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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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-          Majestad! Majestad!

El joven soldado irrumpió en el jardín, llevando la lanza cual si se tratara de una rama cualquiera que enocntrara en el camino. Al ver al Noldóran, reposadamente sentado en el borde de la fuente mientras alimentaba a las palomas, el joven se frenó en seco e hizo una reverencia, lo cual provocó que el casco alado cayera y rodar unos pasos. Se apresuró a recuperar el yelmo y se cubrió nuevamente con él, repitiendo la caravana de forma más sosegada, a pesar de sus mejillas arreboladas.

-          Habla, muchacho -, ordenó Finwë con fastidio -. ¿Qué ocurre?

-          La reina… Su Majestad Indis la Bella me ordenó que le informara que-que la Bestia ha sido avistada. En las afueras de la ciudad.

-          ¿En serio? – frunció el ceño el rey, poniéndose en pie mientras se sacudía las manos en la parte delantera de la túnica -. Es la segunda vez este mes.

-          Eh… sí. Pero, Su Majestad, la reina quería que le informara que-que no-no fue vista sola. La Bestia volaba acompañada. Por una segunda bestia.

Finwë contempló al soldado, anonadado.

-          ¿Una segunda bestia? ¿Otro monstruo? ¿Cómo es posible?

-          La reina no sabe, Majestad. Ella solo me manda decirle que los testigos dicen que esta segunda criatura es… plateada. Como una saeta de luz cortando el cielo.

-          ¿Eso dijeron los testigos? – frunció el ceño el rey.

-          La reina lo-lo afirma así, Ma-Majestad -, balbuceó el jovencito, ruborizándose más.

Finwë se mordió el labio inferior, desviando la vista. Sin prestar más atención al confundido chiquillo, fijó la mirada en el cielo, preguntándose cómo debía interpretar la aparición de una segunda criatura. Por alguna razón, el recuerdo de su tío Orokáne le vino a la mente, la sonrisa misteriosa del guerrero de las Tierras Crepusculares, el brillo de sus ojos de plata batida. Con un estremecimiento interno, murmuró:

-          Ya esos muchachos deberían de haber vuelto de ese viaje.

 

…………………………………

 

Fëanáro llenó la copa de vino y tomó un sorbo antes de acercarse a la ventana, ante la cual Nolofinwë permanecía en pie, la luz plateada de Telperion bañando su piel desnuda, solo velada por la abundante melena como ala de cuervo.

Nolofinwë no se movió cuando una mano de Fëanáro descansó en su cadera y el cuerpo desnudo de su hermano mayor se pegó a su espalda, amoldándose perfectamente. Sin hablar, Fëanáro le alcanzó la copa, poniéndosela contra los labios. Nolofinwë entreabrió la boca y tomó un largo trago. Luego, echó la cabeza atrás y la descansó en el hombro del otro mientras labios cálidos recorrían su cuello.

-          Todavía no deberíamos arriesgarnos demasiado a ser vistos -, comentó, entornando los párpados. – No domino del todo el vuelo y puedo volvernos un blanco fácil.

-          No hacemos daño a nadie. Nadie nos cazará -, replicó Fëanáro, con voz enronquecida de deseo.

-          Es difícil renunciar a las viejas costumbres, al miedo. La gente ha temido a la Bestia por años.

-          Ni siquiera esos capitanes que te entrenaron son rivales para nosotros. Somos demasiado rápidos…

-          Tú eres rápido. Yo voy dando tumbos como un bebé aprendiendo a caminar -, resopló, impaciente.

La risa ronca de Fëanáro le acarició el cuello y enseguida, el mayor le hizo girar en sus brazos. Se miraron con fijeza – el amor y la lujuria ardiendo en sus ojos por igual.

-          Eres un bebé delicioso -, siseó Fëanáro, inclinándose hacia su boca.

-          Guarda tus energías -, lo contuvo Nolofinwë, cubriéndole la boca con una mano -. Mañana debemos regresar al palacio -. Como el mayor gruñera contra su palma, agregó, travieso: - Y hoy quiero que lo hagamos de la otra forma. Como dragones.

Los ojos de Fëanáro ardieron como pozos de plata viva. Nolofinwë rio, extasiado.

 

……………………………………

 

Los habitantes de las cercanías de Tirion cuentan historias extrañas. Cuentan que la Bestia fue una criatura solitaria durante muchos años y la gente se preguntaba por qué los Valar permitían que una criatura semejante existiera en las Tierras Bendecidas. Pero entonces, no solo el príncipe Fëanáro regresó sano y salvo; sino que una nueva bestia apareció, llegada de Eru sabe dónde, y esta no era oscura, sino luminosa, como de hielo y estrellas.

Por orden del Noldóran, y a petición de la reina Indis la Bella, nadie tiene permitido cazar a las Bestias. Solo los príncipes, quienes sufrieron más por la maldad de la primera criatura, se reservan el derecho de perseguir a los dragones. Pero las bestias son criaturas astutas: mientras los príncipes se encuentran en la ciudad, los monstruos no muestran sus asaetadas colas. Ahora, en cuanto los príncipes Fëanáro y Nolofinwë salen de viaje, las bestias aparecen, sobrevolando Tirion-upon-Túna, recordándole a los Noldor que ni siquiera en Aman están a salvo de la oscuridad.

Y así pasan los años, pareciendo que los príncipes y las Bestias no están destinados a encontrarse jamás.

¿O quizás sí?


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