Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Love Affair por MissWriterZK

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola a todos y todas! Lamento mucho todo el tiempo de inactividad. He estado muy liada con la uni y el trabajo, además de que no me sentía nada inspirada. Es un capítulo bastante completito y picante, disfruté escribiéndolo bastante.

—Parece que ha llegado el gran momento, querida. Te ayudaré a bajar, no te muevas… —murmuró con una sonrisa divertida y complicada, poniendo las gafas de sol sobre su cabeza para dedicarle una mirada con aquellos ojos de hielo que podrían helar el infierno o derretir los polos y, en esa situación, era la segunda posibilidad.

Marceline estacionó a la perfección y con cuidado, abriendo la puerta para salir y saludar a todos con una sonrisa radiante y aquel carisma solar que poseía como estrella musical. Caminó con lentitud, sensualidad y sofisticación, rodeando el coche para abrir la puerta del copiloto haciendo una reverencia en señal de respeto, ofreciendo su mano como apoyo. La princesa se sonrojó por el comportamiento tan extraño de la contraria, no estaba habituada a que fuera realmente caballerosa y protocolaria, tomó su mano y sintió la exquisita suavidad de sus labios rojos contra la piel de su mano. La saludó como indicaba el protocolo, quizá recordaba más cosas de las que creía.

—Cariño, pareces sorprendida… —susurró traviesa, ayudándola a salir— Por favor, eres el amor de mi vida, estuve estudiando para ser aceptada por el pueblo. Al pueblo pan y circo, ¿no? Démosle el circo y tú te encargas de consultarles…

El pueblo las miraba emocionado, era la primera vez que veían a su soberana haciendo ese tipo de expresión. No era de extrañar, solo la morena podía volverla loca y tímida. Marceline la escoltaba con sofisticación y aquel punto seductor que le ponía a todo lo que hacía. Era una seductora nata y no podía evitarlo. La llevaba tomada de la mano mientras tomaba su cintura con su otra mano fría y la deslizaba con suavidad y habilidad entre el gentío.

—Buenas tardes, me alegra volver a este reino. Extrañaba el paisaje, su fragancia y la curiosidad de su gente… Puede que no sea un rey, pero no tengo nada que envidiarle. Prometo hacerla feliz y compartir la carga que supone gobernar —dijo con un tono de voz educado y una sonrisa cálida y sincera, debía representar la dualidad de la supuesta elegancia de la monarquía y la cercanía de alguien normal.

Bonnie abrió sus ojos con sorpresa ante aquellas palabras y acciones, mirándola con un sutil sonrojo y una mirada orgullosa y enamorada. Después de tanto tiempo, sí que había madurado. Había madurado y se había convertido en la rosa más hermosa del jardín.

—Me alegra estar de nuevo en casa. Saben que estuve ausente por motivos de trabajo, espero que el príncipe William haya podido gobernar como corresponde. Para celebrar mi regreso y la noticia de mi noviazgo, los invito a una mascarada dentro de una semana en el castillo. Espero verlos allí, todos están invitados. También estará el príncipe.

Avanzaron hasta el castillo entre ovaciones debido a la noticia. Debían entretener y contentar al pueblo y esa era la mejor manera. La mayor no soltó su mano ni el agarre de su cintura hasta que no entraron al palacio. Cuando sus manos abandonaron su piel la pelirrosa sintió un bajón, era el conocido «efecto Marceline». Su simple roce podía envolverla en llamas.

Gumball las estaba esperando sentado en el salón del trono, levantándose cuando las vio aparecer para correr y abrazarlas cálidamente, provocando la sorpresa y risas de las mujeres, quienes llevaron sus manos a acariciar su cabello y espalda para reconfortarlo.

—¡Estaba tan preocupado! ¡Podríais haber llamado o dado señales de vida! —dijo, aferrándose con más fuerza a ambas. Quién sabe lo que había estado imaginando con su mente apocalíptica.

—Hey, podrías haber puesto la tele. Despertamos suspiros y volvemos locas a los paparazzi —contestó la pelinegra con una sonrisa complicada, alborotando el cabello del más pequeño—. Tengo un cuñado con una imaginación muy viva, seguro que el accidente automovilístico es lo más suave que ha pasado por tu cerebro de arcoíris.

—¡Oye! —protestó algo avergonzado.

—¿Acaso me equivoco? —preguntó en un sarcasmo, alzando una de sus cejas y dedicándole una sonrisa socarrona e insoportable. Aquel gesto le recordó tanto a Marshall que se sonrojó y apartó su mirada.

—No… Tienes razón.

—Le recordaste a Marshall —murmuró la princesa junto a su oído en un susurro travieso y una sonrisita.

—Ya me di cuenta… Es tan divertido de molestar como tú —picó, guiñando uno de sus ojos y sacando su lengua.

Uno de los sirvientes sacó el equipaje y lo llevó a las habitaciones para que otra de ellos colocara la ropa en los armarios del dormitorio de la princesa. Mientras tanto, la pareja estaba en una reunión con los consejeros reales y algunos representantes del pueblo para planearlo todo respecto al baile de máscaras. Cuando acabaron, subieron hasta su habitación y se sentaron en la cama, pudiendo respirar tranquilamente al fin… Habían sido más de dos horas de aburrida reunión y les había pasado factura a ambas, tanto a la roquera como a la princesa que había perdido la habilidad de soportar aquello.

—Un minuto más y hubiera huido contigo por la ventana… —protestó la morena, dejándose caer sobre la mullida cama y suaves sábanas de seda mientras suspiraba pesadamente, mirando los ricos artesonados de madera del techo.

Tenía uno de sus brazos extendidos que la pelirrosa utilizó como almohada para acomodarse a su lado y abrazarse de forma posesiva y tierna, cosa que hizo que la contraria se sonrojara y sonriera enternecida por su comportamiento, perdiendo sus dedos entre sus mechones rosados.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó juguetona, tomándose el lujo de perderse en la inmensidad de sus ojos celestes.

—Estoy cansada y tú también. Sé que esto nos pone las pilas a las dos… —murmuraba con suavidad, levantando su cabeza para mirarla a esos ojos de hielo que lograban despertar sus pasiones más oscuras, delineando las suaves formas del rostro de Marceline con sus dedos, deteniéndose a la altura del mentón para alzarlo levemente sin dejar de mirarla a los ojos, esta vez con profundidad y cierto brillo travieso— No obstante, sé que esto es mejor para ello… —ronroneaba al mismo tiempo que se iba acercando peligrosamente a sus labios temblorosos, haciendo que ella tragara saliva extasiada y que su palidez habitual fuera sustituida por el rojo de un tomate.

Tomó posesión de sus labios en un principio con suavidad, pero rodó sobre sí misma para sentarse a horcajadas sobre ella y que el beso adoptara un carácter más apasionado y descarado, sonriendo mientras sus labios permanecían en aquel duelo y soltando un pequeño suspiro cuando la mayor la tomó por la nuca para acortar la poca distancia entre ambas y profundizar el beso, metiendo su lengua perforada con descaro para hacer de aquel beso una delicia, reencontrándose con aquella vieja conocida.

Mientras se besaban, las manos frías y pálidas se introdujeron por el lino de la camisa para palpar la piel cálida y rosada, adaptándose a sus formas con las yemas de sus dedos, describiendo líneas imaginarias de forma juguetona, para pasar a acariciar sus costados y el abdomen plano con sus pulgares, haciendo un poco de presión para arrancarle un jadeo que provocó que ella mordiera su lengua en una actitud traviesa. Como respuesta, Marceline descendió con parsimonia, erizando cada poro de su piel, metiéndose por el pantalón para acariciar sus glúteos sobre la ropa interior, antes de saltarse aquella frontera con descaro también, tomando el elástico para estirarlo y que la golpeara para provocarla.

Aquella acción desencadenó algo en el cerebro de Bonnie que hizo que ella tampoco se quedara quieta. Ella también sabía jugar. Con sus manos cálidas, la despojó de su chaqueta de cuero, lanzándola lejos y comenzando a soltar los botones de la camisa, abriéndola para admirar aquella obra de arte llamada Marceline. El exquisito contraste entre la palidez absoluta de su piel con la lencería de encaje negro y aquellos músculos de acero con ese piercing tan travieso del ombligo. Acarició su abdomen primero de forma lenta y con sus uñas, para después hacerlo de forma más brusca, metiendo sus dedos entre su piel y ascendiendo hasta los costados, haciendo que jadeara por el dolor y la arañara levemente.

—¿Cuándo dejarás de negar que tienes un puntito masoquista? —preguntó traviesa, separándose de sus labios con una mordida y dejando un hilo de saliva entre ambas. Ella abrió sus ojos con sorpresa y apartó su mirada, ahora estaba rojo Ferrari.

—No sé de qué me estás hablando… —respondió sin mirarla, intentando disimular el creciente sonrojo.

—Quizá lo hagas cuando admitas lo que te excita dominarme y hacerme daño… No mientas, cariño… Si no fueras sádica, no aceptarías hacerme daño ni pondrías tanto esfuerzo en hacerlo —ronroneaba divertida entre cada beso que iba dejando por su cuello pálido y terso, pasando su lengua por el tatuaje de mordiscos y provocando que hasta el último poro de su piel se erizara con aquel contacto. Le arrancó un jadeo cuando volvió a acariciar esa zona con sus labios de terciopelo y viajó a besar su clavícula y escote mientras describía la línea que dividía su abdomen en dos perfectas mitades en una actitud seductora y juguetona—. Encuentro adorable que te esfuerces en negarlo cuando es más que obvio —gruñó, mordiendo su oído decorado con muchos aros de plata y pasando su lengua por él. Ella tembló y se retorció deliciosamente.

—Mierda… —protestaba sin despegar las manos de su cuerpo. No quería renunciar al contacto íntimo que le daba el masaje en su espalda.

—¿Qué sucede, chica mala? ¿Acaso olvidaste que yo también puedo jugar? ¿No decías que eras la cosa menos sumisa de la existencia? Pues ahora pareces un corderito… —Realmente estaba disfrutando con aquella tortura, había olvidado lo que sucedía cuando era ella quien tomaba el control— Voy a hacer algo que solo una sádica como tú haría y ha hecho incontables veces… —Se acercó peligrosamente a sus labios mientras sonreía de forma traviesa y los acariciaba con la punta de sus dedos— Puedo ver en tus ojos la oposición porque sabes de qué estoy hablando… Te he calentado y ahora te vas a enfriar con una ducha fría o seguirás con el calentón… No voy a hacer nada.

Dicho eso, se levantó para colocar bien su ropa, incluyendo su tanga algo descolocado por la jugada de la contraria. No podía dejar de sonreír con superioridad ante la expresión que tenía su novia, se veía vulnerable y enfadada al mismo tiempo, casi ofendida y eso la hizo reír con sensualidad, dedicándole una mirada socarrona.

—Deja de calentarme, joder. O te comportas o acabarás contra la pared y pienso profanar los dos agujeros y hacer que no puedas caminar en una temporada —protestó sonrojada, cruzando sus brazos bajo su pecho—. La princesa es una dama, pero una… en la cama y yo lo sé muy bien. Dijiste que no me harías nada, pero yo podría levantarte en cada embestida… No sería la primera vez que lo hago ni la primera vez que tengo que llevarte en brazos porque no puedes dar un paso —decía de forma traviesa, lamiendo sus labios y alborotando su melena negra con sensualidad, quitando su camisa gris y adoptando una pose seductora—. Yo también sé jugar…

En aquellos momentos, ambas habían tenido sus jugadas magistrales y habían sido avergonzadas y calentadas. La princesa estaba a punto de comenzar a arder en sus propias llamas debido a los recuerdos de todo lo que Marcy había mencionado. Era cierto que habían sido bastante más «cuidadosas y recatadas» en sus últimos encuentros.

—Dije que no puedes tocarme… —protestaba, con sus manos en jarra evitando mirarla para disimular el deseo y su vergüenza.

—En ese caso… Voy a darme una ducha fría y ciertas atenciones —suspiró divertida, levantándose de la cama para caminar de forma sensual y seguir provocándola. Ella enrojeció más, casi podía verse el humo de su calentura.

—¡Oye!

—¿Qué? Dijiste que no me ibas a tocar y que no podía tocarte, no que no pudiera jugar conmigo misma… —respondió divertida, volteando para guiñarle un ojo y seguir caminando hasta el baño.

—Te odio…

—Sabes que me amas y adoras mi perversión —contestó entre carcajadas desde el baño.

Notas finales:

¿Qué opinan de la Bonnie traviesa y la Marcy corderito? ¿Alguna idea para la mascarada? Soy toda oídos. Espero sus comentarios ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).