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Inspector Grinch por Elbaf

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Notas del capitulo:

Aquí os dejo con la segunda parte del fic. Aún es una introducción, en el próximo capítulo ya comenzará la acción. Creo. (?).

 

Os dejo con el siguiente capítulo.

 

¡Espero que lo disfrutéis!

 

^^

A Aomine no le quedó más remedio que aceptar lo que su sobrino le pedía, desde luego. De modo que, en cuanto terminó un par de informes que tenía a medio redactar, ambos recogieron sus cosas y salieron del despacho. A sus compañeros de trabajo les encantaba que el pequeño Hiroshi fuera a visitar a su tío. No solo porque el niño, ya de por sí, era un angelito adorable, sino porque Aomine cambiaba radicalmente cuando el pequeño estaba cerca. ¡Hasta sonreía! Por supuesto que todos sus compañeros no hacían más que recordarle esa faceta tan paternal suya, pero bastaba un simple gruñido para hacerles callar. Aunque esto se complicaba más todavía cuando era, por ejemplo, una cena del departamento. El alcohol les desinhibía a todos, incluido a Imayoshi, el jefe de Aomine, que no dejaba de molestarle por su carácter huraño y antipático. No es que Imayoshi fuera la persona más empática del mundo, ni muchísimo menos, pero era quien firmaba las nóminas y nadie era tan estúpido como para meterse con él como lo hacían con el pobre Inspector Grinch. Aomine había calculado que hacía exactamente un año y medio que no volvía a esas estúpidas cenas. Aunque no es como si hubiera importando mucho… los audios le llegaban al teléfono igualmente. Sea como fuere, llevaba de la mano a su sobrino, que iba dando pequeños saltitos de pura felicidad mientras su tío le prometía llevarle a cenar un MajiMealal MajiBurguer cercano a su apartamento. Apartamento. Aomine Daiki podría ser muchas cosas, pero desde luego que no vivía en un apartamento. Al menos, no lo que las personas normales entienden por «apartamento». No tenía mucha familia con quien gastar el dinero, tan solo estaban sus padres y algún tío o tía lejanos, apenas conservaba amigos del instituto – además de Kuroko y Momoi – y no era alguien de gastarse sumas cuantiosas en tonterías. Solo había tres cosas en las que Aomine se gastase dinero: su casa, su coche y su sobrino. A veces hacía alguna excepción y se lo gastaba en algo relacionado con el basket, pero como en Japón tampoco había la afición que había en Estados Unidos por este deporte, no eran muchas las ocasiones en las que podía permitirse un capricho de este estilo. Eso sí, seguía entrenando casi a diario, renovando su ropa de deporte – y sus inseparables Air Jordan – y comprando balones cada pocos meses. Aun así, el gasto no es que fuera excesivo, no comparado con lo demás. El coche de Aomine era uno de esos coches que, cuando los ves por la calle, sientes que dentro va una persona muy muy muy importante, y que probablemente tenga hasta chófer. Pero él no era de los que dejaban a cualquiera tocar su pequeño bebé. Su Audi A8, negro como su p… la noche, dejaba con la boca abierta a cualquiera que lo viera pasar. Especialmente porque solía poner la sirena – fuera o no una emergencia; a veces, ser policía tenía sus pequeñas ventajas – y no iba, precisamente, conduciendo despacio. El interior, en contraste con la pintura externa era de un blanco impoluto, que solo tenía permiso de manchar Hiroshi. Tenía, por supuesto, todas las comodidades que se le pueden pedir a un coche de alta gama. Ordenador de a bordo, GPS, conexión a internet, pantallas en la parte trasera, guantera con refrigerador, calefactor en los asientos… Aomine siempre bromeaba diciendo que, si se quedase sin su casa, podría vivir en el coche casi sin perder calidad de vida… excepto quizá algo de privacidad a la hora de ir al servicio. Ah, su casa. Sí. No era especialmente grande, en tanto que no tenía un gran número de habitaciones. Pero era elegante, moderna y muy bien decorada. Por supuesto que no la había decorado él, ni de lejos, pero sí que había dicho qué cosas quería y qué cosas no quería tener. Tenía dos plantas, en la baja, había un enorme salón con cocina americana. En el medio del mismo, había un sofá chaise longue, tras el que se encontraba la cocina. Frente a él, había una enorme televisión de plasma de más de 70 pulgadas colgada sobre la pared. Bajo él, un mueble de roble claro con las cuatro consolas más actuales y una gran variedad de videojuegos para cada una de ellas. La cocina era amplia – a pesar de que apenas la empleaba – y estaba pulcramente ordenada. En tonos metálicos azulados, las luces que entraban por los amplios ventanales – casi no había paredes en su casa, la mayor parte del espacio, era cristal – reflejaban tonos suaves por el resto de la estancia. Tenía una nevera llena de comida preparada y la mayor parte de sus armarios estaban repletos de paquetes de comida que ningún nutricionista recomendaría nunca… pero que su sobrino y él devoraban como leones mientras veían alguna película por las noches. En el piso de arriba – al que se accedía por una escalera de madera lacada en negro – se encontraba su habitación y el baño. Ambas eran habitaciones tan amplias como el salón o la cocina. Su habitación estaba decorada en blanco y negro, con una amplísima cama matrimonial, una ventana frente a su cama, desde la que se podía ver toda la bahía de Tokio. Tenía un escritorio a la derecha de la cama en el que descansaba un ordenador portátil, que utilizaba para trabajar las pocas veces que no iba a su oficina. El baño, era uno de los lugares en los que más tiempo le gustaba pasar. Tenía una bañera tan grande que cabían dos adultos sin problema. A pesar de que también tenía una ducha en la parte trasera del baño, apenas la empleaba. Solía ducharse en el trabajo y, cuando regresaba a casa, si estaba cansado, se daba un buen baño acompañado de un buen hilo musical. Para ello, tenía un estéreo en una de las esquinas del baño, que se encargaba de encender cada vez que quería relajarse. Pero, sin duda alguna, lo que más le gustaba de su casa era la azotea. Era un extra sin el que no hubiera podido sobrevivir mucho tiempo. Se componía de una pequeña piscina, lo suficientemente grande como para nadar unos metros y trabajar su espalda. No era muy ancha, como mucho podrían nadar dos personas juntas, pero para él era más que suficiente. Y, al lado de la piscina, la niña de sus ojos. Una pequeña cancha de basket con dos canastas en la que pasaba horas y horas practicando. Para que el balón no acabase en la cabeza de algún transeúnte, rodeaban toda la azotea gruesas y altas paredes de cristal y unas pequeñas vallas de metal. Pero ahora aún no habían llegado a su «apartamento», todavía estaban esperando en la cola del Majiburguer. -¿Y bien, Hiroshi? ¿Qué vas a querer? - Un MajiMeal. - Vale, ¿qué quieres que lleve? - Hmmm. Malteada de vainilla, hamburguesa teriyaki como las del tío Daiki, patatas y cerezas de postre. - Campeón… ¿No quieres otra fruta más común? Manzana, pera… - ¿No puedo comer cerezas? Me gusta anudar los rabitos de las cerezas con mamá… - Pero mamá no está aquí, ¿recuerdas? Así que, ¿por qué no escoges manzana o pera? Otro día te prometo que podrás anudar rabitos con mamá. Un poco alejado de ellos, un pelirrojo observaba la escena con cierta ternura. Al principio, el chico del pelo azul le había llamado la atención, pero se reprendió mentalmente al ver que iba con un niño. Luego se sintió hasta culpable por haber tenido ciertos pensamientos con un hombre casado. Aunque era cierto que el niño no se parecía mucho a él y que no le había visto anillo de casado, pero… tampoco iba a hacer nada estando un niño delante, así que solo se quedó observándoles a los dos, sonriendo con cara de tonto. - ¡Entonces quiero pera! - Pues pera para mi pequeño jugador de basket. - Papá y mamá no me dejan cenar aquí nunca… - dijo con un puchero. ¿El niño había dicho «papá y mamá»? - Eso es porque no tienes que comer este tipo de comida muy a menudo, pero cuando vienes con el tío Daiki, como venimos muy poco, mamá y papá no se enfadan conmigo. Así que el morenazo de voz grave y sexy se llamaba Daiki… Eso no lo iba a olvidar. - ¿El tío Daiki va a pedir hamburguesas teriyaki como siempre? ¡El tío Daiki come mucho, por eso es tan grande y fuerte! ¡Como Godzilla! Ahí Kagami tuvo que morderse los cachetes para no romper a reír. El niño era adorable, sin duda alguna. - Bueno, colega, ya sabes que tu tío tiene que perseguir a los malos por toda la ciudad, tengo que alimentarme bien. - Mamá dice que el día que dejes de hacer ejercicio te crecerá el trasero como a un hopipótamo. Y Kagami no pudo evitar romper fuerte a reír, aunque logró disimularlo con una tos. Aomine solo se giró a mirarle, pero no le dijo nada porque el niño volvió a llamar su atención. - Se dice «hipopótamo», coleguita. ¿Quieres llevar tú la cajita de tu MajiMeal? - ¡Haaaai! ¡Es de Supidaman! ¡Yo la quiero llevar, dame, dame! - Toma, anda – dijo con una sonrisa, revolviendo el cabello del niño y entregándole la cajita – Vamos a casa, antes de que se enfríe la cena, ¿sí? ¿Qué quieres que veamos esta noche? - ¡Cars, Cars, Cars! Los dos se alejaron de Kagami entre risas mientras el pelirrojo se quedaba embobado con la escena. Como todo buen amante de la navidad, era un hombre que creía en el destino. Y él, de algún modo, en ese momento, supo que su destino era el hombre que se acabab… - Disculpe, ¿va a pedir? - ¡Ah! ¡Sí, sí, lo siento! Kagami salió de su ensoñación, y se dirigió a la barra de pedidos con una sonrisa tonta. Su navidad estaba mejorando por momentos. El motivo por el que un chef de la reputación de Kagami Taiga seguía consumiendo hamburguesas de queso del MajiBurguer en lugar de hacérselas él mismo era… un misterio mágico de navidad. Un rato más tarde, Kagami entraba en su casa, donde su hermano estaba revisando unos papeles. Era uno de los mejores fiscales de la ciudad y tenía un caso un tanto complicado entre manos, por lo que pasaba gran parte del tiempo buceando entre documentación y papeleo. - Bro, ¿por qué tienes esa sonrisa tonta en el rostro? – le dijo divertido, nada más verle entrar en la sala. - He encontrado al amor de mi vida... – dijo sentándose en el sofá, abriendo una de las hamburguesas que, finalmente, había decidido llevarse a casa para comer a gusto. - Taiga, te he dicho mil veces que no puedes casarte con la comida. Además, esas hamburguesas acabarán con tu salud y con tu figura – Kagami rodó los ojos. - Tatsuya, sabes que mi figura es de diez y que siempre me cuido mucho con lo que como, no pasa nada si, de vez en cuando, como algo que no sea del todo sano. Además, no estoy hablando de la comida... - No, el problema es que, cuando lo haces, comes lo que se comerían unas veinte personas... ¿No es una metáfora sobre lo deliciosas que son y sobre que nadie, nunca, jamás, va a poder igualar un sabor tan magistral? - Bueno, estoy seguro de que si le probase a él, diría algo bastante parecido – dijo con una risa, mientras le daba un sorbo a su refresco. Su hermano se levantó del escritorio y corrió a sentarse a su lado, emocionado. - Tienes que contarme, Taiga. ¿Quién es? ¿De qué le conoces? ¿Es un cliente? ¿Es guapo? Digo, seguro que es guapo, pero guapo en plan... actor de Hollywood o... - Es... guapo en plan, el hombre perfecto. Es decir, es guapo en plan deportista olímpico o algo así. Es... No sé, bro, estaba con su sobrinito en el MajiBurguer, y era algo así como un padre perfecto... - Un padre perfecto que lleva a su hijo a comer comida basura de una cadena... Sí, todo un ejemplo... – su hermano le golpeó en un brazo con una risa. - No, idiota, solo van ahí de vez en cuando, les escuché hablar. Pero era cariñoso, alegre, amable... ¡Y su voz! Oh, señor, Tatsuya, tenías que haber escuchado su voz... - ¿De esas graves que tanto te gustan? - De las que te podrían provocar un orgasmo con un susurro en tu oído – Tatsuya silbó ante la comparación. - Sí que tiene que ser buena para que tú digas eso... Bueno, ¿y qué más? ¿Cómo es? ¿Alto, moreno, rubio...? - Pues... es muy moreno de piel... tiene el cabello y los ojos azules, es un poquito más alto que yo, pero apenas un par de centímetros, es fuerte, es... - Alto, alto, alto... – dijo poniendo las manos frente a él – Conozco a una persona así... - ¿Eh? ¿Y por qué mierda no me lo has presentado ya? Oh, no me digas... Ya te lo has tirado tú, ¿no? Es eso... – Tatsuya no sabía si romper a reír o a llorar. - No jodas, Taiga, no toco a ese hombre ni con un palo. - Entonces no estamos hablando de la misma persona. Él era dulce y alegre. - No, bro. Él era dulce y alegre con un niño. Pero es un capullo con el resto de la Humanidad. - Te digo que no pueden ser la misma persona. Serán dos hombres que se parecen mucho, pero no. Él no es así... ¿Sabes su nombre? Porque yo sí sé que se lla... - Aomine Daiki. Al pobre Kagami se le cayó la mandíbula al suelo. Si su hermano decía que alguien era un capullo integral, bien, tenía muchísimas papeletas para ser verdad. Demasiadas. Sin embargo, Kagami sabía lo que había visto. Era un hombre dulce y nadie le iba a hacer cambiar de opinión. Que el resto de las personas no lograsen verlo, era una cosa. Que él no pudiera sacar todo lo bueno de Aomine Daiki, era otra bien distinta.       En otra parte de la ciudad, un moreno había estornudado con fuerza. - ¿Estás bien, tío Daiki? - Sí, campeón... Solo... Debo estar cogiendo un resfriado.

 


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