Llegó el lunes nuevamente. Eran las siete de la mañana y el pelinegro recién llegaba, había pasado una mala noche, pero eso no se interpondría en su trabajo. Por eso mismo agarró una sonrisa e ingresó al edificio.
Algunos ya estaban reunidos, le hicieron una seña para que se juntara- ¿Qué tal el fin de semana? Yo pude visitar a mi familia -iniciaron la conversación.
Estuvieron hablando media hora, y el sonido de un celular timbrando los silenció- Es tu celular Bill.
- Oh -miró el aparato que no dejaba de moverse- gracias, regreso en unos minutos.
Se levantó del asiento que le habían cedido y se alejó lo suficiente para responder.
El grupo se pegó más y cotillearon. Lo habían notado deprimido, no tenía esa alegría que solía tener siempre en las mañanas. Usualmente era quien siempre se unía a los grupos y los demás lo aceptaban contentos.
El jefe hizo acto de presencia, mirando primero al pelinegro que se notaba decaído atendiendo a quien fuera tras esa línea. Luego dirigió su mirada al grupo, poniéndolos tensos, preocupado se les acercó- ¿Qué pasó con Bill? -preguntó dominante, los brazos marcados en su terno y la vena marcada en su cuello.
Un valiente inhalo aire y respondió- no sabemos, no nos ha hablado de nada en particular. Estamos preocupados.
El azabache ya había terminado la llamada y se les cercaba despacio- Jefe, de verdad lo siento pero tengo pedirle un favor… -esperó para continuar- Hay un asunto urgente y no puedo ignorarlo, necesito ir hoy y probablemente mañana. ¿Puede darme libre esos días?
El mayor relajó el cuerpo y suspirando asintió con la cabeza.
- Muchas gracias, de verdad se lo agradezco - estrechó su mano y poniéndose de puntas logró darle un beso en la mejilla, para luego salir apresurado del centro.
Estaba de mas decir que todos tenían los ojos totalmente abiertos por la última escena. Algunos no pudieron contenerse y susurraron entre ellos "al fin". Era la primera muestra de que entre ellos algo iba mas allá de lo laboral.
Hasta que la secretaria apareció.
Llegada la tarde, la hora para que dijeran adiós entre ellos se acercaba, ya tenían sus pertenencias listas y algunos hablaban para matar el tiempo. El grupo usual de Bill, o como muchos los llamaban: embajadores del CDFDB (club de fans de Bill) no habían logrado contactar con su supervisor en todo el día.
Habían llamado dos veces cada uno de ellos, alternando las horas para que por lo menos una fuera aceptada. Nada. Los mandaba directo a la casilla.
- ¿Se puede saber por qué no están trabajando? -preguntó gritando la mujer, secretaria de su jefe, a quien odiaban. Tenía un saco negro encima de otro vestido corto blanco, muy escotado- todavía no es la hora de salida y el jefe quiere que los informes sean terminados para hoy. Mañana hay una junta y los quiere listos, ¡Ya están trabajando, inútiles!
Se miraron confundidos- nosotros no hemos sido informados...
- Su afeminado supervisor debió decírselos, ¿Acaso no es parte de su trabajo? Es un inútil, por eso el señor Kaulitz me ha contratado. Ese tonto niño no sabe como hacer su tarea, pues con razón todos en este lugar sonríen, si son unos flojos que ni leer bien pueden hacer. El tonto de Trümper los exonera de sus deberes y ustedes, pobres vagos, se sientan en su palabra. ¡Incluso tiene el coraje de faltar hoy y pedir libre mañana! Con razón el jefe está molesto, sabe que no cumplió. De seguro y lo despide, porque es una rata de callejón, feo y estúpido.
Debido al escándalo, los demás empleados se habían acercado y escucharon la forma de hablar de la mujerzuela. Indignados por las blasfemias contra su ídolo, no se quedaron callados y vociferaron juntos contra ella. Llenándola de mas insultos que jamás esperó, ¿Qué iba a saber ella de su Bill? ¿Qué iba a saber de lo que habían logrado gracias a él? Le debían tanto a Bill que no podrían pagárselo jamás.
La secretaria salió del lugar llorando, buscando consuelo en su jefe. Pediría que despidiera a Bill y la nombrara a ella supervisora, y que había echo que todos en la empresa se pusieran de su lado para herirla.