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Pequeñas historias (Oneshots) por jotaceh

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Historia 2: Cuando lo conocí

 

¿Mis primeros recuerdos? Son todos al lado de mi mamá, me gustaba seguirla a todas partes como si fuera un patito. Como ella trabajaba de sirvienta puertas adentro, vivíamos en la misma gran casona donde desempeñaba sus labores.

Nunca he sido muy bueno para hablar, suelo estar al lado de las personas que quiero y demostrarles mi afecto con mi presencia, es más significativo que platicar sin sentido de asuntos burdos sin tomarle la debida atención a los demás, o por lo menos yo creo eso.

Veía a mi mamá limpiar los muebles, barrer los pisos, cocinar, fregar los platos y todo lo hacía una y otra vez, sin quejarse ni nada, supongo que sabía que debía cuidar su trabajo porque no teníamos nada más que eso. Mi papá murió cuando yo apenas había nacido, padeció de cáncer gástrico al igual que mi abuelo, y mi bisabuela, y un eterno etcétera. En el mundo solo éramos nosotros dos y ella debía velar por mí.

Es difícil crecer en un hogar que no es tuyo y es que, aunque los adultos pueden contener las ganas de recalcarte que eres pobre, los niños no son así y es que, ante cualquier problema, siempre me hacían sentir inferior, el hijo de la sirvienta, el pobre que duerme en una habitación diminuta junto a su mamá.

-Ernesto... Hoy no quiero jugar contigo, porque vienen mis amigos del colegio y no quisiera que se burlaran de mí por jugar con... alguien como tú...-recuerdo a la perfección las palabras de José Antonio, el hijo mayor de los patrones.

Solía ser gentil cuando estaba de buen humor y jugábamos tranquilamente con sus juguetes, con esas grandes construcciones de plástico que sus papás le traían de sus viajes por Estados Unidos. Yo siempre llevaba las mismas cosas, esos juguetes baratos que me regalaba mi mamá, pero que yo adoraba porque sabía cuánto le había costado comprarlos.

Nadie es tan malo cuando niño, tan solo que si te enojas y sabes que tienes la ventaja sobre otro, no te costará usarlo a tu favor. Eso me sucedía a menudo. Yo quería ver la TV, mientras que José Antonio deseaba salir a chutear la pelota. ¿Qué sucedía? Él me recalcaba que era el hijo de la nana y que debía hacerle caso.

-Tienes que ser fuerte... Los niños ricos siempre son altaneros, no tienes que tomarlo tan serio... Ya crecerá y todo cambiará...-solía decirme mi mamá cuando llegaba llorando al cuarto.

Es fácil decirlo, pero la verdad es que cuesta mucho siendo tan pequeño. Usualmente los padres crían a los hijos para que sean fuertes, para que se conviertan en el futuro en alguien mejor, más importante que ellos, tan solo que mi madre no tenía esa posibilidad. Debía elegir entre alimentarme o darme dignidad, obviamente prefirió lo segundo. Tampoco le recrimino, no es su culpa haber nacido pobre ni mucho menos haber quedado viuda siendo tan joven y con un niño por criar.

Los ricos son así...

Solo los ricos pueden darse ese lujo...

Se nota mucho que tiene dinero, es mucho más educado...

¿A quién le vas a alegar? Si ellos son ricos...

Si eres pobre no puedes quejarte...

Crecí escuchando esas frases, esas inocentes apreciaciones que finalmente se terminan acumulando en tu mente y te forman, te hacen creer que la gente con dinero es diferente, casi de otro mundo, nadie te enseña a no menospreciarte por tu origen, todo lo contrario, lo ideal es esconderlo.

Así fueron pasando los años, durmiendo en el pequeño cuarto de la servidumbre, acompañado por mi mamá y viendo desde lejos como "la gente rica" era feliz. Como José Antonio se convertía en un hombre prepotente y engreído, el dueño de la verdad absoluta y la gran promesa de la familia, el que heredaría la empresa.

En la adolescencia me di cuenta de algo, un fenómeno que no me había atrevido a descifrar. Más que una fuerte admiración, o incluso envidia, lo que realmente sentía por José Antonio era amor, me había enamorado del pedante hijo del patrón, pero ¿cómo? Si él también es hombre. Esa revelación remeció mi vida inminentemente, ya no solo era el joven pobre, sino que también era el maricón. ¿Por qué tenía que ser así mi vida?

Siempre he sido retraído, en el colegio público al cual asistí, siempre fui el rechazado, el callado nerd que no compartía que nadie y que prefería ver a sus "monos chinos" en la televisión, antes que salir a jugar a la pelota. Aquello se vio incrementado luego de entender mi orientación sexual y es que me aterraba la idea que alguien más se diera cuenta de mi "extrañeza", era mucho mejor apartarme del mundo, no llamar la atención para que nadie me hiciera daño.

Por esos años comencé a comer por ansiedad e inminentemente engordé, y como mis hormonas se estaban volviendo locas por la pubertad, padecí de acné. Así me convertí en el típico nerd, el feo y raro del salón. Es extraño pensar que, tratando de esconderme, terminé convirtiéndome en alguien tan diferente que finalmente llamaba más la atención de lo que pensaba.

Como no tenía amigos ni mucho menos novio, mi mayor fuente de cariño era mi madre. Estábamos solos en este mundo y aunque ya estaba grande, me gustaba abrazarla cada vez que pudiera, le decía cuánto la amaba, era como un osito cariñosito, tan solo que no me importaba, lo único que ansiaba en ese momento era un poco de amor verdadero.

-Ernesto, te voy a pedir que esta noche no andes paseando por la casa. Voy a dar una fiesta y no quiero que asustes a mis amigos...- se reía de mi José Antonio, cada vez que podía.

¿Por qué me gustaba tanto? Supongo que era más superficial de lo que creía, porque estaba enamorado de él por su brillante cabello rubio, por sus grandes ojos celestes y su pálida piel. Era el típico adolescente rico, como modelo de revista. No me importaba que fuera malo o que se burlara de mí, porque en mis sueños era mi ángel prometido, el suave muchachito a quien abrazaría mil veces.

Esa era mi vida antes de ser mayor de edad, estaba solo, encerrado en mi habitación, dependiendo siempre de mi madre y enamorado de alguien que jamás se fijaría en mí, un amor platónico más estúpido que posible.

Lo único bueno de mi soledad, es que me ayudaba a estudiar, tuve buenas calificaciones en el colegio y gracias a ello me gané una beca para ir a la universidad. El día en que me aceptaron, fue la vez en que más feliz vi a mi madre, no podía creer que su hijo iba a ser un profesional, que podía escapar de su destino y ser alguien mejor.

-Todo esto es gracias a ti... Si no te hubieras esforzado tanto por cuidarme, nada de esto hubiera sucedido...-le dije a la mujer, agradecido por criarme.

Como me gusta mucho la computación, ingresé a Informática en la universidad. Y creo haber elegido bien, porque, aunque parezca un mal chiste, todos mis compañeros era igual a mí. Casi no tuve compañeras y los chicos con quienes compartí, eran retraídos y les gustaba las mismas "ñoñerías" que a mí. Por fin tuve amigos y salía con alguien después de clases.

Gracias a eso pude crecer mucho como persona, sané heridas que tenía del pasado y, por sobre todo, me olvidé de José Antonio. Me di cuenta que vivir de ilusiones no era saludable, que no podía basarme en ideales estúpidos y que debía centrarme más en lo tangible, en lo que realmente podía lograr y en lo que me hiciera verdaderamente feliz.

Me hice muy cercano a uno de mis compañeros, un muchacho delgado muy tímido, que solía dejarse el cabello largo y cubrir la mitad de su rostro con su chasquilla. Siempre andaba de negro, a su espalda llevaba la misma mochila todos los días y miraba el suelo al caminar, no le gustaba interactuar con otras personas, le costaba abrirse al mundo. Lo que más me gustaba de él, es que, si le conocías de verdad, te dabas cuenta de su gran corazón, de lo mucho que le gustaba ayudar a los otros y de lo sensible que era, alguien que se entristecía si veía a un perrito abandonado, o que les cargaba las cajas a las viejitas en el metro. Ése era Miguel, mi primer novio.

Recuerdo que al principio solo fuimos amigos, aunque a mí se me notaba mucho que me gustaba.

-Babeas cada vez que lo miras...-bromeaba siempre otro de mis compañeros, quien sabía todo.

No estaba preparado para preguntarle si era correspondido, y es que tampoco sabía si él era homosexual también. ¿Qué iba a suceder si me rechazaba y ya no podía hablarle más? Esa idea me aterraba y es que, sin darme cuenta, se había convertido en un pilar fundamental de mi vida. 

No sé si soy egoísta o un estúpido, pero suelo meter en mi vida a personas que a veces ni siquiera saben que existo. Quizás me encariño con mucha facilidad, o puede ser que estoy tan solo que me aferro a la primera ilusión que aparece frente a mi nariz.

Solo éramos amigos con Miguel, pero de todos modos lo hice parte esencial de mi día a día. Despertaba y lo primero en lo que pensaba, era en él, en que lo vería en clases y me deleitaría con su sonrisa, con sus frases ingeniosas y sus datos extraños.

Una mañana lo encontré en el baño, se lavaba el rostro con agua helada y aunque trataba de fingir, se notaba en sus ojos que había llorado mucho. No pude resistirme y le abracé con mucha fuerza, no quería que nada malo le sucediera y es que no se lo merecía.

-¿Qué te pasó? ¿Es algo grave? –le pregunté mientras lo cubría con mis brazos.

El chico apenas podía hablar, sollozaba constantemente, aunque de todos modos me respondió.

-Tengo muy malas calificaciones este semestre, y no puedo reprobar más cursos porque de lo contrario perdería mi beca... No sé qué hacer –era la razón de su tristeza.

No, no podía permitir que eso sucediera, ya no podía vivir sin su presencia, él no podía dejar la universidad.

-Yo te voy a ayudar... Desde ahora estudiaremos juntos... -le comenté decidido, haría que todo mejorara.

El muchacho sonrío alegremente y es que había encontrado la forma de solucionar sus problemas. De ese modo comenzamos a juntarnos todas las tardes para estudiar. Nos ubicábamos en la esquina más alejada de la biblioteca y entre medio de libros, computadores y calculadoras, pasábamos las horas. Se suponía que yo le estaba ayudando, pero en realidad, quien más ganaba con todo eso era yo y es que disfrutaba cada segundo de su presencia.

Los esfuerzos rindieron frutos y Miguel aprobó todos los exámenes finales. El último día de clases de ese semestre, le vi saltar por toda la facultad y es que no podía creer que lo había conseguido.

-Todo es gracias a ti... ¡Eres lo mejor! –me dijo sonriendo. Nunca nadie me había dicho algo tan lindo.

Supongo que estaba obnubilado y que por eso me dejé llevar. No supe cómo, pero le besé en la boca. No lo pensé dos veces, no lo medité como suelo hacer, solo lo hice. Íbamos caminando por el patio de la facultad, ya todos los alumnos se habían marchado y nadie nos miraba. Verle tan feliz me hizo pensar que necesitaba compartir con él todos los sentimientos que guardaba en mi interior, que ya no podía seguir fingiendo y debía asumir que lo amaba.

-¿Qué fue eso? –fue lo primero que me preguntó, sumamente sorprendido.

-No sé... ¿Qué crees tú? –respondí todavía impactado por mi osadía.

-Que... ¿te gusto? –fue directo.

Solo moví la cabeza, acepté la verdad y de pronto, sin siquiera esperarlo, él me volvió a besar. Mi amor era correspondido, todos mis sueños se estaban volviendo realidad, nunca había sido tan feliz en mi vida.

Así comenzó nuestro noviazgo. Aunque no andábamos tomados de las manos o nos dábamos besos públicamente, todos sabían que estábamos juntos y es que no podíamos esconder la ternura que sentíamos el uno por el otro.

Con él perdí la castidad, fue el primer hombre con quien estuve y a quien no quería abandonar nunca, porque todo a su lado era mejor, porque sonreía constantemente, porque la vida brillaba por primera vez.

Nuestra primera vez fue especial, fue durante un viaje de facultad en el segundo año. Decidimos ir a la excursión al valle, a un lugar muy verde repleto de árboles y por donde corría un caudaloso río. No hablábamos con nadie más de los que fueron, tampoco nos importaba, porque lo que queríamos era estar acompañado del otro.

Una noche, mientras todo estaban durmiendo en sus carpas, nosotros nos escapamos y recorrimos el bosque. La luna estaba en lo más alto del cielo, tiñendo todo con su aura nívea. Hacía un poco de frío y por eso nos abrazamos fuertemente debajo de un frondoso pino. El calor de nuestros cuerpos nos llevó a los besos, el amor ya no podía contenerse debajo de nuestras pieles.

Poco a poco comencé a desvestirlo, a conocer partes nuevas de él, a deleitarme con su desnudez, con la delicadeza de su cuerpo que más bien parecía de un niño. Besé cada centímetro de su piel, me sumergí en su aroma drogándome con el ser más hermoso que había conocido.

Nada de aquello podía compararse con lo que sentí por José Antonio, era mil veces más profundo, más sincero, era real. Esa noche estuve dentro de su cuerpo, conquisté su pasión dándole todo lo que poseía, cubriéndole con todo el amor que había en mi interior.

Nos tendimos sudados sobre la tierra musgosa del bosque, miramos por entre las ramas de los árboles, nos confundimos con el bosque, nos convertimos en algo más que personas, en seres más puros que un ángel, y es que, con la compañía del otro, éramos mucho mejores personas.

La magia duró durante los cuatro años de carrera que quedaban, poco a poco hicimos una rutina, nos veíamos los fines de semana en las tardes, íbamos al cine cada vez que podíamos, recorríamos los parques de la ciudad hasta que se nos hacía tarde, buscábamos cada oportunidad para estar juntos, aunque fuera a escondidas.

-¿Cuándo le dirás a tu mamá que eres gay? –me comenzó a preguntar cuando cumplimos tres años.

-No puedo hacerle eso... Se moriría si se entera –me aterraba la idea.

Era lo que más me asustaba, mucho más que la muerte, y es que se trataba de la mujer que me dio la vida, de quien dio todo para cuidarme y no podía pagarle de esa manera, rompiendo su corazón. Somos de una generación en que, aunque no nos mataran en la calle, sí nos trataban de otra manera, en la que muchas personas preferían ocultar a sus parejas antes que sufrir el escrutinio público, y es que a ojos de quienes nos rodeaban, estábamos enfermos.

El miedo se apoderaba de mí cada vez que Miguel me insistía con el tema. Para mí estaba todo bien, nos amábamos y era lo único que importaba, ¿por qué pensar en el resto? Si era algo que solo nos incumbía a nosotros.

-Yo ya les dije a mi familia, y aunque no lo tomaron muy bien, me apoyarán –me contó un día.

Él había dado el gran paso, y lo había hecho porque quería compartir con sus seres queridos nuestra relación.

-Ahora solo faltas tú... Cuando lo hagas nos reuniremos con nuestras familias y les diremos que nos amamos...-sentenció, en palabras que más bien parecían una amenaza.

El tema era recurrente, era un deseo que estaba presente en su mente y que no podía olvidar. Deseaba ser una pareja "normal", una que compartiera los domingos con los padres, quería ser sincero y mencionar en las conversaciones lo que hacía con su novio, estaba cansado de ocultar lo que era y a quién amaba.

Los últimos meses de nuestra relación fueron complicados, y es que el asunto aparecía a cada rato. Miguel ya había esperado mucho, quería que yo hiciera lo mismo, que fuera valiente y que luchara por nuestra relación.

-Es que tú no lo entiendes... Ella es lo único que tengo, me moriría si me rechaza... No, no puedo hacerlo...-le decía una y otra vez, pero él no comprendía.

Ahora que ya han pasado algunos años, miro hacia atrás y me arrepiento de haber sido tan débil, de no luchar por nuestro amor y dejarme vencer por el miedo. Él pedía tan poco, casi nada, solo anhelaba ser como todas las otras parejas, solo quería que el mundo nos viera como lo que éramos, dejar de esconder nuestro amor.

Finalmente sucedió lo obvio, Miguel se cansó de esperar a que me atreviera y tras finalizar la carrera, terminamos.

-Espero que seas muy feliz y que puedas asumir lo que realmente eres, que ya no te avergüences por ser homosexual –fueron las últimas palabras que me dirigió y con eso, se esfumó de mi vida.

Volví a caer en el abismo en el cual solía estar antes de conocerle, había perdido un pilar fundamental y toda mi vida se había derrumbado. Ya no sabía qué hacer, por donde seguir, todo lo había ideado pensando que estaría para siempre con mi novio y de pronto, eso cambió.

Mi madre me veía triste y aunque me preguntaba qué me sucedía, yo era incapaz de contarle la verdad. Ya era muy tarde, ya no era el tiempo para confesarlo, mi oportunidad había pasado.

No podía quedarme con los brazos cruzados, ya era momento de retribuir a mi mamá por todo lo que había hecho por mí y por eso, después de meses de depresión, decidí salir a trabajar. Hice muchas entrevistas y solo en una me aceptaron. Así, comencé a trabajar en el área de informática de una empresa de telecomunicaciones.

Recuerdo mi primer día de trabajo, fui muy bien vestido, peinado como adulto responsable y muy bien perfumado. Muchos de mis compañeros me quedaron viendo con burla "ahí había llegado el feo, el gordo, el raro". Después de la luz que había sido la universidad, llegué a un lugar muy parecido a cómo había sido mi colegio.

La felicidad por mi primera experiencia laboral duró muy poco, finalmente tenía que vender mi tiempo a cambio de un poco de dinero, compartir con gente que debe estar en un puesto, que no desea compartir contigo y que de todos modos te tienen que soportar. Aquel cinismo me costó comprender, sentía que estaba rodeado de hienas que se burlaban de mí por ser feo. ¿Acaso no se veían al espejo?

-¿Qué? Me quedé dormido ¿algún problema? Agradezca que vine, estaba muy a gusto en mi cama...-escuché una vez a un sujeto gritándole a su jefe.

Me quedé sorprendido porque no era como el resto de quienes trabajaban en esa empresa, él era distinto porque no le importaba lo que todos pensaran, porque no trataba bien a los demás para encajar, simplemente era él, demostraba su odio sin miedo, era libre y fuerte, era todo lo que yo quería ser.

-¿Sabes? Te hubiera escuchado con atención, pero tienes muchas tetas y me desconcentran... ¿me puedes hablar de espalda? –solía caminar por el departamento de contabilidad para llegar a mi puesto, y así podía escuchar los berrinches de aquel hombre.

Poco a poco comencé a disfrutar cada uno de sus gritos, de esos disparates que solo se le ocurrían a él. Muchas veces estaba muy triste, desanimado a más no poder y sus incoherencias me alegraban. Nuevamente había caído en ese juego, me estaba enamorando otra vez de alguien que ni siquiera sabía de mi existencia.

-¡Te quedaste dormido en la sala de fotocopias! –una vez su jefe le gritó tan fuerte que se escuchó hasta en el departamento de informática donde yo trabajo.

-No me quedé, vine solo con esa intención... Ahora apague la luz que estaba en un sueño bien rico... -sin pudor le respondía a su jefe, realmente le admiraba.

Todavía no había superado mi antigua relación y por eso preferí no acercarme a aquel hombre. No, no era tiempo de comenzar una nueva aventura. Aunque debo reconocer que la principal razón por la cual no le hablé por años, es que me daba miedo que me rechazara de una forma horrible y es que, conociendo su personalidad, era capaz de dejarme en ridículo ante toda la empresa.

El tiempo pasó, los años cayeron sobre nuestros hombros mientras le veía desde lejos. Me encantaba pasar por el departamento de contabilidad y verle, escuchar sus gritos y la forma en que todos le trataban mal, pero eso no importaba, porque él seguía igual de fuerte que siempre.

-Eres perfecto... Necesito de tu ayuda...-un día iba caminando por el piso cuando de pronto un contador nuevo me detuvo.

Era un sujeto alto y de cabellera rizada, parecía atractivo e inteligente. Marcos comenzó a trabajar con mi amado hace poco y al parecer, ya le odiaba, tan solo que quería llegar un paso más lejos que el resto de sus compañeros.

-Mira, es muy fácil... él quiere que lo folle, pero yo ni loco lo voy a hacer. Me va a esperar a oscuras en la sala de fotocopiado, lo que quiero que hagas es que entres, finjas ser yo y te lo folles... Luego yo voy a ir con todos los del departamento, abriré la puerta y lo humillaré...-era el plan desquiciado el hombre para vengarse del hombre a quien tanto admiro.

Debo reconocer que detesto a Marcos, odia a quien amo y peor aún, quiere hacerle daño, tan solo que... terminé aceptando. Sí, porque, aunque parezca absurdo, es la única forma que tengo para acercarme a la persona de quien me he enamorado perdidamente. Alguien tan feo como yo, no tiene muchas oportunidades, dudo mucho que si le confieso mi amor vaya a fijarse en mí, por lo que una chance como me la quiere dar ese sujeto, no puedo dejarla pasar.

Acepté su oferta y ahora, tengo que ir hasta aquella sala de fotocopiado para dar inicio a la que espero, sea la historia de amor de mi vida. Esta vez no cometeré los mismos errores que en el pasado y daré todo por la persona que amo. Me esforzaré y, aunque sé que será difícil, no descansaré hasta enamorar a Putilfredo.

 

 


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