Esa noche particularmente fría la desesperanzadora desolación reinaba en dos puntos de Londres, ambas casas exhudaban dolor, tristeza, miseria; el 221-B de Baker Street y la residencia Watson. En la primera Sherlock Holmes, con el cuerpo adolorido y el corazón roto esperaba pacientemente a que la cocaína en la cuchara se deshiciera con el fuego del mechero, en la otra un destrozado John Watson intentaba calmar a su pequeña hija que lloraba fuertemente, él también lo hacía pero en un tono mucho más bajo, mordía sus labios fuertemente no queriendo aturdir a Rossie más de lo que ya estaba.
«Mary Morstan»
Sherlock recordó el nombre con miedo.
Ni siquiera el psicópata de James Moriarty había logrado asustar tanto al detective, porque pese a todo él siempre supo lo que pasaría, tuvo un as bajo la manga y apenas se le otorgó la oportunidad se colocó un paso adelante ¿Pero Mary? Con ella fue diferente, porque tenía a John en su poder, tenía al corazón de Sherlock entre sus peligrosas manos y él no pudo hacer nada porque John parecía verdaderamente encantado con ella. Sherlock no se metió entre ellos incluso después de saber quién era Mary en realidad porque John se veía contento y él temía hacerle sufrir más. Se prometió hacerle feliz y tristemente al final no pudo cumplir esa promesa.
Miraba el tubo de la jeringa llenarse poco a poco con aquella mortal sustancia, nunca se había sentido tan triste, ahora que la distancia entre John y él se asemejaba a un extremo del universo contra otro estuvo tan solo que tuvo tiempo de pensar y arrepentirse de todo.
«Mary Morstan»
John la recordó con cierta rabia.
Después del suicidio de Sherlock fue la única que se quedó a su lado pese a lo mal que se encontraba, no le importó sanar las heridas de un hombre viejo o al menos pareció no hacerlo, y él llegó a amarla, en serio lo hizo, pero ya no más.
Hacía algunas horas, mientras alimentaba a Rossie y sus pensamientos viajaban en una carretera interminable de malas experiencias le llegó una epifanía: Mary no valió para nada la pena, ni ella ni todo el esfuerzo y dolor por el que pasó desde que Moriarty había llegado a su poco cotidiana vida con Sherlock.
«Sherlock»
Ese maldito sociópata encantador le había devuelto las ganas de vivir, llegando cuan tormenta eléctrica a un prado seco, revitalizándolo por completo. Con su increíble intelecto y tierna pero hartante forma de ser. Tal vez fue lo único que realmente tuvo valía en su vida.
Rossie lloriqueó un poco en su regazo, como si presintiera el sufrimiento de su padre. Él le sonrió amargamente a la pequeña, única cosa buena que esa situación infernal le había dejado.
Por mucho tiempo trató a Sherlock como lo peor entre lo peor que se pudiera encontrar, por no confiar en él y hacerle sufrir durante dos años, sin embargo finalmente lo había entendido, Mary era una mentirosa egoísta, Sherlock un mentiroso protector. Los dos mentían, pero de formas diametralmente diferentes.
Sherlock siempre quiso protegerlo, aunque de pésima manera, y él había arruinado más su ya de por sí decadente relación.
Ahora solo tenían una dura verdad: el fantasma de James Moriarty, Mary Morstan y las consecuencias de sus cuestionables acciones los perseguirían a ambos hombres para siempre, nada volvería a ser como antes.
Ambos sabían que John viviría por y para su hija el tiempo que fuese necesario, Sherlock, por otro lado, terminaría muerto más temprano que tarde, ya fuese a causa de las drogas o su cuestionable línea de trabajo. Separados, sin saber jamás del otro.
Y dolía como el infierno.