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En el momento y el lugar adecuados por Marbius

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2.- Y la próxima también.

 

This time and next time, you know I'll meet you there

This time and next time, you know I'll meet you there

This time and next time, you know I'll meet you there

This time and next time, you know I'll meet you there

5 Seconds of Summer - Meet You There

 

Sirius consiguió que el taxista que lo llevó a su piso se saltara un par de señales de tráfico y presionara a fondo el acelerador por una propina más que generosa, y alcanzó a cruzar la puerta de entrada poco después de las diez, lo que le daba menos de dos horas para estar listo y presente en una iglesia que se encontraba al otro lado de la ciudad.

—Última vez que acepto ser padrino, la última, lo juro —farfulló Sirius mientras se despojaba de su ropa y sin mucho cuidado iba dejando un camino de prendas que conducían a la regadera.

Ahí dentro hizo un trabajo exprés con su aseo personal, y de paso siseó de dolor cuando el agua caliente le cayó sobre su tatuaje nuevo, pero poco podría hacer el respecto salvo ignorarlo.

Cumpliendo con habilidades de multitareas mientras se afeitaba, peinaba y cepillaba los dientes en rápida sucesión, Sirius se dio un último visto bueno frente al espejo antes de volver a su habitación y comenzar con el engorroso proceso de vestirse.

James había querido una boda espontánea pero no por ello informal, así que Sirius había sacado del almacén uno de sus viejos trajes con el que asistió a innumerables eventos como heredero Black, y que ahora le serviría de mil maravillas para una boda que sus padres ciertamente no aprobarían, así que era el ideal.

Mientras se anudaba los cordones de sus zapatos y corroboraba que sus gemelos estuvieran en su sitio, Sirius comprobó que ya eran las once, y que no podía perder ni un minuto más ahí cuando se le requería con urgencia en otro sitio.

El mismo taxista que lo había traído a su piso esperaba por él en la calle por órdenes de Sirius, que le había prometido una paga igual de generosa que antes si le hacía el favor, y el hombre no había dudado.

—La novia será una chica afortunada —dijo el taxista al tirar le cigarrillo que fumaba y abrirle la puerta a Sirius para que subiera a su vehículo.

—No lo dudo, ¿pero qué diría el novio? —Respondió Sirius de vuelta, y el taxista soltó una risotada por su error.

—Eso mejor no averiguarlo. Ahora, ¿a dónde?

Sirius le dio indicaciones para la iglesia donde se celebraría la ceremonia, y tras palparse el bolsillo y corroborar que los anillos estaban ahí, le dio la orden de marcha.

El taxista volvió a hacer uso de sus mejores capacidades para eludir el tráfico y conseguir cruzar las calles como bólido sin verse detenido por semáforos, señales de alto o el ocasional policía de tráfico, y aliviado se recargó Sirius en el asiento y suspiró de alivio al creer que llegaría a tiempo.

Además de los anillos que tanto James como Lily habían estado reluctantes a dejar a su cargo por si acaso de olvidaba de ellos (no que Sirius fuera olvidadizo, sólo un poco distraído), Sirius también traía consigo el trozo de papel que John le había entregado con su número.

“Mantenme al tanto”, seguido del número y una estilizada J.

Y Sirius tenía planes de hacerlo, claro que sí, así que sacando su móvil no tardó en agregar el número y enviar la selfie que se había tomado frente al espejo ya con el traje y listo para salir.

John no se demoró en responder. “Excelente aspecto. El novio podría sentirse opacado.”

“El taxista que me recogió fue de la opinión que yo era el novio, ¿puedes creerlo?”

“Ciertamente sí puedo”, y luego un guiño.

“Seguiré informando”, escribió Sirius antes de guardarse el móvil, no sin antes ver la hora y comprobar que estaban a menos de treinta minutos de la ceremonia y el padrino todavía no llegaba.

«Bueno, mejor eso que el novio, o peor, la novia», pensó Sirius, tirándose por nervios del cuello de su camisa e implorando porque ningún contratiempo se presentara en su camino. En el peor de los casos la ceremonia empezaría a tiempo con Peter como suplente, pero sin los anillos sería un momento sumamente incómodo cuando a la hora de intercambiar votos, la feliz pareja no tuviera con qué hacerlo.

—¿Cree poder apresurarse un poco más? —Preguntó Sirius con un dejo de desesperación en su voz, y desde su asiento, el taxista se encogió de hombros.

—Es lo más rápido que puedo ir sin conseguir una multa.

—¿Y si me comprometo a pagarle la multa que reciba por acelerar?

El taxista entendió aquello como una propuesta de lo más lucrativa, y los últimos kilómetros los hizo a tal velocidad que Sirius casi se arrepintió de haberlo sugerido.

Casi.

Porque la sensación desapareció cuando en la distancia reconoció la iglesia y también a la pequeña multitud que se reunía ese día para el matrimonio Potter-Evans que se celebraría ahí en la brevedad posible.

Un peso se elevó de la espalda de Sirius cuando por fin el taxista se estacionó frente a la entrada, y sin contar el dinero, Sirius le entregó el pago por el viaje y una propina más que generosa.

—Maravilloso viaje, 11/10, lo volvería a hacer, pero vuelve con cuidado, Stanley —dijo Sirius tras leer su permiso, y Stanley le deseó la mejor de las suertes.

Sirius trotó de la entrada hasta las puertas de la iglesia, y antes de entrar fue su amigo James el que lo detuvo.

—¡Prongs!

—¡Padfoot! —Exclamó éste y lo rodeó con un fuerte abrazo que hizo a Sirius dar un pequeño grito—. ¡Oh, lo siento! Tu tatuaje...

—No te preocupes, está casi curado, sólo hace falta que le dé un poco de aire y sol.

—Que Lily no te escuche o pensará que tienes planes de quitarte el saco y la camisa en plena ceremonia.

—No me atrevería —dijo Sirius, que quizá en el pasado lo habría hecho, pero esos días de absoluto desprecio por las reglas y normas sociales ya estaba en el ayer y hoy era un hombre nuevo.

Hoy era la boda de sus mejores amigos, y por lo tanto, quería igual que ellos que fuera perfecta.

—¿Y Lily? —Preguntó Sirius, que reconocía en los rostros de los invitados a sus amigos y algunos miembros de la familia Potter y Evans, pero no veía a la novia embarazada de nueve meses y enfundada en su vestido blanco (para risa de todos ellos por las absurdas nociones de virginidad, pero Lily insistió), lista para caminar por el altar.

—Erm...

—¿James?

—En el baño. Dijo que necesitaba unos minutos a solas. Sólo espero que no esté teniendo segundos pensamientos.

—¿Quién, Lily? Nah. Ella te ama tanto como tú a ella. Seguro se está polveando la nariz, vaciando la vejiga, o algo así —dijo Sirius, intentando por todos los medios tranquilizar los nervios de su amigo—. ¿Quieres que vaya y me asegure de que todo está bien?

—Ya están en eso Mary y Marlene —respondió James.

—Uhm, ok, vale. ¿Quieres un trago?

—Pensé que no lo ofrecerías.

Caminando por el costado de la iglesia porque la ceremonia sería en el jardín bajo un simple arco de buganvilias que en ese momento estaba repleto de flores en rosa pálido, James y Sirius se encubrieron el uno al otro mientras bebían un trago cada quien de la petaca que éste último había traído escondida en su bolsillo trasero. Aquel era el mejor firewhisky que Sirius tenía en su colección, y lo reservaba para grandes momentos, como la inauguración de su negocio, ahora la boda de su mejor amigo, y próximamente el nacimiento de su hijo y próximo ahijado suyo.

—Lo juro, estoy tranquilo y todo eso. No tengo nervios por la boda ni nada por el estilo, sólo emoción y de la buena, pero Petunia y Vernon han estado pisándome los talones toda la mañana y... —Dijo James antes de beber otro trago de la petaca y después devolvérsela a Sirius—. Ok, ya estoy como nuevo.

—Si yo tuviera esa misma familia política que tú, puede que me volviera un alcohólico —se burló Sirius.

Pues dicha fuera la verdad, Petunia, la hermana de Lily, era todo un desencanto de mujer, y su esposo Vernon le iba a la par. Lily había tenido que cumplir con una larga lista de ridículas peticiones para que ellos accedieran acudir a su boda, y por amor a su hermana era que había accedido, pero al parecer eso no era suficiente.

—Ignóralos. Es tu día, no el suyo —le recordó Sirius a James con un apretón en el hombro, y éste asintió.

—Gracias, era justo lo que necesitaba.

Mientras James se dirigía al ministro que oficiaría la ceremonia para ya dar comienzo una vez que Lily volviera del baño, Sirius se paseó entre los invitados saludando a todos porque el círculo de amistades de James era también el suyo. Todos coincidieron con él en que a pesar del clima cada vez más nublado todavía tenían oportunidad de una hermosa boda al exterior, y en secreto cruzó Sirius los dedos porque así fuera.

Por desgracia, a mediodía en punto se soltó un fuerte viento que tumbó varias de las sillas dispuestas en dos grupos frente a los novios, y al salir Lily de la iglesia el velo salió volando y reveló su expresión no del todo serena para tratarse de su boda.

—¿Todo bien? —Inquirió Sirius al acercarse a saludarla, y Lily denegó con la cabeza.

—No, pero mejor no preguntes. No es tan grave, y cuanto mejor terminemos con esto mejor.

Sirius se preocupó, pero ya que Lily sonrió al ver a James y éste hizo lo mismo, imaginó que la razón para su desasosiego no tenía nada que ver con la boda en sí y lo dejó estar.

—¿Por qué tengo la impresión de que la novia está a punto de hacer una escena como Runaway Bride? —Inquirió una voz familiar al lado de Sirius, y al girarse éste encontró a su hermano Regulus.

—Oh, tú siempre tan negativo.

—No negarás que Lily se ve un poco... Ya sabes.

La verdad es que Lily se veía un poco diferente a su habitual yo. Con nueve meses de embarazo y una amplia barriga al frente que la hacía caminar como pato lleno de pienso para aves, Sirius había llegado a colocarla en un pedestal cuando se trataba de mantenerse fuerte e inamovible a pesar de que cargaba consigo casi quince kilos de peso extra. Hasta ese punto de su embarazo, Lily se había mostrado activa y apenas afectada por los síntomas habituales. En el primer trimestre apenas si tuvo náuseas o mareos. Luego en el segundo subió de peso de manera esperada y no perdió ritmo. En el tercero había dado un poco su brazo a torcer con la ocasional queja de dolor de espalda y pies hinchados, pero nada fuera de lo usual.

Ahora en cambio ya no parecía la misma Lily de una semana atrás, que era la última fecha que Sirius la había visto antes de partir a París.

Lily lucía radiante en su vestido blanco, pero su frente tenía una levísima capa de sudor que arruinaba un poco su maquillaje natural y revelaba el cansancio que seguro sentía. Su cabello también había perdido un poco de forma, y ya fuera porque estaba húmedo y el viento no ayudaba, o porque de verdad Lily no estaba en su mejor estado, lo cierto es que se notaba.

—Seguro es el cansancio normal de la planeación de una boda —dijo Sirius, aunque un extraño presentimiento en la base del estómago le impidió creer sus propias palabras.

—Esperemos que sea eso —dijo Regulus, que tras darle unas palmaditas en el hombro (por fortuna no aquel del lado en el que tenía su nuevo tatuaje), se fue a sentar en su asiento designado.

—Padfoot, te necesitamos —llamó James a continuación a Sirius, y éste se apresuró a posicionarse frente a él—. ¿Tienes los anillos? —Sirius se los mostró—. Muy bien. Entonces estamos listos.

Colocándose cada quien en su posición para llevar a cabo la ceremonia, Sirius y James acabaron en el altar uno al lado del otro mientras por el pasillo que estaba entre los dos grupos de sillas apareció Lily haciendo su entrada triunfal de brazo del hombre que la entregaba.

Por tradición, habría de ser el padre de Lily quien lo hiciera, pero ella había perdido a ambos de sus padres años atrás en fechas distintas, y ese lugar había quedado vacante. Ya que Lily no había querido que su cuñado Vernon la llevara al altar (y con todo seguridad el mismo Vernon se habría sentido ofendido si se lo pedían de favor), al final Lily había optado por pedirle a su mejor amigo Remus Lupin que él lo hiciera.

Hasta ese momento, con las prisas y nervios de que la boda se realizara tal como estaba planeada, Sirius no había hecho ningún esfuerzo con encontrarse con el amigo de Lily, convencido de que él también se sentiría incómodo en su presencia por la necesidad de sus mutuos amigos en conocerse bajo términos más que platónicos, así que no tenía ni la menor idea de su aspecto o cómo reconocerlo salvo que sería quien entregara a Lily frente a James en el altar.

—Se ve hermosa —murmuró James al lado de Sirius, y éste asintió por cortesía, pues todos los invitados se habían puesto en pie y él no veía gran cosa desde su posición.

—Seguro que sí, Prongs.

Un poco distraído porque el viento hacía que su cabello peinado con cuidado en una coleta floja se soltara volando, Sirius de pronto recibió una gota de agua en la punta de la nariz, y luego tres en sucesión sobre la cabeza. James también dio señales de reconocer la lluvia, y al mirar hacia arriba recibió más gotas en los cristales de sus gafas.

—Oh, mierda —musitó, y esa fue la señal para que el cielo se abriera y una tromba diera comienzo.

La lluvia dispersó a los invitados e hizo a todos correr a resguardo. En medio de aquel caos, James y Sirius se tomaron como propia la tarea de ayudar a Lily, y de algún modo consiguieron llegar al interior de la pequeña iglesia sin más pérdidas que la ropa mojada y con marcas de fango y briznas de hierba.

—Supongo que era demasiado pedir presentarme en el altar de blanco —dijo Lily con humor al señalarse el vestido manchado de lodo y césped en las partes bajas—. Ha sido casi divertido.

—¡¿Divertido?! ¡¿Llamas a esto divertido?! —Estalló Petunia con indignación, como si la lluvia y el viento hubieran sido obra de Lily específicamente para molestarla a ella.

—Petunia, por favor...

Mientras Lily se encargaba de aplacar a su hermana y al esposo de ésta en un rincón de la capilla, Sirius y James buscaron secarse un poco el rostro con unas que alguien les ofreció.

—No me importaría si Petunia y Vernon se marchan. Harían esta boda un evento menos estresante para Lily y para mí —le confesó James—, pero ella quería tenerlos aquí para hacer las paces.

—Creo que ahora no será así —dijo Sirius en respuesta.

En cierto modo, aquellas palabras terminaron de ser proféticas cuando la hermana de Lily y su esposo salieron a la lluvia tras un par de gritos mal disimulados, y avanzando hacia el estacionamiento en el lodazal, se marcharon de la boda.

Lily se mostró un poco triste con los ojos húmedos en llanto, pero no tardó en limpiarse el rostro y con un encogimiento de hombros expresar que había hecho lo posible, pero ya no más. Había llegado a su límite.

—Y hay una boda por llevar a cabo —dijo con firmeza.

—¿Estás segura? —Preguntó James, que no veía cómo podrían casarse si afuera todavía diluviaba.

Lily mandó llamar al párroco, que como buen anfitrión ya estaba preparando té para todos y accedió a celebrar la ceremonia ahí mismo a pesar de las extrañas circunstancias.

Fue así como Lily caminó con mayor solemnidad por el pasillo, completamente mojada, con el maquillaje corrido y el peinado arruinado, pero sonriente cuando se encontró con James en el altar.

A diferencia de antes, puesto que Lily y James habían elegido una boda al exterior porque la suya era un evento pequeño e íntimo que jamás llenaría la iglesia, ahora Sirius tenía una vista privilegiada de los contadísimos invitados, y también del padrino honorario de Lily, que aunque de nombre era Remus Lupin, él reconoció al instante como John Howell, el hombre que había viajado con él de Paris a Londres apenas un par de horas atrás y que ahora se presentaba ahí como si nada.

A través de los novios, Sirius no pudo evitar dirigirle una mirada de sorpresa, y en respuesta, John (¿o debería empezar a llamarlo Remus?) le sonrió como si nada.

—Queridos hermanos y hermanas —dijo el párroco en voz alta y reverberante—, nos hemos reunido hoy para celebrar la feliz unión de...

El discurso le pasó desapercibido a Sirius, que repasó obsesivamente las horas de su viaje en tren al lado de John... De Remus... Buscando en ellas señales que lo delataran y sin encontrar nada en concreto. ¡Pero si hasta le había hablado de la boda! De sus amigos, de James y Lily por sus nombres, y Remus no había reaccionado en lo absoluto... A menos que él no fuera Remus y en verdad se llamara John Howell, pero eso no explicaría nada de cómo Lily había caminado al altar cogida con afecto de su brazo e intercambiando con él susurros de confidencia. Por fuerza él era Remus Lupin, y descartando que tuviera un gemelo como en mala telenovela, también lo había sido quien estuviera con él en el vagón de tren fingiendo demencia de su verdadera persona.

—Sirius... Psst —atrajo James su atención, y Sirius salió del estupor en el que se encontraba—. Los anillos, colega.

—Oh —musitó Sirius, que con brusquedad se sacó los anillos del bolsillo y por poco los dejó caer.

Sólo sus ágiles reflejos lo salvaron de un momento bochornoso, y de paso fatalista que se sumara a la lluvia, y pronto James y Lily intercambiaron votos, anillos y el beso que selló formalmente su unión.

—... los declaro marido y mujer —cerró el párroco la ceremonia, y los presentes se pusieron en pie aplaudiendo por la feliz pareja.

A la espera de que los novios bajaran del altar para recorrer el pasillo central, fue Lily quien se inclinó sobre James y le dijo unas palabras al oído, que a juzgar por la sonrisa que se le congeló en el rostro y el ceño fruncido, no podía ser bueno.

—¿Qué, acaso no es virgen? —Bromeó Sirius, pero James no rió.

En cambio se giró hacia él y dijo: —El bebé viene en camino.

Y sin querer, el eco de su voz llegó a todos en la sala.

 

La historia completa de las horas previas a la boda incluyó a Lily experimentando los primeros dolores del parto en la madrugada de ese mismo día, pero ya que habían pagado por la ceremonia, la fiesta, la música, la comida, y algunos invitados venían desde lejos, entre ellos los padres de James, Lily había optado por utilizar a su favor los conocimientos de medicina que tenía y dictaminar que todavía podían seguir adelante con sus planes originales por un par más de horas.

Ni siquiera James estaba enterado de que Lily tenía dolores. Sólo Mary y Marlene estaban al tanto y se habían tomado muy en serio su papel de enfermeras honorarias mientras daba comienzo la ceremonia. Para el resto de los invitados, la novedad de que la boda tenía muchos más contratiempos de los previstos fue la cereza de un pastel hecho con los últimos acontecimientos.

—Oh, vamos —desdeñó Lily el estado de pánico autoinducido que estaba experimentando James—. Es un bebé el que viene en camino. Has atendido suficientes partos en tu vida como para saber que puede tardar horas e incluso días.

—Ya, esa charla la daría yo si no se tratara de mi propio hijo —replicó James con los cabellos de punta y un brillo frenético en los ojos—. Debemos llevarte al hospital. ¡Sin tardanza, inmediatamente!

Lily no se opuso, y pronto la comitiva se dividió en dos grupos: Por un lado aquellos que se marcharon con James y Lily al hospital para darle la bienvenida al nuevo bebé, y aquellos otros que consideraron que desperdiciar una fiesta pagada en su totalidad sería una ofensa y se dirigieron al salón rentado con ese fin.

Sirius se unió al primer grupo, lo mismo que los padres de James, Marlene, Mary, Peter y... Remus Lupin en persona.

De algún modo consiguió Sirius ignorar que habían terminado sentados lado a lado en el taxi que cobró tarifa extra cuando vio el grupo que pretendía hacer traslado al hospital, y todo fue gracias a Lily, que se mantuvo firme en su papel de mujer parturienta haciendo inhalaciones para controlar el dolor que le acalambraba la parte baja de la espalda.

En algún punto del viaje, James comentó que sentía húmedo el costado, y tras disculparse Lily, le prometió al taxista que le pagarían la limpieza de tapicería.

Una vez en el hospital, James entró corriendo por una silla de ruedas y Lily le siguió de cerca, todavía en sus propios pies y mascullando que los años de estudio y práctica en medicina no habían hecho mella en James si se comportaba como padre primerizo. Mary y Marlene le sirvieron a Lily de apoyo a cada lado para ayudarla a caminar, y los padres de James les siguieron de cerca, dejando a Sirius negociando con el taxista un precio por la limpieza de su vehículo.

—Vale, no tengo inconveniente en pagar para que limpien la humedad, pero creo que un servicio de aspirado por las migajas es excesivo. El lodo con toda seguridad es nuestro, ¿pero el resto? No lo creo, amigo.

En un estira y afloja que puso a Sirius impaciente porque quería estar dentro del hospital con sus amigos y no afuera discutiendo con el taxista, fue John quien intervino colocando el dinero faltante que exigía el conductor e instando a Sirius en poner atención a lo que importaba en realidad.

—Gracias, Jo-... —Sirius no consiguió terminar la palabra, y John lo sacó de apuros.

—Si sirve de algo, John es mi segundo nombre, así que técnicamente no he mentido respecto a mi identidad.

—¿Y Howell? No pretenderás hacerme creer que también es tu apellido.

—No, era el de mi mamá antes de casarse.

Sirius frunció el ceño. —Uhm, ok. Supongo... No sigue siendo del todo la verdad, pero tendrá qué bastar.

—Sirius, verás... —Intentó John explicarse, pero Sirius le puso un alto.

—No importa, Remus. En verdad —dijo Sirius con molestia e intentó apartarse, pero Remus se lo impidió tomándolo por la muñeca.

—Lo siento, ¿vale? No fue mi intención burlarme de ti o mantener la broma por demasiado tiempo. Pensaba aclarar todo este malentendido en la fiesta y quizá compartir una buena carcajada, pero las cosas no salieron como estaban planeadas.

—¿Se lo contaste a Lily? —Exigió Sirius saber.

—Erm, sí.

—Joder...

Dispuesto a soltarse y darle media espalda a Remus porque se sentía humillado por el papel de ignorante que había jugado en ese día, Sirius no tuvo oportunidad cuando éste le recordó sus propios errores.

—No deberías de ser el único ofendido aquí —le recordó Remus tras soltarlo y cruzarse de brazos—. Si mal no recuerdo, te sinceraste con un desconocido en el tren hablando de lo fastidioso que encontrabas tener que conocer al mejor amigo de la esposa de tu mejor amigo.

Sirius intentó mantener la expresión neutral a pesar de que las orejas de pronto le ardían con vergüenza, pero un leve tic en la esquina de la boca lo traicionó.

—Yo...

—Mira —dijo Remus tras un suspiro—, hagamos las paces al menos por hoy, ¿ok? Lo último que necesitan Lily y James es lidiar con este asunto que ni siquiera les corresponde el mismo día en que va a nacer su primogénito. Así que finjamos que nadie nos ha presentado todavía o yo qué sé, y dejemos esta charla pendiente para después. O para nunca si eso prefieres.

—Después —escogió Sirius, a quien no le apetecía la segunda opción por razones que él mismo tenía todavía por clarificar.

—Que así sea. Ahora en marcha —le instó Remus a entrar con él al hospital, y Sirius así lo siguió.


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