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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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-          Padre está loco -, rezongó el joven paseándose por la glorieta para observar los botes que se deslizaban por el lago artificial.

-          Nolofinwë -, dijo la reina, con suavidad, sin alzar la mirada del bordado que sostenía sobre sus rodillas -, debes ser cuidadoso al acusar al Noldóran de incapacidad mental.

Nolofinwë ladeó la cabeza para dirigirle a su madre una mirada impaciente.

-          Sabes a qué me refiero, madre. ¿Por qué ese empeño en que me case? ¿Tan de repente?

-          No es de repente y lo sabes. Hemos hablado acerca de tu matrimonio en repetidas ocasiones. Como Príncipe Heredero es tu obligación cumplir con las tradiciones y darle continuidad a la Casa Real.

-          Arafinwë cuenta como ‘continuidad de la Casa Real’ -, señaló el joven, alzando una ceja.

-          Se espera que el Príncipe Heredero tenga un heredero.

-          ¿Y solo por eso debo casarme con… la primera hembra que mi padre tiene a la vista? – se horrorizó el príncipe.

-          Anairë Surioniel es una dama de mucho prestigio y reconocida por su belleza y talento.

-          Y tiene unos trescientos años más que yo. ¿Por qué no se ha casado hasta ahora? Tal vez no le atraigan los varones.

-          Arakáno! – le regañó su madre, dejando el bordado -. Ni siquiera la conoces aún para emitir tales criterios…

-          ¡Ese es el punto! ¡Ni siquiera la conozco! Es mucho mayor que yo y nos movemos en círculos diferentes. No tenemos nada en común. Excepto que nuestros padres están ansiosos por casarnos. ¿Te aseguraste de que padre supiera que cuando me case no se deshará de mí? Por el contrario, la gente viviendo en el palacio aumentará.

-          Nolofinwë, no seas ridículo. Estoy por pensar que tienes una rabieta.

-          ¿Funcionará que la tenga? – se interesó el joven elfo con fingida seriedad.

-          No -, negó Indis, irónica -. Hijo, sabías que este día llegaría. Todos tienen que casarse. En especial…

-          El Príncipe Heredero -, terminó él por ella -. Todo sería más fácil para mí si mi hermano…

-          ¡Silencio, muchachito! – ordenó la reina, poniéndose en pie con ímpetu -. Basta de niñerías por hoy. Eres el Príncipe Heredero, y como sucesor del Noldóran, te casarás con la mujer elegida por tu padre, la cual es hermosa, digna y talentosa, y honrarás a tu familia y a tu pueblo dando un heredero al trono.

Nolofinwë se mordió el labio inferior. Luego de unos segundos, asintió en silencio e hizo una reverencia cuando su madre se encaminó a los peldaños que descendían de la glorieta al jardín de piedras.

 

……………………………..

 

La fiesta había durado hasta bien entradas las Horas Plateadas. Nolofinwë sentía sus mejillas adoloridas de tanto sonreír: incluso sin el anuncio oficial, todo el mundo parecía al tanto de su inminente matrimonio con la única hija del Consejero Súrion. Como era de esperarse, había tenido que bailar casi todas las piezas con la dama en cuestión.

El joven príncipe había aprovechado el momento para estudiar a su futura esposa. Anairë era, sin lugar a dudas, una hembra hermosa, con la típica belleza noldorin. Poseía elegancia y gracia; además de ser reconocida como una de las mejores retratistas de Tirion. Era, sin embargo, demasiado silenciosa para el gusto de Nolofinwë, quien se había acostumbrado a la compañía de gente de trabajo y deportistas, que tan pronto cantaban como voceaban improperios de un extremo a otro de la mina o la arena de entrenamiento. Él mismo no era especialmente escandaloso; pero la fría y distante actitud de Anairë entibió cualquier emoción que su belleza provocara.

El Príncipe Heredero se retiró a sus aposentos con muy bajas expectativas de dicha para su matrimonio.

 

Apenas había comenzado a desvestirse cuando Nolofinwë experimentó la antigua certeza de ser observado.

El príncipe frunció el ceño al tiempo que se calzaba nuevamente las botas y abandonaba la alcoba. En años recientes, tal sensación no había significado un peligro para él: la Bestia se había convertido en una presencia frecuente en su vida; pero siempre fuera del palacio – incluso de la ciudad. Sin embargo, habían transcurrido casi dos años desde su último encuentro con la criatura: entre su viaje a Valimar para servir al Rey Ingwë y las competencias en Alqualondë, el joven apenas había estado en su hogar por escasos días, careciendo del tiempo para viajar a Formenos.

Su amistad – si así podía llamarse – con la criatura que asesinara a su hermano mayor era motivo de encontradas emociones en Nolofinwë. Por un lado, había aprendido a apreciar las raras cualidades de un ser capaz de comunicarse, de comprender la belleza, de desentrañar los secretos de la creación… Elfos había que no eran capaces de tanto. Por otro lado, no obstante, Nolofinwë sabía que un día la Bestia volvería a mostrar su verdadera naturaleza y él tendría que matarle.

Con estos pensamientos dando vueltas en su cabeza, el príncipe salió al jardín y se encaminó al apartado vergel en que por primera vez viera al dragón.

 

Desde su infancia, el lugar había cambiado. No solo había sido limpiado y la fuente reparada; sino que una guardia cuidaba la entrada. Nolofinwë recordó que Rúmil le explicara que este era el jardín de la desafortunada Míriel.

El príncipe se detuvo antes de llegar a la verja de oro: los guardias no estaban. Una incómoda opresión se instaló en su estómago al tiempo que echaba a andar, con determinación.

La reja estaba abierta y un escalofrío recorrió la columna del príncipe Heredero al atravesar el umbral.

Allí estaba. Inclinado sobre dos cuerpos, se encontraba el dragón.

 

Al sentir su presencia, la Bestia alzó la cabeza y observó al joven con sus ojos de plata batida. Había crecido, Nolofinwë lo notó enseguida. Las patas delanteras habían desarrollado espolones en las articulaciones y otro par de cuernos más pequeños crecían entre los mayores. La punta de la cola estaba protegida por púas que destellaban como el acero más templado.

Nolofinwë tomó aliento y dio un paso en su dirección.

-          ¿Qué hiciste? – demandó con dureza, señalando a los hombres caídos -. ¿Los…? – No se atrevió a terminar la pregunta.

El dragón pasó por encima de los guardias y se acercó a él.

 

Demorabas            Mucho         Te eché de menos

 

-          He estado un poco ocupado -, explicó el joven elfo -. Los guardias…

 

Desmayados   Vivos

 

La criatura se sentó en los cuartos traseros para observarlo.

 

¿Creíste que los había matado?

 

-          Sí  -, admitió Nolofinwë -. Es lo que eres, después de todo.

 

¿Monstruo? ¿Asesino?

 

El príncipe percibió el resentimiento en las palabras susurradas en su mente. Sacudió la cabeza, aturdido.

-          Tienes que irte. Si te descubren… - Hizo un gesto de impotencia -. El palacio está lleno de invitados. Cualquiera podría…

 

¿Fiesta? ¿Otro príncipe?

 

-          No -, negó Nolofinwë, incómodo -. No, mi madre no… Matrimonio. Bueno, dentro de poco en realidad. Todavía no hemos anunciado el compromiso…

 

Te casas

 

El dragón se incorporó, extendiendo ligeramente las alas en un gesto casi amenazante.

 

¿Quién?   ¿La princesa de Alqualondë?  

 

-          ¿Quién? – repitió Nolofinwë antes de recordar a la hija de Olwë -. ¡No! Es… una dama de la Corte. Anairë…

 

¿La amas?

 

El príncipe contempló al dragón con estupor. Por alguna razón, la pregunta había sido casi demandante en su cabeza y Nolofinwë no podía entender qué demonios importaba si amaba o no a Anairë. Lo cierto era que se casaría con ella… porque eso era lo que hacía un Príncipe Heredero.

-          ¡No! – casi gritó entre dientes, enfrentando a la Bestia -. ¡No amo a Anairë! Pero eso no importa. Lo que yo sienta no importa. Porque soy el príncipe heredero y tengo un deber que cumplir. Voy a casarme con una mujer que no amo, a la que probablemente nunca amaré por tu culpa. Sí, tu culpa. Mataste a mi hermano mayor, al Príncipe Heredero y bien podías haberme matado a mí… porque he vivido toda mi vida… ¡y una mierda! He tenido que vivir la vida de Fëanáro gracias a ti. Así que desaparece de mi vista, de mi vida. Una vez que me case, no tendré tiempo para jugar contigo. La próxima ocasión en que nos encontremos, te mataré. Por el bien de mi familia y por mí mismo.

Sin esperar la reacción de la Bestia, Nolofinwë giró en los talones y abandonó el jardín a paso rápido.

……………………………………

 

El rey Finwë cerró la puerta del estudio y se dirigió a su sillón para descansar. La noche había sido demasiado larga. No bastando que fuera consciente del descontento de Nolofinwë con el compromiso, el rey había tenido que lidiar con la frialdad de su esposa, quien no toleraba ver a sus hijos sufrir. Indis entendía la necesidad de que Nolofinwë se casara, por supuesto; pero como toda mujer, todavía esperaba que su hijo hubiese tenido la oportunidad de enamorarse y pasar el resto de su vida con la persona elegida por su corazón.

Y Finwë lo hubiese permitido… si los rumores de la cercanía entre Nolofinwë y Lindorië no estuvieran escalando ya los peldaños de Taniquetil.  Los Valar no intervenían a menudo en las vidas de los elfos; pero de todos era conocido que no veían con buenos ojos el estilo de vida de los Kemendili. Permitir que el Príncipe Heredero de los Noldor estuviera asociado a una de las más reconocidas sacerdotisas de esa secta estaba fuera de discusión.

Finwë se sirvió una copa de vino telerin y suspiró al voltearse.

Un grito se atascó en su garganta y la copa cayó al suelo -su contenido dejando una mancha oscura en la alfombra.

La criatura se enderezó sobre las elegantes patas y avanzó un poco, contoneándose felinamente – elegancia y peligro en un solo movimiento.

El rey siguió a la Bestia con ojos dilatados de espanto. Instintivamente, se acercó a la mesa, buscando algo que pudiera utilizar como arma. Llamar por ayuda estaba fuera de discusión: en cuanto gritara, la bestia saltaría sobre él y destrozaría su garganta.

Mezclado al miedo, el odio se elevó en su pecho como una llamarada que devoraba el sentido común. A menos de diez pasos se encontraba la criatura que asesinara a su hijo, que no dejara más que ropas ensangrentadas para recordarlo – ropas que Finwë atesoraba como lo más preciado de su corazón.

 

Rey Finwë

 

Por un segundo, el elfo quedó aturdido, no sabiendo de dónde provenía la voz ronca que se deslizaba en su mente, usando los canales del osanwë.

La Bestia se sentó en los cuartos traseros y lo contempló con sus inteligentes ojos plateados. Finwë pestañeó varias veces.

-          ¿Estás…? Tú…

Oí que tu hijo se casa

 

Finwë alzó las cejas antes de comprender a qué se refería.

-          Nolofinwë… él… él ya está en edad de…

 

No quiero que se case

 

-          ¿No quieres…? – La cólera borró cualquier temor o duda -. ¿Cómo te atreves, monstruo? ¡Voy a matarte! ¡Pondré tu cabeza de adorno sobre mi trono! ¡Pagarás…!

 

Si no es el Príncipe Heredero, no tiene por qué casarse, ¿no?

 

El pensamiento interrumpió las palabras del Alto Rey.

 

-          ¿Qué?

 

Si Nolofinwë no es tu heredero, no se casará con esa hembra

 

-          Pero Nolofinwë es mi heredero.

 

Puedo devolverte a tu hijo     A tu heredero

 

Finwë contuvo el aliento.

-          ¿Cómo puedes devolverme lo que me quitaste? Mataste a mi hijo y ahora te burlas… ¿Cómo es posible que los Valar te permitan…? – se mordió el labio inferior, conteniendo la blasfemia.

La criatura emitió un sonido burlón y ondeó la cola a su alrededor.

¿Importa? Tú tendrás a tu príncipe… y yo tendré a mi príncipe

 

Ahora el rey pestañeó, aturdido.

-          ¿Quieres…? ¿Quieres que te dé a…?

 

La Bestia inclinó ligeramente la cabeza en asentimiento.

El Alto Rey tragó en seco.

 


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