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Inspector Grinch por Elbaf

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Notas del capitulo:

Este capítulo (el último de los que voy a subir hoy) introduce a una pareja nueva. Quizá han ocupado casi todo el capítulo, pero necesitaban un contexto y, si ampliaba la historia con sucesos posteriores iba a quedarme muy largo.

 

Aún así, espero que os guste.

 

Os ailoviu.

Era finales de enero cuando Kagami llamó a Kise para preguntarle si tenía esa semana alguna noche libre. El rubio no ocultó su felicidad y Kagami tuvo hasta que quitarse el teléfono de la oreja, aunque su efusividad no dejó de hacerle gracia y no estaba mal que alguien se alegrase por pasar tiempo con él. Inconscientemente pensó en Aomine, pero con un movimiento de la cabeza alejó todas esas ideas de su cabeza. Aomine había sido un cretino y Kagami no tenía ninguna gana de comprobar hasta qué punto podía llegar a serlo.
La cita que tuvieron fue bastante entretenida, Kise era divertido, amable y muy abierto. Aún no se acostumbraba a que agregase ese odioso «-cchi» a su nombre, pero no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Fueron a ver una obra de teatro y luego a cenar. No es que a Kagami le gustase mucho el teatro, de hecho, no recordaba haber ido en toda su vida, salvo alguna vez que pudo haber ido con el colegio para alguna obra infantil. Pero se notaba que Kise quería hacer las cosas bien y, de algún modo, sorprenderle con algo que no fuera la típica salida al cine. Además, la obra no era ningún drama, sino un humor bastante decente, por lo que salió contento del lugar. La cena también estuvo bien, fueron a uno de esos restaurantes caros, parecido al suyo y la comida era buena... pero se encontró a sí mismo pensando que haber ido al Majiburguer a por unas hamburguesas con queso le habría hecho más feliz.
Durante toda la noche, Kise le dejó su espacio. No le presionó, no le atosigó ni trató de hacer nada que Kagami no iniciara. Lo cual, en el fondo, el pelirrojo agradecía. Cuando se despidieron en el portal de casa de Kagami, pues el rubio había insistido en acompañarle, Kise se atrevió a darle un tímido beso en los labios. Fue un ósculo suave, delicado, totalmente inocente y carente de ningún tipo de intención sexual. Kagami le sonrió con suavidad y se despidieron hasta otro día. Subió a su casa y su hermano ya estaba dormido, por lo que simplemente se dio una ducha rápida, se puso el pijama y se metió en la cama. Con los brazos tras la cabeza se quedó mirando el techo y pensando en la cita que acababa de tener. Kise era un buen tipo, era muy guapo, era atento, era considerado...
- Kise es aburrido... – murmuró al final.
Y es que, sí. Kise había sido todas esas cosas. Pero él necesitaba algo más. Necesitaba alguien de carácter fuerte, impulsivo, alguien que le diera guerra, alguien que pudiera disfrutar de una maldita hamburguesa, alguien con quien ver un partido de básket en la televisión, alguien más sencillo...
- Alguien como el idiota de Aomine Daiki... – dijo con resignación, dándose la vuelta en la cama y tratando de dormir algo por lo que quedaba de noche.
A la mañana siguiente, Himuro Tatsuya se encontraba repasando el caso que estaba llevando entre manos. En realidad, no era un trabajo como tal, no estaba actuando de fiscal, pero tampoco de abogado. Solo le estaba haciendo un favor a un amigo, aunque, con los meses, ese favor había terminado convirtiéndose en algo que le hacía sonreír más a menudo de lo que estaba dispuesto a reconocer. A pesar de lo peligroso del caso.
- Buenos días, Tatsuya.
- Buenos días, Taiga. ¿Qué tal te fue la cita con Kise? – Kagami gruñó cansado, mientras se servía un café.
- Pues... bien, creo.
- ¿Crees? Taiga... te conozco – dijo dejando los papeles y centrando su vista en él – Estas cosas, cuando salen bien, te tienen eufórico, contento y casi incontrolable. ¿No me digas que es otro capullo como Aomine?
- No, Kise no... No es así.
- Entonces, ¿cuál es el...? – Himuro sonrió y bebió un sorbo de su café – Ese es el problema, ¿no?
- No es que Kise sea el problema, es que... Bueno... Él es amable, es atento... Le gusta comer cosas buenas, le gusta el teatro y hacer cosas cultas y esa mierda – Himuro soltó una risa, divertido.
- A Kise le gusta hacer un montón de cosas que aborreces.
- No es eso, bro... Me gusta comer bien y me gusta el cine...
- Taiga... Te gusta jugar al basket hasta caerte muerto. Te gusta ir al parque de atracciones a gritar hasta quedarte sin voz. Te encanta ir al acuario porque te hacen mucha gracia esos peces grandes y gordos tan raros...
- Los peces luna – dijo reprimiendo una risita.
- Y deja que te diga que no se llaman así porque brillen... El punto es que tú eres mucho más... como un adolescente en un cuerpo de adulto. Taiga, si te dieran a elegir entre ir a un restaurante de la misma categoría del tuyo o ir a atiborrarte de hamburguesas al maldito Majiburguer habrías escogido la opción b antes siquiera de saber que era una opción.
- Pero Kise es buen tipo...
- Pero, tal vez, no es solo un buen tipo lo que tú necesitas...
Hacía años que Kagami no hacía eso, pero dejó la taza en la encimera de la cocina y corrió a los brazos de su hermano, rodeándole con ellos con fuerza. Era cálido y reconfortante.
- Tatsuya... Sé que tienes razón, pero... Aun así quiero darle una oportunidad.
- Eres ya adulto, Taiga y no voy a interferir en las decisiones que tomes, sabes que siempre te apoyaré. Solo te pido que no te ilusiones demasiado con el primer chico que no te trata mal... – miró el reloj de la cocina de reojo – Ahora debo irme, la vista para el juicio de Atsushi es en un par de horas.
- ¿Vas a decirle que te gusta? – Himuro se puso de todos los colores iba a replicar, pero Kagami levantó la mano – No creas que soy idiota. Tú siempre sabes cuándo me gusta alguien, no creas que yo no te conozco igual.
- Es... algo complicado. Atsushi ahora tiene muchas cosas en las que pensar y...
- ¿Tan difícil ves que gane el juicio?
- Es una acusación muy grave, Taiga... Y con jurado popular. Además, el tema de la pedofilia siempre saca a relucir el odio más visceral de las personas. No lo tiene fácil... y el fiscal que le ha tocado es uno de los más duros de todo Tokio...
- Bueno, él no tiene al fiscal más duro de todo Tokio, pero sí al mejor de todo Japón, como asesor.
- No hay pruebas reales contra él, todas son circunstanciales y...
- Bro – dijo Kagami tomando sus mejillas – Ve a ese juicio y haz que Murasakibara se los meriende como si fuera uno de esos pasteles. Y, cuando todo acabe... meriéndatelo tú a él – soltó una pequeña risita – Yo confío en ti. Y él también.
- Gracias, Taiga... Te mantendré informado sobre los avances, ¿sí? Te veré a la hora de la cena.
- Mucha suerte, bro. Te prepararé algo delicioso para entonces.
Himuro salió de su casa controlando la hora. Subió al coche y, mentalmente, comenzó a repasar el caso.
Murasakibara Atsushi. 28 años. Pastelero. Cuando le conoció no esperó que lo que su amigo en común le había contado fuera tan sorprendentemente cierto. Era un tipo alto, muy alto, exageradamente alto y muy grande. Pero eso era todo. Por dentro, era un inocente niño que no entendía que hubiera personas que pudieran hacer ciertas cosas. Cosas como la que le habían acusado.
Unos meses antes...
- ¿Tú eres Muro-chin, el amigo de Oka-chin? – Himuro sonrió y asintió con la cabeza. Kenichi Okamura era un antiguo amigo del instituto y quien le había pedido ayuda.
- Soy yo. No tenemos mucho tiempo, así que ¿qué te parece si me cuentas qué sucedió? – el enorme hombre frente a él asintió.
- Hay una guardería llena de niños-chin al lado de mi pastelería. Los dulces son la mejor cosa del mundo, si Muro-chin me ayuda le daré unos pocos – a Himuro se le escapó una risita y asintió, animándole a continuar – Pero los dulces, a veces, dejan de saber bien. No me gusta cuando un dulce es del día anterior porque es menos dulce, se vuelve duro y, aunque sigue siendo delicioso, es menos delicioso que si está recién hecho. Pero, claro... ¡no puedo tirar dulces a la basura, eso sería un crimen!
- ¿Te refieres a los dulces que no has vendido al final del día?
- Muro-chin entiende. Esos dulces no son tan deliciosos al día siguiente, pero tirarlos es impensable. Siempre me como algunos, pero a veces sobran demasiados. Así que, al ver a tantos niños-chin al lado, pensé en que, cuando yo era así, me gustaban mucho los dulces, por lo que creí que ellos los apreciarían y yo no los tendría que tirar.
- ¿Les dabas los dulces que te sobraban a los niños de la guardería de al lado?
- Muro-chin, no me gusta que repitas todo lo que digo...
- No es eso, es solo que tengo que asegurarme de entender bien las cosas. Entonces, ¿es algo que haces a diario?
- Bueno, no. A veces no sobran muchos. Mi pastelería es bastante buena y siempre tengo muchos clientes. Pero los días que hace mucho frío o llueve o cosas así... No los vendo todos y se los llevo a los niños-chin.
- Bien, eso... no tiene por qué ser malo.
- ¿Verdad? Pues el papá de uno de los niños-chin llamó a la policía.
- ¿Sin decirte nada?
- Dijo algo de que estaba drogando a los niños-chin.
- ¿Le agrediste?
- No.
- Murasakibara...
- ¡Él me agredió primero! Dijo que yo había metido droga en mis dulces. ¡Yo! ¡Estropear mis dulces de ese modo! Fue ese tipo odioso el que me agredió, debería haberle aplastado...
- Murasakibara, necesito que me digas si le tocaste, si le heriste de alguna forma.
- No... quise hacerlo, pero vi a los niños-chin y decidí que no quería aplastarle frente a ellos. Entonces ese hombre dijo que yo quería llevármelos para hacerles cosas malas.
- ¿Qué tipo de cosas?
Murasakibara no entendía, así que solo le extendió unos papeles que Himuro se entretuvo leyendo unos minutos.
- Estas cosas... Murasakibara... estas cosas de las que te acusan son muy graves.
- No las entiendo, Muro-chin, para eso estás aquí, ¿no?
- Te acusan de pedofilia, Murasakibara – dijo con el folio temblando en sus manos.
- ¿Pedofilia? ¡No sabía que tener gases fuera un delito! – si no hubiera sido tan grave, Himuro habría roto a reír.
- No... la pedofilia no es eso, Murasakibara. La pedofilia es la atracción sexual hacia niños y niñas. – Murasakibara le miró horrorizado.
- ¡Muro-chin miente! Yo no... ¡No entiendo!
- Murasakibara, cálmate...
- ¡Yo nunca tocaría a un niño-chin! ¡Yo solo quería darles mis dulces y que fueran felices! – Himuro vio a Murasakibara tan destrozado cuando entendió su acusación que supo, sin ninguna duda, que el gigante morado no mentía. Todo había sido una terrible confusión.
- Lo sé, Atsushi, lo sé. ¿Puedo llamarte así? – por experiencia sabía que, en ocasiones, utilizar el nombre de pila daba más confianza a los acusados. Murasakibara asintió – Tenemos que centrarnos en demostrar que tú nunca, jamás, has tocado a un niño. Tienes que contarme si alguna vez les has dado un beso, un abrazo, cualquier tipo de contacto físico...
- Aunque quisiera no podría, Muro-chin. Hay una valla y yo soy muy grande, no puedo pasar entre los barrotes.
- ¿Y los niños? ¿Alguna vez salieron para agradecerte los dulces?
- No... la profesora-chin siempre está con ellos y nunca deja que salgan. Y yo tampoco lo haría porque hay una carretera justo en frente y podría ser malo para ellos. Y ya no se comerían mis dulces...
- Tienes que conseguir que la profesora testifique en el juicio. Los testimonios de los niños no cuentan porque son demasiado pequeños y pueden estar influenciados, pero la única persona que te ha visto con ellos es esa profesora y necesitas que hable.
- Muro-chin... Si yo no he hecho nada, ¿por qué dicen cosas tan malas de mí?
Himuro se quedó sin una respuesta, por primera vez en muchos años.
De vuelta en el coche de Himuro
Japón tenía muchas cosas buenas, pero su justicia no era una de ellas. Murasakibara había sido retenido 23 largos días en un calabozo donde, por supuesto, no tuvo acceso a un abogado. Era el máximo que podían retenerte antes de una acusación firme y, aunque hubiera tenido derecho a un abogado, no se lo podría haber pagado. Si a eso le sumas que esa frase de «tiene derecho a un abogado, si no puede pagarse uno se le asignará uno de oficio» era una realidad en los Estados Unidos, pero no en Japón, la cosa se tornaba demasiado negra. Si necesitas un abogado, pero no te lo puedes pagar, te tendrás que representar a ti mismo en los tribunales.
Sabiendo eso, Kenichi Okamura le había pedido ayuda a Himuro. Él, como fiscal, no podía defender a un acusado, pero no había nada que dijera que no le pudiera aconsejar. Durante tres largos meses había estado revisando una y otra vez el caso de Murasakibara Atsushi por pedofilia. Hoy, por fin, era el día del juicio y la sentencia saldría en unas pocas semanas. Esa mañana se lo estaba jugando todo, por eso, permanecería sentado tras el gigante, aconsejando, tranquilizando y animando siempre que le fuera posible.
Él no era creyente, pero rezó a todos los dioses de la Humanidad porque aquel hombre bueno y dulce (y del cual se había terminado enamorando) fuera absuelto de todas las acusaciones.
En el descanso del juicio, Himuro salió de la sala para dirigirse al servicio cuando se encontró a Aomine saliendo de otro proceso. Sonrió y, mientras se acercaba a él, que aún no le había visto, sacó el teléfono móvil y simuló una llamada.
- ¡Taiga! – eso hizo que Aomine alzase la vista, agudizara el oído y le mirase con cara de tener un fuerte dolor de pelotas – Anoche llegaste tarde, ¿eh? ¿Cómo te fue con Kise? – Himuro bailó por dentro, al notar el aura asesina de Aomine – ¿En serio, al teatro? Vaya, es un chico con clase, sí. Ajá... ¿¡Te besó!? – vale, eso se lo había inventado, a pesar de que era cierto, él no tenía ni idea de si su hermano y el otro chico realmente se habían besado o no, pero eso no importaba. Aomine estaba que trinaba por segundos y ese era justo su objetivo – Bueno, entonces ¿vais a volver a quedar? Ajá, sí... No, por mí no hay problema... – siguió fingiendo que llamaba hasta entrar al baño. Cuando salió, con una sonrisa triunfante, Aomine le estaba esperando en la puerta – Oh, Aomine Daiki... parece que has visto a un fantasma.
- Jódete, Himuro. Lo haces por hacerme daño, no me creo que Kagami haya salido con Kise.
- ¿Y por qué no? Puedo jurarte que lo que has oído no es mentira, Inspector. Mi hermano pasó una noche bastante buena.
- No conocéis a Kise... Él no...
- No puede ser peor que tú, Aomine. Al menos, él no ha herido a mi hermano en tiempo récord. Por lo que a mí respecta, es la mejor opción para él. Y ahora, si me disculpas, tengo un caso que ganar...
Aomine se quedó de piedra al verle. No tenía la típica aura de fiscal amargado que solía tener. O lo que decía era cierto... o era cierto, no tenía ninguna otra opción.
Esa tarde, Aomine se dirigió a casa de Kuroko y Momoi. Su sobrino había salido con su madre, por lo que podría hablar con su amigo sin demasiados problemas.
- Quiero hablar de Kagami... – Kuroko alzó una ceja.
- ¿Qué tiene Kagami-kun?
- He sabido que anoche salió con Kise a una cita.
- Y eso te molesta porque...
- Los dos conocemos a Kise. Sabes cómo es, Tetsu, sabes... que, a la larga, le hará daño.
- Bueno, Aomine-kun le hizo daño a Kagami-kun «a la corta» así que, de momento, es un mini-punto para Kise-kun.
- Kise no es mal chico, Tetsu, pero sabes que es muy enamoradizo. ¿Has olvidado el instituto?
- Ese tiempo es pasado, Aomine-kun. Kise-kun nunca estuvo realmente enamorado de mí. Ni de ti tampoco.
- ¡Exacto! – Kuroko le miró sin entender – Así es Kise. Él cree enamorarse, se vuelve como un adolescente que solo quiere pasar tiempo con la persona a la que dice amar. Le colma de atenciones, cuidados, cariños, mimos... Y en un par de meses, ¿qué, Tetsu?
- En un par de meses encuentra a otra persona que le hace sentir así y abandona a quien sea que esté con él.
- Veo que me sigues.
- Mi intención nunca fue que Kagami-kun se enamorase de Kise-kun.
- ¿¡Entonces por qué mierda los presentasteis!?
- Porque Aomine-kun fue un cretino que hizo daño a Kagami-kun y necesitaba darse cuenta de lo que estaba haciendo. Que las cosas entre Kagami-kun y Kise-kun se estén dando así fue algo que no planeamos ni Momoi-san ni yo.
- ¿¡Satsuki también está metida en esto!?
- Fue su idea. Es una mente malvada.
- Como sea, eso no importa. Tenemos que conseguir que Kagami se aleje de Kise. Solo le va a hacer daño y no se merece eso.
- Pero que se lo hiciera Aomine-kun, ¿sí?
- ¡Mierda, Tetsu! ¿Otra vez con eso? Sí. Fui un cretino. Sí. Me equivoqué. Sí, a todas las cosas que quieras decirme. Pero que yo aprenda mi lección no implica que Kagami sufra más de lo que lo hizo por mi culpa.
- Aomine-kun cuando te pones profundo das miedo. Pero está bien. Solo deberías ser un poco más sincero contigo mismo, eso no es malo.
- ¿Sincero? ¿Qué quieres decir?
- No niego que te preocupes por Kagami-kun. Pero lo que a ti te pasa es que estás celoso, Aomine-kun. Por eso quieres separarlos.
- No, Tetsu, yo no... No es lo que crees.
- Bien, bien. Como sea. Te ayudaremos. Pero me deberás algo muy gordo por esto.
Aomine bufó. Sabía que su pequeño amigo se la iba a cobrar tarde o temprano. Pero también sabía que, con su ayuda, igual no conseguía una oportunidad con Kagami (oportunidad que aún no sabía realmente si quería), pero sí conseguiría separar a esos dos y, con eso, el moreno se daba por satisfecho.
De momento.
Esa misma noche, antes de que Himuro regresada de los juzgados, Kagami recibió una llamada de teléfono mientras hacía la cena.
- Kagami-kun, hola.
- Oh, hola, Kuroko. ¿Qué puedo hacer por ti, todo bien?
- Sí. Solo llamaba para ver qué tal estás y cómo te fue con Kise-kun.
- ¿Cómo has sabido que salí con Kise?
- ...
- ¿Kuroko?
- Kise-kun me lo dijo.
- Ah... Y... ¿Te dijo qué le pareció?
- No. Él solo me dijo que íbais a quedar, pero no he hablado con él desde que salisteis. No pareces muy contento, Kagami-kun.
- No es eso, Kuroko. Kise es un tipo genial y toda la mierda – sentía que había dicho ese discurso como cincuenta veces en menos de 24 horas – es solo que... siento que quizá no es para mí.
- Qué conveniente...
- ¿Conveniente, por qué?
- Ah, no, no, perdona. Es solo que me apetecía ver una película que justo echan esta noche, perdona.
- ¡Si no vas a prestar atención a la conversación para qué me llamas, maldito! – Kuroko se mordió los labios para no reír – Si eso era todo, me pillas haciendo la cena...
- Lo cierto es que no, Kagami-kun. Llamaba por si recordabas la cena del otro día.
- ¿La encerrona con Kise y Aomine? Sí, la recuerdo – dijo con un bufido.
- ¿Recuerdas que Kise-kun te dijo que si podrías hacernos un hueco una noche para cenar allí?
- Ah, claro. ¿Vais a venir todos, otra vez?
- No, no. Solo será una mesa para tres.
- De acuerdo, ¿vendréis con el niño?
- Con uno muy grande, Kagami-kun.
- ¿Eh? ¿Hiroshi ha crecido?
- Algo así. Bueno, tengo que dejarte, Nigō necesita su paseo nocturno.
- Entonces mañana te digo qué días puedo haceros un huequecito y me dices cuál os va mejor, ¿sí?
- De acuerdo, Kagami-kun, muchas gracias.
Colgó el teléfono y sonrió con solo un poquito de picardía. Esto de hacer de cupido a veces tenía sus cosas divertidas.

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