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Esfúmate «HunHan» por Romanella

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—Oye, Eugene. Tengo que pedirte algo.

—¿Doctor JongIn? Creí que se había ido a casa, estuvo ya muchas noches aquí sin dormir, no queremos que se enferme.— El moreno esbozó una dulce mueca de agradecimiento, estirando su cuello entumido.

—Sí, se suponía que iba a tener un día de descanso, pero tengo algo mucho más importante que resolver. El deber nunca se calma amigo...

—¿Qué puedo hacer por usted? Se ve preocupado.— El policía puso atención, sabía que el doctor era directo y que si le pedía un favor era porque de verdad era importante, siempre era muy independiente con sus asuntos.

—No dejes entrar a este tipo, es peligroso y no lo quiero cerca del paciente Xiao LuHan. Se muy cuidadoso.— Ordenó, enseñándole una foto de su hermano a través de la pantalla de su celular.

—Entendido doctor, le diré a Zhen, la recepcionista en turno y a los guardias de las otras puertas, lo estaremos vigilando, pero por cualquier cosa le avisaremos.— Hizo una reverencia para demostrar su lealtad.

—Gracias Eugene. Por nada del mundo le den el número de habitación en el que está.

El guardia del hospital asintió con firmeza, viendo cómo se retiraba con rapidez aquel doctor admirable.

Todos en ese lugar lo respetaban, a base de esfuerzos había llegado a convertirse en uno de los doctores más reconocidos del país, llegando a obtener el título de cirujano titular y el mejor pagado del hospital. Forbes, de hecho, lo había incluido en la lista de los más admirables de la nación por su excelente labor. Podría decirse, que lo había logrado, vivía abrazado del éxito, los lujos y la estabilidad.

Y aunque había sido su sueño eterno llegar a la cima, no había podido tenerlo todo en la vida, pues siempre había carecido del amor de una pareja sentimental...

No había querido dejar a LuHan solo en el cuarto de rehabilitación, pero que su hermano le colgara de jalón, sin darle permiso de responder, sólo confirmaba que él estaba viniendo a reclamar lo que era "suyo".

Volvió a entrar a la habitación 67, encontrándolo tal cual lo dejó. Se quitó su bata blanca, tirándola en el sillón, quedándose solamente con su ropa formal, la cual comenzaba a odiar al no ser la más cómoda. Sería una humillación no admitir que lo observó por tres horas más, pero había llegado al punto en el que el dolor muscular fue insoportable, necesitaba darle un descanso a su cuerpo o colapsaría.

Con sus ojos a punto de cerrarse, se acostó en el sillón, posicionándose de lado para que la imagen de LuHan fuera lo último por ver en ese día, era lo que siempre había deseado en esos largos 8 años...


...


SeHun estaba grave. ¿Qué hacía otra vez ahí? Debía lucir patético acechando a un chico de 16 años que estaba fuera de todas sus posibilidades. Él era imposible en todos los sentidos. Era como si estuviera viviendo una adaptación sin gracia de Romeo y Julieta, sólo que él sí sabía cómo iban a terminar las cosas, en un desastre, y aún así, ahí estaba, tomando el veneno una y otra vez como vil y patético adicto.

Había entrado ya 27 veces por su ventana en seis meses desde su encuentro en los sanitarios, una semana luego de verse por primera vez. Era complicado...

Y a pesar de que el discurso de LuHan acerca de cuánto lo odiaba por entrometerse en su privacidad, los problemas que le causaban su presencia o que lo podrían llevar a la cárcel por estar con un menor de edad, el conocerlo con cada uno de esos encuentros había sido glorioso. Como una ola de viento que le quitaba todo el polvo de su decepción por la vida.

Siempre era la misma situación, se somete a los dolorosos rasguños en las piernas para poder escalar el árbol y llegar a su cuarto en el segundo piso del edificio, golpeándose con el marco de la ventana pero cayendo a salvo al suelo de alfombra con manchas sospechosas. Se levanta y lo ve ahí, con esa cara de anhelo, sentado en su cama, como si estuviera esperándolo también con desesperación desde hace horas. Siempre se acerca para tocarlo pero todo cambia, él se levanta alterado, lo insulta y lo trata de sacar de su cuarto con jalones absurdos, entonces, lo toma de la cadera fuertemente para atraerlo a su cuerpo y poder callar sus palabras con un beso, una caricia donde le hacía saber a su piel lo mucho que la había necesitado, pegándolo a la puerta con firmeza para que nadie pudiera abrirla.

Él era encantador, su escape para el infierno al que tenía que enfrentarse en la mañana siguiente. Técnicamente, lo mejor que le había pasado en la vida.

Como de costumbre, entró a su habitación con el estómago revuelto por la emoción, bueno, también porque escalar tan alto le daba vértigo, sin embargo, era un día diferente. Con un pinchazo de frustración, tomó la nota que estaba sobre la almohada y que seguramente era para él.

"Si eres nuevamente el maldito acosador, te aviso de una vez, para que ni se te ocurra esperarme. Hoy es mi cumpleaños, me van a hacer una fiesta a escondidas en el cuarto de una amiga, por eso no estoy ahí, así que tu plan de besarme a la fuerza los labios será arruinado. JAJAJA, en tu cara idiota. Sal de mi cuarto ahora mismo y no regreses nunca. Te odio."

Una sonrisa enorme se dibujó en su rostro, que le dijera esas palabras era lindo, porque ambos sabían que la única vez que LuHan estaba feliz en el día era cuando estaban juntos, juntando sus lenguas en ese contacto mojado, mordiéndole sus diminutos labios inexpertos, por mucho que lo negara y forcejeara ante sus encantos.

Se echó en la cama para esperar su llegada, pensando qué podría darle de regalo la próxima vez que lo viera, podía intentar hacer una carta, pero aún tenía traumas para mostrar sus emociones imposibles de sanar, así que sería un fracaso, sólo le podría confesar que amaba su angosta cintura y la inocencia con la que gemía a la mitad de los besos, pero muy en el fondo sabía que sería vulgar de su parte reducir su adicción por el chico como algo meramente sexual, por primera vez, algo en la boca de su estómago vibraba cada vez que lo veía, como abejas asesinas picándole su interior, y cuando se separaban, joder, la visión en sus ojos volvía a colorear de sepia el mundo.

Su tranquilidad se vio interrumpida cuando se escucharon muy cerca los pasos de una mujer que se dirigía claramente a ese cuarto.

Se metió por debajo de la cama para esconderse con el corazón a mil por hora, no le importaba los problemas que le causarían a él, no le daba la miedo la cárcel o que lo lincharan del pueblo, lo hacía por los castigos que le darían a LuHan, desde que lo había conocido parecía un chico rudo e independiente, pero eso sólo era una fachada, su vulnerabilidad y cobardía ante el dolor le carcomía las entrañas.

Tal cual lo predijo, esa persona desconocida entró por la puerta, sin embargo se fue tan rápido de como entró.

Cuando estuvo fuera de peligro, salió, descubriendo que solamente había entrado para dejar la correspondencia que se les era permitida cada dos meses al alumnado. Le pareció muy raro, a LuHan nunca le llegaba ningún paquete, su madre había desaparecido por completo, y él no tenía a nadie más que le pudiera entregar aunque sea un poco de su tiempo.

Cargó la caja con curiosidad, definitivamente había algo ahí.

Una intriga le invadió, quería ver qué era. Abriría la caja, se quitaría la duda y lo dejaría perfectamente igual, no había problema.

Con cautela para no olvidar la posición de las cosas, lo sacó.

Viendo lo que parecía un regalo de cumpleaños. La persona que le debía haber mandado parecía no tener mucha imaginación, solamente era una bolsa llena de dulces de muy buena calidad, por no decir carísimos. No era un regalo muy original, con el dinero que posiblemente había gastado en eso hubiera podido darle algo de mayor valor.

En el interior, también había una carta, la cual no revisaría pues era rebasar el límite de lo permitido, eso ya no le incumbía.

Dejó la bolsa en la caja y luego la cerró. Agarrando de la mesita de a lado la hoja que tenía que firmar LuHan para verificar que su correspondencia había sido entregada, ahí debía decir quién lo había mandado, aunque podía imaginar que había sido un familiar del que no le había contado.

"Destinatario: Xiao LuHan. Remitente: Kim JongIn."

El alma se le fue del cuerpo, un zumbido estrepitoso comenzó a retumbar su cabeza por el estrés que había nacido en tan poco tiempo. No podía estarle pasando esto, era una pesadilla. Solamente estaba afectado porque lo acababa de ver hace tres días, presumiéndole la ropa fina que le había comprado a mamá, debía ser eso. Ahora alucinaba, estaba bien, era normal que eso pasara cuando odiabas a niveles inhumanos a una persona...

Respiró profundamente, cerró sus ojos por un momento y cuando estuvo listo, volvió a leer, esta vez, asegurándose que su malestar mental no jugara con sus sentidos.

Kim JongIn.

Mierda, era real. El enojo fue tanto que arrugó la hoja hasta dejar marcas de sus uñas en la palma de su mano, mordiendo con mucha fuerza sus labios, al punto de sacarse sangre agria que iría a contaminar los tubos de su garganta.

JongIn, era de JongIn. El mismo hijo de puta que le robaba todo.

El descontrol y la furia le cegó la razón, yendo a la caja para sacar esta vez a la fuerza su estúpido regalo. Los dulces no le importaban, fue directamente a destruir el sobre de la carta para saber de una vez qué era lo que tramaba.

"Para LuHan:

Hola precioso. Soy JongIn, el tímido estudiante de medicina que conociste hace cinco meses, el mismo que no ha dejado de pensar ni un segundo en ti.

No sé si lo sepas, pero eres muy especial, nadie te debe decir nunca lo contrario. Y es que siento lástima por los que no te conocen, porque, tenerte cerca debería ser considerado como la mejor medicina del mundo, arreglas todo, lo que sea con sólo sonreír.

Recuerdo ver en tu expediente que por estos días es tu cumpleaños por eso te mando esto, pues ahora, ya tienes a alguien que robe dulces por ti.

Espero tener la oportunidad de verte otra vez..."

Él no podía quitárselo, no a él. Podría quitarle su infancia, el amor de su madre, la vida de sus sueños, pero a LuHan no. Era injusto, él lo tenía absolutamente todo, nunca le dejaba nada. Esto era lo más estúpido que le podría haber trazado el destino, de todos los chicos del mundo del cual se pudo haber enamorado su hermano, por qué LuHan, por qué la única persona que le podría hacer recuperar su fé en la vida. ¿Él mundo era tan pequeño? O sólo era una casualidad, una obra maestra para aplastarlo una vez más hasta hacerlo polvo.

Tomó la caja en la que echó los dulces y la carta, agarrándola fuerte para salir con ella por la ventana.

La bilis quemaba su estómago por tanta presión, pero no le importaba, era peor esa sensación de pánico. A lado de JongIn no tenía oportunidad, ninguna, él era guapo, responsable, educado, y tenía una vida preparada por delante, él podría darle la estabilidad que LuHan merecía en su vida.

¿Alguien podría preferirlo a él? No, siempre sería la última opción para todos, nadie lo aceptaría con todos sus demonios martilleando sus instintos.

Con su ceño fruncido, tiró el regalo al bote de la basura que estaba en la esquina de la parada del autobús. Sus dulces se podrían ir a la mierda.

No permitiría que alejara a LuHan de su lado, no se iba a rendir así.


...


—Despierta.

JongIn se removió del sillón, aún estando un poco dormido.

—LuHan...—Murmuró entre sueños, sonriendo porque incluso estando en una ilusión, lucía perfecto.

—¿Sabes mi nombre? Joder no sé dónde estoy, y yo sé que te he visto en algún lado. Oye, no te vuelvas a dormir, ayúdame.— LuHan se estiró para tratar de alcanzarlo, necesitaba respuestas, lo último que recordaba era a su esposo, diciéndole esas palabras grotescas, de ahí en fuera, todo era negro, una distorsión de la realidad.

Cuando JongIn sintió unos suaves dedos rozar la punta de su nariz se dio cuenta de lo que sucedía, él estaba ahí. Con rapidez se levantó del sillón, mareándose por el cambio tan agresivo de posturas. Temblándole las rodillas cuando lo vio, con esos bellos ojos confusos analizando la situación.

—Yo, tú, ehm...—Balbuceaba como bebé, no sabía cómo comportarse. Optó por explicarle con acciones, tomando su bata para ponérsela y que reconociera que era su doctor. Iba a hablar para explicarle dónde se encontraba, pero su mirada había cambiado. Mierda, no...

—¿JongIn?— El susodicho quiso morir, él lo recordaba. LuHan soltó una risa a la par de que sus mejillas se colorearon de un rojo intenso. Después, simplemente taparía su cara con sus manos llena de heridas, siendo una señal para hacerle notar su vergüenza.

—Hola, es un gusto volverte a ver LuHan, de verdad. Tuvimos ocho años para reencontrarnos y lo hacemos de la peor forma y en el peor lugar. No sé qué decir, aún me pones nervioso...— Se felicitó por no titubear, era un hombre adulto, podía perfectamente sobrellevar la situación...

—Ay, no hables. Estoy muy apenado, lamento que me hayas conocido a los 16, mis hormonas estaban al tope, tú eras muy dulce y sensual, perfecto para mi adolescente lado lujurioso. No pensé y actué de forma absurda...— Modió su labio con una risita que salía por inercia.

—¿Dulce y sensual?

—¿Sólo escuchaste eso?—Arrugó su nariz.— Pero enserio, puse en peligro tus esfuerzos por mi estupidez. No debí besarte, perdóname.— LuHan quería que lo comiera la tierra.

Su mente trató de no pensar en el primer encuentro que había tenido con el moreno. Era un adolescente impulsivo solamente, a tan solo días acababa de conocer a SeHun, por lo que le había parecido buena ida experimentar con otros chicos para identificar si esas emociones tan fuertes sólo nacían con el que sería su futuro esposo. Ahora se arrepentía, todo había sido un error, por alguna razón, JongIn nunca había vuelo a buscarlo, ni una carta o quizá alguna visita clandestina, simplemente había desaparecido y lo más lógico de pensar era que sólo lo había asustado por su actúa tan descarado...

—No te arrepientas nunca, puede que haya sido muy arriesgado, pero lo disfruté mucho, si por mí fuera, te hubiera besado todos estos años, sin parar.— Tragó saliva, no debía estale diciendo eso, traía su anillo de matrimonio en su dedo, no era ciego para no haberlo notado.

—Aún así me apena tanto.— Cambió de tema.

LuHan le sonrió, extendiéndole la mano, esperando que el contrario entendiera ese código entre ellos. JongIn correspondió nostálgico a ese gesto, buscando que de milagro hubiera un dulce en sus bolsillos.

—Lo siento.— Se las entregó.

—Ha decaído mucho doctor, ¿Pastillas de menta?— LuHan hizo mueca de desagrado, pero sólo bromeaba, pues con la misma felicidad, los acomodó en su lengua para saborearlos. Ojalá JongIn hubiera podido robar dulces en los años que estuvo recluido en ese infierno.

—¿Tú me curaste ayer?— Luego de diez minutos, LuHan borró su sonrisa, regresando a su mismo aspecto deprimido.

—Sí. Maggie me contó que te cortaste tu mismo, tomaste la navaja y con tus propias manos cortaste tu piel, estuviste a nada de llegar a tejidos vitales LuHan. Perdiste mucha sangre y te suturé. Fue muy delicado.— Diría con incomodidad, queriendo recibir una respuesta que fuera de verdad sincera, la cual no llegaría...

A JongIn le dolía su actuar, era muy difícil para él dar esa noticia, sin embargo, había parecido que el rubio no había escuchado nada.

—¿Sabes si un hombre alto, de pelo negro, me trajo aquí? Debió registrarse, se llama...

—No, te trajo Maggie, esa mujer te ama, debe de llegar muy pronto, de hecho.— Diría, sin intenciones de herirlo más.

LuHan no pudo disimular su gesto de decepción, por un momento tuvo la tonta esperanza de que hubiera sido SeHun. Nada de eso había importado si SeHun no había acudido al llamado de un accidente mortal, todo fue en vano, se sintió el mayor estúpido...

—No merezco que me des explicaciones de tus acciones, así que no te preguntaré, pero será mejor que...

—Necesitaba sentir dolor físico para minimizar el mental, es mucho más sencillo de asimilar y menos doloroso.— Contestó a su pregunta sin fuerzas, siendo en parte, verdad.

—Mira, no voy a juzgar lo que hiciste, pero para la otra no te lastimes, te lo suplico, ver la mirada desesperada de Maggie ha sido lo peor para mí en tantos años de ser doctor. Tienes personas que te aman y que están dispuestos a matar a todos esos temibles demonios que te martirizan, pero que no serían ni remotamente valientes si algo te llegara a suceder. Debes tener piedad por tu cuerpo, LuHan, es tu templo, sólo tuyo, no merece que le hayas hecho tanto daño. Es difícil pensar en cómo aguantaste el dolor para seguir cortando tu piel. Es horrible...

LuHan fue tan débil que soltó un par de lágrimas, articulando un sufrido "gracias", no podía ni hablar a esas alturas. Sus manos temblaban a más no poder, y en ese instante, tuvo una lástima inmensa por si mismo, sinceramente, no tenía ni idea de cómo había podido hacer eso, si Maggie no hubiera entrado en el momento exacto, ya no estaría en ese mundo, debía estar loco, era su vida...

Cómo pudo tener la sangre fría para hacerse tanto daño físico. Era muy tarde para arrepentirse, lo había arruinado, y en verdad pasaría mucho tiempo para que pudiera verse la cara al espejo porque sólo tenía vergüenza. Cuándo había llegado al punto de que su vida no valiera nada, quién le había dado el poder de poder jugar con ella a su antojo, era miserable...

Pero también supo que su desesperación había actuado por él, se estaba desquiciando sin SeHun y estaba urgido por llamar su atención.

—Sigues siendo el chico más hermoso del mundo...— JongIn lo sacó de sus pensamientos deprimentes. Diciendo la farsa más grande que pudo escuchar.

LuHan se sintió extraño, había olvidado cómo era sentir que alguien te halagara.

—Mientes, soy horrible, estoy hecho un asco.— Evitó su mirada.

—No, no es así.

—Por favor, incluso no soporto que me veas. Soy un desastre, no sé si te has dado cuenta, pero la hermosa cara que conociste ya no está más.— Contestó firme, dolido por la situación.

—Entonces necesito unos lentes de urgencia, porque yo te veo bellísimo.— El corazón del moreno le estaba desgastando el pecho.

JongIn no mentía, incluso nunca había sido más sincero. Ante la mirada asustada de LuHan, se acercó, acariciando su mejilla con sus nudillos para deshacerse de esas lágrimas innecesarias. El rubio cerró sus ojos ante el toque tan lento y delicado.

En ese instante, JongIn lo entendió, lo único que él necesitaba era amor, ése que siempre se le era negado.

—Vivo en un infierno JongIn, quiero morir, pero hasta para matarme soy inútil. Sé que lo que dices es mentira, soy horrible, aburrido y desagradable.— Confesó con pena, aferrándose a esa caricia delicada y fina.

—Basta, mírame, ve tu reflejo en mis ojos, tal vez así puedas ver lo angelical e increíble que eres.— Susurró, quitando todo el pelo de su frente para observarlo mejor, tomando su rostro con sus dos manos esta vez.

—Quita tus manos de él ahora mismo.— Gruñó una tercera voz.

Notas finales:

SeHun odia los dulces jaja.

¿Qué les parece?


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