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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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-          Sigo diciendo que habría sido mucho más seguro que excaváramos a través del bloque de granito.

-          Eso habría tomado semanas, Arakáno -, frunció el ceño el compañero del príncipe, al tiempo que levantaba la vista de los planos extendidos sobre la mesa.

-          La veta no va a desaparecer por unas semanas: ha estado ahí por miles de años -, replicó Nolofinwë y se alejó del agujero en la pared, el cual permitía la vista a los túneles cercanos.

-          Llevamos mucho tiempo sin encontrar una veta tan rica: los obreros están ansiosos -, sonrió el tercer ocupante de la pequeña oficina subterránea.

-          Pues solo espero que su ansiedad no provoque un derrumbe.

Por detrás del príncipe, los otros dos Noldor se observaron, inquietos.

En los últimos años, y aunque apenas se encontraba en la segunda adolescencia – muy lejos aún de la mayoría de edad – el Príncipe Heredero Nolofinwë había madurado bastante. Había heredado la elevada estatura del pueblo de su madre unida a la anatomía musculosa y ágil de los Noldor, de ahí que fuera uno de los varones más atractivos de Tirion. Poseía la lacia cabellera como ala de cuervo común al Segundo Clan; pero su rostro ligeramente bronceado era adornado por el azul plateado de sus ojos – un color totalmente vanyarin. Todavía en su físico se unía la gracia de la infancia con cierta elegancia desgarbada de la adolescencia, en una promesa de que con los años solo aumentara su belleza. Además, el príncipe también había madurado mentalmente: sin ser el más inteligente o habilidoso de los Noldor, en tiempos recientes había probado poseer un talento nato para la administración, el liderazgo y la diplomacia. Su dedicación a los estudios había terminado por ganarle el primer puesto en la Academia y convertirle en referencia para maestros y condiscípulos por igual.

Hacía dos estaciones que – gracias a su creciente fama entre el Gremio de Mineros y a su conocimiento de las redes de cavernas en las afueras de Tirion – Nolofinwë había conseguido trabajar en el proyecto de excavación de una nueva mina, después de que fuera encontrado un filón de oro tan grande que opacaba los yacimientos previos. Hasta el momento, Nolofinwë era el más joven de los estudiantes que consiguieran incluirse en el proyecto; pero se había ganado el respeto de los obreros – no solo por lo acertado de sus opiniones – sino porque no hacía valer su rango como hijo del Noldóran y porque, a diferencia de otros ingenieros y proyectistas, prestaba especial atención a lo que los trabajadores tenían que decir.

En algo, sin embargo, no había conseguido Nolofinwë ponerse de acuerdo con sus compañeros.

El príncipe opinaba que era conveniente estudiar más el terreno antes de excavar los túneles y, ya que no querían perder tiempo en esos análisis, lo más seguro para evitar un derrumbe era perforar el bloque de granito sólido que se les había cruzado en el camino. Cierto que las labores tomarían varias semanas y que deberían descender cien metros más de lo esperado; pero Nolofinwë solo quería asegurarse de que las paredes no cayeran sobre los obreros en medio de las obras.

Al momento de los trabajos, la opinión que prevaleciera fue la de cavar directamente a través del suelo – apenas sesenta metros por debajo de la superficie de la cueva principal – y en ello llevaban dos días, sin que Nolofinwë consiguiera disimular su preocupación y descontento.

-          Mi príncipe -, tomó la palabra el mayor de sus dos compañeros, con calma -, debes dejar de preocuparte. Todos los obreros tienen amplia experiencia en estas labores y sabrán reconocer el peligro…

-          Cuando el techo se desplome en sus cabezas -, concluyó Nolofinwë, acercándose otra vez a la ventana -. Sé que en ese instante lo reconocerán, Ondion. Pero ahora, no están pensando con esa vasta experiencia; están actuando llevados por la impaciencia y el entusiasmo. Y por las estupideces de Salgant -, agregó entre dientes.

-          Salgant ha estudiado la geomorfología de estas cuevas durante años con su padre, Arakáno -, le recordó el otro.

-          Bien! La ha estudiado. – Se volteó hacia su compañero de estudios -. Y, ¿cuándo fue la última vez que exploró estas cuevas? ¿Puedes decirme cuándo, Rauko? Salgant no ha abandonado la Academia desde aquel viaje a las cuevas del norte en que él y Duilin casi se mueren de terror cuando me perdí, gracias a sus orientaciones. No les guardo rencor por eso; pero tú, tan bien como yo, sabes que Salgant solo se expresó en contra de mi propuesta porque salió de mí. Él está dispuesto a jugar con las vidas de estas personas solo para arriesgarse a tener razón por encima de mí; yo no. Fui yo quien descubrió el maldito filón, Rauko: ¿acaso crees que soy el menos ansioso por explotarlo?

Sus dos compañeros intercambiaron miradas, aceptando que el joven príncipe tenía razón. A diferencia de Salgant, Nolofinwë había explorado las redes cavernarias en repetidas ocasiones desde aquella oportunidad en que se extraviara. Conocía por experiencia la composición de los suelos y en más de una ocasión había ayudado en la reconstrucción de alguna estructura dañada en las minas existentes.

-          Estamos demasiado cerca de la costa -, repitió Nolofinwë por décima vez esa semana -. Las formaciones rocosas cercanas a la superficie tienden a ser porosas y fáciles de erosionar. No son lo suficiente fuertes como para resistir la perforación constante. Tal vez no ahora; pero en unos meses habremos removido las paredes lo suficiente como para que se nos venga encima a la menor provocación.

-          Excavamos paralelo a la costa, Arakáno -, recordó Rauko, volviendo a fijarse en el plano. – Y luego tendemos a alejarnos.

-          Nadie se ha preocupado por comprobar que no existan grutas naturales cercanas a nuestra posición, formadas por el mar –, intervino Ondion, un elfo particularmente curioso, ya que era, posiblemente, el tercer elfo barbado en toda la historia, por detrás de Mahtan y Círdan.

Rauko lo observó con el ceño fruncido, preguntándose si su tío pretendía aumentar la ansiedad del príncipe heredero.

-          Es difícil entrar en una cueva ocupada por el océano para explorarla hasta el final -, señaló Nolofinwë, quien sí lo había intentado un año atrás y casi se ahogó al subir la marea. – Solo estoy rezando a los Valar para que el idiota de Salgant gane esta jugada.

Apenas terminaba de pronunciar las palabras cuando inició un rumor similar a un trueno. Un segundo después, el lugar se estremeció, obligando a Ondion y Rauko a agarrarse de la mesa en tanto Nolofinwë se aferraba a la improvisada ventana. En cuanto el temblor pasó, los tres se miraron, inmóviles.

Nolofinwë se dio vuelta y corrió por el túnel.

-          Supongo que eso le da la razón -, sacudió la cabeza Ondion -. Aprenderemos a escucharlo.

-          Por las malas -, objetó su sobrino, saliendo detrás del príncipe.

En cuestión de minutos alcanzaron el lugar del desastre. Tal como Nolofinwë  previera, una de las paredes laterales se había desplomado, descubriendo una caverna adyacente por debajo del nivel de la actual. Por suerte, solo dos trabajadores habían resultado heridos – uno en una pierna y el otro con un leve corte en la cabeza – en tanto los otros quedaran atrapados del otro lado del derrumbe.

Nolofinwë se había sumado de inmediato al grupo de obreros que cavaban para liberar a sus compañeros.

Al arribar, Rauko distinguió a Salgant, quien permanecía en la desembocadura de un túnel secundario, observando la escena con rostro lívido. El joven dio un paso en dirección a su compañero de estudios; pero su tío lo retuvo por el hombro.

-          Después ajustas cuentas -, susurró Ondion -. Somos más necesarios allí. Ahora sí nos retrasaremos esas semanas.

En ese momento, Nolofinwë se volteó y vio a sus dos amigos.

-          Vamos a necesitar una de esas máquinas de Quengoldo[1] para sacar los escombros -, anunció el príncipe -. Ve a buscarlo, Rauko[2].

El joven asintió. Antes de que se diera vuelta para cumplir la orden, el suelo volvió a estremecerse y el estruendo resonó demasiado cerca. Rauko saltó hacia el príncipe, contemplando espantado cómo el techo se desplomaba sobre los que se acercaran a ayudar.

Ondion atrapó a su sobrino por la cintura y lo protegió del polvo y las rocas que caían. Cuando la calma regresó y pudieron erguirse, comprobaron con horror que no solo era imposible llegar a donde quedaran los obreros atrapados, sino que el nuevo derrumbe había arrastrado a los rescatistas hacia la profunda caverna recién descubierta… y el Príncipe Heredero había caído con ellos.



[1] Versión quenya de Pengolodh.

[2] Rauko: demonio. Traducción quenya de Rog. Alguien notó que el señor de la Casa del Martillo de la Ira se llama “demonio”? Yo lo uso como un nickname. Probablemente tenía mal genio.


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