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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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Durante los días siguientes, Nolofinwë no vio al dragón. Encontraba los alimentos que le dejaba puntualmente y dos nuevos juegos de brazaletes y anillo se sumaron a su colección, así como una caja de música en cuya interior danzaban estrellas de zafiro. Sin embargo, la Bestia no se mostró.

Nolofinwë empezó a preocuparse. Tuvo tiempo de reflexionar acerca de las palabras del dragón.

¿Su alma gemela? ¿Tal cosa realmente existía? Nolofinwë había escuchado a sus primas maternas y otras muchachas adolescentes fantasear acerca de ese supuesto compañero ideal, la contraparte perfecta para cada una de ellas, el ‘destinado’. Los Kemendili, por otra parte, aseguraban que cada ser venía al mundo atado a otro, que en la Llama Imperecedera cada alma había sido dividida antes de encarnar y que los hilos del destino unían esas dos mitades – que no siempre se encontraban, pero que estaban destinadas a ser un solo ser. El príncipe noldorin nunca prestó atención a esas leyendas románticas: si bien Lindorië había despertado su afecto y su pasión, el amor propiamente hablando no había entrado en su vida o sus planes.

¿Alma gemela? Si tal cosa realmente existía, ¿qué sabría una bestia de ello?

Más que eso de ‘almas gemelas’, lo que intrigaba a Nolofinwë eran las otras palabras del dragón.

Me ataste a la cordura, había dicho. Me trajiste de vuelta, había dicho.

¿De vuelta? ¿De vuelta de dónde? ¿A dónde? ¿Quería decir el dragón que en ese momento en que le vio en la cuna supo que estaban… destinados? ¿Qué significaba exactamente estar destinado? ¿A una bestia?

Nolofinwë maldijo entre dientes, sintiendo el dolor de cabeza regresar. Recordó que al estar furioso, el dragón se había comunicado con mucha más coherencia que en otros momentos. En esos instantes, la voz que rugía en su mente había sido sospechosamente familiar.

-          Estúpido -, masculló, obligándose a intentar conciliar el sueño.

Después de dar vueltas por un buen rato, Nolofinwë se quedó dormido al fin. Su sueño fue inquieto: imágenes de un combate, sangre empapando una habitación que parecía estar en el palacio real, la ansiedad que cortaba la respiración del joven mientras corría por los pasillos del edificio, la necesidad de llegar a tiempo… a tiempo…

Nolofinwë despertó jadeando, sudoroso. Mirando en derredor, comprobó que seguía solo y volvió a acomodarse entre los cojines.

 Otra vez su descanso se vio plagado por imágenes sangrientas; pero esta vez la sangre estaba en sus manos, en su cuerpo desnudo. El dolor irrumpió en su pecho, retorciendo cada hueso, desgarrando la piel… y Nolofinwë gritó, impotente y desesperado, hasta derrumbarse sin fuerzas. Entonces solo quedó oscuridad.

 

-          Déjame dormir -, se quejó el joven; pero al hablar entre dientes, más bien sonó como: ‘dame mir’.

Como fuera, quien recorría sus piernas con suaves toques no se retiró. Antes al contrario, le hizo cambiar de posición para deslizar el pantalón suelto por sus caderas. Un rastro húmedo acompañó el descenso de la prenda de ropa hasta sus tobillos y luego, de regreso arriba, deteniéndose en las rodillas para continuar hasta que un beso suave fue presionado en la unión entre el muslo izquierdo y el torso.

Nolofinwë emitió un murmullo mientras se acomodaba bocarriba y separaba las piernas para que la otra persona se ubicara mejor entre ellas. Los labios entreabiertos trazaron un sendero hasta la base del sexo del joven y una leve mordida fue la señal antes de que una lenta lamida recorriera la longitud dormida. Nolofinwë se arqueó ligeramente y las lamidas continuaron por un rato, provocando que la verga se endureciera e irguiera, contrayéndose en anticipación. Cuando la cálida humedad engulló su sexo, el príncipe abrió los ojos, jadeando.

La oscuridad le recibió. Dividido entre la sorpresa y la deliciosa sensación de esa boca en él, Nolofinwë tardó unos segundos en comprender que algo cubría sus ojos. Alzó una mano para comprobar que un pañuelo de seda se ataba en torno a su cabeza.

Déjalo

La voz enronquecida, cálida, reptó en su mente como si fuera su hogar. Nolofinwë bajó la mano que llevara a su rostro para buscar a tientas a su compañero. Sus dedos se enredaron en una melena sedosa, espesa. Deslizó una mano hasta tocar la punta de una oreja y casi cautelosamente, delineó cada curva, cada vuelta… antes de moverse por la línea de la mandíbula. Bajo sus dedos, la piel suave – élfica – irradiaba calor y vida.

Las puntas de sus dedos dibujaron el maxilar firme, la nariz recta, el arco de una ceja, la comisura de la boca que envolvía su verga.

El otro irguió la cabeza, liberando la erección para atrapar los dedos con sus dientes y chuparlos.

Nolofinwë jadeó en voz alta.

No me dejas concentrarme, chiquillo.

-          ¿Eres… tú? – interrogó el joven, entrecortadamente.

¿Esperabas a alguien más?, fue la traviesa respuesta mientras dejaba ir los dedos para volver a centrar sus atenciones en la verga hinchada de excitación.

Nolofinwë no preguntó nada más. Obedientemente, se dejó llevar por el ritmo de la boca que envolvía y presionaba, de la lengua que acariciaba y provocaba.

El ‘dragón’ se demoró jugando con la punta de su lengua en el orificio del cual el presemen brotaba en abundantes gotas.

El joven elfo apretó la mandíbula, intentando refrenar el orgasmo que bullía en su piel, en su sangre.

Déjate ir, precioso.

El ronroneo en su mente desató una oleada de fuego debajo de su piel. Nolofinwë se arqueó hacia atrás, aferrándose con una mano a los cabellos de su amante en tanto tiraba la otra por encima de su cabeza para agarrarse al suelo, a la seda, a la tierra, al mundo.

 

El príncipe volvió en sí con el peso del otro cuerpo encima del suyo. Los labios ardientes recorrían su garganta hasta el lóbulo de la oreja.

Realmente eres una imagen hermosa cuando te corres, Nolvo.

Nolofinwë sintió el calor inundar su rostro.

-          ¿Estás usando las…?

Sshh.

Un dedo presionó delicadamente sus labios para después empezar a dibujar la boca. Nolofinwë separó los labios y envolvió la lengua alrededor del dedo del otro varón.

Nolvo…

Una sonrisa elevó las comisuras de la boca del príncipe, quien continuó succionando el dedo del otro mientras recorría con sus manos la ancha espalda en que los músculos ondeaban sensualmente con cada movimiento. Contra su entrepierna sintió la dura longitud insatisfecha. Al cabo de un momento, ambos se movían al unísono, sus pelvis encontrándose con movimientos circulares, sus sexos frotándose en el calor – el de Nolofinwë despertando nuevamente.

Una mano descendió por el costado del cuerpo del príncipe, que separó más las piernas cuando la exploración se aventuró entre las nalgas firmes. Hubo un segundo de incomodidad cuando un dedo entró en el estrecho túnel, empujando y acariciando.

Nolofinwë echó la cabeza atrás, dejando ir el dedo que chupaba, jadeando silenciosamente en tanto se balanceaba para conseguir más de la penetración. El otro se irguió encima de él y sumó un segundo dedo a la posesión. Cuando fueron tres los que se deslizaban adentro y afuera del esfínter palpitante, Nolofinwë gemía entrecortadamente, apoyándose en los talones para sostenerse en la invasora caricia.

Eres una belleza, mi amor, rugió el dragón en su mente. Un manjar del que no puedo saciarme. Eres exquisito, tyenya.

Nolofinwë abrió la boca en un grito inaudible: el apelativo – tan especial para los noldor que apenas lo usaban – dejó un surco de deseo en su alma. Apenas conseguía asimilar el estallido de placer cuando otra cosa vino a desatar una segunda oleada de excitación: el dragón acababa de enviar una imagen a su mente. Nolofinwë se vio a sí mismo – un pañuelo de seda roja cubriendo sus ojos, cabellos negros derramados como un estandarte sobre los cojines, piel cubierta de fina transpiración, músculos ondeando con las contorsiones del cuerpo, verga temblando de ansiedad, boca entreabierta emitiendo ahogados gemidos – justo cómo se encontraba en ese instante, cómo se mostraba a los ojos de su amante…y, ¡Valar!, realmente era algo erótico verse a sí mismo  al borde del éxtasis.

Antes de que consiguiera reaccionar de algún modo, el otro varón retiró los dedos de su trasero y se movió hasta que la punta mojada de su falo presionó en la latiente entrada.

Nolofinwë gimió todo el tiempo mientras la gruesa verga entraba en él, hasta que no quedó espacio entre sus cuerpos. Desesperado, con la respiración atorada entre el pecho y la garganta, buscó la venda en sus ojos para arrancarla y poder ver a su amante.

-          ¡No!

Por primera vez, la voz ronca del dragón resonó fuera de su cabeza. Nolofinwë se congeló.

Una mano atrapó la suya, entrelazando sus dedos.

No puedes verme, pidió usando otra vez la vía telepática.

-          No… entiendo…

Por los dos. Por el bien de los dos, Nolofinwë. No me veas cuando esté en… esta forma. Promételo. Prométeme que no lo intentarás, que te bastará con sentirme… de este modo. Por favor.

 

Nolofinwë titubeó ante la desesperación en su tono.

-          Bien -, accedió al fin.

Promételo.

-          Lo prometo. Lo prometo.

Una boca cubrió la suya. Nolofinwë devolvió el beso con ansias, gemidos entremezclándose con los húmedos juegos de lenguas y dientes. Todavía besándose, el dragón empezó a moverse, embistiendo casi cautelosamente en el interior del príncipe. Nolofinwë se movió a su encuentro.


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