Pase a mi taller, necesitaré tomarle medidas -respondió Roockwood, abriendo la puerta.


Harry dudó un segundo, pero luego se armó de coraje, estaba seguro de que aquel sujeto no se pondría impertinente estando la pequeña Gabrielle a su lado.



~o0o~

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