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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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La gruta en la que acababa de entrar era enorme, mucho más vasta que cualquiera de los salones del palacio real. El centro era ocupado por una alberca natural, cuyas aguas reflejaban la luz de las gemas blancas y azules que cubrían las paredes. Varias aberturas en las paredes sugerían que podía accederse al salón desde diferentes túneles y Nolofinwë supuso que aquel era el verdadero refugio de la Bestia. En un rincón de la caverna, una pila de objetos brillaba apagadamente.

Nolofinwë avanzó con cautela, observando el lugar aunque sin dejar de vigilar a la Bestia, que se dirigió al montón de tesoros y se acomodó encima de ellos.

-          ¿Este es tu hogar? – inquirió el muchacho, deteniéndose al borde de la alberca -. Estamos… en Formenos, ¿cierto? En las cavernas debajo de la antigua fortaleza. Esos… esas piezas provienen del tesoro que guardaban los artesanos en la fortaleza antes de mudarse a Tirion, después… después de la muerte de mi hermano. – Una idea se le ocurrió, haciéndole fruncir el ceño -. ¿Mataste a mi hermano solo por los tesoros?

La Bestia se incorporó, gruñendo con evidente furia y Nolofinwë retrocedió, alzando las manos de modo instintivo.

-          ¡Está bien! No te ofendas. Qué sensible eres para ser un monstruo. Solo lo dije porque en los documentos que he leído, las criaturas de tu especie aman las riquezas y las acumulan… y son muy agresivas cuando alguien trata de quitárselas… o sea, eres un dragón, ¿no? Luces como uno aunque… - Como la criatura ladeara la cabeza, retándole a continuar, agregó, desenfadado: - Eres pequeño para ser un dragón. Luces más como un gato con alas… un gato muy grande… Bueno, una pantera alada: ¿lo prefieres así?

La Bestia sacudió la cabeza y volvió a echarse, apoyando el mentón en las patas delanteras cruzadas.

-          ¿Puedo…? – volvió a tomar la palabra Nolofinwë luego de unos minutos -. ¿Puedo tomar agua? Es… ¿Puedo beber del agua de la poceta? No te bañas ahí, ¿cierto? No quiero beber el agua en que te bañas: sería asqueroso.

El dragón resopló y con un gesto, indicó la pared a la izquierda del príncipe, quien al seguir su gesto descubrió un manantial brotando de la roca.

-          Mucho mejor.

Después de haber saciado su sed, el chico se refrescó el rostro y la nuca. Una mirada a sus ropas le demostró que estaban tan sucias que con toda certeza Indiliel las echaría a la basura nada más verlas. Por otro lado, el polvo de roca se había metido debajo de cada prenda y su piel escocía como si miles de insectos caminaran sobre él. Dirigió una mirada de añoranza a la alberca y se mordió el labio inferior, vacilante.

-          ¿Te importa si…? – empezó a preguntar quedamente -. ¿Te importa si tomo un baño? No creo que quieras comerte tu cena llena de polvo.

Después de aguardar unos segundos a que la criatura expresara su descontento, Nolofinwë se decidió a empezar a desvestirse. A pesar de la suciedad, dobló la ropa y la dejó en un organizado bulto cerca del borde de la poza antes de meterse con cuidado en el agua.

El agua estaba cálida y enseguida alivió la fatiga de los músculos del muchacho. La alberca era lo suficiente profunda como para que pudiera nadar cómodamente en ella, sumergiéndose del todo en el medio. Emergiendo a la superficie, Nolofinwë se sentó en una roca en la orilla para soltar la gruesa trenza en que recogiera su cabello para la excursión y durante un buen rato, intentó desenredar la abundante melena con los dedos. La tarea era bastante complicada: a requerimiento de sus padres, el príncipe llevaba el cabello más abajo de las rodillas y aunque era totalmente lacio, poseía suficiente como para cubrirse completamente con él cual si de un manto se tratara. Después de que sus dedos se enredaran en un tramo particularmente difícil y de que maldijera en modo nada aceptable para su estirpe, el muchacho fue sorprendido por un objeto cayendo a su lado. Sorprendido, vio que lo arrojado era un peine de oro con rubíes incrustados. Nolofinwë volteó a medias para encontrar a la Bestia en la misma posición en que le dejara – solo que ahora sus ojos de plata batida estaban abiertos y fijos en él.

-          Gracias -, musitó, consciente de que el rubor ascendía hasta sus mejillas mientras recogía el peine.

Durante largo rato, permanecieron en esa situación – Nolofinwë peinando su largo cabello tramo a tramo; la Bestia observándolo inmóvil. Finalmente, el príncipe terminó con el último mechón y dejó el peine a un lado. Solo entonces el chico volvió a mirar en dirección al dragón y al percatarse de que seguía contemplándolo, enrojeció más vivamente.

-          No me mires de esa forma -, demandó, incómodo. – Es… Parece como si quisieras… devorarme.

La Bestia resopló con fuerza por las dilatadas ventanillas del hocico y emitió un sonido similar a un ronroneo. Se incorporó y fue hasta otro extremo de la caverna para remover en un bulto de cosas. Un momento después, regresó junto al muchacho – quien, dicho sea en su favor, no respingó de temor al tenerle tan cerca.

Nolofinwë observó sin moverse lo que la criatura dejó en el suelo a sus pies: una pieza de terciopelo rojo envolviendo algo. La Bestia se retiró unos metros y se sentó en los cuartos traseros. Sin dejar de vigilarle, el muchacho abrió el paño y descubrió unas frutas maduras. Alzó las cejas, desconcertado y tomó una, murmurando su agradecimiento.

Después de haber comido, Nolofinwë se lavó las manos en la alberca y se disponía a buscar sus ropas polvorientas cuando un gruñido lo detuvo. Se quedó de pie, delante de la roca que usara como asiento: el cabello caía por delante de sus hombros, cubriéndole hasta las rodillas en ligeras ondas húmedas.

-          ¿Qué? – exigió -. ¿Quieres que me quede desnudo?

La Bestia mostró la dentadura filosa y como el chico se ruborizara, ronroneó nuevamente, ondulando la cola en torno a sí mismo. Sin embargo, irguiéndose ligeramente, adelantó una zarpa para señalar la pieza de terciopelo.

Nolofinwë tomó la prenda y al desplegarla, comprobó que era una hopalanda de magnífica hechura, con estrellas bordadas en hilo de oro por todo el borde. Se cubrió con ella, acomodando el pelo por encima de un hombro.

-          El rojo no es mi color -, declaró.

Por el ronroneo que moduló, la criatura estaba en total desacuerdo.

Horas después – y habiendo comido por segunda vez – Nolofinwë vistió sus ropas sucias y a una indicación de la Bestia, tomaron uno de los túneles para abandonar el salón bajo tierra. Recorrieron un kilómetro aproximadamente antes de que avistaran la luz de Laurelin al final del túnel en que se hallaban.

La Bestia se detuvo y se sentó a un lado, dejando paso al muchacho.

El príncipe contempló la luminosa salida y volvió a mirar al dragón.

-          Supongo que esto fue una tregua -, comentó. – Hasta que yo sea lo suficiente adulto como para matarte.

La Bestia entornó los párpados levemente dorados y ronroneó.

-          Pero ahora sé dónde vives -, le recordó Nolofinwë, mediosonriendo.

La Bestia solo volvió a ronronear y se dio vuelta para retornar al interior de la caverna.

Nolofinwë se dirigió al exterior. Una vez fuera de la caverna, recorrió con la vista el paisaje y se volteó para memorizar la ubicación exacta de la entrada.


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